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flojas. Otros directamente empezaron a gritar y a esperar la resolución de lo que sería el primer ataque concreto a la defensa de los policías. Moreno vio pasar el cuerpo muerto vestido de azul por debajo de sus suelas y continuó su carrera hacia el área. Llegó hasta la medialuna sin levantar la cabeza. Al enfrentar a la zaga central ejecutó una fantasía con la cintura, desarticulando el tronco respecto de la cadera, y levantó una polvareda densa, casi impenetrable. Los policías se encontraron en medio de un falso gas lacrimógeno y por un reflejo profesional empezaron a em- pujarse y a toser. Moreno afinó los ojos, contuvo la respiración, movió la pelota medio metro hacia la derecha e inmediatamente buscó el segundo palo con un remate combado, cara interna y rasposa de su botín más há- bil. La clavó justo en el ángulo. Todos se le tiraron encima pero nadie lo pudo abrazar. Cada jugador se transformó en un pescado recién sacado del agua, moviendo las piernas y la cabeza sin armonía, de tal modo que el equipo entero terminó apilado cer- ca del lateral, festejando como merluzas desaforadas en la góndola de una pescadería. Les costó tanto ponerse nuevamente de pie que los policías se impacientaron y aprovecharon esos movimientos torpes para seguir cagán- dolos a palos con sus cachiporras. Los últimos en levantarse fueron Mariano Moreno y Castelli. El chico que- dó boca arriba y Castelli acostado sobre él, en posición de cópula misionera. Se miraron directamente a los ojos. Castelli apoyó su frente ajada sobre la del chico. Y respiró. Intentó decirle algunas cosas a los gritos pero su estado no se lo permitió, porque cada vez que abría la boca un chorro de sangre se volcaba sobre los dientes de Maria- nito, que no dejaba de sonreír. —Cómo te llamás —le preguntó Castelli. —Mariano. 32
—Escuchame, Mariano. Yo te voy a pedir algo —dijo. El chico no dejó de mirarlo. No le importaba que la sangre de Castelli se le metiera en la boca. Le sentía, con una claridad estremecedora, cada latido del corazón. —Te pido que juegues sin miedo, como recién, con todo lo que tengas — le dijo Castelli—. Yo te voy a cuidar. 33
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