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técnico se volvió loco, giró con las manos sueltas tratando de ocupar todo
el espacio y en medio de ese tornado le pegó un cachetazo al árbitro, en la
parte posterior de la cabeza.
—Usted también está expulsado y además informado —le dijo el árbitro.
—Pero por qué no me llevás preso a mí, buchón de mierda y la puta que
te parió, puto —dijo el técnico.
Esa actitud hizo que el resto de los jugadores de Avellaneda se enfureciera
contra cualquier cuerpo vivo presente en la cancha y el jefe del operativo
policial tuvo que reorganizar a los agentes para que la situación no pasara a
mayores. El número dos de Avellaneda, con la ayuda del utilero (un hombre
viejo y petiso con el pelo grasoso) embocó una patada furtiva en los garro-
nes del asistente, que intentó (pese a la falta de reflejos) defenderse con el
banderín. Uno de los policías encargados de esposar a Castelli le dobló de
más uno de los brazos y el jugador le dijo que lo estaba por “luxar”.
—Me vas a lesionar, puto de mierda —dijo Castelli.
—Cagate, Castelli —dijo el policía.
—Por qué me llevan —protestó de nuevo.
—Por fulero —volvió a decir el policía.
Lo tomaron por detrás, entre la mirada furiosa y a la vez confundida de
los futbolistas, y lo llevaron para el túnel. El árbitro instó a continuar el
partido pero el técnico de Avellaneda empezó a gritar (o siguió gritando)
que así no se podía jugar, que ése era un hecho insólito en la historia de-
portiva del país, que quería hablar con Hermenegildo Gutiérrez, con Julio
Humberto Grondona o con el mismísimo João Havelange (suponiendo que
Havelange hubiera reencarnado en la figura de Joseph Blatter) 6 . El asis-
tente intentó calmarlo y le advirtió que además de ser informado, su club
podía perder todos los puntos logrados hasta ese momento en el campeo-
nato. El plantel del Deportivo Sarmiento se deleitaba a unos metros, junto
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