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El primer tiempo de un partido de fútbol mal jugado forma parte de una<br />
especie bastante común de sueño compartido. Una línea invisible compues-<br />
ta por la mezcla de algunos movimientos lentos (o movimientos quietos),<br />
algunos pequeños gritos de jugadores sin horizonte y algún que otro raspaje<br />
de telas o plásticos y, a lo lejos, algún bombazo seco de la pelota, que se dis-<br />
tingue (en el maltrato) como un bombo legüero mal golpeado o a punto de<br />
morir; todo eso conformando una línea invisible muy parecida a un sueño<br />
que comunica cada una de las conciencias castigadas que asisten al partido.<br />
Un mal primer tiempo crece entonces así, transversalmente: en el caudal<br />
de una línea invisible demasiado parecida a un sueño que entra por la oreja<br />
de un espectador y le sale por la otra, un poco más gorda, y así vuela entre<br />
el sol y el olor a pasto hasta la oreja de otro simpatizante para luego volver<br />
a salir y convertirse, antes del final de la primera etapa, en una entidad in-<br />
soportable, pero callada, que adormila a todos hasta el momento del pitazo<br />
(esa forma de la verdad que a veces es tan requerida).<br />
2<br />
Un grito espectacular también puede ser una entidad insoportable, pero<br />
de corta duración. Ahí, en ese fogonazo de la voz, se expande su espectacu-<br />
laridad. Un grito que nace de manera espectacular en la intemperie de una<br />
cancha no sólo sirve para despabilar a la gente sino que también la alarma,<br />
la saca de quicio, la obliga a separar mucho los párpados, a parar las orejas.<br />
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