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cometió el peor de los pecados, por supuesto que sin querer, al pegarle a<br />
quien estaba por hacer el pase en la cara posterior de la rodilla.<br />
El estadio entero enmudeció.<br />
El Moreno DT se tapó los ojos.<br />
Y el chiquito Moreno, avivado, en el suelo otra vez, empezó a llorar.<br />
No fue una decisión sencilla para el árbitro. Lo primero que hizo fue mi-<br />
rar hacia los bancos de suplentes, buscando algún tipo de permiso. El padre<br />
técnico ya había juntado las manos en señal de plegaria y lo miraba tan fijo<br />
que hasta se le había corregido el astigmatismo. El cuarto árbitro decidió<br />
colocarse al margen de la responsabilidad y no le aconsejó ninguna medida;<br />
sólo dio vuelta la cara, como una esposa enojada, y miró hacia la platea.<br />
Los jugadores de Avellaneda nunca creyeron en la posibilidad de una ex-<br />
pulsión. La intención del árbitro había sido tan perjudicial para ellos duran-<br />
te todo el partido que a lo sumo pronosticaban una tarjeta amarilla, por lo<br />
bajo, sin otras reprimendas.<br />
Sin embargo, un jugador de Avellaneda comenzó a vislumbrar el milagro<br />
cuando el árbitro, decidido, le pasó caminando al lado y murmuró algo. El<br />
número ocho de Avellaneda vio con el rabillo del ojo la camiseta fucsia del<br />
árbitro y escuchó de refilón una frase lapidaria:<br />
—Fue demasiado obvio...<br />
El árbitro suspiró con dolor. Se le notaba. Le mostró la tarjeta roja al pibe<br />
e hizo la seña para que entrara la Fuerza Policial.<br />
—No, no, no, por el amor de dios, no —dijo el técnico de Sarmiento.<br />
El chico, todavía en el suelo, miró a su padre.<br />
Entraron finalmente dos policías mujeres, para no provocar una imagen<br />
demasiado chocante. Pero no lo lograron. Esposaron al chico y cruzaron<br />
rápidamente la cancha.<br />
—Dale dale va va va —le dijeron.<br />
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