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La pelota también se puede comportar como una persona, según la perso-
na que la impacte. Los partidos y los años han sabido mostrar un crisol de
combinaciones: remates combados e inteligentes, vaselinas inescrupulosas,
centros traicioneros y hasta impactos anómicos, sin compromiso. Pero hay
un punto preciso de contacto, en algunos remates de sobrepique, que reper-
cute en una pausa de luz, un vuelo rarísimo y rasante tan rápido como lento
que es prácticamente imposible de desviar. Si un jugador domina y ostenta
el arte de la pegada, ese arte que se distingue por lastimar amorosamente,
puede dar vida con un golpe único al vuelo más buscado por todos: ése que
se mira con detenimiento sin que se puedan retener sus detalles, ése que
termina donde termina lo más profundo del arco.
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La sangre de los comentarios futboleros es la polémica. Si uno pudiera
asignarle alguna forma material a las palabras, una textura, un matiz, sin
duda estaríamos hablando de una sustancia líquida pero densa, iluminada
con un tono que trabaja para permanecer en el recuerdo, con el brillo ne-
cesario como para adornar las variantes del discurso y a su vez la amargura
esencial que imprime un pésimo sabor de boca al que le da cabida. La polémi-
ca es bordó, como la savia del cuerpo cuando está en su camino de regreso,
en su etapa carboxigenada. Y el organismo que le ofrece las vías por don-
de transitar es la maquinaria de la difusión pública: un aparato ruidoso que
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