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diez
Cómo serán las cosas del mundo y las paradojas de la genética
que, en el mismo momento en que el Moreno padre bajaba del
micro y avanzaba entre los canteros azulejados hasta la puerta
de su casa, el Moreno hijo recuperaba una pelota en el centro de una cancha
regada de sangre, a treinta segundos del final contra los policías (se jugaba
a una hora y después penales). Cómo serán las cosas que mientras la mujer
del Moreno técnico, envuelta en su delantal de cocina, escuchaba el timbre
y recibía a su marido llevándose una mano a la boca, el hijo de ambos cons-
truía una última corrida monumental hasta el área contraria, filtrándose
entre una decena de policías, para terminar mano a mano con el ordenanza
que oficiaba de arquero. Y mientras la casa, por último, y en silencio, aco-
gía a su dueño abatido entre mates dulces y paños fríos, Mariano Moreno,
con sus catorce años despuntados, definía con displicencia a un palo, cara