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siete
El chiquito Moreno nunca lo hubiese imaginado así. Corriendo
el minuto sesenta y ocho del partido intentó una bicicleta en el
centro del campo, pasando sus dos piernas (finas como palillos
escarbadientes) por sobre la pelota, mientras la pelota avanzaba, y cayó
despatarrado 19 . Los compañeros viejos se le cagaron de risa. En la tribuna,
algunos se burlaron con ese soplido que nace antes de la carcajada y otros
sintieron vergüenza ajena e infantil. Los rivales, en cambio, no le prestaron
demasiada atención. Un mediocampista de Avellaneda capturó la pelota y
armó el contraataque con velocidad: levantó cabeza y cejas como si hubiese
descubierto un secreto y evaluó un instante las posibilidades de habilita-
ción, porque los punteros le habían picado bien abiertos por los laterales.
El chiquito Moreno se incorporó rápido y enojado, deshizo varios metros
hasta su campo, se lanzó en vuelo para pellizcar la pelota desde atrás y