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El que vigila nunca quiere ser vigilado. Y aunque la noción del panóptico<br />

optimiza la vigilancia anónima desde un centro, en desmedro de los vigila-<br />

dos en una periferia, el fútbol opera en sentido contrario. En la escena de<br />

un partido de fútbol, sólo puede vigilar y castigar quien se encuentra en una<br />

periferia: es el poder del que rodea.<br />

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Los vigilantes del fútbol ostentan un repertorio común de conductas fa-<br />

llidas, aunque esto vaya en contra del falso progresismo que intentamos<br />

llevar a la práctica cuando nos mezclamos entre otros simpatizantes (per-<br />

sonas que también buscan suspender por un rato el pensamiento). Los vi-<br />

gilantes del fútbol se ubican en la periferia del terreno y repelen los desma-<br />

nes: no por un deseo de orden, sino por fiaca. A los vigilantes de la escena<br />

del fútbol les da muchísima fiaca el momento de la intervención porque son<br />

esencialmente gordos: deben correr, subir y bajar escaleras, domar la ten-<br />

sión de los chalecos a punto de explotar, domar la rabia de los perros que<br />

entrenan durante la semana y, sobre todo, deben imprimirle a las cachipo-<br />

rras la velocidad necesaria como para que el hincha les tema. En definitiva,<br />

los vigilantes del fútbol fallan como vigilantes porque tienen los mismos<br />

miedos y limitaciones que los civiles.<br />

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