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once
Todos los jugadores salieron corriendo para el lado de la circun-
valación, atravesando descampados, casas y monoblocs. Avanza-
ron en grupo y se pegaron pataditas mientras corrían, e hicieron
chistes, porque les bastó una tarde soleada de domingo para entender que al
fútbol se gana usando la región más infantil del cuerpo (la mente), como en
cualquier otro juego serio de la vida. Cada uno supo, a partir de esa corrida
y para siempre, que en el fútbol la violencia sólo debe usarse cuando algo
pone en riesgo a los otros. Y aprendieron, también, que existe una forma de
violencia casi imposible de neutralizar: la del buen juego.
Los chicos de Rivadavia corrieron tan rápido que después de unos mi-
nutos desaparecieron. Sin embargo, otros que cambiaban de rumbo en
medio de la marcha saludaban con un grito a los que seguían trotando.
El grupo se fue fragmentando a medida que se acercaban al centro, pero