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De alguna manera tenían que salir. Los chicos del Rivadavia Athletic se-<br />
guían asustados en la celda, pero el lateral izquierdo de Sáenz Peña ya había<br />
diseñado un plan. Con mucha cautela, en un momento, se acercó hasta el<br />
oído de Castelli y le dijo en secreto:<br />
—Juguemos un partidito. Si perdemos nos cojen, si ganamos salimos.<br />
Castelli lo miró extrañado. Antes que nada pensó que el lateral izquierdo<br />
de Sáenz Peña era puto. Después Guido (así se llamaba) le guiñó un ojo en<br />
señal de chiste y Castelli se quedó tranquilo.<br />
La idea no era mala. Había que convencer a los gordos para jugar un par-<br />
tido de fútbol, lo que convertía al proyecto en algo casi imposible. Pero era<br />
cuestión de probar. El clima estaba lindo y no había mucho movimiento en<br />
el sector administrativo de la comisaría. Castelli hizo una seña para las cel-<br />
das del frente: levantó las cejas (sorprendido), arqueó la boca (dubitativo) y<br />
puso la palma de su mano derecha junto a la oreja, como una visera vertical<br />
(sordo). Los del frente se miraron entre ellos y se preguntaron qué carajo<br />
querría decir Castelli con ese gesto. Volvió a repetirlo un poco más despacio<br />
y entonces los del frente entendieron: se miraron, sonriendo, y dijeron por<br />
lo bajo: “Jugar al fútbol”.<br />
tes.<br />
—Y quién va ganando —volvió a preguntar Castelli, colgado de los barro-<br />
—Gana el gordo —dijo un policía sin quitar los ojos de las cartas.<br />
Todos, en las celdas, se arrimaron a los candados de las puertas.<br />
—Y si son todos gordos, ustedes, cómo voy a saber quién gana —molestó<br />
de nuevo Castelli.<br />
—Dejá de romper las pelotas, Castelli —dijo el policía más gordo.<br />
—Y si tienen menos estado que Palestina, ustedes —dijo por último<br />
Castelli. Volvió a poner una palma junto a la oreja, levantó las cejas y to-<br />
dos los jugadores (con una sincronización envidiable) empezaron a gritar<br />
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