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no hay dos camisetas iguales, y si las hay del mismo equipo (dos de Nueva<br />

Chicago, por ejemplo), una siempre está mucho más vieja y percudida que la<br />

otra. No hay pintura ni prolijidad ni detalles de terminación. Muchas veces<br />

ni siquiera hay pelota. La identidad, entonces, es lo que refuerza el efecto<br />

de realidad, porque cada jugador se distingue del otro exclusivamente por<br />

su voz, por su pericia narrativa, por sus cualidades provocadoras o por el<br />

vértigo de sus piernas. Es tan mágica la circunstancia del potrero que nunca<br />

nadie confunde a nadie, aun cuando todo un equipo juega semidesnudo. En<br />

los estadios (el mundo del espectáculo), muchas veces no se reconoce a un<br />

jugador ni aun revisando su número, su apodo y su apellido.<br />

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La realidad es algo que también crece de forma centrípeta en la cancha,<br />

desde las membranas externas hacia las membranas internas. El gol deno-<br />

minado psicológico, por ejemplo, es una unidad de realidad que nace en las<br />

membranas externas y se afinca en las internas. El gol de la psique aparece<br />

en momentos decisivos, al comenzar o finalizar alguno de los dos tiempos, y<br />

se diferencia de otros porque prescinde del olvido. El gol de la psique atenta<br />

contra el común discurrir de la vida, cita al peor destino, a las infinitas posi-<br />

bilidades que pudieron haber sido y no fueron. El gol psicológico es también<br />

un gol filosófico.<br />

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