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ocho<br />
—B<br />
ueno se larga, señores —dijo Castelli, esposado.<br />
Los uniformados, que tenían un hombre de<br />
más, tomaron posición en el campo de juego. El<br />
equipo de los futbolistas iba a resultar tan colorinche si se quedaban con las<br />
camisetas puestas que prefirieron jugar en cueros 20 : eso demoró el comien-<br />
zo del desafío unos minutos, porque para sacarle la camiseta a cada jugador<br />
se tenían que abrir previamente todos los juegos de esposas.<br />
Al final largaron, y los futbolistas no podían hacer pie en el cuerpo a cuer-<br />
po. En primer lugar, porque no podían respirar bien con las manos apri-<br />
sionadas en la parte baja de la espalda; el pecho no se inflaba de la manera<br />
aconsejada por yoguis y neumonólogos y la respiración se tornaba entrecor-<br />
tada, espasmódica. Por otro lado, las pelotas divididas estaban condenadas<br />
a ser propiedad exclusiva de la Fuerza: nadie podía “hombrear” a un rival