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al banco. Saavedra había quedado en el suelo pero en una posición de pla-<br />
ya, apoyado sobre uno de sus costados, tomando agua de un bidón (cinco<br />
litros, sin tapa). El resto de los policías encerró al técnico de Avellaneda en<br />
una ronda y lo amenazaron con lastimar a Castelli en la comisaría si es que<br />
no se retiraba como una persona adulta de la cancha. Finalmente lo hizo y<br />
se reanudó el partido.<br />
—¿Qué pasó? —preguntó al aire el utilero, después de acuclillarse junto<br />
al banco de suplentes.<br />
—Se lo llevaron preso —dijo el preparador físico de Avellaneda, a cargo<br />
del equipo.<br />
—Pero por qué, si no hizo nada, no hizo.<br />
—Yo qué mierda sé, Carlitos, dejá de hinchar las pelotas.<br />
Sarmiento aprovechó una falta del otro lado de la cancha y el número<br />
diez tiró un centro bombeado al área, con el chanfle contrario al sentido del<br />
ataque. La pelota pasó por delante de todo el arco y el número dos de Ave-<br />
llaneda rechazó con un frentazo hacia la medialuna. Saavedra, cuándo no, la<br />
empalmó de sobrepique y el remate se clavó abajo, en cámara lenta, contra<br />
un palo 7 . 1 a 0. Salió festejando como un loco hacia el banco y provocó un<br />
estruendo general; la gente saltó de las tribunas hacia los escalones más<br />
bajos para abrazarse en un festejo infinito. El resto del suceso fue todo del<br />
árbitro. En el trote liviano de regreso al centro del campo miró al asistente<br />
y, como no podía hacerse escuchar, le hizo una mímica con la boca:<br />
—Golazo —le dijo.<br />
Y sonrió.<br />
Castelli caminaba por el túnel hacia los vestuarios, esposado, la cabeza<br />
gacha, cuando se sintió el estruendo del gol. Los policías miraron al mismo<br />
tiempo el techo húmedo del pasillo y temieron que alguna cáscara de revo-<br />
que les cayera sobre las boinas.<br />
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