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para transpirar. Algunos periodistas deportivos dicen que todos los fut-
bolistas son homosexuales. Algunos futbolistas dicen que todo periodista
deportivo es un futbolista fracasado.
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El miedo al fracaso es algo que históricamente enfermó las almas de los
futbolistas, pero la presión que absorben las estrellas jóvenes cuando re-
cién empiezan a vivir el ritmo de la alta competencia es incomparable. La
presión que se les mete adentro a los chicos prometedores puede llegar a
hacerlos silbar como el pico hirviente de una pava. El frenesí es asimilado
en miles de latidos fragmentados pero a la vez continuos: si las revoluciones
normales del juego de un juvenil giran a treinta y tres vueltas y un tercio
por minuto, al momento del debut lo hacen a setenta y ocho. El crack recién
ingresado a la cancha, durante los primeros diez o quince minutos, produce
involuntariamente una regresión cronológica: se mueve con tanta electrici-
dad que parece protagonizar una película vieja.
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Por debajo del fútbol pago y glamoroso se expande el fútbol real, el de
potrero. Y en virtud de la falta de recursos (una cultura), jugar en cueros es
una ley del potrero. En las canchas del desinterés no se encuentran elemen-
tos que trabajen por imponer una regularidad. No hay dos arcos iguales,
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