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Club Atlético Belgrano de San Martín. Castelli no le respondió: ¿Qué sería
peor? ¿Sufrir todos los domingos en la Capital o jugar esposado contra una
banda de policías? Al final, todo tenía cosas a favor y cosas en contra.
La tardecita, por ejemplo, ya comenzaba con su brisa a refrescarle las las-
timaduras. Él y el domingo estaban cicatrizando al mismo tiempo. En las
autopistas, bastante lejos, los autos seguían avanzando a una velocidad pa-
reja. En las paradas de colectivos la gente esperaba a la misma velocidad.
En cada casa, las radios y los televisores seguían encendidos: las luces de la
calle, mucho más cerca, se encendían a su paso y el asfalto se regaba con un
brillo leve y amarillento.
Aún debía caminar varias cuadras, mientras todo, en todos lados, seguía
funcionando 27 . Y después debía tomar mucho líquido para depurar los dolo-
res que sufría (en ese estado, por qué no, hasta podían confundirlo con un
preso). Pero Castelli decidió caminar liviano, sin prestar demasiada aten-
ción. Con la naturalidad que carga un defensor cuando vuelve un poco roto
a su casa.
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