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cuatro<br />
Castelli, que había empezado a preocupar a toda la comisaría, re-<br />
cién entró en razón cuando el flaco Quintana, volante derecho<br />
de Sáenz Peña, le tapó la nariz con una de sus medias. Castelli<br />
sintió la estocada venenosa de la transpiración ajena y pegó un brinco dig-<br />
no de un gimnasta para recuperar la postura vertical. Después se sostuvo<br />
contra lo barrotes de hierro, confundido y jadeante, y soltó sus primeras<br />
palabras desde la celda:<br />
—Flaco hijo de recontra mil putas, lavate las patas. Me llegaste al hipotá-<br />
lamo con eso.<br />
Los policías redistribuyeron con tanta alegría a los jugadores en sus<br />
calabozos, luego de la queja de Castelli, que ni ellos mismos podían creerlo.<br />
Se encontraron tirando de las camisetas, silbando tangos y haciendo<br />
chistes, al tiempo que cerraban los candados, como nunca antes en la