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VUELTA A MATUSALÉN (Pentateuco Metabiológico) BERNARD ...

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<strong>VUELTA</strong> A <strong>MATUSALÉN</strong><br />

(<strong>Pentateuco</strong> <strong>Metabiológico</strong>)<br />

<strong>BERNARD</strong> SHAW<br />

Digitalizado por<br />

http://www.librodot.com


Librodot Vuelta a Matusalén Bernard Shaw<br />

PREFACIO<br />

EL MEDIO SIGLO INFIEL<br />

LA AURORA DEL DARWINISMO<br />

Un día, allá por el año 1860 y pico, yo, que era entonces un niño, estaba con mi niñera<br />

comprando algo en una modesta papelería y librería de Camden Street, Dublín, cuando entró<br />

un caballero de cierta edad, grave y solemne, que avanzó hasta el mostrador y preguntó<br />

pomposamente:<br />

-¿Tiene usted las obras del celebrado Bufón? Mis propias obras no habían sido escritas<br />

todavía; si no, es posible que la empleada hubiera tenido de mí una idea tan errónea como<br />

para ofrecerle un ejemplar de Hombre y Superhombre. Pero sabía perfectamente lo que se le<br />

pedía, pues eso ocurrió antes de que la Ley de Educación de 1870 hubiera producido<br />

empleados de comercio que saben leer y no saben nada más. El celebrado Bufón no era un<br />

humorista, sino el famoso naturalista Buffon. Todo chico que sabía leer en aquel tiempo<br />

conocía la Historia Natural de Buffon tan bien como las fábulas de Esopo. Y ninguno había<br />

oído el nombre que desde entonces ha borrado a Buffon en la mente popular: el nombre de<br />

Darwin.<br />

Pasaron diez años. El celebrado Buffon quedó olvidado; yo había duplicado mis años y<br />

mi estatura y prescindido de la religión de mis antepasados. El más ricoy más<br />

consecuentemente dogmático de mis tíos entró un día en un restaurante donde yo estaba<br />

comiendo y se encontró, muy contra su voluntad, en conversación con el más discutible de sur<br />

sobrinos. Yo, tratando de hacerme agradable, le hablé del pensamiento moderno y de Darwin.<br />

Mi tío dijo:<br />

monos.<br />

-¡Ah!, ése es el individuo que quiere demostrar que todos tenemos cola, como los<br />

Intenté explicarle que en lo que Darwin había insistido a ese respecto era que algunos<br />

monos no tienen cola. Pero mi tío era tan impermeable a lo que Darwin dijo realmente, como<br />

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lo es en nuestros tiempos cualquier neodaruwiniano. Murió impenitente y no me mencionó en<br />

su testamento.<br />

Pasaron veinte años. Si mi tío hubiera vivido habría sabido de Darwin todo lo que se<br />

podía saber, y lo habría sabido mal. A pesar de los esfuerzos de Grant Allen para poner a<br />

Dartoin en el sitio que le correspondía, mi tío lo hubiera aceptado como el descubridor de la<br />

Evolución, de la Herencia y de la modificación de las especies por la Selección. Pues la era<br />

predarwiniana había llegado a ser considerada como una Edad Oscura en que los hombres<br />

seguían creyendo en el libro del Génesis como en un tratado científica standard, y en que las<br />

únicas adiciones a dicho libro eran la demostración que hizo G a lileo de una simple<br />

observación de Leonardo de Vinci, cuando dijo que la tierra es una luna del sol; la teoría de<br />

Newton sobre la gravitación; la invención de la lámpara de seguridad por Sir Humphry; el<br />

descubrimiento de la electricidad; la aplicación del vapor en la industria, y el franqueo de<br />

cartas de un penique. Igualmente, las dos o tres personas en cuyas manos cayeron los escritos<br />

de Nietzsche lo tuvieron por el primer hombre a quiense le ocurrió que la mera moralidad,<br />

legalidad y urbanidad no llevan a ninguna parte, como si Bunyan jamás hubiera escrito<br />

Badman. A Schopenhauer se le atribuyó la invención entre el Pacto de Gracia y el Pacto de<br />

Obras que turbó a Cromwell en su lecho de muerte. La gente hablaba como si no hubiera<br />

habido música dramática o descriptiva antes de Wagner; ni pintura impresionista antes de<br />

Whistler; en cuanto a mí mismo, yo estaba encontrando que la manera más segura de producir<br />

un efecto de audaz innovación y originalidad era la de reavivar la antigua tradición de los<br />

largos discursos retóricos, seguir muy de cerca los métodos de Moliére, y sacar físicamente<br />

los personajes de las páginas de Charles Dickens.<br />

EL ADVENIMIENTO DE LOS NEODARWINIANOS<br />

Esta clase especial de ignorancia no importa siempre o a menudo. Pero en el caso de<br />

Darwin tuvo importancia. Si Darwin hubiera llevado realmente al mundo de un salto desde el<br />

libro del Génesis hasta la Herencia, la Modificación de las Especies por la Selección, y la<br />

Evolución, habría sido un filósofo y un profeta a la vez que un eminente naturalista<br />

profesional, con la geología como entretenimiento. La falsa ilusión de que realmente había<br />

logrado esa hazaña no hizo daño al principio, porque si bien las opiniones de la gente son<br />

sólidas, sobre la evolución o cualquier otra cosa, importa un bledo que a quien les revela sus<br />

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opiniones lo llamen Tom o Dick. Pero esos errores, aparentemente desdeñables, traen más<br />

tarde extrañas consecuencias. La inmensa mayoría que no lee sus libros dió a Darwin una<br />

impresionante fama no sólo como a un evolucionista, sino como al evolucionista. Y llevó a<br />

los que no leen otros libros a concentrarse exclusivamente en la Selección Circunstancial<br />

como explicación de todas las transformaciones y adaptaciones que eran la prueba de la<br />

Evolución. Pronto su especialización aisló a estos últimos de la mayoría que no conocían a<br />

Darwin sino por su espuria reputación, de tal manera que se vieron obligados a distinguirse,<br />

no como darwinianos, sino como neodarwinianos.<br />

Antes de que pararan otros diez años, los neodarwinianos estaban dirigiendo<br />

prácticamente la ciencia del momento. Estábamos en 1906, yo tenía cincuenta años; había<br />

publicado mi propia opinión sobre la evolución en una comedia titulada Hombre y<br />

Superhombre; y veía que la mayoría de la gente era incapaz de comprender cómo podía ser yo<br />

un evolucionista y no neodarwiniano, o por qué me burlaba habitualmente del<br />

neodarwinismo, como de una espantosa idiotez y atacaba despiadadamente a sus profesores<br />

en los debates públicos. En la esperanza de que yo aclarara el asunto, la Fabian Society, que<br />

estaba entonces organizando una serie de conferencias sobre los profetas del siglo XIX, me<br />

pidió que diera una sobre el profeta Darwin. La di; y trozos de aquella conferencia, que nunca<br />

se han publicado, dan variedad a estas páginas.<br />

EL ANIMAL HUMANO ES INADECUADO POLÍTICAMENTE<br />

Pasaron diez años más. El neodarwinismo en política había producido una catástrofe<br />

europea de una magnitud tan espantosa y de un alcance tan imprevisible, que cuando yo<br />

escribo estas líneas, en 1920, sigue estando muy lejana la seguridad de que nuestra<br />

civilización sobreviva. Las circunstancias de esta catástrofe, el romanticismo de adolescentes<br />

nutridos en películas cinematográficas que hizo posible imponerla a la gente como una<br />

cruzada, y especialmente la ignorancia y los errores de los victoriosos de la Europa occidental<br />

cuando pasó su fase violenta y llegó la hora de la reconstrucción, confirmaron una duda que<br />

había ido creciendo constantemente en mi espíritu durante los cuarenta años que yo llevaba<br />

trabajando públicamente como socialista: la duda de si el animal humano, tal como existe<br />

actualmente, es capaz de resolver los problemas sociales planteados por su propia agregación,<br />

o, como él dice, su civilización.<br />

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COBARDIA DE LOS IRRELIGIOSOS<br />

Otra observación que yo había hecho era que los hombres de buen carácter y sin<br />

ambiciones son cobardes cuando carecen de religión. Los dominan y explotan no sólo los<br />

hombrecitos codiciosos y a menudo medio tontos que no viven más que a medias, que hacen<br />

cualquier cosa por tener cigarros de hoja, champaña y automóviles y poder gastar dinero de la<br />

manera más infantil y egoísta, sino también los gobernantes competentes y sensatos que lo<br />

único que pueden hacer con aquéllos es dominarlos y explotarlos. Los términos gobierno y<br />

explotación se convierten en sinónimos en esas circunstancias; y el mundo lo gobiernan<br />

finalmente los infantiles, los bandidos y los canallas. A los que se niegan a hacer lo que se les<br />

dice se les persigue y en ocasiones se los ejecuta cuando molestan a los explotadores; y los<br />

explotados caen en la pobreza cuando carecen de específicas habilidades lucrativas. En el<br />

momento actual media Europa, que ha tumbado a la otra media, trata de matarla a puntapiés, y<br />

es posible que lo consiga; procedimiento que, en pura lógica, es sólidamente neodarwiniano.<br />

Y la mayoría de personas de buen carácter contempla eso horrorizada y sin poder hacer nada,<br />

o se deja persuadir, por los diarios de sus explotadores, de que el pateo es no sólo una sólida<br />

inversión comercial, sino también un acto de divina justicia de que ellos son ardorosos<br />

instrumentos.<br />

Pero si el hombre es realmente incapaz de organizar una gran civilización y no puede<br />

organizar bien, ni mucho menos, una aldea o una tribu, ¿para qué sirve darle una religión?<br />

Una religión puede darle hambre y sed de justicia; pero, ¿lo dotará de la capacidad práctica<br />

para satisfacer ese apetito? Las buenas intenciones no llevan consigo ni un grano de ciencia<br />

política, que es una ciencia muy complicada. Que yo sepa, los estudiosos más incansables,<br />

desinteresados y dedicados a esta ciencia en Inglaterra son mis amigos Sydney y Beatrice<br />

Webb. Y les ha llevado cuarenta años de trabajo preliminar, en el curso de los cuales han<br />

publicado varios tratados comparables con La riqueza de las naciones, de Adam Smith,<br />

el formular una construcción política adecuada a las necesidades existentes. Si esta es la<br />

medida de lo que pueden conseguir en toda una vida una extraordinaria capacidad, una<br />

penetrante aptitud natural, unas oportunidades excepcionales y la falta de preocupación de<br />

tener que ganarse el pan, ¿qué vamos a esperar del parlamentario para quien la ciencia política<br />

es tan remota y de tan mal gusto como el cálculo diferencial y para quien una cuestión tan<br />

elemental, pero vital, como la ley de la renta económica es un pons asinorum al que no<br />

hay que acercarse y mucho menos cruzar? ¿O de los electores corrientes, la mayoría de los<br />

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cuales tienen que trabajar tanto para ganarse la vida que no pueden ponerse a leer sin que a los<br />

cinco minutos les entre el sueño?<br />

¿HAY ALGUNA ESPERANZA EN LA EDUCACIÓN?<br />

La respuesta habitual es que debemos educar a nuestros maestros, esto es, que debemos<br />

educarnos nosotros mismos. Debemos enseñar ciudadanía y ciencia política en la escuela.<br />

Pero, ¿debemos enseñarla? No hay "debemos" que valga, pues la dura realidad es que no<br />

debemos enseñar ciencia política o ciudadanía en la escuela. El maestro que intentara<br />

enseñarla se vería pronto en la calle sin dinero y sin alumnos, si no en el banquillo de los<br />

acusados y defendiéndose contra una acusación, pomposamente redactada, de sedición contra<br />

los explotadores. Nuestras escuelas enseñan la moral del feudalismo corrompida por el<br />

comercialismo y defendida por el conquistador militar, por el barón bandido y por el especu-<br />

lador, como modelos de personas ilustres y triunfantes. Los profetas que ven a través de esta<br />

impostura predican y enseñan en vano un evangelio mejor: los individuos a quienes<br />

convierten desaparecen fatalmente al cabo de pocos años; y las nuevas generaciones se ven<br />

llevadas otra vez en las escuelas a la moral del siglo XV y se creen liberales cuando defienden<br />

las ideas de Enrique VII y caballerosos cuando oponen a ellas las ideas de Ricardo III. Así, el<br />

hombre educado es un fastidio mucho mayor que el ineducado: en realidad, es la ineficiencia<br />

y la falsía del aspecto educativo de nuestras escuelas (a las que, de no ser por obligación, los<br />

padres no mandarían a sus hijos si las escuelas no sirvieran de prisiones donde los inmaduros<br />

no pueden molestar a los maduros) la que nos salva de estrellarnos contra las rocas de la falsa<br />

doctrina en vez de ir a la deriva en la corriente de la mera ignorancia. A través del maestro no<br />

hay salida.<br />

EDUCACIÓN HOMEOPÁTICA<br />

En verdad, a la humanidad no se la puede salvar desde fuera, ni por maestros de escuela<br />

ni por ninguna otra clase de maestros; lo único que pueden hacer esos maestros es lisiarla y<br />

esclavizarla. Dicen que si se lava a un gato, no se vuelve a lavar jamás: lo que es cierto es que<br />

si a un hombre se le enseña algo, no lo aprenderá nunca; y si se le cura de una enfermedad no<br />

sabrá curarse la próxima vez que la enfermedad lo ataque. Por lo tanto, quien quiera ver<br />

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limpio a un gato debe volcarle encima un balde de barro, y el gato se tomará entonces un tra-<br />

bajo extraordinario para limpiarse a lengüetazos y acabará por quedar más limpio que antes.<br />

De la misma manera, cuando los médicos que "están al día" (digamos un 0,0005 por ciento de<br />

los autorizados a ejercer, y el 20 por ciento de los no autorizados) quieren librarnos de una<br />

enfermedad o un síntoma, nos inoculan esa enfermedad o nos dan una droga que produce el<br />

síntoma, para provocar nuestra resistencia, como el barro provoca al gato para que se lave a sí<br />

mismo.<br />

Ahora bien, una persona aguda preguntará instantáneamente por qué, si eso es así,<br />

nuestra falsa educación no provoca a nuestros hombres cultos para que encuentren la verdad.<br />

La respuesta es, en parte, que los provoca. Voltaire fué discípulo de los jesuitas; Samuel<br />

Butler fué discípulo de un sacerdote rural irremediablemente convencional y equivocado.<br />

Pero Voltaire era Voltaire, y Butler era Butler, es decir, tenían una mentalidad tan<br />

anormalmente poderosa que pudieron eliminar todas las dosis de veneno que paralizan a las<br />

mentalidades ordinarias. Cuando los médicos inoculan y los homeópatas dosifican, dan una<br />

dosis infinitamente atenuada. Si dieran un virus de plena potencia vencerían nuestra<br />

resistencia y producirían su efecto directo. Las dosis de doctrina falsa que se dan en las<br />

escuelas preparatorias y en las universidades son tan grandes que vencen la resistencia que<br />

una dosis diminuta provocaría. El estudiante normal se corrompe irremisiblemente, y al genio<br />

que resiste no le queda más remedio que irse del país, si puede. Byron y Shelley tuvieron que<br />

huir a Italia mientras Castlereagh y Eldon dirigían los asuntos. A Rousseau lo acosaron en<br />

frontera tras frontera; Karl Marx pasó hambre en el exilio en una habitación de Sobo; a<br />

Ruskin le rechazaron artículos las revistas (era demasiado rico para que lo pudieran perseguir<br />

de otro modo). Mientras tanto, unos don nadie ya olvidados gobernaban el país, mandaban a<br />

la gente a las cárceles o al cadalso por blasfemia y sedición (por decir la verdad acerca de la<br />

Iglesia y del Estado) y laboriosamente acumulaban el mal y la corrupción social que de vez en<br />

cuando estallaba en unos diviesos gigantescos que había que sajar con un millón de<br />

bayonetas. Este es el resultado de la educación alopática. No se ha ensayado oficialmente<br />

todavía la educación homeopática, que sería evidentemente un asunto delicado. Un cuerpo de<br />

maestros de escuela que incitara a sus discípulos a pecaditos infinitesimales con objeto de<br />

provocarlos a exclamar "¡Atrás Satanás!", o que les dijera inocentes mentirillas sobre historia<br />

para que contradijeran, insultaran y refutaran, haría ciertamente menos daño que nuestros<br />

actuales educadores alópatas; pero entonces nadie abogaría por la educación bomeopática. La<br />

alopatía ha producido la venenosa ilusión de que ilumina en vez de oscurecer. Lo que sugiero<br />

puede explicar, sin embargo, por qué mientras la mente de la mayoría de las personas<br />

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sucumbe a la inculcación y al ambiente, unos pocos -las personas sinceras y decentes<br />

procedentes de tugurios propios de ladrones, y los escépticos y realistas procedentes de<br />

casas rurales- reaccionan vigorosamente.<br />

LA DIABÓLICA EFICIENCIA DE LA EDUCACIÓN TÉCNICA<br />

Entretanto —y ahora viene lo horrible de todo ellonuestra instrucción técnica es<br />

honrada y eficiente. Al chico que asiste a las escuelas preparatorias para estudios<br />

universitarios se le ciega, engaña y corrompe minuciosamente en lo referente a una sociedad<br />

basada en aprovecharse de todo para hacer dinero; y el chico aprende a disparar tiros y a<br />

cabalgar y a mantenerse en buen estado físico, con toda la ayuda y guía que se le pueden<br />

procurar con el sincero deseo de que haga esas cosas bien y, si es posible, superlativamente<br />

bien. En el ejército aprende a volar, a tirar bombas y a manejar ametralladoras lo mejor que<br />

pueda. El descubrimiento de explosivos potentes trae recompensas y honores; la instrucción<br />

en la manufactura de armas, acorazados, submarinos y baterías terrestres que aplican<br />

destructivamente aquellos explosivos es muy sincera: los instructores saben lo que enseñan<br />

y se proponen que los aprendices aprendan de verdad. El resultado es que los poderes de<br />

destrucción que no se podrían confiar sin cierta intranquilidad ni a la infinita prudencia<br />

unida a la infinita benevolencia, se ponen en manos de patriotas románticos con alma de<br />

chicos de escuela, quienes, por generosos que sean por naturaleza, son por educación unos<br />

ignorantones, unos engañados, unos snobs y unos deportistas para quienes la lucha es una<br />

religión y el matar una hazaña; mientras que el poder político, inútil en esas circunstancias,<br />

excepto para los imperialistas militaristas presas de crónico terror de la invasión y la<br />

subyugación, los imbéciles pomposos y vacuos, los aventureros comerciales para quienes la<br />

organización de los servicios industriales de la nación por ella misma equivaldría a perder la<br />

partida, los financieros parásitos del mercado del dinero, y los simplemente estúpidos<br />

conservadores de todo lo que existe por la mera razón de que están acostumbrados a ello, se<br />

obtiene mediante la herencia, la simple compra, sosteniendo periódicos y fingiendo que son<br />

órganos de la opinión pública, mediante arterías de mujeres seductoras, y prostituyendo el<br />

talento ambicioso para llevarlo al servicio de los especuladores, quienes son los que marcan<br />

el paso porque, después de haberse asegurado todo el botín que han podido, son los únicos<br />

que pueden pagar al gaitero. Ni los gobernantes ni los gobernados entienden la alta política.<br />

No saben ni siquiera que es una rama de la ciencia política; pero entre todos pueden<br />

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coaccionar y esclavizar con una eficacia fatal y llegar hasta borrar una civilización, por<br />

haber sido instruidos sincera y eficazmente para matar. En esencia, todos los gobernantes<br />

son deficientes; y no hay nada peor que el gobierno de deficientes que cuentan con<br />

irresistibles poderes de coacción física. Las personas vulgares y sensatas se someten y<br />

obligan a los demás a someterse porque se les ha enseñado eso como un artículo de f e o<br />

puntillo de honor. Aquellos en quienes unas luces naturales han reaccionado contra la<br />

educación artificial se someten porque se ven obligados a someterse, pero si no fueran unos<br />

cobardes se resistirían y acabarían por resistirse eficazmente. Son unos cobardes porque, no<br />

profesando ninguna religión oficial o establecida ni un puntillo de honor reconocido<br />

generalmente, forcejeando contra sus convicciones particulares se ven obligados a mandar a<br />

sus hijos a escuelas donde los corromperán, porque no hay otras. Los gobernantes se sienten<br />

igualmente intimidados por la inmensa extensión y abaratamiento de los medios de matanza y<br />

destrucción. El gobierno inglés teme a Irlanda, ahora que los submarinos, las bombas y los<br />

gases venenosos son baratos y fáciles de hacer, más de lo que temía al Imperio alemán antes<br />

de la guerra; en consecuencia, la antigua cautela inglesa, que mantenía un equilibrio de<br />

fuerzas mediante su dominio de los mares, se intensifica hasta convertirse en un terror que no<br />

ve seguridad más que en el absoluto dominio militar sobre el mundo entero, es decir, en una<br />

imposibilidad que en detalle les parecerá, sin embargo, posible a los soldados y a los insulares<br />

y parroquiales patriotas civiles.<br />

ENDEBLEZ DE LA EDUCACIÓN<br />

Esta situación se ha planteado ya tan a menudo en lo pasado, siempre con el mismo<br />

resultado de un hundimiento de la civilización (el profesor Flinders Petrie ha revelado el<br />

secreto de previos hundimientos), que los ricos gritan instintivamente: "Comamos y bebamos,<br />

pues mañana moriremos", y los pobres: "¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?" Esto no<br />

significa que si el hombre no puede encontrar el remedio no se va a encontrar un remedio: la<br />

fuerza que produjo al hombre cuando el mono dejó que desear puede producir un ser de más<br />

talla que el hombre si el hombre deja que desear. Lo que significa es que si se ha de salvar el<br />

hombre, se debe salvar él mismo. Le falta mucho para ser un ser ideal.<br />

Dentro de lo mejor que sea actualmente, muchos de sus modos de obrar son tan<br />

desagradables que no se pueden mencionar en la sociedad cortés, y padece tanto que se ve<br />

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obligado a fingir que el dolor es a veces un bien. La naturaleza se desentiende del<br />

experimento humano, que se mantendrá o caerá por sus propios resultados, Si el hombre no<br />

sirve, la naturaleza ensayará otro experimento.<br />

¿Qué esperanza hay en la mejoría humana? Según los darwinianos, y llegando hasta los<br />

mecanicistas, ninguna, pues la mejoría no puede producirse sino mediante un accidente sin<br />

sentido, que, según el promedio de estadísticas de accidentes, quedará pronto eliminado por<br />

algún otro accidente que igualmente carecerá de sentido. EVOLUCIÓN CREADORA<br />

Pero este triste credo no desalienta a quienes creen que el impulso productor de<br />

evolución es creador. Han observado el simple hecho de que la voluntad de hacer una cosa<br />

cualquiera, al llegar a cierto punto de intensidad provocado por la convicción de su necesidad<br />

crea y organiza un nuevo tejido biológico para hacerla. Para ellos, por lo tanto, la humanidad<br />

no está acabada todavía, ni mucho menos. Si el atleta que levanta pesas puede "hacerse un<br />

músculo" cuando lo mueve el trivial estímulo de la competencia atlética, parece razonable<br />

creer que un filósofo igualmente convencido y que se ponga a ello en serio pueda "hacerse un<br />

cerebro". Ambos siguen una dirección vital para un propósito determinado. La evolución nos<br />

indica esa dirección haciendo toda clase de cosas: da al centípedo cien pies y priva totalmente<br />

de pies al pez, construye pulmones y brazos para su uso en tierra<br />

y agallas y aletas para el mar, hace que el mamífero geste sus hijos dentro de su cuerpo<br />

y que el ave incube los suyos fuera de sí; y nos ofrece a elección, por decirlo así, toda clase de<br />

medios corporales para mantener nuestra actividad y aumentar nuestros recursos.<br />

LONGEVIDAD VOLUNTARIA<br />

Entre otros asuntos aparentemente cambiables a voluntad está la duración de la vida<br />

individual. Weismann, biólogo muy inteligente y sugestivo a quien desgraciadamente el<br />

neodarwinismo redujo a la idiotez, señaló que la muerte no es una eterna condición de la vida,<br />

sino un expediente introducido para producir una continua renovación y evitar el exceso de<br />

población. Ahora bien, la Selección Circunstancial no explica la muerte natural; sólo explica<br />

la sobrevivencia de especies cuyos individuos tienen suficiente sentido común para decaer y<br />

morir deliberadamente. Pero los individuos no parecen haber calculado muy razonablemente:<br />

nadie puede explicar por qué un loro vive diez veces más tiempo que un perro y que una<br />

tortuga sea casi inmortal. En el caso del hombre se ha pasado de la raya, y el hombre no vive<br />

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bastante tiempo; para todos los fines de la civilización el hombre es simplemente un niño<br />

cuando muere; y nuestros Primeros Ministros, considerados como hombres hechos y<br />

derechos, dividen su tiempo entre el campo de golf y la banca de la Tesorería en el<br />

Parlamento. Es de presumir, sin embargo, que la misma fuerza que cometió este error pueda<br />

remediarlo. Si, por razones de oportunismo, el Hombre fija ahora el término de su vida en<br />

setenta años, lo mismo puede fijarlo en trescientos o en tres mil, o hasta el límite fijado por la<br />

auténtica Selección Circunstancial, que sería hasta que un accidente, tarde o temprano<br />

inevitablemente fatal, termine con el individuo. Todo lo que se necesita para hacerle extender<br />

su término actual es que las tremendas catástrofes, como la de la última guerra, lo convenzan,<br />

si la raza se ha de salvar, de la necesidad de dejar atrás su afición al golf y a fumar puros. Esto<br />

no es una especulación fantástica; es biología deductiva, si existe la ciencia llamada biología.<br />

Aquí, pues, hay una piedra a la que hemos dejado sin darle vuelta y es posible que valga la<br />

pena de dársela. Para hacer que la sugestión sea más entretenida que lo que sería para la<br />

mayoría de la gente en forma de un tratado de biología, he escrito Vuelta a Matusalén como<br />

contribución a la Biblia moderna.<br />

Sin embargo, muchas personas pueden leer tratados y no pueden leer Biblias. Darwin no<br />

podía leer a Shakespear. A algunos que pueden leer a Shakespear y Biblias les gusta conocer<br />

la historia de sus ideas. A otros su ignorancia en historia los enmaraña tanto en la actual<br />

confusión entre la Evolución Creadora y la Selección Circunstancial, que cualquier distinción<br />

entre las dos les deja perplejos. En consideración a ellos debo exponer aquí una breve historia<br />

del conflicto entre el criterio sobre Evolución adoptado por los darwinianos (aunque no del<br />

todo por el propio Darwin) y llamado Selección Natural, y el que está emergiendo, bajo el<br />

título de Evolución Creadora, como la genuina religión científica que todos los hombres<br />

discretos esperan con ansiedad.<br />

LOS PRIMEROS EVOLUCIONISTAS<br />

La idea de la Evolución, o Transformación, como ahora se le llama a veces, no fué<br />

concebida por primera vez por Charles Darwin o por Al f red Russel Wallace, quien<br />

observó el funcionamiento de la Selección Circunstancial al mismo tiempo que Charles.<br />

El celebrado Buffon fué mejor evolucionista que ninguno de los dos; y, dos mil años<br />

antes de que naciera Buffon, el filósofo griego Empódocles opinaba que todas las formas<br />

de la vida son transformación de cuatro elementos: Fuego, Aire, Tierra y Agua,<br />

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efectuada por dos fuerzas innatas de atracción y repulsión, o amor y odio. Tan tarde<br />

como 1860, a mí mismo, siendo un chico, me enseñaron que todo se componía de esos<br />

cuatro elementos. Los empedocleanos y los evolucionistas se oponían a quienes creían<br />

en la creación separada de todas las formas de vida tal como la describe el Génesis. Este<br />

"conflicto entre la religión y la ciencia", como se decía entonces, no dejó absolutamente<br />

nada perpleja a mi mente infantil; yo sabía perfectamente, sin saber que lo sabía, que la<br />

validez de una explicación no es lo mismo que la ocurrencia de un hecho. Pero a medida<br />

que f uí creciendo me encontré con que tenía que elegir entre la Evolución y el Génesis.<br />

Si se creía que los perros, los gatos, las serpientes, los pájaros, los escarabajos, las<br />

ostras, las ballenas, los hombres y las mujeres fueron ideados y hechos y se les puso un<br />

nombre en el Paraíso Terrenal en el comienzo de los tiempos, no se era evolucionista. Si<br />

uno creía, por el contrario, que las distintas especies son modificaciones, variaciones y<br />

elaboraciones de un material primario, o hasta de unos pocos materiales primarios, uno<br />

era evolucionista. Pero no era<br />

necesariamente darwiniano; pues se podía haber sido evolucionista moderno<br />

veinte años antes de que naciera Darwin y durante el término de toda una vida antes de<br />

que publicara su Origen de las Especies. En cuanto a eso, cuando Aristóteles agrupó<br />

como parientes consanguíneos a los animales con columna vertebral, inició el género<br />

de clasificación que, llevada por Darwin hasta el mono y el hombre, disgustaba tanto a<br />

mi tío.<br />

El Génesis fué dueño del terreno hasta la época del famoso botánico Linneo<br />

(1707-1778). Entretanto, se había inventado el microscopio, que reveló un mundo<br />

nuevo de seres hasta entonces invisibles, llamados infusorios, porque se pudo saber que<br />

el agua era una infusión de ellos. En el siglo XVIII los naturalistas se interesaron<br />

mucho por las amebas infusorias y les sorprendió muchísimo la manera de portarse y<br />

desarrollarse de los miembros de esa antigua familia. Pero todavía siguió siendo<br />

posible que Linneo empezara un tratado diciendo: "Hay exactamente tantas especies<br />

como fueron las formas creadas en el principio", aunque entonces vivían centenares de<br />

vulgares jardineros escoceses y de criadores de palomas y de ganado que estaban mejor<br />

informados que él. El propio Linneo llegó a estar mejor informado antes de morir. En<br />

su última edición de su Sistema de la Naturaleza empezó a preguntarse si no sería<br />

posible la transmutación de las especies por la variación. Entonces apareció el gran<br />

poeta que saltó por encima de los hechos a la conclusión. Goethe dijo que todas las<br />

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formas de la creación eran primas; que debía de haber un común material primario del<br />

que procedían todas las especies; y que fué el ambiente aéreo el que produjo el águila,<br />

el ambiente acuático el que produjo la foca, y el ambiente terrestre el que produjo el<br />

topo. No podía decir cómo había ocurridoeso, pero adivinó que había ocurrido.<br />

Erasmus Darwin, abuelo de Charles, llevó mucho más adelante la teoría ambiental,<br />

señalando caso tras caso de modificaciones ocurridas en las especies, al parecer<br />

para adaptarlas a las circunstancias y al ambiente; por ejemplo, diciendo que los<br />

brillantes colores del leopardo, que lo hacen tan conspicuo en Regent's Park, lo<br />

ocultan en una selva tropical. Finalmente escribió como declaración de fe: "El<br />

mundo es producto de evolución, no de creación; ha surgido poco a poco de un<br />

principio pequeño y ha aumentado mediante la actividad de fuerzas elementales<br />

encarnadas en sí mismo, por lo que más que producto completo del conjuro de una<br />

palabra todopoderosa es resultado de un crecimiento. íSublime idea del infinito<br />

poder del gran Arquitecto, Causa de todas las causas, Padre de todos los padres, Ens<br />

Entium! Porque si comparáramos el Infinito, seguramente se necesitaría un Infinito<br />

más grande para producir las causas y los efectos que para producir los efectos<br />

mismos." En esto, publicado en el año 1794, está definida con precisión la<br />

Evolución tal como se la entendía en el siglo XIX. No fue Erasmus Darwin su único<br />

apóstol, La evolución estaba entonces en el aire. Un biólogo alemán llamado<br />

Treviranus, cuyo libro apareció en 1802, escribió: "En todo ser vivo existe una<br />

capacidad. para infinitas diversidades de forma. Cada uno posee el poder de adaptar<br />

su organización a las variaciones del mundo externo." Ahí tienen ustedes la<br />

evolución del Hombre desde la ameba, completa mientras todavía navegaba Nelson.<br />

Y en 1809, antes de la batalla de Waterloo, un soldado francés llamado Lamarck,<br />

que convirtió su mosquetón en un microscopio y se hizo zoólogo, dijo que las<br />

especies eran una ilusión producida por la brevedad de nuestras vidas individuales y<br />

que están constantemente cambiando y fundiéndose unas con otras para convertirse<br />

en nuevas formas, lo que se podía decir con tanta seguridad como que las agujas de<br />

un reloj se mueven continuarnente aunque por moverse muy despacio nos parezca<br />

que están quietas. Desde entonces hemos empezado a pensar que su actividad no es<br />

tan continua; que el reloj se para por mucho tiempo y de pronto le "da cuerda" una<br />

mano misteriosa. Pero no nos ocupemos de esto por el momento.<br />

ADVENIMIENTO DE LOS NEOLAMARCKIANOS<br />

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Llamo especialmente la atención sobre Lamarck porque más tarde hubo<br />

neolamarckianos así como neodarwinianos. Yo fui neolamarckiano. Lamarck fué más<br />

adelante en el concepto de la Evolución como ley general en el sentido que la expuso<br />

Charles Darwin, que era el método evolutivo. Mientras hacía muchas ingeniosas su-<br />

gestiones acerca de la reacción de las causas externas sobre la vida y las costumbres,<br />

tales como los cambios de clima, abastecimiento de alimentos, trastornos geológicos<br />

y demás, Lamarck sostuvo seriamente, como proposición fundamental, que los<br />

organismos vivos cambiaban porque querían cambiar. Tal como lo expuso, el gran<br />

factor en la Evolución es el uso y el desuso. Si no se tienen ojos y se quiere ver y se<br />

insiste en intentar ver, se acaba teniendo ojos, Si, como el topo o pez subterráneo, se<br />

tienen ojos y no se quiere ver, se acaba perdiendo los ojos. Si le gustan a uno las<br />

hojas tiernas de la punta de los árboles lo suficiente para hacerle concentrar todas sus<br />

energías en alargar el cuello, acabará teniendo un cuello largo, como la jirafa. Esto<br />

les parece absurdo a quienes, en el primer rubor, no se paran a pensar; pero todos<br />

sabemos, por propia experiencia, que, exactamente por este mismo proceso, un niño que<br />

anda dando tumbos en el suelo acaba por ser un chico que camina erguido; o que un<br />

hombre de bruces en la carretera con una barbilla contusionada, o en posición supina sobre<br />

el hielo con un occipucio estropeado, se convierte en un ciclista o en un patinador. El<br />

proceso no es continuo, como lo sería si la mera práctica tuviera algo que ver en él, pues<br />

aunque durante la lección pueda uno progresar en cada una de las lecciones de ciclismo, al<br />

empezar la siguiente no se empieza en el punto en que quedó la anterior, sino que, al<br />

parecer, se retrotrae uno al comienzo. Finalmente se consigue de pronto montar bien y no<br />

hay recaída. Más milagroso aún: los nuevos conocimientos se aplican inconscientemente,<br />

Aunque uno esté adaptando la rueda delantera al propio equilibrio con tanto cuidado y<br />

actividad que si se agarrota el manubrio por un segundo la bicicleta lo tira a uno al suelo, y<br />

aunque cinco minutos antes le era imposible hacerlo, lo hace uno tan inconscientemente<br />

como le crecen a uno las uñas. Tiene uno una nueva facultad, y hay que crear un nuevo<br />

tejido corporal para que le sirva de órgano. Y lo ha conseguido simplemente con la<br />

voluntad. Porque en esto no se puede hablar de la Selección Circunstancial o de la<br />

supervivencia de los más aptos. El hombre que está aprendiendo a andar en bicicleta no<br />

tiene en la lucha por la vida ninguna superioridad sobre el no ciclista. Ha adquirido un<br />

nuevo hábito, un hábito automático e inconsciente, simplemente porque quería adquirirlo<br />

y no ha cesado de quererlo hasta que se le ha añadido.<br />

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CÓMO SE HEREDAN LOS CONOCIMIENTOS<br />

ADQUIRIDOS<br />

Pero cuando su hijo, a su vez, intenta patinar o andar en bicicleta, su habilidad no<br />

empieza allí donde terminó la del padre, como no nace con seis pies de estatura, barba y<br />

sombrero de copa. Y de nuevo vuelve a ocurrir el salto atrás que ocurría entre lección y<br />

lección. La raza aprende exactamente igual que el individuo, El hijo del ciclista tiene una<br />

recaída, no hasta el mismísimo principio, pero sí hasta un punto que ningún método<br />

mortal de medidas puede distinguir del comienzo. Ahora bien, esto es extraño; porque<br />

ciertos hábitos de uno, igualmente adquiridos (para el Evolucionista, por supuesto, todos<br />

los hábitos son adquiridos), igualmente inconscientes, igualmente automáticos, se<br />

trasmiten sin ninguna perceptible recaída. Por ejemplo, el primer acto de su hijo cuando<br />

entra en el mundo como individuo separado es berrear con indignación, con el berrido<br />

que según Shakespear es el más trágico y lamentable de todos los sonidos, En el acto de<br />

berrear empieza a respirar: otro hábito que ni siquiera es necesario, pues el fin de respirar<br />

se puede alcanzar de otros modos, como lo alcanzan los peces de profundidades marinas.<br />

El niño hace que circule su sangre bombeándola con su corazón. Pide de comer y<br />

procede inmediatamente a efectuar con la comida que traga las más complicadas<br />

operaciones químicas. Manufactura dientes, prescinde de ellos y los reemplaza con otros<br />

nuevos. Comparados con estas hazañas habituales, el andar, el tenerse erguido y el<br />

montar en bicicleta son meras bagatelas; sin embargo, si puede estar erguido, andar o<br />

montar en bicicleta es porque quería y ha insistido en quererlo, mientras que los otros<br />

hábitos, mucho más difíciles y complejos, no sólo no los quiere ni los intenta<br />

conscientemente, sino que se opone a ellos consciente y vigorosamente. Fíjense en el<br />

temprano hábito de echar dientes; ¿los echaría el niño si pudiera evitarlo? Fíjense en el<br />

otro hábito más tardío, de decaer y eliminarse mediante la muerte-otro hábito adquirido,<br />

recuérdenlo. ¡Cómo lo aborrece el hombre! Sin embargo, el hábito ha llegado a estar tan<br />

enraizado y a ser tan automático, que debe cumplirlo a pesar de sí mismo y aun a costa<br />

de su propia destrucción.<br />

Tenemos aquí una rutina que, si se le da tiempo bastante para que opere, acabará por<br />

producir las formar más complicadas de vida organizada siguiendo las líneas lamarckianas<br />

sin ninguna intervención de la Selección Circunstancial. Si se puede transformar a un<br />

peatón en un ciclista o a un ciclista en un pianista o violinista, sin intervención de la<br />

Selección Circunstancial, se puede transformar a una ameba en un hombre o a un hombre<br />

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en un superhombre sin aquella intervención. Todo lo cual es una crasa herejía para el<br />

neodarwiniano, quien imagina que si se detiene la Selección Circunstancial, no sólo se<br />

detiene el desarrollo, sino que se inaugura una rápida y desastrosa degeneración.<br />

Grabemos bien en la mente el proceso evolutivo lamarckiano. Uno está vivo y<br />

quiere estar más vivo. Quiere una extensión de la conciencia y de las facultades, En<br />

consecuencia, quiere nuevos órganos, o nuevos usos de los órganos que tiene, es decir,<br />

nuevos hábitos. Uno los adquiere porque los desea con tal intensidad que no cesa de tratar<br />

de conseguirlos hasta que los consigne. Nadie sabe cómo, nadie sabe por qué; lo único que<br />

sabemos es que eso ocurre. Entre esfuerzo y esfuerzo recaemos triste mente hasta que se<br />

modifica el antiguo órgano o se crea uno nuevo, momento en que lo imposible se hace<br />

posible y se forma el hábito. En el momento que lo formamos queremos desprendernos de<br />

lo que tiene de consciente, para economizar nuestra conciencia para nuevas conquistas en<br />

la vida, pues todo lo consciente significa preocupación y obstrucción. Si tuviéramos que<br />

pensar en respirar, en digerir o en hacer que circule la sangre, no podríamos fijar la<br />

atención en nada más, como nos damos cuenta, a nuestra costa, cuando algo no anda bien<br />

en esas operaciones. Tanto queremos ejecutarlas inconscientemente como queríamos<br />

adquirirlas, y finalmente conseguimos lo que queríamos. Pero la inconsciencia en nuestros<br />

hábitos la ganamos a costa de perder nuestro dominio sobre ellos; y también nos hacemos<br />

una nueva costumbre y la correspondiente modificación funcional de nuestros órganos en<br />

otros, y así llegamos a depender de nuestros viejos hábitos. La consecuencia es que te-<br />

nemos que persistir en ellos aunque nos hagan daño. No podemos dejar de respirar para<br />

evitar un ataque de asma o para no ahogarnos. Podemos perder una costumbre o descartar<br />

un órgano cuando ya no lo necesitamos, exactamente igual que como los adquirimos; pero<br />

este proceso es lento e interrumpido por recaídas; y las reliquias del órgano y el hábito<br />

sobreviven mucho tiempo a su utilidad. Y si sobre los órganos de que queremos des-<br />

cartarnos se han construido otros hábitos y modificaciones todavía indispensables, antes<br />

de demoler el antiguo órgano debemos suministrar la base para ellos. Este es también un<br />

proceso lento y muy curioso.<br />

EL MILAGRO DE LA RECAPITULACIÓN CONDENSADA<br />

Las recaídas entre los esfuerzos para adquirir un habito son importantes porque, como<br />

hemos visto, no sólo ocurren entre esfuerzo y esfuerzo en el caso del individuo, sino entre<br />

generación y generación en el caso de la raza, La recaída de generación en generación es<br />

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una invariable característica en el caso de la raza. Aunque Rafael, por ejemplo, descendía de<br />

ocho ininterrumpidas generaciones de pintores, tuvo que aprender a pintar como si ningún<br />

Sanzio hubiera manejado jamás un pincel, Pero también tuvo que aprender a respirar, a<br />

digerir y a hacer que le circulara la sangre. Aunque su padre y su madre eran adultos<br />

plenamente desarrollados cuando lo concibieron, no lo concibieron ni nació completamente<br />

crecido; tuvo que volverse atrás y empezar por un puntito de protoplasma y luchar a través<br />

de toda una vida embriónica durante parte de la cual no se le distinguia de un perro<br />

embriónico y carecía de cráneo y de columna vertebral. Cuando al fin adquirió estos<br />

artículos le quedó durante algún tiempo la duda de si era un pájaro o un pez, En nueve<br />

meses tuvo que comprimir incontables siglos de desarrollo antes de ser lo suficientemente<br />

humano como para desprenderse y empezar una vida independiente. Y aun entonces era tan<br />

incompleto que sus padres hubieran podido muy bien exclamar: "¡Santos cielos! ¿No has<br />

aprendido nada de nuestra experiencia, puesto que vienes al mundo en este estado<br />

ridículamente elemental? ¿Por qué no sabes hablar, andar, pintar y portarte decentemente?"<br />

El niño Rafael no tenía respuesta para estas preguntas, Lo único que podía haber dicho es<br />

que así es como ocurre la evolución o transformación. Quizá llegue la época en que la<br />

misma fuerza que comprime el desarrollo de millones de años en nueve meses pueda<br />

comprimir muchos más millones en un espacio aún más breve; por lo que es posible que<br />

nazcan Rafaeles pintores como nacen ahora sabiendo respirar y hacer circular la sangre,<br />

Pero siempre empezarán por ser puntitos de protoplasma, y la facultad de pintar la<br />

adquirirán en el seno de su madre en una etapa muy posterior de su vida embriónica.<br />

Tendrán que condensar la historia de la humanidad en sus propias personas, por muy breve-<br />

mente que la condensen.<br />

Nada hubo en los descubrimientos de los embriólogos tan asombroso y<br />

significativo, ni tan absurdamente poco apreciado, como esta recapitulación, como se le<br />

llama ahora: este poder de apresurar en unos meses un proceso que en otro tiempo fué<br />

tan largo y tedioso que el contemplarlo se les hace insoportable a los hombres cuya vida<br />

dura setenta años. Amplió las posibilidades humanas hasta el punto de darnos la<br />

esperanza de que las operaciones más largas y difíciles de nuestra mente puedan<br />

efectuarse un día instantáneamente, o, como decimos nosotros, instintivamente. Dirigió<br />

también nuestra atención a ese acumular siglos en segundos que nos salta a los ojos en<br />

todas direcciones. En el momento en que escribo estas líneas los diarios se ocupan de las<br />

hazañas de un niño de ocho años que acaba de derrotar a veinte ajedrecistas adultos en<br />

veinte partidas simultáneas y que después ha podido reconstruir las veinte sin ningún es-<br />

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fuerzo aparente de memoria. La mayoría de las personas, incluso yo mismo, juegan al<br />

ajedrez (si juegan) de una jugada a otra y apenas si pueden recordar la penúltima 0<br />

prever las dos siguientes. Igualmente, cuando yo tengo que hacer un cálculo aritmético lo<br />

tengo que hacer paso a paso con lápiz y papel, y con tan poca confianza en el resultado,<br />

que no me atrevo a basarme en ese cálculo sin "hacer la prueba" de la suma con más<br />

cálculos que implican más cifras. Pero hay hombres que no saben leer ni escribir<br />

palabras ni cifras, para quienes la respuesta a las sumas que yo soy capaz de hacer es<br />

instantáneamente obvia sin ningún cálculo consciente; y el resultado es infalible. Pero<br />

algunos de estos aritméticos natos tienen un vocabulario reducido, se sienten perdidos<br />

cuando tienen que encontrar palabras para todo lo que no sean las ocasiones cotidianas<br />

más simples, y ni poniendo toda su alma pueden describir las operaciones mecánicas que<br />

efectúan diariamente en el curso de su oficio o profesión; mientras que a mí todo el<br />

vocabulario de la literatura inglesa, desde Shakespear hasta la última edición de la<br />

Enciclopedia Británica, me acude tan completa e instantáneamente que jamás he tenido<br />

que consultar ni siquiera un diccionario de sinónimos más que una o dos veces cuando<br />

por alguna razón quería un tercero o cuarto sinónimo. Igualmente, aunque he intentado,<br />

fracasando, dibujar retratos reconocibles de personas a quienes he visto diariamente<br />

durante muchos años, Bernard Partridge obtiene un parecido exacto y lleno de vida sin<br />

más que ver a una persona una vez ni más esfuerzo que el necesario para comer un<br />

sandwich. El teclado de un piano es para mí un dispositivo que nunca he podido<br />

dominar, pero Cyril Scott lo usa con la misma exactitud que yo mis dedos; y para Sir<br />

Edward Elgar una partitura orquestal es tan inteligible a primera vista como para mí una<br />

página de Shakespear. Un hombre no puede, después de intentarlo muchos años, tocar<br />

con facilidad la flauta. Otro toma una flauta cuyas llaves están ordenadas según una<br />

nueva invención, y la toca en el acto sin cometer una pifia. Todos conocemos personas<br />

para quienes el escribir es tan difícil que prefieren firmar su nombre con un signo, y al<br />

lado de ellas hay otras que dominan la taquigrafía e improvisan nuevos sistemas propios<br />

con la misma facilidad con que aprendieron el alfabeto. Estos contrastes se ven a derecha<br />

e izquierda y no tienen nada que ver con diferencias de inteligencia general, ni siquiera<br />

con la inteligencia especial correspondiente a la facultad en cuestión: por ejemplo,<br />

ningún compositor o autor dramático ha pretendido jamás ser capaz de ejecutar todas las<br />

partes que escribe para los cantantes, actores e instrumentistas que son sus ejecutantes.<br />

Eso sería lo mismo que esperar que Napoleón fuera un buen esgrimista o que el<br />

Astrónomo Real sepa mejor que su contable cuántos porotos suman cinco. Ni siquiera el<br />

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excepcional dominio del lenguaje implica la posesión de ideas: Mezzofanti, que<br />

dominaba cincuenta y ocho idiomas, tenía menos que decir en ellos que Shakespear con<br />

su poco latín y menos griego; y la vida pública es el paraíso de los hueros volubles.<br />

Todos estos ejemplos, que se podrían multiplicar por millones, son casos en que el<br />

largo, laborioso, consciente y detallado proceso de la adquisición de hábitos se ha<br />

condensado en uno instintivo e inconsciente con el cual se nace. Factores que antes había<br />

que considerar uno por uno se integran en lo que parece un factor único y simple. Series<br />

de problemas difícilmente solubles se han comprimido en uno que se resuelve a sí mismo<br />

en el momento que se plantea, Es más: se los ha empujado atrás (o adelante, si se<br />

prefiere) y de ser prenatales pasan a ser prenatales, El niño puede tardar, en la matriz,<br />

tiempo en resolverlos, pero un tiempo milagrosamente corto.<br />

El fenómeno implicado en cuanto al tiempo es curioso y sugiere que, o estamos<br />

equivocados acerca de nuestra historia, o exageramos enormemente los períodos reque-<br />

ridos por la adquisición prenatal de hábitos. En el siglo XIX hablábamos con gran<br />

volubilidad sobre períodos geológicos y de la manera más señorial tirábamos millones de<br />

monedas en nuestra reacción contra la cronología del arzobispo Ussher. Teníamos la<br />

manía de las grandes cifras y nos gustaba positivamente creer que el progreso que hacía el<br />

niño en la matriz estaba representado por eras y eras en la época prehistórica. Insistíamos<br />

en que la Evolución avanzaba más despacio de lo que se arrastra un caracol y que la<br />

Naturaleza no procede a saltos. Todo eso estaba muy bien mientras nos ocupábamos de<br />

hábitos adquiridos tales como los de respirar y digerir. Era posible creer que la lenta<br />

adquisición de esos hábitos había durado docenas de épocas. Pero cuando tenemos que<br />

considerar el caso de un hombre que nace no sólo como un perfecto metabolista, sino con<br />

tal aptitud para manipular con la taquigrafía o el teclado de un piano, que para cuando<br />

puede dirigir inteligentemente sus manos tiene ya por lo menos cinco sextos de taquígrafo<br />

o pianista, nos vemos obligados a sospechar que el teclado del piano y la taquigrafía son<br />

invenciones más antiguas de lo que suponemos, o que esas "adquisiciones" se pueden<br />

asimilar y almacenar como dotes congénitas en mucho menos tiempo del que creemos; por<br />

lo que, como entre Lyell y el arzobispo Ussher, es posible que Lyell no pueda reírse tan<br />

estrepitosamente como parecía hace cincuenta años.<br />

LA HERENCIA ES UN VIEJO ASUNTO<br />

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Es evidente que el proceso evolutivo es hereditario, o, para decirlo menos<br />

secamente, que la vida humana es continua e inmortal. Los evolucionistas tomaron la<br />

herencia como la cosa más natural. Lo mismo hizo todo el mundo. La mente humana<br />

está empapada de herencia desde los tiempos a los que podemos remontarnos. La<br />

aristocracia hereditaria, las monarquías hereditarias y las castas, profesiones y clases<br />

hereditarias eran las instituciones sociales más conocidas, y en algunos casos engorros<br />

páblicos. Los hombres con pedigree contaban los perros con pedigree entre sus<br />

posesiones más apreciadas. Lejos de sentirse inconscientes o escépticos acerca de la<br />

herencia, se tenía en ella una credulidad loca: no sólo se creía en la trasmisión de las<br />

cualidades y los hábitos de generación en generación, sino que se esperaba que el hijo<br />

empezara mentalmente donde se había detenido su padre.<br />

Esta creencia en la herencia llevó naturalmente a practicar la Selección<br />

Intencionada. La buena sangre y el buen origen eran buscados ávidamente en el<br />

matrimonio. Tratándose de plantas y animales, la selección con vistas a la producción<br />

de nuevas variedades se venía ya practicando desde que los hombres los cultivaban y<br />

criaban. Mi predarwiniano tío sabía tan bien como Darwin que el caballo de carreras y<br />

el caballo de tiro no eran creaciones separdas procedentes del Paraíso Terrenal, sino la<br />

adaptación, mediante la deliberada selección hecha por el hombre, del caballo guerrero<br />

medieval al moderno transporte deportivo e industrial. Sabía que hay cerca de<br />

doscientas clases distintas de perros, todos ellos capaces de producir uno con otro<br />

variedades que Adán no conocía. Sabía que lo mismo ocurre con las palomas. Sabía<br />

que los jardineros habían pasado la vida tratando de producir tulipanes negros, claveles<br />

verdes y orquídeas inverosímiles y habían producido flores que a Eva le hubieran<br />

parecido tan extrañas como ésas. Su disputa con los evolucionistas no consistía en que<br />

no admitía las pruebas de la evolución: la había aceptado, antes de haber oído hablar de<br />

ella, lo suficiente para probar más de diez veces que existía. Lo que repudiaba era el pa-<br />

rentesco con el mono, que implicaba la sospecha de que tenía una cola rudimentaria,<br />

porque le ofendía en su sentido común y dignidad y pensaba que los monos eran<br />

ridículos y que las colas eran diabólicas cuando se las asociaba a la postura erecta.<br />

Creía también que la Evolución era una herejía que implicaba la destrucción del<br />

cristianismo, del que, como miembro de la Iglesia Irlandesa (la seudoprotestante), se<br />

consideraba como un pilar. Pero eso no se debía más que a su ignorancia; porque un<br />

hombre puede negar que desciende de un mono y ser elegible para el cargo de<br />

churchwarden, sin dejar por eso de ser un convencido evolucionista.<br />

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EL DESCUBRIMIENTO ANTICIPADO POR LA<br />

ADIVINACIÓN<br />

Es más, las personas religiosas pueden decir que se contaron entre los primeros<br />

evolucionistas. Weismann, con todo lo neodarwiniano que era, dedicó un largo pasaje en<br />

su Historia de le Evolución a la Filosofía de la Naturaleza, de Lorenz Oken, publicada en<br />

1809, Oken definió la ciencia natural como "la ciencia de las sempiternas trasmutaciones<br />

del Espíritu Santo en el mundo".<br />

Su religión lo puso desde un principio en el buen camino, y no sólo lo llevó a<br />

pensar todo un esquema de Evolución en términos abstractos, sino que le guió la puntería<br />

en un disparo científico significativamente bueno que lo llevó dentro de la esfera de<br />

Weismann. No sólo definió como protoplasma, o, como él decía, limo primitivo<br />

(Urschleim),la sustancia original de que se han desarrollado todas las formas de la vida,<br />

sino que dijo que este limo tomó la forma de vesículas, de las cuales procede todo el<br />

universo. Aquí estaba la moderna célula morfológica adivinada por un pensador religioso<br />

mucho antes de que el microscopio y el escalpelo la impusieran a la visión de los meros<br />

trabajadores de laboratorio incapaces de pensar y carentes de religión. Los trabajadores<br />

de laboratorio trabajaban muchísimo para averiguar lo que le ocurriría a un perro al que<br />

le obturaran los conductos biliares, o al mono si la mitad de sus sesos se los quemaba un<br />

hombre que carecía totalmente de ellos, del mismo modo que un niño le arranca las patas<br />

a una mosca para ver lo que le pasa a su vuelo, Lorenz Oken pensó mucho para averiguar<br />

lo que le pasaba al Espíritu Santo, y de ese modo aportó una contribución de extra-<br />

ordinaria importancia a nuestra comprensión de los seres que no tienen nada anormal en<br />

sus conductos biliares o en su sesera. El hombre que era suficientemente científico para<br />

ver al Espíritu Santo en todos los hechos más prosaicos de la vida se puso fácilmente a la<br />

cabeza de los zoquetes que no saben más que pecar contra Él. De ahí que mi tío, al<br />

burlarse de la Evolución, volviera la espalda a una compañía muy respetable, y, si<br />

alguien le hubiera señalado el solecismo que cometía, se habría retractado y disculpado<br />

inmediatamente.<br />

El lado metafísico de la Evolución no era, pues, una novedad cuando llegó Darwin.<br />

Aunque Oken no hubiera vivido jamás, siempre habría habido millones de personas a<br />

quienes desde la niñez se les había enseñado a creer que a todos nos lleva continuamente<br />

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hacia arriba una fuerza llamada Voluntad de Dios. Schopenhauer publicó en 1819 su<br />

tratado El mundo como voluntad y representación, que es el complemento metafísico de la<br />

historia natural de Lamarck, pues demuestra que la fuerza impulsora que actúa detrás de la<br />

Evolución es la voluntad de vivir, y de vivir, como dijo Cristo mucho antes, más<br />

abundantemente. Y los primeros filósofos, desde Platón hasta Leibniz, habían mantenido la<br />

mente humana abierta al pensamiento de que tras las transformaciones físicamente<br />

perceptibles del universo hay una idea.<br />

FECHAS CORREGIDAS ACERCA DEL DESCUBRIMIENTO DE LA<br />

EVOLUCIÓN<br />

Todo esto, recuérdenlo, era el estado de cosas en el período predarwiniano, que a<br />

muchos nos sigue pareciendo que es un período preevolutivo. El evolucionismo se<br />

puso en boga antes de que la reina Victoria subiera al trono. Permítaseme, para fijar<br />

esta cronología, repetir lo que contó Weismann de la revolución de julio de 1830 en<br />

París, cuando los franceses se desembarazaron de Carlos X. Goethe vivía todavía, y un<br />

amigo francés que f fué a visitarlo lo encontró muy agitado.<br />

-¿Qué piensa usted del gran acontecimiento? -le preguntó Goethe-. El volcán está<br />

en erupción, es todo llamas. Ya no puede haber conversaciones a puertas cerradas.<br />

El francés contestó que la cosa era terrible; pero, ¿qué se podía esperar de tal<br />

ministerio y de tal rey?<br />

-No diga bobadas -contestó Goethe-. No estoy pensando en esa gente, sino en la<br />

franca ruptura entre Cuvier y St. Hilaire en la Academia Francesa, Tiene una<br />

grandísima importancia para la ciencia.<br />

La ruptura a que se refería Goethe era acerca de la Evolución; Cuvier sostenía<br />

que había cuatro especies, y St. Hilaire que no había más que una.<br />

Entre 1830, cuando Darwin era un chico de diecisiete años que aparentemente no<br />

prometía nada, y 1859, en que lió vuelta al mundo con su Origen de las Especies, el<br />

Evolucionismo decayó algo. La primera generación de sus entusiastas iba envejeciendo<br />

y muriéndose; y a sus sucesores se les enseñaba el libro del Génesis, exactamente igual<br />

que a Eduardo VI (y que a Eduardo 'VII, si vamos a eso). Ninguno de los que conocían<br />

la teoría le añadió nada. Este decaimiento no sólo realzó la impresión de completa<br />

novedad cuando Darwin puso otra vez la cuestión en primer término; probablemente le<br />

impidió también comprender lo mucho que habían hecho ya otros, incluso su propio<br />

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abuelo, contra quien se le acusó de ser injusto. Además, no sólo prosiguió el negocio<br />

familiar. Era un trabajador completamente original y seguía una nueva pista, como<br />

veremos en seguida. En todo caso, jamás hubiera pensado mucho, como naturalista<br />

práctico que era, en las especulaciones más o menos místicas de los deístas de 1790-<br />

1830. Los trabajadores científicos estaban entonces muy cansados del leísmo. Habían<br />

dejado de lado el enigma de la Gran Causa Primera por considerarlo insoluble y, en<br />

consecuencia, se llamaban a sí mismos Agnósticos. Abandonando la inescrutable<br />

cuestión de por qué existían las cosas, se habían puesto al trabajo de azada de descubrir<br />

qué ocurría realmente en el mundo y cómo ocurría,<br />

Con toda su atención puesta en esa dirección, Darwin notó pronto que de una<br />

manera totalmente no mística y hasta sin sentido ocurrían muchas cosas que los antiguos<br />

deisto-evolucionistas habían tenido muy poco o nada en cuenta. Hoy, cuando disgustados<br />

y desilusionados nos volvemos del Neodarwinismo y el Mecanicismo al Vitalismo y a la<br />

Evolución Creadora, es difícil imaginar cómo este nuevo punto de partida de Darwin<br />

pudo parecerles a sus contemporáneos emocionante, agradable y, sobre todo, lleno de<br />

esperanzas. Permítaseme, pues, evocar un poco del ambiente de aquel tiempo, descri-<br />

biendo una escena, muy característica de sus supersticiones, en que yo tomé una parte<br />

que entonces fué considerada como inmencionable e indignante.<br />

EL DESAFIO AL RAYO: UN EXPERIMENTO FRUSTRADO<br />

Una noche de hacia 1878, estando yo, que tenía entonces veinte y pico de años, en<br />

una reunión de solteros en casa de un médico en el barrio de Kensington, en Londres, se<br />

pusieron a hablar del reavivamiento del fervor religioso y alguien contó la anécdota de<br />

un hombre a quien, por haberse burlado incautamente de la misión de Moody y Sankey,<br />

entonces famoso dueto de evangelistas norteamericanos, lo tuvieron que llevar<br />

subsiguientemente en camilla a casa, herido, por blasfemo, por la venganza divina. Una<br />

tímida minoría, sin llegar a aventurarse a poner en tela de juicio que el incidente fuera<br />

cierto -pues, naturalmente, no querían correr el riesgo de que también a ellos los tuvieran<br />

que llevar a casa en camilla- se pusieron a buscarles las cosquillas a quienes les parecía<br />

magnífico; y empezó algo que se acertaba a una discusión. Al fin, el más evangélico de<br />

los discutidores adujo que en una ocasión Charley Bradlaugh, el ateo más formidable de<br />

la tribuna secularista, sacó su reloj en público y desafió al Todopoderoso a que, si<br />

realmente existía y desaprobaba su ateísmo, lo hiciera caer muerto antes de que pasaran<br />

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cinco minutos. El principal bromista rechazó eso acaloradamente como una torpe<br />

calumnia, diciendo que Bradlaugh lo había contradicho repetidamente con indignación, e<br />

implicando que el paladín del ateísmo era un hombre demasiado piadoso para proferir tal<br />

blasfemia. La exquisita confusión de ideas despertó en mí el sentido de lo cómico. Para<br />

mí era muy claro que el desafío atribuído a Charles Bradlaugh era un experimento<br />

científico simple, directo y adecuado para comprobar si la expresión de opiniones ateas<br />

llevaba consigo algún riesgo personal. Era ciertamente el método que enseña la Biblia,<br />

donde Elías confundió a los profetas de Baal exactamente de la misma manera,<br />

zahiriendo burlonamente a su dios cuando dejó de mandar fuego desde el cielo.<br />

Conforme a eso, yo dije que si la cuestión que se debatía era la de si el castigo por poner<br />

en duda la teología de Moody y Sankey consistía en que una deidad indignada lo hiciera<br />

a uno caer muerto, de ninguna otra manera podía quedar zanjada más convenientemente<br />

que mediante el obvio experimento atribuído a Bradlaugh; y que, por lo tanto, si no lo<br />

hizo debía haberlo hecho. La omisión, añadí, se podía remediar fácilmente en aquel<br />

mismo momento, pues daba la casualidad de que yo compartía las opiniones de<br />

Bradlaugh en cuanto a lo absurdo de creer en esas violentas intromisiones de una deidad<br />

supernatural, y de cutis demasiado fino, en el orden de la naturaleza. Por lo tanto, al<br />

llegará eso saqué mi reloj.<br />

El resultado fué electrizante. Ni los escépticos ni los devotos estaban preparados<br />

para soportar el resultado del experimento. Yo insté en vano a los piadosos a que<br />

confiaran en la buena puntería de su deidad con el rayo y en la justicia de su<br />

discriminación entre los inocentes y el culpable. En vano di ;e también a los escépticos<br />

que aceptaran el lógico resultado de su escepticismo. Pronto se vió que cuando se<br />

trataba de rayos no había escépticos. Nuestro anfitrión, viendo que sus huéspedes<br />

desaparecían precipitadamente si se profería el impío desafío, dejándolo solo con un<br />

solitario infiel bajo sentencia de exterminación en cinco minutos, intervino y prohibió<br />

el experimento, rogando al mismo tiempo que se cambiara de tema de conversación.<br />

Yo, por supuesto, accedí, pero no pude menos de decir que aunque no se habían pro-<br />

nunciado las temibles palabras, ya que las había formulado en mi mente era muy<br />

dudoso que las consecuencias se pudieran evitar sellando mis labios. Sin embargo, los<br />

demás dieron la impresión de que estaban seguros de que el juego se jugaría conforme<br />

a las reglas y que, mientras no dijera nada, importaba muy poco lo que yo pensara. Pero<br />

a mí me pareció que el principal del grupo evangélico estuvo un poco preocupado hasta<br />

que pasaron los cinco minutos y el tiempo siguió en calma.<br />

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EN BUSCA DE LA PRIMERA CAUSA<br />

Otro recuerdo. En aquellos tiempos pensábamos en términos de tiempo y espacio,<br />

de causa y efecto, como seguimos pensando , pero ahora no pedimos a la religión que<br />

explique completamente el universo en términos de causa y efecto y nos presente el<br />

mundo como artículo fabricado y propiedad particular de su Fabricante, Entonces sí,<br />

Nos inspiraba compasión el engaño en que vivían los paganos que creían que al mundo<br />

lo sostiene un elefante a quien sostiene una tortuga. Mahoma decidió que las montañas<br />

son pesos grandes que impiden que el mundo desaparezca volando en el espacio, Pero a<br />

aquellos orientales los refutábamos triunfalmente preguntándoles sobre qué se sostenía<br />

la tortuga. Los librepensadores preguntaban qué vino primero; la gallina o el huevo. A<br />

nadie se le ocurrió decir que, puesto que el problema final de la existencia es<br />

evidentemente insoluble y hasta impensable en términos causales, el problema de causa<br />

y efecto no podía existir, Para los religiosos esto hubiera sido puro ateísmo, pues<br />

partían de que Dios debe ser una Causa, y a veces lo llamaban la Gran Causa Primera,<br />

o, en lenguaje más selecto, la Causa Primaria. Para los racionalistas hubiera equivalido<br />

a renunciar a la razón, Aquí y allí, un hombre confesaría que estaba como con una<br />

linterna mortecina entra una densa niebla y que veía muy poco en ninguna dirección<br />

hacia el infinito. Pero no creía realmente que lo infinito fuera infinito o que la causa<br />

eterna fuera sempiterna; y suponía que todas las cosas, las conocidas y las<br />

desconocidas, obedecían a una causa.<br />

De ahí que yo me encontrara un día, a fines de la séptima década del siglo pasado,<br />

en una celda del antiguo Oratorio de Brompton, discutiendo con un jesuita a quien había<br />

llamado uno de su rebaño para que intentara convertirme al catolicismo, El universo<br />

existe, me dijo el Padre; alguien ha debido hacerlo. Si ese alguien existe, contesté,<br />

alguien ha debido hacerlo a él. Se lo admito para seguir discutiendo, dijo el jesuita. Le<br />

concedo que haya quien ha hecho a Dios. Le concedo la larga lista de autores de Dios<br />

que usted quiera, pero es impensable y absurdo que el número de ellos sea infinito: no es<br />

más difícil creer en el primero que en el cincuenta milésimo o en el cincuenta<br />

millonésimo. ¿Por qué no aceptar el primero y no seguir más, puesto que el intentar<br />

seguir adelante no va a eliminar su dificultad lógica? Con permiso de usted, le repliqué, a<br />

mí se me hace tan difícil creer que el universo se ha hecho a sí mismo como que su autor<br />

se hizo a sí mismo; en realidad, mucho más fácil, pues el universo existe visiblemente y<br />

se va haciendo a medida que sigue existiendo, mientras que lo de su hacedor es una<br />

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hipótesis. Naturalmente, no pudimos seguir discutiendo. El jesuita se levantó y dijo que<br />

él y yo éramos como dos hombres que manejaban una sierra, uno empujándola hacia<br />

adelante y otro tirando de ella hacia atrás, y sin cortar nada; pero después que habíamos<br />

dejado de hablar de aquel tema, y cuando atravesábamos el refectorio, el jesuita volvió a<br />

hablar de lo mismo y dijo que él se volvería loco si perdiera la fe. Yo, regodeándome en<br />

la robusta indiferencia de la juventud y el espíritu de lo cómico, me sentía muy a gusto y<br />

se lo dije; pero su evidente sinceridad no dejó de emocionarme.<br />

Estas dos anedotas son superficialmente triviales y hasta cómicas, pero debajo de<br />

ellas hay un abismo de terror. Revelan un estado de ánimo tan totalmente irreligioso, que<br />

la religión no significa sino la creencia en el fantasma del cuarto de niños, y su<br />

incongruencia se demuestra por un dilema lógico planteado en broma, pues ni el<br />

fantasma ni el dilema tienen nada que ver con la religión, ni son lo suficientemente serios<br />

para impresionar o confundir a ningún niño de más de seis años debidamente instruido.<br />

Apenas sabe uno qué es más espantoso: si lo abyecto de la credulidad o la frivolidad del<br />

escepticismo. El resultado era intevitable. Todos los que tenían el suficiente vigor mental<br />

se quedaron aislados en una negación vacuamente desdeñosa y discutieron, si<br />

discutieron, como yo con el jesuita. Pero su posición no era cómoda intelectualmente. Un<br />

miembro del Parlamento expresó lo incómodo que se sentía cuando, oponiéndose a que<br />

se admitiera a Charles Bradlaugh en el Parlamento, dijo: "íQué caramba, un hombre debe<br />

creer en algo o en alguien!" Era fácil tirar el fantasma al tacho de basura, pero, así y<br />

todo, el mundo, nuestro rincón del universo, no parecía ser un puro accidente:<br />

manifestaba en todas direcciones pruebas de que existía un designio. Detrás de él había<br />

una mente y un propósito. Como hubiera dicho el parlamentario que se oponía a<br />

Bradlaugh, detrás de algo debe haber alguien: ningún ateo podía saltar por encima de<br />

eso.<br />

EL RELOJ DE PALEY<br />

Paley había expuesto el argumento en una forma al parecer incontrovertible. Si uno<br />

encontrara un reloj lleno de un mecanismo exquisitamente adaptado para producir una<br />

serie de operaciones conducentes a cumplir un propósito central midiendo para la<br />

humanidad el trascurso del día y la noche, ¿podría creer que no era la obra de un hábil<br />

artífice que lo había ideado y hecho para aquel fin? Pues bien, aquí teníamos algo más<br />

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admirable que un reloj: un hombre con sus órganos maravillosamente dispuestos, con<br />

cuerdas y equilibradores, vigas y pilares, sistemas circulatorios con caños y válvulas,<br />

membranas indicadoras, retortas químicas, carburadores, ventiladores, enchufes y<br />

desenchufes, trasmisores telefónicos en los oídos, lentes y registradoras de luz en los<br />

ojos; ¿era concebible que fuera la obra del azar, que ningún artífice hubiera intervenido,<br />

que no hubiera en él ningún propósito, designio ni inteligencia rectora? Eso era increíble,<br />

En vano dijo Helmholtz que "el ojo tiene todos los defectos que se pueden encontrar en<br />

un instrumento óptico y hasta algunos que le son peculiares" y que "si un óptico intentara<br />

venderme un instrumento que tuviera todos esos defectos, yo me consideraría muy jus-<br />

tificado para reprocharle en los términos más fuertes su desidia y devolverle su<br />

instrumento". Desacreditar la destreza del óptico no era desembarazarse de ¿l. El ojo<br />

podría no estar hecho tan inteligentemente como pensaba Paley, pero se hizo de algún<br />

modo, y lo hizo alguien.<br />

Y en ese punto volvía a repetirse mi discusión con el jesuita. Era fácil decir que todo<br />

hombre se hace sus propios ojos; en realidad, los embriólogos lo habían sorprendido<br />

cuando se los estaba haciendo. Y del evidente propósito que lo movía a hacérselos, ¿qué?<br />

¿Para qué quería ver sino para extender su conciencia, su conocimiento y su poder? Ese<br />

propósito actuaba en todas partes, y tenía que ser algo más grande que el hombre indi-<br />

vidual que se hacía sus propios ojos, Pero el admitir eso parecía implicar que al fantasma<br />

se le permitía volver; tan inextricablemente habíamos conseguido mezclar la creencia en la<br />

existencia del fantasma con la creencia en que en el universo existía un designio.<br />

EL IRRESISTIBLE GRITO DE ¡ORDEN, ORDEN!<br />

Los jóvenes y desdeñosos leones científicos y filosóficos de hoy no deben reprochar a<br />

la Iglesia Anglicana el ser la causa de esta confusión ideológica, En 1562, convocada en<br />

Londres "para evitar la diversidad de opiniones y establecer el consenso acerca de la<br />

verdadera religión", proclamó en primer término, como artículo de fe, que Dios carece de<br />

"cuerpo, partes o pasiones", o, como decimos nosotros, que es un Elan Vital o Fuerza Vital,<br />

Desgraciadamente, ni a los padres de familia, ni a los sacerdotes, ni a los pedagogos, se les<br />

pudo inducir a que adoptaran ese artículo. San Juan pudo decir que "Dios es espíritu"; nuestra<br />

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reina Elizabeth pudo ratificar dicho artículo una y otra vez; nuestros teólogos serios podían<br />

pensar, con toda la hondura de que eran capaces, que un Dios con cuerpo, partes y pasiones<br />

no podía ser más que un ídolo antropomórfico, Nada de eso importaba; la mayoría de la gente<br />

no podía concebir un Dios que no fuera antropomórfico, y, aferrándose a las leyendas del<br />

Antigo Testamento acerca de un Dios cuyas partes vió uno de los patriarcas, finalmente<br />

opuso contra la Iglesia un Dios que, lejos de carecer de cuerpo, partes y pasiones, no se<br />

componía más que de eso, y las pasiones eran además muy malas. Aquella gente le impuso<br />

en la práctica este ídolo a la Iglesia misma, a pesar del Primer Artículo, y con ello produjo<br />

homeopáticamente el ateo, cuyo rechazo de Dios era simplemente un rechazo del ídolo y una<br />

manifestación contra una idolatría insoportable y nada cristiana. El ídolo, como señaló<br />

Shelley, a quien por eso lo echaron de Oxford, era un malvado todopoderoso con mala fama y<br />

un ilimitado poder, rencoroso, cruel, celoso, vengativo y físicamente violento, Los maestros<br />

de escuela más viles y los padres de familia más tiránicos se quedaban muy cortos al intentar<br />

imitarlo. Pero no fueron sus defectos sociales los que desacreditaron aquella idea, Lo que la<br />

hizo intolerable científicamente es que estaba dispuesta a trastornar en cualquier momento<br />

todo el orden del universo con la provocación más insolente, bien deteniendo el sol en el<br />

valle de Ajalón, bien mandando muerto a casa al ateo sobre una camilla improvisada (la<br />

camilla improvisada era indispensable para recalcar que el ateo no estaba preparado y que, no<br />

pudiendo salvarse arrepintiéndose en su lecho de muerte, subsiguientemente se achicharró<br />

por toda la eternidad en llamas sulfurosas). Fué ese desorden, esta negativa a obedecer las<br />

leyes de la naturaleza, la que creó la necesidad científica de destruirlo, La ciencia no podía<br />

tolerar un dios injusto; y la naturaleza estaba llena de padecimientos e injusticias. Pero un<br />

dios desordenado era imposible. En la Edad Media se llegó a una transacción mediante la<br />

cual se reconocieron dos clases diferentes de verdad, la religiosa y la científica, para que un<br />

hombre ilustrado pudiera decir que dos y dos eran cuatro sin que por eso lo quemaran por<br />

hereje. Pero el siglo XIX se imbuyó de una ignorancia entrometida, presuntuosa, de simple<br />

saber leer y escribir, social y políticamente poderosa, pero que ni Santo Tomás de Aquino ni<br />

siquiera Roger Bacon hubieran podido concebir; y la ciencia fué estrangulada por unos<br />

fanáticos ignorantones que invocaban la infalibilidad para su interpretación de la Biblia, que<br />

era considerada, no como literatura, ni siquiera como libro, sino en parte como un oráculo<br />

que respondía a todas las cuestiones y las zanjaba, y en parte como un talismán que los<br />

soldados tenían que llevar en sus bolsillos del pecho o que las personas que temían a los<br />

fantasmas debían poner debajo de la almohada, En las vidrieras se exhibían Biblias marcadas<br />

por balazos, regalos hechos por madres a sus hijos y con los que les salvaron la vida, pues los<br />

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fusiles de aquel tiempo, que se cargaban por la boca, no podían perforar con un proyectil<br />

tantas páginas.<br />

EL MOMENTO Y EL HOMBRE<br />

Esta superstición de un continuo y caprichoso desorden en la naturaleza, de un<br />

legislador que era también un infractor de las leyes, creó ateos en todas direcciones<br />

entre la gente inteligente y de mente ágil, Pero el ateísmo no explicaba el reloj de<br />

Paley. El ateísmo no explicaba nada, e incumbía a la ciencia explicar todo lo que fuera<br />

fácilmente explicable. A la ciencia no le servía para nada la mera negación; lo que se<br />

quería entonces, sobre todo, era la demostración de que las pruebas de un designio se<br />

podían explicar sin recurrir a la hipótesis de un artífice personal. El genio que<br />

admitiendo los hechos de Paley le demostrara su insensatez descubriendo un m¿todo<br />

por el que los relojes pueden existir sin relojero, podía estar seguro de que los<br />

pensadores de su tiempo lo acogerían como jamás se había acogido hasta entonces a<br />

ningún filósofo natural.<br />

Cuando maduró el tiempo apareció el genio: se llamaba Charles Darwin. Ahora<br />

bien, ¿qué fué lo que Darwin descubrió realmente?<br />

Me temo que aquí voy a necesitar una vez más la ayuda de la jirafa, o<br />

camileopardo, como se le llamaba en tiempo del celebrado Buffon, No recuerdo cómo<br />

se impuso ilustrativamente este animal en la controversia sobre la Evolución, pero<br />

entonces no se podía prescindir de él y yo soy lo suficientemente anticuado para no po-<br />

der prescindir de él ahora, ¿Cómo llegó a tener su cuello largo? Lamarck hubiera dicho<br />

que queriendo alcanzar las hojas más tiernas de la copa de un árbol e intentándolo hasta<br />

que consiguió el cuello largo que quería tener. Había también otra respuesta posible:<br />

que algún criador Prehistórico quiso producir una curiosidad natural y seleccionó los<br />

animales de cuello más largo que pudo encontrar y siguió produciéndolos hasta que al<br />

fin la selección intencionada, exactamente igual que en los caballos de carrera o en los<br />

pavos reales, produjo un animal con un cuello anormalmente largo. Pero observarán<br />

ustedes que ambas explicaciones implican una idea consciente, voluntad, designio,<br />

propósito, bien por parte del propio animal, bien por parte de una inteligencia superior<br />

que fiscaliza su destino. Darwin señaló -y eso nada más f ué su famoso descubrimiento-<br />

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que había una tercera explicación que no implicaba ni propósito ni designio por parte<br />

del animal ni por parte de nadie. Si el cuello de uno es demasiado corto para alcanzar el<br />

alimento, uno se muere. Esta puede ser la simple explicación del hecho de que todos los<br />

animales que han sobrevivido y que se alimentan de hojas de árboles tienen un cuello o<br />

una trompa suficientemente larga para alcanzarlas. Ahí queda destruida la creencia de<br />

que los cuellos han tenido que ser ideados para que alcancen la comida. Pero Lamarck<br />

no creía que los cuellos hubieran sido ideados así en un principio, sino en que fueron<br />

producto del deseo y de los esfuerzos. No necesariamente, dijo Darwin. Consideren el<br />

efecto de la multiplicación natural del número de jirafas según Malthus. Supongan que<br />

la estatura media de los animales que comen hojas es de cuatro pies y que su numero va<br />

aumentando hasta que llega un momento en que ya se han comido todos los árboles que<br />

no se alzan más que cuatro pies del suelo. Entonces los animales a los gane les faltan<br />

una o dos pulgadas para tener la estatura media se morirán de hambre. Los demás, que<br />

tienen una o dos pulgadas más de estatura que el promedio, se alimentarán mejor y<br />

serán más fuertes que los otros. Se asegurarán las parejas más fuertes y altas, y su<br />

progenie sobrevivirá mientras los que tienen una estatura media y por bajo de la media<br />

se extinguirán. Este proceso, mediante el que las especies ganan, digamos, una pulgada<br />

en alcance, se repetirá hasta que el cuello de la jirafa sea tan largo como para poder<br />

encontrar siempre comida a su alcance, punto en el que, por supuesto, el proceso<br />

selectivo se detiene y se detiene también el crecimiento del cuello de la jirafa. De otro<br />

modo, crecería hasta que pudiera mordiscar los árboles de la luna. Y esto, obsérvenlo<br />

ustedes, sin intervención de un criador divino o humano y sin intención, propósito,<br />

designio, ni siquiera idea consciente más allá del ciego deseo de saciar el hambre. Es<br />

cierto que este ciego deseo, que en realidad es voluntad de vivir, pone todo al des-<br />

cubierto, pero, en fin, comparado con el desear e intentar con los ojos abiertos, de<br />

Lamarck, el proceso darwiniano se puede describir como un capítulo de accidentes.<br />

Como tal, parece sencillo porque no se comprende desde un principio todo lo que<br />

implica. Pero en cuanto empieza uno a ver todo lo que significa, el corazón se le con-<br />

vierte a uno en un montoncito de arena. Encierra un horrible idealismo, reduce<br />

espantosa y condenablemente la belleza e inteligencia de la fuerza y del propósito, del<br />

honor y la aspiración, a cambios tan pintorescamente accidentales como los de un alud<br />

en un paisaje o un accidente ferroviario en una figura humana. Llamar a eso Selección<br />

Natural es una blasfemia, posible para muchos para quienes la Naturaleza no es sino<br />

una agregación casual de materia inerte y muerta, pero eternamente imposible para los<br />

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espíritus y almas de los justos. Si no es una blasfemia, sino una verdad científica, no<br />

podemos seguir invocando las estrellas del cielo, las lluvias y el rocío, el invierno y el<br />

verano, el fuego y el calor, las montañas y las colinas, para exaltar al Señor con<br />

nuestro encomio, La obra de todos esos elementos consiste en rnodificar todas las<br />

cosas haciendo que se muera de hanibre o asesinando todo lo que no tenga<br />

suficiente suerte para sobrevivir en la lucha universal por la pitanza.<br />

EL BORDE DEL ABISMO SIN FONDO<br />

Así llegó el cuello de la jirafa a cruzar todos los cielos y a hacer creer a los<br />

hombres que lo que veían era el crepúsculo de los dioses, Pues si este género de<br />

selección podía transformar a un antílope en una jirafa, era concebible que<br />

transformara a un pozo lleno de amebas en la Academia Francesa. Aunque la manera<br />

de Lamarck, la manera de vivir, la voluntad, la aspiración y el logro seguían siendo<br />

posibles, también era posible la nueva manera indicada del hambre, la muerte, la<br />

estupidez, la falsa ilusión, la casualidad y la mera supervivencia, que era ciertamente<br />

la manera en que habían ocurrido muchas transformaciones al parecer<br />

inteligentemente ideadas. Si yo no hubiera empezado por el preludio de la<br />

aparentemente ociosa narración de cómo verifiqué el método controversional de<br />

Elías, se me preguntaría cómo fué que al explorador que abrió ese abismo de<br />

desesperación, lejos de lapidarlo o crucificarlo como destructor del honor de la raza y<br />

del propósito del mundo, se lo aclamó como Liberador, Salvador, Profeta, Redentor,<br />

Iluminador, Rescatador, Esperanzador y Hombre que hizo Época, mientras al pobre<br />

Lamarck se le dejó de lado como tosco y fracasado adivinador que apenas era digno<br />

de que se le mencionara como a un precursor equivocado, A la luz de mi anécdota, la<br />

explicación es obvia.<br />

Lo primero que hizo el abismo fue, tragarse a Paley, y al Desordenado Ideador<br />

y al Enemigo Todopoderoso de Shelley, y a todo el resto de estupideces<br />

seudorreligiosas que habían obstruido el camino arriba y adelante desde que todas las<br />

esperanzas del hombre se habían vuelto hacia la ciencia como Salvadora. Parecía una<br />

tumba tan conveniente que al principio nadie notó que no era sino un abismo sin<br />

fondo, que ahora se ha convertido en un verdadero terror. Porque aunque Darwin<br />

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dejó a su alrededor un sendero para su alma. sus seguidores cavaron en seguida en<br />

toda su amplitud. Pero por el momento no hubo más que una loca alegría, una festiva<br />

celebración científica. Nos había oprimido tanto la idea de que todo lo que ocurría en<br />

el mundo era el acto personal y arbitrario de un dios de carácter tan peligrosamente<br />

celoso y y cruel, que hasta el aliviar los dolores de parto y utilizar el cloroformo en<br />

la mesa de operaciones era considerado como algo a que había que oponerse como<br />

una intromisión en sus disposiciones, que lo disgustaría, que nos precipitamos al<br />

encuentro de Darwin, Cuando le preguntaron a Napoleón qué iba a ocurrir cuando<br />

muriera, dijo que Europa expresaría su intenso alivio con un gran "¡Uf!" Pues bien;<br />

cuando Darwin mató al dios que se oponía al cloroformo, todos los que habían<br />

pensado en eso exclamaron; "¡Uf!" Paley quedó enterrado a mucha profundidad con<br />

su reloj, al que ya se le había encontrado una explicación completa sin ningún<br />

artífice. Todos nos alegramos tanto de habernos desembarazado de los dos, que no<br />

nos paramos a pensar en las consecuencias. Cuando un preso ve abierta la puerta de<br />

su mazmorra, se apresura a salir sin pararse a pensar dónde conseguirá la comida<br />

afuera. En el momento que averiguarnos que podíamos prescindir intelectualmente<br />

del enemigo todopoderoso de Shelley, el preso se dirigió al abismo, que no parecía ser<br />

más que un tacho de basura, con una decisión que hizo de nuestras vidas uno de los<br />

períodos más asombrosos de la historia. Si yo le hubiese dicho a mi tío que antes de<br />

que pasaran treinta años desde el día de nuestra conversación me expondría yo a las<br />

sospechas de la más grosera superstición poniendo en tela de juicio la suficiencia de<br />

Darwin, manteniendo la realidad del Espíritu Santo, y declarando que el fenómeno del<br />

Verbo que se hace Carne ocurre todos los días, me hubiera tenido por el loco más<br />

absurdo que jamás había producido nuestra familia. Pero así era. En 1906 podía yo<br />

haber vituperado a Jehová hasta con más vehemencia que Shelley, sin provocar<br />

protesta alguna en ningún círculo de pensadores ni sorprender desagradablemente a<br />

ningún público acostumbrado a las discusiones modernas; pero cuando describí a<br />

Darwin como "un inteligente y diligente criador de palomas", esa irreverencia<br />

blasfema, como pareció, fué recibida con horror e indignación. La marea ha cambiado,<br />

y cualquier atrevidillo puede decir lo que quiera sobre Darwin; pero quien quiera saber<br />

lo que era ser lamarckiano en el último cuarto del siglo XIX, no tiene más que leer los<br />

recuerdos que de Samuel Butler escribió Festing Jones, para ver basta qué punto un<br />

hombre genial podía quedar aislado por ser antagonista de Darwin, por un lado, y de la<br />

Iglesia por otro.<br />

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POR QUÉ DARWIN CONVIRTIÓ A LA MULTITUD<br />

Me doy perfecta cuenta de que al describir el efecto que Darwin produjo en los<br />

naturalistas y las personas capaces de reflexionar sobre la naturaleza y atributos de Dios<br />

dejo de lado a la vasta masa del público inglés.<br />

He dicho en otra parte que la nación inglesa no se compone de ateos y Plymouth<br />

Brothers; y no voy a pretender que alguna vez se compuso de darwinianos y lamarckia-<br />

nos. El ciudadano medio es irreligioso y acientífico; se le puede hablar de cricket y de<br />

golf, de precios de mercado y de política de partidos, pero no de evolución y relatividad,<br />

de transustanciación y predestinación. Nadie le meterá en la cabeza la fatal distinción<br />

entre la Evolución, como la promulgó Erasmus Darwin, y la Selección Circunstancial<br />

(llamada Natural) que reveló su nieto. Con todo, la doctrina de Charles le llegó al ciu-<br />

dadano medio, mientras que la de Erasmus le pasó por encima de la cabeza. ¿Por qué no<br />

popularizó Erasmus Darwin la palabra Evolución con tanta eficacia como Charles?<br />

La razón fué, creo yo, que la Selección Circunstancial es más fácil de entender, más<br />

visible y concreta que la evolución lamarckiana, La evolución como filosofía y fisiología<br />

de la voluntad es un proceso místico que sólo puede comprender el pensador preparado,<br />

apto y comprensivo. Aunque los fenómenos del uso y desuso, del querer algo e intentar<br />

conseguirlo, de la manufactura de hombres forzudos transformando hombres de fuerza<br />

corriente, son bastante familiares como hechos, son extremadamente desconcertantes<br />

como temas de pensamiento y lo llevan a uno a la metafísica en el momento en que trata<br />

de encontrarles una explicación. Pero los aficionados a las palomas y a los perros, los<br />

jardineros, los criadores de ganado y los mozos de cuadra pueden comprender la<br />

Selección Circunstancial porque se ocupan de producir transformaciones imponiendo<br />

sobre flores y animales una Selección Desde Afuera. Lo único que Darwin tenía para<br />

decirles era que el mero capítulo de accidentes está haciendo constantemente en una<br />

inmensa escala lo que ellos hacen en una escala muy pequeña. Apenas hay en ninguna casa<br />

de campo inglesa un peón que no haya llevado una lechigada de gatitos o perritos al balde<br />

para ahogarlos a todos menos al que le parece más prometedor. Lo único que un hombre de<br />

ésos tiene que aprender en cuestión de supervivencia de los más aptos es que actúa de más<br />

maneras que las que él ha observado; porque sabe perfectamente, como lo pueden comprobar<br />

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ustedes si no son demasiado orgullosos para hablar con él, que esta clase de selección ocurre<br />

también naturalmente (en el sentido darwiniano); y que, por ejemplo, un invierno duro matará<br />

a un niño débil como el balde de agua mata a un cachorro débil. Además, allí está el labrador.<br />

El Touchstone shakesperiano se llevó una desagradable sorpresa al ver en el pastor un<br />

filósofo natural y dijo que por nada del mundo tomaría él parte en la selección sexual de<br />

carneros y ovejas. En cuanto a la producción de nuevas especies mediante la selección de<br />

variaciones, no es nada nuevo para el jardinero. Por eso, para quien le sean familiares estos<br />

tres procesos -la sobrevivencia de los más aptos, la selección sexual, y la variación que lleva<br />

a nuevas especies, no hay en Darwin nada que lo deje perplejo.<br />

Ese fué el secreto de la popularidad de Darwin. Nunca dejó perplejo a nadie. Si<br />

pocos hemos leído El origen de las especies del principio al fin, no es porque recargue<br />

demasiado nuestro cerebro, sino porque lo vemos en conjunto y estamos dispuestos a<br />

aceptarlo mucho antes de que hayamos llegado al último de los innumerables casos e<br />

ilustraciones en que principalmente consiste el libro. Darwin llega a hacerse aburrido de<br />

la misma manera que un hombre que insiste en seguir demostrando su inocencia después<br />

que lo han absuelto. Se le asegura que no queda ni una mancha en su reputación y se le<br />

ruega que se vaya del juzgado, pero le parecerá que las pruebas siguen siendo<br />

insuficientes y le hará oír a uno todas las que existen en el mundo. Darwin era un hombre<br />

diligentísimo. Su paciencia, su perseverancia, su conciencia, llegaban al límite humano.<br />

Pero nunca penetró debajo de los hechos ni se elevó por encima de ellos más de lo que lo<br />

pudiera seguir un hombre corriente. No se dió cuenta de que suscitó una cuestión<br />

estupenda, porque, aunque se suscitó instantáneamente, no era eso lo que le interesaba.<br />

Tenía plena conciencia de haber descubierto un proceso de transformación y<br />

modificación que explicaba gran parte de la historia natural. Pero no lo expuso como si<br />

explicara toda ella. Lo puso bajo el título de Evolución, aunque, aun en el mejor de los<br />

casos, no era sino una seudoevolución; pero lo reveló como un método de la evolución,<br />

no como el método de la evolución. No pretendía que excluía otros, ni que fuera el<br />

principal. Aunque demostró que muchas transformaciones que habían sido consideradas<br />

como adaptaciones funcionales (la frase corriente para la evolución lamarckiana) se<br />

debían ciertamente o era concebible que se debieran a la Selección Circunstancial, puso<br />

cuidado en no proclamar que había reemplazado a Lamarck o que desaprobaba la<br />

Adaptación Funcional. En pocas palabras, no era darwiniano, sino un honesto naturalista<br />

que trabajaba en su tarea con tan poca preocupación por la especulación teológica, que<br />

jamás disputó con la pequeña secta evangélica en cuya f e había nacido, y siguió siendo<br />

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hasta el fin el alma simpática y de fácil trato social que había sido en su adolescencia,<br />

cuando sus padres dudaban de si serviría para gran cosa en el mundo.<br />

CÓMO CORRIMOS HACIA ABAJO POR UNA PENDIENTE MUY<br />

INCLINADA<br />

No nos pasó lo mismo a nosotros, los demás intelectuales. Todos empezamos a<br />

irnos al diablo con la mayor alegría. Todo el que tenía una mentalidad capaz de cambiar<br />

de modo de pensar, cambió. Sólo Samuel Butler, sobre quien Darwin actuó<br />

homeopáticamente, reaccionó furiosamente contra él, izó al tope del mástil la bandera<br />

lamarckiana, manifestó con penetrante exactitud que Darwin había "desterrado del<br />

universo a la mente", y hasta, no pudiendo soportar el hecho de que el autor de una<br />

doctrina tan aborrecible fuera un hombre simpático y recto, atacó su fama personal,<br />

Nadie le prestó atención. La creciente marea del darvinismo lo sumergió tan com-<br />

pletamente, que cuando Darwin quiso aclarar la confusión en que Butler basaba sus<br />

ataques personales, sus amigos, muy tontamente y por snobismo, lo convencieron de que<br />

Butler era un hombre de demasiada mala intención y demasiado desdeñable para que se<br />

le contestara. Importaba poco que fueran incapaces de reconocer que Butler era un<br />

hombre genial; lo que importaba era que no podían comprender la provocación que lo<br />

enfurecia. Entendían que desterrar del universo a la mente era una gloriosa iluminación y<br />

emancipación que hacía que Butler fuera un ignorante desagradecido. Aun hoy, cuando<br />

la eminencia de Butler es indiscutible y su biógrafo, Destin Jones, goza de una boga<br />

como la de Boswelll o Lochart, sus memorias lo muestran más bien como un<br />

desagradable ejemplo de los malos modales polémicos de un sacerdote rural que como<br />

un profeta que intentó llevarnos atrás cuando, bailando alegremente, íbamos a nuestra<br />

condenación por el puente de arco iris que el darwinismo había tendido sobre el abismo<br />

que separa a la vida y la esperanza de la muerte y la desesperación. Nosotros éramos<br />

unos intelectuales embriagados con la idea de que el mundo podía hacerse a sí mismo sin<br />

designio, propósito, destreza o inteligencia: en pocas palabras, sin vida. Pasábamos<br />

completamente por alto la diferencia entre la modificación de las especies mediante la<br />

adaptación a su ambiente y la aparición de nuevas especies: añadíamos la palabra<br />

"variaciones" o la palabra "deportes" (es curioso que un científico llamara deporte a un<br />

factor desconocido, en vez de llamarlo x) y dejábamos que se "acumularan" y nos<br />

explicaran la diferencia entre una cacatúa y un hipopótamo. Frases así nos dejaban en<br />

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libertad de regodearnos demostrando a los Vitalistas y adoradores de la Biblia que en<br />

cuanto admitimos la existencia de cualquier clase de fuerza y estiramos el pasado hasta<br />

considerarlo como un tiempo ilimitado en que esa fuerza pueda actuar accidentalmente,<br />

se puede concebir que, por acción de la Selección Circunstancial, esa fuerza produzca un<br />

mundo en que cada función tenga un órgano perfectamente adaptado para ejercerla y<br />

que, por lo tanto, presente todo el aspecto de haber sido ideado para ese fin, como el reloj<br />

de Paley, por un artífice consciente e inteligente. Encontrábamos un perverso placer en<br />

alegar, sin sospechar lo más mínimo que nos reducíamos a nosotros mismos al absurdo,<br />

que todos los libros de la biblioteca del Museo Británico pudieron haber sido escritos<br />

palabra por palabra, tal como estaban en los estantes, aunque ningún ser humano hubiera<br />

tenido jamás conciencia de ellos, exactamente igual que los árboles, sin darse cuenta,<br />

hacen cosas admirables en los bosques.<br />

Y los darwinianos fueron mucho más allá al negar conciencia a los árboles,<br />

Weismann insistió en que el pollito sale automáticamente de su cáscara; en que la ma-<br />

riposa, al lanzarse al aire para evitar el ataque del lagarto "no quiere evitar la muerte,<br />

ignora la muerte", y que lo que ocurre es simplemente que un instinto de vuelo, producido<br />

por la Selección Circunstancial, reacciona prontamente a una impresión visual producida<br />

por los movimientos del lagarto. Su prueba es que la mariposa se posa inmediatamente<br />

otra vez sobre la flor y repite su actuación cada vez que se le abalanza el lagarto, con lo<br />

que indica que en la experiencia no aprende nada -termina Weismann- y que hace<br />

inconscientemente lo que hace.<br />

A un observador tan curioso no se le debía haber escapado que cuando el gato salta<br />

a la mesa del comedor, si se le pone en el suelo, instantáneamente vuelve a subir a ella, y<br />

finalmente establece su derecho a un puesto sobre el mantel, convenciéndolo a uno de<br />

que si se lo pone en el suelo cien veces, subirá de un salto a la mesa una vez más; de<br />

modo que el que quiera tener su compañía durante la comida, no la puede tener más que<br />

aceptando sus propias condiciones, Si Weismann pensaba realmente que los gatos obran<br />

así inconscientes de todo propósito, inmediato o ulterior, debía de conocer muy poco a<br />

los gatos. Un weismannista concienzudo, si de aquellos tiempos de locura sobrevive<br />

alguno, argüiría que en este momento no tengo yo plena conciencia de lo que estoy<br />

haciendo; que el que yo escriba estas líneas y ustedes las lean son efectos de la Selección<br />

Circunstancial; y que la prueba de que estoy escribiendo inconscientemente es que,<br />

llevando ya cuarenta años de escribir de esta misma manera, sin producir, que yo vea,<br />

ningún efecto visible en la opinión pública, debo de ser incapaz de aprender en la<br />

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experiencia, y por lo tanto un mero autómata. Y la demostración weismannista de esto<br />

sería, por supuesto, otro efecto, igualmente inconsciente, de la Selección Circunstancial.<br />

EL DARWINISMO ES IRREFUTABLE EN ÚLTIMA INSTANCIA<br />

No se apresuren a decir que eso es inconcebible. Para la Selección Circunstancial<br />

todas las reacciones mecánicas y químicas son posibles, con tal que se acepten los<br />

cálculos de los geólogos acerca de la gran era de la tierra y, por lo tanto, se conceda<br />

tiempo suficiente para que actúen las circunstancias. Es cierto que la mera sobreviven-<br />

cia de los más aptos en la lucha por la existencia, más la selección casual, fracasa tan<br />

irremisiblemente al explicar la obra de toda la vida del propio Darwin como al explicar<br />

mis habilidades como ciclista; pero, ¿quién puede probar que no hay otros factores sin<br />

alma inobservados e indescubiertos, que no requieren sino imaginación suficiente para<br />

ajustarlos a la evolución de un Jesús o un Shakespear automáticos? Cuando le dicen a<br />

uno que es producto de la Selección Circunstancial, no lo puede uno refutar<br />

definitivamente. Lo único que puede uno decirle, desde el fondo de su convicción, al<br />

que se lo dice, es que es un necio y un embustero. Pero como esto, aunque sea inglés,<br />

es descortés, es más prudente ofrecerle la contraseguridad de que uno es producto de la<br />

evolución lamarckiana, que antes se llamaba Adaptación Funcional y ahora Evolución<br />

Creadora, y desafiarlo a que lo refute, cosa que él no puede refutar mejor de lo que<br />

puede uno refutar la Selección Circunstancial, pues es<br />

concebible que ambas fuerzas sean capaces de producir cualquier cosa si se les da<br />

suficiente tiempo. También se le puede desafiar a que obre, nada más que por una hora,<br />

partiendo de la suposición de que puede cruzar Oxford Street en un estado de<br />

inconsciencia, confiando en que sus reflejos reaccionarán automáticamente y con<br />

prontitud a la impresión visual producida por un autobús y a la audible producida por su<br />

claxon. Pero si se permite uno desafiarle a que explique mediante la Selección<br />

Circunstancial un acto cualquiera de uno mismo, si el contradictor es bastante ingenioso y<br />

se esfuerza en encontrar una explicación, debería poder encontrar alguna que se ajustara<br />

bien al caso. Darwin encontró varias de esas explicaciones en sus controversias, Todo el<br />

que realmente quiere creer que el universo ha sido producido por la Selección<br />

Circunstancial en colaboración con una fuerza tan inhumana como a nosotros nos parece<br />

el magnetismo, puede encontrar, si se esfuerza, una excusa lógica para su creencia.<br />

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TRES RATONES CIEGOS<br />

El entontecimiento y la estupidez resultantes se pueden ilustrar comparando la<br />

facilidad y certidumbre con que Butler llegó a conclusiones humanas e inspiradoras<br />

partiendo de las grotescas estupideces y crueldades de la ociosa y tonta controversia que<br />

se suscitó entre los darwinianos acerca de si los hábitos adquiridos se pueden trasmitir de<br />

padres a hijos. Consideren ustedes, por ejemplo, cómo se puso a trabajar Weismann<br />

sobre este asunto. Un evolucionista dotado de una mente viva tendría que empezar por<br />

dejar caer la expresión popular "hábitos adquiridos", porque para él no hay ni puede<br />

haber otros, pues un hombre no es sino una ameba con adquisiciones. Después tendría<br />

que considerar detenidamente el proceso mediante el cual él mismo ha adquirido sus<br />

hábitos. Tendría que suponer que los hábitos con que nació debieron ser adquiridos por<br />

un proceso similar. Tendría que saber qué es un hábito, es decir, un acto intentado<br />

voluntariamente hasta que ha llegado a ser más o menos automático e involuntario; y<br />

nunca debería ocurrírsele que exista la posibilidad de que lesiones o accidentes causados<br />

por fuentes externas, contra la voluntad de la víctima, puedan establecer un hábito; que,<br />

por ejemplo, una familia adquiera el de morir en accidentes ferroviarios.<br />

Sin embargo, Weismann se puso a investigar ese punto portándose como la mujer<br />

del carnicero del viejo cuento. Juntó una colonia de ratones y les cortó la cola. Luego<br />

esperó a ver si sus hijos nacían sin cola. No nacieron así, como se lo podía haber dicho<br />

Butler de antemano. Entonces les cortó la cola a los hijos y esperó a ver si los nietos<br />

nacían al menos con colas más cortas. Tampoco ocurrió así, como se lo podía haber<br />

vaticinado yo; y, con la paciencia y diligencia de que los científicos se jactan, les cortó<br />

también la cola a los ratones nietos y esperó, lleno de esperanzas, a que los bisnietos<br />

nacieran sin cola. Pero las colas que trajeron al mundo fueron las corrientes, como se lo<br />

podía haber profetizado a Weismann cualquier lerdo. Weismann infirió entonces que<br />

los hábitos adquiridos no se pueden trasmitir. Sin embargo, Weismann no era un<br />

imbécil nato. Era un hombre excepcionalmente inteligente y estudioso que no carecía<br />

de raíces de imaginación y filosofía, que el darvinismo había matado en él como malas<br />

hierbas. ¿Cómo pudo ser que no viera que no estaba experimentando con hábitos o<br />

características? ¿Cómo se le pasó por alto el hecho evidentísimo de que su experimento<br />

se había hecho durante muchas generaciones en China con los pies de las mujeres, sin<br />

que produjera la menor tendencia por su parte a nacer con pies anormalmente<br />

pequeños? Debía de estar enterado de lo de los pies fuertemente vendados, aunque<br />

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ignorara las mutilacions y el corte de orejas y de rabos que los criadores de perros y de<br />

caballos venían practicando durante muchas generaciones de desdichados animales.<br />

Esa asombrosa ceguera y estupidez, por parte de un hombre que no era ciego ni<br />

estúpido por naturaleza, es una expresiva ilustración de lo que Darwin hizo<br />

inintencionadamente en las mentes de sus discípulos cuando dirigió su atención tan<br />

exclusivamente hacia el principio de que la parte que la Evolución desempeña en la<br />

Evolución por accidente y violencia opera con total indiferencia hacia el padecimiento<br />

y el sentimiento.<br />

Una vital concepción de la Evolución le hubiera enseñado a Weismann que los<br />

problemas biológicos no se resuelven agrediendo a ratones. La forma científica de su<br />

experimento debía haber sido algo como lo siguiente: Primero, debía haberse procurado<br />

una colonia de ratones muy susceptibles a la sugestión hipnótica. Después, debía<br />

haberlos hipnotizado hasta inculcarles la urgente convicción de que el destino del mundo<br />

ratonil dependía de la desaparición de su cola, como algún antiguo y olvidado<br />

experimentador parece que convenció a los gatos de la isla de Man. Habiendo así<br />

conseguido que los ratones desearan con una intensidad de vida-o-muerte perder sus<br />

colas, pronto habría visto unos pocos ratones nacidos con una cola corta o sin cola. Éstos<br />

hubieran sido reconocidos por los demás ratones como seres superiores y hubieran<br />

gozado de privilegios en la distribución de comida y en la selección sexual. Finalmente,<br />

a los ratones con cola los ejecutarían sus compañeros por monstruos, y quedaría<br />

completamente logrado el milagro de los ratones rabones.<br />

La objeción a este experimento no es que parezca demasiado gracioso para que se<br />

lo tome en serio, ni suficientemente cruel para espantar a la plebe, sino simplemente<br />

que es imposible, porque el experimentador humano no puede llegar a la mente del<br />

ratón. Y eso es lo que tienen de malo todas las crasas crueldades de los laboratorios.<br />

Los secuaces de Darwin no pensaron en eso. Su única idea de la investigación consistía<br />

en imitar a la "Naturaleza" perpetrando violentas e insensatas crueldades, y en observar<br />

su efecto con un fatalismo paralizante que les impedía el esfuerzo mas pequeño para<br />

utilizar sus cuchillos y sus ojos, con lo que establecieron la abominable tradición de que<br />

el hombre que titubea en ser tan cruel como la propia Selección Circunstancial es un<br />

traidor a la ciencia. Porque el experimento de Weismann con los ratones era una mera<br />

broma en comparación con las atrocidades cometidas por otros darwinianos en sus<br />

ensayos para demostrar que las mutilaciones no se podían trasmitir. No hay duda de<br />

que los peores de estos experimentos no tenían nada de tales, sino que eran crueldades<br />

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cometidas por hombres crueles a quienes atraía al laboratorio el hecho de que era un<br />

refugio secreto, tolerado por la ley y la superstición pública, para el aficionado a<br />

torturar apasionadamente. Pero no hay razón para sospechar de que Weismann era un<br />

sádico. El cortar la cola a varias generaciones de ratones no es bastante voluptuoso para<br />

tentar a un Nerón científico. No era más que una muestra de lo que produce el ver sólo<br />

con un ojo; y fué Darwin el que le saltó a Weismann el ojo humano y sensato. Darwin<br />

cegó y paralizó también a otros muchos ojos. Desde que proclamó que el creador y<br />

gobernador del universo es la Selección Circunstancial, el mundo científico ha sido la<br />

ciudadela de la estupidez y la crueldad. Por mucho que los hebreos temieran al dios<br />

tribal, ninguno se estremecía al pasar por delante de la pequeña Bethel o de la más<br />

orgullosa catedral que consagra las guerras, como nos estremecemos nosotros ahora al<br />

pasar por delante de un laboratorio fisiológico. Si temíamos al sacerdote y desconfiá-<br />

bamos de él, por lo menos le podíamos impedir la entrada a nuestra casa; pero, ¿qué<br />

podemos hacer con el moderno cirujano darwinista a quien tememos y de quien des-<br />

confiamos diez veces más, pero en cuyas manos tenemos que ponernos de cuando en<br />

cuando? La religión la habían envilecido lamentablemente, pero al menos proclamaba<br />

que las relaciones de cada uno de nosotros con nuestros semejantes eran las de un<br />

compañerismo en que todos éramos iguales y miembros uno de otro ante la justicia de<br />

nuestro padre común. El darvinismo proclamó que nuestra verdadera relación es de<br />

competidores y combatientes en una lucha por la mera sobrevivencia, y que todo acto<br />

de compasión o de lealtad al antiguo compañerismo es una vana y pícara tentativa para<br />

amenguar la severidad de la lucha y preservar variedades inferiores frente a los<br />

esfuerzos de la Naturaleza para extirparlas. Hasta en las Sociedades socialistas que<br />

existían únicamente para sustituir a la ley de la competencia con la del compañerismo y<br />

al método de precipitarse violentamente por una pendiente al mar con el de la previsión<br />

y prudencia, me vi yo considerado como un blasfemo y un sentimental ignorante,<br />

porque cuando se predicaba la doctrina neodarwiniana yo no intentaba ocultar mi<br />

desdén intelectual hacia su ciega tosquedad y su superficialidad lógica, ni mi natural<br />

aborrecimiento de lo que tiene de asqueantemente inhumana.<br />

LA MÁS GRANDE DE LAS CUALIDADES ES EL<br />

AUTODOMINIO<br />

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Como en el darvinismo no hay sitio para la voluntad libre, ni para ninguna clase<br />

de libertad, los neodarwinianos sostienen que lo que se conoce con el nombre de<br />

autodominio no existe. Sin embargo, la única cualidad que la Selección Circunstancial<br />

debe invariable e inevitablemente desarrollar a la larga es el autodominio. Las<br />

cualidades no fiscalizadas se pueden seleccionar para la sobrevivencia y desarrollo<br />

durante ciertos períodos y bajo ciertas circunstancias. Por ejemplo, siendo los glotones<br />

ingobernables quienes más se esfuerzan para conseguir comida y bebida, sus esfuerzos<br />

desarrollarían su fuerza y astucia en un período de gran escasez en que por más que se<br />

esforzaran no conseguirían comer demasiado. Pero un cambio de circunstancias que<br />

implicara una abundante provisión de comida los destruiría. Vemos que eso mismo<br />

ocurre bastante a menudo en el caso del hombre pobre sano y vigoroso que en uno de<br />

los accidentes de nuestro comercio competitivo se hace millonario e inmediatamente<br />

procede a cavar su fosa con sus dientes. Pero el hombre que se domina a sí mismo<br />

sobrevive a todos esos cambios de circunstancias, porque se adapta a ellas y no come,<br />

ni tanto como lo que le cabe ni tan poco como para ir simplemente tirando, sino la<br />

cantidad que le sienta bien. ¿Qué es el autodominio? No es sino un sentido vital muy<br />

desarrollado que domina y regula los meros apetitos. Pasar por alto la existencia misma<br />

de este supremo sentido, no caer en la obvia inferencia de que es la cualidad que<br />

distingue a los más aptos para sobrevivir; en pocas palabras, omitir el más alto título<br />

moral de la Selección Evolutiva: todo esto, que los neodarwinianos hacían en nombre<br />

de la Selección Natural, demostraba la más lamentable falta de dominio de su propio<br />

asunto, la más pobre falta de observación de las fuerzas sobre las que actúa la Selección<br />

Natural.<br />

UNA MUESTRA DE INVECTIVA LAMARCKO-<br />

SHAWIANA<br />

Los filósofos vitalistas no cometieron errores como ésos. Nietzsche, por ejemplo,<br />

cuando estaba incubando su gran verdad central de la Voluntad de Poder, en vez de<br />

ponerse a cortar colas a los ratones no encontró ninguna dificultad para llegar a la<br />

conclusión de que el objetivo final de esta Voluntad era el poder sobre uno mismo, y que<br />

los que buscan el poder sobre otros y bienes materiales seguían una pista falsa.<br />

Naturalmente, el entontecimiento se fué agudizando a medida que iban muriendo<br />

los primeros darwinianos. El prestigio de estos exploradores, que para construir dis-<br />

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ponían de la precedente cultura evolutiva y en realidad no eran más darwinianos, en el<br />

sentido moderno, que el propio Darwin, dejó de deslumbrarnos cuando murieron Huxley,<br />

Tyndall, Spencer y Darwin y no nos quedaron más que personas de menor cuantía que<br />

aquéllos, que empezaron en Darwin y no tomaron nada más. En consecuencia, veo que<br />

en el año 1906 me dejé llevar por mi temperamento para lanzar invectivas a los neodar-<br />

winianos en los siguientes términos:<br />

"Realmente no quiero insultar, pero cuando pienso en estos pobres lerdos que se<br />

asen precariamente al ángulo de la evolución que hasta un escarabajo puede comprender,<br />

con su cortejo de Torquemadas de tres al cuarto que chapalean en las infamias del<br />

laboratorio del vivisector y nos ofrecen solemnemente, como descubrimientos que hacen<br />

época, sus demostraciones de que los perros se debilitan y mueren si no se les da de<br />

comer, que el dolor intenso hace sudar a los ratones y que si a un perro se le amputa una<br />

pata el perro de tres patas tiene un hijo de cuatro, me pregunto qué es lo que ha hechí-<br />

zado a hombres inteligentes y humanos para dejarse impresionar por esta pandilla de<br />

necios, granujas, impostores, falsarios, mentirosos, y, aún peor, tontos conscientemente<br />

crédulos, Sería mil veces mejor que volvieran Moisés y Supergeon (un famoso<br />

predicador de entonces). Al fin y al cabo, a Moisés no se le puede entender sin<br />

imaginación ni a Spurgeon sin metafísica; pero sin imaginación, metafísica, poesía,<br />

conciencia o decencia se puede ser un perfecto neodarwiniano. Porque la Selección<br />

Natural carece de significación moral: trata de la parte de la evolución que carece de<br />

propósito y de inteligencia y a la que mejor se le podría llamar selección accidental, y,<br />

aún mejor, Selección No Natural, pues nada hay menos natural que un accidente. Si se<br />

pudiera demostrar que todo el universo es producto de una selección así, sólo los tontos y<br />

los granujas podrían soportar la vida."<br />

LOS HUMANITARIOS Y EL PROBLEMA DEL MAL<br />

Pero los humanitarios se pusieron al principio tan contentos como el que más. Estaban<br />

perplejos ante el Problema del Mal y la Crueldad de la Naturaleza. Eran shelleyanos, pero no<br />

ateos. Quienes creían en Dios se encontraban en gran desventaja con los ateos, No podían<br />

negar la existencia de hechos naturales tan crueles, que atribuírselos a la voluntad de Dios es<br />

hacer de Dios un demonio. A toda persona que pensara un poco se le hacía imposible creer en<br />

Dios sin creer también en el Diablo. El Diablo pintado, con sus cuernos, su cola barbada y su<br />

morada de azufre ardiente, era un fantasmón increíble, pero el mal que se le atribuía era real;<br />

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y los ateos argüían que o el autor del mal, si existe, tenía fuerza bastante para triunfar de<br />

Dios, o Dios es responsable moralmente de todo lo que le permite al Diablo hacer. Ninguna<br />

de estas conclusiones nos libraba del horror de atribuir la crueldad de la naturaleza a la<br />

actuación de una mala voluntad, ni la conciliaba con nuestros impulsos hacia la justicia, la<br />

caridad y una vida superior.<br />

La Selección Circunstancial ofreció una completa liberación, es decir, un método<br />

mediante el que, teniendo los horrores todo el aspecto de ser elaboradamente planeados<br />

por un arbitrista inteligente, no son sino accidentes que carecen totalmente de significado<br />

moral. Supongamos que un observador ve desde una estrella un espantoso accidente de<br />

dos trenes que, llenos de viajeros, chocan a toda velocidad, ¿Cómo podría suponer que una<br />

catástrofe producida por unas maquinarias tan complicadas, tan ingeniosamente<br />

preparadas, tan hábilmente dirigidas y con un espíritu tan vigilante, había sido in-<br />

intencionada? ¿No llegaría a la conclusión de que los señaleros eran unos diablos?<br />

Pues bien, la Selección Circunstancial es en gran parte una teoría de choques, esto<br />

es, una teoría de la inocencia de muchas cosas al parecer diabólicamente ideadas. De esta<br />

manera les trajo Darwin a los humanitarios un gran alivio, así como un conocimiento más<br />

amplio de los hechos, Destruyó, para ellos, la omnipotencia de Dios,<br />

pero también disculpó a Dios de la horrible acusación de que era cruel.<br />

Reconozcamos que el consuelo fue superficial, y que una reflexión más honda<br />

mostraría que peor que todas las diabólicas deidades es un ciego, sordo, mudo,<br />

desalmado e insensato cúmulo de fuerzas que golpean como golpea un árbol cuando<br />

lo derriba el viento, o como hiere un rayo al propio árbol. Esto no se les ocurrió por el<br />

momento a los humanitarios: la gente no reflexiona mucho en el primer transporte de<br />

alegría por haber escapado de una situación intolerablemente opresiva. Como el<br />

peregrino de Bunyan, no podían ver el portón de mimbre, ni el Cenagal del<br />

Abatimiento, ni el castillo del Gigante Desesperación; pero vieron al fin del sendero la<br />

luz brillante y se dirigieron alegremente hacia ella como Evolucionistas.<br />

Y tenían razón, porque el problema del mal se somete fácilmente a la Evolución<br />

Creadora. Si el poder impulsante detrás de la Evolución no es impotente sino en el<br />

sentido de que no parece haber límite a lo que puede lograr en último extremo, y si<br />

entretanto debe luchar con la materia y las circunstancias por el método de tanteo y<br />

error, el mundo debe de estar lleno de experimentos fracasados. Cristo puede<br />

encontrarse con un tigre, o un Gran Sacerdote mano a mano con un Gobernador ro-<br />

mano, y ser los menos aptos para sobrevivir en esas circunstancias. Mozart puede ser<br />

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un hombre genial que prevalece sobre emperadores y arzobispos, y tener unos<br />

pulmones que sucumben frente a una deletérea cualidad de un aire viciado, Si nuestras<br />

calamidades son accidentes o errores de quienes su autor se arrepiente sinceramente,<br />

no hay ninguna malicia en la Crueldad de la Naturaleza ni un Problema del Mal en el<br />

sentido en que se entendía en tiempo de la reina Victoria. A la teología de las mujeres<br />

que nos dijeron que se hicieron ateas cuando miraron a las cunas de sus hijos y los<br />

vieron estrangulados por la mano de Dios, le ha sucedido la teología de Blanco<br />

Posnet, con su: "Me figuro que f ué al principio cuando Hizo el crup. No se Le ocurrió<br />

entonces nada mejor; pero cuando se le estropeó en Sus manos, nos hizo a ti y a mí<br />

para que lucháramos en Su nombre contra el crup."<br />

CÓMO UN TOQUE DE DARWINISMO ESTABLECE EL<br />

PARENTESCO DE TODAS LAS COSAS<br />

Otro interés humanitario en el darvinismo era que Darwin popularizó la Evolución<br />

en general, además de aportar su propia contribución. Ahora bien, el concepto general de<br />

la Evolución proporciona al humanitario una base científica porque establece la igualdad<br />

fundamental de todos los seres vivos, Hace que el matar un animal sea un crimen,<br />

exactamente en el mismo sentido que hace que el matar a un hombre sea un crimen. Es<br />

necesario a veces matar hombres, como es siempre necesario matar a los tigres; pero la<br />

Evolución ha borrado la antigua distinción teórica entre esos dos actos. Cuando yo era<br />

niño y me dijeron que nuestro perro y nuestro loro, con quienes yo estaba en las<br />

relaciones más íntimas, no eran seres como yo sino seres brutos, mientras yo era<br />

racional, no sólo no lo creí, sino que consciente e intelectualmente me formé la opinión<br />

de que la distinción era falsa; tanto que más tarde, cuando me revelaron por primera vez<br />

las opiniones de Darwin, dije inmediatamente que todo aquello lo había averiguado por<br />

mí mismo antes de cumplir diez años; y estoy muy lejos de tener la seguridad de que mi<br />

arrogancia juvenil no estaba justificada, pues lo único que se necesita para hacer que la<br />

Evolución sea no sólo una teoría concebible, sino también inspiradora, es este sentido del<br />

parentesco de todas las formas de la vida. San Antonio estaba maduro para la teoría de la<br />

Evolución cuando predicó a los peces, y San Francisco cuando llamó hermanitos a los<br />

pájaros. Nuestra vanidad y nuestro concepto snob de que la Divinidad, como la realeza<br />

terrenal, es una suprema distinción de clase en vez de ser la roca sobre que se asiente la<br />

Igualdad, nos han llevado a insistir en que Dios nos ha ofrecido unas condiciones<br />

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especiales al ponernos aparte y por encima del resto de sus criaturas. La Evolución nos<br />

quitó esa vanidad, y aunque ahora matemos una pulga sin el menor remordimiento, al<br />

menos sabemos que hemos matado a una prima nuestra. Indudablemente, la pulga se<br />

lleva una horrorosa sorpresa cuando el ser a quien una todopoderosa Pulga Celestial creó<br />

para que sirva de alimento a las pulgas destruye a la saltarina señora de la creación con<br />

su cortante y enorme uña del dedo pulgar; pero ninguna pulga será tan necia como para<br />

predicar que el Hombre, al matar pulgas, aplica un método de Selección Natural que<br />

acabará por producir una pulga tan veloz que no habrá hombre capaz de atraparla, y con<br />

una constitución tan vigorosa que el polvo matainsectos no le hará más efecto que la<br />

estricnina a un elefante.<br />

POR QUÉ DARWIN CONTENTÓ A LOS SOCIALISTAS<br />

No fueron los humanitarios los únicos, entre los agitadores, en acoger bien a<br />

Darwin. Darwin tuvo la suerte de complacer a todo el que quería ventilar algunas opi-<br />

niones. Los militaristas fueron tan entusiastas como los humanitarios, los socialistas y<br />

los capitalistas. A los socialistas los animaba especialmente la insistencia de Darwin en<br />

la influencia del ambiente, Quizá el baluarte moral más firme del capitalismo sea la<br />

creencia en la eficacia del sentido individual de lo justo, Robert Owen hizo<br />

desesperados esfuerzos para convencer a los ingleses de que sus masas de criminales,<br />

borrachos, ignorantes y estúpidos eran víctimas de las circunstancias; de que si<br />

estableciéramos su nuevo mundo moral veríamos que las masas nacidas en una<br />

colectividad ilustrada y moral serían también ilustradas y morales. La respuesta natural<br />

a esto se encuentra en la Vida de Goethe, por Lewes. Lewes se burló de la idea de que<br />

al carácter lo gobiernan las circunstancias, La semejanza de las circunstancias difícil-<br />

mente se puede llevar a un nivel más desoladamente muerto que en el caso de los<br />

individuos que nacen en casas de campo inglesas y luego los mandan primero a Eton o<br />

Harrow y después a Oxford o Cambridge para que les formen la mente y los hábitos. Si<br />

algo pudiera destruir la individualidad, sería eso. Sin embargo, de una educación como<br />

ésa salen individuos tan distintos como Pitt y Fox, Lord Russell y Lord Curzon,<br />

Winston Churchill y Lord Robert Cecil. Si la jirafa puede desarrollar su cuello a fuerza<br />

de intentarlo, un hombre puede desarrollar su carácter de la misma manera. La vieja<br />

frase de que "querer es poder" condensa en un proverbio la teoría lamarckiana de la<br />

adaptación funcional. Esto les pareció a los espíritus fuertes alentadoramente moral, y<br />

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tranquilizadoramente piadoso a los espíritus débiles. Entonces la réplica más eficaz a<br />

un socialista era decirle que se reformara a sí mismo antes de pretender reformar la<br />

sociedad, Al rico le era muy agradable pensar que su superioridad la debía a su propio<br />

carácter, La revolución industrial había hecho monstruosamente ricos a numerosos<br />

codiciosos sin ningún talento. Nada podía ser para ellos más humillante y amenazador<br />

que la opinión de que la lluvia de oro que les había entrado en sus bolsillos era tan<br />

meramente accidental, en nuestro sistema industrial, como la lluvia de agua que caía<br />

sobre sus paraguas, Nada, tampoco, más halagador y fortificante que la suposición de<br />

que eran ricos porque eran virtuosos.<br />

El darwinismo barrió ese concepto individual de lo justo, e hizo más que justificar<br />

a Robert Owen: descubrió que el ambiente ejerce en un organismo una influencia más<br />

patente que la que decía Owen, Esa influencia implica que los haraposos callejeros son<br />

producto de tugurios y no del pecado original; que las prostitutas son producto de<br />

salarios de hambre y no de la concupiscencia femenina. Volcó también la autoridad de la<br />

ciencia sobre el socialista que dijo que quien quiera reformarse a sí mismo debe empezar<br />

por reformar la sociedad. Sugirió que para que haya ciudadanos sanos y ricos se ne-<br />

cesitan ciudades sanas y ricas, y que éstas no pueden existir sino en países sanos y ricos,<br />

Así se podía llegar a la conclusión de que el tipo de persona indiferente al bienestar de<br />

sus vecinos mientras su propio apetito quede satisfecho es un tipo desastroso, y que el<br />

tipo de persona que se preocupa hondamente de su ambiente es el único posible para una<br />

colectividad permanentemente próspera, Mostró que los sorprendentes cambios que<br />

Robert Owen produjo en niños que trabajaban en fábricas, cambios que ahora no nos<br />

parecen demasiado generosos, no era nada en comparación con los cambios -no sólo de<br />

hábitos sino de especies, no sólo de especies sino de órdenes- concebibles por la<br />

actuación del ambiente sobre los individuos sin carácter y sin que intelectualmente se<br />

den cuenta de que ocurren. No es de extrañar que los socialistas recibieran a Darwin con<br />

los brazos abiertos.<br />

DARWIN Y KARL MARX<br />

Además, los socialistas tenían su propio profeta evolutivo, que desacreditó a<br />

Manchester como Darwin desacreditó al Paraíso Terrenal. Karl Marx había proclamado<br />

en 1848, en su Manifiesto Comunista (que ahora goza de autoridad evangélica en<br />

Rusia), que la civilización es un organismo que evoluciona irresistiblemente bajo la<br />

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selección circunstancial. En 1867 publicó el primer tomo de Das Kapital. La rebelión<br />

contra la idolatría antropomórfica, que fué, como hemos visto, el secreto del éxito de<br />

Darwin, fu¿ acompañada de una rebelión contra la respetabilidad convencional que<br />

cubría no sólo el bandidaje y piratería de los barones feudales, sino también la<br />

hipocresía, lo inhumano, el snobismo y la codicia de la burguesía, corrompida hasta el<br />

tuétano por identificar diabólicamente el éxito en la vida con las grandes ganancias. En el<br />

momento en que Marx mostró que la relación de la burguesía con la sociedad era cra-<br />

samente inmoral y desastrosa y que la encalada pared de las pecheras almidonadas<br />

ocultaba y defendía la más infame de las tiranías y el más vil de los latrocinios, se<br />

convirtió en un profeta inspirado para todas las almas generosas a quienes les llegó el<br />

libro. Marx dijo y demostró lo que esas almas querían que demostrara, y después no<br />

estaban dispuestas a oír nada contra él, Ahora bien, Marx no era infalible: sus principios<br />

económicos, medio tomados de otros, medio hechos en casa por un amateur literario, no<br />

eran, si se seguían, ni siquiera favorables al socialismo. Su teoría de la civilización la<br />

había promulgado ya Buckle en su Historia de la Civilización, libro que para sus<br />

lectores fu¿ tan trascendental como Das Kapital. En el primer tomo de Das Kapital,<br />

que se leyó mucho, no se hablaba de socialismo; sus referencias a los obreros y a los<br />

capitalistas mostraban que Marx no había respirado jamás el aire industrial, y que su<br />

argumentación la había extraído de publicaciones oficiales en el Museo Británico.<br />

Comparado con Darwin, no parecía tener facultades de observador: en Das Kapital no<br />

había ni un solo hecho que no hubiera sacado de algún libro, ni un argumento no iniciado<br />

por otro en algún folleto. Eso no tenía ninguna importancia, pues Darwin expuso a la<br />

burguesía y acabó con su prestigio moral. Bastaba con eso para que por el momento,<br />

como Darwin, tuviera a la Voluntad Mundial agarrada de una oreja. Marx tenía, además,<br />

lo que Darwin no tenía: un implacable y fino don literario judío, con una terrible fuerza<br />

de odio, invectiva, ironía y todas las amargas cualidades engendradas por la opresión que<br />

un sistema social incompatible con él sometió a un joven genial y un tanto mimado<br />

(Marx era el hijo mimado de una familia de buena posición) y después por el exilio y la<br />

pobreza. Así, Marx y Darwin derribaron juntos dos ídolos estrechamente relacionados y<br />

se convirtieron en profetas de dos nuevos credos.<br />

POR QUÉ DARWIN GUSTó TAMBIÉN A LOS<br />

APROVECHADORES<br />

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Pero, ¿cómo, si eso era así, consiguió Darwin triunfar también entre los<br />

capitalistas? No es fácil contentar a dos mundos cuando uno de ellos predica la guerra de<br />

clases y el otro la practica vigorosamente, La explicación es que el darwinismo estaba<br />

tan estrechamente ligado con el capitalismo, que Marx lo consideró más como un pro-<br />

ducto económico que como una teoría biológica, Darwin tomó su principal postulado -la<br />

presión de la población sobre los medios de subsistencia disponibles -del tratado de<br />

Malthus sobre la Población, como tomó del geólogo Lyell, quien deshizo el cálculo<br />

bíblico que el arzobispo Ussher hizo de la edad de la tierra, diciendo que contaba 4004<br />

años anteriores a Cristo más los años posteriores, el otro postulado de que para que<br />

aquella presión sea efectiva se necesita un tiempo prácticamente ilimitado. Los tratados<br />

de los economistas ricardianos sobre la Ley de la Renta Decreciente, que no era más que<br />

la versión que la escuela manchesteriana dió de la jirafa y los árboles, fueron atacados<br />

violentamente cuando Darwin era un hombre joven. En realidad, el descubrimiento de<br />

los fisiócratas franceses en el siglo XVIII sobre el efecto económico de la Selección<br />

Comercial en los suelos y los sitios, y el de Malthus acerca de la competencia por la<br />

subsistencia -que se atribuía a la presión de la población sobre los medios disponibles-<br />

había llevado ya la ciencia política al irrespirable ambiente de fatalismo que es la plaga<br />

característica de Darwin. Mucho antes de que Darwin publicara ni una línea, los<br />

economistas ricardo-malthusianos predicaban la doctrina fatalista del Fondo de Salarios<br />

y aseguraban a los obreros que el sindicalismo es un vano desafío a las inexorables leyes<br />

de la economía política, como los neodarwinianos nos aseguraron poco después que la<br />

legislación contra el alcoholismo era un vano desafío a la Selección Natural y que la<br />

verdadera manera de combatir el alcoholismo consiste en dejar que la ginebra barata<br />

inunde el país y que sobrevivan los más aptos. El cobdenismo no consiste, al fin y al<br />

cabo, sino en encomendar el comercio a la Selección Circunstancial.<br />

Sería difícil exagerar la importancia que una vasta propaganda política y clerical<br />

del ambiente moral del darwinismo tuvo para su preparación. Nunca en la historia, que<br />

yo sepa, se había intentado persuadir a la especie humana tan resueltamente, con tantos<br />

subsidios, con tal organización política, de que todo el progreso, toda la prosperidad,<br />

toda la salvación, individual y social, dependen de una incontenida lucha por comida y<br />

dinero, de la supresión y eliminación de los débiles por los fuertes, del Librecambio, de<br />

la Libertad de Contratar y Competir, de la Libertad Natural, del Laisser-faire: en suma,<br />

de "hundir impunemente al prójimo" declarando que son "contrarias a las leyes<br />

económicas" toda intromisión de un gobierno guía, toda organización excepto la policial<br />

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para proteger el fraude legalizado si la gente empieza a pegar puñetazos, todo intento de<br />

introducir en el torbellino industrial un designio, una previsión y un propósito humanos,<br />

Hasta los proletarios simpatizaban con eso, aunque para ellos la libertad capitalista sólo<br />

significaba la esclavitud del salario sin las salvaguardias legales de que gozaban los<br />

siervos. La gente estaba cansada de gobiernos, reyes, sacerdotes y providencias y quería<br />

ver cómo arreglaría la Naturaleza las cosas si se le dejara sola, Y lo vieron, a su propia<br />

costa, cuando Lancashire consumió nueve generaciones de esclavos asalariados en una<br />

generación de amos, Pero sus amos, que cada día eran más ricos, estaban muy contentos;<br />

y Bastiat demostró convincentemente que la Naturaleza había establecido Armonías<br />

Económicas que resolverían los problemas sociales mucho mejor que las teocracias, las<br />

aristocracias y las plebecracias, pues el verdadero deus ex machina era la plutocracia sin<br />

frenos.<br />

LA POESIA Y LA PUREZA DEL MATERIALISMO<br />

Así lucharon las estrellas, en su curso, a favor de Darwin. Toda facción extrajo<br />

de él una moral: todo católico, que odiaba las facciones, basó en él una esperanza; todo<br />

canalla se sintió justificado por él; todo santo se sintió estimulado por él. La idea de que<br />

una doctrina tan espléndidamente luminosa pudiera producir algún daño parecía tan<br />

tonta como la de que los ateos nos iban a robar las cucharas. Los físicos fueron más allá<br />

que los darwinianos. Tyndall dijo que veía en la Materia la promesa y potencia de todas<br />

las formas de vida, y con su gráfica lucidez irlandesa pintó un cuadro de un mundo de<br />

átomos magnéticos, cada uno con un polo positivo y otro negativo, que se organizaba a<br />

sí mismo, mediante la atracción y la repulsión, en una ordenada y cristalina estructura.<br />

Un cuadro así es peligrosamente fascinador para los pensadores oprimidos por los<br />

sangrientos desórdenes del mundo que conocemos. Ansiosos de temas de meditación<br />

más puros, encuentran en la contemplación de cristales y magnetismos una felicidad<br />

más dramática y menos infantil que la que encuentran los matemáticos en los números<br />

abstractos, porque ven en los cristales belleza y movimiento sin los corruptores apetitos<br />

de la vitalidad carnal. En un materialismo como el de Lucrecio y de Tyndall hay una<br />

nobleza que produce poesía: John Davidson encontró en él su más alta inspiración. Ni<br />

el pesimismo que contempla el enfriamiento del sol y el retorno de los hielos degrada al<br />

pesimista; por ejemplo, los Quincy Adams, con su insistencia en que la moderna<br />

degradación democrática es un inevitable resultado del achicamiento del sol, no son tan<br />

inhumanos como los viviseccionistas. Quizá nadie sea en el fondo tan bobo como para<br />

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creer que la vida está a merced de la temperatura: a Dante le tuvo sin cuidado la<br />

objeción de que ni Brunetto pudo haber vivido en el fuego ni Ugolino en el hielo.<br />

Pero los físicos se encontraron con que su visión intelectual del mundo era<br />

incomunicable a quienes no hubieran nacido teniéndola. Al público le llegó simplemente<br />

como Materialismo, y el materialismo perdió su peculiar pureza y dignidad cuando entró<br />

en la reacción darwiniana contra el fetichismo de la Biblia. Entre los dos hicieron cisco<br />

la religión; y donde había habido un dios, una causa, una f e en que el universo era un<br />

universo ordenado, por inexplicable que su orden nos pudiera parecer, quedó un vacío<br />

total. El caos volvió otra vez. Su primer efecto fue embriagador: nosotros sentimos la<br />

impresión de la libertad que siente el niño que se escapa de casa, antes de que empiece a<br />

sentir hambre, soledad y miedo. En esta fase no queríamos que volviera nuestro Dios.<br />

Imprimimos los versos en que William Blake, el más religioso de nuestros grandes<br />

poetas, llamó Viejo Papádenadie al ídolo antropomórfico y lo escarneció en términos que<br />

el impresor tuvo que dejarnos adivinar en espacios en blanco. Oíamos al sacerdote que<br />

tronaba diciendo que no hay que burlarse de Dios, y nos divertimos mucho riéndonos de<br />

Él a gusto sin que nos ocurriera nada malo, Pero no se nos ocurría que, en vez de ser una<br />

ficción ridícula, el Viejo Papádenadie podía ser sólo un impostor, y que el poner de<br />

manifiesto a este Capitán Koespenick de los cielos, lejos de demostrar que no existía un<br />

verdadero capitán, más bien demostraba lo contrario; y que, para resumir, Papádenadie<br />

no habría podido personificar a nadie si no hubiera habido un Papádealguien a quien<br />

personificar. No veíamos el significado del hecho de que en la última ocasión en que a<br />

Dios se le "expulsó con un bieldo", hombres tan distintos como Voltaire y Robespierre<br />

dijeran: uno, que si Dios no existe habría que inventarlo, y el otro, que después de<br />

intentar sinceramente prescindir de un Ser Supremo en la política práctica, la hipótesis de<br />

su existencia era completamente indispensable y no se le podía reemplazar con la simple<br />

Diosa Razón. Si se citaban estas dos opiniones, se citaban como bromas a costa de<br />

Papádenadie. Por el momento estábamos seguros de que cualquiera que fuese el resto de<br />

superstición que obsesionara a aquellos hombres del siglo XVIII, nosotros, los<br />

darwinianos, podíamos vivir sin Dios y nos habíamos desembarazado de él para siempre.<br />

LOS VIRREYES DEL REY DE REYES<br />

Ahora bien, en política es mucho más fácil prescindir de Dios que prescindir de<br />

sus virreyes, vicarios y lugartenientes; y mucho antes de que empezáramos a echar de<br />

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menos a su principal empezamos a echar de menos a sus lugartenientes. Los católicos<br />

hacen lo que les dicen sus confesores, sin molestar a Dios; y los monárquicos se<br />

contentan con adorar al rey y llamar al agente de policía. Pero a los más fieles<br />

lugartenientes de Dios les faltan a veces credenciales, Pueden ser unos ateos declarados,<br />

que son también hombres honrados y dotados de un alto espíritu público. La vieja<br />

creencia de que a Dios le importa mucho que un hombre se crea ateo o no, y que la<br />

importancia que a eso da se puede expresar con exactitud con una sola maldición, era un<br />

error; porque la divinidad está en la honra y en el espíritu público, no en un credo o non<br />

credo de labios afuera. Las consecuencias de este error fueron graves cuando la aptitud<br />

de un hombre para un cargo público se probaba, no con su honradez y espíritu público,<br />

sino preguntándole si creía en Papádenadie o no. Si decía que sí, se le consideraba apto<br />

para el cargo de Primer Ministro, aunque, como dijo nuestro sacerdote más competente,<br />

lo que aquella afirmación implicaba era que quien la profería era un lerdo, un fanático o<br />

un mentiroso. Darwin destruyó esa prueba de aptitud, pero cuando impensadamente se<br />

prescindió de ella no quedó ninguna otra; y la puerta de acceso a la confianza pública<br />

quedó abierta para el hombre que no tenía sentido de Dios porque no tenía sentido de<br />

nada que no fueran sus propios intereses, apetitos personales y ambiciones. El resultado<br />

fu¿ que la gente que no veía ningún inconveniente en no ser gobernada más por Pa-<br />

pádenadie, se encontró de pronto ante la seria inconveniencia de que le gobernaran<br />

tontos y aventureros comerciales. Se habían olvidado no sólo de Dios, sino también de<br />

Goldsmith que les advirtió de que "allí donde el comercio prevalece mucho tiempo se<br />

hunde la decencia".<br />

Los lugartenientes de Dios no siempre son personas: algunos de ellos son<br />

ficciones legales y parlamentarias. Uno de ellos es la Opinión Pública. A los estadistas y<br />

publicistas predarwinianos no los frenaba directamente Dios; se frenaban a sí mismos<br />

levantando una imagen de una Opinión Pública que no toleraría ninguna tentativa de<br />

intromisión en las libertades inglesas. Su manera favorita de decirlo era que un gobierno<br />

que se propusiera infringir tal o cual libertad inglesa no duraría ni una semana, Esto no<br />

era cierto; no había tal opinión pública, ni límite alguno a lo que el pueblo inglés aguan-<br />

taría en abstracto; ni privaciones, dentro de no empezar inmediatamente a pasar hambre,<br />

que no aguantaría en concreto. Pero este mismo desvalimiento del pueblo había obligado<br />

a sus gobernantes a fingir que el pueblo no era impotente y que la certidumbre de la<br />

resistencia popular impedía que se jugara con la Carta Magna o los derechos individuales<br />

o la autoridad del Parlamento. Ahora bien, la realidad detrás de esta ficción era que la<br />

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libertad es una necesidad vital para el progreso humano. En consecuencia, aunque era un<br />

tanto difícil efectuar una reforma política, a su adversario más exaltado no le quedaba,<br />

después de aprobada por el Parlamento, ninguna esperanza en que el gobierno la<br />

abrogaría o la archivaría, o de que se le pudiera sobornar para que dejara de aplicarla.<br />

Desde Walpole hasta Campbell Bannerman, no hubo ningún Primer Ministro a quien se<br />

le hubiera podido ocurrir que se podía renegar de una política o recurrir al soborno,<br />

aunque fueron muchos los que recurrieron a corromper, sin pararse en barras, para con-<br />

seguir los votos de miembros del Parlamento para su política.<br />

OPORTUNISMO POLITICO IN EXCELSIS<br />

En el momento en que Papádenadie murió asesinado por Darwin, la Opinión<br />

Pública, como delegada de la divinidad, perdió su santidad. Los políticos dejaron de<br />

decirse que el público inglés no toleraría esto o aquello; y se permitieron saber que para<br />

sus propios fines personales, que se limitan a permanecer diez o veinte años en las<br />

primeras bancas del Parlamento, al público inglés se le puede llevar con supercherías a<br />

creer y aguantar todo lo que a los políticos les resulta lucrativo imponerles, y que<br />

cualquier falsa disculpa puede servir para un paso impopular si no se da el brazo a torcer<br />

durante una quincena, es decir, hasta que se olviden los términos de la disculpa. El pueblo,<br />

al que no se le ha enseñado o se le ha enseñado mal, es políticamente tan ignorante e<br />

incapaz que esto no importaría mucho en sí; porque a un político que les dijera la verdad<br />

no lo entenderían, y de hecho los desorientaría más que si hablara teniendo en cuenta su<br />

ceguera en vez de su propia sabiduría. Pero aunque en este respecto no hay ninguna<br />

diferencia entre el mejor demagogo y el peor, puesto que los dos tienen que exponer su<br />

caso en iguales términos melodramáticos, hay una enorme diferencia entre el estadista que<br />

con supercherías induce al pueblo a que le dejen hacer la voluntad de Dios, sea cualquiera<br />

el disfraz con que se le pueda presentar, y el que con supercherías no persigue sino su<br />

ambición personal y los intereses comerciales de los plutócratas dueños de los diarios y<br />

que lo apoyan en términos de reciprocidad. Y hay casi una diferencia tan grande entre el<br />

estadista que hace eso ingenua y automáticamente, o que hasta lo hace diciéndose a sí<br />

mismo que es ambicioso, egoísta e inescrupuloso, y el que lo hace por principios,<br />

creyendo que si todos siguen la línea de menor resistencia el resultado será la sobrevi-<br />

vencia de los más aptos en un universo perfectamente armonioso. En cuanto se produce un<br />

ambiente de fatalismo por principio, poco importa cuáles puedan ser las opiniones o<br />

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supersticiones de los estadistas individuales en cuestión. Los ejecutantes de la política<br />

pueden ser un Kaiser lector devoto de sermones, un Primer Ministro que canta himnos<br />

emocionado, o un general católico fanático; pero la política será de un oportunismo<br />

carente de principios; y todos los gobiernos serán como el vagabundo que siempre camina<br />

a favor del viento y acaba en la miseria, o como la piedra que rueda por una montaña y<br />

acaba siendo un alud: su camino es el camino a la destrucción.<br />

LA TRAICIÓN DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL<br />

Antes de que pasaran sesenta años desde la publicación de El origen de las<br />

especies, de Darwin, el oportunismo político había llevado al descrédito a los Parla-<br />

mentos; había creado una demanda popular de acción directa por los obreros organizados<br />

("Sindicalismo"); y había destruído el centro de Europa en un paroxismo de terror<br />

crónico mutuo, de la cobardía de los irreligiosos, que, tras la máscara de bravura del<br />

patriotismo militar, había dominado a las potencias como una pesadilla desde la guerra<br />

franco-prusiana de 1870-71. El antiguo y recio liberalismo cosmopolita desapareció casi<br />

inadvertidamente. En el momento actual todas las ordenanzas para el gobierno de<br />

nuestras colonias de la Corona contienen, como la cosa más natural, prohibiciones de<br />

toda crítica, hablada o escrita, de sus funcionarios gobernantes, prohibiciones que<br />

hubieran escandalizado a Jorge III y provocado folletos liberales de Catalina II. Los<br />

estadistas temen a los suburbios, a los diarios, a los especuladores, a los diplomáticos, a<br />

los militaristas, a las casas de campo, a los sindicatos obreros, a todo lo efímero del<br />

mundo, salvo a las revoluciones que provocan; y temerían a éstas si no ignoraran<br />

demasiado la sociedad y la historia para apreciar el riesgo y saber que una revolución<br />

siempre parece sin esperanzas e imposible el día antes de que estalle y en realidad no<br />

estalla hasta que parezca imposible y sin esperanzas; porque los gobernantes a quienes<br />

les parece posible se aseguran contra el riesgo gobernando razonablemente. Esto trae una<br />

situación fatal para la estabilidad política: la de que no se sabe dónde poner a los<br />

políticos, Si sintieran temor de Dios, tal vez sería posible llegar a un acuerdo general<br />

acerca de lo que Dios desaprueba; y Europa podría organizarse sobre esa base. Pero el<br />

pánico actual, en que los Primeros Ministros van a la deriva de elecciones en elecciones,<br />

sea luchando, sea escapándose de todo el que les muestra el puño, hace que una<br />

civilización europea sea imposible. La paz y prosperidad de que gozamos antes de la<br />

guerra dependía de la lealtad de los Estados occidentales a su propia civilización.<br />

Aquella lealtad no podía encontrar expresión práctica sino en una alianza de las<br />

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Potencias occidentales altamente civilizadas contra las primitivas tiranías del Este.<br />

Inglaterra, Alemania, Francia y los Estados Unidos hubieran podido imponer la paz en el<br />

mundo y fomentar la civilización moderna en Rusia, Turquía y los Balcanes. Toda<br />

mezquina consideración debía haber dejado paso a esta necesidad de solidaridad de la<br />

civilización más alta. Lo que ocurrió de hecho fué que Francia e Inglaterra, a través de<br />

sus empleados los diplomáticos, hicieron una alianza con Rusia para defenderse contra<br />

Alemania; Alemania se alió con Turquía para defenderse contra los tres; y esas dos<br />

combinaciones suicidas y nada naturales chocaron en una guerra que se acercó más a ser<br />

la guerra de exterminio que ninguna otra desde los tiempos de Timur el Tártaro; mientras<br />

que los Estados Unidos se mantuvieron apartados todo el tiempo que pudieron y los<br />

demás Estados hicieron lo mismo o se unieron a la refriega llevados por la coacción, el<br />

soborno o su propio juicio acerca de cuál era el sol que más iba a calentar, Y en el<br />

momento actual, aunque la lucha principal ha cesado después de la rendición de<br />

Alemania en condiciones que los victoriosos nunca han soñado en cumplir, subsiste la<br />

exterminación por el bloqueo y el hambre, que fué lo que obligó a Alemania a rendirse,<br />

aunque se puede tener la seguridad de que si los vencidos se mueren de hambre también<br />

se van a morir de hambre los victoriosos y Europa liquidará sus asuntos, no declarándose<br />

en quiebra, sino en el caos.<br />

Se observará que, fundamentalmente, todo esto no era sino una idiota tentativa por<br />

parte de cada país beligerante para asegurarse para sí la ventaja de la supervivencia de los<br />

más aptos a través de la Selección Circunstancial. Si las Potencias occidentales hubieran<br />

seleccionado a sus aliados inteligentemente, vitalmente, con un fin, ad majorem Dei<br />

gloriam, como buenos europeos, como decía Nietzsche, hubiera habido una Sociedad de<br />

Naciones y no hubiera habido una guerra. Pero como la selección que se buscó fué una<br />

selección oportunista puramente circunstancial, por lo que las alianzas fueron simplemente<br />

matrimonios de conveniencia, han resultado, no sólo tan malas como se podía esperar, sino<br />

mucho peores de lo que el pesimismo más sombrío hubiera podido imaginar.<br />

LA SELECCIÓN CIRCUNSTANCIAL EN LAS FINANZAS<br />

No sabemos todavía cómo terminará todo eso. Cuando los lobos se conciertan para<br />

matar un caballo, la muerte del caballo no hace sino ponerlos a luchar uno con otro por<br />

los pedazos más sabrosos. Los hombres no son mejores que los lobos cuando no tienen<br />

mejores principios, por lo que vemos que el armisticio y el Tratado no nos<br />

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han sacado de la guerra. Un puñado de asesinos serbios nos la echó encima, como un<br />

hombre tosco que quiere divertirse echa un perro de presa a un gato; pero el Consejo<br />

Supremo, con todas sus victoriosas legiones y su prestigio no sabe sacarnos del atolladero,<br />

aunque estamos hartos y cansados de todo ello y ahora sabemos muy bien que no se debió<br />

haber permitido que estallara la guerra. Pero ante un pizarrón lleno de cifras de las Deudas<br />

Nacionales nos encontramos impotentes. Como no hay dinero para pagarlas, porque todo<br />

se gastó en la guerra (las guerras se pagan al contado), lo sensato sería pasar el trapo por el<br />

pizarrón y dejar que los Estados forcejeantes distribuyan lo que puedan, partiendo del sano<br />

principio comunista de "de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus<br />

necesidades". Pero, no: no nos quedan principios, ni siquiera comerciales, pues ¿qué<br />

comercialista cuerdo decretaría que Francia no debe pagar por no haber sabido defender su<br />

territorio; que Alemania debe pagar por haber conseguido llevar la guerra a territorio<br />

enemigo; y que como Alemania no tiene dinero para pagar y bajo nuestro sistema<br />

comercial no puede hacerlo sino convirtiéndose de nuevo en el competidor comercial de<br />

Inglaterra y Francia, cosa que ninguno de estos dos países permitirá, tiene que pedir<br />

prestado el dinero a Inglaterra, o a Estados Unidos, o hasta a Francia: arreglo mediante el<br />

cual los victoriosos acreedores se pagarán uno a otro y esperarán, a que les devuelvan su<br />

dinero, hasta que Alemania sea bastante fuerte para negarse a pagar o arruinada hasta el<br />

punto de que le sea imposible pagar? Entretanto, Rusia, reducida a un pedacito de pescado<br />

y a un poco de sopa de repollo al día, ha caído en manos de gobernantes que ven que el<br />

Comunismo Materialista es en todo caso más eficaz que el Nihilismo Materialista, y están<br />

intentando avanzar de una manera inteligente y ordenada, poniendo en práctica una<br />

enérgica Selección Intencionada de obreros como más aptos para sobrevivir que los<br />

ociosos; entretanto las Potencias occidentales van a la deriva entre choques y naufragios<br />

contra rocas, en la esperanza de que, si siguen haciendo lo peor que puedan, conseguirán<br />

que sobrevivan los Seleccionados. Naturalmente sin tomarse la molestia de pensar en ello.<br />

LA HOMEOPÁTICA REACCIÓN CONTRA EL DARWNISMO<br />

Cuando la fuerza bruta de una subida de salarios que no alcanza a la subida de<br />

precios les haga ver a nuestros nihilistas, como les hizo ver a los rusos, que se están<br />

seleccionando naturalmente para la destrucción, tal vez recuerden aquello de "el<br />

despreocuparse llevó a un triste final", y empiecen a buscar una religión. El único pro-<br />

pósito de este libro es indicarles dónde la pueden encontrar. Porque, a través del chapaleo<br />

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sin dios del infiel del siglo XIX, el darwinismo ha venido actuando no sólo directamente,<br />

sino homeopáticamente, y su veneno ha congregado nuestras fuerzas vitales no sólo para<br />

resistirlo y expulsarlo, sino para llegar a una nueva Reforma y poner en su lugar una<br />

religión creíble y sana. Samuel Butler fué el primero en reaccionar contra el desprenderse<br />

de creencias, pero la cuestión la complicaron los fisiólogos, que en este asunto se<br />

dividieron en Mecanicistas y Vitalistas. Los mecanicistas dijeron que la vida no es sino<br />

acción física y química; que eso lo han demostrado en muchos casos de fenómenos<br />

llamados vitales; y que no hay razón para dudar de que, mejorando los métodos, pronto<br />

podrán demostrarlo en todos los casos. Los vitalistas dijeron que un cuerpo muerto y un<br />

cuerpo vivo son idénticos física y químicamente, ya que la diferencia no se puede explicar<br />

más que con la existencia de una Fuerza Vital. Esto parece simple, pero los<br />

antimecanicistas se opusieron a que les llamaran vitalistas (evidentemente el nombre más<br />

adecuado para ellos) Por dos razones contradictorias. Primero, porque la vitalidad es<br />

inadmisible científicamente, pues no se puede aislarla ni experimentar con ella en el<br />

laboratorio. Segundo, porque la fuerza, que por definición es todo lo que puede alterar la<br />

velocidad o dirección de la materia en movimiento (en pocas palabras, que puede vencer a<br />

la inercia) es un concepto esencialmente mecanicista. Con esto vimos al Nuevo Vitalista<br />

medio librándose del Antiguo Vitalista, oponiéndose a que se le llamara de ninguna de las<br />

dos maneras, e incapaz de orientar claramente en la nueva dirección. No podía haber un<br />

antagonismo más profundo. Al postular una fuerza vital, los Antiguos Vitalistas<br />

establecían un concepto relativamente mecánico contra la divina idea de la vida que se le<br />

insufló a Adán por la nariz de arcilla, con lo que adquirió un alma viva. Los nuevos<br />

vitalistas, imbuídos, por sus experimentos de laboratorio, de un sentido de lo milagroso de<br />

la vida, que iba mucho más allá que la imaginación, relativamente mal informada, de los<br />

autores del Libro del Génesis, miraron a los Antiguos Vitalistas como a mecanicistas que<br />

habían intentado llenar el abismo que hay entre la vida y la muerte con una frase huera que<br />

denotaba una fuerza física imaginaria, Estas luchas profesionales entre facciones son<br />

efímeras, y no tenemos por qué ocuparnos aquí de ellas. El antiguo vitalista, que en<br />

esencia era materialista, evolucionó hasta convertirse en el nuevo vitalista, quien, como en<br />

último término debe ser todo científico genuino, es en último término un metafísico. Y a<br />

medida que el nuevo vitalista se vuelva de las disputas de su juventud al futuro de su<br />

ciencia, dejará de resistirse al nombre de vitalista o al inevitable, antiguo, popular y buen<br />

uso del término Fuerza, para denotar lo que metafísica y físicamente vence a la inercia.<br />

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Desde el descubrimiento de la Evolución como método de la Fuerza Vital, la<br />

religión del vitalismo metafísico ha venido ganando la precisión y determinación que se<br />

necesitaba para hacer que pueda asimilarla el hombre ilustrado y crítico. Pero en<br />

realidad siempre ha existido entre nosotros. Las religiones populares, desacreditadas<br />

por sus cardenales y obispos oportunistas, han podido mantener su prestigio gracias a<br />

santos canonizados cuyo secreto era el concepto que tenían de sí mismos de ser los<br />

instrumentos y vehículos de una aspiración y un poder divinos, concepto que en<br />

algunos momentos se convierte en una experiencia real de que están en estática<br />

posesión de dicho poder. Y encima y debajo de todo ello ha habido millones de<br />

personas humildes y oscuras, a veces totalmente analfabetas, a veces inconscientes de<br />

que tenían una religión, a veces creyentes, en su sencillez, en que los dioses, los<br />

templos y los sacerdotes defendían el concepto que ellos instintivamente tenían de lo<br />

justo, y que han conservado viva la tradición de que los buenos siguen a una luz que<br />

brilla dentro, encima y delante de ellos, que los malos no se ocupan más que de sí<br />

mismos, y que los buenos se salvan y son bienaventurados y los malos se condenan y<br />

desgracian. El protestantismo fué un movimiento hacia la consecución de una luz<br />

llamada luz interior, porque todo hombre debe verla con sus propios ojos y no aceptar<br />

la explicación que de ella le dé ningún sacerdote ni ninguna religión. Para resumir: no<br />

se trata de una nueva religión, sino más bien de redestilar el eterno espíritu de la reli-<br />

gión y extraerla de los pringosos restos de temporalidades y leyendas que hacen<br />

imposible el creer aunque en ellas descansan todas las Iglesias y todas las escuelas.<br />

RELIGIÓN Y ROMANCE<br />

Es la adulteración de la religión por la romántica palabrería sobre milagros y<br />

paraísos y cámaras de tortura la que hace que se tambalee al impacto de todo progreso<br />

científico, en vez de aclararla. Si a un chico de una aldea inglesa se le enseña que<br />

profesar una religión significa creer que los cuentos del Arca de Noé y del Paraíso Te-<br />

rrenal son literalmente ciertos por autoridad del propio Dios, y ese chico se hace artesano<br />

y va a la ciudad a vivir entre el escéptico proletariado de las ciudades, cuando las burlas<br />

de sus compañeros de trabajo le hacen pensar y ve que aquellos cuentos no pueden ser<br />

literalmente ciertos y se entera de que ni siquiera ningún obispo ingenuo finge que cree<br />

en ellos, no hace distinciones finas: inmediatamente dice que la religión es un fraude y<br />

que los sacerdotes y los maestros son unos hipócritas y unos mentirosos. Si tiene poca<br />

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conciencia se vuelve indiferente, y si tiene mucha, su indignación lo hace hostil a la<br />

religión.<br />

La misma rebelión contra las falsas doctrinas predicadas desenfrenadamente está<br />

ocurriendo todos los días en las clases profesionales cuyo recreo es la lectura y cuyo<br />

deporte intelectual es la controversia. Destierran la Biblia de sus casas y a veces ponen<br />

en manos de sus desdichados hijos unos tratados de ética y racionalismo, obligando a los<br />

desgraciados niños a tragarse de una sentada discursos de conferenciantes secularistas<br />

(yo mismo he pronunciado algunos de ellos) que los matan de aburrimiento por ser de<br />

una longitud que la costumbre prohibe ahora en los púlpitos regulares. Nuestras mentes<br />

han reaccionado con tal violencia hacia teoremas demostrablemente lógicos y hacia<br />

hechos mecánicos o químicos demostrables, que hemos llegado a ser incapaces de com-<br />

prender la verdad metafísica y tratamos de desprendernos de mentiras increíbles y<br />

estúpidas, recurriendo a mentiras creíbles e inteligentes, llamando a Satanás para que ex-<br />

pulse a Satanás y cayendo cada vez más en sus garras en el proceso. Así, al mundo lo<br />

conservan cuerdo no tanto los santos como la vasta masa de los indiferentes, que ni<br />

actúan ni reaccionan en este asunto. La predicación que Butler hizo del evangelio de<br />

Laodicea fu¿ una muestra de sentido común basada en que había observado eso.<br />

Pero la indiferencia no guiará a las naciones a través de la civilización hasta que se<br />

establezca la perfecta ciudad de Dios. Un estadista indiferente es una contradicción de<br />

términos; y un estadista que es indiferente por principio, un doctrinario Laisser-Faire o<br />

Avanzar a Trancas y Barrancas, nos hace a la larga una mala pasada. Nuestros estadistas<br />

deben tener una religión por las buenas o las malas, y, como hemos aceptado el sufragio<br />

universal, debe ser una religión que se pueda vulgarizar. El pensamiento expresado por<br />

primera vez con palabras por los Mill cuando dijeron: "No hay Dios, pero esto es un<br />

secreto de familia", y que los estadistas y los diplomáticos aristocráticos han sostenido<br />

mucho tiempo, sin decirlo, no nos sirve ahora; porque a la civilización no se la puede<br />

reavivar, después de la guerra, mediante la respiración artificial: es indispensable la<br />

fuerza impulsante de un consentimiento popular que no esté engañado; y será imposible<br />

hasta que el estadista pueda apelar a los instintos vitales del pueblo en términos de una<br />

religión común. El éxito del grito de "¡Ahorcad al Kaiser!" en las últimas elecciones<br />

generales, nos indica, y da miedo, cómo la demagogia miope puede utilizar una irreligión<br />

común; y la irreligión común destruirá la civilización, a menos que se le oponga la<br />

religión común.<br />

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EL PELIGRO DE LA REACCIÓN<br />

Y aquí surge el peligro de que cuando comprendamos eso haremos exactamente lo<br />

mismo que hace medio siglo y que lo que hizo Pliable en The Pilgrim's Progress cuando<br />

Christian lo desembarcó en el Fangal del Abatimiento; es decir, volver corriendo y llenos<br />

de terror a nuestras antiguas supersticiones. Saltamos de la sartén al fuego, y, ahora que<br />

sentimos más calor que nunca, tan probable es que volvamos a saltar a la sartén. La<br />

historia registra muy pocas cosas acerca de la actividad mental de las masas humanas,<br />

excepto una serie de carreras desde los errores afirmativos hasta los errores negativos y<br />

vuelta a empezar. Por lo tanto, hay que decir con mucha precisión y claridad que la<br />

bancarrota del darwinismo no significa que Papádenadie sea Papádealguien con "cuerpo,<br />

partes y pasiones"; que, después de todo, el mundo f ue hecho en el año 4004 antes de<br />

Cristo; que la condenación significa una eternidad de azufre ardiente; que la Inmaculada<br />

Concepción significa que el sexo es pecaminoso y que a Cristo lo trajo partenoge-<br />

néticamente al mundo una virgen que, de la misma manera, descendía de Eva en una<br />

larga línea de vírgenes; que la Trinidad es un monstruo antropomórfico de tres cabezas<br />

que, sin embargo, no son más que una; que en Roma el pan y el vino se convierten en el<br />

altar en carne y sangre, y que en Inglaterra, de un modo aun más místico, se convierten y<br />

no se convierten; que la Biblia es un manual científico infalible, una crónica histórica<br />

exacta y una guía completa para la conducta; que podemos mentir, estafar y asesinar y<br />

después volver a ser inocentes lavándonos en la sangre del cordero el domingo al precio<br />

de un credo y un penique puesto en la bandeja, y así sucesivamente. A la civilización no<br />

la puede salvar una gente que, además de ser tan rudimentaria como para creer esas<br />

cosas, es suficientemente irreligiosa para creer que esas creencias constituyen una<br />

religión. La educación de los niños no se puede dejar con seguridad en sus manos. Si<br />

sectas languidecientes como la Iglesia de Inglaterra, la Iglesia de Roma, la Iglesia Griega<br />

y las demás, persisten en atiborrar la mente humana dentro de los límites de estas<br />

grotescas perversiones de verdades naturales y metáforas poéticas, hay que expulsarlas<br />

inexorablemente de las escuelas hasta que perezcan envueltas en el desprecio general o<br />

descubran que el alma se oculta detrás de todos los dogmas. La verdadera guerra de<br />

clases será una guerra de clases intelectuales; y sus conquistas serán las almas infantiles.<br />

UNA PIEDRA DE TOQUE PARA EL DOGMA<br />

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La prueba de un dogma es su universalidad. Mientras la religión anglicana siga<br />

predicando una única doctrina que el brahmán, el budista, el musulmán, el parsi y otros<br />

sectarios que son súbditos ingleses no pueden aceptar, carece de un puesto legítimo en<br />

los consejos de la Comunidad Británica de Naciones y seguirá siendo lo que es ahora:<br />

una corruptora de la juventud, un peligro para el Estado y un obstáculo para la<br />

fraternidad del Espíritu Santo. Esto no se ha sentido nunca con tanta fuerza como ahora,<br />

después de una guerra en que a la Iglesia le faltó totalmente el valor de la doctrina que<br />

profesa y vendió sus lirios por los laureles de los soldados condecorados con la Cruz<br />

Victoria. Todos los gallos de la cristiandad han cantado la vergüenza de eso; y no se<br />

salvará a causa de los dos o tres fieles que se encontraron aun entre los obispos. ¡Que la<br />

Iglesia se guíe por autoridades en la materia, incluso por la mía (como fabricante<br />

profesional de leyendas) si no puede ver la verdad por sus propias luces: ningún dogma<br />

puede ser una leyenda!<br />

Una leyenda puede pasar como tal una frontera étnica, pero no como verdad;<br />

mientras que la única frontera para la moneda de un dogma sensato es la de la<br />

capacidad para comprenderlo.<br />

Esto no significa que debamos tirar la leyenda, la parábola y el drama: son los<br />

vehículos naturales del dogma; pero, ¡ay de las Iglesias y los gobernantes que sus-<br />

tituyen el dogma con la leyenda, la historia con la parábola y la religión con el drama!<br />

Es mucho mejor declarar que el trono de Dios está vacío, que sentar en él a un<br />

mentiroso y lerdo, Las llamadas guerras de religión son siempre guerras para destruir la<br />

religión, afirmando la verdad histórica o la realidad material de alguna leyenda y<br />

matando a quienes se niegan a aceptarla como histórica o real. Pero, ¿quién se ha<br />

negado jamás a aceptar con deleite una leyenda como leyenda? Las leyendas, las<br />

parábolas, los dramas, se cuentan entre los tesoros más selectos de la humanidad. Nadie<br />

se cansa nunca de oír narraciones de milagros. En vano repudió Mahoma los que se le<br />

atribuían; en vano regañó furiosamente Cristo a quienes le pidieron que los hiciera<br />

como demostración de un ilusionista; en vano manifestaron los santos que Dios no los<br />

elogió por sus facultades, sino por sus flaquezas, para exaltar al humilde y repudiar al<br />

orgulloso. La gente quiere tener sus milagros, sus cuentos, sus héroes y heroínas y<br />

santos y mártires y divinidades, para ejercer sus dones de afecto, admiración, asombro<br />

y adoración, y sus judas y diablos que les permitan indignarse y pensar que hacen bien<br />

en indignarse. Cada una de estas leyendas es la herencia común de la raza humana, y<br />

para su sano disfrute no ponen más que una inexorable condición: que nadie crea en<br />

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ellas literalmente. El leer cuentos y deleitarse en ellos hizo de Don Quijote un<br />

caballero: el creer literalmente en ellos hizo de él un loco que mató ovejas en vez de<br />

darles de comer. En la Inglaterra de hoy se leen ávidamente los buenos libros de<br />

leyendas religiosas orientales; y los protestantes y los ateos leen con placer leyendas<br />

católicas. Pero ese manjar lo rechazan los hindúes y los católicos, Los librepensadores<br />

leen la Biblia; en realidad, parecen ser actualmente sus únicos lectores, además de los<br />

sacerdotes que la leen a regañadientes en las iglesias comunicando su desagrado a los<br />

feligreses al gargarizar con palabras de una manera tan poco natural como repulsiva e<br />

ininteligible. Y esto es porque el imponer las leyendas como verdades literales las<br />

transforma instantáneamente de parábolas en falsedades. El sentimiento contra la Biblia<br />

ha llegado al fin a ser tan fuerte, que las personas ilustradas no sólo se niegan a ofender<br />

a su conciencia intelectual leyendo la leyenda del arca de Noé con su divertido<br />

principio sobre los animales y su exquisito final sobre los pájaros, sino que ni siquiera<br />

leen la crónicas del rey David, que muy bien pueden ser ciertas, y son ciertamente más<br />

sinceras que las biografías de nuestros monarcas contemporáneos.<br />

QUÉ HACER CON LAS LEYENDAS<br />

Lo que deberíamos hacer, pues, es juntar nuestras leyendas y hacer una deliciosa<br />

colección de folklore religioso sobre una base honesta para toda la humanidad. Liberadas<br />

nuestras mentes de ficciones y falsedades, podríamos aceptar la herencia de todas las<br />

religiones. China compartiría sus sabios con España y España sus santos con China. El<br />

ulsteriano que ahora da implacablemente una paliza a su hijo si tiene tan poco tacto como<br />

para preguntar cómo pudo anochecer y amanecer en el primer día, antes de que fuera<br />

creado el sol, o si revela un inocente amor de adolescente a la Virgen María, le compraría<br />

un libro lleno de leyendas de la creación y de las madres de Dios de todas partes del<br />

mundo y se alegraría de ver que esas cosas le interesaban tanto como las bolitas o el juego<br />

de policías y ladrones. Eso sería mejor que sacar del chico a palos todo buen sentimiento<br />

acerca de la religión y entenebrecerle el espíritu enseñándole que los adoradores de las<br />

santas vírgenes, sean las del Partenón o la de San Pedro, son unos paganos e idólatras que<br />

están condenados al fuego eterno. Toda la dulzura de la religión pasa al mundo a través de<br />

las manos de los cuentistas e imaginistas. Sin sus ficciones, las verdades de la religión no<br />

serían para la multitud inteligibles ni asequibles; y los profetas profetizarían y los maestros<br />

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enseñarían en vano. Y al pueblo y las ficciones sólo los separa la estúpida falsedad de que<br />

las ficciones son verdades literales y que en la religión hay sólo ficciones.<br />

UNA LECCIÓN DE LA CIENCIA A LAS RELIGIONES<br />

Que se pregunten las Iglesias por qué no hay una rebelión contra los dogmas<br />

matemáticos, aunque hay una contra los dogmas religiosos. No es que los dogmas<br />

matemáticos sean más comprensibles. La ley de la atracción física en razón inversa<br />

al cuadrado de la distancia entre los cuerpos es para el hombre corriente tan incom -<br />

prensible como el credo atanasiano. No es que en la ciencia no haya leyendas,<br />

brujerías, milagros, desaforadas biografías de charlatanes como si fueran héroes y<br />

santos o de granujas como si fueran exploradores y descubridores. Al contrario: la<br />

iconografía y la hagiografía del cientificismo son tan copiosas como sórdidas en gran<br />

parte. Pero a ningún estudiante de ciencias se le ha enseñado aún que la gravedad<br />

específica consiste en creer que Arquímedes saltó de la bañera y corrió desnudo por<br />

las calles de Siracusa gritando Eureka, Eureka, o que la ley de la atracción física en<br />

razón inversa del cuadrado de la distancia entre los cuerpos hay que descartarla si<br />

alguien puede probar que Newton no estuvo en su vida en un manzanal. Cuando un<br />

bacteriólogo inusitadamente concienzudo o emprendedor lee los folletos de Jenner y<br />

descubre que hubiera podido escribirlos cualquier niñera ignorante pero observadora,<br />

y que no era posible que los hubiera podido escribir ninguna persona que tu viera una<br />

preparación científica, no piensa que todo el edificio de la ciencia se ha hundido y<br />

reducido a escombros y que no haya viruela. Es posible que llegue a eso, pues a<br />

medida que la higiene se va abriendo el camino a nuestras escuelas, se enseña en<br />

ellas tan falsamente como la religión; pero en las matemáticas y la física la fe se<br />

conserva pura, y, sin que le sospechen a uno de hereje, se puede tomar la ley y dejar<br />

las leyendas. En consecuencia, la torre del matemático se sostiene inconmovible,<br />

mientras el templo del sacerdote tiembla hasta en sus cimientos.<br />

EL ARTE RELIGIOSO DEL SIGLO XX<br />

La Evolución Creadora es ya una religión, hasta el punto de ser<br />

inconfundiblemente la religión del siglo XX, surgida de nuevo de las cenizas del<br />

seudocristianismo, del mero escepticismo y de las desalmadas afirmaciones y ciegas<br />

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negaciones de los mecanicistas y neodarwinia-nos. Pero no puede llegar a ser una<br />

religión popular hasta que tenga sus leyendas, sus parábolas, sus milagros. Y cuando<br />

digo popular no quiero decir que sea comprensible únicamente para los aldeanos.<br />

Quiero decir comprensible también para los ministros. Es irrazonable buscar en el<br />

político y administrador profesional una luz y una guía en religión. No es un filósofo<br />

ni un poeta: si lo fuera, estaría filosofando y profetizando, y no descuidando eso por<br />

la aburrida rutina del gobierno práctico. Sócrates y Coleridge no siguieron siendo<br />

soldados, ni John Stuart Mill pudo seguir siendo el representante de Westminster en<br />

la Cámara de los Comunes, aunque estaba dispuesto a ello. Los electores de West -<br />

minster admiraban a Mill porque les dijo que gran parte de la dificultad en ocuparse<br />

de ellos provenía de que eran unos empedernidos mentirosos. Pero no tuvieron ganas<br />

de votar por segunda vez a favor del hombre que no temía romper la corteza de la<br />

mendacidad sobre la que todos estaban bailando, pues careciendo de su filosófica<br />

convicción de que a fin de cuentas el terreno más firme es la verdad, les parecía que<br />

debajo había un abismo volcánico. El gobernante será siempre un explotador de la<br />

religión o irreligión popular. Como no es un perito, debe tomarla tal como la encuentra,<br />

y antes de tomarla necesita que en la infancia se le hayan contado cuentos sobre esa<br />

religión o irreligión y tener ante sí durante toda su vida una complicada iconografía de<br />

ellas producida por escritores, pintores, escultores, arquitectos de templos y artistas de<br />

las artes más elevadas. Aun si, como ocurre a veces, tiene un poco de amateur en meta-<br />

física, como en su calidad de político profesional, debe seguir gobernando de acuerdo a<br />

la iconografía popular, y no de acuerdo a sus propias interpretaciones personales, si<br />

ocurre que éstas son heterodoxas.<br />

Se verá, pues, que el reavivamiento de la religión sobre una base científica no<br />

significa la muerte del arte, sino su glorioso renacimiento, En realidad, el arte nunca ha<br />

sido grande cuando no ha proporcionado una iconografía para una religión viva. Y<br />

nunca ha sido totalmente despreciable más que cuando ha imitado a la iconografía<br />

después que la religión se había convertido en superstición. Toda la pintura italiana<br />

desde Giotto hasta Carpaccio es religiosa; y nos emociona profundamente y tiene<br />

verdadera grandeza. Compáresela con las tentativas de nuestros pintores de hace un<br />

siglo para conseguir mediante la imitación los efectos de los antiguos maestros, cuando<br />

debían haber estado ilustrando una religión propia, Contemplen, si pueden soportarlos,<br />

los apagados brochazos de Hilton y Haydon, quienes de dibujo, amortiguación de<br />

colores, relleno de superficies, perspectiva, anatomía y del "maravilloso escorzo", sabían<br />

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mucho más que Giotto, a quien, sin embargo, eran indignos de desatarle los cordones de<br />

los zapatos. Compárese la Flauta Mágica de Mozart, la Novena Sinfonía de Beethoven,<br />

el Anillo de Wagner, que se dirigían hacia el nuevo arte vitalista, con los aburridos y<br />

seudosagrados oratorios y cantatas compuestos por no mejor razón que la de que Handel<br />

llegó de ese modo a alturas espléndidas, o con los rancios caramelos de Spohr y<br />

Mendelssohn, Stainer y Parry, en su mayoría demasiado aspirantes a la piedad para<br />

poder gustarlos alegremente, que difundieron la indigestión en nuestros festivales de<br />

música, hasta que yo le dije públicamente a Parry la apabullante verdad sobre su Job y lo<br />

desperté a la convicción de que estaba pecando, Compárese a Flaxman y Thorwaldsen y<br />

Gibson con Fidias y Praxiteles, a Stevens con Miguel Ángel, la Virgen de Bouguereau<br />

con la de Cimabue, o los mejores Cristos de ópera de Sche f f er y Müller con los peores<br />

Cristos que los peores pintores pudieron pintar antes del siglo XV, y se llega a la<br />

impresión de que hasta que tengamos un gran movimiento religioso no podemos esperar<br />

un gran movimiento artístico. El desilusionado Rafael pudo pintar una madre y su hijo,<br />

pero no una reina del Cielo que hombres mucho menos hábiles pudieron pintar en<br />

tiempos de su bisabuelo; sin embargo, adelantarse hasta el siglo XX y pintar una<br />

Transfiguración del Hijo del Hombre como aquéllos no hubieran podido. Hagan también<br />

el .favor de observar que pudo decorar bellísimamente para un cardenal una casa de<br />

placer con voluptuosas imágenes de Cupido y Psique; Porqu e este género sencillo de<br />

vitalismo nos acompaña siempre y, como la pintura de retratos, proporciona temas al<br />

artista en los intervalos entre los períodos de fe ; por lo que los escépticos Rembrandt y<br />

Velázquez no se ven obligados a pintar fachadas de tiendas a falta de otras cosas en que<br />

pueden creer realmente.<br />

LOS ARTISTAS-PROFETAS<br />

Y siempre hay ciertas anticipaciones raras, pero interesantísimas. Miguel Angel<br />

no podía creer realmente en Julio II o León X, o en mucho de lo que ellos creían;<br />

pero pudo pintar el Superhombre trescientos años antes de que Nietzsche escribiera<br />

Así hablaba Zaratustra y Strauss le pusiera música. Miguel Angel ganó la primacía<br />

entre todos los pintores y escultores modernos sólo con su poder de mostrarnos sus<br />

personas sobrehumanas. Sólo por el vigor de su sentido decorativo y su colorido<br />

apenas hubiera podido sobrevivir veinte años a su propia muerte, y ni su dibujo<br />

hubiera tenido más que un interés académico; pero como pintor de profetas y sibilas<br />

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es el más grande entre los más grandes de su arte, porque nosotros aspiramos a un<br />

mundo de profetas y sibilas. Beethoven jamás oyó hablar de radioactividad ni de<br />

electrones que bailan en vórtices de inconcebible energía; pero, ¿puede alguien<br />

explicar su sonata para piano Opus 106 más que como un cuadro musical de esos<br />

electrones en torbellino? Sus contemporáneos dijeron que estaba loco, en parte<br />

porque era muy difícil para tocar; pero nosotros, que podemos hacer que una pianola<br />

nos la toque tantas veces como queramos hasta que nos sea tan familiar como Pop<br />

Goes the Weasel, sabemos que era cuerda y metódica. Somo tal, debe representar<br />

algo; y como todas las obras serias de Beethoven representan algún proceso que se<br />

efectuaba dentro de sí mismo, alguna tempestad de nervios o de alma, y la tormenta<br />

en esa sonata es claramente de movimiento físico, me gustaría mucho saber qué otra<br />

tormenta que no fuera la atómica pudiera haberlo llevado a la más rara de las<br />

muchas expresiones de energía ciclónica que le han granjeado entre los músicos<br />

la misma distinción de que goza Miguel Ángel entre los dibujantes.<br />

En tiempo de Beethoven se entendía que el tema del arte era "lo sublime y<br />

hermoso". En nuestros días ha caído a ser lo imitativo y voluptuoso. En ambos<br />

períodos se ha empleado libremente la palabra "apasionado", pero en el siglo XVIII<br />

la pasión significaba un irresistible impulso del género más elevado, por ejemplo la<br />

pasión por la astronomía o por la verdad. Para nosotros ha llegado a significa r<br />

concupiscencia, y nada más. Al arte europeo se le podría decir lo que dijo Antonio al<br />

cadáver de César; "¿Y todas tus conquistas, glorias, triunfos y botines se han<br />

encogido hasta esto tan pequeño?" Pero de hecho es la mente de Europa la que se ha<br />

encogido, por estar, como hemos visto, totalmente preocupada con una afanosa<br />

limpieza de primavera para librarse de sus supersticiones antes de ajustarse al nuevo<br />

concepto de la Evolución.<br />

LA EVOLUCIÓN EN EL TEATRO<br />

En el escenario (y aquí llego al fin a mi función particular en el asunto) la<br />

comedia, como arte destructor, burlón, crítico, negativo, mantuvo el teatro abierto<br />

cuando la tragedia sublime pereció. Desde Moliére hasta Oscar Wilde tuvimos una<br />

serie de comediógrafos que si no tenían nada fundamentalmente positivo que decir,<br />

por lo menos se rebelaron contra la falsedad y la impostura, y no sólo, como<br />

proclamaron, "castigaron la moral con el ridículo", sino que, según frase de Johnson,<br />

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limpiaron de hipocresías las mentes, mostrando así en presencia del error una<br />

inquietud que es el síntoma más<br />

seguro de la vitalidad intelectual. Entretanto tomaban el nombre de tragedias las obras<br />

en que todos se morían en el último acto, como, a pesar de Moliére, tomaron el nombre de<br />

comedias las obras en que todos se casaban en el último acto. Shakespear no hizo Hamlet con<br />

la matanza final, ni La doceava noche con el casamiento final, Y no pudo ser el iconógrafo<br />

consciente de una religión, porque carecía de religión consciente. Tuvo, pues, que ejercitar sus<br />

extraordinarios dones naturales en el entretenidísimo arte de la imitación, dándonos su famosa<br />

"delineación de carácter" que hace que sus obras, como las novelas de Scott, Dumas y<br />

Dickens, sean tan deliciosas. Desarrolló también el curioso y discutible arte de hacernos un<br />

refugio contra la desesperación, disfrazando de bromas las crueldades de la Naturaleza, Pero,<br />

con todos sus dones, subsiste el hecho de que jamás tuvo inspiración para escribir una obra<br />

original. Rehizo obras viejas, adaptó cuentos populares y capítulos de historia de la Crónica<br />

de Holinshed y de las biografías de Plutarco, y los llevó a escena. Todo esto lo hizo (o no lo<br />

hizo, pues en el álgebra del arte hay cantidades negativas) con un desenfado que mostró que<br />

su oficio quedaba muy lejos de su conciencia. Es cierto que nunca toma sus personajes de un<br />

relato ajeno, porque se le hacía menos trabajoso y más divertido crearlos de nuevo; pero, no<br />

obstante, mete sin escrúpulo los crímenes y villanías del relato ajeno en sus propias<br />

creaciones, esencialmente mansas, por incongruentes que puedan ser. Y en todo ese tiempo su<br />

vital necesidad de una filosofía lo empuja a buscar una por el extraño procedimiento de<br />

introducir filósofos como personajes de sus obras y hasta haciendo que sus héroes sean<br />

filósofos; pero cuando salen al escenario no tienen filosofía que exponer: son única mente<br />

pesimistas y burlones; y sus ocasionales tiradas con aspiraciones a filosóficas, como Las siete<br />

edades del hombre y el Soliloquio sobre el suicidio, indican cuán a oscuras estaba Shakespear<br />

en lo tocante a filosofía. Se impuso a que se le contara entre los grandes dramaturgos, sin<br />

haber entrado jamás en la región en que son grandes Miguel Ángel, Beethoven, Goethe y los<br />

poetas dramáticos de la antigua Grecia. Realmente no hubiera tenido nada de grande si no<br />

fuera porque era lo suficientemente religioso para darse cuenta de que su situación de<br />

irreligioso era una situación desesperada, Su obra más grande, Lear, no sería más que un<br />

melodrama, a no ser por su expresa admisión de que del universo no se puede decir más que<br />

lo que Hamlet tiene que decir, "como las moscas para el chico travieso somos nosotros para<br />

los dioses; nos matan para divertirse".<br />

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Desde Shakespear, los dramaturgos han venido luchando con la misma falta de religión;<br />

y muchos de ellos se han visto obligados a dar gusto con el sensacionalismo, aunque tenían<br />

ambiciones más altas, porque no han podido encontrar mejores asuntos. Desde Congreve<br />

hasta Sheridan fueron tan estériles a pesar de su ingenio, que entre todos ellos no produjeron<br />

en tanta cantidad como en el tiempo que vivió Moliére; y todos ellos se avergonzaban de su<br />

profesión (no sin motivo) y prefirieron que se les tuviera simplemente como hombres que<br />

seguían la moda en una profesión pícara. La única alma que se salvó en aquel pandemonium<br />

fué Goldsmith.<br />

Los principales de mis propios contemporáneos (actualmente veteranos) se agarraron a<br />

problemas sociales menores prefiriéndolos a escribir sin ningún otro fin que el de ganar<br />

dinero y fama. Uno de ellos me expresó su envidia de los antiguos dramaturgos griegos<br />

porque los atenienses no les pedían un disfraz "nuevo y original" de la media docena de<br />

argumentos pelados del teatro moderno, sino la lección más profunda que pudieran<br />

extraer de las leyendas familiares y sagradas de su país. "Pongámonos todos a escribir<br />

una Electra, una Antígona, un Agamenón -me dijo-, y demostremos lo que podemos<br />

hacer con esos temas." Pero no escribió ninguna de esas obras porque es a s leyendas no<br />

son ya religiosas: Afrodita, Artemis y Poseidón están más muertos que sus estatuas.<br />

Otro, que ocupaba una posición de predominio y conocía al dedillo todas las triquiñuelas<br />

de la farsa inglesa y del drama parisiense, acabó por no poder escribir sin un sermón que<br />

predicar, y sin embargo no podía encontrar textos más fundamentales que las hipocresías<br />

de un puritanismo hipocritón o las especulaciones sobre el matrimonio que hacen que<br />

nuestras actrices jóvenes se preocupen tanto de su reputación como de su cutis. Un<br />

tercero, de corazón demasiado tierno, para domarnos el espíritu con las realidades de la<br />

amarga experiencia, extraía del nuboso país de hadas que existe entre él y el cielo vacío<br />

un angustiado patetismo y una fina gracia. Los gigantes del teatro de nuestro tiempo,<br />

Ibsen y Strindberg, no ofrecían al mundo más consuelo que el que les ofrecemos<br />

nosotros; en realidad le ofrecían menos, pues nos negaban hasta el consuelo<br />

shakesperiano-dickensiano de la risa ante las dificultades que se llama certeramente<br />

alivio cómico. Nuestros emancipados y jóvenes sucesores nos desprecian con mucha<br />

razón. Pero no podrán hacer nada mejor que nosotros mientras el drama siga siendo<br />

preevolutivo. Que consideren la gran excepción de Goethe. No más rico que Shakespear,<br />

Ibsen o Strindberg en el talento específico de dramaturgo, Goethe está en el empíreo<br />

mientras ellos están rechinando los dientes en una furia impotente en el barro, o, en el<br />

mejor de los casos, encontrando un amargo placer en la ironía de su situación. Goethe es<br />

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olímpico: los otros gigantes son infernales en todo menos en su veracidad y su repu-<br />

diación de la irreligión de su tiempo; es decir, están llenos de amargura y desesperación.<br />

No se trata simplemente de fechas. Goethe era evolucionista en 1830; a muchos dra-<br />

maturgos, incluso a los jóvenes, no les ha tocado todavía, en 1920, la Evolución<br />

Creadora. Ibsen se darwinizó hasta el punto de explotar la herencia en escena tanto<br />

como los antiguos dramaturgos griegos explotaron las Euménides; pero en sus obras no<br />

hay huella de ninguna religión ni conocimiento de la Evolución Creadora como hecho<br />

científico moderno, aunque la aspiración poética se ve claramente en su Emperador o<br />

Galileo; y como urna de las grandes distinciones de Ibsen es que para él nada más que la<br />

ciencia era válida, dejó detrás de él como un sueño utópico aquella visión del futuro, que<br />

su augur romano llama "el tercer Imperio", cuando se puso a afrontar seriamente las<br />

realidades en sus obras acerca de la vida moderna con las que se impuso en Europa y<br />

rompió las polvorientas ventanas de todos los teatros podridos que existían desde Moscú<br />

hasta Manchester.<br />

MI PROPIA PARTE EN EL ASUNTO<br />

Este estado de cosas me pareció intolerable en mis propias actividades como<br />

dramaturgo. El teatro de moda prescribía un tema serio, el adulterio clandestino, el más<br />

aburrido de los temas para un autor serio, sea lo que sea para los auditorios que leen las<br />

noticias policiales y se saltan las reseñas y los artículos importantes. Yo probé a escribir<br />

comedias sobre la propiedad de tugurios, elamor libre doctrinario (seudoibsenismo), la<br />

prostitución, el militarismo, el matrimonio, la historia, la política corriente, el cristianismo<br />

natural, el carácter individual y nacional, las cuestiones de conciencia, los engaños e im-<br />

posturas profesionales, y produje una serie de comedias de costumbres a la manera clásica,<br />

que entonces se consideraba muy anticuada, pues en el teatro eran de rigueur las triquiñuelas<br />

parisienses de "construcción". Pero esto, que me ocupó y me estableció profesionalmente, no<br />

hizo de mí un iconógrafo de la religión de mi tiempo, con lo que hubiera cumplido mi<br />

función natural como artista. Yo me daba plena cuenta de ello, porque siempre había sabido<br />

que tener una religión es cuestión de vida o muerte para la civilización; y a medida que se fué<br />

desarrollando el concepto de la Evolución Creadora, vi que al fin estábamos a la vista de una<br />

fe que cumplía la primera condición de todas las religiones que se han apoderado de la<br />

humanidad: que debe ser, en primer lugar y fundamentalmente, una ciencia metabiológica.<br />

Este fu¿ para mí un momento culminante, porque había visto que el fetichismo bíblico,<br />

después de resistir a las baterías racionalistas de Hume, Voltaire y los demás, se hundió ante<br />

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el ataque de evolucionistas mucho menos dotados, simplemente porque lo desacreditaron<br />

como documento biológico; por eso desde aquel momento perdió su fuerza y dejó a la<br />

cristiandad ilustrada sin fe. Mi irlandesismo siglo XVIII hizo que me fuera imposible creer en<br />

algo hasta que pudiera concebirlo como una hipótesis científica, aun cuando las<br />

abominaciones, charlatanerías, imposturas, venalidades, credulidades y falsas ilusiones del<br />

campo de los seguidores de la ciencia, y las crasas mentiras y las ficciones sacerdotales de los<br />

curanderos seudocientíficos, todas ellas arteramente inculcadas en la "en señanza<br />

secundaria", eran tan monstruosas que a veces me vi obligado a hacer una distinción verbal<br />

entre la ciencia y el conocimiento, para no descarriar a mis lectores. Pero nunca olvidé que,<br />

sin conocimiento, hasta la sabiduría es más peligrosa que la mera ignorancia oportunista, y<br />

que alguien tiene que hacerse cargo del Paraíso Terrenal y limpiarlo bien de cizaña.<br />

En consecuencia, en 1901 tomé la leyenda de Don Juan en su forma mozartiana y la<br />

transformé en parábola dramática de la Evolución Creadora. Pero como entonces estaba en la<br />

cúspide de mi inventiva y talento de comediógrafo, la decoré con demasiada brillantez y<br />

riqueza. La rodeé con una comedia de que sólo era un acto (era un sueño que no afectaba a la<br />

acción de la obra) y ese acto era tan episódico que la comedia podía desprenderse de él y<br />

representarse sola: en realidad la obra no se podía representar entera, por sus enormes<br />

dimensiones, aunque esa hazaña la realizó cinco veces en Escocia el señor Esme Percy, que<br />

dirigió una de las perdidas esperanzas del teatro avanzado de aquel tiempo. Al publicar la<br />

obra la puse en un impresionante marco que consistía en un prólogo, un apéndice titulado<br />

Manual del revolucionario y un despliegue final de fuegos artificiales aforísticos. El efecto<br />

fué tan vertiginoso, al parecer, que nadie notó la nueva religión en el centro del remolino<br />

intelectual, Ahora lamento no haber cortado aquellas cabriolas cerebrales que hice por mera<br />

exuberancia inconsiderada. Las hice porque el peor convencionalismo de la crítica del teatro<br />

corriente en aquel tiempo era que la seriedad intelectual estaba fuera de su sitio en el<br />

escenario; que el teatro era un lugar de entretenimiento superficial; que la gente iba al teatro<br />

para descansar de la tremenda tensión intelectual de haber pasado un día en la City: en pocas<br />

palabras, que el oficio del dramaturgo consiste en hacer caramelos malsanos con emociones<br />

baratas. Mi respuesta a esto fué poner todos mis bienes intelectuales en la vidriera bajo el<br />

rótulo de Hombre y Superhombre. Esa parte de mi designio tuvo éxito. Con buena suerte y<br />

buenos actores, la comedia triunfó en el escenario, y del libro se habló mucho. Desde<br />

entonces el punto de vista caramelero del teatro ha ido perdiendo prestigio y sus exponentes<br />

críticos se han visto obligados a adoptar una actitud intelectual que, aunque a veces más<br />

cargante que su antigua y nihilista vulgaridad intelectual, reconoce al menos la dignidad del<br />

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teatro, para no mencionar la utilidad de quienes viven de criticarlo. Y los comediógrafos<br />

jóvenes no sólo toman en serio su arte, sino que también a ellos se les toma en serio, El crítico<br />

que debería ser vendedor de diarios es ahora relativamente raro.<br />

Ahora me siento inspirado para escribir una segunda leyenda de la Evolución Creadora<br />

sin distracciones y embellecimientos, Se me va acabando mi arena; la exuberancia de 1901 ha<br />

envejecido y se ha convertido en la garrulería de 1920; y la guerra ha sido una seria inti-<br />

mación de que es un asunto que no se debe tomar en broma. Abandono la leyenda de Don<br />

Juan, con sus asociaciones eróticas, y me vuelvo a la leyenda del Paraíso Terrenal. Exploto el<br />

eterno interés de la piedra filosofal que permite a los hombres vivir eternamente, Espero que<br />

no me hago más ilusiones que las humanamente inevitables en cuanto a la tosquedad de este<br />

mi comienzo de una Biblia de la Evolución Creadora. Hago lo mejor que puedo a mi edad.<br />

Mis facultades se van desvaneciendo; tanto mejor para quienes me encontraban insoportable-<br />

mente brillante en mi mejor tiempo. Tengo la esperanza de que centenares de parábolas más<br />

aptas y elegantes escritas por manos más jóvenes dejarán pronto las mías tan atrás como los<br />

cuadros religiosos del siglo XV dejaron los primeros ensayos iconográficos de los primeros<br />

cristianos, En esa esperanza, me retiro y levanto el telón.<br />

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ACTO 1<br />

PARTE I<br />

EN EL PRINCIPIO<br />

El Paraíso Terrenal. Por la tarde, Una inmensa serpiente está durmiendo con la<br />

cabeza hundida en un espeso lecho de plantas Johnswort y su cuerpo enroscado en<br />

anillos, al parecer sin fin, en las ramas de un árbol ya grandecito; pues los días de la<br />

creación fueron muchos más que los que nosotros calculamos. La serpiente no es<br />

aún visible para nadie que no haya notado su presencia, porque sus colores verde y<br />

pardo hacen un camouflage perfecto, Cerca de su cabeza se ve sobre el lecho de<br />

plantas una roca baja.<br />

La roca y el árbol están al borde de un claro donde yace de costado un cervato<br />

muerto que se ha roto el cuello. Adán, apoyándose con una mano sobre la roca,<br />

contempla consternado el cadáver. No ha notado la serpiente a su izquierda. Vuelve<br />

la cabeza hacia la derecha y grita excitado,<br />

ADÁN. - ¡Eva! ¡Eva!<br />

LA VOZ DE EVA. - ¿Qué pasa? ADÁN.-Ven. Pronto. Ha<br />

ocurrido algo.<br />

EVA (aparece corriendo). -¿Qué? ¿Dónde? (Adán le señala el cervato.) ¡Oh!<br />

(Se acerca al cervato; Adán se envalentona para acercarse con ella.) ¿Qué le pasa<br />

en los ojos?<br />

dormido.<br />

ADÁN.-No sólo en los ojos. Mira. (Da un puntapié al cervato.)<br />

EVA.-No le hagas eso. ¿Por qué no se despierta? ADÁN.-No sé. No está<br />

EVA. - ¿No está dormido? ADÁN. - Pruébalo.<br />

EVA (tratando de sacudir y dar vuelta al cervato). - Está rígido y frío.<br />

ADÁN. -Nada lo despertará.<br />

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EVA. -Huele raro. ¡Pah! (Se limpia el polvo de las manos y se aparta.) ¿Lo has<br />

encontrado así? ADÁN.-No. Estaba jugando, ha dado un traspié y se ha caído de<br />

cabeza. No se ha vuelto a mover. Se ha hecho algo en el cuello. (Se agacha para<br />

levantar el cuello al cervato y mostrárselo a Eva.)<br />

EVA,-No lo toques. Apártate de ahí. (Se apartan los dos y lo contemplan desde<br />

unos pasos de distancia con creciente repulsión.) ¡Adán!<br />

ADÁN. - ¿Qué?<br />

EVA. - Supón que tú das un traspié y te caes. ¿Te pasaría lo mismo?<br />

ADÁN. - ¡Uf! (Se estremece y se sienta en la roca.) EVA (tirándose al suelo al<br />

lado de Adán y agarrándole una rodilla),-Ten cuidado. Prométeme que tendrás<br />

cuidado.<br />

ADÁN. - ¿Para qué sirve tener cuidado? Tenemos que vivir aquí para siempre.<br />

Piensa en lo que eso significa. Tarde o temprano daré un traspié y me caeré. Puede<br />

ser mañana; puede ser al cabo de tantos días como hojas hay en el paraíso y granos<br />

de arena a la orilla del río. No importa; un día me distraeré y tropezaré.<br />

EVA. -Yo también.<br />

ADÁN (horrorizado). - ¡Oh!, no, no. Me quedaría<br />

solo. Solo para siempre. Nunca debes ponerte en peligro de dar un traspié.<br />

No debes andar de un lado para otro. Debes estar sentadita. Yo te cuidaré y traeré<br />

todo lo que necesitas.<br />

EVA (apartándose de él con un encogimiento de hombros y acariciando sus<br />

propios tobillos). - Pronto me cansaría de eso. Además, si te ocurriera a ti, yo me<br />

quedaría sola. Entonces no podría quedarme sentada. Y al fin me ocurriría a mí<br />

también.<br />

ADÁN. -¿Y después?<br />

EVA. -Después no existiríamos más. No quedarían más que los animales de cuatro<br />

patas, y los pájaros, y las serpientes.<br />

ADÁN. -Eso no debe ocurrir.<br />

EVA. -No; no debe ocurrir. Pero puede ocurrir.<br />

ADÁN. -No. Te digo que no debe ocurrir. Sé que no debe ocurrir.<br />

EVA.-Los dos lo sabemos. ¿Cómo lo sabemos?<br />

ADÁN. - En el paraíso hay una voz que me dice cosas.<br />

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EVA. - A veces el paraíso está lleno de voces. Me hacen pensar en toda clase de<br />

cosas.ADÁN. -Para mí no hay más que una voz. Es muy baja, pero tan cercana que<br />

parece un susurro dentro de mí mismo. No se la puede confundir con voces de pájaros o<br />

animales, ni con la tuya.<br />

EVA.-Es extraño que yo oiga voces de todos lados y tú no oigas más que una<br />

de adentro. Pero yo tengo pensamientos que me vienen de adentro, y no de las<br />

voces. El pensamiento de que no debemos dejar de existir me viene de adentro.<br />

ADÁN (en tono desesperado). -Pero dejaremos de existir. Nos caeremos<br />

como el cervato y nos rorriperemos. (Levantándose y dando unos pasos agitado.)<br />

No<br />

puedo soportar pensar en eso. No quiero pensarlo. Te digo que no debe<br />

ocurrir. Pero no sé cómo impedirlo. EVA. -Eso es lo que siento yo también, pero es<br />

muy raro que tú lo digas. No hay manera de complacerte. Cambias de ideas muy a<br />

menudo.<br />

pensar?<br />

ADÁN (regañándola). - ¿Por qué dices eso? ¿En qué he cambiado de modo de<br />

EVA. -Dices que no debemos dejar de existir. Pero solías quejarte de tener<br />

que existir para siempre. A veces estás sentado horas y horas meditando<br />

sombríamente en silencio y me odias en el fondo de tu corazón. Cuando te pregunto<br />

qué te he hecho dices que no estás pensando en mí, sino en el horror de tener que<br />

estar aquí para siempre. Pero yo sé muy bien que a lo que te refieres es al horror de<br />

tener que estar aquí conmigo para siempre.<br />

ADÁN. - ¡Oh! Eso es lo que piensas, ¿eh? Pues bien, estás equivocada. (Se<br />

sienta otra vez, enfurruñado.) Es el horror de tener que estar aquí conmigo mismo<br />

para siempre. Tú me gustas; pero yo no me gusto a mí mismo. Quiero ser distinto,<br />

mejor, empezar una y otra vez, desprenderme de mi piel como se desprende la<br />

serpiente de la suya. Estoy cansado de mí mismo. Y, sin embargo, tengo que<br />

soportarme, no un día o muchos días, sino para siempre. Es un pensamiento<br />

espantoso. Eso es lo que me hace pensar sombríamente en silencio y lleno de odio.<br />

¿Nunca piensas en eso?<br />

EVA.-No; no pienso en mí misma. ¿Para qué? Soy la que soy, y nadie puede<br />

cambiarme. Yo pienso en ti.<br />

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ADÁN.-No deberías pensar en mí. Siempre me estás espiando. Nunca puedo<br />

estar solo. Siempre quieres saber lo que he estado haciendo. Eso es una carga.<br />

Deberías procurar tener tu propia existencia en vez de ocuparte con la mía.<br />

EVA. -Tengo que pensar en ti. Eres perezoso; eres sucio; te descuidas;<br />

siempre estás soñando; si yo no te vigilara y me ocupara de ti comerías<br />

porquerías y acabarías dando asco. Y ahora, un día, a pesar de todos mis<br />

cuidados, te caerás de cabeza y te morirás.<br />

ADÁN. -¿Que me moriré? ¿Qué palabra es ésa?<br />

EVA (señalando el cervato). - Como ése. Yo digo que está muerto.<br />

ADÁN (levantándose y acercándose despacio al ce-vato). - Hay algo<br />

impresionante en esto.<br />

EVA (acercándose a Adán). - ¡Oh! Se está convir-tiendo en gusanitos.<br />

ADÁN.-Tíralo al río. Es inaguantable.<br />

EVA.-No me atrevo a tocarlo.<br />

ADÁN. - En ese caso, por mucho asco que me dé, tendré que tirarlo yo.<br />

Está envenenando el aire. (Toma las patas del cervato en una mano, lo alega de sí<br />

cuanto puede y lo lleva a rastras hacia donde vino Eva. Eva los sigue un momento<br />

con la mirada; luego, estremecida de asco, se sienta en la roca y medita. Se hace<br />

visible el cuerpo de la serpiente, que brilla con admirables colores nuevos. La<br />

serpiente retira lentamente la cabeza del lecho de plantas Johnswort y habla al<br />

oído de Eva en un susurro musical extrañamente seductor.)<br />

LA SERPIENTE. - ¡Eva!<br />

EVA (sobresaltada). - ¿Quién es?<br />

LA SERPIENTE. -Yo. He venido para mostrarte mi nueva capucha. Mírala.<br />

(Despliega una magnífica capucha color amatista.)<br />

escuchado.<br />

EVA (admirándola). - ¡Oh! Pero, ¿quién te ha enseñado a hablar?<br />

LA SERPIENTE. -Tú y Adán. Arrastrándome en el pasto, escondida, os he<br />

EVA. - ¡Qué inteligente debes de ser!<br />

LA SERPIENTE.-Soy la más sutil de todas las criaturas de la tierra.<br />

EVA.-Tu capucha es preciosa. (Le pasa la mano por la capucha y acaricia a la<br />

serpiente.) ¡Qué linda! ¿Quieres a tu madrina Eva?<br />

LA SERPIENTE. -La adoro. (Le lame el cuello con su doble lengua.)<br />

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EVA (acariciándola). - ¡La preciosura de Eva! Ahora que la serpiente le puede<br />

hablar, nunca estará sola.<br />

LA SERPIENTE. -Puedo hablar de muchas cosas. Soy muy lista. Yo fui quien<br />

te susurró la palabra que no conocías. Muerto. Muerte. Muere.<br />

EVA (estremeciéndose).- ¿Por qué me lo recuerdas? Lo había olvidado al ver<br />

tu hermosa capucha. No debes recordarme cosas tristes.<br />

LA SERPIENTE. - La muerte no es una desgracia cuando se ha aprendido<br />

cómo vencerla.<br />

EVA. - ¿Cómo puedo vencerla?<br />

LA SERPIENTE. - Con otra cosa, llamada nacer.<br />

EVA.- ¿Cómo? (Intentando pronunciar.) ¿Nacer?<br />

LA SERPIENTE. -Sí, nacer.<br />

EVA. - ¿Qué es nacer?<br />

LA SERPIENTE. -La serpiente no muere nunca. Un día me verás salir de esta<br />

preciosa piel y seré una serpiente nueva con una piel aun más hermosa. Eso es nacer.<br />

EvA. -Eso ya lo he visto. Es admirable.<br />

LA SERPIENTE.-Si puedo hacer eso, ¿qué no puedo hacer? Te digo que soy<br />

muy sutil. Cuando habláis Adán y tú te oigo preguntar "¿Por qué?" Siempre "¿por<br />

qué?" Tú ves cosas y preguntas "¿por qué?" Pero yo sueño cosas que nunca han<br />

existido y pregunto "¿por qué no?" Inventé la palabra muerto para describir mi viejo<br />

pellejo, del cual me desprendo cuando me renuevo. A ese renovarse llamo yo nacer.<br />

EVA.-Nacer es una palabra hermosa.<br />

LA SERPIENTE. -¿Por qué no nacer una y otra vez tal como soy, nueva y<br />

hermosa cada vez?<br />

EVA. - ¿Yo? Eso no ocurre; ese es el porqué.<br />

LA SERPIENTE.- Eso es cómo; no es por qué. ¿Por qué no?<br />

EVA. - No me gustaría. Sería agradable ser nueva otra vez; pero mi vieja piel<br />

yacería en el suelo con el mismo aspecto que yo, y Adán vería que iba enco-<br />

giéndose y...<br />

LA SERPIENTE. -No. No necesita verlo. Hay un segundo nacer.<br />

EVA. -¿Un segundo nacer?<br />

LA SERPIENTE. - Escucha. Te voy a decir un gran secreto. Yo soy muy sutil<br />

y he pensado y repensado. Y soy muy voluntariosa y debo tener lo que deseo; y he<br />

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deseado, y deseado, y deseado. Y he comido cosas raras: piedras y manzanas que a<br />

ti te da miedo comer. EVA. -¿Te has atrevido?<br />

LA SERPIENTE.-Me he atrevido a todo. Y al fin he encontrado una manera<br />

de juntar parte de la vida en mi cuerpo...<br />

EVA. - ¿Qué es la vida?<br />

LA SERPIENTE.-Lo que hace la diferencia entre el cervato muerto y uno vivo.<br />

EVA. - ¡Qué palabra más hermosa! ¡Y qué cosa más hermosa! La palabra más<br />

deliciosa de todas es vida.<br />

LA SERPIENTE. -Sí; meditando sobre la Vida fué como adquirí el poder de<br />

hacer milagros.<br />

ocurre.<br />

EVA. - ¿Milagros? Otra palabra nueva.<br />

LA SERPIENTE.-Un milagro es una cosa imposible<br />

que sin embargo es posible. Algo que jamás podría ocurrir y que sin embargo<br />

EVA. - Díme algún milagro que hayas hecho.<br />

LA SERPIENTE. -Junté una parte de la vida en mi cuerpo, y la puse dentro de una<br />

cajita blanca que había hecho con las piedras que comí.<br />

EVA. - ¿Con qué fin?<br />

LA SERPIENTE.-Puse la cajita al sol y la dejé bajo su calor. Y se abrió, y de<br />

adentro salió una pequeña serpiente que de día en día se fué haciendo mayor y mayor<br />

hasta llegar a ser tan grande como yo. Ese fué el segundo nacer.<br />

EVA. - ¡Oh! Es demasiado maravilloso. Se agita dentro de mí. Me hace daño.<br />

LA SERPIENTE. -A mí casi me abrió en dos. Pero estoy viva y puedo hacer<br />

que reviente mi piel y renovarme como antes. Pronto habrá en el Paraíso tantas ser-<br />

pientes como escamas en mi cuerpo. Entonces la muerte no tendrá importancia: esta<br />

serpiente y aquella serpiente morirán, pero las serpientes seguirán viviendo.<br />

EVA, -Pero los demás nos moriremos tarde o temprano, como el cervato. Y<br />

entonces no habrá más que serpientes, serpientes y serpientes por todas partes.<br />

LA SERPIENTE, -Eso no debe ser. Te adoro, Eva. Necesito algo a que adorar.<br />

Algo muy distinto de mí misma, como tú. Debe haber algo más grande que la<br />

serpiente.<br />

EVA.-No; eso no debe ser. Adán no debe perecer. Eres muy sutil; díme qué<br />

debo hacer.<br />

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LA SERPIENTE. -Piensa. Desea. Come polvo. Lame la piedra blanca;<br />

mordisca la manzana que te da miedo. El sol dará vida.<br />

EvA. - No confío en el sol. Yo misma daré vida.<br />

Sacaré de mi cuerpo otro Adán aunque al sacarlo haga pedazos mi cuerpo.<br />

LA SERPIENTE. -Hazlo. Atrévete. Todo es posible, todo. Escucha. Soy vieja.<br />

Soy la vieja serpiente, más vieja que Adán, más vieja que Eva. Me acuerdo de Li-<br />

lith, que vino antes que Adán y Eva. Fuí su favorita, como lo soy la tuya. Lilith<br />

estaba sola: no había ningún hombre con ella. Vió la muerte como la has visto tú<br />

cuando se cayó el cervato; y comprendió que tenía que encontrar la manera de<br />

renovarse y desprenderse de su piel como yo. Tenía una voluntad poderosa y se<br />

esforzó y se esforzó y deseó y deseó durante más lunas que hojas hay en todos los<br />

árboles del Paraíso. Su dolores fueron terribles; sus gemidos ahuyentaron del<br />

Paraíso el sueño. Dijo que aquello no se repetiría, que el dolor de renovar la vida<br />

era más que insoportable, demasiado para una persona sola. 'Y cuando se<br />

desprendió de la piel apareció, no una nueva Lilith, sino dos: una como ella misma<br />

y otra como Adán. Tú eras una: Adán era la otra.<br />

EVA, - Pero, ¿por qué se dividió en dos y nos hizo distintos?<br />

LA SERPIENTE. -Ya te he dicho que el esfuerzo es demasiado grande para<br />

una persona sola. Deben compartirlo dos.<br />

EVA, - ¿Quieres decir que Adán debe compartirlo conmigo? No querrá. No<br />

puede aguantar el dolor ni preocuparse de su cuerpo.<br />

LA SERPIENTE. -No necesita preocuparse. Para él no habrá dolor. Te<br />

suplicará que le dejes hacer su parte. Estará en tu poder a través de su deseo.<br />

EVA. -Entonces, lo haré. Pero, ¿cómo? ¿Cómo hizo Lilith ese milagro?<br />

LA SERPIENTE, - Lo imaginó.<br />

EVA. - ¿Qué es imaginar?<br />

LA SERPIENTE.-Me lo contó como una maravillosa narración de algo que nunca<br />

le ocurrió a una Lilith que nunca existió. Entonces no sabía que la imaginación es el<br />

comienzo de la creación. Uno se imagina lo que desea; desea lo que imagina, y al fin<br />

crea lo que desea.<br />

EVA. - ¿Cómo puedo crear yo de la nada?<br />

LA SERPIENTE.-Todo ha tenido que ser creado de la nada. Mira ese rollo grueso<br />

de carne dura en tu brazo fuerte. No siempre estuvo ahí; cuando te vi por primera vez no<br />

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podías encaramarte a un árbol. Pero deseaste y probaste y deseaste y probaste; y tu<br />

voluntad creó de la nada el rollo de tu brazo hasta que llegaste a tener lo que deseabas y<br />

pudo levantarte con una mano y sentarte en la rama que había sobre tu cabeza.<br />

EVA.-Eso fué práctica.<br />

LA SERPIENTE.-Las cosas se desgastan, no crecen con la práctica. Tu pelo ondea<br />

en el viento como si intentara estirarse más y más. Pero no se hace más largo a pesar de<br />

todo lo que practica en ondear, porque tú no lo has querido. Cuando Lilith me dijo en<br />

nuestro silencioso lenguaje (entonces no había palabras) lo que había imaginado, le<br />

animé a desearlo y quererlo; y después, con gran asombro nuestro, lo que había deseado<br />

se creó en ella al impulso de su voluntad. Luego también yo quise renovarme en dos, en<br />

vez de en una, y después de muchos días ocurrió el milagro e irrumpí de mi piel con<br />

otra serpiente entrelazada conmigo; y ahora hay dos imaginaciones, dos deseos, dos<br />

voluntades para crear.<br />

EVA. - Desear, imaginar, querer, crear. Eso es demasiado largo. Tú, que eres<br />

tan lista en cuestión de palabras, encuéntrame una para todo ello.<br />

creación.<br />

LA SERPIENTE. -En una palabra, concebir. Esta es<br />

la palabra que significa el principio en la imaginación y el fin en la<br />

EVA. - Encuéntrame una palabra para lo que imaginó Lilith y te dijo en<br />

vuestro lenguaje silencioso: para aquello que era demasiado admirable para ser<br />

cierto, pero que resultó cierto.<br />

LA SERPIENTE.-Un poema.<br />

EVA. -Encuéntrame otra palabra para lo que Lilith era para mí.<br />

LA SERPIENTE. - Lilith fué tu madre.<br />

EVA, - ¿Y la madre de Adán?<br />

LA SERPIENTE. -Sí.<br />

EVA (a punto de levantarse). -Voy a decir a Adán que conciba. (La serpiente se<br />

ríe. Eva, molesta y sobresaltada).- Qué ruido más odioso. ¿Qué te pasa? Nadie ha hecho<br />

ese ruido hasta ahora.<br />

LA SERPIENTE. -Adán no puede concebir.<br />

EVA. - ¿Por qué?<br />

LA SERPIENTE. - Lilith no lo imaginó así. Adán no puede imaginar;<br />

puede querer; puede desear; puede juntar su vida para un gran salto hacia la<br />

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creación; puede crear todas las cosas excepto una; y esa excepción es su propio<br />

género.<br />

EVA. - ¿Por qué no le dió eso Lilith?<br />

LA SERPIENTE. - Porque si pudiera hacer eso podría prescindir de Eva.<br />

EVA. -Es verdad. Soy yo quien debe concebir.<br />

LA SERPIENTE. -Sí. Pero Adán está atado a ti.<br />

EVA. - y yo estoy atada a él.<br />

LA SERPIENTE. - Sí; hasta que crees otro Adán.<br />

EVA. - No se me había ocurrido eso. Eres muy sutil. Pero si creo otra Eva,<br />

quizá Adán se vuelva hacia ella y prescinda de mí. No crearé ninguna Eva; sólo<br />

crearé Adanes,<br />

LA SERPIENTE. -No se pueden renovar sin Evas. Más tarde o más temprano tú<br />

morirás como el cervato; y los nuevos Adanes no podrán crear sin nuevas Evas.<br />

Puedes imaginarte ese fin, pero no puedes quererlo, no puedes desearlo, y por lo<br />

tanto no puedes crear sólo Adanes.<br />

EVA. -Si yo he de morir como el cervato, ¿por qué no han de morir los demás<br />

también? ¿A mí qué me importa?<br />

LA SERPIENTE.-La vida no debe cesar. Eso es lo primero de todo. Es una<br />

bobada decir que no te importa. Te importa. Ese importarte moverá tu imaginación,<br />

inflamará tus deseos, hará que tu voluntad sea irresistible; y crearás de la nada.<br />

EVA (pensativamente).-No puede haber eso que llamas nada. El Paraíso está<br />

lleno, no vacío.<br />

LA SERPIENTE.-No había pensado en eso. Es un gran pensamiento. No, no<br />

hay eso que se llama nada, no hay sino cosas que no podemos ver. El camaleón come<br />

aire.<br />

EVA.-Tengo otra idea: se la debo decir a Adán. (Llamando.) Adán. Adán. ¡Eh!<br />

LA VOZ DE ADÁN. - ¡Eh!<br />

EVA. - Le va a gustar. Además le va a curar sus murrias.<br />

LA SERPIENTE. -No se lo digas todavía. No te he dicho el gran secreto.<br />

EVA. - ¿Qué más hay que decir? Soy yo quien tiene que hacer el milagro.<br />

LA SERPIENTE.-No. También él tiene que desear y querer. Pero tiene que<br />

entregarte a ti su deseo y su voluntad.<br />

EVA. - ¿Cómo?<br />

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LA SERPIENTE. - Ese es el gran secreto. ¡Sh! . . . Ahí viene.<br />

ADÁN (volviendo). -¿Hay otras voces en el Paraíso además de nuestras voces<br />

y la Voz? Creí oír una voz nueva.<br />

EVA (levantándose y corriendo a él).-Fíjate, Adán. Nuestra serpiente ha<br />

aprendido a hablar oyéndonos. ADÁN (muy satisfecho). -¿De veras? (Pasa al lado<br />

de Eva para llegar hasta la piedra y acaricia a la serpiente.)<br />

LA SERPIENTE (respondiendo afectuosamente).-Así es, querido Adán.<br />

EVA. - Tengo noticias más maravillosas que ésa. Adán: no necesitamos vivir<br />

eternamente.<br />

ADÁN (dejando caer la cabeza de la serpiente, en su emoción), -¿Qué? No<br />

juegues conmigo sobre eso, Eva. Si pudiera haber un día un fin, y sin embargo no lo<br />

hubiera. Si se me pudiera aliviar del horror de tener que soportarme eternamente a<br />

mí mismo. Si el cuidar este terrible jardín pudiera descargarse en otro jardinero. Si<br />

se pudiera relevar al centinela puesto por la Voz. Si el descanso y el dormir que me<br />

permiten soportarlo día tras día pudiera al cabo de muchos días convertirse en un<br />

descanso eterno, en un dormir eterno, podría afrontar mis días por mucho que<br />

duraran. Sólo que tiene que haber un fin, un fin: no soy bastante fuerte para aguan-<br />

tar una eternidad.<br />

habrá fin.<br />

las manos.<br />

LA SERPIENTE.-No necesitas vivir para ver otro verano; y sin embargo no<br />

ADÁN.-Eso no puede ser.<br />

LA SERPIENTE. -Puede ser. EVA. - Será.<br />

LA SERPIENTE. - Es. Mátame, y mañana encontrarás<br />

otra serpiente en el Paraíso. Encontrarás más serpientes que dedos tengo yo en<br />

EVA.-Yo haré otros Adanes, otras Evas.<br />

ADÁN. -Te digo que no debes inventar cuentos sobre eso. No puede ocurrir.<br />

LA SERPIENTE. -'Yo puedo acordarme de cuando tú mismo eras algo que no<br />

podía ocurrir. Sin embargo, existes.<br />

ADÁN (sorprendido). -Debe de ser cierto. (Se sienta en la roca.)<br />

LA SERPIENTE. -Yo diré a Eva el secreto y Eva te lo dirá a ti.<br />

ADÁN. - ¿El secreto? (Se vuelve rápidamente hacia la serpiente, y al volverse<br />

pisa algo afilado.) ¡Oh!<br />

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EVA. - ¿Qué te ha pasado?<br />

ADÁN (frotándose un pie). - Un cardo. Y al lado hay una zarza. Y también ortigas.<br />

Estoy cansado de arrancar estas cosas para que el jardín sea agradable para siempre.<br />

LA SERPIENTE. -No crecen muy pronto. No se apoderarán del Paraíso en<br />

mucho tiempo; no hasta que hayas dejado tu carga y te eches a dormir para siempre.<br />

¿Por qué te tomas la molestia? Deja que los nuevos Adanes abran claros para ellos<br />

mismos.<br />

ADÁN. -Tienes mucha razón. Debes decirnos tu secreto. Eva: es espléndido<br />

no tener que vivir para siempre. EVA (tirándose al suelo descontenta y arrancando<br />

hierbas). -Eso es hablar como hombre. En el momento en que te enteras de que no<br />

es preciso que vivamos para siempre hablas como si fuéramos a acabar hoy. Tienes<br />

que hacer una limpieza de estas cosas horribles, o nos arañaremos y nos picarán<br />

siempre que no nos fijemos en dónde ponemos los pies.<br />

ADÁN. -De algunas, sí, por supuesto. Pero sólo de algunas. Mañana las<br />

arrancaré. (La serpiente se ríe.) ¡Qué ruido más raro haces! Me gusta.<br />

EVA. - A mí no. ¿Por qué lo vuelves a hacer?<br />

LA SERPIENTE. -Adán ha inventado algo nuevo. Ha inventado el mañana. Ahora<br />

que te has descargado del peso de la inmortalidad inventarás cosas todos los días. EvA.<br />

-¿La inmortalidad? ¿Qué es eso?<br />

vida.<br />

LA SERPIENTE.-Mi nueva palabra para tener que vivir eternamente.<br />

EVA. -La serpiente ha hecho una palabra preciosa para expresar la vida. La<br />

ADÁN. - Hazme una palabra hermosa para hacer cosas mañana, porque eso es<br />

seguramente un invento grande y bendito.<br />

LA SERPIENTE. -Demorar.<br />

EVA.-Es una linda palabra. Ya quisiera yo tener la lengua de la serpiente.<br />

LA SERPIENTE.-También eso puede venir. Todo es posible.<br />

ADÁN (dando un salto, presa de súbito terror). - ¡Oh!<br />

EVA. - ¿Qué te pasa ahora?<br />

ADÁN. - Mi descanso. Mi escape de la vida.<br />

LA SERPIENTE. - En demorar hay un peligro terrible. EvA. -¿Qué peligro?<br />

ADÁN. -Si demoro la muerte hasta mañana, no me moriré nunca. No hay ni<br />

puede haber un mañana.<br />

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LA SERPIENTE. -Yo soy muy sutil, pero el Hombre es más profundo que yo<br />

en su pensamiento. La mujer sabe que la nada no existe: el hombre sabe que no hay<br />

mañana. Hago bien en adorarlos.<br />

ADÁN.-Si he de afrontar la muerte debo fijar un día determinado, no un<br />

mañana. ¿Cuándo me moriré?<br />

EVA. -Te puedes morir cuando yo haya hecho otro Adán. No antes. Pero<br />

entonces, cuando quieras. (Se levanta y, pasando por detrás de Adán, avanza<br />

indiferentemente hasta el árbol y se apoya en él acariciando un anillo de la serpiente,)<br />

ADÁN. -No hay por qué tener prisa ni aun entonces.<br />

EVA.-Ya te veo dejándolo para mañana.<br />

ADÁN. - ¿Y tú? ¿Te morirás en el momento en que hayas hecho otra Eva?<br />

EVA, - ¿Por qué me voy a morir? Tienes muchas ganas de librarte de mí. Hace<br />

un momento querías que estuviera sentada y que no me moviera, para evitar que<br />

diera un traspié y muriera como el cervato. Ahora ya no te importa.<br />

ADÁN.-Ahora no importa tanto.<br />

EVA (enojada, a la serpiente). -Esta muerte que tú has traído al Paraíso es mala<br />

cosa. Adán quiere que me muera.<br />

LA SERPIENTE (a Adán), -¿Quieres que se muera?<br />

ADÁN.-No. Soy yo quien va a morir. Eva no debe morir antes que yo. Me<br />

sentiría muy solo.<br />

EVA, - Podrías conseguir una de las nuevas Evas.<br />

ADÁN, - Es verdad. Pero es posible que no fueran lo mismo. No podrían ser;<br />

estoy seguro de eso. No tendrían los mismos recuerdos. Serían... necesito una palabra<br />

nueva para ellas.<br />

LA SERPIENTE, - Extrañas.<br />

ADÁN.-Sí; esa es una palabra difícil y buena. Extrañas.<br />

EVA. - Cuando haya nuevos Adanes y Evas viviremos en un Paraíso de<br />

extraños. Nos necesitaremos uno a otro, Adán. (Se le acerca rápido a la espalda y le<br />

hace volver la cabeza,) No lo olvides. No lo olvides nunca.<br />

ADÁN, - ¿Por qué voy a olvidarlo? Soy yo quien ha pensado en eso.<br />

EVA,-También a mí se me ha ocurrido algo. El cervato tropezó, cayó y<br />

murió. Pero tú podrías acercarte a mí furtivamente por detrás (bruscamente lo<br />

empuja hacia abajo por los hombros y lo hace caer de bruces) y tirarme para que<br />

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me muera. No me atrevería a dormir si no hubiera alguna razón por la que no<br />

quisieras hacerme morir.<br />

ADÁN (incorporándose horrorizado). - ¡Hacerte morir! ¡Qué pensamiento<br />

más espantoso!<br />

LA SERPIENTE.- Matar, matar, matar, matar. Esa es la palabra.<br />

EVA. - Los nuevos Adanes y Evas pueden matarnos. No los voy a hacer. (Se<br />

sienta en la peña, tira de Adán para ponerlo a su lado y lo ase fuertemente con el<br />

brazo derecho.)<br />

LA SERPIENTE. - Debes hacerlos. Porque si no habrá un fin.<br />

ADÁN,-No; no nos matarán; sentirán lo que sentimos nosotros. Hay algo<br />

contra esa. La Voz del Paraíso les dirá que no deben matar, como me dice a mí.<br />

ella.<br />

LA SERPIENTE. - La voz del Paraíso es tu propia voz.<br />

ADÁN, -Es y no es. Es algo más grande que yo; yo no soy más que parte de<br />

EVA. -La Voz no me dice que no te mate a ti. Sin embargo, no quiero que<br />

mueras antes que yo. No hace falta ninguna voz para hacerme sentir eso.<br />

ADÁN (rodeando el hombro de Eva con un brazo y con una expresión de<br />

angustia).- ¡Oh, no!; eso está claro sin ninguna voz. Hay algo que nos retiene<br />

juntos, algo para lo que no hay una palabra.<br />

LA SERPIENTE.-Amor. Amor. Amor.<br />

ADÁN. -Esa es una palabra demasiado corta para una cosa tan larga. (La<br />

serpiente se ríe.)<br />

EVA (volviéndose impaciente hacia la serpiente). - Otra vez ese ruido<br />

hiriente. No lo hagas. ¿Por qué lo haces?<br />

LA SERPIENTE. -Quizá la palabra amor sea pronto demasiado larga para una<br />

cosa tan breve. Pero cuando sea breve será muy dulce.<br />

ADÁN (cavilando).-Me desconciertas. Mi antigua preocupación era seria, pero<br />

simple. Esas maravillas que prometes hacer me pueden enmarañar la vida antes de<br />

que me traigan el regalo de la muerte. Antes me preocupaba la carga de vivir<br />

eternamente, pero no tenía ninguna confusión en mi mente. Si no sabía que amaba a<br />

Eva, por lo menos no sabía que ella podía dejar de amarme y enamorarse de otro<br />

Adán y desear mi muerte. ¿Puedes encontrar una palabra para ese conocimiento?<br />

LA SERPIENTE. -Celos. Celos. Celos.<br />

ADÁN. -Horrible palabra.<br />

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EVA (sacudiéndolo).-Adán: no debes cavilar. Piensas demasiado.<br />

ADÁN (enfadado). -¿Cómo no voy a cavilar cuando el futuro se ha convertido<br />

en incierto? Cualquier cosa es mejor que la incertidumbre. La vida se ha hecho<br />

incierta. El amor es incierto. ¿Tienes una palabra para esta nueva calamidad?<br />

LA SERPIENTE. -Miedo. Miedo. Miedo.<br />

ADÁN. - ¿Tienes un remedio para el miedo?<br />

LA SERPIENTE. -Sí. Esperanza. Esperanza. Esperanza.<br />

ADÁN. - ¿Qué es esperanza?<br />

LA SERPIENTE. -Mientras no conozcas el futuro no sabes que no será más<br />

feliz que el pasado. Eso es esperanza.<br />

ADÁN.-No me consuela. En mí el miedo es más fuerte que la esperanza.<br />

Necesito certidumbre. (Se levanta amenazador.) Dámela; o te mataré en cuanto te<br />

vea dormida.<br />

EVA (rodeando con sus brazos a la serpiente). -¡Mi preciosa serpiente! ¡Oh,<br />

no! ¿Cómo puedes ni siquiera pensar en ese horror?<br />

ADÁN. -El miedo me llevará a cualquier cosa. La serpiente me ha dado miedo.<br />

Que me dé ahora certidumbre, o que me tenga miedo.<br />

LA SERPIENTE. - Ata el futuro con tu voluntad. Haz un voto.<br />

ADÁN. - ¿Qué es un voto?<br />

LA SERPIENTE. -Elige un día para morir; y decide morir en ese día. La muerte no<br />

será entonces incierta, sino cierta. Que Eva haga el voto de quererte hasta que te mueras.<br />

Entonces el amor no será incierto.<br />

ADÁN.-Sí; eso es espléndido; eso atará el futuro.<br />

EVA (disgustada, apartándose de la serpiente).-Pero destruirá la esperanza.<br />

ADÁN (enojado).-Calla, mujer. La esperanza es mala. La felicidad es mala. La<br />

certidumbre es una bendición.<br />

LA SERPIENTE. - ¿Qué es malo? Has inventado una palabra.<br />

ADÁN. - Todo lo que temo es malo. Escúchame, Eva; y escúcharne tú también,<br />

serpiente, para que tu memoria retenga mi voto. Viviré mil series de las cuatro es-<br />

taciones ...<br />

LA SERPIENTE. - Años. Años.<br />

ADÁN. - Viviré mil años; y después no aguantaré más; y me moriré para descansar.<br />

Y querré a Eva, y a ninguna otra mujer, durante todo ese tiempo.<br />

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me muera.<br />

EVA. - Y si Adán cumple su voto, yo no querré a ningún otro hombre hasta que<br />

LA SERPIENTE. -Entre los dos habéis inventado el matrimonio. Y lo que él<br />

será para ti, y no para ninguna otra mujer, es marido; y lo que tú serás para é1, y no<br />

para ningún otro hombre, es esposa.<br />

ADÁN (moviendo instintivamente la mano hacia Eva). -Marido y mujer. (La<br />

serpiente se ríe.)<br />

odioso.<br />

EVA (desprendiéndose bruscamente de Adán),-Te digo que no hagas ese ruido<br />

ADÁN.-No le hagas caso, serpiente; ese ruido es bueno; me alegra el corazón.<br />

Eres una serpiente alegre, pero todavía no has hecho ningún voto. ¿Cuál vas a hacer?<br />

LA SERPIENTE.-Yo no hago votos. Corro el albur.<br />

ADÁN. -¿Albur? ¿Qué significa eso?<br />

LA SERPIENTE. -Que yo temo la certidumbre tanto como tú la incertidumbre.<br />

Significa que lo único cierto es la incertidumbre. Si ato el futuro ato mi voluntad. Si<br />

ato mi voluntad estrangulo la creación.<br />

EVA.-No hay que estrangular la creación. Te digo que yo crearé, aunque al<br />

crear me deshaga en pedazos.<br />

ADÁN.-Callaos los dos. Yo ataré el futuro. Me libraré del miedo. (A Eva.)<br />

Hemos hecho nuestros votos; y si tú creas, crearás dentro de los límites de esos<br />

votos. No escucharás más a esa serpiente. Ven. (Agarra a Eva del pelo y se la lleva.)<br />

EVA. -Suéltame, tonto. Todavía no me ha dicho el secreto.<br />

ADÁN (soltándola). -Es verdad. ¿Qué es un tonto?<br />

EVA. -No sé; se me ha ocurrido la palabra. Ser tonto es lo que eres tú cuando<br />

olvidas y cavilas y te llenas de miedo. Quiero que escuchemos a la serpiente.<br />

ADÁN.-No; me da miedo. Cuando habla siento como que se va abriendo el<br />

suelo bajo mis pies. Quédate tú y escucha. (La serpiente se ríe.)<br />

ADÁN (alegrándose). -Ese ruido se lleva el miedo. ¡Qué raro! La serpiente y<br />

la mujer van a hablar de secretos en voz baja. (Suelta una risita y se aleja despacio,<br />

riéndose por primera vez.)<br />

EVA.-Ahora el secreto, el secreto. (Se sienta en la roca y estrecha en sus<br />

brazos a la serpiente, que empieza a hablarle en voz queda. La cara de Eva se ilumina<br />

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con un gran interés, que aumenta hasta que lo sustituye una expresión de invencible<br />

repugnancia. Hunde la cara en las manos.)<br />

ACTO II<br />

Unos pocos siglos después. Un oasis en Mesopotamia. Muy cerca asoma en una<br />

huerta el extremo de una cabaña de troncos. Adán está cavando en medio de la huerta.<br />

A su derecha está sentada Eva en un taburete a la sombra de un árbol cerca de la<br />

entrada. Hila lino. Su rueca, que mueve a mano, es un gran disco de madera dura,<br />

prácticamente un volante. En el lado opuesto de la huerta hay un seto espinoso en que<br />

hay un espacio cerrado por una tranquera.<br />

Los dos están escasa y descuidadamente vestidos con lienzo áspero de lino y<br />

hojas. Han perdido su juventud y su gracia, y Adán tiene una barba mal cuidada y un<br />

pelo mal cortado, pero son fuertes y están en pleno vigor. Adán tiene la cara de<br />

preocupado de los campesinos. Eva, de mejor humor (ha dejado de preocuparse), hila y<br />

piensa.<br />

UNA VOZ DE HOMBRE.- Hola mamá.<br />

EVA (mirando hacia la tranquera). -Ahí está Caín. (Adán, profiriendo un gruñido de<br />

disgusto, sigue cavando sin levantar la cabeza. Caín patea la tranquera para abrirse paso y<br />

entra en la huerta. Por su actitud, su voz y su vestimenta, es marcadamente guerrero. Viene<br />

equipado con una enorme lanza y una adarga de cuero con borde de metal; su casco es una<br />

cabeza de tigre con cuernos de toro; viste una capa escarlata coca un broche de oro sobre<br />

una piel de león con las garras colgantes; calza sandalias con adornos de latón; tiene<br />

tobilleras de latón: y su erizado bigote militar brilla con aceite. Con sus padres tiene la<br />

actitud del hijo rebelde que quiere imponerse, no las tiene todas consigo y sabe que ni lo<br />

perdonan ni lo aprueban.)<br />

CAÍN (a Adán). - ¿Siempre cavando? Cavar, cavar, cavar. Aferrarse a los<br />

viejos surcos. Nada de progreso, nada de ideas avanzadas, nada de aventuras. ¡Qué<br />

sería yo si me hubiera empeñado en seguir cavando, como me enseñaste?<br />

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ADÁN. - ¿Qué eres ahora con tu adarga y tu lanza y la sangre de tu hermano<br />

que clama contra ti desde la tierra?<br />

CAÍN.-Yo soy el primer asesino; tú no eres más que el primer hombre.<br />

Cualquiera podría ser el primer hombre; es tan fácil como ser el primer repollo.<br />

Para ser el primer asesino hay que ser hombre de temple.<br />

ADÁN. - Véte. Déjanos en paz. El mundo es bastante grande para que<br />

podamos estar aparte.<br />

EVA. - ¿Por qué quieres que se vaya? Es mío. Lo hice yo en mi cuerpo.<br />

Quiero ver mi obra de vez en cuando.<br />

ADÁN. -También hiciste a Abel. Caín lo mató. ¿Eres capaz de mirarlo<br />

después de aquello?<br />

CAÍN. - ¿Quién tuvo la culpa de que yo matara a Abel? ¿Quién inventó el<br />

matar? ¿Yo? No; lo inventó él mismo. Yo seguía tus enseñanzas. Cavaba, cavaba,<br />

cavaba. Hice limpieza de cardos y zarzas. Comía los frutos de la tierra. Vivía del<br />

sudor de mi frente, como tú. Era un tonto. Pero Abei era un descubridor, hombre<br />

con<br />

ideas, con espíritu: un verdadero progresista. Él fué quien descubrió la sangre.<br />

Inventó el matar. Averiguó que con una gota de rocío se podía atraer el calor del<br />

sol. Inventó el altar para mantener vivo el fuego. Transformaba en carne, mediante<br />

el fuego del altar, las bestias que mataba. Se mantenía vivo comiendo carne. Su<br />

comida le costaba un día glorioso de deporte sano y una hora de divertirse jugando<br />

con el fuego. Tú no aprendiste nada de él y seguiste con tu aburrida rutina, cavando,<br />

cavando, cavando y haciéndome a mí también cavar. Yo le envidié su felicidad, su<br />

libertad. Me despreciaba a mí mismo por no hacer lo que hacía él en vez de lo que<br />

hacías tú. Llegó a ser tan feliz que compartía su comida con la Voz, que le<br />

susurraba todos sus inventos. Decía que la Voz era la Voz del fuego que le hacía la<br />

comida, y que el fuego que la hacía podía también comerla. Era cierto: yo vi que el<br />

fuego consumía la comida en el altar de Abel. Entonces hice yo también un altar y<br />

en él ofrecí mi comida, mis granos, mis raíces, mis frutos. Inútilmente; no ocurrió<br />

nada. Abel se rió de mí, y entonces se me ocurrió la gran idea: ¿por qué no matar a<br />

Abel como él mataba las bestias? Lo golpeé y se murió como se morían las bestias.<br />

Entonces abandoné tu estúpida rutina y me puse a vivir como vivía él: de la caza, de<br />

matar y del fuego. ¿No soy mejor que tú, más fuerte, más feliz, más libre?<br />

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ADÁN.-No eres más fuerte; no tienes tanta resistencia como yo; no puedes<br />

durar. Has hecho que las bestias nos teman; y la serpiente ha inventado un veneno<br />

para protegerme contra ti. Yo mismo te tengo miedo. Si das un paso hacia tu madre<br />

con esa lanza en la mano, te golpearé con mi azada como golpeaste tú a Abel.<br />

EVA. -No me va a atacar. Me quiere.<br />

ADÁN. - También quería a su hermano. No obstante, lo mató.<br />

CAÍN. -No quiero matar mujer. No quiero matar a mi madre. Y aunque podría<br />

atravesarte con esta lanza sin ponerme al alcance de tu azada, en consideración a mi<br />

madre no te mataré. Si no fuera por ella, no podría resistirme a la diversión de matarte<br />

a pesar de mi temor de que pudieras matarme tú... He luchado con un jabalí y con un<br />

león para ver quién iba a matar a quién. He luchado con un hombre; lanza contra lanza<br />

y adarga contra adarga. Es terrible, pero no hay alegría parecida. Yo le llamo luchar.<br />

Quien nunca ha luchado, nunca ha vivido. Esto es lo que me ha traído hoy a ver a mi<br />

madre.<br />

destructor.<br />

ADÁN. -¿Qué tenéis ahora que ver uno con otro? Ella es la creadora; tú eres el<br />

CAÍN.-¿Cómo puedo yo matar a menos que ella cree? Quiero que cree más y<br />

más hombres, y más y más mujeres, para que ellas, a su vez, creen más hombres. He<br />

imaginado un glorioso poema de muchos hombres, de más hombres que hojas en mil<br />

árboles. Los dividiré en dos grandes grupos. Uno de ellos lo dirigiré yo; el otro lo<br />

dirigirá el hombre con quien más ganas tengo de pelear para matarlo. Y cada grupo<br />

intentará matar al otro. Imagínate a todas aquellas multitudes luchando, peleando,<br />

matando, matando. Los cuatro ríos fluyendo sangre. Los gritos de triunfo, los alaridos<br />

de furia, las maldiciones de desesperación, los gemidos de tormento. Eso sí que será<br />

vivir hasta con el tuétano mismo, esa sí que será una vida ardorosa, impresionante.<br />

Todo el que no la haya visto, oído, sentido, arriesgado, se sentirá como un imbécil en<br />

presencia del hombre que lo haya conocido.<br />

los mates?<br />

EVA. -¿Y yo? ¿No soy sino una mera conveniencia que hace hombres para que tú<br />

ADÁN. - O para que te maten a ti, tonta.<br />

CAÍN. -Madre: el hacer hombres es tu derecho, tu riesgo, tu agonía, tu gloria, tu<br />

triunfo. Para eso haces de mi padre una mera conveniencia para ti, como tú dices. Tiene que<br />

cavar para ti, sudar para ti, arar para ti, como el buey que le ayuda a abrir la tierra o el burro<br />

que le lleva las cargas. Ninguna mujer me hará vivir como vive mi padre. Cazaré, lucharé y<br />

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me esforzaré hasta que se rompan mis tendones. Cuando mate un jabalí con riesgo de mi vida<br />

se lo tiraré a mi mujer para que lo cocine y le daré un pedazo por su trabajo. No tendrá otra<br />

comida, y eso la hará mi esclava. Y el hombre que me mate puede quedarse con ella como<br />

botín. El hombre será el amo de la mujer, no su cría y su sirviente. (Adán tira la azada y se<br />

queda mirando sombríamente a Eva.)<br />

EVA. -Je tienta eso, Adán? ¿Te parece mejor que el cariño que nos tenemos?<br />

CAÍN. - ¿Qué sabe él de cariño? Sólo después de luchar, después de afrontar el<br />

terror y la muerte, después de gastar hasta la última gota de su fuerza, puede saber lo que<br />

es descansar en el amor en brazos de una mujer. Pregunta a la mujer que hiciste, que es<br />

también mi mujer, si me prefería como era en el tiempo en que seguía las enseñanzas de<br />

Adán y era un cavador y un sirviente.<br />

EVA (enfadada y tirando el huso). - ¿Cómo? ¿Te atreves a venir a jactarte de esa<br />

Lua que no sirve para nada, la peor de las hijas y la peor de las esposas? ¿Que tú eres su<br />

amo? Eres más esclavo de ella que el buey de Adán o tu propio perro pastor. Cuando<br />

mates el jabalí con riesgo de tu vida le tirarás un pedazo por su trabajo. ¡Ja! Pobre<br />

infeliz: ¿crees que no la conozco y te conozco a ti mejor que eso? ¿Arriesgas la vida<br />

cuando atrapas en un cepo al armiño, a la marta y al zorro azul para que cuelguen en sus<br />

hombros holgazanes y hagan que parezca más un animal que una mujer? Cuando tienes<br />

que !atrapar tiernos pajaritos porque para ella es demasiado trabajo masticar una comida<br />

decente, ¿te sientes como un gran guerrero? Matas el tigre arriesgando tu vida; pero,<br />

¿quién se queda con la piel a rayas que te ha hecho correr el riesgo? Se queda ella para<br />

tumbarse encima y te tira la carne podrida que no puedes comer. Tú luchas porque<br />

piensas que la lucha hace que te admire y te desee. Tonto: te hace luchar porque le traes<br />

los adornos y los tesoros de tus víctimas y porque las personas que te temen la cortejan y<br />

propician con poder y oro. Dices que yo hago de Adán una mera conveniencia: yo, que<br />

hilo y traigo hijos al mundo y los crío, y que soy una mujer y no un animalito doméstico<br />

para gustar y explotar a los hombres. ¿Qué eres tú, pobre esclavo de una cara pintada y<br />

un montón de pieles de zorrino? Eras un hombre-niño cuando te parí; Lua era una mujer-<br />

niña cuando la parí. ¿Qué habéis hecho de vosotros mismos?<br />

CAÍN (dejando caer su lanza al codo doblado con que sostiene la adarga y<br />

retorciéndose el bigote). -Hay algo más alto que el hombre. Hay un héroe y un super-<br />

hombre.<br />

EvA. -¡Superhombre! Tú no eres un superhombre; eres el anti-hombre; eres a otros<br />

hombres lo que el armiño es al conejo; y Lua es a ti lo que la sanguijuela es al armiño.<br />

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Desprecias a tu padre; pero cuando tu padre muera el mundo será más rico porque él vivió.<br />

Cuando te mueras tú, los hombres dirán: "Fué un gran guerrero, pero para el mundo habría<br />

sido mejor si no hubiera<br />

nacido." Y de Lua no dirán nada; pero cuando piensen en ella escupirán.<br />

CAÍN.-Es mejor mujer que tú para vivir con ella. Si Lua me regañara como me<br />

estás regañando y regañas a Adán, le pondría negro y azul el cuerpo a golpes, de pies<br />

a cabeza. Por muy esclavo que dices que soy, ya le he pegado antes de ahora.<br />

EVA.-Sí, porque miró a otro hombre. Y luego te humillaste a sus pies, y<br />

lloraste, y le suplicaste que te perdonara y fuiste diez veces más esclavo que antes; y<br />

ella, cuando terminó de gemir y se le calmó un poco el dolor, te perdonó, ¿verdad?<br />

CAÍN. -Me amó más que nunca. Ese es el verdadero carácter de la mujer.<br />

EVA (compadeciéndolo ahora maternalmente). - ¡Amor! Llamas amor a<br />

eso. Dices que ese es el carácter de la mujer. Hijo mío: eso no es ser hombre, ni mujer,<br />

ni es amor, ni vida. No tienes verdadera fuerza en tus huesos ni savia en tu carne.<br />

CAÍN. - ¡ Ja! (Blande la lanza y la agita muscularmente.)<br />

EVA.-Sí; para sentir tu fuerza tienes que retorcer un palo; no puedes gustar de la<br />

vida sin hacerla amarga y ardiente; no puedes amar a Lua hasta que tenga pintada la<br />

cara, ni sentir el calor natural de su cuerpo hasta que le hayas puesto encima una piel de<br />

ardilla. No puedes sentir nada más que los tormentos ni creer nada más que las<br />

mentiras. No levantarás la cabeza para mirar los milagros de la vida que te rodea, pero<br />

correrás diez millas para ver una pelea o una muerte.<br />

ADÁN.-Ya has hablado bastante. Deja al chico en paz.<br />

CAÍN.-¿Chico? ¡Ja, ja!<br />

EVA (a Adán). -Es posible que pienses que, al fin y al cabo, su manera de vivir es<br />

mejor que la tuya. Todavía te tienta. Bueno, me mimarás tú a mí como él mima a su<br />

mujer. Matarás tigres y osos hasta que yo tenga un montón de pieles para tenderme<br />

encima. Me pintaré la cara, y dejaré que se me ablanden los brazos, y comeré perdices y<br />

palomas y la carne de los cabritos a quienes les robarás la leche para mí.<br />

ADÁN.-Ya es bastante difícil aguantarte tal como eres. Sigue siendo como eres, y<br />

yo seguiré siendo como soy.<br />

CAÍN. -Ninguno de los dos sabéis nada de la vida. Sois unos simples campesinos.<br />

Sois los enfermeros y criados de los bueyes y los perros y los burros que habéis<br />

domesticado para que trabajen para vosotros. Yo puedo hacer que seáis más que eso.<br />

Tengo un plan. ¿Por qué no domesticar a hombres y mujeres para que trabajen para<br />

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nosotros? ¿Por qué no criarlos desde su niñez de modo que no conozcan otra cosa y<br />

crean que somos dioses y que ellos están aquí únicamente para hacer que la vida sea<br />

gloriosa para nosotros?<br />

ADÁN (impresionado). - Gran idea. Como solía decir la serpiente: ¿por qué no?<br />

EVA. - Porque yo no quisiera tener a esos desdichados en mi casa. Porque detesto<br />

los seres con dos cabezas, o con miembros atrofiados, o que no son naturales o están<br />

desfigurados y deformados. Ya he dicho a Caín que no es un hombre y que Lua no es<br />

una mujer: son monstruos. Y tú quieres ahora hacer monstruos aun menos naturales, para<br />

que tú puedas ser un perfecto haragán e inútil y que tus domesticados animales humanos<br />

se encuentren con que el trabajo es una maldición. ¡Hermoso sueño, verdaderamente! (A<br />

Caín.) A tu padre la tontería no le penetra más allá de la piel; pero tú eres un tonto<br />

hasta la médula; y el fardo de tu mujer es aún peor.<br />

ADÁN.-¿Por qué soy yo un tonto? ¡Cómo!, ¿soy más tonto que tú?<br />

EVA.-Tú me dijiste que no habría muertes, porque la Voz diría a nuestros<br />

hijos que no deben matar. ¿Por qué no le dijo eso a Caín?<br />

CAÍN.-Se lo dijo; pero yo no soy un niño para asustarme de una Voz. La Voz<br />

pensaba que yo no era sino el guardián de mi hermano. Yo descubrí que yo era yo,<br />

y que Abel debía ser Abel y protegerse a sí mismo. Yo no era más guardián de él<br />

que él mi guardián. ¿Por qué no me mató él a mí? Nada se lo impedía más que a mí;<br />

era cuestión de hombre contra hombre, y gané yo. Yo fuí el primer vencedor.<br />

ADÁN. -¿Qué te dijo la Voz cuando pensaste todo eso?<br />

CAÍN.-Me dió la razón. Me dijo que lo que había hecho me puso una marca,<br />

una marca de fuego como la que Abel ponía en sus ovejas, y que nadie me mataría.<br />

Y aquí estoy sin que nadie me haya matado, mientras a los cobardes que nunca han<br />

matado y se contentan con ser los guardianes de sus hermanos, en vez de ser sus<br />

amos, se los desprecia y rechaza y se los mata como si fueran conejos. Quien lleve<br />

la marca de Caín gobernará el mundo. Si cae lo vengarán siete veces; lo ha dicho la<br />

Voz; de modo que cuidado con conspirar, vosotros y los demás, contra mí.<br />

ADÁN.-Déjate de jactancias y matonismos y di la verdad. ¿No te dice la Voz<br />

que ya que ningún hombre puede atreverse a matarte porque asesinaste a tu<br />

hermano te deberías matar a ti mismo?<br />

CAÍ N. - No.<br />

ADÁN. -Entonces, la justicia divina no existe, a menos que estés mintiendo.<br />

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CAÍN,-No estoy mintiendo; me atrevo a decir las verdades. Hay una justicia<br />

divina. Porque la Voz me dice que debo ofrecerme a todos para que me maten si pue-<br />

den. Sin peligro no puedo ser grande. Así es como pago la sangre de Abel. El peligro<br />

y el miedo me siguen los pasos por todas partes. Sin peligro y miedo el valor no<br />

tendría sentido. Y es el valor, el valor, el valor, lo que eleva la sangre de la vida a un<br />

esplendor escarlata.<br />

ADÁN (recogiendo su azada y disponiéndose otra vez a cavar). -Entonces, quítate<br />

la vida. Esa vida espléndida de que hablas no durará mil años; y yo debo durar mil<br />

años. Cuando vosotros, los peleadores, no os matáis luchando uno contra otro o<br />

contra las fieras, morís como resultado del mal que lleváis dentro. Vuestra carne cesa<br />

de crecer como carne de hombre: crece como un hongo en un árbol. En vez de<br />

respirar estornudáis, o toséis vuestras entrañas y perecéis. Se os pudren los<br />

intestinos; se os cae el pelo, se os ennegrecen y caen los dientes; y morís antes de<br />

tiempo, no porque queráis, sino porque debéis morir. Yo cavaré y viviré.<br />

CAÍN. -Bien, pero haz el favor de decirme: ¿para qué te sirven a ti, viejo<br />

vegetal, mil años de vida? ¿Cavas mejor porque hace cientos de años que estás<br />

cavando? Yo no he vivido tanto tiempo como tú, pero del oficio de cavar sé todo lo<br />

que se puede saber. Dejando ese oficio me he hecho libre para aprender otros oficios<br />

que tú desconoces por completo. Sé cómo luchar y cómo cazar, en una palabra, cómo<br />

matar. ¿Qué certidumbre tienes tú de tus mil años? Yo podría mataros a los dos, y no<br />

sabríais defenderos mejor que un par de ovejas. Os dejo vivir, pero otros quizá os<br />

maten. ¿Por qué no vivir<br />

valientemente y morir pronto para dejar sitio a otros? ¿Por qué yo, yo, que tengo<br />

más habilidades que ninguno de vosotros dos, me canso de mí mismo cuando no estoy<br />

peleando o cazando? Antes que afrontar mil años de ese fastidio me mataría como a<br />

veces me tienta la Voz.<br />

tuya.<br />

ADÁN.-Mentiroso. Acabas de negar que te dijo que pagaras la vida de Abel con la<br />

CAÍN. -La Voz no me habla a mí como a ti. Yo soy un hombre; tú eres un niño<br />

crecido. No se habla a un niño como se le habla a un hombre. Y un hombre no escucha y<br />

tiembla en silencio. Replica; se hace respetar por la Voz y acaba por dictar lo que la Voz<br />

le dirá.<br />

ADÁN. - Maldita sea tu lengua por esa blasfemia.<br />

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EVA. -Contén la lengua, Adán, y no maldigas a mi hijo. Fué Lilith quien hizo mal<br />

al compartir tan desigualmente entre el hombre y la mujer el trabajo de crear. Si tú, Caín,<br />

hubieras tenido el trabajo de hacer a Adán o a otro hombre para que lo reemplazara<br />

cuando desapareciera, no lo hubieras matado; hubieras arriesgado tu vida para salvar la<br />

suya. Por eso es por lo que toda vuestra charlatanería, que acaba de tentar a Adán cuando<br />

ha tirado la azada y te ha escuchado por un rato, ha pasado a mi lado como un viento<br />

podrido que ha pasado por encima de un cadáver. Por eso hay enemistad entre la Mujer,<br />

la creadora, y el Hombre, el destructor. Yo te conozco: soy tu madre. En crear vida se<br />

tarda mucho, y es duro y penoso; en robar la vida que otros han hecho se tarda poco y es<br />

fácil. Por eso es por lo que Lilith os libró de parir, no para que robéis y matéis.<br />

CAÍN. - Que se lo agradezca el Diablo. Yo podría emplear mejor el tiempo que<br />

jugando a marido de la arcilla que piso.<br />

ADÁN. - ¿El diablo? ¿Qué palabra nueva es ésa?<br />

CAÍN. -Escúchame, viejo imbécil. Nunca te ha escuchado de buena gana mi alma<br />

cuando me has hablado de la Voz que te susurra al oído. Debe de haber dos Voces: una<br />

que te engaña y te desprecia, y otra que confía en mí y me respeta. A la tuya llamo yo<br />

Diablo. A la mía le llamo la Voz de Dios.<br />

ADÁN. - La mía es la Voz de la Vida; la tuya, la Voz de la Muerte.<br />

CAÍN. -Dejémoslo así. Porque a mí me susurra que la muerte no es realmente<br />

muerte; que es la puerta de otra vida; una vida infinitamente espléndida e intensa; una vida<br />

del alma sola; una vida sin terrones o azadas, hambre o fatiga...<br />

EVA. - Egoísta y ociosa, Caín. Ya lo sé.<br />

CAÍN. -Egoísta, sí: una vida en que ningún hombre es el guardián de su hermano<br />

porque su hermano sabe guardarse a sí mismo. Pero, ¿soy haragán yo? ¿No he abrazado, al<br />

rechazar vuestras faenas, males y agonías de que vosotros no sabéis nada? La flecha es más<br />

liviana en la mano que la azada; pero la energía que la empuja a través del pecho de un<br />

peleador es como el agua comparada con el fuego, cuando se le compara con la fuerza que<br />

mete la azada en la sucia e inofensiva arcilla. Mi fuerza es como la de diez porque mi corazón<br />

es puro.<br />

limpio.<br />

ADÁN. - ¿Qué quiere decir esa palabra? ¿Qué es puro?<br />

CAíN. - Lo hecho de arcilla. Lo que se vuelve hacia el sol, hacia el cielo claro y<br />

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ADÁN.-El cielo está vacío, hijo mío. La tierra es fructífera. La tierra nos alimenta.<br />

Nos da la fuerza con la que te hemos hecho a ti y a toda la humanidad. Apartado de la<br />

arcilla que desprecias perecerías tristemente.<br />

CAÍN. —Me rebelo contra la arcilla. Me revelo contra la comida. Dices que da<br />

fuerza, ¿no se transforma también en inmundicia y nos trae enfermedades? Me revelo<br />

contra esos nacimientos de que tanto os enorgullecéis tú y mi madre. Nos rebajan al<br />

nivel de las bestias. Si eso va a ser 1_o último como ha sido lo primero, que perezca la<br />

humanidad. Si he de comer como un oso, si Lua ha de parir cachorros como una osa,<br />

prefiero ser un oso y no un hombre; porque el oso no se avergüenza; no conoce nada<br />

mejor. Si tú estás contento, como el oso, yo no lo estoy. Quédate con la mujer que te<br />

da hijos; yo iré a la mujer que me da sueños. Hurga en la tierra para sacar comida; yo<br />

la traeré del cielo con mis flechas, o la derribaré cuando vague en la tierra con el<br />

orgullo de vivir. Si debo comer o morir, al menos conseguiré la comida lo más lejos<br />

que pueda de la tierra. El buey hará que sea más noble que la hierba antes de que me<br />

llegue. Y como el hombre es más noble que el buey, un día permitiré que mi enemigo<br />

se coma el buey; y luego lo mataré a él y me lo comeré.<br />

ADÁN.- ¡Monstruo! ¿Has oído eso, Eva?<br />

EVA. -En eso acaba lo de volver la cara hacia el cielo limpio y claro. En comer<br />

hombres. En comer niños. Porque en eso acabaría, como acabó en comer corderos y<br />

cabritos cuando Abel empezó con las ovejas y las cabras. Después de todo eres un pobre<br />

tonto. ¿Crees que a mí, que tengo el dolor de parir, que tengo el trabajo de hacer la<br />

comida, nunca se me han ocurrido esas cosas? Por un momento he pensado que quizá este<br />

hijo mío valiente y fuerte, capaz de imaginar algo mejor y de desear lo que imagina,<br />

podría también querer lo deseado hasta llegar a crearlo. Y a lo que hemos venido a parar<br />

es a que quiere ser oso y comer niños. Ni un<br />

oso comería a un hombre si pudiera conseguir miel. CAíN. - No quiero ser oso.<br />

No quiero comer niños. No sé lo que quiero, salvo que quiero ser algo más alto y<br />

noble que este estúpido y viejo cavador a quien Lilith hizo para que te ayudara a<br />

traerme al mundo y a quien desprecias ahora que te ha servido para lo que querías.<br />

ADÁN (en un acceso de furia). -Me dan ganas de hacerte ver que mi azada te<br />

puede abrir tu ingrata cabeza a pesar de tu lanza.<br />

CAÍN.-¿Ingrata? ¡Ja, ja! (Blandiendo la lanza.) Pruébalo, viejo padre de todos.<br />

Prueba lo que es pelear. EVA. - Paz, paz, tontos. Siéntate, calla y escúchame,<br />

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(Adán, encogiéndose cansadamente de hombros, tira la azada. Caín, riéndose al<br />

encogerse de hombros, tira la lanza y la adarga. Los dos se sientan en el suelo.) No sé<br />

quién de vosotros dos me satisface menos: tú con tus sucios azadonazos, o él con sus<br />

sucias muertes. No puedo pensar que para esas dos pobres maneras de vivir os dejara<br />

libres Lilith. (A Adán.) Tú extraes raíces y haces que los granos que siembras se<br />

multipliquen. ¿Por qué no extraes del cielo una manutención divina? Caín roba y<br />

mata para comer; y compone unos hueros poemas sobre la vida después de la muerte;<br />

y cubre con bellas palabras su vida llena de terror y con buena ropa su cuerpo roído<br />

por las enfermedades, para que los hombres lo glorifiquen y honren en vez de<br />

maldecirlo por asesino y ladrón. Todos vosotros, los hombres, con la única excepción<br />

de Adán, sois hijos míos, o hijos de mis hijos, o hijos de los hijos de mis hijos: todos<br />

venís a verme; todos os pavoneáis ante mí; todas vuestras pequeñas sabidurías y<br />

habilidades las exhibís ante la madre Eva. Vienen los cavadores; vienen los<br />

peleadores y matadores; todos me aburren mucho, porque o se me quejan de<br />

la última cosecha o se me jactan de la última pelea. ¡Oh, lo he oído mil veces!<br />

Me hablan también del último hijo que han tenido; la agudeza que dijo ayer el<br />

angelito, y cuánto más listo, o admirable, o delicado es que ningún otro niño nacido<br />

antes. Y yo tengo que fingir que me sorprende, que me encanta, que me interesa,<br />

aunque el último hijo es como el primero y no ha dicho nada que no nos encantara a<br />

Adán y a mí cuando lo decíais Abel o tú. Porque vosotros fuisteis los primeros niños<br />

que hubo en el mundo y nos asombrasteis y encantasteis como no se asombrará y<br />

encantará otra vez ninguna otra pareja mientras dure el mundo. Cuando no puedo<br />

aguantar más voy a nuestro antiguo Paraíso, que ahora es una masa de ortigas y<br />

cardos, en la esperanza de encontrarme con la serpiente para conversar. Pero vosotros<br />

habéis hecho de la serpiente un enemigo; se ha ido del Paraíso o ha muerto; no la veo<br />

más. Y después tengo que volver y escuchar a Adán diciendo las mismas cosas por<br />

diezmilésima vez o recibir la visita de su tataranieto, que ha crecido y quiere<br />

impresionarme con su importancia. ¡Oh!, es aburridísimo, aburridísimo. Y todavía<br />

me quedan cerca de setecientos años en que tengo que soportarlo.<br />

CAíN. - ¡Pobre mamá! Ya ves, la vida es demasiado larga. Uno se cansa de<br />

todo. No hay nada nuevo bajo el sol.<br />

ADÁN (a Eva, rezongando). - ¿Por qué sigues viviendo si no encuentras nada<br />

mejor que hacer que quejarte? EVA. - Porque todavía hay esperanza.<br />

CAíN. -¿En qué?<br />

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EVA. - En que tu sueño y el mío sean una realidad. En cosas nuevas. En cosas<br />

mejores. No todos mis hijos y los hijos de mis hijos son cavadores y peleadores. Al-<br />

gunos no quieren cavar ni pelear; son más útiles que ninguno de vosotros dos; son flojos<br />

y cobardes; son vanidosos; pero también sucios y no se quieren tomar el trabajo de<br />

cortarse el pelo. Piden dinero prestado y no lo devuelven; pero se les da lo que piden,<br />

porque dicen bellas mentiras con bellas palabras. Recuerdan sus sueños. Pueden soñar<br />

sin dormir. No tienen bastante voluntad para crear en vez de soñar; pero la serpiente<br />

dijo que la voluntad de los que tienen suficiente fe para creer en ello puede hacer que<br />

los sueños sean realidad mediante la creación. Hay otros que cortan cañas de diferentes<br />

tamaños y soplando por ellas lanzan al aire deliciosas formas de sonidos; y otros juntan<br />

esas formas haciendo que tres cañas suenen al mismo tiempo y llevan mi alma a alturas<br />

en que veo cosas que no puedo describir con palabras. Y otros hacen pequeños mamuts<br />

con arcilla, o hacen que aparezcan caras en piedras lisas y me piden que les cree<br />

mujeres que tengan aquellas caras. Yo he mirado a ellas y he deseado; y después he<br />

hecho una mujer-niña que al crecer se les ha parecido mucho. Y otros piensan en<br />

números sin tener que contar con los dedos, y contemplan el cielo a la noche, y dan<br />

nombres a las estrellas, y pueden predecir cuándo el sol quedará cubierto por una tapa<br />

negra de puchero. Y ahí anda Túbal, que me hizo esta rueca y me ahorró mucho trabajo.<br />

Y Enoch, que camina por la montañas y oye continuamente la Voz y ha renunciado a su<br />

voluntad para hacer la voluntad de la Voz y tiene algo de la grandeza de la Voz.<br />

Siempre que viene hay una nueva maravilla, o una nueva esperanza; algo que hace que<br />

vivir valga la pena. No quieren morir porque siempre están aprendiendo y creando cosas<br />

o logrando sabiduría, o al menos soñando con esas cosas. Y luego tú, Caín, vienes a mí<br />

con tus<br />

estúpidas peleas y destrucciones y tus tontas jactancias; y quieres que te diga<br />

que todo eso es espléndido, y que tú eres heroico, y que nada más que la muerte o el<br />

temor a la muerte hace que vivir valga la pena. Véte de aquí, niño travieso, y tú,<br />

Adán, sigue trabajando y no pierdas el tiempo escuchándolo.<br />

CAÍN. - Quizá no sea yo muy inteligente, pero ...<br />

EVA (interrumpiéndolo). - Quizá no lo seas, pero no empieces a jactarte de<br />

eso. No te hace ningún favor. CAÍN.-Así y todo, madre, tengo un instinto que me<br />

dice que la muerte desempeña una parte en la vida. Díme: ¿quién inventó la muerte?<br />

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(Adán se pone de pie de un salto. Eva deja caer el huso. Los dos se muestran muy<br />

consternados.)<br />

CAÍN. - ¿Qué os pasa?<br />

ADÁN.-Chico, nos has hecho una pregunta terrible.<br />

EVA.-El asesinar lo inventaste tú. Te debe bastar con eso.<br />

CAÍN. - El asesinato no es la muerte. Ya sabes lo que quiero decir. Aquellos a<br />

quienes maté morirían aunque yo no los hubiera matado. Aunque a mí no me maten,<br />

tendré que morir. ¿Quién me impuso eso? ¿Quién inventó la muerte?<br />

ADÁN.-Tienes que ser razonable. ¿Podrías soportar el vivir eternamente?<br />

Piensas que sí porque sabes que nunca tendrás que hacer que tu pensamiento sea<br />

una realidad. Pero yo he sabido lo que es estar sentado y meditando bajo el terror de<br />

la eternidad, de la inmortalidad. Piensa en lo que es no tener escape, ser Adán,<br />

Adán, Adán, durante más días que granos de arena hay en las orillas de los dos ríos<br />

y entonces estar tan lejos del fin como siempre. Yo, que tengo en mí mismo tantas<br />

cosas que detesto y de que estoy deseando desprenderme.<br />

Ya puedes dar gracias a tus padres, que te han permitido que traspases tu<br />

carga a hombres nuevos y mejores y te han ganado un descanso eterno; porque<br />

fuimos nosotros quienes inventamos la muerte.<br />

CAÍN (levantándose). -Hicisteis bien; tampoco yo quiero vivir eternamente.<br />

Pero si inventasteis la muerte, ¿por qué me hacéis reproches a mí, que soy el<br />

ministro de la muerte?<br />

ADÁN. -YO no te hago reproches. Véte en paz. Déjame a mí con mi azada y<br />

deja a tu madre con su rueca. CAÍN. -Bueno; aunque os he indicado un camino<br />

mejor, os dejo con vuestras tareas. (Recoge su adarga y su lanza.) Me voy adonde<br />

mis valientes amigos los guerreros y sus espléndidas mujeres. (Avanza hacia el seto<br />

espinoso.) ¿Dónde estaba el caballero cuando Adán cavaba y Eva hilaba? (Se aleja<br />

riéndose a carcajadas, que terminan cuando grita desde lejos.) Adiós, madre.<br />

ADÁN (rezongando). -El muy gandul podía haber cerrado el portillo. (Pone el<br />

trozo de portillo en la abertura del seto.)<br />

EVA. -Mediante él y los que son como él, la muerte va ganando terreno a la<br />

vida. Ya la mayoría de nuestros nietos mueren antes de tener sentido común para<br />

saber vivir.<br />

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ADÁN. - No importa. (Se escupe a las manos y agarra otra vez la azada.) La<br />

vida, por muy corta que la estén haciendo, es todavía bastante larga para aprender a<br />

cavar.<br />

EVA (cavilando). - Sí, para cavar. Y para pelear. Pero es bastante larga para<br />

otras cosas, para grandes cosas. Vivirán lo suficiente para comer maná.<br />

ADÁN. - ¿Qué es maná?<br />

EVA.-Comida extraída del cielo, hecha de aire, no cavada suciamente de la<br />

tierra. ¿Aprenderán en el poco<br />

tiempo que vivan los caminos de todas las estrellas? Enoch tardó doscientos años<br />

en aprender a interpretar la voluntad de la Voz. Cuando era un simple niño de ochenta<br />

años, sus infantiles intentonas para entender la Voz eran más peligrosas que la cólera de<br />

Caín. Si acortan sus vidas cavarán, y pelearán, y matarán, y morirán; y sus Enoch niños<br />

les dirán que la voluntad de la Voz es que sigan cavando, y peleando, y matando, y<br />

muriendo, por toda la eternidad.<br />

ADÁN. -Si son haraganes y desean la muerte, yo no puedo impedirlo. Yo viviré<br />

mis mil años; y si ellos no los viven, que se mueran y condenen.<br />

EVA. - ¿Que se condenen? ¿Qué es eso?<br />

ADÁN. -El estado en que se sienten quienes aman la muerte más que la vida. Sigue<br />

hilando; y no estés quieta sin hacer nada mientras yo canso mis músculos para ti.<br />

EVA (levantando lentamente su huso). - Si no fueras un majadero encontrarías para<br />

que pudiéramos vivir una manera mejor que esta de hilar y cavar.<br />

ADÁN.-Te digo que sigas trabajando; o te quedarás sin pan.<br />

EVA. - No es necesario vivir siempre sólo de pan. Hay algo más. Todavía no<br />

sabemos lo que es, pero un día lo averiguaremos; y entonces viviremos sólo de aquello, y<br />

no se cavará, ni se hilará, ni se peleará, ni se matará más. (Eva hila con resignación,<br />

Adán cava nervioso.)<br />

PARTE II<br />

EL EVANGELIO DE LOS HERMANOS BARNABAS<br />

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En los primeros años después de la guerra un caballero de cincuenta años y<br />

aspecto impresionante está sentado, escribiendo, en un despacho espacioso y bien<br />

amueblado. Viste de negro, de chaqué y corbata blanca; aunque su chaleco no es<br />

exactamente un chaleco de clérigo y el cuello de la camisa se abotona delante y no<br />

detrás, se combinan con la prosperidad indicada por su ambiente, y con su aire de<br />

distinción personal, para sugerir que es un dignatario eclesiástico. Con todo, no es<br />

claramente ni deán ni obispo; es más bien un intelectual demasiado sombrío para ser<br />

un entusiasta de la Iglesia Libre; y no tiene la cara de suficientemente preocupado<br />

como para ser el director de un colegio.<br />

Las ventanas del despacho, provistas de anchos y cómodos asientos, dan a<br />

Hampstead Heath y hacia Londres. En consecuencia, como hace una hermosa tarde de<br />

primavera, el despacho está soleado. Mirando de cara a las ventanas, a la derecha está<br />

el hogar con unos pocos leños que se van quemando lentamente, y un par de cómodas<br />

sillas de biblioteca sobre una alfombra delante del hogar; más allá, y al lado del hogar,<br />

la puerta; delante del mirón está el escritorio a que está sentado, un poco a la<br />

izquierda, el caballero sacerdotal, frente a la puerta y mostrando su perfil del lado<br />

derecho; a la izquierda un diván, y a la derecha un par de sillas Chippendale. Hay<br />

también en medio de la habitación, contra el escritorio, un taburete cuadrado y<br />

tapizado. Las paredes están cubiertas de estantes de libros, arriba, y armarios abajo.<br />

Se abre la puerta y se asoma otro caballero más bajo que el sacerdotal, con un<br />

año o dos de diferencia en edad, con barbita, vestido con un traje de tweed muy<br />

usado, y con mucho menos estilo que aquél en su porte y actitudes,<br />

cinco.<br />

EL CABALLERO SACERDOTAL, - Hola. No te esperaba hasta el tren de las<br />

EL CABALLERO DEL TRAJE DE TWEED (entrando muy despacio). -<br />

Pensando en una cosa, se me ha ocurrido venir más temprano.<br />

preocupa?<br />

EL CABALLERO SACERDOTAL (dejando la pluma), - ¿Qué es lo que te<br />

EL CABALLERO DEL TRAJE DE TWEED (sentándose en el taburete y muy<br />

preocupado con sus pensamientos),Al fin he decidido acerca del tiempo. Lo calculo<br />

en trescientos años.<br />

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...<br />

EL CABALLERO SACERDOTAL (irguiéndose enérgicamente en su silla). -<br />

Eso sí que es extraordinario. Muy extraordinario. Las últimas palabras que acabo<br />

de escribir cuando me has interrumpido son: "por lo menos tres siglos". (Toma el<br />

manuscrito de la mesa y se las señala,) Aquí está (leyendo): "el término de la vida<br />

humana debe alargarse por lo menos tres siglos".<br />

EL CABALLERO DEL TRAJE DE TWEED, - ¿Cómo has llegado a ese<br />

cálculo? (Una sirvienta abre la puerta y anuncia a un joven sacerdote.)<br />

LA SIRVIENTA. -El señor Haslam. (Sale, El visitantees tan mal acogido,<br />

que su anfitrión se olvida de levantarse; y los dos hermanos se quedan mirando<br />

fijamente al intruso sin poder ocultar su disgusto. Haslam, que no tiene nada de<br />

sacerdotal en su aspecto, más que el cuello de su camisa, y viste un traje color<br />

rapé, sonríe con una franca sonrisa de escolar que hace imposible que se pueda ser<br />

poco amable con él, y estalla en una frase evidentemente impremeditada.)<br />

HASLAM. - Me temo que soy muy fastidioso. Soy el rector, y me figura que<br />

tengo que hacer visitas.<br />

EL CABALLERO DEL TRAJE DE TWEED (en tono fantasmal). -Nosotros<br />

no somos gente de Iglesia. HASLAM. - ¡Oh!, a mí no me importa eso, si a ustedes<br />

no les importa. La mayoría de la gente de Iglesia de aquí es tan insípida como el<br />

agua. He oído hablar mucho de ustedes, y hay muy poca gente con quien hablar. He<br />

pensado que tal vez no tuvieran ningún inconveniente en que los visitara. ¿Les<br />

importa? Porque si les estorbo me alejaré con la velocidad del rayo, por supuesto.<br />

EL CABALLERO SACERDOTAL (levantándose, desarmado). - Siéntese, señor<br />

HASLAM. - Haslam.<br />

EL CABALLERO SACERDOTAL. - Señor Haslam.<br />

EL CABALLERO DEL TRAJE DE TWEED (levantándose y ofreciéndole su<br />

taburete),-Siéntese. (Se retira hacia las sillas Chippendale.)<br />

HASLAM (sentándose en el taburete). - Muchísimas gracias.<br />

EL CABALLERO SACERDOTAL (sentándose otra vez en su silla). - Le<br />

presento a mi hermano Conrad, profesor de biología en la Universidad de<br />

Jarrowsfield: el doctor Conrad Barnabas. Yo me llamo Franklyn: Franklyn Barnabas.<br />

Yo mismo fui sacerdote durante algunos años. HASLAM (simpatizando). -Sí; no lo<br />

puede uno evitar. Si la familia dispone de un curato, o el viejo conoce a un protector,<br />

los padres lo meten a uno en el sacerdocio.<br />

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CONRAD (sentándose en la silla Chippendale más distante y con un gruñido<br />

de que Haslam le ha hecho gracia). - Mp ...<br />

FRANKLYN. - A veces la conciencia lo echa a uno del sacerdocio.<br />

HASLAM. -Sí; pero, ¿adónde va a ir un individuo como yo? Me temo que no<br />

soy bastante intelectual para discutir pequeñeces cuando me sale un empleo y no<br />

tengo otra cosa mejor. Me figuro que a usted se le haría un poco duro, pero para mí<br />

no está mal. Por lo menos me durará toda la vida. (Se ríe de buen talante.)<br />

FRANKLYN (con renovada energía). - Ya estamos con lo mismo. Ya lo ves,<br />

Con. Le durará toda la vida. La vida es demasiado corta para que los hombres la<br />

tomen en serio.<br />

HASLAM. -Esa es una manera de ver, indudablemente.<br />

FRANKLYN.-A mí no me empujaron al sacerdocio, señor Haslam. Yo sentí<br />

que mi vocación era caminar con Dios, como Enoch. Al cabo de veinte años<br />

comprendí que no estaba caminando con Dios sino con mi propia ignorancia y<br />

vanidad, y que no estaba ni a cincuenta años de distancia de la experiencia y<br />

sabiduría que fingía.<br />

HASLAM. -Ahora que me paro a pensar, el viejo Matusalén debió de pensar<br />

dos veces antes de aceptar algo para toda la vida. Si yo pensara que voy a vivir<br />

novecientos sesenta años, no creo que seguiría en la Iglesia.<br />

FRANKLYN, - Si los hombres vivieran por lo menos un tercio de ese tiempo, la<br />

Iglesia sería muy distinta de lo que es.<br />

CONRAD, - Si yo pudiera contar con novecientos sesenta años podría llegar a<br />

ser un verdadero biólogo en vez de lo que soy ahora: un niño que intenta andar. ¿Está<br />

usted seguro de que no llegaría a ser un buen sacerdote si dispusiera de unos pocos<br />

siglos para llegar a serlo?<br />

HASLAM. -No me faltan muchas cosas para serlo; ser un buen cura es bastante<br />

fácil. Es la Iglesia la que me repele. No podría aguantarla durante novecientos años.<br />

Me iría. A veces, cuando el obispo, que es el más inapreciable de los fósiles; larga<br />

algo aun más anticuado que lo que tiene por costumbre, el pájaro se pone a piar en mi<br />

jardín.<br />

FRANKLYN. -¿Qué pájaro?<br />

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HASLAM. -Hay un pájaro que en primavera no cesa de repetir en una hora:<br />

"Sigue o déjalo, sigue o déjalo." ¡Ojalá me hubiera encontrado mi padre otro<br />

oficio. (Aparece otra vez la sirvienta.)<br />

LA SIRVIENTA. -¿Hay alguna carta para el correo?<br />

FRANKLYN. - Estas. (Le alarga un canasto con cartas. La sirvienta se acerca<br />

al escritorio y se las lleva.)<br />

casa.<br />

I HASLAM (a la sirvienta). -¿Se lo ha dicho usted ya al señor Barnabas?<br />

LA SIRVIENTA (resistí¿adose un poco), -No, señor.<br />

FRANKLYN. - ¿Qué es lo que me tenía que decir? HASLAM, -Se va de esta<br />

FRANKLYN. -¿De veras? Lo siento. ¿Es culpa nuestra, señor Haslam?<br />

HASLAM,-Nada de eso. Aquí está muy bien.<br />

LA SIRVIENTA (enrojeciendo),-Nunca lo he negado,<br />

señor. No podría pedir una casa mejor. Pero no voy a vivir más que una vez y<br />

quizá no se me presente otra oportunidad. Dispénseme, señor, pero las cartas deben<br />

alcanzar el correo. (Se va con las cartas. Los dos hermanos dirigen miradas de<br />

interrogación a Haslam.)<br />

HASLAM. - ¡Qué boba! Se va a casar con un leñador de la aldea y a vivir con<br />

él en una choza con unos cuantos críos que tropiezan unos con otros, simplemente<br />

porque el individuo tiene ojos de poeta y bigote.<br />

una vez.<br />

CONRAD (con gravedad). - Ella ha dicho que porque no va a vivir más que<br />

HASLAM. - Es igual. ¡Pobre chica! El del bigote la ha convencido de que deje<br />

la casa; y cuando se case con él tendrá que quedarse. Yo digo que las cosas están<br />

mal organizadas.<br />

CONRAD. -Lo que le pasa es que aun no ha tenido tiempo para averiguar lo<br />

que la vida significa realmente. Tiene que morir antes de saberlo.<br />

HASLAM (agradablemente).-Así es. FRANKLYN.-No tiene tiempo para<br />

formarse una conciencia bien ilustrada.<br />

HASLAM (aun más agradablemente). -Exacto.<br />

FRANKLYN. -La cosa es más profunda. Esa chica no tiene tiempo para<br />

formarse una verdadera conciencia. Unos cuantos puntillos románticos de honor y<br />

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unos pocos convencionalismos, un mundo inconsciente; ese es el horror de nuestra<br />

situación.<br />

HASLAM (radiante). -Simplemente estúpido. (Levantándose.) Bueno, creo<br />

que lo mejor que puedo hacer es largarme. Han sido ustedes muy amables<br />

aguantando mi visita.<br />

CONRAD (en su tono fantasmal de antes),-Si está usted realmente interesado<br />

no necesita irse.<br />

Adiós.<br />

HASLAM (harto). -Tengo que irme ... de veras ... tengo algo que hacer en ...<br />

FRANKLYN (sonriendo benévolamente y levantándose para darle la mano).-<br />

CONRAD (ásperamente, dejándolo). -Adiós.<br />

HASLAM. -Adiós. Siento que ... (Cuando el sacerdote da unos pasos para<br />

darse la mano con Franklyn, convencido de que se ha hecho un lío al despedirse,<br />

entra impetuosamente una señorita vigorosa y tostada por el sol, con el pelo castaño<br />

claro cortado al nivel del cuello como un joven italiano de un cuadro de Gozzoli. No<br />

parece llevar encima más que su falda corta, su blusa, sus medias y un par de<br />

zapatos noruegos: en suma, es una entusiasta de la 'Vida Simple.)<br />

LA ENTUSIASTA DE LA VIDA SIMPLE (abalanzándose hacia Conrad y<br />

dándole un beso). - Hola, Nunk. Has venido antes de tiempo.<br />

CONRAD. - A ver si te portas bien. Tenemos una visita. (La chica se vuelve<br />

rápidamente y ve al sacerdote e instintivamente lleva una mano a su melena Gozzoli,<br />

pero la deja por imposible.)<br />

Cynthia.<br />

FRANKLYN. -El señor Haslam, nuestro nuevo rector. (A Haslam.) Mi hija<br />

CONRAD. -A quien habitualmente llamamos Savvy, abreviatura de Salvaje.<br />

SAVVY.-Yo llamo habitualmente Bill al señor Haslam. Es abreviatura de<br />

William. (Avanza hasta la estera que hay delante del hogar y los mira tranquilamente<br />

desde aquella posición dominante.)<br />

FRANKLYN. - ¿Lo conoces?<br />

SAVVY.-Ya lo creo. Siéntate, Bill.<br />

FRANKLYN.-El señor Haslam se va, Savvy. Tiene un compromiso.<br />

SAVVY. - Ya lo sé. Su compromiso soy yo.<br />

CONRAD. - Si es así, ¿quieres llevártelo al jardín mientras yo<br />

hablo con tu padre?<br />

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SAVVY (a Haslam). - ¿Tenis?<br />

HASLAM. -Muy bien.<br />

SAVVY. -Ven. (Sale como bailando. Haslam la sigue como un chico.)<br />

FRANKLYN (apartándose de su escritorio y poniéndose a caminar de un lado para<br />

otro con expresión de descontento). -Los modales de Savvy me dan dentera. A su<br />

abuela la hubieran horrorizado.<br />

madre.<br />

CONRAD (con obstinación). - Son modales de más felicidad que los de nuestra<br />

FRANKLYN. -Sí; más francos, más sanos, mejores de cien maneras. No<br />

obstante eso, los miro un poco de reojo. No se me quita de la cabeza que nuestra<br />

madre era mujer de buenos modales, y Savvy carece de ellos.<br />

CONRAD. -En los buenos modales de nuestra madre no había ningún placer.<br />

Eso hace que haya una diferencia biológica.<br />

FRANKLYN, -Pero había belleza, gracia, estilo, y, sobre todo, decisión. Savvy<br />

es un cachorro.<br />

CONRAD. -Eso debería ser a la edad que tiene.<br />

FRANKLYN.-Ya estamos otra vez. ¡Su edad! ¡Su edad!<br />

CONRAD. -Tú quieres que a los dieciocho años sea completamente crecida.<br />

Quieres imponerle un dominio de sí misma rígido, artificial y prematuro, antes de que<br />

tenga una personalidad que dominar. Déjala en paz; para los años que tiene está bien.<br />

FRANKLYN. -La he dejado en paz, y mira el resultado. Como todos los demás<br />

a quienes se les ha dejado en paz, se ha vuelto socialista, es decir, se ha desmorali-<br />

zado completamente.<br />

CONRAD. - ¿No eres tú socialista?<br />

FRANKLYN. -Sí, pero no es lo mismo. Tú y yo nos criamos en la antigua<br />

moral burguesa. Nos enseñaron modales burgueses y puntillos de honor burgueses.<br />

Los modales burgueses podrán ser snob; es posible que no contengan ningún<br />

placer, como dices tú, pero son mejores que el no tenerlos. Muchos puntillos de<br />

honor burgueses son quizá falsos, pero al menos existen. Las mujeres saben qué es<br />

lo que esperan y qué es lo que se espera de ellas. Savvy no sabe. Es una<br />

bolchevique, y nada más. Tiene que improvisar sus modales y su conducta según se<br />

le presenten las cosas. A menudo es deliciosa, no hay duda, pero a veces mete la<br />

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pata espantosamente; y yo tengo entonces la impresión de que me culpa a mí por<br />

no haberla educado mejor.<br />

CONRAD. - Bueno, ahora tienes, de todos modos, algo mejor para enseñarle.<br />

FRANKLYN. - Sí, pero es demasiado tarde. Ya no confía en mí. No me habla<br />

de esas cosas. No lee nada de lo que yo escribo. Nunca viene a mis conferencias. En<br />

cuanto le concierne a ella, yo quedo fuera. (Vuelve a su silla ante el escritorio.)<br />

CONRAD. -Tengo que hablar con ella.<br />

FRANKLYN.-Tal vez te escuche. Tú no eres su padre. CONRAD. - Como le<br />

mandé mi último libro, puedo romper el hielo preguntándole qué (e ha parecido.<br />

FRANKLYN. - Al entetarse de que venías, me pregunté si ya estaban cortadas<br />

todas las páginas del libro, por si caía en tus manes No ha leído ni una palabra.<br />

CONRAD (levantándose indignado). -¿Cómo?<br />

FRANKLYN (inexorablemente .- Ni una palabra.<br />

CONRAD (vencido). -Bueno, quizá sea muy natural. La biología es una<br />

materia muy árida para una chica; y yo soy un viejo un tanto chiflado. (Se sienta otra<br />

vez resignadamente.)<br />

FRANKLYN. -Hermano: si eso es así, si la biología, tal como tú la consideras,<br />

y la religión, tal como yo la considero, son materias áridas, como lo eran las antigua-<br />

llas que nos enseñaron a nosotros con esos nombres, y si nosotros somos dos viejos<br />

un tanto secos y chiflados, como los antiguos predicadores y profesores, el<br />

evangelio de los hermanos Barnabas es un engaño. A menos que esa cosa marchita<br />

que es la religión y esa cosa árida que es la ciencia adquieran en nuestras manos una<br />

vida intensa interesante, lo mismo da que vayamos al jardín y nos pongamos a cavar<br />

la tierra hasta que nos llegue el momento de cavar nuestra fosa. (La sirvienta vuelve.<br />

Franklyn se impacienta con la interrupción.) Bueno, ¿qué pasa ahora?<br />

con usted.<br />

LA SIRVIENTA. -Lo llama por teléfono el señor Joyce Burge. Quiere hablar<br />

FRANKLYN (asombrado). - ¿El señor Joyce Burge?<br />

LA SIRVIENTA. -Sí, Señor.<br />

FRANKLYN (a Conrad). - ¿Qué diablos querrá ese hombre? Hace mucho que<br />

no sé nada de él y que no hemos hablado. Renuncié la presidencia de la Asociación<br />

Liberal y me sacudí de los pies el polvo de la política antes de que lo nombraran<br />

Primer Ministro del gobierno de coalición. Naturalmente, me dejó caer como una<br />

papa caliente.<br />

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CONRAD. -Ahora que la coalición le ha echado y que no es sino uno de la<br />

media docena de jefes de la oposición, es muy posible que quisiera recogerte nue-<br />

vamente.<br />

LA SIRVIENTA (en tono de advertencia).-Está esperando en el teléfono.<br />

FRANKLYN. -Bueno; ya voy. (Sale apresuradamente. La sirvienta va hasta la<br />

estera para avivar el fuego del hogar. Conrad se levanta, avanza hasta el centro de la<br />

habitación y se detiene mirando perplejo a la sirvienta.)<br />

a nadie.<br />

CONRAD. - De modo que no va usted a vivir más que una vez, ¿eh?<br />

LA SIRVIENTA (cayendo de rodillas en su consternación).-No quise ofender<br />

CONRAD.-No ofendió a nadie. Pero, ¿sabe que podría vivir Dios sabe cuánto<br />

si lo quisiera usted de veras? LA SIRVIENTA (sentada sobre sus talones).-No diga<br />

eso; señor. Intranquiliza mucho.<br />

CONRAD. - ¿Por qué? ¿Ha estado usted pensando en eso?<br />

LA SIRVIENTA. -Si no me lo hubiera usted puesto en la cabeza no se me<br />

habría ocurrido nunca. La cocinera y yo dimos un vistazo a su libro.<br />

CONRAD. - ¿Qué? ¿Usted y la cocinera dieron un vistazo a mi libro? ¡Y mi<br />

sobrina ni lo ha abierto siquiera! Bien, ¿qué le parece eso de vivir varios cientos de<br />

años? ¿Va a intentarlo?<br />

LA SIRVIENTA.-No lo dice usted en serio, por supuesto, pero le hace a una<br />

pensar, especialmente cuando va a casarse.<br />

CONRAD. - ¿Qué tiene que ver una cosa con otra? Es posible que su marido<br />

viva tanto como usted.<br />

LA SIRVIENTA.-Ahí está la cosa, señor. Ya sabe usted que me tomará para lo<br />

bueno y lo malo, hasta que la muerte nos separe. ¿Le parece a usted que estaría tan<br />

dispuesto a casarse si pensara que podría ser para varios cientos de años?<br />

CONRAD. -Es verdad. ¿Y usted qué piensa?<br />

LA SIRVIENTA. - Se lo diré claramente. Yo nunca prometería vivir con el<br />

mismo hombre tantos años. Nunca soportaría a mis propios hijos tanto tiempo. La<br />

cocinera calculó que, sin tener más de doscientos años, quizá se casara una con su<br />

propio tatara-tatara-tataranieto y no supiera siquiera quién era.<br />

CONRAD. - ¿Y por qué no? Que usted sepa, el hombre con quien va a casarse<br />

puede ser el tatara-tataranieto de la tatarabuela de usted.<br />

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LA SIRVIENTA. - ¿Y cree usted que eso parecería respetable algún día?<br />

CONRAD. -Amiga mía, nos guste o no nos guste hay que hacer que todas las<br />

necesidades biológicas sean respetables; no necesita usted preocuparse de eso. (Fran-<br />

klyn vuelve, cruza la habitación y llega hasta su silla, pero no se sienta. La sirvienta<br />

sale.) ¿Qué quiere Joyce Burge?<br />

FRANKLYN. -Ha habido una confusión tonta. Yo había prometido hablar en un<br />

mitin en Middlesborough; y algún imbécil ha puesto en los diarios que "voy a<br />

Middlesborough", sin ninguna explicación. Naturalmente, ahora que estamos en<br />

vísperas de unas elecciones generales, los políticos piensan que voy a luchar por el<br />

acta de diputado del distrito. Burge sabe que tengo partidarios y piensa que yo podría<br />

salir elegido y encabezar un grupo en la Cámara de los Comunes. Está en casa de<br />

unos amigos en Dollis-Hill y dice que puede plantarse aquí en cinco o diez minutos.<br />

CONRAD. - ¿No le has dicho que era una alarma?<br />

FRANKLYN. -Claro que se lo he dicho, pero no me cree.<br />

CONRAD. -En realidad te ha llamado mentiroso, ¿no es cierto?<br />

FRANKLYN.-No. Ojalá me lo hubiera llamado. Cualquier léxico claro es mejor<br />

que esa nauseabunda farsa del compañerismo que nuestros hombres públicos<br />

representan en público. Finge no creerme y me asegura que su visita es totalmente<br />

desinteresada; pero, ¿para qué va a venir si no tiene ascua para arrimar a su sardina?<br />

Estos individuos nunca creen nada de lo que dicen ellos mismos y es muy natural que<br />

no puedan creer lo que dicen otros.<br />

CONRAD (levantándose). -Bueno, me largo. Ya antes de la guerra era difícil<br />

aguantar a los políticos, pero ahora que se las han arreglado entre todos para matar a<br />

media Europa, no puedo ser cortés con ellos y no veo por qué he de serlo.<br />

FRANKLYN. -Espera un poco. Tenemos que averiguar cómo va a acoger el<br />

mundo nuestro nuevo evangelio. (Conrad se sienta otra vez.) Desgraciadamente, los<br />

políticos son todavía una parte importante del mundo. ¿Qué te parece que ensayemos<br />

con Joyce Burge?<br />

CONRAD. - ¿Cómo vas a ensayar con él? No se puede hablar de algo más que<br />

con personas que quieren escuchar. Joyce Burge ha hablado tanto que ha perdido la<br />

facultad de escuchar. No escucha ni en la Cámara de los Comunes. Savvy entra<br />

jadeante, seguida por Haslam, que se detiene tímidamente en cuanto franquea el<br />

umbral.)<br />

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SAVVY (corriendo basta donde está Franklyn). -Oye, ¿quién crees que acaba de<br />

llegar en un automóvil grande?<br />

FRANKLYN. -Tal vez el señor Joyce Burge.<br />

SAVVY (desilusionada). -Ya lo saben, Bill. ¿Por qué no nos has dicho que<br />

venía? No estoy vestida.<br />

HASLAM. – Lo mejor que puedo hacer es irme, ¿verdad?<br />

CONRAD. -Quédense los dos. Cuando usted empiece a bostezar, quizá<br />

Joyce Burge se dé por aludido.<br />

SAVVY (a Franklin). -¿Podemos quedarnos?<br />

FRANKLYN. - Si prometes portarte bien, sí.<br />

SAVVY (haciendo una mueca). -¡Qué bien lo vamos a pasar!<br />

LA SIRVIENTA (entrando y anunciando). -El señor Joyce Burge. (Haslam<br />

va apresuradamente a la chimenea; y la sirvienta sale y cierra la puerta después<br />

que ha pasado el visitante.)<br />

FRANKLYN (pasando de prisa al lado de Savvy para ir al encuentro del<br />

visitante con la falsa cordialidad que acaba de estar denunciando). - ¿Ya está<br />

usted aquí? Mucho gusto en verlo. (Estrecha la mano de Burges y le presenta a<br />

Savvy.) Mi hija.<br />

SAVVY (sin atreverse a acercarse). -Es usted muy amable visitándonos.<br />

(Joyce Burge, inmóvil, no dice nada, pero a cada presentación sus mejillas se<br />

retuercen con movimiento de tornillo hasta formar una sonrisa y hace que le<br />

brillen los ojos de una manera muy atractiva. Es ¡in hombre bien alimentado<br />

que ha doblado los cincuenta, con una frente ancha y un pelo canoso que, como<br />

tiene cuello corto, le llega casi hasta el cuello de la camisa.)<br />

FRANKLYN. -El señor Haslam, nuestro rector. (Burge produce la<br />

impresión de que brilla como una ventana de iglesia; y Haslam agarra la silla de<br />

biblioteca que le queda más cerca y con un solo movimiento en círculo se la<br />

pone a Burge entre el taburete y Conrad. Después retira el asiento de la<br />

ventana, al otro lado de la habitación, donde se le une Savvy. Y los dos se<br />

quedan sentados allí, uno al lado del otro, encogidos y con los codos apo yados<br />

en las rodillas y la barbilla apoyada en las manos, constituyendo para Burge<br />

algo así como la tribuna publica durante la sesión que va a empezar.) Se me<br />

olvida si conoce usted a mi hermano Conrad. Es biólogo.<br />

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BURGE (iniciando de pronto una actividad enérgica y estrechando<br />

cordialmente la mano de Conrad). - No lo conozco más que de fama, pero muy<br />

bien, por supuesto. ¡Cuánto me hubiera gustado a mí también poder dedicarme a<br />

la biología! Siempre me han interesado las rocas y los estratos y los volcanes y<br />

cosas así: proyectan una luz muy clara sobre la edad de la tierra. (Con convic-<br />

ción.) No hay nada como la biología. "Las torres cubiertas de nubes, los<br />

solemnes pináculos, los suntuosos templos, el gran globo mismo: sí, toda esa<br />

herencia se disolverá, y, como este influente y ajado desfile, no dejará ni rastro."<br />

Eso es biología, biología sólida. (Se sienta. También los demás se sientan;<br />

Franklyn en el taburete, y Conrad en su Chippendale.) Bueno, querido Barnabas,<br />

¿qué piensa usted de la situación? ¿Cree que ha llegado la hora de dar algún<br />

paso?<br />

FRANKLYN. - La hora de dar pasos ha llegado siempre.<br />

BURGE. -Tiene usted mucha razón. Pero, ¿qué paso vamos a dar? Usted es<br />

un hombre que tiene una influencia enorme. Ya lo sabemos. Lo hemos sabido<br />

siempre. Nos guste o no, tenemos que consultarlo.<br />

FRANKLYN (interrumpiéndolo con firmeza).-Ahora no me meto<br />

absolutamente en política.<br />

SAVVY.-No tiene objeto decir que no tienes influencia. Tienes una<br />

enormidad de partidarios.<br />

BURGE (mirándola radiante).-Ya lo creo. Vamos, permítame que le<br />

demuestre lo que pensamos de usted.<br />

un puesto de una responsabilidad tan enorme, ni yo ni nadie sabe cuáles son sus<br />

creencias, o siquiera si tiene usted creencias o principios. Lo que supimos fué que su<br />

gobierno estaba constituido en gran parte por hombres que lo tenían a usted por ladrón de<br />

gallineros y a quienes usted consideraba enemigos del pueblo.<br />

BURGE (directamente, como piensa).-Estoy de acuerdo con usted. Totalmente de<br />

acuerdo con usted. No creo en los gobiernos de coalición.<br />

FRANKLYN, -Muy bien. Pero formó usted dos. BURGE. - ¿Por qué? Porque<br />

estábamos en guerra. Eso es lo que ustedes no comprenderían nunca. El huno estaba a la<br />

puerta de casa. Entraban en juego nuestro país, nuestras vidas, el honor de nuestras<br />

mujeres, madres e hijas. ¿Era hora de discutir sobre principios? FRANKLYN. -Yo diría<br />

que era precisamente la mejor hora para confirmar la decisión de nuestros hombres y ganar<br />

la confianza y el apoyo de la opinión pública en todo el mundo mediante una declaración<br />

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de principios. ¿Piensa usted que el huno hubiera venido a la puerta de nuestra casa si<br />

hubiese sabido que cumpliendo unos principios le íbamos a dar con ella en las narices?<br />

¿No se mantuvo firme contra ustedes hasta que los Estados Unidos proclamaron<br />

audazmente los principios democráticos y vinieron a salvarnos? ¿Por qué dejaron ustedes<br />

que nos arrebataran ese honor?<br />

BURGE. - Barnabas: a los Estados Unidos los arrastraron las palabras, y tuvo que<br />

tragárselas en la Conferencia de la Paz. ¡Cuidado con la elocuencia! Es ponzoña para los<br />

oradores populares como usted.<br />

FRANKLYN ¡Caramba!<br />

SAVVY ¡Vaya una gracia! (Los tres a un tiempo)<br />

HASLAM ¡Estupendo<br />

BURGE (prosiguiendo sin remordimientos), - Hable-mos de hechos. La guerra no la<br />

ganaron los principios; la ganaron la escuadra inglesa y el bloqueo. Los Estados Unidos<br />

encontraron las palabras; yo encontré las granadas. Las guerras no se pueden ganar con<br />

principios, pero las elecciones sí. Ahí estoy de acuerdo con usted. Usted quiere que en las<br />

próximas elecciones se luche por principios, ¿no es eso?<br />

FRANKLYN. - No quiero que se luche por nada. Moralmente las elecciones son un<br />

error, casi tan malas como las batallas, salvo en la sangre; son un baño de lodo para todas<br />

las almas que participan. Usted sabe muy bien que no se luchará por principios.<br />

BURGE. -Al contrario; no se luchará más que por principios. Yo creo que un<br />

programa es un error. Estoy de acuerdo con usted en que lo que necesitamos son<br />

principios.<br />

FRANKLYN. - Principios sin un programa, ¿eh? BURGE, - Exactamente. Lo ha<br />

dicho usted con cuatro palabras.<br />

FRANKLYN. - ¿Por qué no decirlo con dos? Lugares comunes. Eso, eso es lo que<br />

significan los principios sin un programa.<br />

BURGE (perplejo, pero con paciencia, tratando de ver qué es lo que mueve a<br />

Franklyn, para comprobar su precio). - No me he expresado con claridad. Escúcheme.<br />

Estoy poniéndome de acuerdo con usted. Estoy de su lado. Acepto su proposición. Las<br />

coaliciones se han acabado. Esta vez no habrá ni un conservador en el gabinete. Cada<br />

candidato tendrá que comprometerse a defender el librecambio, levemente modificado en<br />

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consideración a nuestros Dominios de Ultramar, la separación de la Iglesia y el Estado, la<br />

reforma de la Cámara de los Lores, un plan de revisión de los impuestos territoriales, y a<br />

hacer algo para que los irlandeses estén quietos. ¿Le satisfaría eso?<br />

FRANKLYN. -Ni siquiera me interesa. Supóngase que sus amigos se comprometen<br />

a todo eso. ¿Qué probaría eso acerca de sus amigos, sino que han quedado muy<br />

anticuados hasta en política, que no han aprendido ni olvidado nada desde 1885? ¿A mí<br />

qué me importa que odien a la Iglesia y a los propietarios rurales, que envidien a la<br />

aristocracia y que tengan acciones de compañías navieras en vez de tener fábricas en los<br />

Midlands? Yo le puedo encontrar a usted cientos de granujas o de reaccionarios<br />

perfectamente estúpidos y que reúnen todas esas cualidades.<br />

BURGE. - Con insultar no se demuestra nada. ¿Supone usted que todos los<br />

conservadores son ángeles porque son miembros de la Iglesia anglicana?<br />

FRANKLYN. -No; pero forman un bloque como miembros de la Iglesia anglicana,<br />

mientras que los amigos de usted se desparraman al atacar a la Iglesia. Quienes la<br />

defienden piensan de la misma manera en cuestiones de religión; sus enemigos piensan<br />

de doce maneras distintas. Los clérigos son una falange; los amigos de usted son una<br />

plebe en que a los ateos les dan codazos los Plymouth Brethren y a los positivistas se los<br />

dan los Pilares del Fuego. Están con ustedes los descreídos más toscos y los fanáticos<br />

más toscos.<br />

BURGE.-Nosotros defendemos, como Cromwell, la libertad de conciencia, si es a<br />

eso a lo que se refiere usted.<br />

FRANKLYN. - ¿Cómo puede decir esas tonterías sobre la tumba de los que por<br />

motivos de conciencia se negaron a guerrear? Todas las leyes limitan la libertad de<br />

conciencia. Si su conciencia le permite a un hombre robarle a usted el reloj o<br />

eludir el servicio militar, ¿cuánta libertad le va usted a conceder? Yo no me refiero a la<br />

libertad de conciencia.<br />

BURGE (tratando de averiguar). -Me gustaría saber qué es lo que está<br />

sosteniendo. La mitad del tiempo dice usted que necesita principios; y cuando yo se los<br />

ofrezco dice que no sirven en la práctica.<br />

FRANKLYN. -No me ha ofrecido usted ningún principio. Sus garrulerías de<br />

partido no son principios. Si sube usted otra vez al poder se va a encontrar a la cabeza<br />

de una morralla de socialistas y antisocialistas, de imperialistas patrioteros y de<br />

partidarios de la Pequeña Inglaterra, de férreos materialistas y extáticos cuáqueros, de<br />

Científicos Cristianos y de defensores de la vacunación obligatoria, de sindicalistas y<br />

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burócratas; en pocas palabras, de hombres que discrepan feroz e irreconciliablemente<br />

acerca de todos los principios que llegan hasta la raíz de la sociedad humana y del<br />

destino del hombre; y la imposibilidad de mantener unido ese equipo le obligará otra<br />

vez a vender el paso a la sólida oposición conservadora.<br />

BURGE (levantándose indignado). - ¿A vender el paso? ¿Me acusa usted de<br />

haber vendido el paso?<br />

FRANKLYN. -Cuando el terrible impacto de la verdadera guerra barrió la<br />

farsantería de su guerra parlamentaria y la tiró al tacho de basura, usted tuvo que hacer, a<br />

espaldas de sus partidarios, un convenio secreto con los jefes del partido de la oposición,<br />

para que lo sostuvieran en el poder bajo la condición de que no propondría leyes que ellos<br />

no aprobaran. Y ni siquiera pudo usted hacer que cumplieran lo pactado, pues poco des-<br />

pués revelaron el secreto y le impusieron la coalición.<br />

BURGE. -Declaro solemnemente que esa es una acusación falsa y monstruosa.<br />

FRANKLYN. - ¿Niega que ocurrió lo que he dicho? ¿Fueron falsos los<br />

informes que nadie desmintió? ¿Eran falsas las cartas que se publicaron?<br />

BURGE.-No, señor. Pero lo que usted dice no lo hice yo. Yo no era entonces<br />

Primer Ministro. El Primer Ministro era ese viejo chocho y farsante de Lubin, no yo.<br />

FRANKLYN. -¿Quiere decir que usted lo ignoraba? BURGE (sentándose y<br />

encogiéndose de hombros).Me lo tuvieron que decir, pero, ¿qué podía hacer yo?<br />

Es posible que si nos hubiésemos opuesto hubiéramos tenido que salir del gobierno.<br />

FRANKLYN. - Exactamente.<br />

BURGE. - ¿Podíamos abandonar al país en una situación como aquélla? El<br />

huno estaba a las puertas. Todos teníamos que sacrificar algo por el país en aquel<br />

momento. Tuvimos que ponernos por encima de la política de partido, y yo me<br />

enorgullezco en decir que no pensé para nada en el partido. Nos aferramos...<br />

FRANKLYN. - ¿A los cargos?<br />

BURGE (revolviéndose contra Franklyn). - Sí, señor, a los cargos; es decir, a<br />

la responsabilidad, al peligro, al desalentador trabajo, a los insultos y falsas<br />

interpretaciones, a un martirio que hizo que envidiáramos a los soldados que<br />

estaban en las trincheras. Si durante meses y meses hubiera tenido usted que vivir<br />

a fuerza de aspirina y bromuro de potasio para conseguir dormir un poco, no<br />

hablaría usted del cargo de ministro como si fuera una canonjía.<br />

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FRANKLYN. -Bien, pero usted reconoce que Lubin no pudo menos de<br />

aprovecharse de nuestro sistema parlamentario.<br />

BURGE. -Sobre ese asunto no diré ni pío. Nada me inducirá a decir una<br />

palabra contra el viejo. Ni la he dicho ni la diré nunca. Lubin es sordo; nunca ha<br />

sido un verdadero estadista; es tan perezoso como un gato sentado delante de una<br />

chimenea; no hay quien consiga que se concentre en nada; no sirve más que para<br />

levantarse y discursear con una dicción que llega hasta las bancas del fondo. Pero no<br />

diré nada contra él. Me parece que usted no tiene una gran opinión de mí como<br />

estadista, pero, de todos modos, yo consigo que se hagan cosas. Hasta usted<br />

reconocerá que soy enérgico. Pero Lubin. Lubin. Si supiera usted que. . .<br />

LA SIRVIENTA. -El señor Lubin.<br />

BURGE (levantándose de un salto). - ¿Lubin? ¿Qué es esto? ¿Una<br />

encerrona? (Todos se levantan asombrados y se quedan mirando fijamente a la<br />

puerta. Entra Lubin, hombre que está cerca de los setenta años, de Yorkshire, con<br />

los áltimos restos de lino escandinavo en su pelo blanco, poco distinguido por su<br />

estatura, sencillo, que no hace gala de su dignidad, pero admirablemente tranquilo<br />

y muy seguro de sí mismo, en contraste con la inquietud intelectual de Franklyn y<br />

la hipnotizante manera de imponerse de Burge. Su presencia revela de pronto que<br />

Franklyn y Burge son hombres desdichados, que no se sienten a gusto, tarugos<br />

cuadrados en agujeros redondos, mientras Lubin luce como una prímula. La<br />

sirvienta sale.)<br />

LUBIN (acercándose a Franklyn). - ¿Cómo está usted, señor Barnabas? (Habla<br />

cómoda y amablemente, como si el dueño de casa fuera él, y Franklyn un visitante<br />

azarado y mal acogido.) Tuve el placer de conocerlo un día en la residencia del<br />

alcalde. Creo que se celebraba el centenario de la paz con los Estados Unidos.<br />

FRANKLYN (estrecbándole la mano),-Mucho antes que eso; nos conocimos en<br />

una reunión sobre Venezuela cuando estábamos a punto de ir a la guerra contra los<br />

Estados Unidos.<br />

LUBIN (sin desconcertarse), -Sí, tiene usted razón. Ya sabía yo que se trataba<br />

de algo con los Estados Unidos. (Acaricia la mano de Franklyn,) ¿Y qué tal le ha ido<br />

durante todo este tiempo? Bien, ¿eh?<br />

FRANKLYN (sonriendo para dulcificar el sarcasmo). En tanto tiempo es<br />

natural que haya tenido unos altibajos de salud.<br />

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LUBIN. -Es natural, es natural. (Volviéndose y mirando a Savvy.) ¿Esta<br />

señorita es ... ?<br />

FRANKLYN. -Mi hija Savvy. (Savvy avanza desde la ventana y se pone entre su<br />

padre y Lubin.)<br />

LUBIN (tomando cariñosamente una mano de Savvy entre las dos suyas,) ¿Y por<br />

qué no ha venido nunca a vernos?<br />

BURGE.-No sé si ha notado usted, Lubin, que estoy aquí. (Savvy aprovecha esta<br />

interrupción para deslizarse hasta el diván, donde pronto se le une Haslam, que se<br />

sienta a su izquierda.)<br />

LUBIN (sentándose en la silla de Burge con una tranquilidad inefable).-No,<br />

querido Burge; si se imagina que es posible estar dentro de un radio de diez millas de<br />

su enérgica presencia sin advertirla, es usted muy injusto consigo mismo. ¿Cómo está<br />

usted? ¿Y cómo están los buenos amigos que tiene entre los periodistas? (Burge hace<br />

un movimiento explosivo, pero Lubin sigue tranquila y agradablemente.) ¿Y me<br />

permite que le pregunte qué es lo que hace aquí con mi antiguo amigo el señor<br />

Barnabas?<br />

BURGE (sentándose en la silla de Conrad y dejándolode pie y un poco inquieto<br />

en el rincón). -Yo quisiera saber qué es lo que está haciendo usted. Yo estoy tra-<br />

tando de conseguir la valiosa ayuda del señor Barnabas para mi partido.<br />

jefe.<br />

LUBIN. -Para su partido, ¿eh? ¿Para el partido de los diarios?<br />

BURGE, -Para el partido liberal. El partido de que tengo la honra de ser el<br />

LUBIN. - ¿Tiene de veras esa honra? Porque yo pensaba que el jefe del<br />

partido liberal era yo. Sin embargo, es usted muy amable al quitarme la jefatura de<br />

las manos, si se lo permite el partido.<br />

partido?<br />

BURGE, - ¿Pretende usted sugerir que no gozo del apoyo y la confianza del<br />

LUBIN. -No sugiero nada, querido Burge. El señor Barnabas le dirá que<br />

todos tenemos una alta opinión de usted. El país le debe mucho. Durante la guerra<br />

quedó bien en la cuestión de las municiones; y si no tuvo tanto éxito en la paz,<br />

nadie dudó de sus buenas intenciones.<br />

BURGE. -Es usted muy amable, Lubin. Permítame que le diga que no se<br />

puede dirigir un partido progresista sin ir avanzando.<br />

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LUBIN. -¿Usted quiere decir que no puede? Yo lo dirigí durante diez años<br />

sin la menor dificultad. Y fueron unos años muy cómodos, prósperos y agradables.<br />

BURGE.- Sí, pero, ¿en qué acabaron? LUBIN.-En usted. No se quejará de eso,<br />

¿eh? BURGE (ferozmente). - En plagas, pestes, hambre, batallas, asesinatos y<br />

muertes repentinas.<br />

LUBIN (con una risita de apreciación), -Ya veo que el no conformista puede<br />

citar para sus propios fines el libro de oraciones. ¡Cómo disfruto usted en todo<br />

aquello! ¿Recuerda el Golpe del Knock-Out?<br />

BURGE. - Dio resultado, no lo olvide. ¿Recuerda lo de guerrear hasta la<br />

última gota de sangre?<br />

LUBIN (impasible, a Franklyn),-A propósito, recuerdo que un día su hermano<br />

Conrad, gran cerebro y gran persona, me dijo que no podría guerrear hasta la última<br />

gota de sangre porque habría muerto mucho antes. Muy interesante y muy cierto.<br />

Me lo presentaron en un mitin en que las sufragistas no cesaron de molestarme.<br />

Hubo que sacarlas pataleando y armando un escándalo espantoso.<br />

el voto.<br />

CONRAD. -No; fue después, en un mitin en apoyo de la ley que les concedió<br />

LUBIN (descubriendo por primera vez la presencia de Conrad), - Tiene usted<br />

razón. Ya sabía yo que tenía algo que ver con las mujeres. La memoria no me en-<br />

gaña nunca. Barnabas, ¿quiere usted presentarme a este señor?<br />

CONRAD (sin ninguna afabilidad).-Yo soy el Conrad en cuestión.<br />

LUBIN. -¿Es usted? (Mirándolo agradablemente.) Sí, claro que sí. Nunca olvido<br />

una cara. Pero (volviendo la mirada de sus ojos muy abiertos a Savvy) su linda<br />

sobrina ha monopolizado todas mis facultades de visión.<br />

BURGE. - Podría ser usted un poco más serio, Lubin. Dios sabe que hemos<br />

pasado por tiempos bastante terribles para hacer serio a cualquiera.<br />

LUBIN. -No creo necesitar que se me recuerde eso. En tiempos de paz solía<br />

conservarme fresco para mi trabajo desterrando todas las consideraciones humanas<br />

los domingos; pero la guerra no tuvo ningún respeto para el descanso sabático; y en<br />

los últimos años hubo domingos en que tuve que jugar hasta sesenta y seis partidas de<br />

bridge para distraerme de las noticias del frente.<br />

BURGE (escandalizado). - ¡Sesenta y seis partidas de bridge en un domingo!<br />

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LUBIN. - Probablemente usted hubiera cantado sesenta y seis himnos. Pero<br />

como yo no puedo jactarme de tener una voz tan admirable como la de usted ni su<br />

fervor espiritual, tenía que recurrir al bridge.<br />

FRANKLYN. -Si puedo volver al tema de su visita, me parece que es posible<br />

que el partido laborista los elimine a ustedes dos.<br />

BURGE. - Pero si yo, en el verdadero sentido de la palabra, soy un jefe<br />

laborista. Yo... (Se calla porque Lubin se ha levantado sofocando un bostezo y se<br />

ha puesto a hablar tranquilamente, pero sin fingir que el tema le interese.)<br />

LUBIN. - ¿El partido laborista? ¡Oh, no!, señor Barnabas. No, no, no, no, no.<br />

(Se mueve en dirección hacia donde está Savvy.) Eso no creará ninguna dificultad.<br />

Claro que tendremos que darles unas cuantas bancas; más, lo reconozco, que las<br />

que hubiéramos soñado en darles antes de la guerra; pero ... (Ahora ha llegado ya<br />

al sofá donde están sentados Savvy y Haslam y, sentándose entre los dos, agarra de<br />

una mano a Savvy y deja caer el tema del laborismo.) Bien, querida señorita.<br />

¿Cuáles son las últimas noticias? ¿Qué pasa? ¿Ha visto la última comedia de<br />

Shoddy? Hábleme de ella, y de los últimos libros, y de todo.<br />

SAVVY. -No le han presentado al señor Haslam, nuestro rector.<br />

LUBIN (que había pasado completamente por alto a Haslam). - No he oído<br />

nunca hablar de él. ¿Es hombre que vale?<br />

FRANKLYN. -Yo se lo iba a presentar. Aquí está el señor Haslam.<br />

HASLAM. - ¿Cómo está usted?<br />

LUBIN. - Dispénseme, señor Haslam. Encantado de conocerlo. (A Savvy.)<br />

Bueno, ¿cuántos libros ha escrito usted?<br />

SAVVY (un tanto abrumada, pero atraída). - Ninguno. No escribo.<br />

LUBIN.-No me diga que no. ¿Qué hace usted? ¿Compone música? ¿Baila?<br />

SAVVY. - No hago nada.<br />

LUBIN. -Gracias a Dios. Usted y yo nacimos el uno para el otro. ¿Cuál es su<br />

poeta favorito, Sally?<br />

día.<br />

SAVVY. - Savvy.<br />

LUBIN. - ¿Savvy? Nunca he oído hablar de él. Hábleme usted. Póngame al<br />

SAVVY. -No es un poeta. Yo soy Savvy, no Sally.<br />

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LUBIN. - Savvy. ¡Qué nombre tan raro! Es muy bonito. Savvy. Suena a chino.<br />

¿Qué significa?<br />

CONRAD. -Es abreviatura de Savage.<br />

LUBIN (acariciando una mano de Savvy). -La belle Sauvage.<br />

HASLAM (levantándose y entregando a Savvy a Lubin, dirigiéndose hacia la<br />

chimenea). - Me figuro que la Iglesia no tiene realmente nada que ver en la política<br />

progresista.<br />

BURGE. - ¡Qué bobada! La idea de que la Iglesia se opone al progreso es una de<br />

las majaderías de que nuestro partido tiene que prescindir. En el fondo, a la Iglesia no<br />

se le puede reprochar nada. Separándola del Estado, desembarazándose de los obispos,<br />

desembarazándose de los candelabros, desembarazándose de los treinta y nueve<br />

artículos, la Iglesia Anglicana es tan justa como cualquier otra; y a mí no me importa<br />

quién me oiga eso.<br />

LUBIN. -No importa un bledo quién se lo oiga, querido Burge. (A Savvy.)<br />

¿Quién ha dicho usted que es su poeta favorito?<br />

SAVVY.-Yo no hago de los poetas animalitos domésticos. ¿Quién es el suyo?<br />

LUBIN. - Horacio.<br />

SAVVY. - ¿Qué Horacio?<br />

LUBIN. - Quintus Horatius Flaccus; el más noble de todos los romanos,<br />

querida mía.<br />

SAVVY.- ¡Ah!, si ha muerto, se lo explica uno. Yo tengo una teoría de que<br />

todos los muertos que nos interesan especialmente han debido de ser nosotros<br />

mismos. Usted debe ser la reencarnación de Horacio.<br />

LUBIN (satifechísimo). - Eso es lo más delicioso, penetrante e inteligente que<br />

me han dicho jamás. Barnabas, ¿quiere que cambiemos de hijas? Le doy dos a<br />

elegir.<br />

FRANKLYN. - El hombre propone y Savvy dispone.<br />

BURGE. - Lubin, yo he venido aquí a hablar de política.<br />

LUBIN.-Sí; usted no tiene más que un tema, Burge. Yo he venido a hablar con<br />

Savvy. Llévese a Burge a la otra habitación, Barnabas, y que se desahogue.<br />

crisis ...<br />

BURGE (medio enojado, medio indulgente). -La verdad, Lubin, estamos en<br />

LUBIN. -Querido Burge, la vida es una enfermedad; y la única diferencia entre<br />

un hombre y otro es la fase de la enfermedad en que vive. Usted está siempre en<br />

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crisis; yo estoy siempre en la convalecencia. Disfruto en la convalecencia. Es la<br />

parte que hace que las enfermedades valgan la pena.<br />

SAVVY (levantándose a medias). -Quizá lo mejor que puedo hacer es<br />

escaparme. Los estoy distrayendo. LUBIN (haciendo que se vuelva a sentar). -Nada<br />

de eso, querida. Al único a quien distrae es a Burge. Y no<br />

le sentará nada mal que lo distraiga una chica bonita. Es lo que necesita.<br />

BURGE. - A veces lo envidio, Lubin. El gran movimiento de la humanidad,<br />

los gigantescos pasos de las épocas, pasan al lado de usted y lo dejan en pie.<br />

LUBIN.-Me dejan sentado, y muy cómodamente, gracias. Siga generalizando.<br />

Cuando se canse, vuelva; y se encontrará con que Inglaterra está donde estaba y me<br />

encontrará a mí en mi sitio habitual, oyendo a Savvy hablarme de toda clase de<br />

cosas interesantes.<br />

SAVVY (que se ha ido poniendo más y más nerviosa). -No se deje atropellar,<br />

señor Burge. Mire usted, señor Lubin: yo estoy interesadísima en el movimiento<br />

laborista, y en la teosofía, y en la reconstrucción después de la guerrea, y en toda<br />

clase de cosas. Me atrevo a decir que a las jovencitas del elegante círculo en que se<br />

mueve usted les halaga muchísimo que usted se siente a su lado y sea agradable con<br />

ellas como lo es conmigo ahora; pero yo no soy elegante, y como jovencita no valgo<br />

nada; soy cursi y seria. Quiero que usted sea serio. Si se niega, me sentaré al lado<br />

del señor Burge y le pediré que me agarre de una mano.<br />

LUBIN.-No sabría cómo agarrarla, querida. Burge tiene fama de calaverón ...<br />

BURGE (sobresaltándose). - Lubin, eso es monstruoso. Yo ...<br />

LUBIN (prosiguiendo). - . . . pero en realidad es un modelo de domesticidad.<br />

Su nombre va unido a los de las bellezas más celebradas, pero para él no hay más<br />

que una mujer, y no es usted, querida, sino su propia mujer.<br />

BURGE. - Fingiendo salvar mi reputación está usted destrozándola. Tenga la<br />

bondad de limitarse a la suya y a su propia mujer. Las dos necesitan su atención.<br />

LUBIN. -Tengo el privilegio de mi edad y de mi transparente inocencia. No<br />

necesito luchar con su volcánica energía.<br />

BURGE (con un inmenso sentido de potencia). - Desde luego que no.<br />

FRANKLYN. - Creo que hablo en nombre de mi hermano, en el mío propio y<br />

posiblemente en el de mi hija, si digo que, puesto que el objeto de su visita y la del<br />

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señor Joyce Burge es hasta cierto punto político, oiríamos con el mayor interés algo<br />

acerca de sus objetivos políticos, señor Lubin.<br />

LUBIN (asintiendo de muy buen talante y en tono de prestar atención, claro y<br />

práctico).-No tengo ningún inconveniente, señor Barnabas. Lo primero que tenemos<br />

que considerar, creo yo, es qué posibilidades hay de que lo veamos a nuestro lado en<br />

la Cámara después de las elecciones.<br />

FRANKLYN. -Cuando hablo de política, señor Lubin, no pienso en<br />

elecciones, ni en distritos disponibles, ni en los fondos del partido, ni en padrones,<br />

ni, siento mucho decirlo, en el Parlamento tal como es actualmente. Por cierto que<br />

me gustaría mucho más que hablara usted de bridge que de elecciones: es el juego<br />

más interesante de los dos.<br />

BURGE. -Quiere discutir principios, Lubin.<br />

LUBIN (muy fría y claramente).-Comprendo perfectamente al señor<br />

Barnabas. Pero las elecciones son cosas no fijas, y los principios son cosas fijas.<br />

CONRAD (impaciente). - ¡Santos cielos! ...<br />

LUBIN (interrumpiéndolo con tranquila autoridad). - Un momento, doctor<br />

Barnabas. La gente ilustrada comprende bastante bien los principios básicos en que<br />

se funda la sociedad civilizada. Eso es lo que nuestras masas, peligrosamente medio<br />

ilustradas, y sus demagogos favoritos... dispénseme la expresión, Burge.<br />

BURGE. -No se preocupe de mí. Siga. Yo tendré algo que decir en seguida.<br />

LUBIN. -Eso es lo que nuestra gente peligrosamente medio ilustrada no<br />

comprende. Ahí tienen ustedes todos los aspavientos acerca del partido laborista, con<br />

sus nuevos principios imaginarios y su nueva política. Los diputados laboristas se<br />

encontrarán con que las inmutables leyes de la economía política no hacen más caso de<br />

sus ambiciones y aspiraciones que de la ley de la gravedad. Hablo, si puedo decirlo, a<br />

sabiendas; porque he hecho un estudio especial de la cuestión laborista.<br />

FRANKLYN (con interés y cierta sorpresa). - ¿De veras?<br />

LUBIN. -Sí. Lo hice al principio de mi carrera. Se me pidió que perorara ante el<br />

Colegio Universitario de trabajadores y se me aconsejó vigorosamente que accediera,<br />

porque Gladstone y Morley y otros estaban haciendo eso en aquel momento. El tema<br />

era fastidioso para mí porque por entonces no me había ocupado de economía política.<br />

Como saben ustedes, en la Universidad hice estudios clásicos; y era abogado de<br />

profesión. Pero busqué libros de texto y estudié detenidamente el asunto. Me encontré<br />

con que el punto de vista justo era que el sindicalismo, el socialismo y demás se<br />

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basaban en la ignorante y falsa ilusión de que los salarios y la producción y distribución<br />

de la riqueza se pueden regular mediante leyes o actos humanos. Obedecen a leyes cien-<br />

tíficas fijas, que han sido fijadas y precisadas definitivamente por las más altas<br />

autoridades en la materia. Naturalmente, a esta distancia no recuerdo exactamente el<br />

proceso del razonamiento; pero en un par de días puedo recordarlo exactamente si me<br />

pongo a ello; y pueden estar ustedes seguros de que, si se presenta otra vez la ocasión,<br />

me ocuparé de toda esa gente ignorante y poco práctica de una manera definitiva y<br />

convincente, salvo, claro está, en cuanto no sea aconsejable halagarlos un poco para no<br />

desacreditarlos sin predisponer en contra a los electores de entre la clase trabajadora. En<br />

pocas palabras, aquella conferencia la puedo rehacer con gran rapidez.<br />

SAVVY. -Pero, señor Lubin, también yo he estudiado en la Universidad; y todo<br />

eso de que los salarios y la distribución los fijan unas leyes inmutables de la economía<br />

política es una perfecta sandez.<br />

FRANKLYN (impresionado). -Hija mía, hay que ser cortés.<br />

LUBIN.-No, no, no. No la regañe. No hay que regañarla. (A Savvy.) La entiendo<br />

perfectamente. Usted es discípula de Karl Marx.<br />

SAVVY.-No, no. Los principios económicos de Karl Marx son una sandez.<br />

LUBIN (al fin un poco desconcertado).- ¡Caramba! SAVVY. - Dispénseme,<br />

señor Lubin; pero es como oír a un hombre que habla del paraíso terrenal.<br />

CONRAD. -¿Por qué no va a hablar del paraíso terrenal? Al fin y al cabo fué la<br />

primera tentativa en biología.<br />

LUBIN (recobrando el dominio de sí mismo).-Del paraíso terrenal sé<br />

mucho. He oído hablar de Darwin.<br />

SAVVY. -Darwin es un sandio.<br />

LUBIN. - ¡Cómo! ¿Ya?<br />

SAVVY.-No vale sonreírme como un gato de Cheshire, señor Lubin; y yo no<br />

voy a estar calladita como una anticuada mujer de su casa que es muy bonachona,<br />

mientras ustedes, los hombres, monopolizan la conversación y dicen las estupideces<br />

más espantosas como si fueran la última palabra en política. Yo no le estoy exponiendo<br />

mis ideas, señor Lubin, sino la ciencia ortodoxa y regular de hoy. Sólo los fósiles más<br />

secos piensan que la economía socialista es mala y que Darwin inventó la evolución.<br />

Pregúnteselo a mi padre. Pregúnteselo a mi tío. Pregúnteselo a la primera persona que<br />

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encuentre en la calle. (Se levanta y cruza la habitación para ir al lado de Haslam.) ¿Me<br />

das un cigarrillo, Bill?<br />

HASLAM. - ¡Estupendo! (Le da un cigarrillo.)<br />

FRANKLYN. - Savvy no ha vivido todavía bastante tiempo para tener modales de<br />

ninguna clase, señor Lubin; pero ahí es donde estamos en relación con la nueva<br />

generación. No fumes, hija mía. (Savvy, con un encogimiento de hombros que expresa<br />

una resignación un tanto rebelde, tira el cigarrillo al fuego. Haslam, que iba a<br />

encender otro, no lo enciende.)<br />

LUBIN (ladino y serio). - Señor Barnabas, confieso que estoy sorprendido; y no<br />

voy a fingir que no lo estoy. Pero siempre estoy dispuesto a que me convenzan. Es<br />

posible que yo esté equivocado.<br />

BURGE (en una explosión de ironía). - ¡Oh, no! Imposible. Imposible.<br />

LUBIN. - Sí, señor Barnabas, aunque carezco del talento de Burge para estar<br />

siempre equivocado, me he visto una o dos veces en esa situación. No podría ocultar,<br />

aunque quisiera, que me ha absorbido totalmente mi profesión de abogado, y después mis<br />

obligaciones de líder de la Cámara de los Comunes en los tiempos en que los Primeros<br />

Ministros eran también líderes...<br />

BURGE (picado). -Para no mencionar el bridge y la sociedad elegante.<br />

LUBIN. para no mencionar mis continuos y fatigosos esfuerzos para conseguir<br />

que Burge se porte bien, que no he podido tener al día mis lecturas académicas. A mis<br />

clásicos los he refrescado por puro amor a ellos; pero es posible que mi economía y mi<br />

ciencia se hayan anticuado un poco. Con todo, pienso que puedo decir que si usted y su<br />

hermano tienen la bondad de ponerme en la pista de los documentos necesarios, me<br />

comprometeré a plantear el caso en la Cámara o al país a entera satisfacción de ustedes.<br />

Ya saben ustedes que si a esa gente medio ilustrada y fastidiosa que quiere dar vuelta el<br />

mundo se le hace ver que está diciendo tonterías, no importa mucho que se le haga ver en<br />

términos de los que la señorita Barnabas dice que son una sandez anticuada o en términos<br />

de los que su nieta dirá que son una perfecta imbecilidad. No tengo absolutamente nada<br />

que denunciar en Karl Marx. Lo que pueda decir contra Darwin gustará a muchos<br />

electores sinceramente piadosos. Si va a ser más fácil administrar los asuntos del país en<br />

la inteligencia de que al actual estado de cosas se le debe llamar socialismo, no tengo<br />

ningún inconveniente en llamarlo socialismo. Existe el precedente del emperador<br />

Constantino, que salvó a la sociedad de su tiempo accediendo a llamar cristianismo a su<br />

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imperialismo. Pero, fíjense bien: no debo adelantarme al cuerpo electoral. Al elector no<br />

hay que llamarlo socialista hasta...<br />

FRANKLYN. -Hasta que lo sea. Conforme.<br />

LUBIN. -No, no; no necesita esperar a eso. No hay que llamarlo socialista hasta<br />

que quiera que se le llame socialista: eso es todo. Seguramente, ustedes no dirían que<br />

yo no debo llamar caballeros a mis electores hasta que lo sean. Yo me dirijo a ellos<br />

llamándolos caballeros porque les gusta. (Se levanta del sofá, va al lado de Franklyn<br />

y le pone una mano tranquilizadora en el hombro.) No se asuste del socialismo,<br />

señor Barnabas. No necesita temblar por sus bienes, su posición o su dignidad.<br />

Inglaterra seguirá siendo lo que es, aunque se pongan de moda muchos nombres<br />

políticos nuevos. Yo no tengo la intención de oponerme a la transición al socialismo.<br />

Pueden ustedes descansar en mí para guiarlo, para dirigirlo, para dar la adecuada<br />

expresión a sus aspiraciones, y para que no choque contra absurdos utópicos. Puedo<br />

pedirle a usted honradamente su ayuda basándome en los principios socialistas más<br />

sólidos, no menos que en los principios liberales más sólidos.<br />

BURGE. -En pocas palabras, es usted incorregible, Lubin. Usted no cree que nada<br />

vaya a cambiar. Millones de personas deben seguir trabajando penosamente. . . el<br />

pueblo... mi pueblo, porque yo soy un hombre del pueblo ...<br />

LUBIN (interrumpiéndolo desdeñosamente).-No sea ridículo, Burge. Usted es un<br />

abogado rural, más distante del pueblo, más extraño al pueblo, más celoso de dejar que<br />

lleguen hasta su nivel, que un duque o un arzobispo.<br />

BURGE (ardorosamente).-Lo niego. Usted cree que yo nunca he sido pobre. Usted<br />

cree que nunca me he limpiado las botas. Usted cree que mis dedos no han pasado nunca<br />

por sus agujeros cuando las estaba limpiando. Usted cree...<br />

LUBIN. -Creo que está usted incurriendo en el error, muy extendido, de que es la<br />

pobreza la que hace al proletariado, y el dinero el que hace al caballero. Está usted<br />

completamente equivocado. Usted no ha pertenecido nunca al pueblo; usted estuvo en la<br />

inopia. En el sino de la clase media que no triunfa entran la inopia<br />

y las botas rotas, que son corrientes durante los primeros esfuerzos de las clases<br />

profesionales y de los segundones. Yo lo desafío a que encuentre en Inglaterra a un<br />

peón de campo que tenga rotas las botas. Llámele pobre a un mecánico, y le dará un<br />

puñetazo. Cuando usted les habla a los trabajadores de los millones de hombres que<br />

pasan penas, no piensan que se refiere usted a ellos. Todos son primos terceros de<br />

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alguien que tiene un título o un parque. Yo soy de Yorkshire, amigo mío. Conozco a<br />

Inglaterra, y usted no. Si la conociera sabría que...<br />

BURGE. - ¿Qué sabe usted que no sepa yo?<br />

LUBIN. - Sé que le estamos ocupando demasiado tiempo al señor Barnabas.<br />

(Franklyn se levanta.) ¿Puedo atreverme a pensar, señor Barnabas, que puedo contar<br />

con su apoyo si conseguimos que se vaya a elecciones antes de que los nuevos padrones<br />

estén bien completos para que rijan?<br />

BURGE (levantándose también), - ¿Puede el partido contar con su apoyo? No<br />

hablo de mí mismo. ¿Puede el partido esperarlo de usted? ¿Hay alguna pregunta de<br />

usted que yo haya dejado sin respuesta?<br />

biológica.<br />

CONRAD. - No le hemos hecho ninguna.<br />

BURGE. - ¿Puedo tomar eso como una prueba de confianza?<br />

CONRAD. - Si yo fuera un trabajador de su distrito le haría una pregunta<br />

LUBIN. - No se la haría usted, querido doctor Conrad. Los trabajadores nunca<br />

hacen preguntas.<br />

BURGE.- Hágala ahora. Nunca he parpadeado ante las preguntas e interrupciones<br />

en los mítines. Venga. ¿Se trata de la tierra?<br />

CONRAD, - No.<br />

BURGE, - ¿De la Iglesia?<br />

CONRAD. - No.<br />

BURGE. - ¿De la Cámara de los Lores?<br />

CONRAD. - No. BURGE.-¿De la representación proporcional?<br />

CONRAD. - No.<br />

SURGE. - ¿Del librecambismo?<br />

CONRAD. -NO.<br />

BURGE. - ¿Del sacerdote en la escuela?<br />

CONRAD. - No.<br />

BURGE. - ¿De Irlanda?<br />

CONRAD. - No.<br />

BURGE. - ¿De Alemania?<br />

CONRAD. - NO.<br />

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BURGE. - ¿De republicanismo? Venga. No me inmutaré. ¿Se trata de la<br />

monarquía?<br />

CONRAD. - No.<br />

BURGE.-Bueno, ¿de qué diablos se trata?<br />

CONRAD. -Ya comprenderá usted que le hago la pregunta en el carácter de<br />

un trabajador que una semana antes de la guerra ganaba trece chelines y ahora gana<br />

treinta, cuando los gana.<br />

BURGE. - Sí; lo comprendo. Estoy listo para contestarle. Venga la pregunta.<br />

CONRAD. - Y a quien usted se propone representar en el Parlamento.<br />

BURGE. -Sí, sí, sí. Venga.<br />

CONRAD. - La pregunta es ésta. ¿Permitiría usted a su hijo casarse con mi<br />

hija, o a su hija con mi hijo? BURGE (desconcertado). -Esa no es una pregunta<br />

política.<br />

CONRAD. -Entonces a mí, como biólogo, no me interesa absolutamente nada su<br />

política y no estoy dispuesto ni a cruzar la calle para votar por usted ni por ningún<br />

otro en las elecciones que ya están próximas.<br />

LUBIN. - Lo tiene usted merecido, Burge. Doctor Barnabas: le doy la<br />

seguridad de que mi hija se casará con el hombre que ella elija, sea un lord o sea<br />

un trabajador. ¿Puedo contar con su apoyo?<br />

BURGE (tirándole el epíteto).- ¡Farsante!<br />

SAVVY. -Alto. (Todos se detienen en sus movimientos de despedida y<br />

miran a Savvy.) Papá, ¿los vas a dejar que se vayan así? ¿Cómo se van a enterar<br />

de algo si nadie se lo dice? Si no hablas tú, hablaré yo.<br />

CONRAD. -Tú no puedes hablar. No has leído mi libro y no sabes nada de<br />

eso. Cállate.<br />

SAVVY.-No me voy a callar. Cuando cumpla treinta años tendré voto, y<br />

debería tenerlo ahora. ¿Por qué vamos a permitir que estos dos tipos ridículos<br />

vengan y nos pisoteen como si el mundo existiera únicamente para que ellos<br />

jueguen su estúpido juego parlamentario?<br />

huéspedes.<br />

FRANKLYN (severamente). - Savvy: no debes ser grosera con nuestros<br />

SAVVY. -Lo siento. Pero el señor Lubin no ha guardado muchas ceremonias<br />

conmigo, ¿verdad? Y el señor Burge no me ha dirigido ni una palabra. No estoy<br />

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dispuesta a aguantarlos. Tú y Nunk tenéis un programa mucho mejor que el de<br />

ninguno de ellos. Es por el único que vamos a votar; y para honra de la familia y el<br />

bien de sus propias almas se les debería explicar. Tú lárgale un capítulo del<br />

evangelio de los hermanos Barnabas. (Lubin y Burge miran inquisidoramente a<br />

Franklyn, sospechando que se trata de un paso hacia la formación de un partido<br />

nuevo.)<br />

FRANKLYN. - Es cierto, señor Lubin, que mi hermano y yo tenemos un<br />

programita nuestro que- . .<br />

CONRAD (interrumpiéndolo).-No es un programita; es un programazo. No<br />

es nuestro; es el de toda la civilización.<br />

BURGE. -Entonces, ¿para qué dividir el partido antes de exponérnoslo? ¡Por<br />

Dios, no tengamos más divisiones! Yo estoy aquí para aprender. Para recoger sus<br />

opiniones y representarlas. Yo lo invito a que me las expongan. Me ofrezco a que se<br />

metan conmigo. No me ha hecho usted más que una pregunta absurda y que no tenía<br />

nada de política.<br />

FRANKLYN. -Sinceramente, me temo que exponerle a usted nuestro programa<br />

sea perder el tiempo. No le interesaría.<br />

BURGE (con desafiante audacia). -Pruébelo. Lubin se puede ir si quiere. Yo<br />

sigo estando abierto a nuevas ideas, si las encuentro.<br />

FRANKLYN (a Lubin). - ¿Está usted dispuesto a escuchar, o voy a darle las<br />

gracias por su amable y bien venida visita y despedirlo?<br />

LUBIN (sentándose resignadamente en el sofá, pero haciendo<br />

involuntariamente un ademán como de querer sofocar un bostezo). -Con mucho<br />

gusto, señor Barnabas. Claro está que antes de adoptar una nueva plataforma en el<br />

programa del partido, tendrá que llegarme a través de la Federación Nacional Liberal,<br />

con la que puede usted ponerse en contacto mediante la Asociación Liberal y Radical<br />

local.<br />

FRANKLYN. -YO podría recordarle varios casos en que se han añadido a su<br />

programa de partido medidas con que la rama local de su Federación ni siquiera había<br />

soñado. Pero comprendo que no está realmente interesado. Le evitaré la molestia, y<br />

no hablaré del asunto.<br />

así. Yo ...<br />

LUBIN (animándose un poco).-Me ha interpretado mal. Por favor, no lo tome<br />

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BURGE (impidiéndole seguir).-No se preocupe de la Federación. Yo<br />

responderé por la Federación. Siga, Barnabas, siga. No se preocupe de Lubin. (Se<br />

sienta en la silla de que Lubin lo había expulsado antes.)<br />

FRANKLYN. -Nuestro programa consiste únicamente en que el término de la<br />

vida humana debiera extenderse a trescientos años.<br />

LUBIN (suavemente). - ¿Eh? BURGE (explosivamente). - ¿Qué?<br />

SAVVY. - Nuestro grito electoral es: "Vuelta a Matusalén."<br />

HASLAM. -¡Estupendo! (Lubin y Burge se miran.)<br />

CONRAD. - No; no estamos locos.<br />

SAVVY. -Tampoco están bromeando. Lo dicen en serio.<br />

LUBIN (cautelosamente). -Suponiendo que, por algún motivo que por el<br />

momento no puedo penetrar, hable usted en serio, señor Barnabas, ¿puedo preguntarle<br />

qué tiene que ver eso con la política?<br />

FRANKLYN. - La conexión es muy evidente. Usted, señor Lubin, está ahora a<br />

punto de cumplir setenta años. El señor Joyce Burge es once años más joven que<br />

usted. Usted pasará a la posteridad como uno de un grupo de políticos europeos<br />

inmaduros que, haciendo para sus respectivos países lo mejor que eran capaces de<br />

hacer, consiguieron casi destrozar la civilización europea y barrieron de la existencia<br />

a muchos millones de habitantes.<br />

BURGE. -Menos de un millón.<br />

FRANKLYN, -Esos los perdimos sólo nosotros.<br />

BURGE. -¡Ah, si cuenta usted a los extranjeros! . . .<br />

HASLAM. - Ya sabe usted que Dios cuenta a los extranjeros.<br />

SAVVY (con satisfacción).- ¡Muy bien dicho, Bill!<br />

FRANKLYN. -No le reprocho nada. Su tarea era superior a las fuerzas humanas.<br />

Con nuestros tremendos armamentos, nuestras terribles máquinas de destrucción,<br />

nuestros sistemas de coacción dirigidos por una policía irresistible, le encomendaron a<br />

usted que fiscalizara fuerzas tan gigantescas que uno se estremece hasta al pensar que se<br />

las encomienden a un Dios infinitamente experimentado y benévolo, para no mencionar a<br />

hombres mortales cuya vida no dura cien años.<br />

BURGE. -Ganamos la guerra, no lo olvide.<br />

FRANKLYN. -No; la ganaron los soldados y los marinos y les dejaron a ustedes<br />

terminarla. Y fueron ustedes tan totalmente incompetentes que las multitudes de niños<br />

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muertos de hambre en los primeros años de paz nos hacen desear que ojalá estuviéramos<br />

en guerra otra vez.<br />

CONRAD.-No tiene objeto discutir sobre eso. Ahora es absolutamente cierto que<br />

los problemas políticos y sociales planteados por nuestra civilización no los pueden<br />

resolver unos simples hongos humanos que decaen y mueren en el momento que<br />

empiezan a vislumbrar la sabiduría y los conocimientos necesarios para gobernarse a sí<br />

mismos.<br />

LUBIN. -Es muy interesante esa idea, doctor. Extravagante. Fantástica. Pero muy<br />

interesante. Cuando yo era joven sentía muy intensamente mis limitaciones.<br />

BURGE. -Dios sabe que he tenido muy a menudo la impresión de que no podía<br />

seguir sino porque sentía que no era más que un instrumento en manos de un Poder que<br />

está sobre nosotros.<br />

otro.<br />

CONRAD. -Me alegro de que estén ustedes de acuerdo con nosotros y uno con<br />

LUBIN. -Me parece que yo no he ido tan lejos. Al fin y al cabo hemos tenido<br />

muchos políticos muy competentes aun en la época que recordamos ustedes y yo.<br />

FRANKLYN. - ¿Ha leído usted las biografías recientes -la de Dilke, por ejemplo-<br />

que revelan la verdad acerca de aquellos políticos?<br />

Barnabas.<br />

LUBIN. - No necesito descubrir ninguna nueva verdad en esos libros, señor<br />

FRANKLYN. - ¡Cómo! ¿Ni la verdad de que Inglaterra fué gobernada durante<br />

todo ese tiempo por una mujercita que sabía lo que quería?<br />

SAVVY. - ¡Bravo! ¡Bravo!<br />

LUBIN.-Eso ocurre a menudo. ¿A qué mujer se refiere?<br />

FRANKLYN.-A la reina Victoria, con quien los Primeros Ministros de que<br />

usted habla estaban en la relación de niños traviesos a los que daba coscorrones<br />

mutuos con sus propias cabezas cuando su mal humor y sus disputas se hacían<br />

insoportables. A los trece años de su muerte, Europa se convirtió en un infierno.<br />

BURGE.-Cierto. Pero aquello obedecía a que la educaron piadosamente y se<br />

tenía a sí misma por instrumento. El estadista que recuerda que no es sino un ins-<br />

trumento y se siente seguro de que interpreta rectamente la voluntad divina sale<br />

siempre adelante.<br />

FRANKLYN. - El Kaiser se sintió así; pero, ¿salió adelante?<br />

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BURGE.-Bueno, seamos justos hasta con el Kaiser. Seamos justos.<br />

FRANKLYN. - ¿Fue usted justo con él cuando ganó unas elecciones con el<br />

programa de ahorcarlo?<br />

BURGE. - ¡Qué bobada! Nadie tan lejos como yo de colgar a nadie; pero la gente<br />

no atendía razones. Además, yo sabía que los holandeses no lo entregarían.<br />

SAVVY. - ¡Oh!, no empiecen ahora a discutir sobre el pobre Bill. No te desvíes de<br />

lo tuyo, papá. Deja que estos dos señores zanjen ese asunto ellos solos. Señor Burge:<br />

¿usted opina que el señor Lubin está capacitado para gobernar a Inglaterra?<br />

BURGE.-No; francamente, no.<br />

LUBN (protestando). - ¡Caramba!<br />

CONRAD, -¿Por qué?<br />

BURGE. - Porque no tiene conciencia; eso es todo.<br />

LUBIN (disgustado y asombrado). - ¡Oh!<br />

FRANKLYN. - Señor Lubin: ¿usted considera que Joyce Burge está calificado<br />

para gobernar a Inglaterra?<br />

LUBIN (con digna emoción, dolido, pero sin amargura). - Dispénseme, señor<br />

Barnabas, pero antes de contestar su pregunta quiero decir una cosa. Burge: hemos tenido<br />

diferencias de opinión, y sus amigos los periodistas me han dicho cosas muy duras. Pero<br />

hemos trabajado juntos durante varios años, y espero no haber hecho nada que lo justifique<br />

en la asombrosa acusación que acaba de hacer contra mí. ¿Se da cuenta de que ha dicho<br />

que no tengo conciencia?<br />

BURGE. - Lubin: soy muy accesible cuando se apela a mis emociones; y usted apela<br />

a ellas muy ladinamente. Estoy de acuerdo con usted hasta cierto punto. No quiero decir<br />

que sea usted un mal hombre. No quiero decir que no me sea simpático, a pesar de sus<br />

continuos intentos de desalentarme y deprimirme. Pero tiene una mente que parece un<br />

espejo. Es usted muy claro y terso y lúcido en cuanto a lo que está delante. Pero carece de<br />

previsión y retrovisión. No tiene ni visión ni memoria. No tiene continuidad, y un hombre<br />

sin continuidad no puede tener conciencia ni honor de un día para otro. El resultado es que<br />

siempre ha sido usted un ministro rematadamente malo, y a veces ha sido un amigo rema-<br />

tadamente malo. Ahora puede contestar la pregunta de Barnabas y quitármela muy a gusto.<br />

Barnabas le ha preguntado si yo estoy calificado para gobernar a Inglaterra.<br />

LUBIN (recobrando el dominio de sí mismo).-Después de lo que acaba de pasar<br />

quisiera sinceramente decir honradamente que sí. Pero me parece que se ha condenado<br />

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usted con sus propias palabras. Usted representa algo que ha tenido demasiada<br />

influencia y popularidad en este país desde que Joseph Chamberlain trajo la moda: la<br />

mera energía sin intelecto y sin conocimientos. Su mente carece de preparación; no ha<br />

acumulado la mejor información ni cultivado el trato con espíritus educados en ninguna<br />

de nuestras grandes instituciones del saber. De que da la casualidad de que yo he<br />

gozado de esa ventaja se sigue que usted no comprende mi espíritu. Sinceramente,<br />

opino que eso lo descalifica. La paz reveló sus puntos flacos.<br />

BURGE. - ¿Y qué reveló en usted?<br />

LUBIN.-Usted y sus confederados los periodistas me arrancaron la paz de las<br />

manos. La paz no reveló nada en mí porque yo no tomé parte en ella.<br />

FRANKLYN. -Vamos, confiésenlo los dos. Eran ustedes ejes en la rueda. La<br />

guerra siguió el camino de Inglaterra, pero la paz siguió su propio camino, no el de<br />

Inglaterra ni ninguno de los que fácilmente 1e habían trazado ustedes. Su tratado de paz<br />

fué un pedazo de papel antes de que en él se secara la tinta. Los estadistas europeos eran<br />

incapaces de gobernar a Europa. Lo que necesitaban era un par de cientos de años de<br />

adiestramiento y experiencia, y no tenían más que unos pocos en el foro, o en algún<br />

Banco, o en los cotos de caza o canchas de golf. Y ahora estamos esperando, mientras<br />

unos cañones monstruosos apuntan a todas las ciudades y puertos, y unos aviones<br />

enormes se disponen a saltar al aire y tirar bombas de esas que cada una de ellas<br />

puede borrar toda una calle, y se almacenan gases venenosos que nada más que con<br />

aspirar una bocanada traen la muerte a muchedumbres enteras, a que uno de ustedes<br />

se levante en su impotencia y nos diga, a nosotros que somos tan impotentes como<br />

él, que estamos otra vez en guerra.<br />

CQNRAD, - ¡Ja! ¿Qué consuelo va a ser entonces para nosotros que ustedes dos<br />

sean capaces de decirse uno a otro tan inteligentemente qué defectos tienen?<br />

BURGE (enfadado).-Si vamos a eso, ¿qué consuelo es que ustedes dos, que no<br />

han tenido responsabilidades, que no han levantado ni un dedo, que yo sepa, para ayu-<br />

darnos en esa espantosa crisis que me ha hecho envejecer diez años, puedan, sentados<br />

aquí, condenarnos de ese modo? ¿Puede usted mencionar una sola cosa que hayan<br />

hecho en aquel período infernal?<br />

CONRAD.-No les estamos reprochando nada: no habían vivido ustedes bastante<br />

tiempo. Tampoco nosotros. ¿No comprende usted que setenta años, que pueden ser<br />

bastantes para una tosca vida de aldea, pueden no serlo para una civilización<br />

complicada como la nuestra? Flinders Petrie ha contado nueve tentativas de civiliza-<br />

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ción hechas por personas exactamente como nosotros; y todas fracasaron como está<br />

fracasando la nuestra. Fracasaron porque los ciudadanos y los estadistas se murieron<br />

de vejez o por comer demasiado, antes de que hubieran dejado atrás los juegos de<br />

escolares, los deportes salvajes, los cigarros y el champaña. Los signos del fin son<br />

siempre los mismos: democracia, socialismo y el voto para las mujeres. Nosotros nos<br />

estrellaremos dentro del actual término de la vida del hombre, a menos que re-<br />

conozcamos que debemos vivir más tiempo.<br />

LUBIN.-Me alegro de que esté conforme conmigo en que el socialismo y el<br />

voto de las mujeres son signos de decadencia.<br />

FRANKLYN. -Nada de eso; no son sino dificultades que sobrecargan la<br />

capacidad de usted. Si no se puede organizar el socialismo no se puede organizar la<br />

vida civilizada; y el resultado es que se recae en la barbarie.<br />

SAVVY. - ¡Bravo! ¡Bravo!<br />

BURGE.-Ese punto es útil. No podemos atrasar el reloj.<br />

HASLAM. -Yo sí. Lo he atrasado muchas veces. LUBIN. - Querido Burge, ¿qué<br />

está soñando? Señor Barnabas, soy hombre de mucha paciencia; pero, ¿quiere<br />

decirme qué utilidad terrena o interés hay en una conclusión tan irrealizable? Le<br />

concedo que si pudiéramos vivir trescientos años seríamos todos quizá más sabios,<br />

seguramente más viejos. ¿Me concederá usted, a su vez, que si se hunde el cielo todos<br />

atraparemos alondras?<br />

costumbre.<br />

FRANKLYN. - Ahora te toca a ti, Conrad. Sigue.<br />

CONRAD.-No creo que tenga objeto. No creo que quieran vivir más que lo de<br />

LUBIN.-Aunque yo sea un simple niño de sesenta y nueve años, soy también<br />

bastante viejo para haber perdido la costumbre de llorar pidiendo la luna.<br />

BURGE. - ¿Han descubierto ustedes el elixir de la vida, o no? Si no, convengo<br />

con Lubin en que nos están haciendo perder el tiempo.<br />

CONRAD. - ¿Vale algo su tiempo?<br />

BURGE (no pudiendo creer a sus propios oídos), - ¿Si vale algo mi tiempo?<br />

¿Qué quiere usted decir?<br />

LUBIN (sonriendo cómodamente). -Desde su elevado punto de vista científico, me<br />

figuro que nada, profesor. De todos modos, opino que una breve y perfectamente ociosa<br />

discusión le sentaría bien a Burge. Al fin y al cabo, lo mismo da que nos hablen del elixir<br />

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de la vida, o que leamos novelas, o que hagamos lo que sea que haga Burge cuando no<br />

está jugando al golf en Walton Heath. ¿Cuál es su elixir, doctor Barnabas? ¿Limones?<br />

¿Leche agria? ¿Cuál es la última panacea?<br />

BURGE. - Empezábamos a hablar seriamente, y ahora aprovecha usted una<br />

ocasión para decir bobadas. (Se levanta.) Buenas tardes. (Se dirige hacia la puerta,)<br />

CONRAD (groseramente), - Muérase cuando quiera. Buenas tardes.<br />

BURGE (titubeando),-Mire, yo tomé leche agria dos veces al día hasta que se<br />

murió Metchnikoff. Él creía que lo haría vivir eternamente, y murió de tomarla.<br />

CONRAD. - Hubiera sido igual si hubiese tomado cerveza agria.<br />

BURGE. -¿Cree usted en los limones? CONRAD,-No me comería un limón<br />

aunque me pagaran.<br />

BURGE (volviendo a sentarse). - ¿Qué me recomienda?<br />

CONRAD (levantándose, con un gesto de desesperación). - ¿De qué sirve<br />

continuar, Frank? Como soy médico, y como ellos creen que puedo darles un frasco que<br />

los hará vivir eternamente, me escuchan por primera vez con la boca abierta y los ojos<br />

cerrados.<br />

SAVVY. - ¡Calma, Nunk! No abandones la fortaleza. (Conrad gruñe y se sienta.)<br />

LUBIN. -Usted ofreció voluntariamente la consulta, doctor. Tengo que decirle que,<br />

lejos de compartir la<br />

credulidad que ahora está de moda en cuanto a la ciencia, me siento dispuesto a<br />

demostrar que durante los últimos cincuenta años, si bien la Iglesia se ha equivocado a<br />

menudo, y aunque ni siquiera el partido liberal ha sido infalible, los hombres de ciencia<br />

se han equivocado siempre.<br />

CONRAD. - Sí, los individuos que ustedes llaman hombres de ciencia. La gente<br />

que gana dinero con ésta y sus parásitos medicinales. Pero, ¿acaso hubo alguno que es-<br />

tuviera en lo cierto?<br />

LUBIN. - Los poetas y los narradores, especialmente los poetas y los narradores<br />

clásicos, han estado, en general, en lo cierto. Le pediré que no repita esto públicamente<br />

como opinión mía, porque no se puede jugar con el voto de la profesión médica y sus<br />

adoradores.<br />

FRANKLYN. -Tiene razón; el poema es nuestra verdadera clave para la ciencia<br />

biológica. El documento más científico que poseemos en la actualidad es, como su<br />

propia abuela le habría dicho muy correctamente, la historia del jardín del Edén.<br />

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BURGE (aguza el oído). - ¡Cómo! Si puede dejar establecido eso, Barnabas,<br />

estoy dispuesto a escucharlo con mi mejor atención. Lo escucho. Continúe.<br />

FRANKLYN. - Bien, sin duda recordará, ¿no es cierto?, que, en el Jardín del<br />

Edén, Adán y Eva no fueron creados mortales, y que la muerte natural, como nosotros<br />

la llamamos, no formaba parte de la vida, sino que fué una invención posterior y<br />

separada.<br />

BURGE, -- Ahora que lo menciona, es cierto. La muerte vino después.<br />

LUBIN. - ¿Qué hay de la muerte accidental? Eso era siempre posible.<br />

FRANKLYN, -Precisamente. Adán y Eva vacilaban<br />

entre dos espantosas posibilidades. Una era la extinción del género humano por<br />

muerte accidental. La otra, la perspectiva de vivir por siempre. No podían tolerar ninguna<br />

de las dos. Decidieron que vivirían un breve período de mil años, y que entretanto<br />

entregarían su obra a una nueva pareja. Por consiguiente tuvieron que inventar el<br />

nacimiento natural y la muerte natural, que, en fin de cuentas, son sólo modos de<br />

perpetuar la vida sin poner sobre una sola criatura la terrible carga de la inmortalidad.<br />

LUBIN. -Entiendo. Lo viejo debe dejar paso a lo nuevo.<br />

BURGE. -La muerte no es nada más que dejar paso. Eso es todo lo que hay en la<br />

cuestión, y nunca ha habido nada más.<br />

FRANKLYN. -Sí, pero lo viejo no debe abandonar su puesto hasta que lo nuevo<br />

esté maduro para ocuparlo. Ahora lo abandona con doscientos años de anticipación.<br />

SAVVY. -YO creo que la gente nueva es la gente vieja reencarnada, Nunk.<br />

Sospecho que yo soy Eva. Me gustan mucho las manzanas, y siempre me sientan mal.<br />

CONRAD. - En cierto sentido, eres Eva. La Vida Eterna persiste. Sólo que<br />

desgasta sus cuerpos y mentes y se consigue otros nuevos, como si fueran ropa nueva. Tá<br />

no eres más que un sombrero y un vestido nuevos de Eva.<br />

FRANKLYN. - Sí, cuerpos y mentes cada vez mejor adaptados para llevar a<br />

cabo Su objetivo.<br />

LUBIN (con tranquilo escepticismo). - ¿Qué objetivo, si se puede preguntar,<br />

señor Barnabas?<br />

FRANKLYN. -El objetivo de la omnipotencia y la omnisciencia. Mayor poder y<br />

mayores conocimientos: esto es lo que todos buscamos, aun a riesgo de nuestra vida y<br />

con el sacrificio de nuestro placer. El objetivo es<br />

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la Evolución, y ninguna otra cosa. Es el camino de la divinidad. Un hombre difiere<br />

de un microbio sólo en que está más avanzado en el camina.<br />

LUBIN. -¿Y cuándo espera que se alcance esa modesta meta?<br />

FRANKLYN. - ¡Nunca, gracias a Dios! Como no hay límite para el poder y los<br />

conocimientos, no puede haber fin. "El poder y la gloria, mundo sin fin." ¿Estas<br />

palabras no tienen ningún sentido para usted?<br />

BURGE (sacando un sobre viejo).-Me gustaría anotar eso. (Lo hace.)<br />

CONRAD. -Siempre habrá algo por lo cual vivir. BURGE (guardando el<br />

sobre y tornándose cada vez más práctico). -Muy bien, ya lo anoté. Y ahora, ¿qué me<br />

dice del pecado? ¿Qué de la Caída? ¿Cómo encaja eso?<br />

CONRAD. -La Caída no la encajo en ninguna parte. La Caída está fuera de la<br />

ciencia. Pero apuesto a que Frank podrá darle alguna ubicación.<br />

importante.<br />

BURGE (a Franklyn). - Me gustaría que lo hiciera, ¿sabe? Es importante. Muy<br />

FRANKLYN. -Bueno, considérelo así. Está claro que cuando Adán y Eva eran<br />

inmortales, les resultaba necesario hacer que la tierra fuese un lugar sumamente cómodo<br />

para vivir.<br />

BURGE, - Es cierto. Si se toma una casa en un arriendo de noventa y nueve<br />

años, se gasta mucho dinero en ella. Si se la alquila por tres meses, generalmente al<br />

final hay que pagar una buena cuenta por deterioros.<br />

FRANKLYN. -Precisamente. Por consiguiente, cuando Adán tuvo el jardín del<br />

Edén en arriendo eterno, cuidó de hacer de él lo que los agentes de bienes raíces llaman<br />

una residencia campestre altamente deseable. Pero en cuanto inventó la muerte y se<br />

convirtió sólo en arrendatario de por vida, el lugar no valía ya la pena. Entonces<br />

dejó crecer las zarzas. La vida era tan corta, que hacer algo minuciosamente bien<br />

no tenía ya valor.<br />

BURGE. -¿Le parece que eso es suficiente para constituir lo que el elector<br />

medio consideraría una Caída? ¿Es bastante trágico?<br />

FRANKLYN. -Ese es sólo el primer paso de la Caída. Adán no cayó ese<br />

único escalón; cayó todo un tramo de escalones. Por ejemplo, antes de inventar el<br />

nacimiento no se atrevía a perder los estribos, porque si hubiera matado a Eva<br />

habría quedado estéril y solo durante toda la eternidad. Pero cuando inventó el na-<br />

cimiento y cualquiera que era muerto podía ser reemplazado, pudo darse el lujo de<br />

salirse de las casillas. Indudablemente fue él quien inventó las zurras a la esposa, y<br />

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ese es otro escalón de descenso. Uno de sus hijos inventó el comer carne. El otro<br />

se horrorizó ante la innovación. Con la ferocidad característica de los toros y otros<br />

vegetarianos, mató a su hermano comedor de biftecs, y así inventó el asesinato.<br />

Ese fué un escalón bastante empinado. Era tan excitante, que todos los otros<br />

empezaron a matarse entre sí por deporte, y así inventaron la guerra, el peldaño<br />

más empinado de todos. Se dedicaron incluso a matar animales, como medio de<br />

matar el tiempo, y entonces, es claro, los comieron para ahorrarse el largo y difícil<br />

trabajo de la agricultura. Les pido que contemplen a nuestros padres mientras ba-<br />

jan precipitadamente los peldaños de esta escala de Jacob que llegaba desde el<br />

paraíso hasta un infierno en la tierra, infierno en el que habían multiplicado las po-<br />

sibilidades de muerte por violencia, accidente y enfermedad, hasta el punto de que<br />

apenas podían tener la seguridad de contar con setenta años de vida, ¡y mucho<br />

menos con los mil que Adán había estado dispuesto a enfrentar! Con ese cuadro<br />

ante usted, ¿todavía quiere preguntarme dónde fué la Caída? Sería lo mismo que si<br />

se detuviese al pie del Snowden y me preguntase dónde está la montaña. Los niños<br />

lo ven tan claramente, que han concentrado esa historia en este dístico:<br />

escalones.<br />

La mantis no quiere decir sus oraciones; puez hazla caer de todos los<br />

LUBIN (aún inconmoviblemente escéptico). - ¿Y qué dice la Ciencia sobre<br />

este cuento de hadas, doctor Barnabas? Sin duda la Ciencia no sabe nada del<br />

Génesis, ni de Adán y Eva.<br />

CONRAD. - Pues entonces no es Ciencia, y está todo dicho. La ciencia tiene<br />

que explicarlo todo, y en el todo está incluída la Biblia.<br />

FRANKLYN. -El libro del Génesis es parte de la naturaleza, como cualquier<br />

otra parte de ella. El hecho de que el relato del jardín del Edén haya sobrevivido y<br />

mantenido extasiada durante siglos la imaginación de los hombres, en tanto que<br />

cientos cíe narraciones más plausibles y divertidas han pasado de moda y perecido<br />

como la canción popular del año pasado, es un hecho científico. Y la Ciencia debe<br />

poder explicarlo. Usted me dice que la Ciencia no sabe nada de eso. Entonces la<br />

Ciencia es más ignorante que los niños de cualquier escuela de aldea.<br />

CONRAD. -Es claro que si le parece más científico decir que no estamos<br />

hablando de Adán y Eva, sino de la filogenia del blastodermo.. .<br />

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SAVVY. - No tienes por qué maldecir, Nunk. CONRAD. -Cállate, no estoy<br />

maldiciendo. (A Lubin.) Si quiere la patraña profesional de reescribir la Biblia en<br />

palabras de cuatro sílabas y fingir que se trata de algo nuevo, puedo ofrecerle<br />

patrañas hasta que se canse. Puedo llamar filogénesis al Génesis. Que el Creador diga, si<br />

le parece: "Estableceré una simbiosis antipática entre la hembra y tú, y entre tu<br />

blastodermo y el de ella." Nadie lo entenderá, y Savvy creerá que está echando<br />

maldiciones. El significado es el mismo.<br />

ciencia.<br />

HASLAM. -Inapreciable. Pero es muy sencillo. Una versión es poesía; la otra es<br />

FRANKLYN. -Una es jerga escolar; la otra es inspirado lenguaje humano.<br />

LUBIN (serenamente reminiscente). -Uno de los pocos autores modernos que he<br />

leído de vez en cuando es Rousseau, que fué una especie de deísta como Burge. . .<br />

BURGE (interrumpiéndolo enérgicamente). -Lubin, ¿es que esta<br />

comunicación tremendamente importante que acaba de hacernos el profesor Barnabas,<br />

por la que le quedaré agradecido toda la vida, no ha tenido sobre usted un efecto más<br />

profundo que el de impulsarlo a hacerme bromas, tratando de hacer creer que soy un<br />

pagano?<br />

LUBIN. -Es sumamente interesante y divertido, Burge, y creo que veo algo de<br />

cierto en ella. Pienso que podría defenderla ante un tribunal eclesiástico. Pero<br />

"importante" resulta difícilmente una palabra con que se la pueda describir.<br />

BURGE. - ¡Buen Dios! Aquí está este profesor, un hombre absolutamente alejado<br />

del torbellino de nuestra vida política, dedicado al conocimiento puro en sus fases más<br />

abstractas, y yo declaro solemnemente que es el más grande político, el más inspirado<br />

dirigente de partido del reino. Me saco el sombrero ante él. Yo, Joyce Burge, lo aclamo.<br />

¡Y usted se está sentado ahí, ronroneando como un gato de Angora, y no ve nada en todo<br />

ello! CONRAD (abriendo grandemente los ojos). -¡Vaya! ¿Qué he hecho para<br />

merecer este tributo?<br />

BURGE. -¿Hecho? Ha puesto al partido liberal en el poder hasta dentro de treinta<br />

años, doctor; eso es lo que ha hecho.<br />

CONRAD. - ¡Dios me ampare!<br />

BURGE. -Ahora todo está en manos de la Iglesia. Gracias a usted, ahora<br />

vamos a las elecciones con un lema, uno solo: "¡Volvamos a la Biblia!" Piense en el<br />

efecto que eso tendrá sobre los votantes inconformistas. Tome eso por un lado, y por<br />

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el otro lado está el voto moderno, científico, escéptico y profesional. El ateo de aldea<br />

y el primer corneta del Ejército de Salvación local se encuentran en el prado aldeano<br />

y se estrechan la mano. Usted lleva a los escolares, a los niños de la escuela do-<br />

minical, según la cláusula Cowper-Temple, al museo. Les muestra a los chiquillos el<br />

cráneo Piltdown y les dice: "Este es Adán. Este es el esposo de Eva." Lleva al<br />

estudiante de ciencias, gafas y todo, al laboratorio del colegio Owens, y cuando él le<br />

pide una historia realmente científica de la Evolución, usted le pone en las manos la<br />

Marcha de los peregrinos. Usted... (Savvy y Haslam estallan en alegres<br />

risotadas.) ¿De qué se ríen?<br />

SAVVY. - ¡Oh!, siga, señor Burge. No se interrumpa. CONRAD. -<br />

¡Inapreciable!<br />

FRANKLYN. - ¿Le parecerían tan importantes treinta años de ocupación de un<br />

puesto oficial para el partido liberal, señor Burge, si tuviera que vivir otros dos siglos y<br />

medio?<br />

BURGE (decidido).-No. Tendrá que dejar de lado esa parte del asunto. Los<br />

electores no se lo tragarán.<br />

LUBIN (serio). -No estoy tan seguro de ello, Burge.<br />

No estoy seguro de que no resulte en realidad el único punto que se traguen.<br />

BURGE. -Aunque así fuera, no nos serviría de nada. No es un punto del<br />

partido. Es tan bueno para el otro bando como para nosotros.<br />

LUBIN. - No necesariamente. Si nosotros somos los primeros en presentarlo,<br />

el pensamiento del público lo vinculará con nuestro partido. ¡Supóngase que<br />

presento como un punto de nuestro programa la defensa de la extensión de la vida<br />

humana a trescientos años! Dunreen, como dirigente del partido opositor, tendrá que<br />

rivalizar conmigo; me tachará de visionario y demás. Al hacer tal cosa, se colocará<br />

en la posición del que quiere despojar al pueblo de doscientos treinta años de su vida<br />

natural. El Unionista se convertirá en el partido de la Muerte Prematura; y nosotros<br />

seremos el partido de la Longevidad.<br />

BURGE (conmovido). - ¿De veras le parece que el electorado se lo tragará?<br />

LUBIN. -Mi querido Burge, ¿hay algo que el electorado no llegue a tragarse, si<br />

le es presentado adecuadamente? Pero tenemos que estar seguros del terreno que<br />

pisamos. Necesitamos el respaldo de los hombres de ciencia. ¿Hay un serio acuerdo<br />

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entre ellos, doctor, en cuanto a la posibilidad de una evolución como la que usted ha<br />

descrito?<br />

CONRAD. -Sí. Desde que la reacción contra Darwin cobró firmeza a comienzos<br />

de este siglo, toda la opinión científica digna de mención ha ido convergiendo rápida-<br />

mente hacia la Evolución Creadora.<br />

FRANKLYN. - La poesía ha ido convergiendo hacia ella; la filosofía ha ido<br />

convergiendo hacia ella; la religión ha ido convergiendo hacia ella. Será la religión<br />

del siglo XX, una religión que tiene sus raíces intelectuales en la filosofía y la ciencia,<br />

así como el cristianismo medieval tenía sus raíces en Aristóteles.<br />

LUBIN. - Pero sin duda cualquier cambio sería tan lentamente gradual que ...<br />

CONRAD, -No se engañe. Solamente los políticos mejoran al mundo en forma<br />

tan gradual que nadie advierte la mejoría. La idea de que la naturaleza no avanza a<br />

saltos es una de las más plausibles mentiras de lo que denominamos educación<br />

clásica. La naturaleza siempre avanza a saltos. Puede pasarse veinte mil años sin<br />

decidirse a saltar, pero cuando finalmente adopta la resolución, el brinco es lo<br />

bastante grande como para transportarnos a una nueva era.<br />

LUBIN (impresionado).- ¡Imagínenme como dirigente del partido durante<br />

los próximos trescientos años!<br />

BURGE. - ¿Cómo?<br />

LUBIN. - Quizá sea molesto para algunos de los hombres más jóvenes. Pienso<br />

que, para ser equitativo, tendré que apartarme, más o menos al cabo de un siglo, para<br />

dejar lugar a otra persona. Es decir, siempre que pueda convencer a Mimí para que<br />

abandone la casa de la calle Downing.<br />

BURGE, -Esto es demasiado. Su colosal engreimiento le impide ver la<br />

necesidad más evidente de la situación política.<br />

LUBIN. - ¿Se refiere a mi retiro? . . . En realidad no creo que se trate de una<br />

necesidad. No lo creía cuando ya era casi un anciano ... o por lo menos un hombre<br />

de edad. Pero ahora que parece que soy un jovencito, la cuestión no tiene el mínimo<br />

peso. (A Conrad.) ¿Puedo preguntar si existe alguna otra teoría que aparezca como<br />

alternativa? ¿Hay una Oposición científica?<br />

CONRAD. -Bien, algunas autoridades sostienen que la raza humana es un<br />

fracaso y que una nueva forma de vida, mejor adaptada a una civilización elevada,<br />

nos reemplazará, así como nosotros hemos reemplazado al mono y al elefante.<br />

BURGE. -El superhombre, ¿eh?<br />

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CONRAD. -No, algún ser completamente distinto de nosotros.<br />

LUBIN. -¿Es eso tan de desear?<br />

FRANKLYN. -Me temo que sí. Sea como fuere, podemos estar seguros de<br />

una cosa. No quedaremos solos. La fuerza que hay detrás de la evolución,<br />

llámesela como se quiera, está decidida a solucionar el problema de la civilización.<br />

Y si no puede hacerlo por medio de nosotros, producirá otros agentes menos<br />

capaces. El hombre no es la última palabra de Dios; Dios todavía puede crear. Si<br />

ustedes no pueden realizar Su obra, Él producirá algún ser que pueda hacerla.<br />

BURGE (con devota reverencia). - ¿Qué sabemos sobre Él, Barnabas? ¿Qué sabe<br />

nadie sobre Él?<br />

CONRAD. -Sobre Él sabemos esto con absoluta certeza: el poder que mi<br />

hermano llama Dios actúa por el método de Prueba y Error, y si nosotros resultamos<br />

ser uno de los errores, seguiremos el camino del mastodonte, del megaterio y de todos<br />

los otros experimentos desechados.<br />

LUBIN (se pone de pie y comienza a pasearse por la habitación, meditando). -<br />

Admito que me siento impresionado, caballeros. Llegaré hasta el punto de decir que<br />

esa teoría resultará más interesante de lo que fue la separación de la Iglesia galesa.<br />

Pero como política práctica... ¡hmmm! ¿Eh, Burge?<br />

CONRAD. - Nosotros no somos políticos prácticos.<br />

Queremos que se haga algo. Los políticos prácticos son gente que ha<br />

dominado el arte de utilizar el Parlamento para impedir que se hagan cosas.<br />

FRANKLYN. - Cuando consigamos estadistas y ciudadanos maduros...<br />

LUBIN (deteniéndose). -¡Ciudadanos! ¡Oh! ¿Es que los ciudadanos también<br />

vivirán trescientos años, como los estadistas?<br />

CONRAD. -Por supuesto.<br />

LUBIN.-Confieso que no había pensado en eso. (Se sienta con brusquedad; es<br />

evidente que esta nueva idea lo ha afectado muy desfavorablemente. Savvy y<br />

Haslam se miran con inexpresables sentimientos.)<br />

BURGE. - ¿Le parece que sería prudente ir tan lejos al comienzo?<br />

Indudablemente resultaría más adecuado empezar con los mejores hombres.<br />

FRANKLYN.-No se preocupe por eso. Empezará con los mejores hombres.<br />

LUBIN.-Me alegro de saberlo. ¿Sabe?, tenemos que darle a esto una forma<br />

parlamentaria práctica.<br />

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BURGE. -Hay que redactar una ley; esa es en definitiva la cuestión. Hasta<br />

que no se ha redactado la ley no se sabe lo que se está haciendo; me lo indica la<br />

experiencia.<br />

LUBIN. -Muy cierto. Yo pienso que si bien tenemos que interesar al<br />

electorado en esto, como una especie de aspiración religiosa y de esperanza<br />

personal, usándolo al mismo tiempo para eliminar sus prejuicios contra aquellos de<br />

nosotros que estamos envejeciendo, sería en máxima medida inquietante y<br />

peligroso permitir que todos vivan más de lo habitual. ¡Ahí está el problema de la<br />

fabricación del específico, sea éste el que fuere! Hay cuarenta millones de<br />

personas en el país. Permítanme su-<br />

poner, con fines ilustrativos, que cada persona tuviera que consumir ciento<br />

cincuenta gramos diarios de elixir. Eso representaría... veamos... ciento cincuenta<br />

por trescientos sesenta y cinco es... este... cincuenta y cinco kilos por año.<br />

BURGE. - Dos millones de toneladas anuales, en números redondos, de<br />

material para todo el que lo exigiera a gritos; los hombres pisotearían en la calle a<br />

las mujeres y a los niños para conseguirlo. Y usted no podría producirlo. Habría<br />

asesinatos en masa. Imposible. Debemos conservar el secreto entre nosotros.<br />

hombre?<br />

CONRAD (mirándolos fijamente).- ¡El secreto! ¿De qué está hablando este<br />

BURGE. -Del material. El polvo. El frasco. La tableta. Lo que sea. Usted dijo<br />

que no se trataba de limones.<br />

CONRAD,-Mi buen señor, no tengo polvo, ni botella, ni tabletas. No soy un<br />

charlatán; soy un biólogo. Esto es algo que ocurrirá.<br />

LUBIN (completamente desilusionado). - ¡Que ocurrirá!... ¡Oh! ¿Eso es<br />

todo? (Mira su reloj.)<br />

BURGE. - ¡Que ocurrirá! ... ¿Qué quiere decir? ¿Significa eso que usted no<br />

puede hacerlo ocurrir?<br />

CONRAD. - Así como no habría podido hacer que usted ocurriera.<br />

FRANKLYN. -No podemos hacer entender a la gente que nada impedirá que<br />

eso ocurra, salvo la voluntad de ellos de morir antes de haber terminado con su tarea<br />

y su ignorancia de la espléndida labor que deben realizar.<br />

CONRAD. -Difundan ese conocimiento y esa convicción, y, con tanta<br />

seguridad como que el sol saldrá mañana, la cosa sucederá.<br />

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habitación.<br />

FRANKLYN. -No sabemos cuándo, cómo o a quién<br />

le sucederá. Puede que le ocurra a algunos de los que estamos en esta<br />

HASLAM. - Me sucedería a mí, eso es absolutamente seguro.<br />

CONRAD. -Puede ocurrirle a cualquiera. Incluso a la criada. ¿Cómo<br />

podríamos saberlo?<br />

SAVVY.- ¡A la criada! ... ¡,Oh!, eso es una tontería, Nunk.<br />

LUBIN (otra vez a sus anchas).-Creo que Miss Savvy ha pronunciado el<br />

veredicto definitivo.<br />

BURGE. -¿Quiere decir que no tiene nada más práctico que ofrecer que el<br />

simple deseo de vivir más tiempo? ¡Pero si la gente pudiese vivir con sólo<br />

desearlo, ya estaríamos todos viviendo eternamente! A todos les gustaría vivir<br />

siempre. ¿Por qué no lo hacen?<br />

CONRAD. - ¡Bah! A todos les gustaría tener un millón de libras. ¿Por qué no<br />

lo tienen? Porque los hombres a quienes les agradaría ser millonarios no quieren<br />

ahorrar seis peniques, ni siquiera aunque tengan a la vista las posibilidades de<br />

pasar hambre. Los hombres que quieren vivir eternamente no dejan de beber<br />

cerveza o de fumar su pipa, aunque crean que los abstemios y los no fumadores<br />

viven más tiempo. Esa forma de querer no es querer. Ahí tienen lo que hacen<br />

cuando saben que deben hacerlo.<br />

FRANKLYN, -No confundan simples fantasías ociosas con la tremenda<br />

fuerza milagrosa de la Voluntad empujada a crear por la convicción de la<br />

Necesidad. Les aseguro que los hombres capaces de semejante esfuerzo lo realizan<br />

a desgano, por compulsión interior, como se hacen todos los grandes esfuerzos. Se<br />

ocultan a sí mismos lo que hacen, cuidan de no saber lo que están haciendo.<br />

Vivirán trescientos años, no porque lo quieran, sino porque el alma, muy en lo<br />

hondo de su ser, sabe que deben hacerlo, si se quiere que el mundo sea salvado. LUBIN<br />

(volviéndose hacia Franklyn y palmeándolo casi paternalmente). - Bien, mi querido<br />

Barnabas, durante los últimos treinta años mi puesto me ha vinculado por lo menos una<br />

vez por semana con cierto plan de algún chiflado que quiere establecer el milenario.<br />

Creo que usted es el más loco de todos los chiflados, pero, con mucho, el más<br />

interesante. Tengo conciencia de experimentar una curiosísima mezcla de alivio y des-<br />

ilusión al descubrir que su plan es todo fantasía y que no tiene nada práctico que<br />

ofrecernos. Pero, ¡qué lástima! ¡Una idea tan fascinante! Creo que es usted demasiado<br />

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duro para con nosotros, los hombres prácticos; pero en todos los gobiernos, incluso en<br />

el palco de los ministros, hay gente que merece todo lo que usted dice. Y ahora, antes de<br />

dejar de lado el tema, ¿puedo hacerle una pregunta? Una pregunta ociosa, ya que nada<br />

puede resultar de ella; sin embargo...<br />

FRANKLYN. -Haga su pregunta.<br />

LUBIN. - ¿Por qué fija trescientos años como la cifra exacta?<br />

FRANKLYN. - Porque hay que establecer algún límite. Menos no sería suficiente,<br />

y más estaría por encima de lo que nos atrevemos a encarar por ahora.<br />

LUBIN. - ¡Bah! Estoy completamente dispuesto a encarar tres mil, y no hablemos<br />

de tres millones. CONRAD. -Sí, porque no cree que tenga que cumplir con lo que dice.<br />

FRANKLYN (con suavidad). -Y también porque nunca lo han inquietado<br />

semejantes visiones del futuro. BURGE (con intensa convicción). -El futuro no existe<br />

para Henry Hopkins Lubin.<br />

LUBIN. - Si por futuro se refiere a las ilusiones del milenario, que usted emplea<br />

como el manojo de zanahorias para atraer al ignorante asno británico al local de la<br />

votación, para que vote por usted, ciertamente, no existe para mí.<br />

BURGE. -Puedo ver el futuro, no sólo porque, si se me permite decirlo con toda<br />

humildad, he sido dotado de cierto poder de visión espiritual, sino porque he ejercido mi<br />

profesión de abogado. Un abogado tiene que aconsejar a las familias. Debe pensar en el<br />

futuro y conocer el pasado. Entre otras cosas, tiene que redactar los testamentos de la<br />

gente. Debe enseñarle a proveer lo necesario para sus hijas después de muerta. ¿Se le ha<br />

ocurrido, Lubin, que si vive trescientos años sus hijas tendrán que esperar muchísimo<br />

tiempo para recibir su dinero?<br />

FRANKLYN. -Puede que el dinero no las espere a ellas. Pocas inversiones<br />

florecen durante trescientos años.<br />

SAVVY.- ¿Y qué me dices del período de vida del padre? ¡Suponte que ellas no<br />

se casen! ¡Imagínate una muchacha viviendo en casa, con su madre, de lo que le dé el<br />

padre, durante trescientos años! La asesinarían, si ella no los asesinaba primero...<br />

tiempo?<br />

LUBIN. -De paso, Barnabas: ¿su hija seguirá siendo bonita durante todo el<br />

FRANKLYN. - ¿Qué importancia tendría eso? ¿Puede concebir a la coqueta más<br />

empedernida coqueteando tres siglos enteros? Al cabo de la mitad del tiempo, apenas<br />

nos daremos cuenta si estamos hablando con un hombre o con una mujer.<br />

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LUBIN (a quien no le agrada mucho esta ascética Perspectiva).- ¡Hmmm! (Se<br />

pone de pie.) ¡Oh!, bueno.. . Tiene que venir a hablar de eso a mi esposa y<br />

a mis hijos. Y lleve a su hija consigo, naturalmente. (Estrecha la mano a<br />

Savvy,) Adiós. (Estrecha la mano a Franklyn.) Adiós, doctor. (Estrecha la mano a<br />

Conrad.) Vamos, Burge; tiene que decirme qué actitud piensa adoptar respecto de la<br />

Iglesia durante las elecciones.<br />

BURGE. - ¿No se ha enterado? ¿No asimiló la revelación que nos ha sido<br />

otorgada? La actitud que pienso adoptar es "Vuelta a Matusalén".<br />

LUBIN con decisión).-No sea ridículo, Burge. ¡Indudablemente no supondrá<br />

que sus amigos, aquí presentes, hablaban en serio, o que nuestra agradabilísima<br />

conversación tuvo nada que ver con la política práctica! Nos han estado tomando el<br />

pelo muy ingeniosamente. Venga. (Sale. Franklyn lo acompaña con cortesía, pero<br />

meneando la cabeza en muda protesta.)<br />

BURGE (estrechando la mano de Conrad). - El viejo no lo entiende, doctor. No<br />

tiene nada de espiritual; únicamente posee una especie de faceta clásica, que va des-<br />

apareciendo junto con el círculo al cual pertenece. Además está listo, frito,<br />

liquidado, reventado, terminado; cree ser nuestro dirigente y sólo es uno de nuestros<br />

desechos. Pero en mí puede usted confiar. Haré que acepten esa treta suya. Entiendo<br />

el valor que tiene. (Comienza a caminar hacia la puerta con Conrad.) Es claro que no<br />

puedo expresarlo exactamente como lo hace usted, pero tiene mucha razón en<br />

cuanto a que necesitamos algo nuevo. Y creo que se puede luchar en la elección<br />

sobre la base de la tasa de mortalidad y de que Adán y Eva son hechos científicos.<br />

La oposición quedará completamente apabullada. Y si ganamos habrá una Orden del<br />

Mérito para alguien, cuando llegue la primera lista de honores. (Para este momento<br />

ya ha salido, hablando, de la habitación, y no se le escucha. Conrad lo acompaña.<br />

Savvy y Haslam, a solas, se abrazan en éxtasis de alearla y se dirigen bailando<br />

hacia el canapé, en el que se sientan juntos.)<br />

Lubin!<br />

HASLAM (acariciándola). - ¡Querida! ¡Qué inapreciable farsante es el viejo<br />

SAVVY. - ¡Oh, es adorable! ¡Me encanta! Burge es un interesante<br />

charlatán, si te parece.<br />

HASLAM. - ¿Te diste cuenta de una cosa? Me pareció bastante curioso.<br />

SAVVY. - ¿Qué?<br />

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HASLAM. - Lubin y tu padre han sobrevivido a la guerra. Pero sus hijos<br />

murieron en ella.<br />

SAVVY (apaciguada). -Sí. Y la muerte de Jim mató a mamá.<br />

HASLAM.- ¡Y no dijeron ni una palabra al respecto! SAVVY. -¿Por qué<br />

habrían de hacerlo? El tema no se presentó en la conversación. Yo también me<br />

olvide de ello, y eso que quería mucho a Jim.<br />

HASLAM. -Yo no me olvidé, porque estoy en edad militar; y si no hubiese<br />

sido sacerdote, habría debido ir también, y me hubieran matado. Para mí lo más<br />

espantoso de la incompetencia política de ellos es que tuvieran que matar a sus<br />

propios hijos. Las listas de bajas de la guerra y el hambre posterior fueron lo que<br />

hizo que yo terminara con la política, la Iglesia y todo lo demás, menos contigo.<br />

SAVVY.- ¡Oh!, yo fui tan pésima como cualquiera de ellos. Vendía banderas<br />

en las calles, ataviada con mis mejores ropas, y... ¡Shh! (Se pone en pie de un salto<br />

y finge buscar un libro en los anaqueles que hay detrás del canapé. Vuelven<br />

Franklyn y Conrad, con aspecto fatigado y lágubre.)<br />

CONRAD. - ¡Bien, así será recibido el evangelio de los hermanos Barnabas!<br />

(Se desploma en la silla de Burge.)<br />

FRANKLYN (volviendo a su asiento, delante de la mesa).-Es inútil. ¿Se sintió<br />

usted convencido, señor Haslam?<br />

HASLAM. - ¿Acerca de que se puede vivir trescientos años? Francamente, no.<br />

CONRAD (a Savvy). - ¿Ni tú, supongo?...<br />

SAVVY.-iOh!, no sé. Durante un momento me pareció que sí. En cierto modo<br />

puedo creer que la gente consiga vivir durante trescientos años. Pero cuando llegaste a las<br />

cosas prácticas y dijiste que la criada podía vivir ese lapso, me di cuenta de cuán absurdo<br />

era todo.<br />

FRANKLYN. - Exacto. Será mejor que no hablemos de eso, Con. Nos<br />

convertiríamos en el blanco de las risas y perderíamos el poco mérito que conquistamos<br />

bajo falsas apariencias en los días de nuestra ignorancia.<br />

CONRAD. - Ya lo creo. Pero la Evolución Creadora no se detiene mientras la gente<br />

se ríe. Y hasta es posible que la risa lubrique el trabajo de aquélla.<br />

SAVVY. - ¿Qué quiere decir eso?<br />

CONRAD. - Quiere decir que es posible que el primer hombre que viva<br />

trescientos años no tenga ni la más mínima noción de lo que le sucederá, y puede que<br />

sea el que más se ría de todos.<br />

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SAVVY.-¿O la primera mujer?<br />

CONRAD (asintiendo), -O la primera mujer.<br />

HASLAM. -Bueno, de cualquier modo, no será ninguno de nosotros.<br />

FRANKLYN. - ¿Cómo lo sabe? (Esto no puede ser contestado. Ninguno de<br />

ellos tiene nada más que decir.)<br />

PARTE III<br />

LA COSA OCURRE<br />

Una tarde de verano del año 2170. La salita oficial del Presidente de las Islas<br />

Británicas. Una mesa, suficientemente larga para colocar tres sillas a cada lado, aparte del<br />

sillón presidencial, que está a la cabecera, y de una silla común que hay al pie, ocupa el<br />

ancho de la habitación. Sobre la mesa, frente a cada asiento, un tablero con un dial. No hay<br />

hogar. La pared del fondo es una pantalla plateada, del tamaño de un par de puertas. La<br />

puerta está a la izquierda del espectador que mira la pantalla, y junto a ella hay una hilera<br />

de gruesos colgaderos acolchados y cubiertos de terciopelo.<br />

Entra un hombre corpulento, de edad mediana, bien parecido y generalmente vivaz,<br />

ataviado con una bata de seda, calcetines, sandalias hermosamente adornadas y una cinta<br />

dorada en la frente. Se parece a Joyce Burge, pero también se parece a Lubin, como si la<br />

naturaleza hubiese hecho una fotografía combinada de los dos. Se quita la cinta y la pone<br />

en uno de los colgaderos. Luego se sienta en el sillón presidencial, a la cabecera de la mesa,<br />

que se encuentra en el rincón más alejado de la puerta. Inserta una clavija en su tablero,<br />

hace girar el indicador del dial, pone otra clavija y oprime un botón. Inmediatamente<br />

desaparece la pantalla y en su lugar aparece otra oficina similarmente amueblada, pero<br />

invertida de derecha a izquierda. Sentado a la mesa hay un hombre delgado, nada afable,<br />

similarmente vestido, pero con colores menos vivos, que hojea algunos documentos. Su<br />

cinta dorada cuelga de un perchero similar, junto a la puerta. Se parece bastante a Conrad<br />

Barnabas, pero es más joven y mucho más vulgar.<br />

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BURGE-LUBIN. -¡Hola, Barnabas!<br />

BARNABAS (sin levantar la vista), - ¿Qué número?<br />

BURGE-LUBIN,-Cinco doble X tres dos. Burge-Lubin. (Barnabas pone una clavija en<br />

el número cinco; mueve el indicador hacia la doble X, pone otra clavija en el treinta y dos,<br />

oprime un botón y mira a Burge-Lubin, ;que ahora, además de serle claramente audible, le es<br />

también visible.)<br />

mal?<br />

BARNABAS (con sequedad), - ¡Ah!, ¿es usted, presidente?<br />

BURGE-LUBIN,-Me dijeron que quería que lo llamara. ¿Acaso hay algo que anda<br />

BARNABAS (áspero y malhumorado). -Quiero formular una protesta.<br />

BURGE-LUBIN (bonachón y burlón), -¡Cómo! ¿Otra? ¿Qué sucede ahora?<br />

BARNABAS, -Si supiera todas las protestas que no he hecho, se sorprendería de mi<br />

paciencia. Usted es quien siempre me trata con la más grosera falta de consideración.<br />

BURGE-LUBIN, -¿Qué hice esta vez?<br />

BARNABAS.-Me ha designado para ir al Archivo a recibir a ese individuo<br />

norteamericano y para hacer los honores de una ridícula función cinematográfica. Esos no<br />

son los deberes del Contador General, sino los del Presidente. Es hacerme perder<br />

ofensivamente el tiempo y eludir injustificablemente sus deberes a mi costa. Me niego a<br />

ir. Tiene que ir usted.<br />

BURGE LUBIN. - Mi querido muchacho, nada me proporcionaría más placer que<br />

sacarle la tarea de entre las manos...<br />

BARNABAS. - Pues hágalo. Eso es todo lo que quiero. (Está a punto de cortar la<br />

comunicación.) BURGE-LUBIN. - No corte. Escuche. Ese norteamericano ha inventado un<br />

método para respirar debajo del agua.<br />

BARNABAS. - ¿Y a mí qué me importa? Yo no quiero respirar debajo del agua.<br />

BURGE-LUBIN. - Es posible que en cualquier momento necesite hacerlo, mi<br />

querido Barnabas. Ya sabe que nunca mira adónde va, cuando está absorto en sus<br />

cálculos. Algún día se meterá en el Serpentine. Puede que el invento de ese hombre le<br />

salve la vida.<br />

BARNABAS (colérico). - ¿Quiere decirme qué tiene que ver eso con el hecho de<br />

que deposite sobre mis hombros los deberes ceremoniales que le corresponden a usted?<br />

No permitiré que se juegue conmigo... (Desaparece y es reemplazado por la pantalla.)<br />

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BURGE-LUBIN (aprieta, indignado, su botón). -No nos corte la comunicación, por<br />

favor; no hemos terminado. Soy el Presidente y estoy hablando con el Contador General.<br />

¿En qué pensaba?<br />

UNA VOZ DE MUJER. - Perdón. (La pantalla muestra a Barnabas, como antes.)<br />

BURGE-LUBIN.-Ya que lo toma de ese modo, iré en su lugar. Es una lástima,<br />

¿sabe?, el norteamericano piensa que usted es la más grande autoridad en materia de<br />

duración de la vida humana y. . .<br />

BARNABAS (interrumpiéndolo). - ¡El norteamericano piensa. . . ! ¿Qué significa<br />

eso? Soy la más grande autoridad viviente en materia de la duración de la vida humana.<br />

¿Quién se atreve a discutirlo?<br />

BURGE-LUBIN. -Nadie, mi querido muchacho, nadie. No se encolerice. Es<br />

evidente que no ha leído el libro del norteamericano.<br />

BARNABAS. - No me diga que usted sí lo ha leído, o que leyó algún otro libro,<br />

salvo novelas, durante los veinte últimos años, porque no lo creeré.<br />

BURGE-LUBIN. -Muy cierto, amigo; no lo leí. Pero leí lo que dice de él el<br />

suplemento literario del Times. BARNABAS. -Me importa un comino lo que diga sobre<br />

él. ¿Dice algo de mí?<br />

BURGE-LUBIN. - Sí. BARNABAS. - ¡Ah!, ¿sí? ¿Qué?<br />

BURGE-LUBIN. -Señala la extraordinaria cantidad de personas de primera fila,<br />

como usted y yo, que han muerto ahogadas durante los dos últimos siglos, y afirma que<br />

cuando se ponga en práctica ese invento para respirar debajo del agua, el cálculo que hace<br />

usted de la duración media de la vida humana perderá validez.<br />

BARNABAS (alarmado). - ¡Mi cálculo, perder validez! ¡Cielos! ¿Se da cuenta ese<br />

tonto de lo que significa eso? ¿Se da cuenta usted?<br />

BURGE-LUBIN. - Supongo que significa que tendremos que enmendar la ley.<br />

BARNABAS. - ¡Enmendar mi ley! . . . ¡Monstruoso! BURGE-LUBIN. - Pero será<br />

obligatorio. No podremos pedirle a la gente que siga trabajando hasta los cuarenta y tres<br />

años a menos que nuestras cifras sean indiscutibles. Ya sabe el alboroto que se armó por<br />

esos tres años de más, y cuán cerca estuvieron de ganar los demasiadoviejos-a-los-<br />

cuarenta.<br />

BARNABAS. - Si hubieran triunfado, habrían llevado a la bancarrota a las Islas<br />

Británicas. Pero a usted eso no le importa; sólo le interesa ser popular.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Oh!, bueno; yo en su lugar no me preocuparía. Porque la<br />

mayoría de la gente se queja de que no hay bastante trabajo para ella, y se alegraría de<br />

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continuar, en lugar de retirarse a los cuarenta y tres, si se lo pidieran como un favor en<br />

vez de obligarla.<br />

BARNABAS. -Gracias, no necesito consuelos. (Se pone decididamente de pie y se<br />

coloca la cinta en la frente.)<br />

BURGE-LUBIN. -¿Se va? ¿Adónde?<br />

BARNABAS. - A esa tontería de la exhibición cinematográfica, por supuesto.<br />

Pondré a ese impostor norteamericano en su lugar. (Sale.)<br />

SURGE-LUBIN (antes de que se vaya).- ¡Bendito sea, viejo! (Con una risita<br />

ahogada, corta la comunicación, y la pantalla queda desnuda. Oprime un botón y lo<br />

mantiene apretado mientras llama.) ¡Hola!<br />

UNA VOZ DE MUJER.- ¡Hola!<br />

SURGE-LUBIN (con tono formal). -El Presidente solicita respetuosamente el<br />

privilegio de una entrevista con el Secretario en jefe, y se pone enteramente a la augusta<br />

disposición de Su Señoría.<br />

UNA VOZ CHINA. -Ya voy.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Ah! ¿Es usted, Confucio? Muy amable. Pase. (Suelta el botón.<br />

Entra un hombre de bata amarilla, con todo el aspecto de un sabio chino. Jocosamente.)<br />

Bien, ilustre Salvia y Cebollas, ¿cómo están sus pobres pies doloridos?<br />

hoy?<br />

CONFUCIO (grave). - Le agradezco su amable averiguación. Me siento bien.<br />

BURGE-LUBIN. -¡Magnífico! Siéntese y póngase cómodo. ¿Tiene algo para mí<br />

CONFUCIO (sentándose cómodamente en la primera silla, en la esquina de la mesa,<br />

a la derecha del Presidente). - Nada.<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Se ha enterado del resultado de las elecciones<br />

complementarias?<br />

CONFUCIO.-Triunfo absoluto. Un solo candidato.<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Es bueno?<br />

CONFUCIO. -Hace dos semanas lo dieron de alta de la Casa de Locos del distrito.<br />

No era lo bastante demente como para la cámara letal, ni lo bastante cuerdo como para<br />

ponerlo en ningún otro lugar que la camarilla del departamento. Un orador sumamente<br />

popular.<br />

BURGE-LUBIN. -Ojalá la gente se interesara con seriedad por la política.<br />

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CONFUCIO.-No estoy de acuerdo. El inglés, por su naturaleza, no está adaptado<br />

para entender la política. Desde que los servicios públicos son dirigidos por chinos, el<br />

país ha sido gobernado honestamente y bien. ¿Qué más se necesita?<br />

BURGE-LUBIN.-No entiendo por qué China es uno de los países peor gobernados<br />

de la tierra.<br />

CONFUCIO.-No. Estaba mal gobernado hace veinte años; pero desde que<br />

prohibimos que chino alguno participase en los servicios públicos e importamos para<br />

ello nativos de Escocia, nos ha ido bien. Las informaciones de que disponen aquí tienen<br />

siempre veinte años de atraso.<br />

BURGE-LUBIN, - La gente parece no saber gobernarse por sí misma. No lo<br />

entiendo. ¿Por qué es así?<br />

CONFUCIO. -justicia es imparcialidad. Sólo los extranjeros son imparciales.<br />

BURGE-LUBIN. -Resulta que los servicios públicos son tan buenos, que el<br />

gobierno no tiene otra cosa que hacer sino pensar.<br />

pensar.<br />

lunáticos?<br />

CONFUCIO, -Si no fuera así, el gobierno tendría mucho que hacer para poder<br />

BURGE-LUBIN. -¿Es una excusa para que el pueblo inglés elija un parlamento de<br />

CONFUCIO, -El pueblo inglés ha elegido invariablemente parlamentos de<br />

lunáticos. ¿Qué importa eso, si sus funcionarios permanentes son honrados y com-<br />

petentes?<br />

BURGE-LUBIN.-Usted no conoce la historia de este país. ¿Qué habrían dicho mis<br />

antepasados ante la cáfila de degenerados que todavía se llama Cámara de los Co-<br />

munes? Confucio, usted no quiere creerme, y no lo culpo; pero Inglaterra salvó otrora<br />

las libertades del mundo al inventar el gobierno parlamentario, que fue su gloria<br />

particular y suprema.<br />

CONFUCIO.-Conozco perfectamente la historia de su país. Y ella demuestra<br />

exactamente lo contrario.<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Cómo es eso?<br />

CONFUCIO, -El único poder que su parlamento tuvo jamás fué el de negarle las<br />

asignaciones al rey.<br />

BURGE-LUBIN. -Precisamente. El gran inglés Simon de Montfort…<br />

CONFUCIO. -No era inglés; era francés. Importó los parlamentos de Francia.<br />

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BURGE-LUBIN (sorprendido). - ¡No me diga! CONFUCIO. - El rey y sus leales<br />

súbditos mataron a Simon de Montfort por haberles endosado su parlamento francés. Lo<br />

primero que hicieron siempre los parlamentos ingleses fué conceder asignaciones al rey,<br />

con entusiastas expresiones de lealtad, no fuese que, por tener algún poder, se esperara<br />

de ellos que hiciesen algo.<br />

BURGE-LUBIN, -Vea, Confucio, usted sabe más que yo de historia, es claro, pero<br />

la democracia ...<br />

un éxito.<br />

CONFUCIO, - Es una institución peculiar de China. Y allí nunca se la consideró como<br />

BURGE-LUBIN. - Pero, ¿y la ley de hábeas corpus?<br />

CONFUCIO, - Los ingleses siempre la suspendieron cuando amenazaba con ser de la<br />

más mínima utilidad.<br />

BURGE-LUBIN. -Bueno, entonces el juicio por jurado; no podrá negar que<br />

establecimos eso. . .<br />

CONFUCIO. - Todos los casos peligrosos para las clases gobernantes eran juzgados en<br />

el Tribunal de las Estrellas o por el Tribunal Militar, salvo cuando no se juzgaba al prisionero<br />

en modo alguno, sino que, por el contrario, se lo ejecutaba después de haberlo insultado lo<br />

suficiente como para tornarlo impopular.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Oh, vaya! Puede que tenga razón en esos pequeños detalles; pero<br />

en general hemos conseguido establecernos como una gran raza. Personas que no podían<br />

hacer nada no habrían podido hacer eso, ¿sabe usted?<br />

CONFUCIO.-No he dicho que no pudiesen hacer nada. Sabían comer. Sabían. luchar.<br />

Sabían beber. Hasta el siglo XX sabían hacer hijos. Sabían jugar. Sabían trabajar cuando se<br />

los obligaba a hacerlo. Pero no supieron gobernarse.<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Y entonces cómo conseguimos nuestra reputación de precursores<br />

de la libertad?<br />

CONFUCIO. -Con su firme negativa a ser gobernados en modo alguno. Un caballo que<br />

cocea a todos los que tratan de ponerle el arnés y guiarlo puede ser un precursor de la<br />

libertad, pero no es un precursor del gobierno. En China sería fusilado.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Pavadas! ¿Insinúa usted que la administración de la cual soy<br />

presidente no es un gobierno?<br />

CONFUCIO. - Lo insinúo. Yo soy el gobierno.<br />

BURGE-LUBIN. -¡Usted! ¡Usted! ¡Gorda y engreída masa amarilla!<br />

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CONFUCIO. -Sólo un inglés puede ser tan ignorante de la naturaleza del gobierno<br />

como para suponer que un estadista capaz no puede ser gordo, amarillo y engreído. Muchos<br />

ingleses son delgados, de nariz roja y modestos. Póngalos en mi lugar y en el término de un<br />

año estarán todos ustedes de vuelta en la anarquía y el caos de los siglos XIX y XX.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Oh!, si retrocede a la edad oscura, no tengo nada más que decir.<br />

Pero no hemos perecido. Salimos del caos. Y ahora somos el país mejor gobernado del<br />

mundo. ¿Cómo logramos eso, siendo tan tontos como usted afirma?<br />

CONFUCIO.-No lo consiguieron hasta que la matanza y las ruinas producidas por la<br />

anarquía los obligaron, al cabo, a reconocer dos hechos inexorables. Primero, que el gobierno<br />

es absolutamente necesario para la civilización y que no podían mantener la civilización con<br />

sólo aplastar al prójimo, como ustedes lo llamaban, y cortarle la cabeza al rey cada vez que<br />

éste resultaba ser un escocés legítimo y trataba de tomar su puesto en serio. Segundo, que el<br />

gobierno es un arte para el que ustedes están congénitamente incapacitados. Por consiguiente,<br />

importaron negros y chinos educados para que los gobernaran. Desde entonces les ha ido<br />

bien.<br />

SURGE-LUBIN. - Y también a usted, viejo farsante. De todos modos, no sé cómo<br />

soporta el trabajo que hace. Me da la impresión de que los negocios públicos le agradan<br />

realmente. ¿Por qué no me deja que lo lleve uno de estos fines de semana a la costa, para<br />

enseñarle a practicar el golf marino?<br />

CONFUCIO,-No me interesa. No soy un bárbaro.<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Quiere decir que yo lo soy?<br />

CONFUCIO.-Es evidente.<br />

SURGE-LUBIN. - ¿Cómo?<br />

CONFUCIO. -La gente lo quiere a usted. A la gente le gustan los bárbaros alegres y<br />

bonachones. Lo han elegido cinco veces sucesivas. Lo elegirán cinco veces más. Usted<br />

también me gusta a mí. Es mejor compañía que un perro o un caballo, porque sabe hablar.<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Soy un bárbaro porque le gusto?<br />

CONFUCIO. - Indudablemente. Yo no le gusto a nadie; me tienen miedo. A las<br />

personas capaces nadie las quiere. No soy agradable, pero sí indispensable.<br />

SURGE-LUBIN. - ¡Oh!, anímese, viejo; nada hay en usted desagradable. A mí no<br />

me desagrada, y si cree que le temo es porque no conoce a Burge-Lubin; nada más.<br />

CONFUCIO. - Usted es valiente, sí. Es una forma de estupidez.<br />

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BURGE-LUBIN. -Puede que usted no sea valiente; no se puede esperar tal cosa de<br />

un chinito. Pero tiene una desfachatez del demonio.<br />

CONFUCIO.-Tengo la firme seguridad del hombre que ve y sabe. Las<br />

fanfarronerías bonachonas de usted, su alegre confianza en sí mismo, son agradables<br />

como el aire libre. Pero son ciegas; son vanas. Me parece ver a un perrazo meneando la<br />

cola y ladrando gozosamente. Pero si se separa de mí está perdido.<br />

BURGE-LUBIN. -Gracias por el hermoso cumplido. Tengo un perrazo, y es la<br />

mejor criatura que conozco. Pero si supiera cuánto más feo es usted que uno de sus perros<br />

chinos, no haría esas comparaciones. (Poniéndose de pie,) Bueno, si no tiene nada que<br />

darme para hacer, lo abandonaré por el resto del día, para divertirme un poco. ¿Qué me<br />

recomienda que haga?<br />

CONFUCIO. -Dedíquese a la contemplación y se le ocurrirán grandes<br />

pensamientos.<br />

BURGE-LUBIN. -¿De veras? Si piensa que me quedaré sentado aquí en un hermoso<br />

día como el de hoy, con las piernas cruzadas, esperando los grandes pensamientos, le<br />

aseguro que exagera mi gusto por ellos. Prefiero el golf. (Interrumpiéndose.) ¡Ah!, de<br />

paso: me olvidaba de algo. Tengo que decirle una o dos palabras a la Ministra de<br />

Salubridad. (Vuelve a su silla.)<br />

CONFUCIO. - El número de ella es…<br />

BURGE-LUBIN. -Lo conozco.<br />

CONFUCIO (poniéndose de pie).-No entiendo por qué le resulta tan atrayente. Para<br />

mí una mujer que no es amarilla no existe, salvo como funcionaria. (Sale. Surge-Lubin<br />

manipula el tablero como antes. La pantalla desaparece y en su lugar se presenta una<br />

primorosa habitación con una cama, un ropero y un tocador con espejo, y un tablero<br />

similar al de Burge-Lubin. Ante el tocador está sentada una hermosa negra que se prueba<br />

un pañuelo de cabeza, de vivos colores. Su bata se encuentra colocada sobre la silla. Está<br />

en corsé, calzones y medias de seda.)<br />

BURGE-LUBIN (horrorizado). - Le pido mil perdones... (La negra, sobresaltada,<br />

saca la clavija de su tablero y desaparece.)<br />

LA VOZ DE LA NEGRA, - ¿Quién es?<br />

BURGE-LUBIN.-Yo. El Presidente. Burge-Lubin. No tenía idea de que su<br />

dormitorio estuviese conectado. Le ruego que me perdone. (La negra reaparece. Se ha<br />

echado negligentemente la bata sobre los hombros y continúa sus experimentos con el<br />

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pañuelo, en modo alguno desconcertada, y más bien divertida por la mojigatería de<br />

Burge.)<br />

LA NEGRA. -Una tontería mía. Esta mañana estuve hablando con otra señora y dejé<br />

la clavija puesta.<br />

mía.<br />

BURGE-LUBIN, -Pero yo lo siento mucho.<br />

LA NEGRA (risueña, todavía atareada con el pañuelo). - ¿Por qué? La culpa fué<br />

BURGE-LUBIN (turbado). -Bueno ... este... Pero supongo que en África estaría<br />

acostumbrada a eso.<br />

LA NEGRA. -Su delicadeza es conmovedora, señor Presidente. Sería graciosa, si no<br />

fuese tan desagradable, porque, como toda la delicadeza de los blancos, está fuera de<br />

lugar. ¿Le parece que esto me sienta bien con el color de la tez?<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Cómo es posible que cualquier color realmente vívido vaya mal<br />

con una piel negra satinada? Los desdichados rostros pálidos de nuestras mujeres son los<br />

que necesitan colores que les hagan juego y los iluminen. El suyo siempre está bien.<br />

LA NEGRA. - Sí, es una lástima que sus bellezas blancas tengan siempre el mismo<br />

rostro ceniciento, el mismo parduzco incoloro, la misma edad. ¡Pero esas hermosas<br />

narices, esos labios pequeños! Son físicamente insípidas, no tienen belleza, no se las<br />

puede amar; ¡pero cuán elegantes!<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Puede hallar algún pretexto oficial para venir a verme? ¿No es<br />

ridículo que no nos hayamos encontrado nunca? Me resulta tan atormentador el verla y<br />

hablar con usted, sabiendo que se halla a doscientos kilómetros de distancia y que no<br />

puedo tocarla.. .<br />

LA NEGRA. -No puedo vivir en la costa Este; ya es bastante difícil para mí tratar<br />

de mantener caliente mi sangre viviendo aquí. Además, amigo mío, no sería prudente.<br />

Estos coqueteos distantes son encantadores y le enseñan a uno a dominarse.<br />

BURGE-LUBIN, - ¡Maldita sea esa enseñanza! Quiero tenerla en mis brazos. . .<br />

quiero. . . (La negra saca la clavija del tablero y desaparece. Todavía se la oye reír.)<br />

¡Diablesa negra! (Arranca furiosamente su clavija; la risa de ella ya no se oye.) ¡Oh, estos<br />

episodios sexuales! ¿Por qué no puedo resistirlos? ¡Deshonroso! (Reaparece Confucio.)<br />

CONFUCIO. - Me olvidé. Hay algo para usted, esta mañana. Tiene que ir al<br />

Archivo, a recibir al bárbaro norteamericano.<br />

BURGE-LUBIN, - Confucio, de una vez por todas, me opongo a esa costumbre<br />

china de describir a todos los blancos como bárbaros.<br />

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CONFUCIO (formalmente de pie al extremo de la mesa, con las manos unidas<br />

palma con palma). -Tomo nota mentalmente de que no quiere que los norteamericanos<br />

sean descritos como bárbaros.<br />

BURGE-LUBIN. - De ningún modo. Los norteamericanos son bárbaros. Pero<br />

nosotros no. Supongo que ese bárbaro de que habla es el norteamericano que ha inventado<br />

el medio de respirar debajo del agua.<br />

CONFUCIO. -Dice que ha inventado un método así. Por cierto motivo que no<br />

resulta inteligible en China, los ingleses siempre creen en cualquier afirmación hecha por<br />

un inventor norteamericano, especialmente cuando dicho inventor jamás ha inventado<br />

nada. Por consiguiente cree usted en esa persona, y le ha preparado una recepción<br />

pública. El Archivo lo agasajará hoy con una exhibición de los documentos<br />

cinematográficos de todos los ingleses eminentes que han muerto ahogados desde que se<br />

inventó el cinematógrafo. ¿Por qué no va a verlo, si no tiene nada que hacer?<br />

BURGE-LUBIN. -¿Qué interés puede ofrecer el con-<br />

templar una película sobre una cantidad de personas, sólo porque se ahogaron? Lo<br />

más probable es que, si hubieran tenido un poco de sensatez, entonces no se habrían<br />

ahogado.<br />

CONFUCIO.-No es así. Nadie se había dado cuenta, pero el Archivo acaba de hacer<br />

dos notables descubrimientos en cuanto a los hombres y mujeres públicos del siglo<br />

pasado que mostraron una capacidad extraordinaria. Uno es el de que se mantuvieron<br />

insólitamente jóvenes hasta una edad avanzada. El otro es el de que todos murieron<br />

ahogados.<br />

BURGE-LUBIN. - Sí, ya lo sé. ¿Y usted puede explicarlo?<br />

CONFUCIO. - No es posible explicarlo. No es razonable. Y por lo tanto no lo creo.<br />

(En ese momento irrumpe el Contador General, palidísimo, Llega, tambaleándose, hasta<br />

la mesa.)<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Qué le pasa? ¿Está enfermo?<br />

BARNABAS (ahogándose).-No. Yo. . . (Se derrumba en la silla del centro.) Tengo<br />

que hablarle en privado. (Con f ocio se retira tranquilamente.)<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Qué diablos ocurre? Tome un poco de oxígeno.<br />

BARNABAS.-Ya he tomado. Vaya al Archivo. Allí verá a hombres desmayándose<br />

una y otra vez, revividos con oxígeno, como lo he sido yo. Han visto con sus propios ojos<br />

lo que vi yo mismo.<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Qué?<br />

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BARNABAS. - Han visto al arzobispo de York.<br />

BURGE-LUBIN. -¿Y por qué no habrían de ver al arzobispo de York? ¿Por qué se<br />

desmayan? ¿Acaso lo han asesinado?<br />

BARNABAS. -No, se ha ahogado.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Cielos! ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¡Pobre hombre!<br />

BARNABAS. - ¿Pobre hombre? ¡Pobre ladrón! ¡Pobre estafador! ¡Pobre despojador<br />

del fisco de este país! ¡Pobre hombre, vaya una gracia! Espere usted hasta que lo pesque.<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Cómo puede pescarlo, si ha muerto ahogado? Está loco.<br />

BARNABAS. - ¿Muerto? ¿Quién dijo que estaba muerto?<br />

BURGE-LUBIN, -Usted: que murió ahogado.<br />

BARNABAS (exasperado). - ¿Quiere escucharme? El viejo arzobispo Haslam, el<br />

cuarto a contar del actual, hacia atrás, ¿se ahogó o no?<br />

BURGE-LUBIN.-No sé. Búsquelo en la Enciclopedia Británica.<br />

BARNABAS, - ¡Bah! Y el arzobispo Stickit, el que escribió Stickit de los Salmos,<br />

¿se ahogó o no?<br />

Bullyboy?<br />

BURGE-LUBIN. -Sí, afortunadamente. Se lo merecía.<br />

BARNABAS. - ¿Y no se ahogó el presidente Dickenson? ¿No se ahogó el general<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Quién lo niega?<br />

BARNABAS. -Bien, pues hoy ese norteamericano exhibió en la pantalla películas<br />

sobre los cuatro; y todos ellos y el arzobispo son la misma persona. Y ahora dígame que<br />

estoy loco.<br />

BURGE-LUBIN. -Pues se lo digo. Loco de atar, de remate.<br />

BARNABAS. - ¿No puedo creer en lo que ven mis ojos?<br />

BURGE-LUBIN. -Puede hacer lo que le plazca. Lo único que puedo decirle es que<br />

yo no creo lo que ven sus ojos, si no distinguen diferencia alguna entre un arzobispo vivo<br />

y dos muertos. (Se oye el timbre del aparato y él oprime el botón.) ¿Sí?<br />

LA VOZ DE MUJER.-El arzobispo de York quiere ver al Presidente.<br />

BARNABAS (ronco de ira). -Que venga. Yo hablaré con el pillastre.<br />

BURGE-LUBIN (soltando el botón). -Mientras se encuentre en este estado, no.<br />

BARNABAS (apretando furiosamente el botón de su propio aparato).-Haga pasar al<br />

arzobispo de inmediato.<br />

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BURGE-LUBIN. -Si pierde los estribos, Barnabas, recuerde que seremos dos contra<br />

uno. (Entra el arzobispo. Tiene una cinta blanca en torno al cuello, sobre un alzacuello<br />

negro. Lleva una especie de faldita de cintas negras, y botas negras de cuero blando, altas,<br />

abotonadas en la pantorrilla. Su atavío no difiere, por lo demás, de la vestimenta del<br />

Presidente y el Contador General, salvo en el color, que es blanco y negro. Es mayor que<br />

el reverendo Bill Haslam cuando cortejaba a Savvy Barnabas, pero se reconoce<br />

claramente que es el mismo hombre. No parece tener ni un día más de cincuenta años, y<br />

aun así está bastante bien conservado. Pero ha desaparecido ya, del todo, su juventud de<br />

modales. Tiene ahora completa autoridad y dominio de sí mismo; en rigor, el Presidente<br />

le muestra un poco de miedo, y parece natural e inevitable que sea el primero en hablar.)<br />

molesta.<br />

ARZOBISPO. -Buenos días, señor Presidente.<br />

BURGE-LUBIN. -Buenos días, arzobispo. Siéntese.<br />

ARZOBISPO (sentándose entre ellos). -Buenos días, señor Contador General.<br />

BARNABAS (malévolo). -Buenos días. Tengo una pregunta que formularle, si no le<br />

ARZOBISPO (mirándolo con curiosidad, extrañado por el tono descortés de la<br />

frase),-Por supuesto. ¿De qué se trata?<br />

BARNABAS. - ¿Cuál es su definición de un ladrón?<br />

ARZOBISPO.-Una palabra bastante anticuada, ¿no es cierto?<br />

BARNABAS. - En mi departamento sobrevive oficialmente.<br />

ARZOBISPO. -Nuestros departamentos están llenos de supervivencias. ¡Mire mi<br />

corbata, mi faldita, mis botas! Son simples supervivencias; y sin embargo parece que sin<br />

ellas no es posible ser un arzobispo como Dios manda.<br />

BARNABAS. - ¿De veras? Bueno, en mi departamento la palabra ladrón sobrevive<br />

porque en la comunidad sobrevive el ladrón. Y por cierto que se trata de una cosa<br />

sumamente despreciable y deshonrosa.<br />

ARZOBISPO (con frialdad). - Por supuesto.<br />

BARNABAS. -En mi departamento, señor, un ladrón es una persona que vive más<br />

allá de lo que le permiten los cálculos de vida estatutarios, una persona que continúa<br />

recibiendo dineros públicos cuando, si fuese un hombre honrado, estaría muerto.<br />

ARZOBISPO. - Entonces permítame que le diga, señor, que su departamento no<br />

conoce sus obligaciones. Si ustedes han calculado mal la duración de la vida humana, la<br />

culpa no es de las personas cuya longevidad ha sido erróneamente calculada. Y si esas<br />

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personas continúan trabajando y produciendo, tienen derecho a vivir, aunque vivan dos o<br />

tres siglos.<br />

BARNABAS.-No sé si trabajan y producen, o si no lo hacen. Eso no es cosa de mi<br />

departamento. A mí me interesa la duración de la vida, y afirmo que ningún<br />

hombre tiene derecho a continuar viviendo y recibiendo dinero cuando tendría que<br />

estar muerto.<br />

ARZOBISPO. - Es que no entiende la relación existente entre ingresos y<br />

producción.<br />

BARNABAS. -Entiendo mi especialidad.<br />

ARZOBISPO. - Eso no basta. Su especialidad es parte de una síntesis que abarca<br />

todas las especialidades.<br />

BURGE-LUBIN. -¡Síntesis! Esta es una dificultad intelectual. Tarea para Confucio.<br />

El otro día le oí emplear la misma palabra, y me pregunté qué diablos había querido decir.<br />

(Enchufa el tablero.) ¡Hola! Déme con el Secretario en jefe.<br />

LA VOZ DE CONFUCIO. -Está hablando con él.<br />

BURGE-LUBIN. -Una dificultad intelectual, viejo. Algo que no entendemos. Venga<br />

a ayudarnos. ARZOBISPO. - ¿Puedo preguntar de dónde surge la pregunta?<br />

BARNABAS. - ¡Ah! Comienza a olfatear algo sucio, ¿eh? Creía estar<br />

completamente a salvo. Pero...<br />

BURGE-LUBIN. -Calma, Barnabas. No se apresure. (Entra Confucio.)<br />

ARZOBISPO (poniéndose de pie).-Buenos días, señor Secretario en jefe.<br />

BURGE-LUBIN (levantándose, en inconsciente imitación del arzobispo). -<br />

Háganos el honor de sentarse, oh sabio.<br />

CONFUCIO. -Dejemos de lado la ceremoniosidad. (Hace una inclinación de cabeza<br />

a los presentes y ocupa una silla al pie de la mesa. El Presidente y el Arzobispo vuelven<br />

a sentarse.)<br />

BURGE-LUBIN. -Queremos presentarle un caso, Confucio. Supóngase que un<br />

hombre, en lugar de adaptarse a la estimación oficial de su duración de vida, viviese<br />

durante más de dos siglos y medio; en ese caso, ¿estaría justificado el Contador<br />

General si lo llamara ladrón?<br />

CONFUCIO. - No. Pero estaría justificado si lo llamase mentiroso.<br />

ARZOBISPO. -Creo que no, señor Secretario en jefe. ¿Qué edad me supone?<br />

CONFUCIO. - Cincuenta.<br />

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edad.<br />

BURGE-LUBIN.-No los representa. Cuarenta y cinco; y es bastante joven para su<br />

ARZOBISPO. -Tengo doscientos ochenta y tres años de edad.<br />

BARNABAS (malhumoradamente triunfante).- ¡Hmm! Estoy loco, ¿eh?<br />

BURGE-LUBIN. -Los dos están locos. Perdóneme, arzobispo, pero esto se está<br />

poniendo un poquito... bien...<br />

ARZOBISPO (a Confucio), -Señor Secretario en jefe, ¿quiere hacerme el favor de<br />

suponer que he vivido aproximadamente tres siglos? Como hipótesis.<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Qué es una hipótesis?<br />

CONFUCIO.-No importa. Entiendo. (Al Arzobispo.) ¿Tengo que suponer que ha<br />

vivido en sus antepasados, o por metempsícosis ... ?<br />

BURGE - LUBIN,-Me-Tem-Psi... ¡Cielos! ¡Qué cerebro, Confucio! ¡Qué cerebro!<br />

ARZOBISPO.-Nada de eso. Suponga, en el sentido corriente, que nací en el año<br />

1887 y que he trabajado continuamente, en una profesión u otra, desde el año 1910. ¿Soy<br />

un ladrón?<br />

CONFUCIO.-No sé. ¿No fue esa una de sus profesiones?<br />

ARZOBISPO.-No. Nunca he sido nada peor que arzobispo, presidente y general.<br />

BARNABAS. - ¿Ha robado o no al fisco, recibiendo<br />

cinco o seis ingresos, cuando sólo tenía derecho a uno? Contésteme eso.<br />

CONFUCIO. - Por supuesto que no. La hipótesis es que ha trabajado continuamente<br />

desde 1910. Ahora estamos en el año 2170. ¿Cuál es la duración oficial de la vida?<br />

BARNABAS. -Setenta y ocho años. Naturalmente, se trata de un término medio, y<br />

no nos importa que, aquí y allá, un hombre llegue a los noventa, o incluso, como<br />

curiosidad, a centenario. Pero afirmo que el que va más allá de eso es un estafador.<br />

CONFUCIO. - Setenta y ocho en doscientos ochenta y tres es más de tres veces y<br />

media. Su departamento le debe al arzobispo dos educaciones y media, y tres pensiones y<br />

media de retiro.<br />

BARNABAS. - ¡Pavadas! ¿Cómo puede ser eso?<br />

CONFUCIO. -¿A qué edad empieza nuestra gente a trabajar para la comunidad?<br />

BURGE-LUBIN.-A los tres. Cuando tienen tres años hacen algunas cositas todos<br />

los días. Para ir adiestrándolos, ¿sabe? Pero sólo pueden mantenerse por sí mismos, o<br />

casi, a los trece.<br />

CONFUCIO. -¿Y a qué edad se retiran?<br />

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BARNABAS. - A los cuarenta y tres.<br />

CONFUCIO. - O sea que trabajan treinta años; y reciben sustento y educación, sin<br />

trabajar, durante los trece años de la niñez y los treinta y cinco de la jubilación, es decir,<br />

en total, cuarenta y ocho años por cada treinta de trabajo. El arzobispo les ha dado<br />

doscientos sesenta años de trabajo y recibido una sola educación y ninguna jubilación.<br />

Por lo tanto le deben más de trescientos años de descanso y casi ocho educaciones.<br />

Tienen, en consecuencia, una fuerte deuda contraída con él. En otras palabras, al vivir<br />

durante tanto tiempo, él ha realizado una enorme economía nacional, y ustedes, al vivir<br />

sólo setenta y ocho años, se benefician a costa de él. Él es un benefactor; el ladrón es<br />

usted. (Levantándose a medias.) ¿Puedo ahora retirarme y volver a mis serias ocu-<br />

paciones, ya que mi vida es, en relación, tan corta?<br />

BURGE-LUBIN.-No se apresure, viejo. (Confucio vuelve a sentarse.) Esa hipoteca,<br />

o como se llame, ha sido planteada seriamente. Yo no lo creo, pero si el arzobispo y el<br />

Contador General piensan insistir en que es real, no nos quedará más que esta alternativa:<br />

encerrarlos o estudiar el asunto hasta el fin.<br />

BARNABAS. -Es inútil que me vengan con esas sutilezas chinas. Soy un hombre<br />

sencillo, y aunque no entiendo nada de metafísica, ni creo en ella, conozco cifras. Y si el<br />

arzobispo sólo tiene derecho a setenta y ocho años, y utiliza doscientos ochenta y tres,<br />

afirmo que utiliza más de lo que le corresponde. Y a ver si solucionan eso.<br />

ARZOBISPO. -No he utilizado doscientos ochenta y tres años; he tomado veintitrés<br />

y entregado doscientos sesenta.<br />

esa gente.<br />

CONFUCIO. - Sus cuentas, ¿muestran una falta o un sobrante?<br />

BARNABAS. -Una falta. Eso es lo que no puedo entender. Ahí está la astucia de<br />

BURGE-LUBIN. - Solucionado, entonces. ¿De qué sirve discutir? El chino dice que<br />

usted se equivoca, y eso es todo.<br />

BARNABAS. -No puedo decir nada contra los argumentos del chino. Pero, ¿y los<br />

hechos que yo presento?<br />

CONFUCIO. -Si los hechos que usted presenta incluyen el caso de un hombre que<br />

ha vivido doscientos ochenta y tres años, le aconsejo que se tome unas semanas de<br />

vacaciones en la costa.<br />

BARNABAS.-Terminemos de una vez con estas insinuaciones de que estoy fuera de<br />

mis cabales. Vengan a ver el documento cinematográfico. Les digo que este hombre es el<br />

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arzobispo Haslam, el arzobispo Stickit, el presidente Dickenson, el general Bullyboy y,<br />

además, él mismo: cinco en total.<br />

ARZOBISPO.-No lo niego. jamás lo he negado. Nadie me lo preguntó nunca.<br />

BURGE-LUBIN. -Pero, ¡maldición!, hombre ... perdón, arzobispo. Pero, ¿de veras,<br />

de veras ...?<br />

ARZOBISPO. -No es nada. ¿Qué iba a decir?<br />

BURGE-LUBIN. - Que usted se ahogó cuatro veces; y no creo que sea un gato.<br />

ARZOBISPO. -Es muy fácil entenderlo. ¡Considere mi situación cuando hice el<br />

sorprendente descubrimiento de que estaba destinado a vivir trescientos años! Yo...<br />

CONFUCIO (interrumpiéndolo). -Perdóneme. Semejante descubrimiento es<br />

imposible. Todavía no lo ha hecho. Puede vivir un millón de años, si ya ha vivido<br />

doscientos. No hay ni que hablar de trescientos años. Ha cometido un error en el<br />

comienzo de su cuento de hadas, señor arzobispo.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Muy bien, Confucio! (Al arzobispo.) Lo pescó. No veo cómo<br />

hará para salir del paso.<br />

ARZOBISPO. -Sí, es un buen argumento. Pero si el Contador General quiere ir a la<br />

biblioteca del Museo Británico y buscar el catálogo, encontrará allí, bajo su propio<br />

nombre, un curioso libro, ya olvidado, editado en 1924 y titulado El evangelio de los<br />

hermanos Barnabas, Ese evangelio afirmaba que los hombres debían vivir trescientos<br />

años si se quería que la civilización fuese salvada. Demostraba que esa extensión de la<br />

vida humana era posible, y cómo se produciría, probablemente. Yo me casé con la hija de<br />

uno de los hermanos.<br />

BARNABAS. - O, dicho de otro modo, ¿pretende ser un pariente mío?<br />

ARZOBISPO. - No pretendo nada. Como para esta fecha tengo indudablemente<br />

unos tres o cuatro millones de primos de uno u otro grado, he dejado de visitar a la<br />

familia.<br />

Confucio?<br />

BURGE-LUBIN. -¡Cielos! ¡Cuatro millones de parientes! ¿Es correcto ese cálculo,<br />

CONFUCIO. - En China podrían ser cuarenta millones, si no se impusieran<br />

limitaciones a la población.<br />

BURGE-LUBIN. -Esto es anonadador. Lo obliga a uno a darse cuenta de... pero...<br />

(Recobrándose.) Pero no es cierto. Conservemos la sensatez.<br />

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CONFUCIO (al Arzobispo). -¿Usted quiere que entendamos que los ilustres<br />

antepasados del Contador General le comunicaron un secreto gracias al cual podría<br />

alcanzar la edad de trescientos años?<br />

ARZOBISPO.-No. Nada de eso. Esos antepasados creían, sencillamente, que la<br />

humanidad podría vivir durante todo el tiempo que considerara absolutamente necesario<br />

para salvar a la civilización de la extinción. Yo no compartía esa creencia; por lo menos<br />

no tenía conciencia de compartirla. Creía sentirme solamente divertido por ella. Para mí,<br />

mi suegro y el hermano de éste no eran más que un par de chiflados inteligentes, que se<br />

habían convencido mutuamente, hasta el punto de adquirir una idea fija que se les había<br />

convertido en monomanía. Sólo comencé a sospechar la verdad cuando me encontré en<br />

serias dificultades con las autoridades encargadas de las pensiones, después de los setenta<br />

años.<br />

CONFUCIO. -¿La verdad?<br />

ARZOBISPO. -Sí, señor Secretario en jefe, la verdad. Al igual que todas las<br />

verdades revolucionarias, comenzó como una broma. Ya que después de los cuarenta y<br />

cinco años no mostraba señales de envejecimiento, mi esposa se burlaba de mí,<br />

diciéndome que seguramente viviría hasta los trescientos años. Ella tenía sesenta y ocho<br />

cuando murió, y lo último que me dijo, mientras me encontraba a su lado, junto a la<br />

cabecera de la calva, teniéndole la mano, fue: "Bill, de veras, no pareces tener cincuenta<br />

años. Me pregunto si..." Se interrumpió, se quedó dormida con la pregunta y no volvió a<br />

despertar. Luego yo también comencé a preguntármelo. Y esa es la explicación de los<br />

trescientos años, señor secretario.<br />

CONFUCIO. - Muy ingenioso, señor arzobispo. Y muy bien narrado.<br />

BURGE-LUBIN. -Naturalmente, ya se dará cuenta de que yo no sugiero ni por un<br />

momento la más mínima duda en cuanto a la absoluta veracidad de lo que ha dicho,<br />

arzobispo. Supongo que se dará cuenta perfectamente de ello ...<br />

ARZOBISPO. -Perfectamente, señor Presidente. Sólo que no me cree, eso es todo.<br />

No apero que me crea. En su lugar, yo tampoco lo creería. Será mejor que eche un vistazo<br />

a las películas. (Señalando al Contador General.) É1 sí lo cree.<br />

BURGE-LUBIN. -Pero, ¿y lo de las muertes? ¿Qué me dice de eso? Uno puede<br />

ahogarse una vez, y hasta dos veces, si es excepcionalmente descuidado. Pero no puede<br />

ahogarse cuatro veces. Huiría del agua como un gato escaldado.<br />

ARZOBISPO. - Quizá el señor Secretario en jefe pueda adivinar la explicación.<br />

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CONFUCIO. - Para guardar el secreto, usted tenía que morir.<br />

BURGE-LUBIN. - Por favor, hombre, no está muerto.<br />

CONFUCIO. -Es socialmente imposible no hacer lo que hacen todos. Uno tiene que<br />

morir en el momento habitual.<br />

BARNABAS. -Por supuesto. Es una simple cuestión de honor.<br />

CONFUCIO. -- De ningún modo. Una simple necesidad.<br />

BURGE-LUBIN. -Bueno, pues maldito si lo entiendo. Yo, si pudiera, viviría<br />

eternamente.<br />

ARZOBISPO.-No es tan fácil como le parece. Usted, señor Secretario en jefe, se ha<br />

dado cuenta de las dificultades de la situación. Permítame que le recuerde, señor<br />

Presidente, que yo tenía ya más de ochenta años antes de que la ley de 1969 para la<br />

Redistribución de los Ingresos me diera derecho a una bonita pensión de retiro. Debido a<br />

mi, aspecto juvenil, cuando la solicité fui enjuiciado por tratar de obtener dineros<br />

públicos con falsas declaraciones. No pude demostrar nada, porque el registro de mi<br />

nacimiento había sido hecho añicos por una bomba que cayó sobre una iglesia de aldea,<br />

en la primera de las grandes guerras modernas. Se me ordenó que volviera al trabajo,<br />

como un hombre de cuarenta años, y tuve que trabajar otros quince, ya que la edad de la<br />

jubilación era entonces de cincuenta y cinco.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Cincuenta y cinco! ¿Tanto? ¿Cómo lo aguantaba la gente?<br />

ARZOBISPO. - Incluso entonces me pusieron dificultades para jubilarme; todavía<br />

parecía demasiado joven. Durante algunos años me vi en continuos líos. La policía<br />

industrial me detuvo una y otra vez, negándose a creer que ya había pasado el límite de<br />

edad. Empezaron a llamarme judío Errante. Ya ven cuán imposible era mi situación. Preví<br />

que veinte años después mis documentos oficiales demostrarían que tenía setenta y cinco<br />

años, mi aspecto haría imposible creer que tuviese más de cuarenta y cinco y mi<br />

verdadera edad sería de ciento diecisiete. ¿Qué podía hacer? ¿Teñirme el cabello de<br />

blanco? ¿Caminar vacilantemente, apoyado en dos bastones? ¿Imitar la voz de un<br />

centenario? Mejor matarme.<br />

BARNABAS. -Tendría que haberse matado. Como hombre honrado, no tenía<br />

derecho más que a la duración de vida de un hombre honrado.<br />

ARZOBISPO. - ¡Pero si me maté!.. . Fué muy fácil. Durante la temporada veraniega<br />

dejé un traje junto a la costa, con documentos en los bolsillos, para que me identificaran.<br />

Después aparecí en un lugar cualquiera, fingiendo que había perdido la memoria y no<br />

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sabía mi nombre, mi edad ni nada de lo relacionado con mi persona. Bajo tratamiento,<br />

recobraba la salud, pero no la memoria. Después que empecé esta rutina de vida y muerte<br />

tuve varias carreras. He sido arzobispo tres veces. Cuando convencí a las autoridades de<br />

que destruyeran todas nuestras ciudades y las reconstruyeran desde los cimientos o las<br />

cambiasen de lugar, ingresé en la artillería y llegué a ser general. Y he sido presidente.<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Dickenson? ARZOBISPO. - Sí.<br />

BURGE-LUBIN. - Pero el cadáver de Dickenson lo encontraron; sus cenizas se<br />

encuentran en la catedral de San Pablo.<br />

ARZOBISPO.-Casi siempre encontraban el cadáver. Durante la temporada<br />

veraniega hay muchos. He sido cremado varias veces. Al principio solía asistir,<br />

disfrazado, a mis propios funerales, porque en una antigua novela de un autor llamado<br />

Bennett, a quien recuerdo haberle pedido prestadas cinco libras en 1912, había leído algo<br />

acerca de un hombre que hizo eso. Pero después me cansé. Y ahora no cruzaría la calle<br />

para leer mi último epitafio. (El Secretario en Jefe y el Presidente tienen un aspecto<br />

sumamente lúgubre. Su incredulidad ha desaparecido por fin.)<br />

BURGE-LUBIN. - Un momento. ¿Se dan cuenta ustedes de cuán espantoso es esto?<br />

Henos aquí tranquilamente sentados en presencia de un hombre cuya muerte está<br />

demorada en dos siglos. En cualquier momento puede convertirse en polvo ante nuestra<br />

vista.<br />

BARNABAS. - No. Seguirá cobrando su pensión hasta el fin del mundo.<br />

ARZOBISPO. -No tanto. Viviré sólo trescientos años.<br />

BARNABAS. - De cualquier modo, me sobrevivirá; y eso me basta.<br />

ARZOBISPO (fríamente). - ¿Cómo lo sabe?<br />

BARNABAS (desconcertado). -¿Cómo lo sé?<br />

ARZOBISPO. -Sí. ¿Cómo lo sabe? Yo ni siquiera empecé a sospecharlo hasta que<br />

estuve cerca de los setenta. Sólo me sentía envanecido por mi aspecto juvenil. No tomé la<br />

cosa en serio hasta que llegué a los noventa. Y ni siquiera ahora estoy muy seguro, de un<br />

momento para el siguiente, aunque ya les he explicado los motivos que tengo para pensar<br />

que, sin intención alguna de mi parte, me esperan trescientos años de vida.<br />

¿Con...?<br />

BURGE-LUBIN. - Pero, ¿cómo lo consigue? ¿Con limones? ¿Con habas de soya?<br />

ARZOBISPO. -No lo consigo. Sucede. Puede sucederle a cualquiera. Puede<br />

sucederle a usted.<br />

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BURGE-LUBIN (dándose cuenta de toda la importancia<br />

que eso tiene para él). -¿Entonces es posible que los tres nos veamos en la misma<br />

situación que usted?<br />

ARZOBISPO. - Es posible. Y por lo tanto les aconsejo que tengan mucho cuidado si<br />

piensan tomar alguna medida que me coloque en una situación incómoda.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Bueno, que me condenen! Una de mis secretarias me hizo<br />

observar esta misma mañana qué buen aspecto tengo, cuán juvenil me veo. Barnabas, ten-<br />

go la absoluta convicción de que yo soy uno de los ... de... ¿digamos una de las víctimas?<br />

... de este extraño destino.<br />

ARZOBISPO.-Su tatarabuelo tenía la misma convicción cuando se encontraba entre<br />

los sesenta y los setenta. Yo lo conocí.<br />

SURGE-LUBIN (deprimido),- ¡Ah!, pero él murió.<br />

ARZOBISPO. - No.<br />

BURGE-LUBIN (esperanzado), - ¿Quiere decir que todavía vive?<br />

ARZOBISPO.-No. Lo mataron. Bajo la influencia de su convicción de que viviría<br />

trescientos años, se convirtió en otro hombre. Empezó a decirle a la gente la verdad, y a la<br />

gente le disgustaba tanto esto, que aprovecharon ciertas cláusulas de una ley del<br />

Parlamento, que él mismo había promulgado durante la Guerra de Cuatro Años y<br />

olvidado, intencionalmente, de derogar después. Lo llevaron a la Torre de Londres y 1o<br />

fusilaron. (Se oye el timbre del aparato.)<br />

CONFUCIO (contestando).- ¿Sí? (Escucha.)<br />

VOZ DE MUJER.-Ha llamado la Ministra de Asuntos Domésticos.<br />

SURGE-LUBIN (que no ha entendido bien la respuesta). - ¿Quién dice que llamó?<br />

CONFUCIO, - La Ministra de Asuntos Domésticos.<br />

BARNABAS. - ¡Ah, caramba! ¡Esa espantosa mujer!<br />

BURGE-LUBIN. - Verdaderamente es aterradora. No sé con certeza por qué,<br />

porque no es nada mal parecida.<br />

BARNABAS (con la paciencia agotada), - ¡Por favor, no sea frívolo!<br />

ARZOBISPO. -No puede evitarlo, señor Contador General. Tres de sus dieciséis<br />

retatarabuelos se casaron con miembros de la familia Lubin.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Vamos, vamos! No estoy diciendo nada frívolo. Yo no le pedí a<br />

esa mujer que viniera aquí. ¿Quién de ustedes fué?<br />

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CONFUCIO. -Entre los deberes oficiales de ella figura el de informar<br />

personalmente al Presidente una vez cada tres meses.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Ah, es cierto! Entonces supongo que tengo el deber oficial de<br />

recibirla. Será mejor que la hagan pasar. A ustedes no les molesta, ¿no es cierto? Nos<br />

traerá de vuelta a la vida real. No sé qué piensan ustedes, pero yo me estoy volviendo<br />

loco.<br />

CONFUCIO (al teléfono). -El Presidente recibirá en el acto a la Ministra de Asuntos<br />

Domésticos. (Contemplan la puerta en silencio, esperando la entrada de la Ministra,)<br />

veces.<br />

BURGE-LUBIN (de pronto, al Arzobispo). -Supongo que se habrá casado varias<br />

ARZOBISPO, -Una. No se hacen votos hasta la muerte, cuando la muerte está a<br />

trescientos años de distancia. (Vuelven a caer en un inquieto silencio. Entra la Ministra.<br />

Es una hermosa mujer, aparentemente en la flor de la vida, de figura elegante, tensa,<br />

erguida, con el andar de una diosa, su expresión y su porte son graves, rápidos, decididos,<br />

aterradores, incontestables. Lleva una túnica de Diana en lugar de blusa, y una coronita de<br />

plata en lugar<br />

de la cinta dorada. Por lo demás, su vestimenta no es notoriamente distinta de la de los<br />

hombres, que se ponen de pie al entrar ella e inclinan su cabeza con instintivo respeto<br />

atemorizado. Ella se acerca a la silla desocupada que hay entre Barnabas y Confucio.)<br />

BURGE-LUBIN (resueltamente afable y cortés).-Encantado de verla, MRS. Lutestring.<br />

CONFUCIO. -Nos sentimos honrados por su celestial presencia.<br />

BARNABAS. -Buenos días, señora.<br />

ARZOBISPO. - No tengo el placer de conocerla. Soy el arzobispo de York.<br />

MRS. LUTESTRING.-Sin duda nos hemos encontrado, señor arzobispo. Recuerdo su<br />

cara. Nosotros. . . (Se interrumpe bruscamente.) ¡Ah, no!; ahora me acuerdo. Era otra<br />

persona. (Se sienta. Todos los demás la imitan.)<br />

ARZOBISPO (también intrigado). - ¿Está segura de equivocarse? Yo también recuerdo<br />

su rostro, MRS. Lutestring. Algo como una puerta que se abriera continuamente y la dejara<br />

ver a usted. Y una sonrisa de bienvenida cuando me reconoce. Me pregunto si no me habrá<br />

abierto alguna vez la puerta.<br />

MRS. LUTESTRING. - He abierto a menuda la puerta a la persona que usted me<br />

recuerda. Pero hace muchos años que ha muerto. (Los demás, salvo el Arzobispo, se miran<br />

rápidamente.)<br />

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CONFUCIO. - ¿Puedo preguntar cuántos años?<br />

MRS. LUTESTRING (asombrada por el tono de la pregunta, lo mira un instante con<br />

desagrado. Luego contesta). -No tiene importancia. Hace ya mucho tiempo.<br />

BURGE-LUBIN.-No debe llegar a conclusiones precipitadas acerca del arzobispo,<br />

MRS. Lutestring. Es un<br />

pájaro de más edad de lo que usted sospecha. Más viejo que usted, por lo menos.<br />

MRS. LUTESTRING (con una sonrisa melancólica).No lo creo, señor Presidente. Pero<br />

el tema es delicado. Será mejor que no prosigamos.<br />

CONFUCIO. -Hay una pregunta que no ha sido formulada.<br />

MRS. LUTESTRING (sumamente decidida), -Si es una pregunta sobre mi edad, señor<br />

Secretario en Jefe, preferiría que no se formulase. Todo lo que a usted le concierne en cuanto<br />

a mis cuestiones personales puede encontrarlo en los libros del Contador General.<br />

CONFUCIO. - La pregunta en que pensaba no le será dirigida a usted. Pero permítame<br />

que le diga que su sensibilidad en ese sentido resulta sumamente extraña, viniendo de una<br />

mujer tan superior a todas las debilidades comunes, como sabemos que usted lo es.<br />

MRS. LUTESTRING. - Puedo tener motivos que no guarden relación ninguna con las<br />

debilidades comunes, señor Secretario en jefe. Espero que usted los respete.<br />

CONFUCIO (después de dirigirle una inclinación de cabeza, en señal de asentimiento).<br />

-Y ahora formularé mi pregunta. ¿Tiene usted, señor arzobispo, algún motivo para suponer,<br />

como parece suponerlo, que lo que le ha sucedido a usted no le ocurrió igualmente a otras<br />

personas?<br />

situación.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Sí, caramba! No había pensado en eso.<br />

ARZOBISPO.-Nunca conocí otro caso, aparte del mío.<br />

CONFUCIO. - ¿Cómo lo sabe?<br />

ARZOBISPO. -Bueno, nadie me ha dicho que se encontrara en tan extraordinaria<br />

CONFUCIO. -Eso no demuestra nada. ¿Le dijo usted<br />

alguna vez a alguien que se encontraba en ella? A nosotros no nos lo dijo. ¿Por qué?<br />

ARZOBISPO.-Me sorprende la pregunta, viniendo de una mentalidad tan astuta<br />

como la de usted, señor Secretario. Cuando se llega a la edad a que llegué yo antes de<br />

descubrir lo que me sucedía, se tiene la suficiente para conocer y temer el odio feroz con<br />

que los animales humanos, como todos los demás animales, se lanzan sobre cualquier<br />

desdichado individuo que ha tenido la desgracia de diferenciarse de ellos en todo sentido,<br />

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la desgracia de no ser natural, dicen ellos. Todavía encontrará entre los relatos de Wells,<br />

ese clásico del siglo XX, uno sobre una raza de hombres que llegó a tener el doble de<br />

tamaño que sus congéneres, y otro sobre un hombre que cayó en las manos de una raza de<br />

ciegos. Los gigantes tuvieron que luchar por su vida contra los más pequeños, y al<br />

hombre con ojos se los habrían arrancado los ciegos si no hubiese huído al desierto,<br />

donde pereció miserablemente. No eché en saco roto la enseñanza de Wells, en esa y otras<br />

cuestiones. De paso, una vez me prestó cinco libras, que nunca le devolví, y eso todavía<br />

me pesa en la conciencia.<br />

CONFUCIO. - ¿Y fué usted el único lector de Wells? Si había otros como usted,<br />

¿no habrían tenido el mismo motivo para mantener el secreto'?<br />

ARZOBISPO, -Es cierto. Pero yo lo sabría. Ustedes, la gente de vida corta, son tan<br />

pueriles ... Si me encontrara con un hombre de mi edad, lo reconocería en el acto. Nunca<br />

me sucedió.<br />

MRS. LUTESTRING. -¿Y le parece que podría reconocer a una mujer de su edad?<br />

ARZOBISPO, - Yo... (Se interrumpe y le lanza una mirada escudriñadora,<br />

sobresaltado y suspicaz.)<br />

MRS. LUTESTRING. - ¿Qué edad tiene, señor arzobispo?<br />

BURGE-LUBIN. - Dice que doscientos ochenta y tres. Es una bromita de él. ¿Sabe,<br />

MRS. Lutestring, que estaba casi a punto de convencernos, cuando entró usted y aclaró el<br />

ambiente con su robusto buen sentido?<br />

MRS. LUTESTRING. - ¿De veras, señor Presidente? Percibo en su voz una nota de<br />

airosa afirmación. Pero no escucho la nota de convicción.<br />

BURGE-LUBIN (poniéndose en pie de un salto). - Escuche, dejémonos de decir<br />

tonterías. No quiero mostrarme desagradable, pero esto ya me está poniendo nervioso. La<br />

mejor broma no soporta que la lleven más allá de cierto punto. Y ya hemos llegado a ese<br />

punto. Yo. . . esta mañana estoy un tanto atareado. Estamos muy ocupados. Confucio<br />

puede decirles que me espera un día de mucho trajín.<br />

dice?<br />

BARNABAS. - ¿Tiene acaso algo más importante que este problema, si es como él<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Oh, sí, sí, sí! ... Pero no es como él dice.<br />

BARNABAS. - ¿Pero es que realmente tiene algo que hacer?<br />

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BURGE-LUBIN. -¡Algo que hacer! ¿Se ha olvidado, Barnabas, que por casualidad<br />

soy el Presidente y que todo el peso de los asuntos públicos de este país descansa sobre<br />

mis hombros?<br />

BARNABAS. - ¿Tiene él algo que hacer, Confucio?<br />

CONFUCIO. -Tiene que ser el Presidente. BARNABAS. -Eso significa que no tiene<br />

nada que hacer.<br />

BURGE-LUBIN (sombrío).-Muy bien, Barnabas. Siga haciendo el tonto. (Se<br />

sienta.) Siga.<br />

timo.<br />

BARNABAS. -No pienso salir de aquí hasta que no lleguemos al fondo de este<br />

MRS. LUTESTRING (volviéndose hacia el Contador General y observándolo con<br />

mortífera gravedad),-¿Al fondo de este qué, dijo?<br />

discusión.<br />

CONFUCIO.-Estas expresiones no pueden ser probadas. Al emplearlas, enturbia la<br />

BARNABAS (contento de escapar de la mirada de ella, hablando a Confucio).-<br />

Bueno, este horror antinatural, entonces. ¿Lo conforma eso?<br />

CONFUCIO, -Eso está bien. Pero no respaldamos las inferencias que se puedan<br />

extraer de la palabra horror.<br />

ARZOBISPO.-Con la palabra horror, el Contador General se refiere sólo a algo que<br />

se sale de lo común. CONFUCIO.-Advierto que la honorable Ministra, al enterarse de la<br />

avanzada edad del venerable prelado, no ha dado señales de sorpresa o incredulidad.<br />

Lutestring?<br />

BURGE-LUBIN. -No lo toma en serio. ¿Y quién lo tomaría en serio? ¿Eh, MRS.<br />

MRS. LUTESTRING. - Lo tomo muy en serio, señor Presidente. Ahora veo que no<br />

me había equivocado. Me he encontrado anteriormente con el arzobispo.<br />

ARZOBISPO. -Estaba seguro de ello. Esta visión de una puerta que se abre ante mí<br />

y de un rostro de mujer que me da la bienvenida tiene que ser una reminiscencia de algo<br />

que realmente ocurrió, aunque ahora la veo como un ángel abriéndome las puertas del<br />

cielo.<br />

MRS. LUTESTRING. - ¿O como una criada abriendo la puerta de la casa de la<br />

joven de quien estaba usted enamorado?<br />

ARZOBISPO (con una mueca). -¿Es esa la realidad? ¡Cómo se transforman estas<br />

cosas en la imaginación! Pero puedo decirle, MRS. Lutestring, que la transfiguración de<br />

una criada en ángel no es más sorprendente que su transfiguración en la digna y<br />

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competente Ministra de Asuntos Domésticos con quien estoy hablando. En usted<br />

reconozco al ángel. Francamente, no reconozco a la criada.<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Qué es una criada?<br />

MRS. LUTESTRING. -Una especie extinguida. Una mujer de vestido negro y<br />

delantal blanco que abría la puerta de calle cuando la gente golpeaba o tocaba el timbre, y<br />

que era, o bien la tirana o bien la esclava del hogar. Yo fuí criada en la casa de uno de los<br />

remotos antepasados del Contador General. (A Confucio.) Usted me ha preguntado mi<br />

edad, señor Secretario en jefe. Tengo doscientos setenta y cuatro años.<br />

BURGE-LUBIN (cortés).-No los representa. Se lo aseguro: no los representa.<br />

MRS. LUTESTRING (volviendo gravemente el rostro hacia él). -Míreme otra vez,<br />

señor Presidente.<br />

BURGE-LUBIN (la contempla valientemente hasta que la sonrisa desaparece de su<br />

rostro, y de pronto se cubre los ojos con las manos),-Sí, los representa. Estoy con-<br />

vencido. Es cierto. Y ahora llame al manicomio, Confucio, y dígales que vengan a<br />

buscarme en una ambulancia.<br />

secreto?<br />

MRS. LUTESTRING (al Arzobispo). - ¿Por qué ha revelado el secreto, nuestro<br />

ARZOBISPO. -Ellos lo descubrieron. Las películas cinematográficas me<br />

traicionaron. Pero jamás se me ocurrió que hubiese otros. ¿Y a usted?<br />

suicidó.<br />

MRS. LUTESTRING. - Conocía a otra persona. Era una cocinera. Se cansó y se<br />

ARZOBISPO, - ¡Caramba! Pero su muerte simplifica la situación, ya que he podido<br />

convencer a estos caballeros de que no hay que llevar las cosas más adelante.<br />

MRS. LUTESTRING. - ¡Cómo! ¡Si el Presidente lo sabe! Antes de que termine la<br />

semana estará enterado todo el mundo.<br />

BURGE-LUBIN (ofendido), - ¿De veras, MRS. Lutestring?... Habla como si yo<br />

fuese una persona reconocidamente indiscreta. Barnabas, ¿tengo semejante reputación?<br />

BARNABAS (resignado), -Imposible evitarlo. Lo lleva en la sangre. Es<br />

constitucional.<br />

CONFUCIO. - Es absolutamente anticonstitucional. Pero, como usted ha dicho,<br />

resulta imposible evitarlo.<br />

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BURGE-LUBIN (solemne). -Niego que un secreto de Estado haya pasado jamás por<br />

mis labios... salvo, quizás, ante la Ministra de Salubridad, que es la discreción en persona.<br />

La gente cree que porque es una negra...<br />

MRS. LUTESTRING. -Ahora no tiene mayor importancia. Antes habría importado<br />

mucho. Pero mis hijos han muerto todos.<br />

ARZOBISPO.-Sí, los hijos deben de ser una terrible dificultad. Afortunadamente<br />

para mí, no tuve ninguno.<br />

MRS. LUTESTRING.-Yo tuve una hija que era la niña de mis ojos. Unos años<br />

después de la primera vez que me ahogué, me enteré de que había perdido la vista. Fuí a<br />

visitarla. Era una anciana de noventa y seis años, ciega. Me pidió que me sentase y le<br />

hablara, porque mi voz era como la de su madre muerta.<br />

BURGE-LUBIN, -Las complicaciones tienen que ser espantosas. De veras, no se si<br />

me gustaría vivir mucho más tiempo que los demás.<br />

MRS. LUTESTRING. -Siempre es posible suicidarse, como hizo la cocinera. Una<br />

vida larga es complicada y aun terrible, pero, de cualquier manera, es gloriosa. No me<br />

cambiaría por una mujer común, como no me cambiaría con una de esas mariposas que<br />

viven una hora.<br />

ARZOBISPO. - ¿Qué fué lo que le hizo pensar por primera vez en eso?<br />

MRS. LUTESTRING. -El libro de Conrad Barnabas. La esposa de usted me había<br />

dicho que era más maravilloso que El libro del destino de Napoleón y el Almanaque del<br />

viejo Moore, que la cocinera y yo solíamos leer. Yo era muy ignorante; no me parecía tan<br />

imposible como a una mujer educada. Pero me olvidé de todo ello, me casé, hice la vida<br />

de la esposa de un pobre. Crié varios hijos y parecía veinte años mayor de lo que en<br />

realidad era, hasta que un día, mucho después de la muerte de mi esposo y de que mis<br />

hijos estaban dispersos por el mundo, trabajando para mantenerse, advertí que parecía<br />

veinte años más joven de lo que en realidad era. Y me di cuenta instantáneamente de la<br />

verdad.<br />

BURGE-LUBIN. -Sorprendente momento. Sus sentimientos deben de haber sido<br />

indescriptibles. ¿Cuál fué su primer pensamiento?<br />

MRS. LUTESTRING. - Un puro terror. Vi que no me alcanzaría el poco dinero que<br />

tenía, y que debía volver a trabajar. Entonces había una cosa llamada Pensión a la Vejez,<br />

miserables pitanzas para que los obreros viejos y agotados murieran de hambre. El horror<br />

de enfrentar otra vida de trajín, de perderme mi descanso tan duramente ganado y mis<br />

pobres ahorritos, expulsó todo otro pensamiento de mi mente. Ustedes no pueden tener<br />

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idea del temor a la pobreza que entonces pendía sobre nosotros, o del absoluto cansancio<br />

de cuarenta años de interminable exceso de trabajo y esfuerzos para conseguir que un<br />

chelín hiciera las funciones de una libra.<br />

ARZOBISPO. -Me extraña que no se haya matado. A menudo me pregunto por qué<br />

los pobres, en esos terribles<br />

tiempos pasados, no se suicidaban. Ni siquiera mataban a otras personas.<br />

MRS. LUTESTRING.-Uno nunca se suicida porque siempre se puede esperar el día<br />

de mañana. Y no existe la energía ni la convicción suficientes para matar a otros.<br />

Además, ¿cómo se puede culpar a otras personas, cuando uno haría lo mismo si estuviera<br />

en el lugar de éstas? BURGE-LUBIN. -¡Pobrísimo consuelo!<br />

MRS. LUTESTRING. - En esa época había otros consuelos para gente como yo.<br />

Bebíamos cosas preparadas con alcohol, para aliviar la tensión del vivir y conseguir una<br />

felicidad artificial.<br />

BURGE-LUBIN (¡Alcohol! Diciendo juntos<br />

CONFUCIO ¡Puf! y haciendo muecas<br />

BARNABAS ¡Repugnante!<br />

MRS. LUTESTRING. -Un poco de alcohol mejoraría su talante y modales, y haría<br />

que resultara más fácil vivir junto a usted, señor Contador General.<br />

BURGE-LUBIN (riendo). - ¡Caray, creo que sí! Pruébelo, Barnabas.<br />

CONFUCIO. - No. Pruebe el té. Es el veneno más civilizado de los dos.<br />

MRS. LUTESTRING.-Usted, señor Presidente, nació embriagado con su propia y<br />

bien alimentada exuberancia natural. No puede imaginarse lo que era el alcohol para una<br />

pobre mujer subalimentada. Había dividido cuidadosamente mis ahorritos de modo de<br />

poder emborracharme, como lo llamábamos, una vez por semana, y mi único placer era<br />

esperar esa pobre y pequeña orgía. Eso fué lo que me salvó del suicidio. No podía<br />

soportar la idea de perderme la parranda siguiente. Pero cuando dejé de trabajar y vivía<br />

sólo con mi pensión, la fatiga de mi vida de trajín comenzó a disiparse, porque, en<br />

realidad, ¿saben?, yo no era tan vieja. Me repuse. Cada vez parecía más joven. Y al cabo<br />

me sentí lo bastante descansada, con bastante valor y fuerzas como para empezar nueva-<br />

mente la vida. Además, los cambios políticos lo hacían más sencillo: la vida era un poco<br />

más digna de ser vivida para las nueve décimas partes de los que antes solían ser meros<br />

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trafagones. Después de eso nunca retrocedí ni vacilé. Mi única pena, ahora, es que moriré<br />

cuando tenga trescientos años, aproximadamente. Una sola cosa hacía que la vida fuese<br />

dura, y esa cosa ha desaparecido.<br />

CONFUCIO. - ¿Y podemos preguntar qué era esa cosa?<br />

MRS. LUTESTRING. - Si se lo digo es posible que lo ofenda.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Ofenderme! ... Mi querida señora, ¿acaso supone, después de<br />

tan estupenda revelación, que nada que no sea un mazazo podría producir en nosotros la<br />

más mínima impresión?<br />

MRS. LUTESTRING. -Bueno, la verdad, ha sido tan penoso para mí no encontrar a<br />

ninguna persona madura ... Todos ustedes son tan chiquillos. . . Y nunca me gustaron los<br />

niños, salvo esa chica que despertó en mí la pasión maternal. A veces me he sentido muy<br />

sola.<br />

BURGE-LUBIN (nuevamente cortés). - Pero sin duda, MRS. Lutestring, eso ha<br />

sido culpa suya. Si me permite decirlo, una dama de sus atractivos no tendría por qué<br />

estar sola nunca.<br />

MRS. LUTESTRING. -¿Por qué?<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Por qué? Bueno... Bueno ... este... Es decir...<br />

¡Bueno! (Abandona el intento.) ARZOBISPO. -Quiere decir que habría podido casarse.<br />

Es curioso lo poco que entienden nuestra situación.<br />

MRS. LUTESTRING. - Me casé. Volví a casarme cuando cumplí ciento un años.<br />

Pero, por supuesto, tuve que casarme con un hombre de edad, de más de sesenta años. Era<br />

un gran pintor. En su lecho de muerte me dijo: "He necesitado cincuenta años para<br />

aprender mi oficio y para pintar todos los tontos cuadros que un hombre debe pintar y<br />

olvidar antes de llegar, a través de ellos, a las grandes cosas que debería producir. Y<br />

ahora que tengo ya el pie en el umbral del templo, descubro que también estoy pisando<br />

con él el borde de mi tumba." Ese hombre habría sido el más grande pintor de todos los<br />

tiempos si hubiese podido vivir tanto como yo. Lo vi morir de vejez cuando todavía era,<br />

como él mismo decía, un caballero aficionado, como todos los pintores modernos.<br />

BURGE-LUBIN. -Pero, ¿por qué tuvo que casarse con un hombre de edad? ¿Por<br />

qué no con un joven? ¿O, digamos, con un hombre de edad mediana? Si mi propio<br />

corazón no tuviera ya dueña, y si, para decirle la verdad, no sintiese un poco de miedo<br />

hacia usted -porque es una mujer superior, como todos lo reconocemos-, me consideraría<br />

sumamente feliz de... este...<br />

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MRS. LUTESTRING. -Señor Presidente, ¿ha intentado alguna vez aprovecharse de<br />

la inocencia de un chiquillo para la satisfacción de sus sentidos?<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Cielos, señora!, ¿por quién me toma? ¿Qué derecho<br />

tiene a hacerme semejante pregunta?<br />

MRS. LUTESTRING.-Actualmente tengo doscientos setenta y cinco años de edad.<br />

¿Sugiere que me aproveche de la inocencia de un chiquillo de treinta y me case con él?<br />

ARZOBISPO. - ¿No entienden ustedes, los de vida corta, que, visto que la<br />

confusión, inmadurez y primitivo animalismo en que vivimos durante los primeros cien<br />

años de nuestra vida son peores en esta cuestión del sexo que en ninguna otra,<br />

ustedes nos resultan intolerables en ese sentido?<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Quiere decir eso, MRS. Lutestring, que me considera un niño?<br />

MRS. LUTESTRING. -¿Acaso espera que lo considere como un alma acabada?<br />

¡Oh!, está bien que me tenga miedo. Hay momentos en que su liviandad, su ingratitud, su<br />

hueca jovialidad, hacen que sienta tales náuseas, que si no pudiera recordar que es un<br />

niño, me sentiría tentada a dudar de su derecho a vivir.<br />

CONFUCIO. - ¿Nos mezquina los pocos años que tenemos? ¿Usted, a quien le<br />

esperan trescientos?<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Me acusa de liviandad! ... ¿Tengo que recordarle, señora, que<br />

soy el Presidente, y que usted no es más que la jefa de un departamento?<br />

BARNABAS. -¡Y también de ingratitud! Recibe una pensión durante trescientos<br />

años, cuando sólo le debemos setenta y ocho. . . ¡Y nos llama ingratos!<br />

MRS. LUTESTRING. -Precisamente. ¡Cuando pienso en las mercedes que han<br />

llovido sobre ustedes y las comparo con la pobreza, las humillaciones, las angustias, la<br />

pena, la insolencia y la tiranía que eran el pan cotidiano de la humanidad cuando yo<br />

aprendía a sufrir en lugar de aprender a vivir! ¡Cuando veo con cuánta ligereza aceptan<br />

todo esto, y cómo disputan por los pétalos arrugados de sus lechos de rosas, y cómo se<br />

muestran delicados en cuanto al trabajo, que a menos que les resulte interesante o<br />

placentero lo dejan en manos de negras y chinos, me pregunto si aun trescientos años de<br />

pensamiento y experiencia podrán salvarlos de ser arrumbados por el Poder que los creó y<br />

los puso a prueba!<br />

BURGE-LUBIN.-Mi querida señora, nuestros amigos<br />

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chinos y de color son perfectamente dichosos. Están veinte veces mejor de lo que lo<br />

estarían en China o Liberia. Cumplen admirablemente con su labor, y al hacerlo nos dejan en<br />

libertad para más altas ocupaciones.<br />

ARZOBISPO (contagiado de la indignación de ella). - ¿Para qué altas<br />

ocupaciones están capacitados ustedes, que a los setenta años son jubilados y están muertos a<br />

los ochenta?<br />

MRS. LUTESTRING. -En realidad no realizan ninguna labor superior.<br />

Supuestamente, deben adoptar las decisiones e impartir las órdenes. Pero las negras y los<br />

chinos les sugieren las decisiones y les dicen qué órdenes tienen que dar, tal como mi<br />

hermano, que era sargento de la Guardia, lo hacía con sus oficiales de otra época. Cuando yo<br />

quiero que en el Ministerio de Salubridad se haga algo, no acudo a ustedes: me dirijo a la<br />

dama de color que ha sido la verdadera presidenta durante el actual período, o a Confucio,<br />

que siempre está en su puesto mientras los presidentes van y vienen.<br />

BURGE-LUBIN. -Esto es insultante. Esto es traición a la raza blanca. Y permítame<br />

que le diga, señora, que nunca en mi vida me encontré con la Ministra de Salubridad y que<br />

protesto contra el vulgar prejuicio racial con que se menosprecia su gran capacidad y sus<br />

eminentes servicios al Estado. Mis relaciones con ella son puramente telefónicas,<br />

gramofónicas, fotofónicas y, desearía agregar, platónicas.<br />

ARZOBISPO. -De cualquier manera, no hay motivo para que se avergüence de ellas,<br />

señor Presidente. Pero contemplemos la situación en forma impersonal. ¿Puede negar que lo<br />

que está ocurriendo es que el pueblo inglés se ha convertido en una Compañía de Capital<br />

Social que admite como accionistas a asiáticos y africanos?<br />

BARNABAS. -Nada de eso. Sé todo lo que concierne a las antiguas compañías de<br />

capital social. Los accionistas no trabajaban.<br />

ARZOBISPO. -Es cierto. Pero nosotros, como ellos, recibimos nuestros dividendos<br />

trabajemos o no. Trabajamos, sí; en parte porque si nos negamos a hacerlo se nos considera<br />

como deficientes mentales y se nos lleva a la cámara letal. Pero, ¿en qué trabajamos? Antes<br />

de los pocos cambios que nos vimos obligados a introducir por las revoluciones que siguieron<br />

a la Guerra de Cuatro Años, nuestras clases gobernantes eran tan ricas, como se decía, que se<br />

habían convertido en la gente más intelectualmente perezosa y estrecha que existe en la tierra.<br />

Todavía tenemos mucha de esa pereza y esa estrechez mentales.<br />

BURGE-LUBIN. -Como presidente, no debo escuchar críticas antipatrióticas acerca de<br />

nuestro carácter nacional, señor arzobispo.<br />

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ARZOBISPO. - Como arzobispo, señor Presidente, mi deber oficial consiste en criticar<br />

sin retaceos el carácter nacional. En la canonización de San Henrik Ibsen, usted mismo<br />

descubrió el monumento de éste que lleva en el pedestal la noble inscripción: "No vengo a<br />

llamar a los pecadores al arrepentimiento, sino a los justos." La prueba de lo que digo es que<br />

nuestro trabajo de rutina, y lo que podría llamarse nuestro trabajo ornamental y de exhibición,<br />

son cada vez más buscados por los ingleses, en tanto que el trabajo de pensar, organizar,<br />

calcular y dirigir lo realizan cerebros amarillos, morenos y negros, tal como en mis primeros<br />

días lo hacían los cerebros judíos, escoceses, italianos, alemanes ... Los únicos hombres<br />

blancos que todavía trabajan seriamente son los que, como el Contador General, carecen de<br />

capacidad para la diversión y de dones sociales para que sean bien recibidos fuera de sus<br />

oficinas.<br />

BARNABAS. - ¡Maldito sea su descaro! Aun así, parece que he tenido suficientes<br />

dones para descubrirlo a usted.<br />

ARZOBISPO (haciendo caso omiso del estallido). - Si me mataran en este<br />

momento, tendrían que designar a un indio en mi reemplazo. Hoy me tomo la<br />

precedencia, no como inglés, sino como un hombre con más de un siglo y medio de plena<br />

experiencia adulta. Estamos dejando que todo el poder caiga en manos de la gente de<br />

color. Dentro de cien años seremos simplemente los animalitos mimados de ellos.<br />

BURGE-LUBIN (reaccionando alegremente). -No hay el más mínimo peligro.<br />

Admito que les dejamos a ellos la parte más enojosa del trabajo. Y está bien que así sea.<br />

¿Por qué habíamos de extenuarnos nosotros con eso? ¡Pero piensen en las actividades de<br />

nuestro ocio! ¿Hay acaso en la tierra un lugar más agradable para vivir que Inglaterra<br />

fuera de las horas de oficina? ¿Y a quién se lo debemos? A nosotros, no a los negros. El<br />

negro y el chino están bien de lunes a viernes; pero de viernes a lunes no existen. Y la<br />

verdadera vida de Inglaterra transcurre de viernes a lunes.<br />

ARZOBISPO.-Eso es terriblemente cierto. Para idear diversiones insensatas, para<br />

dedicarse a ellas con enorme vigor y para encararlas con ávida seriedad, nuestro pueblo<br />

inglés es la maravilla del mundo. Siempre lo fue. Y es mejor así, porque de lo contrario<br />

su sensualidad se tornaría mórbida y lo destruiría. Lo que me aterra es que sus diversiones<br />

los diviertan. Son pasatiempos de chicos y jovencitas. Resultan perdonables hasta los<br />

cincuenta o sesenta años; más allá de esa edad son ridículos. Lo que tenemos de malo es<br />

que no somos una raza adulta; y los irlandeses y los escoceses, los negros y los chinos,<br />

como usted los llama, aunque tienen una vida tan corta como la nuestra, o más corta aún,<br />

consiguen, quién sabe cómo, crecer un poco antes de morir. Nosotros crecemos durante la<br />

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juventud; la madurez, que debería convertirnos en la más grande de las naciones, está,<br />

para nosotros, al otro lado de la tumba. O nos hundimos como ancianos, empuñando palos<br />

de golf, o tenemos que querer vivir más tiempo.<br />

MRS. LUTESTRING. -Sí, eso mismo. Yo no habría podido expresarlo con<br />

palabras; pero usted lo ha hecho por mí. Yo sentía, incluso cuando era una ignorante es-<br />

clava doméstica, que teníamos la posibilidad de llegar a ser una gran nación; pero<br />

nuestros errores y locuras me empujaron a una cínica desesperación. Todos terminábamos<br />

así. Las más elevadas criaturas son las que necesitan más tiempo para madurar, las más<br />

indefensas durante su inmadurez. Ahora sé que necesité todo un siglo para crecer.<br />

Empecé mi vida seria cuando tenía ciento veinte años. Los asiáticos no pueden<br />

fiscalizarme; no soy un niño en manos de ellos, como lo es usted, señor Presidente. Y<br />

tampoco lo es, estoy segura, el arzobispo. Me respetan. Ustedes no están lo bastante<br />

crecidos ni siquiera para eso, aunque tuvieron la bondad de decir que yo les daba miedo.<br />

BURGE-LUBIN. -Sinceramente, nos lo da. ¿Y le pareceré demasiado grosero si le<br />

digo que, si tuviera que elegir entre una mujer blanca con suficiente edad para ser mi<br />

abuela y una negra de mi edad, probablemente me parecería más simpática la negra?<br />

MRS. LUTESTRING. - ¿Y de color más atrayente, quizá?<br />

BURGE-LUBIN. -Sí. Puesto que me lo pregunta, más. . . bueno, no más atrayente.<br />

No niego que usted tiene un excelente aspecto... pero más sabrosa. Más veneciana.<br />

Tropical. "La umbría librea del bruñido sol."<br />

MRS. LUTESTRING.-Nuestras mujeres y sus cuentistas favoritos comienzan ya a<br />

hablar de los hombres de tez dorada.<br />

CONFUCIO (con una sonrisa que le ensancha la cara y el cuerpo). -¡Aaaah! ...<br />

BURGE-LUBIN. -Bien, ¿y qué hay con eso, señora? ¿Ha leído usted un libro muy<br />

interesante, del bibliotecario de la Sociedad Biológica, que sugiere que el futuro del<br />

mundo pertenece a los mulatos?<br />

MRS. LUTESTRING (poniéndose de pie).-Señor arzobispo, si queremos que la raza<br />

blanca sea salvada, nuestro destino resulta evidente.<br />

asunto?<br />

ARZOBISPO.-Sí, nuestro deber está clarísimo.<br />

MRS. LUTESTRING. - ¿Tiene tiempo para venir a casa conmigo, para discutir el<br />

ARZOBISPO (levantándose). - Encantado.<br />

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BARNABAS (también se pone de pie y pasa corriendo ante MRS. Lutestring, en<br />

dirección a la puerta, donde se vuelve para impedirles salir). - De ningún modo. Burge, ha<br />

entendido, ¿verdad?<br />

BURGE-LUBIN.- No. ¿Qué ocurre?<br />

BARNABAS. -Estos dos piensan casarse.<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Y por qué no habrían de hacerlo, si así lo desean?<br />

BARNABAS. -No lo desean. Lo harán a sangre fría, porque los hijos que tengan<br />

vivirán trescientos años. No hay que permitirlo.<br />

CONFUCIO. -No es posible impedirlo. No hay ley alguna que le confiera poderes<br />

para intervenir en eso.<br />

BARNABAS. - Si me obligan, haré que se promulgue una legislación contra los<br />

casamientos a partir de los setenta y orl=o años.<br />

ARZOBISPO. - No tendrá tiempo para conseguirlo antes de que nos casemos, señor<br />

Contador General. Tenga la bondad de salirse del paso de la señora.<br />

BARNABAS. -Pero habrá tiempo para enviar a la señora a la cámara letal antes de<br />

que el matrimonio dé frutos. No se olvide de eso.<br />

MRS. LUTESTRING. - ¡Qué tontería, señor Contador General! Buenas tardes,<br />

señor Presidente. Buenas tardes, señor Secretario en jefe. (éstos se ponen de pie y devuel-<br />

ven el saludo con una inclinación de cabeza. MRS. Lutestring se encamina directamente<br />

hacia el Contador General, que instintivamente se encoge y aparta de su paso mientras ella<br />

sale.)<br />

ARZOBISPO.-Me sorprende su actitud, señor Barnabas. Su tono fué como un eco<br />

de la Edad Oscura. (Sigue a la Ministra. Confucio menea la cabeza y chasquea la lengua,<br />

lamentando el penoso episodio, se acerca a la silla que acaba de desocupar el arzobispo y se<br />

queda de pie detrás de ella, con las manos entrelazadas, mirando al Presidente. El Contador<br />

General amenaza con el puño a los visitantes que se han marchado y estalla en salvajes<br />

insultos.)<br />

Burge?<br />

BARNABAS. - ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones! ¡Vampiros! ¿Qué piensa hacer,<br />

BURGE-LUBIN, - ¿Hacer?...<br />

BARNABAS. -Sí, hacer. Seguramente existen docenas de personas como éstas.<br />

¿Piensa permitirles que hagan lo que quieren hacer los dos que acaban de salir, para que<br />

por la fuerza del número nos expulsen de la tierra?<br />

BURGE-LUBIN (sentándose). - Oh, vamos, Barnabas!<br />

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¿Qué daño hacen? ¿No tiene interés en ellos? ¿No los quiere?<br />

BARNABAS. - ¿Quererlos? Los odio. Son monstruos, monstruos antinaturales. Para<br />

mí son lo mismo que el veneno.<br />

BURGF-LUBIN. - ¿Qué objeción puede oponerse a que vivan todo el tiempo que<br />

puedan? Eso no acorta nuestra vida, ¿no es verdad?<br />

BARNABAS.- Si yo tengo que morir a los setenta y ocho años, no veo por qué otro<br />

hombre debe gozar del privilegio de llegar a los doscientos setenta y ocho. En un sentido<br />

relativo, nos acorta la vida. Nos pone en ridículo. Si crecieran hasta tener tres metros y<br />

medio de altura, nosotros quedaríamos convertidos en enanos. Nos han hablado como si<br />

fuéramos chiquillos. Aquí no hay cariño alguno; el odio que nos tienen surgió muy<br />

pronto. ¿No oyó lo que dijo esa mujer, y cómo la respaldó el arzobispo?<br />

BURGE-LUBIN. -Pero, ¿qué podemos hacer con ellos?<br />

BARNABAS. - Matarlos.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Bobadas!<br />

BARNABAS. - Encerrarlos. Esterilizarlos, no sé cómo, de algún modo.<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Y qué razones podríamos dar para eso?<br />

BARNABAS. - ¿Qué razones se pueden dar para matar a una víbora? La naturaleza<br />

le dice a uno que lo haga.<br />

BURGE-LUBIN. -Mi querido Barnabas, ha perdido el uicio.<br />

BARNABAS. - ¿No le parece que ya lo ha dicho bastantes veces esta mañana?<br />

BURGE-LUBIN.-No creo que nadie se ponga de su parte.<br />

BARNABAS. - Entiendo. A usted lo conozco bien. Cree ser uno de ellos.<br />

CONFUCIO. - Señor Contador General, también usted puede ser uno de ellos.<br />

BARNABAS. - ¿Cómo se atreve a acusarme de tal cosa? Soy un hombre honrado,<br />

no un monstruo. Me gané mi puesto en la vida pública demostrando que la verdadera<br />

duración de la vida es de setenta y ocho corra seis. Y me resistiré a toda tentativa de<br />

alterar o suprimir esa demostración. Hasta la última gota de sangre, si es necesario.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Oh, vamos, vamos! ¡Por favor! Modérese. ¿Cómo es posible<br />

que usted, un descendiente del gran Conrad Barnabas, el hombre a quien todavía se<br />

recuerda por su magnífica Biografía de un escarabajo negro, sea tan absurdo?<br />

BARNABAS. -¡Vaya y escriba usted la biografía de un asno! Levantaré al país<br />

contar ese horror, y contra usted, si muestra la mínima señal de debilidad al respecto.<br />

CONFUCIO (con gran solemnidad).-Si lo hace lo lamentará.<br />

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BARNABAS. - ¿Qué es lo que hará que lo lamente?<br />

CONFUCIO. -Todos los hombres y mujeres de la comunidad empezarán a abrigar la<br />

esperanza de vivir tres siglos. Ocurrirán cosas que usted no prevé. La familia se disolverá;<br />

padres e hijos no serán ya los viejos y los jóvenes; hermanos y hermanas se encontrarán,<br />

como desconocidos, después de cien años de separación. Los vínculos de sangre perderán<br />

su inocencia. La imaginación de los hombres, desatada en cuanto a las posibilidades de<br />

tres siglos de vida, los enloquecerá y destruirá la sociedad humana. Este descubrimiento<br />

debe ser mantenido en secreto. (Se sienta.)<br />

BARNABAS. - ¿Y si me niego a mantenerlo en secreto?<br />

CONFUCIO. -En cuanto abra la boca lo pondré a salvo en un manicomio.<br />

BARNABAS. -Se olvida de que puedo presentar al arzobispo para demostrar mi<br />

afirmación.<br />

CONFUCIO.-Yo también puedo presentarlo. ¿A cuál de los dos le parece que<br />

apoyará, cuando le explique que el objetivo que usted persigue al revelar la edad de él es<br />

conseguir que lo maten?<br />

BARNABAS (desesperado). - Burge, ¿piensa ponerse de parte de esa abominación<br />

amarilla contra mí? ¿Somos hombres públicos y miembros del gobierno, o somos unos<br />

condenados pillastres?<br />

CONFUCIO (inconmovible). -¿Conoció usted alguna vez a un hombre público que<br />

no fuese lo que la gente maldiciente llama un condenado pillastre cuando una persona<br />

irreflexiva quiere decirle al público más de lo que al público le conviene?<br />

BARNABAS. - ¡Cierre el pico, pagano insolente! Burge, le he hablado a usted.<br />

BURGE-LUBIN. -Bueno, la verdad, mi querido Barnabas... Confucio es un<br />

individuo sumamente inteligente. Estoy de acuerdo con los argumentos que presenta.<br />

BARNABAS. - ¿Sí? Entonces permítame que le diga que, a no ser por motivos<br />

oficiales, no volveré a dirigirle la palabra. ¿Me oye?<br />

puerta.)<br />

BURGE-LUBIN (alegremente). -Me la dirigirá, me la dirigirá.<br />

BARNABAS.-Y no se atreva a hablarme nunca más. ¿Me oye? (Se vuelve hacia la<br />

BURGE-LUBIN. - Le hablaré, le hablaré. Adiós, Barnabas. Bendito sea.<br />

BARNABAS. - ¡Ojalá que usted viva eternamente y se convierta en el hazmerreír<br />

del mundo entero! (Sale precipitadamente, furioso.)<br />

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BURGE-LUBIN (riendo con indulgencia). - Conservará el secreto, no me cabe<br />

duda. Conozco a Barnabas. No se preocupe.<br />

CONFUCIO (preocupado y grave). -No existen secretos, salvo los que se guardan<br />

por sí mismos. Fíjese. Ahí están esas películas del Archivo. No tenemos poderes para<br />

impedir que el jefe del mismo publique ese descubrimiento hecho en su departamento. No<br />

podemos hacer callar al norteamericano... ¿quién puede acallar a un norteamericano? ... ni<br />

a la gente que estuvo hoy allí para recibirlo. Afortunadamente una película no puede<br />

probar más que un parecido.<br />

es cierto?<br />

BURGE-LUBIN, -Muy cierto. En fin de cuentas todo el asunto es una tontería, ¿no<br />

CONFUCIO (levantando la cabeza para mirarlo),Ha resuelto no creer en ello, ahora<br />

que se da cuenta de todos los inconvenientes que traerá. Ese es el método inglés. Puede<br />

que en este caso no resulte bien.<br />

BURGE-LUBIN, - ¡Déjeme de métodos! Es buen sentido. ¿Sabe?, esos dos nos<br />

hipnotizaron, no cabe duda. Deben de haber estado burlándose de nosotros. ¿No le<br />

parece?<br />

CONFUCIO, -Usted miró a esa mujer a la cara y creyó.<br />

BURGE-LUBIN. -Exactamente. Ahí fué donde me atrapó. Si se hubiera vuelto de<br />

espaldas a mí, no le habría creído nada. (Confucio menea la cabeza varias veces, con<br />

lentitud,) ¿De veras le parece que... ? (Vacila.)<br />

CONFUCIO, - El arzobispo siempre ha sido un enigma para mí. Desde que aprendí<br />

a distinguir entre una cara<br />

inglesa y otra, me di cuenta de lo que hizo observar la mujer: el rostro inglés no es<br />

un rostro adulto, así como el cerebro inglés no es un cerebro adulto.<br />

BURGE-LUBIN. -Basta de eso, Juan Chino. Si hubo alguna vez una raza divina<br />

elegida para ponerse al frente de las razas no adultas para guiarlas, educarlas e impe-<br />

dirles que cometieran travesuras hasta que llegasen a ser capaces de adoptar nuestras<br />

instituciones, esa raza es la inglesa. Es la única raza del mundo que tiene esa caracte-<br />

rística. ¡Qué me dice!<br />

CONFUCIO. -Esa es la fantasía de un niño que juega con una muñeca. Pero diez<br />

veces más pueril es rechazar el más elevado cumplido que jamás se le haya hecho.<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Clasificarnos como niños crecidos es un cumplido?<br />

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CONFUCIO. - No como niños crecidos, sino como niños a los cincuenta, sesenta,<br />

setenta años. La madurez de ustedes es tan tardía, que nunca llegan a ella. Tienen que<br />

ser gobernados por razas que maduran a los cuarenta. Eso significa que, en potencia,<br />

son la raza más altamente desarrollada de la tierra y que serían en realidad la más<br />

grande si pudieran vivir el tiempo suficiente para alcanzar la madurez.<br />

BURGE-LUBIN (entendiendo finalmente la idea). ¡Caramba, Confucio; tiene<br />

razón! No se me había ocurrido. Eso lo explica todo. No somos más que un puñado de<br />

escolares, imposible negarlo. Hable a un inglés de cualquier cosa seria, y lo escuchará<br />

con curiosidad durante un momento, del mismo modo que escucha a un sujeto que<br />

interpreta música clásica. Y después vuelve a su golf marino, a sus paseos en automóvil<br />

o en avión, o a las mujeres, como un trozo de goma puesto en tensión, cuando se lo<br />

suelta. (Poniéndose a la altura del tema.) ¡Oh!, tiene muchísima razón. Estamos en la<br />

infancia. Yo tendría que andar en un cochecillo para niños, con una nodriza que lo<br />

empujara. Es cierto, absolutamente cierto. Pero algún día creceremos, y entonces,<br />

¡vaya!, entonces les enseñaremos.<br />

CONFUCIO, -El arzobispo es un adulto. Cuando yo era un niño, me dominaban e<br />

intimidaban personas que ahora sé que eran más débiles y tontas que yo, porque había,<br />

en el solo hecho de ser ellas mayores, cierta misteriosa cualidad que me apabullaba.<br />

Confieso, aunque he guardado las apariencias, que siempre he tenido miedo del<br />

arzobispo.<br />

BURGE-LUBIN. - Entre nosotros, Confucio, también yo.<br />

CONFUCIO. -Eso fué lo que me convenció. El rostro de esa mujer lo convenció a<br />

usted. El nuevo camino que han emprendido en el camino de la raza no es un fraude. Ni<br />

siquiera me sorprende.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Oh, vamos! ¡Que no lo sorprende! Su postura consiste en no<br />

sorprenderse nunca de nada; pero si no le sorprende esto quiere decir que no es un ser<br />

humano.<br />

CONFUCIO.-Me conmueve como podría conmover a un hombre una explosión<br />

cuya carga él mismo ha puesto y cuya mecha ha encendido. Pero no me sorprende,<br />

porque, como filósofo y estudiante de la biología evolutiva, he llegado a considerar<br />

inevitables ciertos acontecimientos como ése. Si no me hubiese preparado de ese modo<br />

para creerlo, la simple prueba de las películas y de relatos bien presentados no habría<br />

podido convencerme. Pero tal como están las cosas, no puedo menos que creer.<br />

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BURGE-LUBIN. -Bueno, aclarado eso, ¿qué demonios sucederá ahora? ¿Cuál será<br />

nuestro próximo paso?<br />

mujer.<br />

CONFUCIO. -El próximo paso no lo daremos nosotros. Lo darán el arzobispo y la<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Casándose?<br />

CONFUCIO. - Algo más. Han realizado el trascendental descubrimiento de que no<br />

se encuentran solos en el mundo.<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Le parece que hay otros?<br />

CONFUCIO.-Tiene que haber muchos otros. Cada uno de ellos cree que es el único<br />

a quien le ha sucedido el milagro. Pero ahora el arzobispo sabe que no es así. Y difundirá<br />

el descubrimiento en términos que sólo los de larga vida entenderán. Los reunirá y<br />

organizará. Acudirán desde todos los rincones de la tierra. Y se convertirán en un gran<br />

Poder.<br />

BURGE-LUBIN (un tanto alarmado). - ¿De veras? Supongo que sí. Me pregunto si,<br />

en fin de cuentas, Barnabas no tendrá razón ... ¿Tenemos que permitirlo?<br />

CONFUCIO.-No podemos hacer nada para impedirlo. Y en el fondo del alma no es<br />

posible que queramos impedirlo. La fuerza vital que ha producido este cambio paralizaría<br />

nuestra oposición, si es que somos lo bastante dementes como para oponernos. Pero no<br />

nos opondremos. Es posible que usted y yo seamos también de los elegidos.<br />

BURGE-LUBIN. - Sí, eso es lo que nos detiene a cada rato. ¿Y qué cuernos<br />

deberíamos hacer? Porque hay que hacer algo.<br />

CONFUCIO. - Ouedémonos sentados, tranquilos, y meditemos en silencio sobre las<br />

perspectivas que se abren ante nosotros.<br />

BURGE-LUBIN. -Caramba, creo que tiene razón. Hagámoslo. (Meditan, el chino<br />

con naturalidad, el Presidente con visible esfuerzo e intensidad. En verdad, está<br />

contemplando el futuro. En ese momento se oye la voz de la negra.)<br />

LA NEGRA. -Señor Presidente ...<br />

BURGE-LUBIN (alborozado). - Sí. (Toma una clavija.) ¿Está en su casa?<br />

LA NEGRA.-No. Omega, cero, X al cuadrado. (El presidente pone rápidamente la<br />

clavija en el tablero, mueve el dial y oprime el botón. La pantalla se vuelve transparente y<br />

la negra, brillantemente ataviada, se deja ver en lo que parece ser el puente de un yate, en<br />

medio de un glorioso paisaje marino. La instalación por medio de la cual se comunica se<br />

encuentra al lado de la bitácora.)<br />

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CONFUCIO (mirando en torno y retrocediendo con un chillido de disgusto). - ¡Aj!<br />

¡Qué asco! (Sale corriendo de la habitación,)<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Qué parte de la costa es ésa?<br />

LA NEGRA. -Bahía Fishguard. ¿Por qué no viene y me hace compañía durante la<br />

tarde? Por fin me siento dispuesta a mostrarme abordable.<br />

BURGE-LUBIN. - ¡Pero en Fishguard, a doscientas setenta millas!<br />

LA NEGRA. - A las dieciséis y treinta hay un expreso superveloz del Servicio<br />

Aéreo Irlandés. Lo dejarán caer sobre la bahía en paracaídas. El chapuzón le hará bien.<br />

Yo lo recogeré, lo secaré y le haré pasar un rato divertidísimo.<br />

BURGE-LUBIN. -Delicioso. Pero un poco arriesgado, ¿no es cierto?<br />

LA NEGRA. - ¡Arriesgado! Me pareció que no le tenía miedo a nada.<br />

BURGE-LUBIN,-No se trata de que tenga miedo, pero ...<br />

LA NEGRA (ofendida). -Pero le parece que no vale la pena. Muy bien. (Levanta la<br />

mano para sacar la clavija del tablero.)<br />

por favor!<br />

BURGE-LUBIN (implorante).-No, espere, déjeme que me explique. No corte. ¡Oh,<br />

LA NEGRA (esperando, con la mano sobre la clavija). - ¿Y bien?<br />

BURGE-LUBIN. -El hecho es que en estos últimos tiempos he estado<br />

comportándome muy irreflexivamente, bajo la impresión de que mi vida sería tan corta<br />

que no valía la pena preocuparse por ella. Pero acabo de enterarme de que es posible que<br />

viva... bueno, mucho más de lo que esperaba. Estoy seguro de que su buen sentido le dirá<br />

que esto modifica las circunstancias. Yo. . .<br />

LA NEGRA (con ira contenida). - ¡Oh, entiendo! No arriesgue su preciosa vida por<br />

mí. Lamento haberlo molestado. Adiós. (Saca la clavija y desaparece.)<br />

BURGE-LUBIN (ansioso). - No, por favor, aguarde. Puedo convencerla... (Un<br />

fuerte zumbido.) ¡Ocupado! ¿A quién estará llamando? (Oprime el botón y pide.) El<br />

Secretario en jefe. Dígale que quiero volver a verlo, un momento nada más.<br />

VOZ DE CONFUCIO. - ¿Se ha ido la mujer?<br />

BURGE-LUBIN. - Sí, sí, está bien. Un momento, sí ... (Vuelve Confucio.)<br />

Confucio, tengo un importante asunto que atender en Fishguard. El Servicio Aéreo<br />

Irlandés puede dejarme caer sobre la bahía en paracaídas. Supongo que no habrá peligro,<br />

¿verdad?<br />

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CONFUCIO. - Nada es completamente seguro. El servicio aéreo es tan de fiar como<br />

cualquier otro servicio de transporte. El paracaídas es seguro, pero el agua no.<br />

cierto?<br />

BURGE-LUBIN. - ¿Por qué? Me proporcionarán un traje insumergible, ¿no es<br />

CONFUCIO. -Usted no se sumergirá, pero el agua es muy fría. Puede enfermar de<br />

reumatismo para toda la vida.<br />

BURGE-LUBIN. -- Para toda la vida? Entonces está decidido: no me arriesgaré.<br />

CONFUCIO. - Bien. Por fin se ha vuelto prudente; ya no es lo que se llama un<br />

deportista; es un cobarde sensato, casi un hombre maduro. Lo felicito.<br />

BURGE-LUBIN (resuelto). -Cobarde o no, no me expondré a una eternidad de<br />

reumatismo por ninguna mujer viviente. (Se levanta y va hacia el perchero para tomar su<br />

cinta,) He cambiado de idea; me voy a casa. (Se coloca la cinta en la frente, un tanto<br />

ladeada, lo que le da un aire disoluto.) Buenas tardes.<br />

CONFUCIO. - ¿Tan temprano? Si llama la Ministra de Salubridad, ¿qué le digo?<br />

BURGE-LUBIN. -Dígale que se vaya al demonio. (Sale.)<br />

CONFUCIO (meneando la cabeza, escandalizado ante la grosería del Presidente),-<br />

No. No, no, no, no, no. ¡Ah, estos ingleses! ¡Estas toscas civilizaciones jóvenes! ¡Qué<br />

modales! Cerdos. Son cerdos.<br />

PARTE IV<br />

LA TRAGEDIA DE UN CABALLERO DE EDAD MADURA<br />

ACTO I<br />

El muelle Burrin, en la costa sur de la bahía de Galway, en Irlanda, región de colinas<br />

pedregosas y campos graníticos. Es un hermoso día estival del año 3000. En un antiguo<br />

poste de piedra, de un metro de altura y espesor aproximadamente igual, utilizado para<br />

amarrar los barcos y llamado bita, se encuentra sentado un caballero maduro, de espaldas a<br />

la costa, con la cabeza gacha y el rostro entre las manos, sollozando. Su atezado cutis con-<br />

trasta con sus blancas cejas y patillas. Lleva una levita negra, un chaleco blanco, pantalones<br />

color espliego, una brillante corbata de seda con un alfiler enjoyado, sombrero de copa de<br />

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fieltro gris y zapatos de charol con polainas blancas. Sus puños almidonados sobresalen de<br />

las mangas de la levita, y el cuello de la camisa, también de hilo almidonado, es del tipo<br />

gladstoniano. A su derecha, tres o cuatro sacos llenos, colocados uno al lado del otro sobre<br />

las baldosas, sugieren que el muelle, a diferencia de muchos remotos muelles irlandeses, es<br />

en ocasiones útil además de romántico. A la izquierda, detrás de él, un tramo de escalones<br />

de piedra desciende hasta el nivel del mar, desapareciendo de la vista.<br />

Una mujer de túnica de seda y sandalias, que casi no lleva puesto nada más, aparte de<br />

un gorro con el námero 2 bordado en oro, sube los escalones desde el mar y contempla<br />

asombrada al hombre que- llora. No es posible calcular su edad; su rostro es firme y de<br />

facciones juveniles, pero su expresión no tiene nada de juventud en su severidad y<br />

decisión.<br />

LA MUJER. - ¿Qué sucede? (El caballero maduro levanta la vista, se recobra<br />

apresuradamente, saca un pañuelo de seda y se enjuga brevemente las lágrimas, haciendo<br />

una valiente tentativa de sonreír a través de ellas. Luego trata de ponerse cortésmente de<br />

pie, pero vuelve a desplomarse.) ¿Necesita ayuda?<br />

EL CABALLERO.-No. Muchas gracias. No. No es nada. El calor. (Puntáa las<br />

frases sorbiendo con la nariz, y se lleva el pañuelo a ésta y a los ojos,)<br />

LA MUJER.-Es extranjero, ¿verdad?<br />

EL CABALLERO. -No. No debe considerarme extranjero. Soy britano.<br />

LA MUJER.-¿Viene de alguna parte de la comunidad británica?<br />

EL CABALLERO (afablemente pomposo),-De su capital, señora.<br />

LA MUJER, -¿De Bagdad?<br />

EL CABALLERO. -Sí. Puede que no sepa, señora, que estas islas fueron otrora el<br />

centro de la comunidad británica de naciones, durante un período que ahora se conoce<br />

como El Exilio. Aquí estaba, hace mil años, el cuartel general. Pocas personas conocen<br />

este interesante dato, pero le aseguro que es verdad. He venido aquí en piadoso<br />

peregrinaje, a una de las numerosas tierras de mis antepasados. Somos de la misma cepa,<br />

usted y yo. La sangre es más espesa que el agua. Somos primos hermanos.<br />

LA MUJER.-No entiendo. Dice que ha venido en peregrinaje piadoso. ¿Se trata<br />

de algún nuevo medio de transporte?<br />

EL CABALLERO (mostrando otra vez señales de congoja). -Me resulta sumamente<br />

difícil hacerme entender. No me refería a una máquina, sino a... a. . . un viaje sentimental.<br />

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LA MUJER. -Me temo que siga estando tan a oscuras como antes. Dijo usted que la<br />

sangre es más espesa que el agua. No cabe duda, pero, ¿y qué con eso?<br />

EL CABALLERO.-El sentido de la frase es evidente. LA MUJER.-Muy bien.<br />

Pero le aseguro que ya estaba enterada de que la sangre es más espesa que el agua. EL<br />

CABALLERO (sorbiéndose nuevamente los mocos, casi llorando). - Dejémoslo ahí,<br />

señora.<br />

LA MUJER (acercándose más a él y observándolo con cierta preocupación), -Me<br />

parece que no se encuentra bien. ¿No le advirtieron que para los de vida corta es peligroso<br />

venir a este país? Existe aquí una mortífera enfermedad llamada desaliento, contra la cual<br />

los de vida corta tienen que tomar precauciones sumamente estrictas. El trato con nosotros<br />

los somete a una tensión demasiado excesiva.<br />

EL CABALLERO (recobrándose altaneramente).-Eso no produce efecto alguno<br />

sobre mí, señora. Tengo la impresión de que mi conversación no le interesa. En ese caso el<br />

remedio está en sus manos.<br />

¿Dónde?<br />

LA MUJER (mirándoselas y contemplando luego interrogativamente al caballero). -<br />

EL CABALLERO (desesperado). - ¡Oh, esto es espantoso! Nada de comprensión,<br />

nada de inteligencia, nada de simpatía... (Los sollozos le ahogan la voz.)<br />

mariposas.<br />

LA MUJER. - ¿No ve?, está enfermo.<br />

EL CABALLERO (galvanizado por la indignación), -<br />

No estoy enfermo. En toda mi vida no tuve un día de enfermedad.<br />

LA MUJER. - ¿Me permite que le aconseje?<br />

EL CABALLERO. -No necesito ninguna médica. Gracias, señora.<br />

LA MUJER (meneando la cabeza).-Me temo que no entiendo. Yo no hablé de<br />

EL CABALLERO. -Bueno, y yo tampoco.<br />

LA MUJER. -Mencionó a una médica. La palabra se conoce aquí sólo como nombre<br />

de una mariposa.<br />

EL CABALLERO (con tono de demencia). -Me rindo. Ya no puedo soportar más.<br />

Más fácil será enloquecer ahora mismo. (Se levanta y baila, cantando.):<br />

Si yo fuera mariposa<br />

nacida en un cenador,<br />

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libaría las manzanas y dejaría la flor.<br />

LA MUJER (sonriendo con gravedad). -Hacía por lo menos ciento cincuenta años<br />

que no me reía. Pero si sigue haciendo eso, con seguridad que estallaré como una primaria<br />

de sesenta. Su vestimenta es tan extraordinariamente ridícula. . .<br />

EL CABALLERO (interrumpiendo bruscamente sus cabriolas). - ¡Ridícula mi<br />

vestimenta! Puede que no esté vestido como un empleado del Ministerio de Relaciones<br />

Exteriores, pero mi ropa está perfectamente de moda en mi metrópolis nativa, donde su<br />

atavío -y perdóneme por decirlo- sería considerado sumamente extravagante y muy poco<br />

decente.<br />

LA MUJER.-¿Decente? Esa palabra no existe en nuestro idioma. ¿Qué quiere decir?<br />

EL CABALLERO.-No sería decente que se lo expli<br />

cara. La decencia no puede ser discutida sin indecencia. LA MUJER. - No entiendo<br />

nada. Temo que no ha observado las reglas establecidas para los visitantes de vida breve.<br />

EL CABALLERO. - Sin duda, señora, no regirán para las personas de mi edad y<br />

posición. No soy un niño ni un peón de campo.<br />

LA MUJER (con severidad). -Rigen para usted también, y muy estrictamente. Tiene<br />

que limitarse al trato con niños de menos de sesenta años. Le está absolutamente<br />

prohibido abordar, bajo pretexto alguno, a nativos completamente adultos. No puede<br />

conversar durante mucho tiempo con personas de mi edad, sin ser víctima de un peligroso<br />

ataque de desaliento. ¿No se da cuenta de que ya está mostrando graves síntomas de esa<br />

dolencia, tan penosa y generalmente fatal?<br />

EL CABALLERO, - De ningún modo, señora. Por suerte no corro riesgo alguno de<br />

contraerla. Estoy bastante acostumbrado a conversar íntima y prolongadamente con las<br />

personas más distinguidas. Si usted no puede distinguir entre la fiebre del heno y la<br />

imbecilidad, sólo puedo decir que su avanzada edad ha sido acompañada por el inevitable<br />

castigo de la chochez.<br />

LA MUJER. -Soy una de las guardianas de este distrito y, por lo tanto, responsable<br />

por el bienestar de usted ...<br />

EL CABALLERO,- ¡Guardiana! ... ¿Acaso me toma por un vagabundo?<br />

LA MUJER.-No sé qué es un vagabundo. Tiene que decirme quién es, siempre que<br />

le resulte posible expresarse inteligiblemente... (El caballero lanza un bufido de<br />

indignación, La mujer continúa.) . . . y por qué anda sin niñera.<br />

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EL CABALLERO (ofendido). - ¿Niñera?<br />

LA MUJER. -Los visitantes de vida breve no pueden ir de un lado a otro, aquí,<br />

sin niñeras. ¿No sabe que los reglamentos están hechos para ser respetados?<br />

EL CABALLERO. -Por las clases inferiores, sin duda. Pero para las personas de<br />

mi posición existen ciertas cortesías que nunca son negadas por la gente bien educada,<br />

y...<br />

LA MUJER. -Aquí hay sólo dos clases de seres humanos: los de vida breve y los<br />

normales. Las reglas rigen para los primeros, y están destinadas a la protección de los<br />

mismos. Y ahora dígame, en seguida, quién es usted.<br />

EL CABALLERO (con tono impresionante). - Señora, soy un caballero retirado,<br />

ex presidente del Trust Británico de Huevos Sintéticos y Quesos Vegetales, con sede<br />

en Bagdad, y actual presidente de la Sociedad Británica de Historia y Arqueología y<br />

vicepresidente del Club de Viajeros.<br />

LA MUJER. -Todo eso carece de importancia.<br />

EL CABALLERO (con otro bufido).- ¡Hmmm! ¡Vaya!<br />

LA MUJER. -¿Lo han enviado aquí para que le flexibilicemos el entendimiento?<br />

EL CABALLERO. - ¡Qué pregunta extraordinaria! Dígame, por favor, ¿es que<br />

encuentra mi entendimiento muy notoriamente lento?<br />

LA MUJER. - Quizá no sepa que se halla en la costa occidental de Irlanda y que<br />

los nativos de la Isla Oriental tienen por costumbre pasar unos años aquí para adqui rir<br />

flexibilidad mental. El clima tiene ese efecto.<br />

EL CABALLERO (con altanería). - Yo nací, no en la Isla Oriental, sino, gracias a<br />

Dios, en la vieja y querida Bagdad británica, y no necesito para nada un balneario para<br />

recuperar la salud mental.<br />

LA MUJER. - ¿Y entonces por qué está aquí?<br />

EL CABALLERO. - ¿Constituye eso alguna transgresión? No lo sabía.<br />

LA MUJER. - ¿Transgresión? No entiendo esa palabra.<br />

EL CABALLERO. -Esta tierra, ¿es propiedad privada? En ese caso no digo nada.<br />

Le ofrezco un chelín en pago de los perjuicios, si es que existen, y estoy dispuesto a<br />

retirarme, si tiene la bondad de indicarme la salida más próxima. (Le tiende un chelín.)<br />

LA MUJER (tomando la moneda y examinándola sin mucho interés).-No entiendo<br />

una sola palabra de lo que acaba de decir.<br />

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EL CABALLERO. - He hablado en el inglés más sencillo. ¿Es usted la propietaria<br />

de estas tierras?<br />

LA MUJER (meneando la cabeza).-En esta parte del país existe una tradición que<br />

habla de un animal llamado así. En las épocas de barbarie solían cazarlo y matarlo. La<br />

raza se ha extinguido por completo.<br />

EL CABALLERO (abrumado otra vez). -Es espantoso encontrarse en un país<br />

donde nadie conoce las instituciones civilizadas. (Se derrumba sobre la bita, luchando<br />

contra los sollozos que pugnan por salir.) Perdóneme. Fiebre del heno.<br />

LA MUJER (saca un diapasón de su ceñidor y se lo lleva a la orea. Luego habla<br />

al espacio con tono uniforme, como un corista que entonara un salmo). -Muelle de<br />

Burrin Galway manden por favor a alguien que se encargue de uno de vida breve<br />

desalentado que no está en compañía de su enfermero inofensivo balbucea<br />

ininteligiblemente con algunos momentos de sensatez acongojado histérico vestimenta<br />

extranjera muy graciosa tiene una curiosa orla de algas blancas bajo la barbilla.<br />

EL CABALLERO. -Esto es una grosera impertinencia. Un insulto.<br />

LA MUJER (guardando el diapasón y hablando al caballero).-Esas palabras no<br />

significan nada para mí. ¿En calidad de qué está aquí? ¿Cómo obtuvo el permiso para<br />

visitarnos?<br />

EL CABALLERO (con aire de importancia). -Nuestro Primer Ministro, Mr. Badger<br />

Bluebin, ha venido a consultar al oráculo. Es mi yerno. Nos acompañan la esposa e hija de<br />

él, o sea mi hija y mi nieta. Puedo mencionarle también al general Aufsteig, que forma<br />

parte de nuestro grupo y que en realidad es el emperador de Turania, que viaja de<br />

incógnito: Entiendo que tiene que formularle una pregunta extraoficial al oráculo. Yo he<br />

venido solamente a visitar el país.<br />

LA MUJER. - ¿Y por qué viene a un lugar donde no tiene nada que hacer?<br />

EL CABALLERO. - ¡Cielos! Señora, ¿hay algo más natural que eso? Seré el único<br />

miembro del Club de Viajeros que ha pisado estas playas. ¡Imagínese! Un caso único.<br />

LA MUJER. -¿Y eso es una ventaja? Aquí tenemos una persona que ha perdido<br />

ambas piernas en un accidente. También es un caso único. Pero él preferiría parecerse a<br />

todos los demás.<br />

casos.<br />

EL CABALLERO.-Esto es enloquecedor. No existe analogía alguna entre los dos<br />

LA MUJER. -Los dos son únicos.<br />

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EL CABALLERO. - La conversación en estos lugares parece consistir en ridículos<br />

retruécanos. Francamente, estoy cansado de esto.<br />

LA MUJER.-Mi conclusión es que su Club de Viajeros es una reunión de personas<br />

que buscan encontrarse<br />

en situación de decir que han estado en algún lugar donde nunca estuvo nadie.<br />

EL CABALLERO. - Es claro que si quiere mostrarse despectiva ...<br />

LA MUJER. - ¿Qué quiere decir despectiva?<br />

EL CABALLERO (con un sollozo incontenible). -¡Me ahogaré! (Se precipita,<br />

desesperado, hacia el borde del muelle, pero le sale al paso un hombre que lleva en el<br />

gorro el número 1 y que ha subido en ese momento. Va vestido como la mujer, pero un<br />

pequeño bigote proclama su sexo.)<br />

EL HOMBRE (al caballero). - ¡Ah, helo aquí! Tendré que ponerle un collar y una<br />

traílla si insiste en continuar escapándose.<br />

LA MUJER. - ¿Usted es el guardián de este forastero?<br />

EL HOMBRE. -Sí. Y estoy muy cansado de él. Si le quito la vista de encima, se<br />

escapa y habla con todo el mundo.<br />

LA MUJER (después de sacar el diapasón y de hacerlo sonar, canturrea como antes).<br />

-Muelle Burrin. No manden a nadie. (Guarda el diapasón y encara al hombre.) Había<br />

llamado, pidiendo que viniera alguien a hacerse cargo de él. He estado tratando de<br />

hablarle, pero entiendo muy poco lo que dice. Cuídelo un poco mejor; ya está sumamente<br />

desalentado. Si me necesita para algo más, Fusima, de Gort, sabrá dónde encontrarme. (Se<br />

va.)<br />

EL CABALLERO. - ¡Si me necesita para algo más! A mí no me ha sido de ninguna<br />

utilidad. Me habló sin presentación previa, como cualquier hembra incorrecta. Y se ha ido<br />

con mi chelín.<br />

EL HOMBRE. - Por favor, hable con lentitud, no puedo seguirlo. ¿Qué es un chelín?<br />

¿Qué es una presentación? Hembra incorrecta no tiene sentido para mí.<br />

EL CABALLERO. -Aparentemente, aquí nada tiene sentido. Lo único que puedo<br />

decirle es que se trata de la mujer más impenetrablemente estúpida que haya conocido<br />

en toda mi vida.<br />

EL HOMBRE.-No puede ser. No puede parecerle estúpida. Ya que estamos en<br />

eso, es una secundaria y va para terciaria.<br />

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EL CABALLERO. - ¿Qué es una terciaria? Aquí todo el mundo habla de<br />

primarios, secundarios y terciarios, como si las personas fuesen estratos geológicos.<br />

EL HOMBRE. - Los primarios se encuentran en su primer siglo. Los secundarios,<br />

en el segundo. Yo todavía soy un primario. (Señala su número,) Pero ya casi puedo<br />

considerarme un secundario: en enero próximo tendré noventa y cinco años. Los<br />

terciarios se encuentran en el tercer siglo de edad. ¿No vió el número dos en el distin-<br />

tivo de ella? Es una secundaria avanzada.<br />

EL CABALLERO. -Eso lo explica. Está en su segunda infancia.<br />

EL HOMBRE.- ¡Segunda infancia! Está en su quinta infancia.<br />

EL CABALLERO (recurre nuevamente a la bita). - ¡Oh! No puedo soportar estas<br />

cosas tan antinaturales. EL HOMBRE (impaciente e impotente).-No tendría que haber<br />

venido. Este no es un lugar para usted.<br />

EL CABALLERO (con la energía que le presta la indignación). - ¿Puedo<br />

preguntar por qué? Soy vicepresidente del Club de Viajeros. He estado en todas partes;<br />

en el club nadie ha superado nunca mi marca para los países civilizados.<br />

EL HOMBRE. - ¿Qué es un país civilizado?<br />

EL CABALLERO. -Es ... bueno, es un país civilizado. (Con desesperación.) No sé<br />

... Yo... yo... me enloqueceré si continúa preguntándome acerca de estas cosas que<br />

todo el mundo conoce. Países por los cuales se puede viajar con comodidad. Donde<br />

hay buenos hoteles. Perdóneme, pero aunque dice tener noventa y cinco años, con sus<br />

eternas preguntas es más molesto que un chiquillo de cinco. ¿Por qué no me llama<br />

papito?<br />

EL HOMBRE. -No , sabía que su nombre fuese Papito.<br />

EL CABALLERO.-Mi nombre es Joseph Popham Bolge Bluebin Barlow, O. M.<br />

EL HOMBRE. -Son cinco nombres. Papito es más corto. Y O. M. no sirve para<br />

estos lugares. Así llamamos a ciertas criaturas salvajes, descendientes de los habitantes<br />

aborígenes de estas costas. Antes se llamaban O'Mulligan. Nos quedaremos con Papito.<br />

EL CABALLERO. -La gente pensará que soy su padre.<br />

EL HOMBRE (escandalizado). - ¡Shhh! Aquí nunca mencionamos esas<br />

relaciones. No es muy delicado, ¿verdad? ¿A quién le importa si es mi padre o no?<br />

EL CABALLERO.-Mi digno y nonagenario amigo, sus facultades mentales se<br />

encuentran en total decadencia. ¿No puede encontrarme un guía de mi propia edad?<br />

EL HOMBRE, - ¿Una persona joven?<br />

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EL CABALLERO. -Por supuesto que no. No puedo mostrarme en compañía de<br />

una persona joven.<br />

la moral?<br />

EL HOMBRE. - ¿Por qué?<br />

EL CABALLERO. - ¡Por qué! ¡Por qué! ¡Por qué! ¿Es que carece de sentido de<br />

EL HOMBRE,-Tendremos que dejar de conversar. No le entiendo nada.<br />

EL CABALLERO. - ¿No se refería a una mujer joven?<br />

EL HOMBRE, -Me refería, sencillamente, a alguien de su edad. ¿Qué importa si<br />

la persona es un hombre o una mujer?<br />

EL CABALLERO. -Jamás habría imaginado la existencia de tan escandalosa<br />

insensibilidad en punto a las decencias elementales de las relaciones humanas.<br />

EL HOMBRE. - ¿Qué son las decencias?<br />

EL CABALLERO (chillando). -¡Todos me preguntan lo mismo!<br />

EL HOMBRE (sacando un diapasón y usándolo como lo hizo la mujer). - Zozim en<br />

muelle Burrin a Zoo Ennistymon he encontrado al desalentado de vida breve estuvo<br />

conversando con una secundaria y ha empeorado yo soy demasiado viejo pide alguien de su<br />

edad o más joven venga si puede. (Guarda el diapasón y se vuelve hacia el caballero.) Zoo<br />

es una muchacha de cincuenta años, bastante pueril. De modo que es posible que lo haga<br />

dichoso.<br />

gracias!<br />

EL CABALLERO.- ¡Hacerme dichoso! ¡Una marisabidilla cincuentona! ¡Muchas<br />

EL HOMBRE. - ¿Marisabidilla? Resulta fatigoso el esfuerzo que hay que hacer para<br />

entenderlo. Además está hablando demasiado conmigo; yo tengo suficiente edad como para<br />

desalentarlo. Guardemos silencio hasta que llegue Zoo. (Vuelve la espalda al caballero y se<br />

sienta al borde del muelle, con las piernas colgando sobre el agua.)<br />

EL CABALLERO. -Perfectamente. No tengo deseos de imponer mi conversación a<br />

nadie que no quiera compartirla. Quizá le agrade echar un sueñito. En ese caso, por favor, no<br />

haga cumplidos.<br />

EL HOMBRE. - ¿Qué es un sueñito?<br />

EL CABALLERO (exasperado, acercándose a él y hablando con gran precisión y<br />

claridad).-Un sueñito, amigo mío, es un breve período de sueño que se apodera de las<br />

personas de edad muy avanzada, cuando tratan de<br />

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agasajar a visitantes mal recibidos o escuchar disertaciones científicas. Duerma.<br />

Duerma. (Gritándole al oído.) ¡Duerma!<br />

EL HOMBRE. -Ya le he dicho que soy casi un secundario. Nunca duermo.<br />

EL CABALLERO (anonadado).- ¡Caramba! (Una joven que ostenta el número 1 en<br />

el gorro llega por tierra. No parece mayor de lo que Savvy Barnabas, a quien en cierto<br />

modo se asemeja, lo era hace mil años. En todo caso, da la impresión de ser más joven.)<br />

LA JOVEN. - ¿Este es el paciente?<br />

EL HOMBRE (poniéndose en pie de un salto).-Esta es Zoo. (A Zoo.) Llámalo Papito.<br />

EL CABALLERO (vehemente). - ¡No!<br />

EL HOMBRE (haciendo caso omiso de la interrupción). - ¡Bendita seas por<br />

quitármelo de encima! Ya estoy harto de él. (Baja rápidamente los escalones y desaparece.)<br />

EL CABALLERO (quitándose irónicamente el sombrero y haciendo un amplio<br />

saludo con él, desde el borde del muelle, en dirección del Atlántico). -Buenas tardes, señor,<br />

y muchísimas gracias por su extraordinaria cortesía, su exquisita consideración hacia mis<br />

sentimientos y sus afables modales. Le agradezco desde el fondo del corazón. (Volviendo a<br />

ponerse el sombrero.) ¡Cerdo! ¡Asno! (Zoo ríe cordialmente. El caballero se vuelve con<br />

brusquedad hacia ella.) Buenas tardes, señora. Lamento haber tenido que poner a su amigo<br />

en el lugar que le corresponde, pero veo que aquí, como en cualquier otra parte, tengo que<br />

imponerme si deseo que se me trate con la debida consideración. Tenía la esperanza de que mi<br />

condición de invitado me protegería de insultos.<br />

ZOO. -Poner a mi amigo en el lugar que le corresponde.. . Esa es una expresión<br />

poética, ¿verdad? ¿Qué quiere decir?<br />

inglés?<br />

EL CABALLERO. -Por favor, dígame, ¿no hay en estas islas nadie que entienda el<br />

ZOO.-Bueno, nadie, salvo los oráculos. E incluso éstos tienen que hacer un estudio<br />

histórico especial de lo que llamamos pensamiento muerto.<br />

EL CABALLERO.- ¡Pensamiento muerto! He oído hablar de lenguas muertas, pero<br />

no de pensamiento muerto.<br />

ZOO.-Pero los pensamientos mueren antes que las lenguas. Yo entiendo su idioma,<br />

pero no siempre entiendo sus pensamientos. Los oráculos lo entenderán perfectamente.<br />

¿Los ha consultado ya?<br />

EL CABALLERO,-No he venido a consultar el oráculo, señora. Estoy aquí<br />

simplemente como un caballero que viaja por placer, en compañía de mi hija, que es la<br />

esposa del Primer Ministro Británico, y del general Aufsteig, quien, se lo digo<br />

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confidencialmente, es en verdad el emperador de Turania, el más grande genio militar de<br />

la época.<br />

Zoo.-¿Por qué habría de viajar por placer? ¿No se encuentra a gusto en su casa?<br />

EL CABALLERO, -Quiero conocer el mundo.<br />

ZOO. - Es demasiado grande. En cualquier sitio puede ver una parte de él.<br />

EL CABALLERO (impaciente). - ¡Maldición, señora, no quiero pasarme la vida<br />

contemplando la misma porción del mundo! (Conteniéndose.) Le ruego que me perdone<br />

por haber blasfemado en su presencia.<br />

ZOO.- ¡Ah! Eso es blasfemar, ¿eh? He leído algo al respecto. Parece muy bonito.<br />

Maldiciónseñora, maldiciónseñora, maldición señora... Dígalo todas las veces que<br />

quiera; me gusta.<br />

EL CABALLERO (hinchándose, con inmenso alivio). - ¡Bendita sea por esas<br />

palabras groseras, pero familiares! Gracias, gracias. Por primera vez desde que<br />

desembarqué en este terrible país, empiezo a sentirme a mis anchas. Ya disminuye la<br />

tensión que me enloquecía; me siento casi como si estuviese en el club. Perdone que<br />

ocupe el único asiento disponible. No soy tan joven como solía serlo. (Se sienta en la<br />

bita.) Prométame que no me pondrá en manos de uno de esos espantosos terciarios, o<br />

secundarios, como se llamen.<br />

ZOO.-No tema. No tenían por qué confiarlo a Zozim. Él está a punto de ser un<br />

secundario, y estos adolescentes siempre se dan aires de terciarios. Naturalmente, uno<br />

siempre se siente más a gusto con una pollita como yo. (Se acomoda en los sacos.)<br />

EL CABALLERO. -¿Pollita? ¿Qué quiere decir eso? Zoo.-Es una palabra arcaica<br />

que todavía utilizamos para describir a una hembra que ya no es una chiquilla y que<br />

todavía no ha llegado a la edad adulta.<br />

EL CABALLERO. -Una edad, opino, sumamente agradable para personas como<br />

yo. Estoy recobrándome rápidamente. Tengo la sensación de estar abriéndome como una<br />

flor. ¿Puedo preguntarle su nombre?<br />

ZOO. - Zoo.<br />

EL CABALLERO.<br />

-MISS ZOO. Zoo.<br />

-Miss Zoo, no. Zoo.<br />

EL CABALLERO. -Exactamente. Este... ¿Zoo qué?<br />

ZOO. -No. Zoo qué, no. Zoo. Nada más que Zoo.<br />

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EL CABALLERO (intrigado).-Mrs. Zoo, quizá.<br />

ZOO.-No. Zoo. ¿No lo entiende? Zoo.<br />

EL CABALLERO.-Es claro. Créame, no pensé verdaderamente que estuviese<br />

casada; es evidente su juventud. Pero aquí resulta tan difícil sentirse seguro de... este...<br />

Zoo (absolutamente confundida). -¿De qué?<br />

EL CABALLERO. -El matrimonio cambia la situación, ¿no es cierto? A una mujer<br />

casada se le pueden decir cosas que quizá serían de dudoso gusto para la que careciese<br />

de esa experiencia.<br />

ZOO. -Esto se está poniendo complicado; no entiendo una palabra de lo que dice.<br />

Matrimonio y dudoso gusto no me dicen nada. Pero, un momento. ¿Matrimonio no es<br />

una forma antigua de la palabra maternidad?<br />

EL CABALLERO.-Es probable. Cambiemos de tema. Perdóneme por haberla<br />

turbado. No habría debido mencionarlo.<br />

ZOO. - ¿Qué significa turbar?<br />

EL CABALLERO. -¡No, de veras! Estaba seguro de que un estado tan natural y<br />

común sería entendido mientras perdurara la naturaleza humana. Turbar es hacer que<br />

acuda el rubor a las mejillas.<br />

Zoo. - ¿Y qué es el rubor?<br />

EL CABALLERO (pasmado). - ¿Es que usted no se ruboriza?<br />

Zoo. -Jamás oí hablar de eso. Tenemos una palabra, color, que se refiere a un<br />

aflujo de sangre a la piel. Lo he advertido en mis hijos, pero sólo hasta que tuvieron dos<br />

años.<br />

EL CABALLERO. - ¡Sus hijos! Me temo que estoy pisando en un terreno<br />

sumamente delicado, pero su aspecto es muy juvenil, y si me permite preguntarle<br />

cuántos ...<br />

ZOO. -Hasta ahora solamente cuatro. Entre nosotros es un asunto muy largo. Yo<br />

me especializo en niños. El primero fué tan exitoso, que me hicieron seguir. Entonces...<br />

EL CABALLERO (vacilando en la bita). - ¡Ay, caramba!<br />

ZOO. - ¿Qué ocurre? ¿Sucede algo?<br />

EL CABALLERO. -En nombre del cielo, señora, ¿qué edad tiene?<br />

ZOO.-Cincuenta y seis.<br />

EL CABALLERO.-Me tiemblan las rodillas. Me parece que estoy realmente<br />

enfermo. No soy tan joven como antes.<br />

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ZOO. -He advertido que sus piernas no son todavía muy fuertes. Tiene muchas de<br />

las costumbres y debilidades de un chiquillo. Sin duda por eso experimento hacia usted<br />

sentimientos maternales. La verdad, es usted un papito sumamente tontuelo.<br />

EL CABALLERO (estimulado por la indignación), - Le repito que mi nombre es<br />

Joseph Popham Bolge Bluebin Barlow, O. M.<br />

ZOO. - ¡Qué nombre ridículamente largo! No puedo llamarlo de ese modo. ¿Cómo<br />

lo llamaba su madre?<br />

EL CABALLERO.-Esto me recuerda las luchas más amargas de mi niñez. Yo era<br />

muy sensible al respecto. Los niños sufren intensamente por culpa de los apodos<br />

absurdos. Mi madre, irreflexivamente, me llamaba Josiposi. Me llamaron Josi hasta que<br />

comencé a ir a la escuela, en donde efectué mi primera defensa de mis derechos<br />

infantiles, insistiendo en que por lo menos me llamasen Joe. A los quince años me negué<br />

a responder a nada más breve que Joseph. A los dieciocho descubrí que el nombre<br />

Joseph parecía indicar una mojigatería nada viril, a causa de no sé qué vieja historia<br />

sobre un José que rechazó las insinuaciones de la esposa de su patrono, cosa que, en mi<br />

opinión, estuvo muy bien. Entonces me convertí en Popham para mi familia y mis<br />

amigos íntimos, y en Mr. Barlow para el resto del mundo. Mi madre volvió a lo de Josi,<br />

cuando empezó a chochear, ¡pobre mujer! Pero no podía ofenderme con ella, a su edad.<br />

ZOO. - ¿Quiere decir que su madre continuó ocupándose de usted aun después de<br />

que cumplió los diez años?<br />

hacer?<br />

EL CABALLERO.-Naturalmente, señora. Era mi madre. ¿Qué le parece que debía<br />

ZOO.-Ocuparse del siguiente, por supuesto. Después de los ocho o nueve años, los<br />

niños pierden por completo el interés, salvo para sí mismos. Yo no reconocería a mis dos<br />

hijos mayores, si los encontrara.<br />

EL CABALLERO (desplomándose nuevamente). -Estoy muriéndome. Déjeme<br />

morirme. Quiero morir.<br />

ZOO (acercándose rápidamente a él y sosteniéndolo). Enderécese. Siéntese<br />

derecho. ¿Qué le ocurre?<br />

EL CABALLERO (con voz débil).-La columna vertebral, creo. Un golpe. Una<br />

conmoción.<br />

ZOO (maternal). - ¡Bueno, bueno, bueno! ¿Qué puede haberlo conmovido?<br />

(Sacudiéndolo juguetonamente.) ¡Ahí está! Enderécese y pórtese bien.<br />

EL CABALLERO (todavía con voz débil).-Gracias. Ya estoy mejor.<br />

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Zoo (volviendo a sentarse en los sacos). - Pero, ¿para qué era todo el resto de ese<br />

largo nombre? Blops Booby, o algo por el estilo.<br />

EL CABALLERO (con tono altanero). - Bolge Bluebin, señora: un apellido<br />

histórico. Permítame que le informe que puedo seguir los rastros de mis antepasados hasta<br />

más de mil años atrás, desde el Imperio Oriental hasta su antigua sede en estas islas, hasta<br />

una época en que dos de mis antecesores, Joyce Bolge y Hengist Horsa Bluebin, lucharon<br />

entre sí por el puesto de Primer Ministro del Imperio británico y ocuparon el cargo<br />

sucesivamente rodeados de una gloria de la cual en esta época de degeneración sólo<br />

podemos formarnos una leve idea. Cuando pienso en esos hombres poderosos, leones en la<br />

guerra, sabios en la paz, no parlanchines y charlatanes como los pigmeos que ahora<br />

ocupan sus puestos en Bagdad, sino hombres fuertes y silenciosos, gobernando un imperio<br />

en el cual jamás se ponía el sol, mis ojos se llenan de lágrimas, mi corazón estalla de<br />

emoción; siento que haber vivido nada más que hasta la aurora de la virilidad en la época<br />

de ellos y luego muerto por ellos habría sido un destino más noble y dichoso que el<br />

ignominioso ocio de mi actual longevidad.<br />

ZOO. - ¡Longevidad! (Ríe.)<br />

EL CABALLERO. -Sí, señora, una relativa longevidad. Pero, dadas las<br />

circunstancias, tengo que sentirme contento y orgulloso de saber que desciendo de esos<br />

dos héroes.<br />

ZOO. -Seguramente será descendiente de todos los britanos que vivieron en los<br />

mismos tiempos que ellos. ¿No lo sabía?<br />

EL CABALLERO, - No haga retruécanos, señora. Llevo los apellidos de ellos,<br />

Bolge y Bluebin, y abrigo la esperanza de haber heredado algo de su majestuoso espíritu.<br />

Y bien, nacieron en estas islas. Repito que estas islas eran entonces, por increíble que<br />

parezca, el centro del Imperio británico. Cuando ese centro se desplazó a Bagdad y los<br />

ingleses volvieron por fin a la verdadera cuna de su raza, Mesopotamia, las islas<br />

occidentales fueron separadas, como lo habían sido antes por el Imperio romano. Pero el<br />

más grande milagro de la historia le ocurrió a la raza británica, y en estas islas.<br />

Matusalén.<br />

ZOO. - ¿Milagro?<br />

EL CABALLERO. - Sí, el primer hombre que vivió<br />

trescientos años fue un inglés. Es decir, el primero desde los contemporáneos de<br />

ZOO. - ¡Ah, eso!<br />

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EL CABALLERO. -Sí, eso, como dice usted con tanta ligereza. ¿Tiene usted noción,<br />

señora, de que en ese momento la raza inglesa había perdido su reputación de inteligencia<br />

hasta el punto de que los ingleses se llamaban habitualmente bobos unos a otros? Y sin em-<br />

bargo Inglaterra es ahora un santo sepulcro al que acuden estadistas de todos los rincones de<br />

la tierra para consultar a los sabios ingleses, que hablan con la experiencia de dos siglos y<br />

medio de vida. El país que antiguamente exportaba camisas de algodón y quincallería, ahora<br />

no exporta otra cosa que sabiduría. Ante su vista tiene, señora, a un hombre totalmente<br />

cansado de los hoteles de fin de semana de las orillas del Eufrates, los ministriles y payasos de<br />

las arenas del Golfo Pérsico, los toboganes y funiculares del Hindu - Kush. ¿Es de extrañar,<br />

entonces, el que vuelva, con el corazón ávido, al misterio y belleza de estas playas encantadas,<br />

habitadas por los espectros de un mágico pasado, consagradas por las huellas de los pasos de<br />

los sabios de Occidente? Piense en esta isla en que nos encontramos, la última tierra firme<br />

para el hombre a este lado del Atlántico, ¡esta Irlanda descrita por los primeros burdos como<br />

una joya de esmeralda engastada en un mar de plata! ¿Es posible que yo, descendiente de la<br />

ilustre raza británica, olvide jamás que cuando el Imperio trasladó su sede al Este y dijo a la<br />

turbulenta raza irlandesa, a la que había oprimido pero nunca conquistado, "por fin los<br />

dejamos tranquilos, y que les aproveche", los irlandeses, como un solo hombre, lanzaron el<br />

histórico grito de "No, si lo hacen no nos perdemos", y emigraron a los países en que todavía<br />

existía una cuestión nacionalista, a la India, Persia, Corea, Marruecos, Túnez y Trípoli? En<br />

esos países estuvieron siempre en primera fila en la lucha por la independencia nacional, y el<br />

mundo resonó continuamente con la historia de sus sufrimientos y errores. ¿Y qué poema<br />

puede hacer justicia al final, cuando el final llegó realmente? Apenas transcurrieron<br />

doscientos años y ya las exigencias de nacionalidad fueron tan universalmente concedidas,<br />

que no quedaba en la superficie de la tierra un solo país con reclamaciones nacionales o<br />

movimientos nacionales. Piense en la situación de los irlandeses, que habían perdido todas sus<br />

facultades políticas por falta de empleo de las mismas, salvo la de la agitación nacionalista, ¡y<br />

que su condición de raza la más interesante de la tierra se debía sólo a sus sufrimientos! Los<br />

mismos países que ellos habían ayudado a liberar los boicotearon, considerándolos gente<br />

insoportablemente aburrida. Las comunidades que otrora los habían idolatrado como<br />

encarnación de todo lo que es adorable en el calor del corazón y el ingenio del cerebro,<br />

huyeron de ellos como de una peste. Para recuperar su perdido prestigio, los irlandeses<br />

reclamaron la ciudad de Jerusalén, basándose en que eran las tribus perdidas de Israel. Pero al<br />

acercarse a la ciudad, los judíos abandonaron ésta y se redistribuyeron por toda Europa. Y<br />

entonces un arzobispo inglés, el padre de los oráculos, aconsejó a los devotos irlandeses que<br />

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volviesen a su país. Eso jamás se les habría ocurrido, porque no había nada que les impidiera<br />

volver y nadie que les prohibiera hacerlo. Aceptaron de inmediato la sugestión.<br />

Desembarcaron aquí; aquí, en la bahía de Galway, en este mismo lugar. Y cuando llegaron a<br />

la costa, los hombres de más edad y las mujeres cayeron de rodillas y besaron<br />

apasionadamente el suelo de Irlanda, ordenando a los jóvenes que besaran la tierra hollada<br />

por sus antepasados. Pero los jóvenes los miraron lúgubremente y contestaron: "No hay<br />

tierra; sólo hay piedras." Si usted echa una mirada en torno, verá por qué dijeron tal cosa:<br />

los campos son aquí de piedra; las colinas están coronadas de granito. Al día siguiente<br />

partieron rumbo a Irlanda, y ningún irlandés volvió a confesar que lo era, ni siquiera a sus<br />

propios hijos, de modo que cuando pasó esa generación, la raza irlandesa desapareció del<br />

conocimiento humano. Y los judíos dispersos hicieron lo propio, no fuese que los enviaran<br />

de vuelta a Palestina. Desde entonces, el mundo, carente de judíos e irlandeses, se ha<br />

convertido en un lugar gris y aburrido. ¿No encuentra nada patético en esta historia?<br />

¿Entiende ahora por qué he venido a visitar la escena de esa trágica desaparición de una<br />

raza de héroes y poetas?<br />

ZOO. - Todavía les contamos a nuestros chiquillos relatos por el estilo, para<br />

ayudarlos a entender. Pero tales cosas no ocurren en la realidad. Esa escena del des-<br />

embarco irlandés aquí, y de los hombres besando el suelo, habría podido ocurrirle a unas<br />

cien personas; pero no a cien mil, eso lo sabe tan bien como yo. ¡Y qué ridículo decir que<br />

la gente es irlandesa porque vive en Irlanda! Con el mismo criterio podría llamárselos<br />

aireses porque viven en el aire. Sin duda son iguales que todas las demás personas. ¿Por<br />

qué ustedes, los de vida breve, insisten en idear todos esos relatos tontos acerca del mundo<br />

y en proceder como si fueran ciertos? El contacto con la verdad los hiere y asusta; huyen<br />

de él, hundiéndose en un vacío imaginario, en el que pueden dedicarse a sus deseos,<br />

esperanzas, amores y odios sin que los recios hechos de la vida les presenten obstáculo<br />

alguno. Les agrada echarse ustedes mismos tierra a los ojos.<br />

EL CABALLERO. - Y ahora me toca a mí, señora, informarle que no entiendo una<br />

sola palabra de lo que dice. Siempre pensé que el empleo del vacío para limpiar el polvo<br />

era una señal de civilización, no de salvajismo.<br />

ZOO (abandonándolo por imposible). - ¡Oh, papito, papito! ... Apenas puedo<br />

creer que sea humano, tan estúpido es ... Bien se decía de su pueblo, en épocas pasadas:<br />

"Polvo eres y al polvo volverás."<br />

EL CABALLERO (con nobleza).-Mi cuerpo es polvo, señora; mi alma no. ¿Qué<br />

importa de qué esté hecho mi cuerpo: del polvo del suelo, de las partículas del aire o del<br />

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fango del arroyo? Lo importante es que cuando mi Creador lo tomó, fuese lo que fuere, le<br />

insufló en el cuerpo el aliento vital. Y el Hombre se convirtió en un alma viviente. Sí,<br />

señora, un alma viviente. Yo no soy el polvo del suelo; soy un alma viviente. Y ese es un<br />

pensamiento sublime, magnífico. Y es también un gran hecho científico. No me interesa la<br />

química ni los microbios; los dejo para los tontos y los imbéciles, para los zoquetes y los<br />

que revuelven en el estiércol porque son incapaces de su propio destino glorioso y no<br />

tienen conciencia de su propia divinidad. Me dicen que en mi sangre hay leucocitos, y en<br />

mi carne carbono y sodio. Les agradezco por la información y les digo que en mi cocina<br />

hay cucarachas, soda en mi lavadero y carbón en mi sótano. No niego que existan, pero<br />

los mantengo en el lugar que les corresponde, que no es, si se me permite el empleo de<br />

una forma de expresión anticuada, el templo del Espíritu Santo. Sin duda usted piensa que<br />

estoy retrasado con respecto a los tiempos, pero yo me alegro por mi ilustración y huyo de<br />

su ignorancia, su ceguera, su imbecilidad. Humanamente, los compadezco.<br />

Intelectualmente, los desprecio.<br />

ZOO. - ¡Bravo, papito! En usted está la raíz de la materia. En fin de cuentas no morirá<br />

de desaliento.<br />

EL CABALLERO.-No tengo la más mínima intención de morir, señora. Ya no soy<br />

joven, y paso por momentos de debilidad; pero cuando encaro ese tema, se enciende y brilla<br />

en mí la divina chispa, lo corruptible se torna incorruptible y el mortal Bolge Bluebin Barlow<br />

se reviste de inmortalidad. En ese sentido soy el igual de usted, aunque me sobreviva en diez<br />

mil años.<br />

Zoo.- Sí; pero, ¿qué sabemos acerca de ese aliento vital que tanto lo hincha y lo exalta?<br />

Nada. De modo que démonos las manos como agnósticos cultos y cambiemos de tema.<br />

El CABALLERO. - ¡Cultos, mis narices, señora! No puede cambiar de tema hasta que<br />

desaparezcan los cielos y la tierra. No soy un agnóstico; soy un caballero. Cuando creo en una<br />

cosa, digo que creo en ella; cuando no creo digo que no creo. No eludo mis responsabilidades<br />

fingiendo que no sé nada y que por lo tanto no puedo creer en nada. No podemos rechazar el<br />

conocimiento y eludir la responsabilidad. Debemos basarnos en suposiciones de alguna clase,<br />

o si no podremos formar una sociedad humana.<br />

ZOO. -Las suposiciones tienen que ser científicas, papito. A la larga es preciso vivir de<br />

acuerdo con la ciencia.<br />

EL CABALLERO.-Tengo el mayor respeto, señora, por los magníficos descubrimientos<br />

que debemos a la ciencia. Pero cualquier tonto puede hacer un descubrimiento. Cualquier<br />

chiquillo tiene que descubrir en sus primeros años de vida más cosas de las que Roger Bacon<br />

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jamás descubrió en su laboratorio. Cuando yo tenía siete años de edad descubrí la picadura de<br />

las avispas. Pero no le pido que me muestre adoración por eso. Le aseguro, señora, que<br />

cualquier mediocridad puede descubrir los hechos más sorprendentes acerca del universo<br />

físico, en cuanto son lo bastante civilizados como para disponer de tiempo para estudiar esas<br />

cosas, y para inventar instrumentos y aparatos con vistas a la investigación. Pero, ¿cuál es la<br />

consecuencia? Sus descubrimientos desacreditan los sencillos relatos de nuestra religión. Al<br />

principio no teníamos idea alguna del espacio astronómico. Creíamos que el cielo no era más<br />

que el techo de una habitación tan grande como la tierra y que encima había otra habitación.<br />

La muerte era para nosotros un subir a esa habitación de arriba, o, si no obedecíamos a los<br />

sacerdotes, un descender a la carbonera. En esa sencilla creencia basábamos nuestra religión,<br />

nuestra moral, nuestras leyes, nuestras lecciones, poemas y oraciones. Y bien, en cuanto los<br />

hombres se hicieron astrónomos y construyeron telescopios, esa creencia pereció. Cuando ya<br />

no pudieron creer en el cielo, descubrieron que ya no podían creer tampoco en su Dios,<br />

porque siempre se lo habían imaginado viviendo en el cielo. Y cuando los sacerdotes mismos<br />

dejaron de creer en Dios y comenzaron a creer en la astronomía, cambiaron de nombre y<br />

vestimenta y se llamaron doctores y hombres de ciencia. Establecieron una nueva religión, en<br />

la que no había Dios alguno, sino sólo milagros y prodigios, con instrumentos y aparatos<br />

científicos para realizarlos. En lugar de adorar la grandiosidad y la sabiduría de Dios, los<br />

hombres contemplaban boquiabiertos los millones de billones de kilómetros del espacio y<br />

adoraban al astrónomo como infalible y omnisciente. Construyeron templos para los<br />

telescopios. Luego se estudiaron el propio cuerpo con microscopios y encontraron en él, no el<br />

alma en que creían anteriormente, sino millones de microorganismos. Y entonces los<br />

contemplaron con tanto embobamiento como a los millones de kilómetros, y construyeron<br />

para los microscopios templos en los que se ofrecían horribles sacrificios. Entregaron<br />

incluso sus cuerpos para que fuesen sacrificados por el hombre del microscopio, que fue<br />

adorado, al igual que el astrónomo, como infalible y omnisciente. Y así nuestros des-<br />

cubrimientos, en lugar de aumentar nuestra sabiduría, no hicieron más que destruir la<br />

pequeña y pueril sabiduría que poseíamos. Lo único que puedo concederle es que<br />

aumentaron nuestros conocimientos.<br />

ZOO. - ¡Simplezas! La conciencia de un hecho no es conocimiento del mismo. Si lo<br />

fuera, los peces sabrían del mar más que los geógrafos y los naturalistas.<br />

EL CABALLERO. - Esa es una observación sumamente aguda, señora. El más tonto<br />

de los peces no puede saber menos acerca de la majestuosidad del océano que muchos de<br />

los geógrafos y naturalistas que conozco.<br />

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ZOO. -Precisamente. Y el más grande tonto de la tierra, con sólo mirar la brújula del<br />

navegante, puede llegar a tener conciencia del hecho de que la aguja señala siempre el<br />

polo. ¿Es acaso menos tonto, con la conciencia que tiene de ellos<br />

EL CABALLERO.-Más engreído, señora, sin duda. Aun así, no entiendo cómo se<br />

puede tener conciencia de la existencia de una cosa sin conocerla.<br />

ZOO. -Bueno, uno puede ver a un hombre sin conocerlo, ¿no es así?<br />

EL CABALLERO (entendiendo), - ¡Ah, cuán cierto! Es claro, es claro. Hay un<br />

miembro del Club de Viajeros que ha puesto en duda la veracidad de un experimento que<br />

realicé en el Polo Sur. Veo a ese hombre casi todos los días, cuando estoy en casa. Pero<br />

me niego a conocerlo. Zoo. -Si pudiese verlo con más claridad a través de<br />

una lente de aumento, o examinar una gota de su sangre al microscopio, o disecarle<br />

todos los órganos y analizarlos químicamente, ¿lo conocería entonces?<br />

EL CABALLERO. - Por supuesto que no. Cualquier investigación de ésas no haría<br />

más que aumentar el disgusto que me inspira y afirmarme más que nunca en mi decisión<br />

de no conocerlo bajo pretexto alguno.<br />

ZOO. -Y sin embargo tendría mucha más conciencia de él, ¿no es cierto?<br />

EL CABALLERO. -No permitiría que eso me comprometiese a ninguna familiaridad<br />

con el individuo. He concurrido dos veces a los Deportes Estivales del Polo Sur, y ese<br />

hombre pretende que ha estado en el Polo Norte, que apenas puede decirse que exista, ya<br />

que se encuentra en medio del mar. Afirma que colgó su sombrero en él.<br />

ZOO (riendo). - ¿Sabe que los viajeros son divertidos cuando dicen mentiras?<br />

Quizá si usted lo estudiara por medio del microscopio encontraría en él algo de bueno.<br />

EL CABALLERO, - No quiero encontrar nada de bueno en él. Además, señora, lo<br />

que acaba de decir me alienta a formular una opinión` tan avanzada, tan intelectualmente<br />

osada, que jamás me he atrevido a exponerla anteriormente, temiendo que me<br />

encarcelasen por blasfemia o aun que me quemaran vivo.<br />

ZOO. - ¿De veras? ¿Y qué opinión es ésa?<br />

EL CABALLERO (luego de mirar con cautela en derredor).-No apruebo los<br />

microscopios. Nunca los he aprobado.<br />

ZOO. - ¿Y eso es avanzado? ¡Oh, papito, eso es puro oscurantismo!<br />

EL CABALLERO. -Llámelo así, si le parece, señora; pero yo afirmo que es<br />

peligroso mostrarle demasiadas cosas a la gente que no sabe lo que está viendo. Creo<br />

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que un hombre que está cuerdo mientras contempla el mundo con sus propios ojos,<br />

puede convertirse en un loco peligroso si se dedica a observar el mundo a través de<br />

telescopios y microscopios. Aun cuando narre cuentos de gigantes y enanos, es mejor que los<br />

gigantes no sean demasiado grandes, ni los enanos demasiado pequeños y maliciosos. Antes<br />

de la aparición del microscopio, nuestros cuentos de hadas sólo hacían que a los chicos se les<br />

pusiese agradablemente la carne de gallina, y no asustaban de ningún modo a los mayores.<br />

Pero los hombres del microscopio se aterrorizaron a sí mismos y a todos los demás, hasta<br />

perder y hacerles perder la chaveta, con los monstruos invisibles que veían, ¡pobres cositas<br />

inofensivas, que mueren al contacto de un rayo de sol y que son, ellas mismas, víctimas de las<br />

enfermedades que supuestamente producen? Digan los hombres de ciencia lo que dijeren, la<br />

imaginación sin microscopios era bondadosa y a menudo valiente, porque trabajaba con cosas<br />

de las cuales tenía verdadero conocimiento. Pero la imaginación con microscopios, trabajando<br />

con un espeluznante espectáculo de millones de grotescas criaturas, acerca de cuya naturaleza<br />

no tenía conocimiento, se convirtió en un delirio de persecución, cruel y aterrado. ¿Se da<br />

cuenta, señora, de que en el siglo XXI de la era seudo cristiana ocurrió una matanza general<br />

de hombres de ciencia, en la cual quedaron demolidos todos sus laboratorios y destruídos<br />

todos sus aparatos?<br />

ZOO.-Sí, los de vida breve son tal salvajes en sus progresos como en sus retrocesos.<br />

Pero cuando la ciencia reculó, ya se le había enseñado cuál era su lugar. Los simples<br />

coleccionistas de hechos anatómicos o químicos no podían saber sobre la ciencia -se suponía-<br />

más que el coleccionista de sellos usados sobre el comercio internacional o la literatura. El<br />

terrorista científico que tenía miedo de usar una cuchara o un vaso antes de haberlos<br />

sumergido en algún ácido venenoso, para matar los microbios, no recibía ya títulos, pensiones<br />

y monstruosos poderes sobre el cuerpo de las demás personas; era enviado a un manicomio y<br />

tratado allí hasta que recuperaba el juicio. Pero todo eso es historia antigua: la extensión de la<br />

vida a trescientos años ha proporcionado a la raza humana jefes capaces y aniquilado todas<br />

esas tonterías.<br />

EL CABALLERO (quisquilloso). - Por lo que parece, todos los progresos de la<br />

civilización se deberían a los de vida exageradamente larga. ¿No sabe que este problema era<br />

familiar ya a los hombres que morían antes de haber alcanzado mi edad?<br />

ZOO. - ¡Oh, sí!; uno o dos de ellos lo insinuaron débilmente. Un antiguo escritor cuyo<br />

nombre nos ha llegado bajo distintas formas, tales como Shakespear, Shelley, Sheridan y<br />

Shoddy, tiene un notable pasaje en cuanto a que el talante de ustedes es horriblemente<br />

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conmovido por pensamientos que están más allá del alcance del alma. No es gran cosa,<br />

¿verdad?<br />

EL CABALLERO, - De cualquier manera, señora, si trata de comparar edades<br />

recordarle que, sean los secundarios y los terciarios 1o que- fueren, usted es más joven que<br />

yo.<br />

ZOO. - Sí, papito; pero no es la cantidad de años que queda detrás, sino la que tenemos<br />

por delante que nos hace cuidadosos, responsables y decididos a descubrir la verdad acerca de<br />

todo. ¿Qué le importa a usted si algo es verdad o no? Su carne es como la hierba; usted crece<br />

como una flor y se marchita en la segunda infancia. Una mentira dura toda la vida de usted,<br />

pero no toda la mía. Si supiese que tengo que morir dentro de veinte años, no valdría la pena<br />

adquirir educación; no me molestaría por nada que no fuese gozar un poco en vida.<br />

EL CABALLERO. -Jovencita, está equivocada. Por breve que sea nuestra vida,<br />

nosotros -los mejores de nosotros, por supuesto- consideramos la civilización y la cultura, el<br />

arte y la ciencia, como una antorcha eternamente ardiente, que pasa de manos de una<br />

generación a la de la siguiente. Y cada generación la enciende con llama más viva, más<br />

orgullosa. De ese modo cada vida, por breve que sea, contribuye con un ladrillo al vasto y<br />

creciente edificio, con una página al volumen sagrado, con un capítulo a la Biblia, con una<br />

Biblia a la literatura. Puede que seamos insectos, pero, como el insecto del coral, construímos<br />

islas que se convierten en continentes; como la abeja, acumulamos alimentos para futuras co-<br />

munidades. El individuo perece, pero la raza es inmortal. La bellota de hoy es el roble del<br />

próximo milenario. Yo arrojo mi piedra al túmulo funerario y muero; pero los que vienen<br />

detrás añaden otra piedra y otra. ¡Y de pronto ... una montaña! Yo... (Zoo lo interrumpe<br />

riéndose cordialmente de él. El caballero, con dignidad ofendida.) ¿Puedo preguntarle qué<br />

cosa de las que dije le provoca esa hilaridad?<br />

ZOO. - ¡Ay, papito, papito. . . es usted un hombrecito gracioso, con todas sus<br />

antorchas y llamas, y sus ladrillos y edificios y páginas y volúmenes y capítulos y corales e<br />

insectos, y abejas y bellotas y piedras y montañas... !<br />

EL CABALLERO. - Metáforas, señora. Simplemente metáforas.<br />

ZOO. - Imágenes, imágenes, imágenes. Pero yo hablaba de hombres, no de imágenes.<br />

EL CABALLERO. -Quise ejemplificar -en forma no del todo desdichada, espero- la<br />

gran marcha del Progreso. Le he mostrado cómo, a pesar de lo breve que es nuestra vida de<br />

orientales, la humanidad cobra estatura de generación en generación, de época en época,<br />

desde la barbarie a la civilización, de la civilización a la perfección.<br />

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ZOO.-Ya entiendo. El padre llega a tener un metro ochenta de estatura y entrega su<br />

metro ochenta al hijo, quien le agrega otro tanto, con lo que mide tres metros sesenta. Entrega<br />

esos tres metros y pico a su hijo, que en su madurez alcanzará los cinco metros cuarenta. Y así<br />

siguiendo. Dentro de mil años tendrán todos unos tres o cuatro kilómetros de altura. A ese<br />

ritmo, sus antepasados Bilge y Bluebeard, a quienes usted llama gigantes, debían de tener uno<br />

o dos centímetros de estatura.<br />

EL CABALLERO. -No estoy aquí para intercambiar retruécanos y paradojas con una<br />

muchacha que no sabe pronunciar los más grandes apellidos de la historia. Hablo en serio.<br />

Estoy tratando en serio un tema solemne. Nunca dije que el hijo de un hombre de un metro<br />

ochenta tuviese que tener tres metros sesenta.<br />

ZOO. - ¿No es eso lo que quiso decir?<br />

EL CABALLERO. -Indudablemente, no.<br />

ZOO. - Entonces no quiso decir nada. Y ahora escúcheme un poco, cosita efímera. Sé<br />

perfectamente a qué se refería cuando habló de su antorcha entregada de generación a<br />

generación. Pero cada vez que la antorcha pasa de mano en mano, se apaga hasta convertirse<br />

en la chispa más minúscula, y el que la recibe sólo puede volver a encenderla con su propia<br />

luz. Usted no es más alto que Bilge o Bluebeard, ni es más sabio que ellos. La sabiduría de<br />

ellos, fuese cual fuere, murió cuando murieron ellos. Y también murió su energía, si es que<br />

esa energía existió alguna vez fuera de la imaginación de usted. No sé qué edad tiene<br />

usted; parece tener unos quinientos años.. .<br />

EL CABALLERO. - ¡Quinientos! Vamos, señora. . .<br />

ZOO (continuando).- . . . pero sé, naturalmente, que es una vulgar persona de vida<br />

breve. Y bien, su sabiduría es apenas la que puede tener uno antes de haber adquirido<br />

suficiente experiencia para distinguir su sabiduría de su tontería, su destino de sus<br />

ilusiones, su. . .<br />

EL CABALLERO.-En una palabra, dones como los de usted.<br />

ZOO.-No, no, no, no. ¿Cuántas veces tengo que decirle que lo que nos vuelve más<br />

sabios no es el recuerdo de nuestro pasado, sino las responsabilidades de nuestro futuro?<br />

Cuando sea una terciaria seré más irreflexiva de lo que soy ahora. Si no puede entender<br />

eso, por lo menos tiene que admitir que he aprendido de los terciarios. Los he visto<br />

trabajar y he vivido bajo las instituciones de ellos. Como todos los jóvenes, me he rebe-<br />

lado contra ellos, y en su avidez de nuevas luces y nuevas ideas, me escucharon y me<br />

alentaron a rebelarme. Pero mis ideas no dieron resultado y las de ellos sí; y ellos me<br />

explicaron por qué. No tienen sobre mí otro poder que ése; rechazan todo otro poder, y<br />

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por consiguiente tienen sobre mí un poder sin límites, salvo el que ellos mismos quieran<br />

ponerle. Usted es un niño gobernado por niños que cometen tantos errores y son tan<br />

perversos, que usted se rebela continuamente contra ellos. Y como ellos no pueden<br />

convencerlo de que tienen razón, sólo consiguen gobernarlo castigándolo,<br />

encarcelándolo, torturándolo, matándolo, si los desobedece sin ser lo bastante fuerte<br />

para matarlos o torturarlos a ellos.<br />

EL CABALLERO. -Puede que eso sea un hecho desdichado. Lo condeno y lo<br />

deploro. Pero nuestra inteligencia es más grande que los hechos. Sabemos más. Los más<br />

grandes maestros de la antigüedad, seguidos por la galaxia de cristos que surgió en el<br />

siglo XX, para no hablar de dirigentes espirituales tan relativamente modernos como<br />

Pamplino, Bobox y Burrasno, enseñaron, todos, que el castigo y la venganza, la coerción<br />

y el militarismo, son errores, y que la regla áurea ...<br />

ZOO (interrumpiendo). -Sí, sí, sí, papito; nosotros, los de vida larga, lo sabemos<br />

perfectamente. Pero, ¿alguno de los discípulos de ellos consiguió gobernarlos un solo<br />

día basándose en sus cristianos principios? No basta saber qué es bueno; hay que estar<br />

en condiciones de practicarlo. Y ellos no pudieron porque no vivieron lo suficiente para<br />

averiguar cómo, ni para superar las infantiles pasiones que les impedían desearlo<br />

realmente. Usted sabe de sobra que sólo consiguieron mantener el orden- si se puede<br />

llamar orden- gracias a la coerción y el militarismo que denunciaban y deploraban. Y en<br />

rigor tuvieron que matarse entre sí para predicar su propio evangelio e impedir que los<br />

mataran.<br />

pedregoso.<br />

EL CABALLERO.-La sangre de los mártires, señora, es la simiente de la Iglesia.<br />

ZOO. - ¡Más imágenes, papito! La sangre de los de vida corta cae en terreno<br />

EL CABALLERO (poniéndose de pie, malhumorado). - Lo que pasa es que le<br />

molesta el tema de la longevidad. Me gustaría que lo dejáramos. Es más bien personal y<br />

de mal gusto. La naturaleza humana es la naturaleza humana, de vida larga o de vida<br />

breve, y siempre lo será.<br />

ZOO.-¿Entonces abandona la idea del progreso?<br />

¿Deja de lado la antorcha, el ladrillo, la bellota y todo lo demás?<br />

EL CABALLERO.-En modo alguno. Soy partidario del progreso y de la libertad<br />

que se amplía de precedente a precedente.<br />

ZOO.-No cabe duda: es un verdadero britano.<br />

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EL CABALLERO. - Y estoy orgulloso de ello. Pero siento que en su boca el<br />

cumplido oculta algún insulto, de modo que no le agradezco por él.<br />

Zoo. -Sólo quise decir que si bien los britanos dicen a veces cosas muy agudas y<br />

cosas muy profundas, así como cosas tontas y superficiales, siempre las olvidan a los<br />

diez minutos de haberlas dicho.<br />

EL CABALLERO. -Dejemos las cosas como están, señora; dejémoslas así.<br />

(Vuelve a sentarse.) Ni siquiera de un Papa podría esperarse que estuviese todo el<br />

tiempo pontificando. Nuestros relámpagos de inspiración demuestran que tenemos el<br />

corazón en el lugar adecuado.<br />

correcto.<br />

ZOO.-Por supuesto. No se puede tener el corazón en ningún lugar que ro sea el<br />

EL CABALLERO. - ¡Bah!<br />

ZOO.-Pero se pueden poner las manos en el lugar inadecuado. En los bolsillos del<br />

prójimo, por ejemplo. De modo que ya ve: las manos son lo que realmente importa.<br />

EL CABALLERO (agotado). -Bueno, es inevitable que una mujer pronuncie la<br />

última palabra. No quiero discutir con usted.<br />

ZOO. - Magnífico. Y ahora volvamos al aspecto realmente interesante de nuestra<br />

conversación. ¿Recuerda? El dominio que sobre los de corta vida ejercen las imágenes y<br />

las metáforas.<br />

EL CABALLERO (aterrado). - ¿Quiere decir, señora,<br />

ZOO. - ¡Kiplinguizado! ¿Qué quiere decir eso?<br />

EL CABALLERO. - Hace unos mil años existían dos autores llamados Kipling. Uno era<br />

un oriental y escritor de mérito; el otro, por ser occidental, era, naturalmente, apenas un<br />

bárbaro divertido. Se dice que inventó el cerco eléctrico. Considero que al usarlo conmigo se<br />

han tomado ustedes una libertad demasiado grande.<br />

ZOO. - ¿Qué es una libertad?<br />

EL CABALLERO (exasperado). -No se lo explicaré, señora. Creo que lo sabe tan bien<br />

como yo. (Se sienta en la bita, colérico.)<br />

Zoo. -No, hasta una persona como usted puede decirme cosas que no conozco. ¿No se<br />

ha dado cuenta de que desde que está aquí no hacemos más que formularle preguntas?<br />

EL CABALLERO. -¡Que si me he dado cuenta! ¡Si casi me ha vuelto loco! . . . ¿Ve<br />

estas canas? Pues cuando desembarqué apenas tenía el cabello gris; todavía se podían ver con<br />

claridad mechones del color castaño rojizo de antes.<br />

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ZOO.-Ese es uno de los síntomas del desaliento. Pero, ¿ha advertido algo mucho más<br />

importante para usted: que nunca nos ha hecho una sola pregunta, a pesar de que sabemos<br />

mucho más que usted?<br />

EL CABALLERO.-No soy un chiquillo, señora. Creo que ya he tenido ocasión de<br />

afirmarlo. Y soy un experto viajero. Sé que lo que el viajero observa tiene que existir<br />

realmente, porque de lo contrario no podría observarlo. Pero lo que le dicen los nativos es<br />

invariablemente pura fantasía.<br />

ZOO. -Aquí no, papito. Nuestra vida es demasiado larga para que digamos mentiras. Se<br />

descubren todas. Será mejor que me formule preguntas, mientras pueda.<br />

EL CABALLERO.-Si se me presenta la ocasión de consultar al oráculo, hablaré con<br />

uno verdadero, no con una pollita primaria que pretende serlo. Si es usted una nodriza, atienda<br />

sus obligaciones y no tenga la osadía de imitar a sus mayores.<br />

ZOO (poniéndose de pie, ominosa, y ruborizándose). - ¡Pedazo de tonto!...<br />

EL CABALLERO (con voz de trueno). - ¡Silencio! ¿Me oye? ¡Cierre la boca!<br />

Zoo.-Me está ocurriendo algo muy desagradable. Siento que un calor me recorre todo el<br />

cuerpo. Tengo un horrible deseo de injuriarlo. ¿Qué me ha hecho?<br />

EL CABALLERO (triunfante). - ¡Ahá! La he hecho ruborizarse. Ahora sabe lo que es<br />

el rubor. ¡Enrojecer de vergüenza!<br />

ZOO. - Lo que ha hecho, sea lo que fuere, es algo tan absolutamente malvado, que si no<br />

deja de hacerlo lo mataré.<br />

EL CABALLERO (dándose cuenta del peligro que corre). -Sin duda le parecerá que<br />

está bien amenazar a un anciano...<br />

ZOO (con ferocidad),- ¿Anciano? ¡Usted es un chiquillo, un chiquillo perverso! Y aquí<br />

matamos a los niños malos. Lo hacemos aun contra nuestra voluntad, por instinto. Tenga<br />

cuidado.<br />

EL CABALLERO (levantándose, con alicaída cortesía). -No tenía la intención de<br />

herir sus sentimientos. Yo... (Disculpándose con esfuerzo.) Le ruego que me perdone. (Se<br />

quita el sombrero y hace una inclinación de cabeza.) ZOO.-¿Qué significa eso?<br />

EL CABALLERO.-Retiro lo que dije. Zoo.-¿Cómo puede retirar lo que ha dicho? EL<br />

CABALLERO.-Sólo le digo que lo siento.<br />

ZOO. - Y con motivo. Está desapareciendo esa repugnante sensación que hizo<br />

presa de mí, pero usted se ha escapado por un pelo. No haga otro intento de matarme,<br />

porque a la primera señal de su voz o su rostro lo dejaré muerto.<br />

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EL CABALLERO. - ¡Yo, tratar de matarla! ... ¡Qué monstruosa acusación! (Zoo<br />

frunce el entrecejo. El caballero se corrige con prudencia.) Quiero decir malentendido.<br />

Jamás se me habría ocurrido nada por el estilo. No puede usted creer que sea un<br />

asesino...<br />

ZOO. -Sé que lo es. Y no sólo porque lance palabras contra mí como si fuesen<br />

piedras, tratando de herirme. Usted despertó en mí el instinto de matar. No sabía que ese<br />

instinto existiese en mi naturaleza; jamás fué despertado y lanzado contra mí,<br />

advirtiéndome que debía matar o ser muerta. Ahora tengo que reconsiderar toda mi<br />

posición política. Ya no soy conservadora.<br />

EL CABALLERO (dejando caer el sombrero). - ¡Cielos, ha perdido el juicio! Estoy<br />

a merced de una demente; tendría que haberme dado cuenta de ello desde el comienzo.<br />

Ya no puedo aguantar más. (Ofreciendo su pecho al sacrificio.) Máteme de una vez, ¡y<br />

que mi muerte le haga provecho!<br />

ZOO. -Sería inútil, a menos de que todos los otros de vida breve fuesen muertos al<br />

mismo tiempo. Además, es una medida que tiene que decidirse política y consti-<br />

tucionalmente, no por una sola persona. Ello no obstante, estoy dispuesta a discutirlo<br />

con usted.<br />

EL CABALLERO.-No, no, no. Preferiría discutir su intención de retirarse del<br />

partido conservador. Me resulta imposible imaginarme cómo los conservadores han to-<br />

lerado sus opiniones hasta ahora. Lo único que se me ocurre es que usted debe de haber<br />

hecho importantes contribuciones a los fondos del partido. (Recoge el sombrero y vuelve<br />

a sentarse.)<br />

ZOO. - Déjese de parloteos insensatos; nuestra principal controversia política es la<br />

más trascendental del mundo para usted y sus semejantes.<br />

EL CABALLERO (interesado), - ¿De veras? Por favor, ¿puedo preguntarle de qué<br />

se trata? Me interesa mucho la política, y quizá pueda ser de alguna utilidad. (Se pone el<br />

sombrero, ladeándolo levemente.)<br />

ZOO. -Tenemos dos grandes partidos: el conservador y el de la colonización. Los<br />

colonizadores opinan que debemos crecer en número y colonizar. Los conservadores<br />

sostienen que tenemos que seguir siendo lo que somos, una raza aparte, limitada a estas<br />

islas, envuelta en la majestad de su sabiduría, establecida en un país considerado como<br />

tierra sacra por un mundo que nos adora, con nuestra frontera sagrada trazada<br />

indisputablemente por el océano. Afirman que nuestro destino es gobernar el mundo, y<br />

que ya lo hacíamos incluso cuando nuestra vida era breve. Dicen que nuestro poder y<br />

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nuestra tranquilidad dependen de nuestra lejanía, nuestro aislamiento y la restricción de<br />

nuestro crecimiento en número. Hace cinco minutos, ese era mi credo político. Ahora no<br />

creo que deba seguir existiendo ninguna persona de vida breve. (Se deja caer otra vez,<br />

negligentemente, sobre los sacos.)<br />

EL CABALLERO, - ¿Debo inferir de ello que me niega el derecho a vivir sólo<br />

porque -tal vez imprudentemente- la he censurado un poco?<br />

sí mismos?<br />

ZOO. - ¿Vale la pena vivir tan poco tiempo? ¿Son ustedes de alguna utilidad para<br />

EL CABALLERO (estupefacto). - ¡Vaya, por mi alma! Zoo, -Es un alma muy<br />

pequeña. Ustedes no hacen más que fomentar en nosotros el pecado de orgullo y<br />

nos obligan a bajar la vista para verlos, en lugar de permitirnos dirigirla hacia arriba,<br />

hacia algo más alto que nosotros mismos.<br />

EL CABALLERO.-¿No es esa una opinión egoísta, señora? ¿Piense en el bien que nos<br />

hacen con los consejos oraculares!<br />

ZOO.-¿De qué les sirven nuestros consejos? Vienen a consultarnos cuando saben que se<br />

encuentran en dificultades. Pero no se dan cuenta de tales dificultades hasta veinte años<br />

después de que cometieron los errores que las provocaron, y entonces ya es demasiado tarde.<br />

No entienden nuestros consejos; con frecuencia hacen más daño al obrar basándose en ellos<br />

que si actuaran de acuerdo con sus propios recursos infantiles. Si no fuesen tan pueriles no<br />

vendrían a consultarnos; la experiencia les diría que esas consultas al oráculo no les son nunca<br />

de verdadera utilidad. Pintan maravillosos cuadros imaginarios de nosotros y escriben<br />

narraciones y poemas ficticios sobre nuestras benéficas acciones del pasado, sobre nuestra<br />

sabiduría, nuestra justicia, nuestra piedad; narraciones en las que a menudo aparecemos como<br />

juguetes sentimentales de las oraciones y sacrificios de ustedes. Pero sólo lo hacen para no ver<br />

la verdad: que son incapaces de utilizar nuestra ayuda. El Primer Ministro de ustedes finge<br />

haber venido a ser guiado por nuestro oráculo, pero no nos engaña. Sabemos de sobra que ha<br />

venido para que, a su vuelta, pueda estar investido de la autoridad y dignidad del que ha<br />

visitado las islas sagradas y hablado cara a cara con los inefables. Pretenderá que todas las<br />

medidas que quiere tomar para sus propios fines le han sido recomendadas por el oráculo.<br />

EL CABALLERO.-Pero usted olvida que las respuestas del oráculo no pueden ser<br />

mantenidas en secreto ni<br />

tergiversadas. Son escritas y promulgadas. El jefe de la oposición puede conseguir<br />

copias. Todas las naciones las conocen. La diplomacia secreta ha sido totalmente abolida.<br />

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ZOO. - Sí, ustedes publican documentos, pero son mutilados o fraguados. Y aun<br />

cuando publicaran las verdaderas respuestas, sería lo mismo, porque los de vida breve no<br />

pueden interpretar los escritos más sencillos. Sus escrituras les ordenan, en los términos más<br />

simples, que hagan exactamente lo contrario de todo lo que las leyes y los gobernantes<br />

elegidos por ustedes ordenan y ejecutan. No pueden desafiar a la naturaleza. La ley de la<br />

naturaleza dice que existe una relación fija entre la conducta y la duración de la vida.<br />

EL CABALLERO. -Jamás oí hablar de tal ley, señora. Zoo. -Pues lo está oyendo ahora.<br />

EL CABALLERO. - Permítame que le diga que nosotros, los de vida breve, como nos<br />

llama, hemos prolongado considerablemente nuestra vida.<br />

ZOO. - ¿Cómo?<br />

EL CABALLERO.-Ahorrando tiempo. Capacitando a los hombres para cruzar el<br />

océano en una tarde y para hablar unos con otros a miles de kilómetros de distancia.<br />

Abrigamos la esperanza de que dentro de poco podremos organizar el trabajo y pondremos las<br />

fuerzas naturales al servicio del hombre, en forma tan científica, que la carga del trabajo<br />

dejará de ser perceptible, proporcionando al hombre común tanto tiempo libre, que no sabrá<br />

qué hacer con él.<br />

ZOO. - Papito, el hombre cuya vida es prolongada de ese modo estará más atareado que<br />

un salvaje. Pero la diferencia entre esos hombres que viven veinte años y los que viven<br />

trescientos será mayor aún, porque para un hombre de vida breve, el aumento de edad es sólo<br />

aumento de fatigas, en tanto que para uno de vida larga cada año de más es una<br />

perspectiva que lo obliga a tender sus facultades al máximo. En consecuencia le digo que<br />

los que vivimos trescientos años no podemos servirles de nada a los que viven menos de<br />

cien, y que nuestro verdadero destino no es aconsejarlos y gobernarlos, sino suplantarlos y<br />

reemplazarlos. En esa convicción, ahora me declaro colonizadora y exterminadora.<br />

EL CABALLERO. - ¡Oh, despacio, despacio! ¡Por favor, por favor! Reflexione, se<br />

lo imploro. Es posible colonizar sin exterminar a los nativos. ¿Quiere tratarnos con menos<br />

misericordia de lo que nuestros bárbaros antepasados trataron a los pieles rojas y los<br />

negros? ¿Acaso nosotros, los britanos, no tenemos derecho a ocupar por lo menos algunos<br />

terrenos reservados?<br />

ZOO. - ¿De qué sirve prolongar la agonía? Perecerán lentamente en nuestra<br />

presencia, no importa lo que hagamos para conservarlos. Usted mismo estaba casi muerto<br />

hoy, cuando me encargué de usted, y sólo por haber hablado durante unos minutos con un<br />

secundario. Además, tenemos que basarnos en nuestra propia experiencia. ¿No oyó decir<br />

jamás que nuestros hijos retroceden a veces al tipo ancestral y nacen con vida breve?<br />

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EL CABALLERO (ansioso).-Nunca. Espero que no se ofenderá si le digo que sería<br />

para mí un gran consuelo que me pusieran al cuidado de uno de esos individuos normales.<br />

ZOO. -Anormales, querrá decir. Lo que pide es imposible; los aniquilamos.<br />

EL CABALLERO. -Cuando dice que los aniquilan, un estremecimiento me recorre<br />

la espalda. Espero que no querrá decir que... que... ayudan a la naturaleza en alguna<br />

forma...<br />

ZOO. - ¿Por qué no? ¿No conoce el dicho del sabio chino Dee Ning, de que un buen<br />

jardín necesita que le extirpen las malezas? Pero no es necesario que nosotros<br />

intervengamos. Por supuesto, somos más bien exigentes en cuanto a las condiciones en<br />

que consentimos vivir. A uno no le molesta la pérdida accidental de un brazo, una pierna o<br />

un ojo; en fin de cuentas, nadie, con dos piernas, se siente desdichado por no tener tres. Y<br />

entonces, ¿por qué un hombre con una sola habría de sentirse desgraciado por no tener<br />

dos? Pero las enfermedades de la mente y el carácter son otra cosa. Si uno de nosotros<br />

carece de dominio de sí mismo, o es demasiado débil para soportar la tensión de nuestra<br />

vida sin ceder, o es atormentado por apetitos y supersticiones depravados, o le resulta<br />

imposible liberarse del dolor y la depresión, entonces, naturalmente, se desalienta y se<br />

niega a vivir.<br />

EL CABALLERO. - ¡Buen Dios! ¿Se rebana la cabeza, quiere decir?<br />

ZOO.-No, ¿por qué habría de rebanársela? Se muere, simplemente. Quiere morir.<br />

Está descorazonado, decimos nosotros.<br />

EL CABALLERO. - ¡Vaya! Pero supongamos que sea lo bastante depravado para no<br />

querer morir y que soluciona la dificultad matándolos a todos ustedes. . .<br />

ZOO.- ¡Oh!, entonces será uno de los de vida breve completamente degenerados<br />

que de tanto en tanto aparecen. En ese caso emigra.<br />

EL CABALLERO. - ¿Y qué sucede con él luego? ZOO. - Ustedes, los de vida corta,<br />

tienen muy elevada opinión de ellos. Los aceptan como grandes hombres. EL<br />

CABALLERO,-Usted me asombra. Y sin embargo tengo que admitir que lo que me dice<br />

explica muchas cosas de las pocas que conozco en cuanto a la vida de los<br />

grandes hombres. Tenemos que resultarles muy convenientes a ustedes como vaciadero<br />

de fracasados.<br />

ZOO. - Efectivamente.<br />

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EL CABALLERO. - Bien. Entonces, si llevan a cabo su plan de colonización y no<br />

dejan en el mundo ni un solo país de gente de vida breve, ¿qué harán con los indeseables de<br />

ustedes?<br />

ZOO. -Matarlos. Nuestros terciarios no son muy remilgados en ese sentido.<br />

EL CABALLERO.- ¡Válgame Dios!<br />

ZOO (mirando el sol).-Venga. Son las cuatro de la tarde y usted tiene que unirse a su<br />

grupo a las cuatro y media en el templo de Galway.<br />

EL CABALLERO (poniéndose de pie). - ¡Galway! ¿Podré por fin jactarme de haber<br />

visto esa magnífica ciudad? Zoo. - Se llevará una desilusión. No tenemos ciudades. Hay un<br />

templo del oráculo, eso es todo.<br />

EL CABALLERO. - ¡Ay! ¡Y yo que vine aquí para ver realizados dos sueños<br />

largamente acariciados! ... Uno era ver Galway. Se ha dicho: "Ver Galway y después morir."<br />

El otro era contemplar las ruinas de Londres.<br />

ZOO. - ¿Ruinas? No toleramos ruinas. ¿Era Londres un lugar importante?<br />

EL CABALLERO (sorprendido). - ¡Cómo! ¿Londres? Fue la ciudad más poderosa de<br />

la antigüedad. (Retórico.) Situada precisamente donde la carretera de Dover cruza el<br />

Támesis, era...<br />

Zoo (interrumpiéndolo con sequedad).-Allí no hay nada ahora. ¿Por qué habría nadie<br />

de elegir semejante lugar para vivir? Las casas más cercanas están en un lugar llamado Costa-<br />

sobre-el-Prado; es muy antiguo. Venga. Cruzaremos el agua. (Baja los escalones.)<br />

EL CABALLERO. - Sic transit gloria mundi.<br />

ZOO (desde abajo). - ¿Cómo dice?<br />

EL CABALLERO (desesperado). -Nada. No me entendería. (Baja los escalones.)<br />

ACTO II<br />

Atrio ante el pórtico de columnatas de un templo. La puerta del templo se encuentra<br />

en el centro del pórtico. Una mujer de majestuoso porte, cubierta por un velo y una larga<br />

túnica, pasa por detrás de las columnas en dirección a la entrada. Por el lado opuesto<br />

entra, caminando con pasos medidos, un hombre de figura maciza, afeitado, melancólico<br />

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y aplomado, muy parecido a Napoleón I, ataviado con un uniforme militar de corte na-<br />

poleónico, Se lleva la mano a la solapa, al modo tradicional, y clava la mirada en la<br />

mujer. Ésta se detiene, en actitud que expresa altanero asombro ante la audacia de él. El<br />

hombre está a la derecha de ella, ella a la izquierda de él.<br />

NAPOLEÓN (solemne). -Soy el Hombre del Destino.<br />

LA MUJER DEL VELO (sin impresionarse).- ¿Cómo entró aquí?<br />

NAPOLEÓN.-Caminando. Camino hasta que me detienen. Pero nunca me detienen.<br />

Le digo que soy el Hombre del Destino.<br />

LA MUJER DEL VELO. -Si se mete aquí sin que lo guíe uno de nuestros niños, su<br />

destino será muy corto. Supongo que pertenecerá a la comitiva del enviado de Bagdad.<br />

NAPOLEÓN. -Vine con él, pero no le pertenezco. Me pertenezco a mí mismo. Haga<br />

el favor de decirme cómo llego hasta el oráculo, si puede. Si no, no me haga perder el<br />

tiempo.<br />

LA MUJER DEL VELO. -SU tiempo, pobre criatura, es breve. No lo derrocharé. Su<br />

enviado y el grupo de él estarán aquí muy pronto. La consulta al oráculo ha sido dispuesta<br />

para ellos y se realizará de acuerdo con el ritual prescrito. Puede esperar aquí hasta que<br />

lleguen. (Se vuelve para entrar en el templo.)<br />

NAPOLEÓN. -jamás espero. (Ella se detiene,) Supongo que el ritual prescrito será<br />

el clásico: la pitonisa con su trípode, los vapores embriagadores elevándose del abismo,<br />

las convulsiones de la sacerdotisa cuando trasmite el mensaje del dios, etcétera. Esas<br />

cosas no me engañan; yo mismo las empleo para engañar a los bobos. Creo que lo que es,<br />

es. Sé que lo que no es, no es. Las cabriolas de una mujer sentada en un trípode y<br />

fingiendo estar borracha no me interesan. Las palabras se las pone en la boca, no un dios,<br />

sino un hombre de trescientos años de edad que ha tenido capacidad de aprovechar su<br />

experiencia. Quiero hablar con ese hombre cara a cara, sin mascaradas ni imposturas.<br />

LA MUJER DEL VELO. - Usted parece ser una persona extraordinariamente<br />

sensata. Pero no existe tal anciano Yo soy el oráculo de turno hoy. Ahora mismo iba a<br />

ocupar mi lugar en el trípode, para realizar la habitual mascarada, como usted, con<br />

justicia, la llama, a fin de impresionar a su amigo el enviado. Como usted está por encima<br />

de esas cosas, puede consultarme ahora. (Lo conduce al centro del atrio.)<br />

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NAPOLEÓN (siguiéndola). - Señora, no he hecho este lago viaje para discutir<br />

asuntos de Estado con una mujer. Tengo que pedirle que me ponga en comunicación con<br />

uno de sus hombres más ancianos y capaces.<br />

EL ORÁCULO. -Ninguno de nuestros hombres o mujeres más ancianos y capaces<br />

soñaría siquiera con perder su tiempo en usted. Porque usted se moriría de desaliento, en<br />

presencia de ellos, en menos de tres horas.<br />

NAPOLEÓN. -Reserve esa fábula ociosa del desaliento para personas lo bastante<br />

crédulas como para dejarse intimidar por ella, señora. No creo en las fuerzas metafísicas.<br />

EL ORÁCULO.-Nadie le pide que crea en ellas. Un campo es algo físico, ¿verdad?<br />

Bien, pues yo tenga un campo.<br />

Turania.<br />

NAPOLEÓN. - Y O tengo varios millones de campos. Soy emperador de<br />

EL ORÁCULO.-No me entiende No hablo de un campo de cultivo. ¿No sabe que<br />

toda masa de materia en movimiento lleva consigo un campo de gravitación, invisible;<br />

que cada imán lleva un campo magnético invisible y cada organismo vivo un campo<br />

mesmeriano? Usted mismo tiene un campo mesmeriano perceptible. Aunque débil, es el<br />

más fuerte que he observado hasta ahora en un hombre de vida breve.<br />

NAPOLEÓN. -De ningún modo débil, señora. Ahora la entiendo, y permítame que<br />

le diga que las personalidades más fuertes se doblegan en mi presencia y se someten a mi<br />

dominio. Pero no llamo a eso fuerza física.<br />

EL ORÁCULO. - ¿Y qué nombre le da, por favor? Nuestros físicos lo estudian.<br />

Nuestros matemáticos lo expresan en ecuaciones algebraicas.<br />

NAPOLEÓN. - ¿Eso quiere decir que podrían medir mi campo?<br />

EL ORÁCULO.-Sí, con una cifra infinitamente próxima a cero. Incluso en nosotros<br />

esa fuerza es insignificante durante nuestro primer siglo de vida. En el segundo siglo se<br />

desarrolla con rapidez y se vuelve peligrosa para los de vida breve que se arriesgan a<br />

penetrar en su campo. Si yo no estuviese ataviada con un velo y una túnica de material<br />

aislante, usted no podría soportar mi presencia, y eso que todavía soy una mujer joven:<br />

ciento setenta años, si quiere saberlo con exactitud.<br />

NAPOLEÓN (cruzándose de brazos).-No me intimida; ninguna mujer viviente,<br />

vieja o joven, puede desasosegarme. Quítese el velo, señora. Sáquese la túnica. Tan fácil<br />

le será mover este templo como conmoverme a mí.<br />

EL ORÁCULO.-Muy bien. (Se echa el velo hacia atrás.)<br />

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NAPOLEÓN (chillando, tambaleándose y cubriéndose los ojos). -¡No! ¡Basta!<br />

¡Vuelva a cubrirse el rostro! (Cierra los ojos y se aprieta frenéticamente la garganta y el<br />

corazón.) ¡Déjeme! Socorro! ¡Me muero!<br />

EL ORÁCULO. - ¿Todavía quiere consultar a una persona de más edad?<br />

NAPOLEÓN. - ¡No, no! ¡El velo, el velo, se lo ruego!<br />

EL ORÁCULO (volviendo a ponérselo). -Muy bien.<br />

NAPOLEÓN. - ¡Uf! No siempre puede uno estar de<br />

buenas. Sólo dos veces en mi vida he perdido el valor y me he portado como un<br />

cobarde. Pero le prevengo que no debe juzgarme por esos momentos involuntarios.<br />

EL ORÁCULO.-No tengo por qué juzgarlo. ¿Quiere consultarme?. . . Pues hable en<br />

seguida o me iré a mis ocupaciones.<br />

NAPOLEÓN (al cabo de un momento de vacilación hinca respetuosamente una<br />

rodilla en el suelo),-Yo...<br />

EL ORÁCULO. - ¡Oh!, levántese, levántese. ¿Es usted tan tonto para ofrecerme<br />

esta farsa que antes despreció?<br />

NAPOLEÓN (incorporándose). -Me arrodillé a pesar mío. La felicito, señora; es<br />

usted impresionante.<br />

EL ORÁCULO (impaciente). - ¡El tiempo, el tiempo, el tiempo urge!<br />

NAPOLEÓN.-No me mezquinará el tiempo necesario, señora, cuando conozca mi<br />

caso. Soy un hombre dotado de cierto talento específico, en grado absolutamente<br />

extraordinario. En todo otro sentido no soy un hombre muy fuera de lo común: mi familia<br />

no es influyente, y sin ese talento no haría mucho viso en el mundo.<br />

EL ORÁCULO. - ¿Y por qué habría de hacer viso en el mundo?<br />

NAPOLEÓN. -La superioridad se hace sentir, señora. Pero cuando digo que poseo<br />

ese talento no me expreso con precisión. La verdad es que ese talento me posee a mí. Es<br />

el genio. Me empuja a emplearlo. Y tengo que hacerlo. Cuando lo empleo soy grande. En<br />

otros momentos no soy nadie.<br />

EL ORÁCULO. -Pues bien, empléelo. ¿Necesita un oráculo para saber esto?<br />

NAPOLEÓN. -Espere. Ese talento implica el derramamiento de sangre humana.<br />

EL ORÁCULO. - ¿Es usted cirujano, dentista... ?<br />

NAPOLEÓN. - ¡Bah! Usted no me aprecia, señora. Me refiero al derramamiento de<br />

océanos de sangre, a la muerte de millones de hombres.<br />

EL ORÁCULO. - Y supongo que éstos se oponen a ello.<br />

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NAPOLEÓN.-De ningún modo. Me adoran.<br />

EL ORÁCULO. - ¡Vaya!<br />

NAPOLEÓN. -Jamás he derramado sangre con mis propias manos. Ellos se matan<br />

entre sí; mueren con gritos de triunfo en los labios. Los que mueren maldiciendo, no me<br />

maldicen a mí. Mi talento consiste en organizar<br />

esa matanza, en proporcionarle a la humanidad esa terrible alegría que llaman<br />

gloria, en liberar en ellos el demonio que la paz ha amarrado con cadenas.<br />

EL ORÁCULO. -¿Y usted? ¿Comparte la alegría de ellos?<br />

NAPOLEÓN.-En absoluto. ¿Qué satisfacción puedo experimentar en ver a un tonto<br />

perforando las entrañas de otro con una bayoneta? Soy un hombre de carácter<br />

principesco, pero de gustos y costumbres personales muy sencillos. Tengo las virtudes de<br />

un trabajador: industriosidad e indiferencia a las comodidades personales. Pero necesito<br />

apandar, porque soy tan superior a los demás hombres, que me resulta intolerable ser<br />

desgobernado por ellos. Pero sólo como matador puedo llegar a ser gobernante. No puedo<br />

ser grande como escritor; lo he intentado y fracasé. Carezco de talento como escultor o<br />

pintor. Y como abogado, predicador, médico o actor, veintenas de hombres de segunda<br />

fila resultan tan buenos como yo, o mejores. Ni siquiera soy diplomático: no sé más que<br />

jugar mi carta de triunfo de fuerza. Lo único que puedo hacer es organizar la guerra.<br />

¡Míreme! Parezco un hombre como cualquier otro porque nueve décimas partes de mi ser<br />

son de humanidad corriente. Pero el décimo restante es una facultad que ningún otro hom-<br />

bre posee: la de ver las cosas tales como son.<br />

EL ORÁCULO. - ¿Quiere decir que carece de imaginación?<br />

NAPOLEÓN (enérgico). -Quiero decir que tengo la única imaginación digna de<br />

tenerse: el poder de imaginar las cosas tales como son, aun cuando no pueda verlas. Usted<br />

se siente superior a mí, ya lo sé; mejor dicho, es superior a mí. ¿No me puse acaso de<br />

rodillas ante usted, por instinto? Y sin embargo la desafío a que pongamos a prueba<br />

nuestros respectivos poderes. ¿Puede calcular lo que los matemáticos llaman vectores, sin<br />

poner en el papel un solo signo algebraico? ¿Puede lanzar diez mil hombres a través de una<br />

frontera y una cadena de montañas, y saber con exactitud, con un margen de un kilómetro,<br />

dónde estarán al cabo de siete semanas? Lo demás no tiene .importancia: lo aprendí todo de<br />

los libros, en la escuela militar. Y bien, ese gran juego de la guerra, ese jugar con ejércitos<br />

como otros hombres juegan con bolos, tengo que continuarlo, en parte porque, si me inte-<br />

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rrumpo, pierdo inmediatamente mi poder y me convierto en un mendigo en el país en que<br />

ahora emborracho a los hombres de gloria.<br />

EL ORÁCULO. - Sin duda querrá saber, entonces, cómo salir de esa desdichada<br />

situación. . .<br />

NAPOLEÓN. - Por lo general no se la encuentra desdichada, señora. Más bien se<br />

piensa que es supremamente afortunada.<br />

EL ORÁCULO. - Si usted también lo piensa así, continúe embriagándolos de gloria.<br />

¿Por qué viene ahora a molestarme con la locura de ellos y los vectores de usted?<br />

NAPOLEÓN.-Por desgracia, señora, los hombres no son sólo héroes; son también<br />

cobardes. Desean la gloria, pero temen la muerte.<br />

EL ORÁCULO. - ¿Por qué habrían de temerla? Su vida es demasiado breve para ser<br />

digna de vivirla. Por eso es que creen que su juego de la guerra vale la pena de ser jugado.<br />

NAPOLEÓN.-No ven las cosas de ese modo. El soldado más indigno quiere vivir<br />

eternamente. Para obligarlo a correr el riesgo de ser muerto por el enemigo he tenido que<br />

convencerlo de que, si vacila, será fusilado<br />

inevitablemente al alba, por sus propios camaradas, por cobardía.<br />

EL ORÁCULO. - ¿Y si sus camaradas se niegan a fusilarlo?<br />

NAPOLEÓN. -Serán fusilados también ellos, por supuesto.<br />

EL ORÁCULO. - ¿Por quiénes?<br />

NAPOLEÓN. -Por sus camaradas.<br />

EL ORÁCULO, - ¿Y si éstos se niegan?<br />

NAPOLEÓN. - Hasta cierto punto, no se niegan.<br />

EL ORÁCULO. -Pero cuando se llega a ese punto, usted mismo tiene que realizar el<br />

fusilamiento, ¿eh?<br />

a mí.<br />

NAPOLEÓN. - Desdichadamente, señora, cuando se llega a ese punto me fusilan ellos<br />

EL ORÁCULO. - ¡Mmmm! Me parece que sería mejor que lo fusilaran desde un<br />

principio. ¿Por qué no lo hacen?<br />

NAPOLEÓN. - Porque su amor por la pelea, su deseo de gloria, su temor a ser<br />

tachados de cobardes, su instinto de someterse a terribles pruebas, su miedo a ser muertos o<br />

esclavizados por el enemigo, su convicción de que defienden sus hogares, superan su<br />

cobardía natural y los predispone, no sólo a arriesgar la vida, sino, además, a matar a todos<br />

los que no quieran correr ese riesgo. Pero si la guerra se prolonga demasiado, llega un mo-<br />

mento en que los soldados, y también los contribuyentes que los mantienen y los proveen de<br />

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municiones, se encuentran en un estado que ellos describen diciendo que están hartos. Las<br />

tropas han demostrado su valor y quieren volver a sus casas, a gozar en paz de la gloria que<br />

esa valentía les ha conquistado. Además, el peligro de muerte se convierte en certidumbre<br />

para cada soldado si la lucha continúa interminablemente; durante seis meses abriga la<br />

esperanza de eludirlo, pero sabe que no podrá evitarlo durante seis años. De la misma<br />

manera, el riesgo de la bancarrota se convierte también en certidumbre para el ciudadano.<br />

Ahora bien, ¿qué significa todo eso para mí?<br />

EL ORÁCULO, - ¿Tiene mucha importancia lo que signifique para usted, en medio<br />

de tanta calamidad?<br />

NAPOLEÓN. - ¡Bah, señora! Es lo único que importa. El valor de la vida humana<br />

es el valor del más grande hombre viviente. Destruya esa capa infinitesimal de materia<br />

gris que distingue mi cerebro del cerebro del hombre común, y habrá reducido la estatura<br />

de la humanidad de la de un gigante a la de un cualquiera. Mi importancia es suprema;<br />

mis soldados no importan en modo alguno: siempre se pueden conseguir más. Pero si me<br />

mata a mí, o si pone fin a mi actividad (es lo mismo), entonces perece la parte más noble<br />

de la vida humana. Tiene que salvar al mundo de esa catástrofe, señora. La guerra me ha<br />

hecho popular, poderoso, famoso, históricamente inmortal. Pero preveo que si sigo hasta<br />

el fin seré execrado, destronado, encarcelado y quizás ejecutado. Y, por otra parte, si dejo<br />

de luchar me suicido como grande hombre y me convierto en un hombre común. ¿Cómo<br />

puedo solucionar este trágico dilema? Estoy seguro de la victoria: soy invencible. Pero el<br />

costa de la victoria es la desmoralización, la despoblación, la ruina de los triunfadores<br />

tanto como la de los vencidos. ¿Cómo puedo satisfacer mi genio, luchando hasta la<br />

muerte? Esa es la pregunta que formulo.<br />

EL ORÁCULO.-Bien, ¿no le parece que ha sida demasiado arriesgado aventurarse a<br />

venir a estas islas con semejante pregunta en los labios? Los guerreros no son muy<br />

populares aquí, amigo mío.<br />

pistola.)<br />

NAPOLEÓN. - Si un soldado se dejase intimidar por<br />

eso, señora, no sería ya un soldado. Además, no he venido desarmado. (Saca una<br />

EL ORÁCULO. - ¿Qué es eso?<br />

NAPOLEÓN.-Es un instrumento de mi profesión, señora. Levanto el percutor, la<br />

encañono y oprimo este disparador que tengo baja mi dedo. Y usted cae muerta.<br />

EL ORÁCULO. -Muéstremelo. (Tiende la mano para sacársela.)<br />

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NAPOLEÓN (retrocediendo), -Perdóneme, señora. jamás confío mi vida en manos<br />

de una persona sobre la que no tengo dominio.<br />

EL ORÁCULO (con severidad). -¡Démela! (Se lleva la mano al velo.)<br />

NAPOLEÓN (dejando caer la pistola y cubriéndose los ojos). - ¡Cuartel! Kamerad!<br />

Tómela, señora. (La empuja hacia ella con el pie.) Me rindo.<br />

EL ORÁCULO. -Déme eso. ¿Acaso espera que me incline a recogerlo?<br />

NAPOLEÓN (sacándose, con esfuerzo, las manos de sobre los ojos). - Una pobre<br />

victoria, señora. (Recoge la pistola y se la entrega.) No ha necesitado una estrategia<br />

vectorial para conquistarla. (Convirtiendo su humillación en una postura.) Pero usted<br />

goza con su triunfo. ¡Ha hecho que yo, Yo, Caín Hijodeadán Carlos Napoleón, emperador<br />

de Turania, pidiese cuartel!<br />

EL ORÁCULO. -La solución a su dificultad, Caín Hijodeadán, es muy sencilla.<br />

NAPOLEÓN (ansioso).-Muy bien. ¿Cuál es?<br />

EL ORÁCULO. -Morir antes de que descienda la marea de la gloria. Permítame.<br />

(Le dispara un tiro. Napo.'eón cae con un grito. Ella arroja la pistola y entra altivamente<br />

en el templo.)<br />

NAPOLEÓN (poniéndose trabajosamente de pie). -¡Asesina! ¡Monstruo!<br />

¡Diablesa! ¡Arpía inhumana y antinatural! Mereces que te ahorquen, que te guillotinen,<br />

que te desmiembren en la rueda, que te quemen viva! ... ¡No sabes cuán sagrada es la<br />

vida humana! ¡No piensas en mi esposa e hijos! ¡Perra! ¡Cochina! ¡Ramera! (Recoge la<br />

pistola.) ¡Y me erró a cinco metros de distancia! Es una mujer, por supuesto.<br />

(Se va por donde vino, pero antes de salir se topa con Zoo, que llega a la cabeza de<br />

un grupo formado por el Enviado británico, el caballero, la esposa del Enviado y su hija,<br />

de unos dieciocho años de edad. El Enviado, un típico político, parece un criminal<br />

imperfectamente reformado y disfrazado por un buen sastre. La vestimenta de las damas<br />

es contemporánea de la del caballero y cuada para las ceremonias páblicas, oficiales, en<br />

las capitales occidentales de fines del siglo XIX. Pasan en fila por el pórtico. Zoo se<br />

coloca inmediata e imperiosamente a la derecha de Napoleón, en tanto que la esposa del<br />

Enviado se apresura a ponerse efusivamente a la izquierda de aquél. Entretanto, el<br />

Enviado pasa por detrás de las columnas, en dirección a la puerta, seguido por su hija. El<br />

caballero se detiene al entrar, para ver por gané' Zoo se ha lanzado tan bruscamente sobre<br />

el emperador de Turania.)<br />

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ZOO (a Napoleón, con severidad). - ¿Qué está haciendo aquí, a solas? No tiene por<br />

qué andar sin compañía. ¿Qué fué ese ruido que se escuchó hace un instante? ¿Qué tiene<br />

en la mano? (Napoleón la contempla airado, enmudecido por la cólera, se guarda la<br />

pistola y saca un silbato.)<br />

irse.)<br />

LA ESPOSA DEL ENVIADO. - ¿NO viene con nosotros a ver al oráculo, sire?<br />

NAPOLEÓN. - El oráculo se puede ir al demonio, y usted también. (Se vuelve para<br />

LA ESPOSA DEL ENVIADO juntas ¡Oh, sire!<br />

ZOO ¿Adónde va?<br />

NAPOLEÓN. - A buscar a la policía. (Pasa ante Zoo, empujándola casi y soplando<br />

en el silbato,)<br />

ZOO (saca su diapasón y canturrea). - ¡Hola Galway Central. (Los silbidos<br />

continúan,) Listos para aislar. (Al caballero, quien contempla al emperador que silba.)<br />

¿Hasta dónde ha llegado?<br />

EL CABALLERO, -Hasta esa curiosa estatua de un viejo obeso.<br />

ZOO (rápidamente, entonando), -Aíslen el monumento de Falstaff aíslen con<br />

energía. Paralicen... (Los silbidos se interrumpen.) Gracias. (Guarda el diapasón.) No<br />

podrá mover un músculo hasta que yo vaya a buscarlo.<br />

me dijo?<br />

LA ESPOSA DEL ENVIADO, - ¡Oh, se enojará terriblemente! ¿No oyó lo que<br />

ZOO. - ¡Por lo que nos importa su enojo!<br />

LA HIJA (colocándose entre su madre y Zoo).-Por favor, señora, ¿de quién es esa<br />

estatua? ¿Y dónde puedo comprar una postal de ella? ¡Es tan graciosa! ... Cuando<br />

volvamos sacaré una foto; lo que pasa es que a veces salen mal.<br />

ZOO. -En el templo le darán grabados y juguetes para que se los lleve. La historia<br />

de la estatua es demasiado larga. La aburriría. (Cruza el atrio para librarse de ellos,)<br />

LA ESPOSA (efusiva), - ¡Oh, no, se lo aseguro!<br />

LA HIJA (imitando a su madre), -Nos interesaría tanto ...<br />

ZOO. -¡Tonterías! Lo único que puedo decirles al respecto es que hace unos mil<br />

años, cuando todo el mundo estaba en manos de ustedes, los de vida breve, estalló una<br />

guerra que se llamó la Guerra Para Terminar con Todas las Guerras. En la guerra<br />

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siguiente, unos diez años después, no murió ninguno de los soldados, pero siete de las<br />

capitales de Europa fueron borradas del mapa. Parece haber sido una cosa muy chistosa,<br />

porque los estadistas que creían haber enviado ,a diez millones de hombres comunes a<br />

la muerte fueron hechos polvo ellos mismos, con sus casas y familias, mientras los diez<br />

millones de hombres se encontraban cómodamente alojados en las cuevas que habían<br />

cavado. Más tarde también se libraron las casas, pero sus habitantes fueron envenenados<br />

por un gas que no respetó a ser viviente alguno. Por supuesto, los soldados pasaron<br />

hambre y enloquecieron; y allí terminó la civilización seudocristiana. La última cosa<br />

civilizada que ocurrió fué que los estadistas descubrieron que la cobardía era una gran<br />

virtud patriótica, y al primero que la predicó, un antiguo sabio, sumamente obeso,<br />

llamado sir John Falstaff, se le erigió un monumento público. (Señala.) Y bien, ese es<br />

Falstaff.<br />

EL CABALLERO (saliendo del pórtico y colocándose a la derecha de su nieta.)<br />

¡Cielos! IY en la base de la estatua de ese monstruoso cobarde se encuentra ahora el<br />

Dios de la Guerra de Turania, balbuceando, impotente.<br />

ZOO. -¡Se lo tiene merecido! ¡Dios de la Guerra, vaya!<br />

EL ENVIADO (ubicándose entre su esposa y Zoo). - Yo no sé nada de historia; un<br />

Primer Ministro moderno tiene mucho que hacer para sentarse a leer libros; pero...<br />

Ambrose.<br />

EL CABALLERO (interrumpiéndolo alentadoramente). Tú haces la historia.,<br />

EL ENVIADO. -Bueno, es posible, y quizá la historia me hace a mí. A veces no<br />

consigo reconocerme en los periódicos, aunque supongo que los editoriales son los<br />

materiales con que se fabrica la historia, por decirlo así.<br />

Pero lo que quiero saber es lo siguiente: ¿cómo volvió a estallar la guerra? ¿Y<br />

cómo hicieron esos gases venenosos de que usted ha hablado? Nos agradaría saberlo,<br />

porque podrían resultarnos muy útiles si tenemos que combatir contra Turania. Es claro<br />

que soy partidario de la paz y, por principio, no estoy de acuerdo con la carrera de<br />

armamentos. Pero aun así, debemos mantenernos a la vanguardia o ser aniquilados.<br />

Zoo. - Cuando sus químicos los descubran, podrán fabricar ustedes los gases. Y<br />

entonces harán lo que hicieron antes: envenenarse unos a otros hasta que no queden<br />

químicos ni civilización. Y volverán a comenzar como salvajes ignorantes y medio<br />

muertos de hambre, y lucharán con bumerangs y flechas emponzoñadas, hasta que<br />

lleguen de nuevo a los gases venenosos y los altos explosivos, con el mismo resultado.<br />

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Es decir, a menos de que nosotros tengamos la suficiente sensatez para terminar con ese<br />

juego ridículo, destruyéndolos a ustedes.<br />

EL ENVIADO (horrorizado).- ¡Destruirnos! . . .<br />

EL CABALLERO. - Te lo había dicho, Ambrose. Te lo advertí.<br />

EL ENVIADO. -Pero...<br />

ZOO (con impaciencia).-Me pregunto qué estará haciendo Zozim. Tendría que<br />

estar aquí, para recibirlos a ustedes.<br />

EL CABALLERO. - ¿Se refiere a ese joven insoportable con el cual me aburría en<br />

el muelle cuando usted me encontró?<br />

ZO.-Sí. Tiene que disfrazarse con una túnica de druida y ponerse una peluca y una<br />

larga barba postiza, para impresionarlos a ustedes, tontos. Yo tengo que ponerme un<br />

manto de color púrpura. Estas mascaradas me irritan, pero como ustedes esperan que las<br />

hagamos, supongo que no queda más remedio. ¿Quieren hacerme el favor de esperar<br />

aquí hasta que venga Zozim? (Se vuelve para entrar en el templo,)<br />

EL ENVIADO.-Mi buena señora, ¿vale la pena disfrazarse y ponerse barbas<br />

postizas para nosotros, si nos dice de antemano que se trata de una mojiganga?<br />

ZOO. -Parecería que no. Pero si ustedes no creen en nadie que no esté disfrazado,<br />

pues tenemos que disfrazarnos. Son ustedes los que han inventado estas tonterías, no<br />

nosotros.<br />

esto?<br />

EL CABALLERO. -Pero, ¿espera que nos sintamos impresionados, después de<br />

ZOO.-No espero nada. Sé, por experiencia, que se sentirán impresionados. El<br />

oráculo los asustará hasta hacerles perder el juicio. (Entra en el templo.)<br />

LA ESPOSA. -Esta gente nos trata como si fuéramos basura. Me extraña que lo<br />

toleres, Amby. Se merecerían que nos volviésemos inmediatamente a casa, ¿no es<br />

cierto, Eth?<br />

LA HIJA, -Sí, mamá. Pero quizá no les molestaría.<br />

EL ENVIADO. -No hables de ese modo, Molly. Tengo que ver a ese oráculo. En<br />

nuestro país no se enterarán de cómo nos han tratado; lo único que sabrán es que hemos<br />

estado ante el oráculo y recibido un consejo directamente de él. Espero que ese<br />

individuo Zozim no nos haga esperar mucho tiempo más, porque no me siento muy<br />

tranquilo en relación con la entrevista que nos aguarda. Y esa es la pura verdad.<br />

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EL CABALLERO.-,Jamás pensé que llegase a tener deseos de ver de nuevo a ese<br />

hombre, pero ahora querría que se encargara de nosotros en lugar de Zoo. Ella se mostró<br />

encantadora al comienzo, realmente encantadora. Pero se convirtió en una fiera por unas<br />

palabras que cambié con ella. N o lo creerían, pero estuvo a punto de matarme. Ya<br />

oyeron lo que dijo hace un rato. Pertenece a un partido que quiere matarnos a todos.<br />

LA ESPOSA (aterrada), - ¿A nosotros? ¡Pero si no hemos hecho nada! Nos<br />

portamos con ellos todo lo amablemente que es posible. ¡Oh, Amby, vámonos,<br />

vámonos. Este lugar y esta gente tienen algo que me asusta.<br />

EL ENVIADO. - Es verdad, no cabe duda. Pero conmigo estás a salvo; podrías<br />

tener la sensatez de darte cuenta de ello.<br />

EL CABALLERO. -Lamento decir, Molly, que no sólo a nosotros, pobres y<br />

débiles criaturas, quieren matarnos, sino a toda la raza del Hombre, salvo ellos mismos.<br />

EL ENVIADO,-No tan pobres, papá. Ni tan débiles, si tienes en cuenta todos los<br />

Poderes. Y si se trata de matar, ese juego pueden jugarlo dos, los de vida breve y los de<br />

vida larga.<br />

EL CABALLERO.-No, Ambrose, no podríamos hacer nada. Somos gusanos al<br />

lado de esta temible gente, simples gusanos. (Zozim sale del templo, envuelto en una<br />

majestuosa túnica y llevando sobre la blanca cabellera flotante de la peluca una corona de<br />

muérdago. Su barba postiza le llega casi basta la cintura. Lleva un báculo de empuñadura<br />

curiosamente tallada.)<br />

Zozim (en la puerta, imponente). - ¡Salud, extranjeros!<br />

TODOs (reverentes). - ¡Salud! Zozim. - ¿Estáis preparados?<br />

EL ENVIADO. - Lo estamos.<br />

Zozim (adopta inesperadamente un tono de conversación familiar y se acerca,<br />

caminando con negligencia, al centro del grupo, colocándose entre las dos damas). -<br />

Bueno, pero lamento tener que decir que el oráculo no lo está. Un miembro del grupo<br />

de ustedes, que se extravió, la ha demorado un rato, y como el espectáculo necesita<br />

ciertos preparativos, tendrán que esperar unos minutos. Las damas pueden entrar y<br />

contemplar el vestíbulo de entrada, donde les pueden entregar grabados y otras chu-<br />

cherías, si lo desean.<br />

LA ESPOSA (juntas) Gracias. (Entran en<br />

LA HIJA Me agradaría mucho. el templo.)<br />

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EL CABALLERO (en tono digno, censurando la liviandad de Zozim), -Tomado de<br />

este modo, señor, el espectáculo, como usted lo llama, se convierte en un insulto a<br />

nuestro buen sentido.<br />

ZOZIM. - Efectivamente. Conmigo no necesitan andarse con ceremonias.<br />

EL ENVIADO (tratando, de pronto, de hacerse simpático). -No es nada, no es<br />

nada. Podemos esperar todo lo que usted quiera. Y ahora, si se me permite aprovechar<br />

la oportunidad de unos minutos de conversación amistosa. . .<br />

ZOZIM. - Por supuesto, siempre que hablen de cosas que yo entienda.<br />

EL ENVIADO. -Bueno, en relación con ese plan de colonización de ustedes. Aquí<br />

mi suegro ha estado diciéndome algo al respecto, y acaba de revelarme que no sólo<br />

quieren colonizarnos, sino... sino que también quieren ... bueno, digamos,<br />

¿reemplazarnos? Y bien, ¿por qué reemplazarnos? ¿Por qué no vivir y dejar vivir? Por<br />

nuestra parte no hay ni un poquito de mala voluntad. En el Medio Oriente británico<br />

recibiríamos con agrado a una colonia de inmortales... Casi podemos llamarlos de ese<br />

modo. Es claro que el imperio de Turania, con sus tradiciones mahometanas, nos hace<br />

sombra. Hemos tenido que traer al emperador con nosotros en esta expedición, aun que,<br />

por supuesto, usted debe saber tan bien como yo que se ha metido en mi grupo nada más<br />

que para espiarme. No niego que hasta cierto punto tenga la sartén por el mango en<br />

relación con nosotros, porque si las cosas llegaran al punto de que estallara una guerra,<br />

ninguno de nuestros generales estaría a la altura de él. En ese sentido reconozco su<br />

valor: es el mejor soldado del mundo. Además es un emperador y un autócrata, y yo no<br />

soy más que un representante elegido por la democracia británica. Y no es que nuestros<br />

demócratas británicos no quieran luchar; son capaces de rebanarles la cabeza a todos los<br />

turanios existentes. Pero hace falta mucho tiempo para convencerlos de que es preciso<br />

hacerlo, en tanto que él sólo necesita pronunciar una palabra y ponerse en marcha. Pero<br />

ustedes nunca podrán entenderse con él. Créame, no se sentirían tan a sus anchas en<br />

Turania como en nuestro país. Nosotros los entendemos. Los queremos. Somos gente<br />

sencilla, constituímos un pueblo rico. Eso les interesará. Teniéndolo todo en cuenta,<br />

Turania es un país pobre. No tiene la irrigación con que contamos nosotros. Además, y<br />

creo que esto les agradará, como tiene que agradarle a cualquier hombre de espíritu<br />

recto, somos cristianos.<br />

ZOZIM. -Los ancianos prefieren a los mahometanos.<br />

EL ENVIADO (escandalizado), - ¿Cómo?<br />

ZOZIM (con claridad). - Prefieren a los mahometanos. ¿Qué tiene eso de malo?<br />

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EL ENVIADO,-Es que es lo más desdichado que...<br />

EL CABALLERO (interrumpiendo diplomáticamente a su escandalizado yerno).-<br />

Me temo que no cabe duda de que, aferrándonos durante demasiado tiempo a las carac-<br />

terísticas envejecidas de las antiguas iglesias seudocristianas, hemos permitido a los<br />

mahometanos que se nos adelantaran en un período sumamente crítico del desarrollo del<br />

mundo oriental. Cuando se llevó a cabo la Reforma mahometana, dejó a sus fieles con la<br />

enorme ventaja de contar con la única religión establecida en el mundo en cuyos artículos de<br />

fe podía creer cualquier persona inteligente y educada.<br />

EL ENVIADO, -Pero, ¿y qué me dices de nuestra Reforma? No hay que hablar de ese<br />

modo, papá. Nosotros los imitamos, ¿no es cierto?<br />

EL CABALLERO, - Por desgracia, Ambrose, no pudimos imitarlos con bastante<br />

rapidez. No sólo teníamos que habérnoslas con una religión, sino, además, con una Iglesia.<br />

ZOZIM, -¿Qué es una Iglesia?<br />

EL ENVIADO, - ¿No sabe lo que es una iglesia? ¡Bueno! ...<br />

EL CABALLERO. -Tiene que perdonarme, pero si intentara explicárselo, me<br />

preguntaría qué es un obispo, y esa es una pregunta a la que ningún hombre mortal puede<br />

responder. Lo único que puedo decirle es que Mahoma fué un hombre realmente sabio.<br />

Porque fundó una religión sin Iglesia. Por consiguiente, cuando llegó el momento de la<br />

Reforma de las mezquitas, no había obispos ni curas que la impidieran. Nuestros obispos y<br />

sacerdotes nos pusieron obstáculos durante doscientos años, de modo que no pudimos<br />

seguirles el ejemplo, y desde entonces jamás recuperamos la ventaja que los mahometanos<br />

nos sacaron. Lo único que puedo aducir es que finalmente reformamos nuestra Iglesia. Es<br />

cierto que antes debimos llegar a algunos arreglos, como concesión al buen gusto, pero hoy<br />

hay ya muy poco en nuestros Artículos de Religión que no sea aceptado, por lo menos como<br />

alegóricamente cierto, por nuestra Crítica Superior.<br />

EL ENVIADO (alentador),-Además, ¿qué importancia tiene eso? ¡Pero si yo jamás he<br />

leído los Artículos, y eso que soy Primer Ministro! ¡Vamos, si mis servicios para disponer la<br />

recepción de una expedición colonizadora resultan aceptables, están a su disposición! Y<br />

cuando digo recepción, quiero decir recepción. ¡Honores reales, fíjese! ¡Una salva de ciento<br />

un cañones! ¡Las calles flanqueadas de tropas! ¡La Guardia formada ante el Palacio! ¡Cena en<br />

el Ayuntamiento!<br />

ZOZIM. - ¡Que me desalienten si entiendo lo que dice! Ojalá viniese Zoo: ella<br />

entiende estas cosas. Lo único que puedo decirles es que la opinión general entre los<br />

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colonizadores se muestra favorable a comenzar en un país en que la gente tenga un color de<br />

piel distinto del nuestro, de modo que podamos barrerlos sin correr el riesgo de cometer<br />

errores.<br />

EL ENVIADO. - ¿Qué quiere decir "barrerlos"? Espero que...<br />

ZOZIM (con afabilidad evidentemente fingida). ¡Oh!, nada, nada, nada. Pensamos<br />

empezar en Norteamérica, eso es todo. ¿Sabe?, los pieles rojas de ese país eran blancos antes.<br />

Pasaron por un período de tez cetrina, seguido por otro sin color alguno de la tez, para llegar<br />

a las características rojizas del clima. Además, en Norteamérica han ocurrido varios casos de<br />

longevidad. Vinieron a establecerse aquí, y muy pronto adquirieron de nuevo el color blanco<br />

original de estas islas.<br />

EL CABALLERO. -Pero, ¿no han pensado en la posibilidad de que la colonia de<br />

ustedes adquiera la piel roja?<br />

ZOZIM, -Eso no tendría importancia. No somos muy exigentes en punto de nuestra<br />

pigmentación. Los libros antiguos mencionan a ingleses de cara rojiza; en cierta época esa<br />

parece haber sido una característica común.<br />

EL CABALLERO (con tono sumamente persuasivo).¿Y piensan que serían<br />

populares en Norteamérica? Me parece, si me está permitido decirlo, que, según lo que<br />

usted mismo ha demostrado, necesitan un país en que la sociedad esté organizada en<br />

una serie de círculos altamente exclusivos, en la que la intimidad de la vida privada esté<br />

celosamente protegida y en la que nadie tenga la osadía de hablar con nadie sin una<br />

previa presentación, seguida de un estricto examen de credenciales sociales. Sólo en un<br />

país así es posible que personas de gustos y facultades especiales formen un pequeño<br />

mundo propio, absolutamente protegido de la intrusión de personas vulgares. Creo que<br />

puedo afirmar que la sociedad británica ha desarrollado a la perfección ese<br />

exclusivismo. Si nos hacen una visita y estudian el funcionamiento de nuestro sistema<br />

de castas, de nuestro sistema de clubs y de nuestro sistema de sindicatos, tendrán que<br />

admitir que en ninguna otra parte del mundo, y menos, por supuesto, en Norteamérica,<br />

que tiene una lamentable tradición de promiscuidad social, podrán mantenerse tan<br />

completamente aislados.<br />

ZOZIM (bonacbonamente turbado). - Escuche, de nada sirve que sigamos<br />

hablando. Es mejor que no se lo explique, pero a nuestros colonizadores no les importa<br />

qué clase de gente de vida breve puedan encontrar. Eso lo arreglaremos nosotros. No<br />

interesa cómo. Vayamos a hacer compañía a las señoras.<br />

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EL CABALLERO (despojándose de su actitud diplomática y abandonándose a la<br />

desesperación), - ¡Lo entendemos demasiado bien, señor! Y bien, ¡mátennos! Terminen<br />

con nuestras vidas, que ustedes han tornado tan miserablemente desdichadas al abrir<br />

para nosotros la posibilidad de que cualquiera pudiese vivir trescientos años. Maldigo<br />

solemnemente esa posibilidad. Para ustedes puede ser una bendición, porque ustedes<br />

viven trescientos años. Para nosotros, que vivimos menos de cien, que tenemos una<br />

carne más perecedera que la hierba, es la carga más insoportable bajo la cual haya<br />

gemido la pobre humanidad torturada.<br />

EL ENVIADO. - ¡Vamos, papá! ¡Calma! ¿De dónde sacas eso?<br />

ZOZIM. - ¿Qué son trescientos años? Bastante poco, si me lo preguntan a mí.<br />

¡Pero si en épocas anteriores ustedes vivían bajo la suposición de que durarían eterna-<br />

mente! ... Se consideraban inmortales. ¿Eran acaso más dichosos entonces?<br />

EL CABALLERO. -Como presidente de la Sociedad Histórica de Bagdad, estoy en<br />

situación de informarle que las comunidades que tomaron en serio esa monstruosa<br />

suposición fueron las más desdichadas de todas las que conocemos. Mi sociedad ha<br />

publicado una edición príncipe de las obras del padre de la historia, Tuciderodoto<br />

Macaulybuckle. ¿Han leído su relato de lo que se llamó -¡oh blasfemia!- la Perfecta<br />

Ciudad de Dios, y la tentativa hecha por Jonhobsodioso, llamado el Leviatán, para<br />

reproducirla en la parte norte de esta isla? Esa gente extraviada sacrificó el fragmento<br />

de vida que les había sido concedida, cambiándolo por una inmortalidad imaginaria.<br />

Crucificaron al profeta que les dijo que no pensaran en el mañana y que su Australia<br />

estaba allí y en ese momento. Australia era un término que significaba paraíso o eterna<br />

bienaventuranza. Trataron de producir en vida un estado de muerte, por medio de la<br />

mortificación de la carne, como ellos decían.<br />

ZOZIM. -Bueno, pero ustedes no sufren de eso, ¿no es cierto? No tienen ustedes un<br />

aspecto muy mortificado.<br />

EL CABALLERO. - Por supuesto, no somos absolutamente insanos y suicidas. Ello no<br />

obstante, nos imponemos abstinencias, disciplinas y estudios destinados a prepararnos para<br />

vivir tres siglos. Y muy pocas veces vivimos uno solo. Mi niñez fué innecesariamente<br />

penosa, mi juventud innecesariamente laboriosa, debido a los ridículos preparativos para una<br />

duración de vida que sólo tenía una probabilidad en cincuenta mil de alcanzar. Las alegrías y<br />

libertades naturales de la vida me han sido arrebatadas por este sueño, al que la existencia de<br />

estas islas y sus oráculos confieren una engañosa posibilidad de realización. Maldigo el día<br />

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en que fué inventada la longevidad, así como las víctimas de Jonhobsodioso maldijeron el día<br />

en que se inventó la vida eterna.<br />

ZOZIM. - ¡Bah! Si usted lo quisiera, podría vivir tres siglos.<br />

EL CABALLERO. - Eso es lo que los afortunados dicen siempre a los desdichados.<br />

Bien, pues no lo quiero. Acepto mis setenta años. Si son vividos útilmente, con justicia, con<br />

bondad, con buena voluntad; si constituyen la vida de un alma que jamás pierde su honra y de<br />

un cerebro que nunca pierde su agudeza, me bastan, porque estas cosas son infinitas y<br />

eternas, y porque puedo hacer que diez de mis años sean tan largos como treinta de los de<br />

ustedes. No terminaré diciendo "Vivan todo lo que quieran y malditos sean", porque en este<br />

momento me he elevado muy por encima de todo resentimiento hacia ustedes o hacia<br />

cualquier semejante; pero soy igual a ustedes ante esa eternidad en la que cualquier diferencia<br />

entre la vida de ustedes y la mía se parece a la que existe entre una y tres gotas de agua a los<br />

ojos del Poder Omnipotente del que hemos nacido unos y otros.<br />

ZOZIM (impresionado). -Muy bien dicho, papito. Aunque lo quisiera, no podría hablar<br />

de ese modo. Me ha parecido espléndido. ¡Ah, aquí vienen las señoras! (Para su alivio, éstas<br />

acaban de aparecer en el umbral del templo.)<br />

EL CABALLERO (pasando de la exaltación al desaliento). -No significa nada para<br />

él; en esta tierra de descorazonamiento, lo sublime se ha convertido en lo ridículo.<br />

(Volviéndose hacia el irremediablemente desconcertado Zozim.) "He aquí que has hecho<br />

mis días como de un palmo de largo; y mi edad es como nada en comparación con la tuya."<br />

LA HIJA (corriendo Papá, papá, no te pongas así.<br />

LA ESPOSA hacia él) ¡Oh, papá!, ¿qué ocurre?<br />

ZOZIM (con un encogimiento de hombros). - ¡Desaliento!<br />

EL CABALLERO (quitándose de encima a las mujeres con un soberbio gesto). -<br />

¡Mentiroso! (Recobrándose, agrega, con noble cortesía, mientras se quita el sombrero y<br />

hace una reverencia.) Le ruego que me perdone, señor, pero no estoy desalentado.<br />

ZOO. -Vengan. El oráculo está pronto. (Zozim les indica, con el báculo, el umbral del<br />

templo. El Enviado y el caballero se quitan el sombrero y entran en él de puntillas, detrás<br />

de Zoo. La esposa y la hija, asustadas y todo, levantan la cabeza altaneramente y los<br />

siguen con Paso firme, respaldadas por sus ropas domingueras y su importancia social.<br />

Zozim se queda en el pórtico, solo.)<br />

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ZOZIM (quitándose la peluca, la barba y la túnica, que enrolla y se pone bajo el<br />

brazo). - ¡Uf! (Se va.)<br />

ACTO III<br />

Dentro del templo. Una galería saliente que da a un abismo. Silencio de muerte.<br />

La galería está brillantemente iluminada, pero más allá hay una vasta oscuridad, que<br />

continuamente cambia en intensidad. Un haz de luz violeta trepa hacia arriba y de<br />

pronto suena un toque armonioso y argentino de carillón. Cuando cesa el sonido, el<br />

rayo violeta desaparece.<br />

Zoo atraviesa la galería, seguida por la esposa y la hija del Enviado y por el<br />

Enviado mismo. Luego viene el caballero. Los dos hombres llevan el sombrero en la<br />

mano, con el ala cerca de la nariz, como preparados para rezar dentro de ellos en<br />

cualquier momento. Zoo se detiene y todos la imitan. Contemplan con terror el vacío.<br />

Empieza a sonar una música de órgano, de la que en el siglo XIX se llamaba sacra. El<br />

terror de los visitantes se acentúa. El rayo violeta, que hasta ese momento era una<br />

difusa bruma, vuelve a subir del abismo.<br />

LA ESPOSA (a Zoo, en reverente susurro). - ¿Nos arrodillamos?<br />

ZOO (en voz alta). -Si quieren, sí. Y si les parece pueden ponerse cabeza abajo.<br />

(Se sienta con negligencia en la barandilla de la galería, de espaldas al abismo,)<br />

EL CABALLERO (escandalizado por su cinismo). - Queremos comportarnos<br />

dignamente.<br />

ZOO. - Bueno. Compórtense como quieran. Lo mismo da. Pero cuando<br />

aparezca la pitonisa no pierdan el tino, porque si no se olvidarán de las preguntas<br />

que han venido a formularle.<br />

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(muy nervioso, saca una<br />

EL ENVIADO (simultá- hoja de papel para refres-<br />

neamente) carse la memoria). ¡Ejem!<br />

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LA HIJA (alarmada) ¿La pitonisa?<br />

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¿Es una serpiente?<br />

EL CABALLERO. - ¡Por favor! La sacerdotisa del oráculo. Una sibila.<br />

Una profetisa. No una serpiente.<br />

LA ESPOSA. - ¡Qué espanto!<br />

ZOO.-Me alegro de que piense así.<br />

LA ESPOSA,-¡Oh, caramba! ¿Usted no opina lo mismo?<br />

ZOO. -No. Estas cosas se hacen para impresionarlos a ustedes, no a mí.<br />

EL CABALLERO, -En ese caso, me gustaría que permitiese que nos cause<br />

impresión. Yo me siento profundamente impresionado, pero usted, en cambio, me<br />

arruina el efecto.<br />

ZOO. -Espere un poco. Todo esto de las luces de colores y los acordes<br />

musicales del viejo órgano no es más que una pavada. Espere hasta que vea a la<br />

pitonisa. (La esposa del Enviado cae de rodillas y se refugia en la oración.)<br />

LA HIJA (temblando). -¿Es cierto que vamos a ver a una mujer que ha vivido<br />

trescientos años?<br />

ZOO. - ¡Simplezas! Si una terciaria los mirara apenas, se caerían muertos. El<br />

oráculo apenas tiene ciento setenta, y ya les resultará bastante difícil soportarla.<br />

LA HIJA (lastimera), - ¡Oh! (Cae de rodillas.)<br />

EL ENVIADO.- ¡Caramba! Quédate junto a mí, papá. Esto es más de lo que<br />

imaginaba. ¿Piensas arrodillarte, o qué?<br />

EL CABALLERO.-Quizá sería de mejor gusto. (Los dos hombres se arrodillan.<br />

Los vapores del abismo se espesan y de sus profundidades parece surgir algo así<br />

como el distante rodar de un trueno. La pitonisa, sentada en su trípode, asciende<br />

lentamente. Se ha quitado la túnica y el velo aisladores con que conversó con<br />

Napoleón y ahora está envuelta y encapuchada en los voluminosos pliegues de una<br />

tela blanco-grisácea. Hay en ella algo sobrenatural, que aterroriza a los espectadores,<br />

quienes se dejan caer de cara al suelo. La silueta de la mujer ondula y fluye. Por<br />

momentos se la ve casi con claridad, pero en seguida vuelve a ser vaga y borrosa. Por<br />

sobre todo, tiene mayor estatura que la común, no lo bastante como para ser medida<br />

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por la aturdida congregación, pero sí la suficiente como para inspirarles una<br />

espantosa sensación de su sobrenaturalidad.)<br />

ZOO. -Levántense, levántense. Un poco de compostura, por favor. (El Enviado<br />

y su familia se estremecen, como negando que tal cosa sea posible. El caballero con-<br />

sigue ponerse en cuatro patas.) Vamos, papito. No tenga miedo. Háblele. Ella no<br />

puede estarse aquí todo el día esperándolos.<br />

EL CABALLERO (se pone de pie, muy deferente).Señora, tiene que<br />

perdonarme la natural nerviosidad con que hablo, por primera vez en mi vida con<br />

una... una... una diosa. Mi amigo y pariente, el Enviado, no puede hablar. Me apoyo<br />

en la indulgencia de usted...<br />

ZOO (interrumpiéndolo, intolerante).-No se apoye en nada de ella, porque la<br />

atravesará y se quebrará la nuca. No es un cuerpo sólido como nosotros.<br />

EL CABALLERO. -Hablaba en sentido figurado ...<br />

ZOO. -Ya le han dicho que no lo haga. Pregúntele lo que quiera saber y<br />

hágalo rápido.<br />

EL CABALLERO (inclinándose y tomando por los hombros al Enviado<br />

postrado). -Ambrose, tienes que hacer un esfuerzo. No puedes volver a Bagdad sin<br />

las respuestas a tus preguntas.<br />

EL ENVIADO (arrodillándose).-Me alegraré mucho si puedo regresar con<br />

vida, en las condiciones que sea. Si mis piernas me sostuvieran, me haría una<br />

carrerita hasta el barco.<br />

EL CABALLERO. - No, no. Acuérdate de tu dignidad... EL ENVIADO. - ¡La<br />

dignidad puede irse al demonio! Estoy aterrorizado. ¡Sácame de aquí por amor de<br />

Dios! EL CABALLERO (extrayendo del bolsillo un frasco de coñac y<br />

destapándolo). -Prueba un poco de esto. ¡Todavía está casi lleno, gracias al cielo!<br />

EL ENVIADO (lo aferra y bebe con avidez).- ¡Ah, esto está mejor! (Trata de<br />

volver a beber. Al descubrir que ha vaciado el frasco, se lo devuelve, boca abajo, a<br />

su suegro.)<br />

EL CABALLERO (tomándolo).- ¡Caramba! ¡Se ha tragado un cuarto litro de<br />

coñac puro! (Preocupado, atornilla la tapa y se guarda el frasco.)<br />

EL ENVIADO (se pone de pie tambaleándose. Saca del bolsillo un papel y<br />

habla con ruidoso aplomo). - ¡Arriba, Molly! ¡Levántate, Eth! (Las dos mujeres se<br />

ponen de pie.) Quiero preguntar lo siguiente. (Consultando el papel.) ¡Ejem! La<br />

civilización está en crisis. Nos encontramos en una encrucijada. Nos hallamos al<br />

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borde del Rubicón. ¿Debemos zambullirnos? Una página ha sido arrancada ya del<br />

libro de la sibila. ¿Esperaremos hasta que se haya consumido todo el volumen? A<br />

nuestra derecha se encuentra el cráter del volcán; a nuestra izquierda, el precipicio.<br />

Un paso en falso, y nos precipitamos hacia la aniquilación, arrastrando con nosotros<br />

a toda la raza humana. (Hace una pausa para recuperar el aliento.)<br />

EL CABALLERO (animándose nuevamente bajo el familiar estímulo de la<br />

oratoria política). - ¡Muy bien, bravo!<br />

ZOO. -¡Está desvariando! Haga su pregunta mientras tenga todavía<br />

posibilidades de hacerla. ¿Qué quiere saber?<br />

EL ENVIADO (con tono protector, a la manera de un Primer Ministro<br />

debatiendo con un miembro sumamente joven de la oposición).-Una muchacha me<br />

hace una pregunta. Siempre me satisface el ver que los jóvenes se interesan por la<br />

política. Es una pregunta impaciente, pero práctica, inteligente. Me pregunta por qué<br />

queremos levantar una punta del velo que oculta el futuro a nuestra débil visión.<br />

ZOO.-No es cierto. Le pido que le diga al oráculo qué quiere, para que no tenga<br />

que estar sentada aquí todo el día.<br />

EL CABALLERO (con calor). - ¡Orden, orden!<br />

ZOO. - ¿Qué quiere decir "orden, orden"?<br />

EL ENVIADO. -Pido al augusto oráculo que escuche mi voz ...<br />

ZOO. -Parece que ustedes jamás se cansan de escucharse la voz, pero a<br />

nosotros eso no nos divierte. ¿Qué quiere?<br />

EL ENVIADO.-Quiero, jovencita, que se me permita proseguir sin ser objeto de<br />

indecorosas interrupciones. (Del abismo sube el lento rodar de un trueno.)<br />

EL CABALLERO. - ¡Ya ve! Hasta el oráculo está indignado. (Al Enviado.) No<br />

dejes que el grosero clamor<br />

de esta dama te reduzca al silencio, Ambrose. No le hagas caso. Continúa.<br />

LA ESPOSA DEL ENVIADO,-Ya no puedo aguantar más, Amby. Yo no he<br />

bebido coñac.<br />

LA HIJA (temblorosa),-En medio de los vapores veo serpientes retorciéndose.<br />

Tengo miedo del rayo. Termina, papá, o me moriré.<br />

EL ENVIADO (severo). -Silencio. El destino de la civilización británica está<br />

en juego. Ten confianza en mí. No temas. Como iba diciendo... ¿Qué decía?<br />

ZOO.-No sé. ¿Acaso lo sabe alguien?<br />

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elecciones.<br />

EL CABALLERO (con mucho tacto).-Creo que estabas llegando a la cuestión de las<br />

EL ENVIADO (tranquilizado), -Precisamente. Las elecciones. Pues bien,<br />

queremos saber esto: ¿tenemos que disolvernos en agosto o esperar a la próxima<br />

primavera?<br />

ZOO.- ¿Disolverse? ¿En qué? (Trueno.) ¡ah! Perdón. Eso quiere decir que el<br />

oráculo lo entiende y quiere que yo me calle.<br />

EL CABALLERO (con fervor). -Agradezco al oráculo. LA ESPOSA (a Zoo).<br />

- ¡Se lo tiene merecido!<br />

EL CABALLERO. - Antes de que el oráculo conteste, quisiera pedir permiso<br />

para exponer algunos de los motivos que hacen que, en mi opinión, el gobierno<br />

tenga que mantenerse hasta la primavera. En primer ... (Espantosos rayos y truenos.<br />

El caballero cae de bruces, pero como se incorpora de inmediato, aturdido, resulta<br />

claro que la conmoción no le ha hecho nada. Las damas se acurrucan, asustadas. El<br />

sombrero del Enviado es arrebatado de su cabeza, pero consigue atraparlo en el aire<br />

y lo retiene con ambas manos. Está temerariamente borracho, pero muy en sus<br />

cabales, ya que nunca habla en público sin tomar previamente algún estimulante..)<br />

EL ENVIADO (retirando una mano del sombrero para hacer el ademán de<br />

acallar la tempestad). -Suficiente. Sabemos aceptar una insinuación. Soy el jefe del<br />

Partido Chapucérico. Mi partido está en el poder. Yo soy el Primer Ministro. La<br />

oposición -los repugnantistas- han ganado todas las elecciones complementarias de<br />

los últimos seis meses. Han...<br />

EL CABALLERO (poniéndose penosamente de pie, con calor). -¡No por<br />

medios honrados! Valiéndose de sobornos y engaños, fomentando los más bajos<br />

prejuicios... (Sordo trueno.) Perdón ... (Guarda silencio.)<br />

EL ENVIADO. -Dejemos de lado los sobornos y las mentiras. El caso es que,<br />

aunque nuestros cinco años sólo expiran dentro de dos, nuestra mayoría<br />

desaparecerá en las elecciones complementarias anteriores a Pascuas. No podemos<br />

esperar. Tenemos que plantear algún problema que excite al público y llamar a<br />

elecciones en torno a esa cuestión. Pero algunos de nosotros opinan que hay que<br />

hacerlo ahora. Otros dicen que hay que esperar hasta la primavera. No hemos<br />

podido decidirnos en un sentido ni en otro. ¿Qué aconseja usted?<br />

ZOO. -Pero, ¿cuál es el problema que debe excitar a su público?<br />

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EL ENVIADO.-Eso no tiene importancia. Todavía no lo sé. Ya lo<br />

encontraremos. El oráculo puede ver el futuro, nosotros no. (Trueno.) ¿Qué<br />

significa eso? ¿Qué he hecho ahora?<br />

ZOO (con severidad). - ¿Cuántas veces habrá que decirle que nosotros no<br />

vemos el futuro? El futuro no existe hasta que se convierte en presente.<br />

EL CABALLERO. -Permítame que haga notar, señora, que cuando el Partido<br />

Chapucérico consultó hace quince años al oráculo, éste profetizó que los<br />

chapucéricos triun<br />

farían en las elecciones generales; y así fué. De manera que es evidente que el<br />

oráculo puede ver el futuro y a veces está dispuesto a revelarlo.<br />

EL ENVIADO. -Muy cierto. Gracias, papá. Apelo ahora, jovencita, por sobre<br />

usted, directamente al Augusto Oráculo, para que repita el insigne favor dispensado<br />

a mi ilustre predecesor, sir Rudo Solano, y me conteste tal como le contestó a él.<br />

(El oráculo levanta la mano para pedir silencio.)<br />

TOPOS. - ¡Shhh! (Trombones invisibles lanzan tres solemnes toques, a la<br />

manera de La Flauta Mágica.) EL CABALLERO. - ¿Me permiten?.. .<br />

ZOO (rápidamente). -Cállese. El oráculo va a hablar. EL ORÁCULO. -<br />

Vuélvete a tu casa, tonto. (Desaparece y el ambiente cambia, inundándose de<br />

prosaica luz diurna. Zoo desciende de la barandilla, se quita la túnica y se la mete<br />

bajo el brazo. Se ha disipado la magia y el misterio. Las mujeres se ponen de pie. Los<br />

componentes del grupo del Enviado se miran entre sí, atónitos.)<br />

ZOO.-La misma respuesta, palabra por palabra, que su ilustre predecesor,<br />

como usted lo llama, recibió hace quince años. Usted la pidió y ya la tiene. ¡Con<br />

tantas preguntas importantes que habría podido formular! ... Ella las habría<br />

contestado, ¿sabe? Pero siempre sucede lo mismo. Iré a disponer las cosas para el<br />

viaje de regreso de ustedes. Pueden esperarme en el vestíbulo de entrada. (Sale.)<br />

EL ENVIADO. - ¿Por qué se me habrá ocurrido pedir la misma respuesta que<br />

recibió el viejo Solano?<br />

EL CABALLERO. - Pero no fué la misma respuesta. La respuesta a Solano fué<br />

una inspiración para nuestro partido durante muchos años. Con ella ganamos la<br />

elección.<br />

LA HIJA DEL ENVIADO. - Yo la aprendí en la escuela, abuelo. No fué la<br />

misma. Puedo repetirla. (Recita.) "Cuando Gran Bretaña se encontraba todavía<br />

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en su cuna, en el Oeste, el viento solano la endureció y la hizo grande. Mientras<br />

domine el solano, Gran Bretaña prosperará. El solano destruirá a los enemigos<br />

de Gran Bretaña en el día de la conquista. Que los repugnantistas se cuiden de<br />

él."<br />

EL ENVIADO.-El viejo inventó todo eso. Ahora me doy cuenta. Cuando<br />

vino a consultar al oráculo era un viejo asno, en plena chochez. El oráculo,<br />

naturalmente, le dijo "Vuélvete a tu casa, tonto". Carece de sentido que me lo<br />

haya dicho a mí también. Pero como dijo la muchacha, yo lo pedí. ¿Qué otra<br />

cosa podía hacer el viejo, salvo inventar una respuesta digna de ser publicada?<br />

Hubo rumores al respecto, pero nadie los creyó. Ahora yo los creo.<br />

EL CABALLERO. - ¡Oh!, no puedo admitir que sir Rudo Solano haya sido<br />

capaz de semejante fraude.<br />

EL ENVIADO. -Era capaz de cualquier cosa; yo conocí a su secretario<br />

privado. ¿Y ahora qué diremos? No supondrás que volveré a Bagdad a decirle al<br />

imperio británico que el oráculo me trató de tonto, ¿verdad?<br />

EL CABALLERO, -Indudablemente, tenemos que decir la verdad, por<br />

dolorosa que pueda ser para nuestros sentimientos.<br />

EL ENVIADO.-No estoy pensando en mis sentimientos. No soy tan<br />

egoísta, gracias a Dios. Pienso en el país, en nuestro partido. La verdad, como tú<br />

la llamas, pondría a los repugnantistas en el gobierno durante los próximos<br />

veinte años. Yo quedaría políticamente liquidado. Y no es que eso me importe;<br />

estoy perfectamente dispuesto a retirarme, si se puede encontrar a un hombre<br />

mejor que yo para reemplazarme. No vacilen por mí.<br />

EL CABALLERO. - No, Ambrose; tú eres indispensable. No hay otro.<br />

EL ENVIADO. - Está bien. ¿Y qué piensas hacer?<br />

EL CABALLERO. -Mi querido Ambrose, el jefe del partido eres tú, no yo.<br />

¿Qué piensas hacer tú?<br />

EL ENVIADO. -Diré la verdad exacta; eso es lo que haré. ¿Me tomas por<br />

un embustero?<br />

EL CABALLERO (intrigado). - ¡Oh!, perdóname. Me pareció que habías<br />

dicho que...<br />

EL ENVIADO (interrumpiéndolo).-Me oíste decir que volvería a Bagdad<br />

y le diría al electorado británico que el oráculo me repitió, palabra por palabra,<br />

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lo que hace quince años le dijo a sir Rudo Solano. Molly y Ethel pueden<br />

confirmar lo que digo. Y tú también, si eres un hombre honrado. Vamos. (Sale,<br />

seguido por su esposa y su hija.)<br />

EL CABALLERO (a solas, se convierte en un hombre viejo y desolado).<br />

-¿Qué puedo hacer? Soy un anciano sumamente perplejo y acongojado. (Cae de<br />

rodillas y tiende las manos, suplicante, hacia el abismo.) Invoco al oráculo. No<br />

puedo volver y ser cómplice de una mentira blasfema. Imploro un consejo. (La<br />

pitonisa entra en la galería, por detrás de él, y lo toca en el hombro. Su<br />

estatura es ahora natural. Tiene la cara oculta por la capucha. Él respinga,<br />

como golpeado por una corriente eléctrica, se vuelve hacia ella y se acurruca,<br />

cubriéndose los ojos, aterrorizado.) No, no se acerque tanto a mí. Temo no<br />

poder soportarlo.<br />

EL ORÁCULO (con grave conmiseración), -Vamos, míreme. Ahora soy<br />

de estatura normal; lo que vió allí no fué más que una tonta imagen mía,<br />

proyectada sobre una nube. ¿En qué puedo ayudarlo?<br />

EL CABALLERO. -Han regresado para mentir acerca de la respuesta de usted. Yo<br />

no puedo ir con ellos. No puedo vivir entre personas para quienes nada es real. Durante<br />

mi estada aquí me he vuelto incapaz para ello. Le imploro que me permita quedarme.<br />

EL ORÁCULO, -Amigo mío, si se queda con nosotros morirá de desaliento.<br />

EL CABALLERO. - Y si vuelvo moriré de disgusto y desesperación. Elijo el<br />

riesgo más noble. Le ruego que no me eche. (La toma de la tánica y la retiene.)<br />

EL ORÁCULO. -Tenga cuidado. Hace ciento setenta años que yo estoy aquí. Su<br />

muerte no significa para mí lo que puede significar para usted.<br />

EL CABALLERO, -El significado de la vida, no el de la muerte, es el que hace que<br />

el regreso me resulte tan terrible.<br />

EL ORÁCULO, -Sea, pues. Puede quedarse. (Le ofrece las manos. Él las toma y<br />

se levanta un poco, aferrándose a ella, Ella lo mira directamente al rostro. El caballero<br />

se torna rígido; una pequeña convulsión lo estremece. Suelta al oráculo y cae muerto,<br />

La pitonisa contempla el cadáver.) ¡Pobre ser de vida breve! ¿Qué otra cosa podía hacer<br />

por ti?<br />

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PARTE V<br />

HASTA DÓNDE PUEDE ALCANZAR EL PENSAMIENTO<br />

Una tarde de verano del año 31.920. Un claro soleado, en la ladera meridional de una<br />

colina boscosa. En la ladera occidental se ven los escalones y el pórtico de columnas de un<br />

delicado templete clásico. Entre éste y la colina, un camino ascendente, que llega hasta las<br />

alturas arboladas, comienza con toscos escalones de piedra cubiertos de musgo, En el lado<br />

opuesto, un bosquecillo. En el centro del claro, un altar en forma de una baja mesa de<br />

mármol, largo como un hombre, ubicado paralelamente a los escalones del tempo y dirigido<br />

hacia la colina. Bancos curvos, de mármol, irradian de él hacia el primer término del<br />

escenario, pero sin unirse a él. Hay lugar de sobra para pasar entre el altar y los bancos.<br />

Un grupo de jóvenes y doncellas está bailando. La música es proporcionada por unos<br />

pocos flautistas sentados negligentemente en los escalones del templo. No hay niños, y<br />

ninguno de los bailarines parece tener menos de dieciocho años de edad. Algunos de los<br />

jóvenes tienen barba. Su vestimenta, como la arquitectura del teatro y el diseño del altar y<br />

de los bancos curvos, parece ser griega, del siglo IV a. de C., libremente interpretada. Se<br />

mueven con perfecto equilibrio y notable gracia, describiendo una figura parecida a una f<br />

arándola. No hacen cabriolas ni se abrazan como nosotros.<br />

Al terminar la primera cadencia golpean las manos para interrumpir a los músicos,<br />

que recomienzan con una zarabanda, durante la cual aparece una extraña figura en el<br />

sendero de atrás del templete. Viene profundamente ensimismada, con los ojos cerrados y<br />

los pies buscando automáticamente los toscos escalones irregulares, mientras desciende<br />

con lentitud por ellos. Salvo una especie de faldilla de lino, que consiste en un cinto del<br />

que cuelgan un bolso de cuero y algunos bolsillos más pequeños, va desnuda. Por su<br />

robustez física y su apostura erguida, parece estar en la flor de la edad, y ni sus ojos ni su<br />

boca muestran señales de vejez. Pero su rostro, aunque pleno y de carnes firmes, está<br />

cubierto de una red de arrugas, que van desde los surcos profundos hasta las más finas<br />

reticulaciones de líneas, como si el Tiempo hubiese trabajado cada centímetro de la piel,<br />

incesantemente, a lo largo de períodos geológicos enteros. Su cráneo, delicadamente<br />

redondo, es completamente calvo. Salvo las pestañas, carece por completo de pilosidades.<br />

No tiene conciencia de lo que lo rodea y tropieza con una de las parejas que bailan,<br />

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separándola. Vuelve en sí y mira en su derredor. La pareja se detiene, indignada. Los<br />

demás también dejan de bailar. Cesa la música. El joven a quien ha empujado lo aborda<br />

sin malicia, pero sin nada de lo que nosotros llamaríamos buenos modales.<br />

EL JOVEN. - Y bien, anciano sonámbulo, ¿por qué no abres los ojos y te fijas por<br />

dónde caminas?<br />

EL ANCIANO (suave, tranquilo e indulgente). -No sabía que hubiese un colegio de<br />

niños, o no habría venido para este lado. No siempre se pueden evitar tales accidentes.<br />

Continúen jugando; yo me iré.<br />

EL JOVEN, - ¿Por qué no te quedas con nosotros,<br />

para gozar de la vida aunque sea una vez? Te enseñaremos a bailar.<br />

EL ANCIANO, -No, gracias. Ya bailé cuando era un niño como tú. El baile es un<br />

intento sumamente grosero de adaptarse al ritmo de la vida. A mí me resultaría penoso<br />

volver de ese ritmo a las pueriles zapatetas de ustedes; en rigor no podría hacerlo<br />

aunque lo intentara. Pero cuando se tiene la edad de ustedes es agradable, y lamento<br />

haberlos molestado.<br />

EL JOVEN. -¡Vamos, admítelo! ¿No te sientes desdichado? Es espantoso verlos a<br />

ustedes, los ancianos, siempre solos, sin advertir nunca lo que ocurre, sin bailar jamás,<br />

sin reír, ni cantar, ni sacar nada de la vida. Ninguno de nosotros será así cuando<br />

crezcamos. Es una vida de perros.<br />

EL ANCIANO. - De ningún modo. Repites esa vieja frase sin saber que otrora<br />

hubo en la tierra una criatura llamada perro. Los que se interesan por el estudio de las<br />

formas de vida extinguidas pueden decirte que esa criatura amaba el sonido de su propia<br />

voz y brincaba cuando se sentía feliz, tal como lo hacen ustedes aquí. Ustedes, hijos<br />

míos, son los que viven una vida de perros.<br />

EL JOVEN. -El perro debe de haber sido, entonces, una criatura buena y sensata;<br />

le da a uno un ejemplo muy sabio. Ustedes tendrían que abandonarse un poco, de tanto<br />

en tanto, y divertirse un rato.<br />

EL ANCIANO.-Hijos míos, confórmense con dejar que nosotros, los ancianos,<br />

sigamos nuestro camino y disfrutemos a nuestra manera. (Se vuelve para irse.)<br />

LA DONCELLA. - ¡Pero espera un momento! ¿Por qué no nos dices cómo haces<br />

para divertirte? Seguramente tienes placeres secretos, que nos ocultas y de los cuales<br />

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jamás te cansas. Yo estoy cansada de todas nuestras danzas y todas nuestras melodías.<br />

Me aburren todas mis parejas.<br />

EL JOVEN (con suspicacia). -¿De veras? Lo tendré en cuenta. (Se miran unos a<br />

otros, como si lo que la doncella acaba de decir tuviese un significado siniestro.)<br />

natural.<br />

LA DONCELLA. -Todos nos sentimos lo mismo; ¿a qué fingir que no es así? Es<br />

VARIOS JÓVENES. -¡No, no! No es cierto. No es natural.<br />

EL ANCIANO.-Veo que eres mayor que ellos. Estás creciendo.<br />

LA DONCELLA. - ¿Cómo lo sabes? No parezco mucho más vieja, ¿no es cierto?<br />

EL ANCIANO. - ¡Oh!, no te había mirado. Tu aspecto no me interesa.<br />

LA DONCELLA. -Gracias. (Todos ríen.)<br />

EL JOVEN. - ¡Viejo chocho! Apuesto a que no conoce la diferencia que existe entre<br />

un hombre y una mujer.<br />

EL ANCIANO.-Hace tiempo que esa diferencia ha dejado de interesarme en la<br />

forma en que les interesa a ustedes. Y cuando algo deja de interesarnos, ya no lo<br />

conocemos.<br />

LA DONCELLA.-No me has dicho todavía en qué se me ve la edad. Esto es lo que<br />

quiero saber. En rigor de verdad, soy mayor que este jovencito; mayor de lo que él cree.<br />

¿Cómo lo adivinaste?<br />

EL ANCIANO. - Muy fácilmente. Estás dejando de fingir que todos estos juegos<br />

infantiles -esto de bailar, cantar y formar parejas- no se vuelven aburridos e in-<br />

satisfactorios al cabo de un tiempo. Y ya no te agrada fingir que tienes menos edad que la<br />

verdadera. Esos son los signos de la adolescencia. Y luego están estos fantásticos trapos<br />

en que te has envuelto. (Levanta con la mano una punta de la vestimenta de ella.) Están<br />

bastante raídos. ¿Por qué no te pones un vestido nuevo?<br />

LA DONCELLA. - ¡Oh!, no lo había advertido. Además, es demasiada molestia.<br />

Las ropas son un fastidio. Pienso que algún día las eliminaré como hacen ustedes, los<br />

ancianos.<br />

EL ANCIANO.-Señales de madurez. Pronto abandonarás todos esos juguetes y<br />

juegos y golosinas.<br />

EL JOVEN. - ¡Qué! ¿Para ser tan desdichados como tú? EL ANCIANO, -Chiquillo,<br />

un momento del éxtasis de la vida, tal como la vivimos nosotros, te derribaría en tierra,<br />

muerto. (Sale gravemente, cruzando el bosquecillo, Todos lo siguen con la mirada, con el<br />

ánimo apagado.)<br />

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EL JOVEN (a los músicos). -Sigamos bailando. (Los músicos menean la cabeza, se<br />

levantan de los escalones y se alejan, juntos, en dirección del templo. Los otros los<br />

siguen, con excepción de la doncella, que se sienta en el altar. El joven, volviéndose en<br />

los escalones.) ¿No vienes, Cloe? (La doncella sacude negativamente la cabeza. El joven<br />

regresa presurosamente , a su lado,) ¿Qué ocurre? LA DONCELLA (trágicamente<br />

pensativa).-No sé.<br />

EL JOVEN.-Entonces es que ocurre algo. ¿Es eso lo que quieres decir?<br />

LA DONCELLA.-Sí. Algo me está sucediendo. Pero no sé qué.<br />

EL JOVEN. -Ya no me amas. Hace un mes que lo advierto.<br />

LA DONCELLA. - ¿No te parece que todo esto es bastante tonto? No podemos<br />

seguir como si estas cosas, estos bailes y coqueteos fuesen todo lo que hay en el mundo.<br />

vivir?<br />

EL JOVEN. - ¿Acaso hay algo mejor? ¿Qué otra cosa hay por la que valga la pena<br />

LA DONCELLA, - ¡Oh, pavadas! No seas frívolo.<br />

EL JOVEN. - Algo espantoso te está ocurriendo. Estás perdiendo el espíritu, los<br />

sentimientos. (Se sienta en el altar, junto a ella, y oculta el rostro entre las manos.) Me<br />

siento amargamente desdichado.<br />

LA DONCELLA.- ¡Desdichado! De veras, tienes que tener la cabeza muy vacía si<br />

no hay en ella otra cosa que una danza con una muchacha que no es nada mejor que<br />

cualquier otra.<br />

EL JOVEN. -No siempre has pensado así. Antes solías sentirte ofendida cuando yo<br />

miraba siquiera a otra muchacha.<br />

LA DONCELLA. - ¿Qué importancia tiene lo que hacía cuando era una chiquilla?<br />

Para mí no existía entonces otra cosa que lo que tocaba, gustaba y veía. Y todo eso lo<br />

quería para mí, tal como quería la luna para jugar con ella. Ahora el mundo se abre para<br />

mí. Más que el mundo; el universo. Hasta las cosas más pequeñas se convierten en cosas<br />

grandes y se vuelven intensamente interesantes. ¿Has pensado alguna vez en las<br />

propiedades de los números?<br />

EL JOVEN (enderezándose, notoriamente desencantado), - ¡Los números! No<br />

puedo imaginarme nada más seco ni repulsivo.<br />

LA DONCELLA. - Son fascinantes, sencillamente fascinantes. Quiero alejarme de<br />

nuestros eternos bailes y música, y quedarme sentada a solas, pensando en los números.<br />

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EL JOVEN (poniéndose de pie, indignado).- ¡Oh!, esto es demasiado. Ya hace<br />

tiempo que tenía sospechas de ti. Todos sopechamos de ti. Las muchachas dicen que nos<br />

has engañado en cuanto a tu edad, que tu pecho se está achatando, que te aburres con<br />

nosotros, que cuando encuentras la oportunidad, hablas con los ancianos. Díme la verdad,<br />

¿qué edad tienes?<br />

LA DONCELLA. - El doble de la tuya, pobre amigo mío.<br />

EL JOVEN. - ¡El doble de la mía! ¿Quieres decir que ya tienes cuatro años?<br />

LA DONCELLA. - Casi cuatro.<br />

EL JOVEN (se desploma en el altar con un gemido). - ¡Oh<br />

LA DONCELLA.-Mi pobre Estrefón, si fingí tener dos años fué por ti. Ya los tenía<br />

cuando tú naciste. Te vi salir de tu cascarón, ¡y eras un niño tan encantador! Corrías de un<br />

lado a otro, hablabas con nosotros de una manera tan graciosa, y eras tan hermoso y<br />

crecido, que inmediatamente te entregué mi corazón. Pero parece que ahora lo he perdido<br />

del todo; cosas más grandes se están apoderando de mí. Aun así, durante el primer año<br />

fuimos felices a nuestro modo, como chiquillos, ¿no es cierto?<br />

ESTREFÓN.-Yo fuí dichoso hasta que comenzaste a enfriarte con respecto a mí.<br />

LA DONCELLA.-No con respecto a ti, sino en relación con todas las trivialidades<br />

de nuestra vida aquí. Piensa un poco. Tengo cientos de años de vida por delante; quizá<br />

miles. ¿Te parece que puedo pasarme siglos enteros bailando, escuchando cómo las<br />

flautas ejecutan variaciones sobre unos pocos temas y unas pocas notas, desvariando<br />

acerca de la belleza de unas pocas columnas y unos pocos arcos, componiendo tontas<br />

rimas, tirada en cualquier parte, con tus brazos rodeándome el cuerpo, cosa que ni es<br />

cómoda ni resulta conveniente; escogiendo eternamente colores para vestidos,<br />

probándomelos, lavándolos; dedicándome a sentarme junto a ustedes, a horas fijas, para<br />

absorber mis alimentos; bebiendo con éstos algunos pequeños venenos que nos pongan lo<br />

bastante delirantes como para creer que estamos gozando; y luego teniendo que pasar la<br />

vida en refugios, acostados en camastros y perdiendo la mitad de nuestra vida en un<br />

estado de inconsciencia. El sueño es una cosa vergonzosa; hace varias semanas que no<br />

duermo. Por la noche, cuando ustedes yacían completamente insensibles -y eso, digo yo,<br />

es una cosa repugnante-, me escurría hacia los bosques y vagaba por ellos, pensando,<br />

pensando, pensando, tratando de entender el mundo, desmontándolo pieza por pieza,<br />

volviendo a armarlo, ideando métodos, planeando experimentos para poner a prueba los<br />

métodos y divirtiéndome en grande. Todas las mañanas he vuelto aquí con mayor<br />

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repugnancia, y ahora sé que muy pronto llegará el momento -quizás ha llegado ya- de que<br />

no regrese.<br />

ESTREFÓN. -¡Cuán horriblemente frío e incómodo! LA DONCELLA. - ¡Oh, no me<br />

hables de comodidad! La vida no vale la pena de vivirse si tienes que preocuparte por la<br />

comodidad. La comodidad convierte el invierno en una tortura, la primavera en una<br />

enfermedad, el verano en una opresión y el otoño sólo en una tregua. Los ancianos, si<br />

quieren, podrían convertir la vida en una larga y ociosa comodidad. Pero jamás levantan<br />

siquiera un dedo para conseguirlo. No duermen bajo techo. No se visten; un cinturón con<br />

unos pocos bolsillos para llevar algunas cosas en ellos es todo lo que usan. Se sientan en<br />

el musgo húmedo o sobre una mata de aliaga, aunque a dos metros haya brezo seco. Hace<br />

dos años, cuando tú naciste, yo no lo entendía. Ahora siento que no daría ni dos pasos por<br />

todas las comodidades del mundo.<br />

un brazo.)<br />

ESTREFÓN. -¡No sabes lo que representa esto! ...<br />

Quiere decir que estás muriendo para mí; sí, muriendo. Escúchame. (La rodea con<br />

LA DONCELLA (liberándose del abrazo),-Por favor. Podemos hablar<br />

perfectamente sin tocarnos.<br />

ESTREFÓN (horrorizado). - ¡Cloe! ¡Oh, este es el peor síntoma de todos! Los<br />

ancianos jamás se tocan entre sí.<br />

LA DONCELLA. - ¿Y por qué habrían de hacerlo?<br />

ESTREFÓN. - ¡Oh!, no sé. Pero, ¿tú no quieres tocarme? Antes te agradaba.<br />

LA DONCELLA. -Sí, es verdad. Solíamos pensar que sería hermoso dormir el uno<br />

en brazos del otro; pero jamás conseguíamos dormirnos, porque el peso del cuerpo nos<br />

interrumpía la circulación de la sangre por encima de los codos. Entonces, no sé cómo,<br />

mis sentimientos comenzaron a cambiar poco a poco. Seguí sintiendo una especie de<br />

interés por tu cabeza y tus brazos, mucho después de haber perdido el interés por todo tu<br />

cuerpo. Y ahora incluso eso ha desaparecido.<br />

ESTREFÓN. - ¿Entonces ya no te importo nada?<br />

LA DONCELLA.- ¡Simplezas! Me importas mucho más seriamente que antes;<br />

aunque quizá no seas tú mismo el que me interesa en especial. Quiero decir que ahora me<br />

importan todos. Pero no deseo tocarte innecesariamente; y por cierto que tampoco quiero<br />

que tú me toques.<br />

ESTREFóN (poniéndose de pie, decidido).-Ya entiendo. Te desagrado.<br />

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LA DONCELLA (impaciente).-Te repito que no se trata de desagrado. Pero me<br />

aburres cuando no puedes entenderme. Y pienso que en el futuro seré más feliz a solas.<br />

Será mejor que te busques una nueva compañera. ¿Qué hay de la muchacha que debe<br />

nacer hoy?<br />

ESTREFÓN. -No quiero a la muchacha que debe nacer hoy. ¿Qué sé yo cómo<br />

será? Te quiero a ti.<br />

LA DONCELLA. - Pues no puedes tenerme. Tienes que reconocer los hechos y<br />

encararlos. No tiene sentido correr detrás de una mujer que te dobla en edad. No puedo<br />

hacer que mi niñez se prolongue para complacerte. La edad del amor es dulce, pero es<br />

breve, y yo tengo que pagar la deuda de la naturaleza. Ya no me atraes, y no me importa<br />

si tampoco te atraigo yo a ti. A mi edad el crecimiento es demasiado rápido; estoy<br />

madurando de semana en semana.<br />

ESTREFÓN. -Estás madurando, como lo llamas tú -yo lo llamo envejecer-, de<br />

minuto en minuto. Estás yendo mucho más lejos que cuando com e nzamos esta<br />

conversación.<br />

LA DONCELLA.-Lo rápido no es el envejecimiento, sino la conciencia que se<br />

tiene de él cuando ha ocurrido. Y ahora que me he hecho a la idea de haber dejado atrás<br />

la niñez, lo siento con cada palabra que digo.<br />

ESTREFÓN. -Pero, ¿y tu juramento? ¿Lo has olvidado? Juramos todos juntos en<br />

el templo, el templo del amor. Y tú juraste con más sinceridad que todos nosotros.<br />

LA DONCELLA (con una sonrisa melancólica). - ¡Juramos que jamás dejaríamos<br />

que nuestros corazones se enfriaran! ¡Que nunca llegaríamos a ser como los ancianos!<br />

¡Que jamás dejaríamos que la lámpara sagrada se extinguiera! ¡Que nunca olvidaríamos<br />

ni cambiaríamos! ¡Que seríamos recordados eternamente como el primer grupo de<br />

verdaderos amantes que se mantuvieron fieles a este juramento tantas veces hecho y<br />

violado por generaciones anteriores! ¡Ja, ja! ¡Oh, vaya!<br />

ESTREFÓN.-Bueno, no tienes por qué reírte. Es un hermoso y sagrado convenio,<br />

y yo lo cumpliré mientras viva. ¿Lo violarás tú?<br />

LA DONCELLA.-Mi querido niño, se ha violado por sí mismo. El cambio se ha<br />

producido a pesar de mi juramento infantil. (Se pone de pie.) ¿Te molestaría que vaya a<br />

pasear por el bosque a solas? Esta conversación me parece una insoportable pérdida de<br />

tiempo. Tengo tanto en qué pensar...<br />

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ESTREFóN (desplomándose nuevamente en el altar y cubriéndose los ojos con las<br />

manos).-Mi corazón está destrozado. (Solloza,)<br />

LA DONCELLA (encogiéndose de hombros).-Por suerte he atravesado mi niñez<br />

sin conocer esa experiencia. Cosa que demuestra cuán prudente fui al elegir a un amante<br />

que tuviese la mitad de mi edad. (Se encamina hacia el bosquecillo, y está a punto de<br />

desaparecer entre los árboles cuando otro joven, de más edad y más viril que Estrefón, de<br />

cabello crespo y robustos brazos, sale del templo y la llama desde el umbral,)<br />

EL JOVEN, -Oye, Cloe, ¿no ha venido todavía la anciana? La hora del nacimiento<br />

ya ha pasado. La criatura patalea como enloquecida. Romperá su cascarón prema-<br />

turamente.<br />

LA DONCELLA (mira hacia el sendero de la colina. Luego señala hacia arriba y<br />

dice.) Ya viene, Acis. (Se interna en el bosquecillo y se pierde de vista entre los árboles,)<br />

ACIS (acercándose a Estrefón). - ¿Qué ocurre? ¿Cloe te ha tratado mal?<br />

ESTREFÓN. -Ha crecido, a despecho de todas sus promesas. Nos engañó en<br />

cuanto a su edad. Tiene cuatro años.<br />

ACIS. - ¡Cuatro! Lo siento, Estrefón. Yo mismo estoy<br />

a punto de cumplir los tres, y ya sé lo que es la vejez. Me molesta tener que<br />

decirte "ya te lo había dicho", pero ella se estaba poniendo un poco dura; el pecho se le<br />

aplanaba y se hacía más delgada, ¿verdead<br />

ESTREFÓN (desesperado).- ¡No sigas, por favor! Acis. -Recóbrate. Hoy<br />

tendremos un día atareado. Primero el nacimiento. Luego el festival de los artistas.<br />

ESTREFÓN (poniéndose de pie). -¿De qué sirve nacer, si luego decaemos<br />

convirtiéndonos en monstruos artificiales, empedernidos, que no saben lo que es el<br />

amor ni la alegría, en sólo cuatro breves años? ¿De qué utilidad nos son los artistas, si<br />

no pueden dar vida a sus hermosas creaciones? Tengo muchas ganas de morir y terminar<br />

con todo esto para siempre. (Se sienta, melancólico, en el extremo del banco curvo más<br />

alejado del teatro. Mientras Estrefón se lamenta, una anciana ha descendido por el<br />

sendero de la colina, escuchando casi todas las quejas del joven. Se parece al anciano, es<br />

igualmente calva e igualmente carente de atractivos sexuales, pero intensamente<br />

interesante y un tanto aterradora. Su sexo sólo se revela en su voz, ya que su pecho es<br />

masculino y su cuerpo, en todo sentido, no muy distinto del de un hombre. No lleva<br />

ropas; va envuelta, más bien descuidadamente, en una túnica ceremonial, y lleva dos<br />

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herramientas parecidas a largas sierras delgadas. Llega hasta el altar y se ubica entre los<br />

dos jóvenes.)<br />

LA ANCIANA (a Estrefón). -Chiquillo, apenas estás al comienzo de todo eso. (A<br />

Acis.) ¿Está esa criatura lista para nacer?<br />

Acis. -Más que lista, anciana. Gritando, pataleando y maldiciendo. Le hemos<br />

pedido que se quede quieta y espere, pero, naturalmente, sólo entiende a medias y se<br />

muestra muy impaciente.<br />

LA ANCIANA.-Muy bien. Sáquenla al sol.<br />

ACIS (entra rápidamente en el templo).-Bien. Vamos. (En el templo resuena una<br />

alegre música de procesión.)<br />

LA ANCIANA (acercándose a Estrefón), -Mírame.<br />

ESTREFÓN (con el rostro malhumoradamente vuelto hacia otro lado). -Gracias,<br />

pero no quiero que me cures. Prefiero ser desdichado a mi modo y no insensible al tuyo.<br />

LA ANCIANA. - ¿Te agrada ser desdichado? Pronto te curarás de eso también.<br />

(Vuelve al altar, La procesión, encabezada por Acis, sale del templo. Seis jóvenes llevan<br />

sobre los hombros un bulto cubierto con una bonita tela liviana, Delante de ellos, algunas<br />

doncellas, funcionarias del templo, llevan una túnica nueva, jarros de agua, fuentes de<br />

plata agujereadas, toallas e inmensas esponjas. Los demás portan varas encintadas y<br />

arrojan flores por el camino. El bulto es depositado en el altar y le quitan la tela que lo<br />

cubre. Es un enorme huevo. La anciana saca los brazos de abajo de la túnica y coloca las<br />

sierras en el altar, al alcance de la mano, con movimientos prácticos), - ¿Una niña, has<br />

dicho?<br />

ACIS. - Sí.<br />

EL PORTADOR DE LA TÚNICA, - ¡Qué lástima! ¿Por qué no nacen más chicos?<br />

VARIOS JÓVENES (protestando). - ¡De ningún modo! ¡Más chicas! ¡Queremos<br />

más chicas!<br />

UNA VOZ DE NIÑA DESDE EL HUEVO.- ¡Déjenme salir! ¡Déjenme salir!<br />

¡Quiero nacer! ¡Quiero nacer! (El huevo se tambalea,)<br />

Acis (tomando una vara de manos de uno de los otros y golpeando el huevo con<br />

ella), - ¡Te he dicho que te calles! Espera. Ya nacerás.<br />

EL HUEVO. - ¡No, no! ¡En seguida, en seguida! ¡Quiero nacer! ¡Quiero<br />

nacer! (Violentos pataleos desde el huevo, que se balancea tan fuertemente, que es<br />

preciso que los portadores lo sostengan en el altar.)<br />

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LA ANCIANA. -Silencio. (La música cesa y el huevo se queda quieto. La<br />

anciana toma sus dos sierras y con un par de movimientos abre el huevo. La recién<br />

nacida, una hermosa muchacha, cuya edad sería calculada, en nuestra época, en<br />

diecisiete años, se incorpora en el cascarón quebrado, exquisitamente fresca y<br />

rosada, pero con filamentos de albúmina adheridos todavía a varias partes de su<br />

cuerpo. Inmediatamente las doncellas ponen manos a la obra, algunas vertiendo agua<br />

sobre ella, desde las jarras a las fuentes perforadas; otras secándola con toallas.<br />

Entretanto, los jóvenes hacen pedazos el cascarón a golpes de vara, riendo ante la<br />

recién nacida, que ríe a su vez, imitándolos. El portador de la túnica la viste, y luego<br />

la ponen de pie y se adelantan danzando, mientras ella copia sus movimientos lo<br />

mejor que puede. Acis y la anciana avanzan con ellos, él todavía a la derecha de la<br />

niña, la anciana a la izquierda.) ¿Qué nombre han elegido para ella?<br />

ACIS. - Amarilis.<br />

LA ANCIANA (a la recién nacida). -Te llamas Amarilis.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¿Qué quiere decir?<br />

UN JOVEN. - Amor.<br />

UNA DONCELLA. -Madre.<br />

OTRO JOVEN. - Lirios.<br />

LA RECIÉN NACIDA (a Acis). - ¿Cómo te llamas tú?<br />

ACIS. - Acis.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - Te amo, Acis. Necesito tenerte solamente para mí.<br />

Tómame en tus brazos.<br />

ACIS. - Despacio, jovencita. Tengo tres años de edad.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¿Qué importancia tiene eso? Te amo, y quiero tenerte,<br />

o si no volveré a mi cascarón. Acis.-No puedes. Está roto. Mira. (Señala a Estref ón,<br />

que ha permanecido en su asiento, sin contemplar el nacimiento, envuelto en su<br />

congoja.) ¡Fíjate en ese pobre individuo!<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¿Qué le pasa?<br />

ACIS.-Al nacer eligió como novia a una muchacha que tenía dos años más que<br />

él. Ahora él tiene dos años de edad; y el corazón se le ha destrozado porque ella<br />

tiene cuatro. Eso significa que ella ha crecido, como esta anciana, y lo ha<br />

abandonado. Si tú me eliges a mí, tendremos un solo año de felicidad, antes de que<br />

mi propio crecimiento te destroce el corazón. Mejor será que elijas el más joven que<br />

puedas encontrar.<br />

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LA RECIÉN NACIDA.-No elegiré a nadie sino a ti. No tienes que crecer. Nos<br />

amaremos eternamente. (Todos ríen.) ¿De qué se ríen?<br />

LA ANCIANA. -Escucha, niña. . .<br />

LA RECIÉN NACIDA. -¡No te acerques a mí, vieja espantosa! Me asustas.<br />

ACIS. -Dale un instante de tiempo. Todavía no es muy razonable. ¿Qué se<br />

puede esperar de una niña que tiene menos de cinco minutos de edad?<br />

LA RECIÉN NACIDA. -Creo que ahora me siento más razonable. Es claro que<br />

era demasiado joven cuando dije eso, pero dentro de mi cabeza todo está cambiando<br />

con mucha rapidez. Me agradaría que me explicaran las cosas.<br />

ACIS (a la anciana). - ¿Te parece que está bien? (La anciana mira a la recién<br />

nacida con expresión de crítica, le palpa las protuberancias craneanas como un<br />

frenólogo, le aprieta los músculos y le sacude los miembros. Le examina los dientes,<br />

le observa los ojos durante un momento y finalmente se separa de ella con aire de haber<br />

terminado su tarea.)<br />

en mí?<br />

LA ANCIANA.-Está bien. Puede vivir. (Todos agitan sus varas y gritan de alegría.)<br />

LA RECIÉN NACIDA (indignada). - ¡Puedo vivir! ¿Y si algo hubiera andado mal<br />

LA ANCIANA. -Los niños en quienes algo anda mal no viven aquí, hija mía. La<br />

vida no es barata entre nosotros. Pero tú no habrías sentido nada.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¿Quiere decir que me habrían asesinado?<br />

LA ANCIANA. -Esa es una de las extrañas palabras que los recién nacidos traen<br />

consigo del pasado. Mañana la olvidarás. Y ahora escucha. Te esperan cuatro años de<br />

infancia. No serás muy feliz, pero te interesará y divertirá lo novedoso del mundo, y tus<br />

compañeros aquí presentes te enseñarán a mantenerte en una imitación de dicha durante<br />

tus cuatro años, por medio de lo que ellos llaman artes, deportes y placeres. Lo peor de<br />

tus molestias ha pasado ya.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¡Cómo ¿En cinco minutos?<br />

LA ANCIANA. - No, en el huevo has estado creciendo durante dos años.<br />

Comenzaste por ser varias criaturas que ya no existen, aunque conservamos fósiles de<br />

ellas. Luego te hiciste ser humano y pasaste, en quince meses, por un desarrollo que<br />

otrora costaba a los seres humanos veinte años de torpes tambaleos en pos de la madurez,<br />

después de haber nacido. Después tenían que pasarse cincuenta años en la especie de<br />

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niñez que tú completarás en cuatro. Y después morían de decadencia. Pero tú no tienes<br />

por qué morir hasta que te ocurra tu accidente.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¿Cuál es mi accidente?<br />

LA ANCIANA. -Tarde o temprano caerás y te quebrarás el cuello, o un árbol se<br />

desplomará sobre ti, o te herirá un rayo. Una u otra cosa tiene que terminar contigo algún<br />

día.<br />

LA RECIÉN NACIDA. -Pero, ¿por qué tiene que sucederme alguno de esos<br />

accidentes?<br />

LA ANCIANA. -No hay por qué. Sucede. Todo le sucede a todo el mundo, más<br />

tarde o más temprano, si hay tiempo suficiente. Y para nosotros hay toda una eternidad.<br />

LA RECIÉN NACIDA. -Nada tiene por qué suceder obligatoriamente. jamás oí<br />

semejante tontería. Yo sabré cómo cuidarme.<br />

jamás.<br />

LA ANCIANA. -Eso es lo que crees.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - No lo creo; lo sé. Gozaré de la vida por siempre y siempre<br />

LA ANCIANA. - Si resultaras ser una persona de infinita capacidad, encontrarías<br />

sin duda que la vida es infinitamente interesante. Pero ahora la único que tienes que hacer<br />

es jugar con tus compañeros. Ellos tienen muchos juguetes bonitos, como ves: un teatro,<br />

cuadros, imágenes, flores, telas de vivos colores, música. Y, por sobre todo, se tienen a sí<br />

mismos. Porque el juguete más divertido para un niño es otro niño. Al cabo de cuatro<br />

años, tu mentalidad cambiará; te volverás razonable. Y entonces se te investirá de poder.<br />

trizas.<br />

LA RECIÉN NACIDA, -Pero yo quiero el poder ahora mismo.<br />

LA ANCIANA.-No me cabe duda: para poder jugar con el mundo, haciéndolo<br />

LA RECIÉN NACIDA. - Sólo para ver cómo está hecho. Volvería a armarlo, y<br />

quedaría mejor que antes.<br />

LA ANCIANA. -Hubo una época en que a los niños se les daba el mundo, porque<br />

prometían mejorarlo. No<br />

lo mejoraron; y lo habrían hecho pedazos si su poder hubiese sido tan grande como<br />

el que ejercerás cuando dejes de ser una niña. Hasta ese momento tus jóvenes compañeros<br />

te enseñarán todo lo que sea necesario. No se te prohibe que hables con los ancianos, pero<br />

será mejor que no lo hagas, ya que la mayoría de ellos han agotado hace tiempo todo el<br />

interés que puede haber en observar a los niños y conversar con ellos. (Se vuelve para<br />

irse.)<br />

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LA RECIÉN NACIDA. - Espere. Hábleme de algunas de las cosas que debo o no<br />

debo hacer. Siento la necesidad de educarme. (Todos se ríen de ella, salvo la anciana.)<br />

LA ANCIANA. -Mañana se te habrá pasado. Haz como te plazca. (Se va, subiendo<br />

por el sendero. Los funcionarios recogen todo lo que han traído, juntamente con los<br />

fragmentos de cascarón, y lo llevan al templo.)<br />

ACIS. -Imagínate. Esa vieja vive desde hace setecientos años, y todavía no ha<br />

sufrido su accidente fatal. Y no está cansada en lo más mínimo de todo esto.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¿Cómo puede nadie cansarse de la vida?<br />

ACIS -Pues se cansan. Es decir, se cansan de vivir la misma vida. Consiguen<br />

producirse maravillosos cambios. A veces los encuentras con varias cabezas de más, y<br />

con muchos brazos y piernas. Uno podría desternillarse de risa de sólo verlos. La mayoría<br />

de ellos se han olvidado de cómo se habla; los que nos cuidan tienen que repasar sus<br />

conocimientos del idioma una vez por año. Que yo sepa, nada les produce impresión<br />

alguna. jamás se divierten. No sé cómo pueden aguantarlo. Ni siquiera concurren a<br />

nuestros festivales artísticos. Esa anciana que te hizo salir de tu cascarón se ha ido por<br />

ahí, a meditar y no hacer nada, aunque sabe que hoy es el Día del Festival.<br />

LA RECIÉN NACIDA, - ¿Qué es el Día del Festival?<br />

ACIS. - Dos de nuestros más grandes escultores nos traerán sus últimas obras<br />

maestras, y nosotros los coronaremos de flores, entonaremos ditirambos dedicados a ellos<br />

y danzaremos en su derredor.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¡Qué divertido! ¿Qué es un escultor?<br />

ACIS. -Escucha, jovencita. Tienes que descubrir las cosas por ti misma y no hacer<br />

preguntas. Durante uno o dos días deberás mantener abiertos los ojos y los oídos, y la<br />

boca cerrada. A los niños se los debe ver, pero no oír.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¿A quién llamas jovencita? Ya tengo todo un cuarto de<br />

hora de edad. (Se sienta en el banco curvo, al lado de Estrefón, con su aire más maduro.)<br />

VOCES EN EL TEMPLO (expresando protesta, desaliento, disgusto).- ¡Oh! ¡Oh!<br />

¡Escandaloso! ¡Vergonzoso! ¡Deshonroso! ¡Qué porquería! ¿Es una broma? ¡Pero si son<br />

ancianos! ¡Puf! ¿Estás loco, Arjíllax? Esto es una ofensa. Un insulto. ¡Bah! (Etcétera,<br />

etcétera. Los descontentos aparecen en la escalinata, gruñendo.)<br />

ACIS. - ¡Hola!, ¿qué ocurre? (Se dirige batía los escalones del templete. Los dos<br />

escultores salen del templo; uno tiene una barba de medio metro de largo; el otro es<br />

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imberbe. Entre los dos viene una hermosa ninfa de marcadas facciones, cabello negro<br />

ricamente ondulado y porte autoritario.)<br />

LA NINFA AUTORITARIA (llega corriendo al centro del claro, con los escultores,<br />

y se coloca entre Acis y la recién nacida).-No trates de amedrentarme, Arjíllax, sólo<br />

porque tengas unas manos habilidosas. ¿No sabes tocar la flauta?<br />

ARJÍLLAX (el escultor barbudo de su derecha).-No,<br />

Ecrasia, no sé. ¿Qué tiene que ver eso? (Habla con tono entre burlón e impaciente,<br />

completamente resuelto a no tomarla en serio, a pesar de la belleza y el tono imponente<br />

de la joven.)<br />

ECRASIA. -Bueno, ¿has vacilado alguna vez en criticar a nuestros mejores<br />

tañedores de flauta y en afirmar si su música era buena o mala? ¿No tengo yo, entonces,<br />

el mismo derecho a criticar tus bustos, aunque no sepa hacerlos, lo mismo que tú no sabes<br />

tocar la flauta?<br />

ARJÍLLAX. -Cualquier tonto puede tocar la flauta, o cualquier otra cosa, si practica<br />

el tiempo necesario. Pero la escultura es un arte creador, no una simple cuestión de soplar<br />

en un tubo. El escultor tiene que tener en sí algo de dios. De su mano surge una forma que<br />

refleja un espíritu. No lo hace para complacerte a ti, ni siquiera para complacerse a sí<br />

mismo, sino porque tiene que hacerlo. Y tú tienes que aceptar lo que él te dé, o dejarlo, si<br />

no eres digna de ello.<br />

ECRASIA (despectiva).- ¡Que no soy digna de ello!... ¡Ja! ¿Y no podría ser que lo<br />

dejara a un lado porque no fuese digno de mí?<br />

eso?<br />

ARJÍLLAX. - ¿De ti? ¡Contén tu tonta lengua, farsante engreída! ¿Qué sabes tú de<br />

ECRASIA. - Sé lo que sabe toda persona de cultura: que la función del artista es<br />

crear belleza. Hasta hoy tus obras han estado plenas de belleza, y yo siempre fui la<br />

primera en señalarlo.<br />

ARJÍLLAX. - Permíteme que no te lo agradezca. La gente tiene ojos, ¿verdad?, para<br />

ver lo que está tan claro como el sol en el cielo, sin necesidad de que tú lo señales.<br />

ECRASIA. -Pues a ti te gustaba que lo señalara. Entonces no me llamabas farsante<br />

engreída. Me ahogabas a caricias. Me modelaste como el genio del arte protegiendo la<br />

infancia de tu maestro Martellus. (Señala al otro escultor. Éste, oyente silencioso y<br />

meditativo, se estremece y menea la cabeza, pero no dice nada.)<br />

ARJÍLLAX (pendenciero). -Tu conversación me engañó.<br />

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ECRASIA. - Yo descubrí tu talento antes que nadie. ¿Es cierto eso o no?<br />

ARJÍLLAX.-Todos sabían que era una persona extraordinaria. Cuando nací, mi<br />

barba tenía noventa centímetros de largo.<br />

ECRASIA. -Sí, y desde entonces se ha encogido; ahora tiene cincuenta. Por lo que<br />

parece, tu talento estaba en el último cuarto metro de tu barba, porque has perdido las dos<br />

cosas.<br />

MARTELLUS (con una especie de cloqueo irónico).¡Él! ... Mi barba tenía un<br />

metro de largo cuando nací, y un rayo la quemó y mató a la anciana que me daba a luz.<br />

Sin un solo cabello en la barbilla, me convertí en el más grande escultor de diez<br />

generaciones.<br />

ECRASIA. - Y sin embargo hoy te presentas ante nosotros con las manos vacías.<br />

Tendremos que coronar a Arjíllax, porque ningún otro escultor exhibe ninguna obra.<br />

ACIS (volviendo de los escalones del templo y colocándose detrás del banco<br />

curvo, a la derecha de los tres). - ¿Por qué riñen, Ecrasia? ¿Por qué te has disgustado con<br />

Arjíllax?<br />

ECRASIA. -¡Me insultó! ¡Nos ofendió! ¡Profanó su arte! Ya sabes cuántas<br />

esperanzas teníamos depositadas en los doce bustos que dejó en el templo para que fueran<br />

descubiertos hoy. Bueno, vé y échales una ojeada. Eso es todo lo que puedo decirte. (Se<br />

sienta en el banco, delante de Acis, que queda inclinado sobre ella.)<br />

Acis. -No soy un gran juez en materia de esculturas. El arte no es mi especialidad.<br />

¿Qué tienen los bustos de malo?<br />

ECRASIA. - ¿Qué tienen de malo? En lugar de ser ninfas y jóvenes idealmente<br />

bellos, son estudios horriblemente realistas de. . . Pero, de veras, no tengo fuerzas para<br />

pronunciar la palabra. (La recién nacida, llena de curiosidad, corre al templo y atisba en el<br />

interior.)<br />

ACIS. - ¡Oh, por favor, Ecrasia! No creo que seas tan remilgada. ¿Estudios de qué?<br />

LA RECIÉN NACIDA (desde los escalones del templo). - De ancianos.<br />

Acis (sorprendido, pero no escandalizado), - ¿De ancianos?<br />

ECRASIA. -Sí, de ancianos. El único tema que por consenso universal de nuestros<br />

conocedores está absolutamente excluido de las bellas artes. (A Arjíllax.) ¿Cómo puedes<br />

defender semejante procedimiento?<br />

ARJÍLLAX.-Si vamos a eso, ¿qué interés se puede encontrar en las estatuas de<br />

ninfas tontamente risueñas y de jovenzuelos en estúpidas actitudes que ustedes meten por<br />

todas partes?<br />

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ECRASIA. - No preguntabas eso cuando tu mano era todavía lo bastante hábil para<br />

modelarlos.<br />

ARJÍLLAX. - ¡Hábil! ¡Idiota presuntuosa! ¡Pero si podría<br />

hacer esas cosas por decenas, con los ojos vendados y una mano atada a la espalda! ¿Pero<br />

de qué servirían? Me aburren, y los aburrirían a ustedes si tuviesen un poco de sensatez.<br />

Vayan y miren mis bustos. Mírenlos una y otra vez, hasta recibir la plena impresión de<br />

intensidad de pensamiento que ha quedado estampada en ellos. Y vuelvan luego a las<br />

empalagosas golosinas que llaman esculturas, a ver si pueden soportar su insulsa<br />

vaciedad.<br />

(Sube impetuosamente al altar.) Escúchenme todos. Y tú, Ecrasia, guarda silencio, si<br />

eres capaz de guardarlo. ECRASIA. - El silencio es la más perfecta expresión del<br />

desprecio. ¡Desprecio! Eso es lo que siento hacia tus repugnantes bustos.<br />

ARJÍLLAX. - ¡Tonta! ... Los bustos no son más que el comienzo de un poderoso<br />

plan. Escuchen. Acis.-Adelante, viejo. Te escuchamos. (Martellus se deja caer en el<br />

césped, junto al altar. La recién nacida se sienta en los escalones del templo, con la barbilla<br />

apoyada en las manos, presta a devorar el primer discurso de su vida. Los demás se quedan<br />

de pie o sentados, a sus anchas.)<br />

ARJÍLLAX, - Con los documentos que generaciones de niños rescataron de la<br />

estúpida negligencia de los ancianos ha llegado hasta nosotros una fábula que, como<br />

muchas otras, no es una cosa que se haya hecho en el pasado, sino una pobre cosa que<br />

debe hacerse en el futuro. Se trata de una leyenda de un ser sobrenatural llamado el<br />

arcángel Miguel.<br />

LA RECIÉN NACIDA. -¿Es un relato? Quiero escuchar un relato. (Baja corriendo<br />

la escalinata y se sienta en el altar, a los pies de Arjíllax.)<br />

ARJÍLLAX, - El arcángel Miguel era un gran escultor y pintor. Descubrió en el<br />

centro del mundo un templo a la diosa del centro, llamada Mediterránea. Ese templo<br />

estaba atestado de tontos cuadros de niños bonitos, como los que Ecrasia aprueba.<br />

Acis.- ¡Juego limpio, Arjíllax! Si ella tiene que quedarse callada, déjala tranquila.<br />

ECRASIA. - No interrumpiré, Acis. ¿Por qué no habría de preferir la juventud y la<br />

belleza a la vejez y la fealdad?<br />

ARJÍLLAX. -Muy bien. Pues el arcángel Miguel era de mi opinión, no de la tuya.<br />

Empezó pintando en el techo a los recién nacidos, en toda su infantil belleza. Pero cuando<br />

terminó no quedó satisfecho, porque el templo no era más imponente que antes, a no ser<br />

porque había en esos recién nacidos una energía y una promesa de cosas mejores que ningún<br />

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otro artista había logrado expresar. De manera que pintó, en torno a esos recién nacidos, todo<br />

un grupo de ancianos, que en esos días se llamaban profetas y sibilas y cuya majestuosidad<br />

consistía solamente en el pensamiento en su grado máximo de intensidad. Y a través de las<br />

edades se reconoció esa pintura como la cumbre y obra maestra del arte. Es claro que<br />

nosotros no podemos creer literalmente en tal leyenda. No es más que eso: una leyenda. No<br />

creemos en los arcángeles; y resulta absurda la idea de que hace treinta mil años existieran la<br />

escultura y la pintura, y de que incluso hubiesen alcanzado la gloriosa perfección que con-<br />

quistaron entre nosotros. Pero los hombres pueden por lo menos aspirar a aquello que no les<br />

es posible realizar. Se conforman fingiendo que fué realizado en una edad de oro del pasado.<br />

Esta espléndida leyenda perduró porque seguía viviendo, como un deseo, en el corazón de los<br />

más grandes artistas. El templo de Mediterránea jamás fué construido en el pasado y el<br />

arcángel Miguel no existió. Pero hoy el templo está aquí. (Señala el pórtico.) Y el hombre<br />

está aquí. (Se golpea en el pecho.) Yo, Arjíllax, soy ese hombre. Pondré en vuestro teatro<br />

imágenes de recién nacidos que puedan satisfacer incluso el apetito de belleza de Ecrasia. Y<br />

las rodearé de ancianos más augustos que cualquiera de los que se pasean por nuestros<br />

bosques.<br />

MARTELLUS (como antes).- ¡Ja!<br />

ARJÍLLAX (picado). - ¿Por qué te ríes, tú que has venido con las manos vacías y,<br />

según parece, con la cabeza también vacía?<br />

ECRASIA (se pone de pie, indignada.) - ¡Oh, qué vergüenza! Te atreves a burlarte de<br />

Martellus, que es veinte veces tu maestro...<br />

ACIS. -Cállate, ¿quieres? (La toma de los hombros y la obliga a sentarse<br />

nuevamente.)<br />

MARTELLUS. - Que se burle todo lo que quiera, Ecrasia. (Incorporándose.) Mi pobre<br />

Arjíllax, yo también tuve ese sueño. Yo también descubrí un día que mis encantadoras<br />

imágenes se habían vuelto insulsas, carentes de interés, tediosas, que eran un desperdicio de<br />

tiempo y materiales. También yo perdí el deseo de modelar miembros, y sólo conservé el<br />

interés por cabezas y caras. También yo hice bustos de anciano, pero no tuve tu valentía. Los<br />

hice en secreto y los mantuve ocultos de todos ustedes.<br />

ARJÍLLAX (baja de un salto del altar, detrás de Martellus, en su sorpresa y<br />

excitación), - ¿Hiciste bustos de ancianos? ¿Dónde están, hombre? ¿Dejas que te convenzan<br />

Ecrasia y los tontos que se imaginan que ella habla con autoridad? Coloquémoslos todos<br />

junto a los míos, en el teatro. Yo te he abierto el camino, y ya ves que no me ha pasado nada.<br />

MARTELLUS. -Imposible. Están hechos pedazos. (Se levanta riendo.)<br />

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Topos. - ¡Destrozados!<br />

ARJÍLLAX. - ¿Quién los rompió?<br />

MARTELLUS.-Yo mismo. Por eso me reía. Y tú romperás los tuyos antes de que<br />

hayas completado una docena de ellos. (Va hacia el extremo del altar y se sienta junto a la<br />

recién nacida.)<br />

ARJÍLLAX. - ¿Por qué?<br />

MARTELLUS. -Porque no puedes darles vida. Un anciano vivo es mejor que una<br />

estatua muerta. (Toma a la recién nacida y la sienta en sus rodillas. Ella se siente halagada<br />

y reacciona voluptuosamente.) Cualquier cosa viviente es mejor que lo que sólo finge<br />

estar vivo. (A Arjíllax.) Tu desilusión con tus obras de belleza es sólo el comienzo de tu<br />

desilusión acerca de las imágenes de todo tipo. A medida que tu mano se torne más hábil<br />

y tu cincel corte más profundamente, te esforzarás por acercarte cada vez más a la verdad<br />

y a la realidad, desechando la fugaz añagaza carnal y haciendo imágenes del espíritu, que<br />

son las que fascinan eternamente. Pero, ¿cómo puede una inspiración tan noble<br />

satisfacerse con una imagen cualquiera, aunque se trate de una imagen de la verdad? Al<br />

final, la conciencia intelectual que te arrancó de lo que es fugaz en el arte para llevarte a<br />

lo que es eterno en él, tendrá que arrancarte por completo del arte, porque el arte es falso<br />

y sólo la vida es verdadera. (La recién nacida le echa los brazos al cuello y lo besa<br />

entusiastamente. Martellus se pone de pie, la lleva al banco de su izquierda, la deposita<br />

junto a Estrefón como si fuese nana prenda de vestir y continúa hablando sin el menor<br />

cambio de tono.) Dale la forma que quieras, el mármol seguirá siendo mármol, y la<br />

imagen esculpida no será más que un ídolo. Así como yo he roto mis ídolos y arrojado<br />

mis cinceles y herramientas de modelar, así también tú romperás tus bustos.<br />

ARJÍLLAX, - Jamás.<br />

MARTELLUS. -Espera, amigo. No he venido con las manos vacías, como crees.<br />

Por el contrario, he traído una obra de arte como jamás has visto otra igual, y me acom-<br />

paña un artista que nos ha superado más de lo que nosotros superamos a nuestros<br />

competidores.<br />

superadas.<br />

ECRASIA. -Imposible. Las más grandes producciones artísticas no pueden ser<br />

ARJÍLLAX, - ¿Y quién es ese dechado a quien declaras más grande que yo?<br />

MARTELLUS. - Lo declaro más grande que yo mismo, Arjíllax.<br />

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ARJÍLLAX (frunciendo el entrecejo).-Entiendo. En lugar de salvarme de que me<br />

ahogue, estás dispuesto a tomarme de la cintura y saltar conmigo por la borda.<br />

ACIS. - ¡Oh, dejen de reñir! Es lo peor que tienen ustedes, los artistas. Están<br />

siempre reunidos en pequeñas camarillas, disputando. Y las peores camarillas son aque-<br />

llas formadas por un solo hombre. ¿Quién es ese nuevo individuo que se arrojan el uno a<br />

la cara del otro?<br />

ARJÍLLAX. -Pregúntaselo a Martellus, no a mí. Yo no lo conozco. (Se separa de<br />

Martellus y se sienta junto a Ecrasia, a la izquierda de ésta.)<br />

MARTELLUS. - Lo conoces bastante bien. Es Pigmalión.<br />

ECRASIA (indignada). - ¡Pigmalión! ¡Esa criatura desalmada! ¡Un hombre de<br />

ciencia! ¡Una persona de laboratorio!<br />

ARJÍLLAX. - ¿Que Pigmalión ha producido una obra de arte? Has perdido el juicio<br />

artístico. El hombre es absolutamente incapaz de modelar siquiera la uña de un pulgar, y<br />

no hablemos ya de una figura humana.<br />

MARTELLUS. -Eso no tiene importancia. Yo le he hecho el modelado.<br />

ARJÍLLAX. - ¿Qué quieres decir?<br />

MARTELLUS (llamando). - ¡Pigmalión! ¡Ven! (Pigmalión, un joven robusto, de<br />

rostro tallado en planos horizontales y con una perpetua sonrisa de ansioso y benévolo<br />

interés en todo lo que le rodea, y de esperanza de igual interés por parte de todos los<br />

demás, sale del templo y llega hasta el centro del grupo, cuyos componentes lo<br />

contemplan con miedo, como temiendo que los aburra. Ecrasia se muestra francamente<br />

despectiva.) Amigos, es una lástima que Pigmalión sea físicamente incapaz de exhibir<br />

nada sin pronunciar primero un discurso para explicarlo. Pero les prometo que, si tienen<br />

paciencia, les mostrará las dos más maravillosas obras de arte del mundo entero y que<br />

ellas contendrán algo de mi mejor artesanía. Permítanme que agregue que les inspirará<br />

una repugnancia que los curará para siempre de la demencia del arte. (Se sienta junto a<br />

la recién nacida, quien hace un mohín y le vuelve la espalda, demostración que él ni<br />

siquiera advierte. Pigmalión, con la sonrisa de un bobo y la ávida confianza de un hombre<br />

de ciencia fanático, sube torpemente al altar. Todos se preparan para lo peor.)<br />

PIGMALIÓN. -Amigos míos, prescindiré del álgebra...<br />

ACIS.- ¡Gracias a Dios!<br />

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PIGMALIÓN (continuando).-... porque Martellus me arrancó la promesa de que lo<br />

haría así. Para ir al grano, he conseguido fabricar seres humanos artificiales. Seres<br />

humanos verdaderos, vivos, quiero decir.<br />

VOCES INCRÉDULAS. - ¡Oh, vamos! ¡Cuéntanos otro! ¡Qué exageración! ¡Sal<br />

de aquí! ¡No es posible! ¡Qué mentira!<br />

PIGMALIÓN. -Les digo que sí. Se los haré ver. Ya se ha hecho otras veces. Uno<br />

de los más antiguos documentos que poseemos menciona una tradición de un biólogo<br />

que extrajo de la tierra ciertos minerales, no especificados, y, según la extraña expresión<br />

del propio documento, "insufló en sus narices el aliento de la vida". Esa es la única<br />

tradición de las épocas primitivas que podemos considerar como realmente científica.<br />

Existen documentos posteriores que especifican los minerales con gran precisión,<br />

detallando incluso los pesos atómicos, pero son absolutamente anticientíficos, porque<br />

pasan por alto el elemento vital que diferencia a un organismo vivo de una simple<br />

mezcla de sales y gases. Estas mezclas se hicieron una y mil veces en los toscos<br />

laboratorios de las Edades Tontas-Hábiles, pero no se obtuvo nada de ellas hasta que el<br />

ingrediente que el antiguo cronista llamó el aliento de la vida les fué agregado por ese<br />

notabilísimo primer experimentador. En mi opinión, él fué el fundador de la ciencia<br />

biológica.<br />

ARJÍLLAX.-¿Es eso todo lo que sabemos sobre él? No es mucho, ¿verdad?<br />

PIGMALIÓN. -Hay algunos fragmentos de cuadros y documentos que lo<br />

presentan paseándose por un jardín y aconsejando a la gente que cultive su huerto. Su<br />

nombre ha llegado hasta nosotros en distintas formas. Una de ellas es Jehová. Otra,<br />

Voltaire.<br />

ECRASIA. -Tu Voltaire nos aburre hasta el frenesí. ¿Qué puedes decirnos de tus<br />

seres humanos? AxJíLLAx.-Sí, háblanos de ellos. PIGMALIÓN.-Les aseguro que estos<br />

detalles son altamente interesantes. (Gritos de "¡No! ¡No lo son! ;Que hable de los seres<br />

humanos! Conspuez Voltaire! ¡Más breve, Pig!" lo interrumpen desde todas partes.)<br />

Pronto los verán. Les prometo que no los haré esperar mucho tiempo. Nosotros, los<br />

hijos de la ciencia, sabemos que el universo está lleno de fuerzas, poderes y energías de<br />

una u otra clase. La savia que trepa en un árbol, la piedra unida en una estructura<br />

cristalina definida, el pensamiento de un filósofo que mantiene su cerebro en forma y<br />

funcionamiento con una energía inconcebiblemente poderosa, el ansia de evolución:<br />

todas estas fuerzas pueden ser utilizadas por nosotros. Por ejemplo, yo empleo la fuerza<br />

de la gravitación cuando pongo una piedra en mi túnica para evitar que el viento se la<br />

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lleve cuando me estoy bañando. Reemplazando la piedra por máquinas adecuadas, hemos<br />

esclavizado no sólo la gravitación, sino también la electricidad y el magnetismo, la<br />

atracción, repulsión y polarización atómicas, etc. Pero hasta ahora la fuerza vital se nos<br />

escapaba de entre las manos, de modo que ella misma tuvo que crear sus máquinas. Creó<br />

y desarrolló estructuras óseas de la fuerza necesaria, revistiéndolas de tejidos celulares de<br />

tan sorprendente sensibilidad, que los órganos que éstos forman adaptan su acción a todas<br />

las variaciones normales del aire que respiran, los alimentos que digieren y las cir-<br />

cunstancias acerca de las cuales tienen que pensar. Sin embargo, ya que estos cuerpos<br />

vivos, como nosotros los llamamos, no son, en fin de cuentas, más que máquinas, tiene<br />

que ser posible construirlos mecánicamente.<br />

ARJÍLLAX.-Todo es posible. La cuestión es: ¿los has construido tú?<br />

PIGMALIÓN. - Sí. Pero eso no es más que un hecho. Lo interesante es la<br />

explicación del hecho. Perdónenme por decirlo, pero es una lástima que ustedes, los<br />

artistas, carezcan de intelecto.<br />

ECRASIA (sentenciosa).-No lo admito. Los artistas adivinan por medio de la<br />

inspiración todas las verdades que los llamados hombres de ciencia rebuscan en sus la-<br />

boratorios, lenta y penosamente, mucho tiempo después.<br />

...<br />

Pigmalión.<br />

ARJÍLLAX (a Ecrasia, pendenciero).-¿Qué sabes tú de eso? Tú no eres una artista<br />

ACIS. - ¿Quieren callarse, los dos? Veamos los hombres artificiales. Preséntalos,<br />

PIGMALIÓN. -Son un hombre y una mujer. Pero, de veras, primeramente tengo que<br />

explicar.. . (Todos lanzan un gemido.) Sí, yo. . .<br />

ACIS. -Queremos resultados, no explicaciones.<br />

PIGMALIÓN (ofendido).-Veo que los aburro. Ni uno solo de ustedes siente el más<br />

mínimo interés por la ciencia. Adiós. (Desciende del altar y se dirige al templo.)<br />

VARIOS JÓVENES Y DONCELLAS (levantándose y corriendo hacia él). - ¡No, no! No<br />

te vayas. No te ofendas. Queremos ver a la pareja artificial. Te escucharemos. Estamos<br />

tremendamente interesados. Háblanos de eso.<br />

PIGMALIÓN (cediendo). -Apenas los demoraré un par de minutos.<br />

TODOS. - Media hora, si quieres. Por favor, continúa, Pigmalión. (Lo llevan de<br />

vuelta al altar y lo suben a él.) ¡Arriba! (Vuelven a sus puestos de antes.)<br />

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PIGMALIÓN. -Como les decía, se hicieron muchas tentativas de producir el<br />

protoplasma en el laboratorio. ¿Por qué no servían de nada esos plasmas sintéticos, como<br />

se los llamaba?<br />

ECRASIA. - Estamos esperando que nos lo digas tú. LA RECIÉN NACIDA<br />

(imitando a Ecrasia y tratando de superarla intelectualmente). -Porque estaban muertos,<br />

es evidente.<br />

PIGMALIÓN.-No está tan mal, por venir de una criatura. Pero muerto y vivo son<br />

términos sumamente vagos. Tú misma no estás tan viva como lo estarás, por ejemplo,<br />

dentro de un mes. Lo que le pasaba al protoplasma sintético era que no podía fijar y<br />

conducir la Fuerza Vital. Era como un imán de madera o un pararrayos de seda: no<br />

conducía la corriente.<br />

ACIS.-Nadie sino un tonto fabricaría un imán de madera en la esperanza de que<br />

atrajese algo.<br />

PIGMALIÓN. -Quizá lo fabricaría, si fuese tan ignorante como para no conocer la<br />

diferencia que hay entre la madera y el hierro dulce. En esas épocas eran muy ignorantes de<br />

las diferencias existentes entre las cosas, porque sus métodos de análisis eran sumamente<br />

toscos. Hacían mezcolanzas tan parecidas al protoplasma, que no las distinguían del<br />

verdadero. Pero la diferencia existía, aunque el análisis que efectuaban para comprobarlo era<br />

demasiado superficial e incompleto como para descubrirla. Hay que recordar que esos pobres<br />

diablos eran apenas mejores que nuestros idiotas; nosotros no soñaríamos siquiera con<br />

permitir que uno de éstos sobreviviera más allá del día de su nacimiento. ¡Pero si la Recién<br />

Nacida sabe ya por instinto muchas cosas que los más grandes físicos de ellos sólo podían<br />

llegar a conocer al cabo de cuarenta años de intensos estudios! . . . El simple y directo sentido<br />

que tiene la chiquilla del espacio-tiempo y de la cantidad soluciona inconscientemente<br />

problemas que a los más famosos matemáticos de ellos les costaban años y años de<br />

prolongados y laboriosos cálculos, operaciones que les exigían tan intensa aplicación mental,<br />

que con frecuencia se olvidaban de respirar, cuando estaban dedicados a ellas, y a menudo<br />

morían asfixiados de resultas de ello.<br />

ECRASIA. - Dejemos de lado a esos oscuros abortos prehistóricos y volvamos a tu<br />

hombre y tu mujer sintéticos.<br />

PIGMALIÓN. -Cuando me dediqué a la tarea de fabricar hombres sintéticos, no perdí<br />

el tiempo con el protoplasma. Se me hizo evidente que si resultaba posible obtener<br />

protoplasma en el laboratorio, debía ser igualmente posible empezar más arriba y crear<br />

tejidos musculares y nerviosos plenamente evolucionados, huesos, etcétera. ¿Por qué fabricar<br />

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la simiente, cuando la creación de la flor no constituiría un milagro más grande? Probé miles<br />

de combinaciones antes de lograr producir algo que fijase una Fuerza Vital de elevado<br />

potencial.<br />

ARJILLAX. -¿Elevado qué?<br />

PIGMALIÓN. - Potencial. La Fuerza Vital no es tan sencilla como creen. Una corriente<br />

de alto potencial de la misma convierte un trozo de tejidos muertos en un cerebro de filósofo.<br />

Una corriente de potencial bajo transforma el mismo trozo de tejido en una masa corrompida.<br />

¿Querrán creerme si les digo que, incluso en el hombre mismo, la Fuerza Vital solía<br />

descender repentinamente de su plano humano para caer en el de un hongo, de manera que<br />

los hombres veían de pronto que su carne no crecía ya como carne, sino que proliferaba<br />

horriblemente en una forma inferior, que ellos llamaban cáncer, hasta que esa forma inferior<br />

de vida mataba a la superior, y ambas perecían miserablemente?<br />

MARTELLUS. -Olvídate de las tribus primitivas, Pigmalión. Puede que te interesen a<br />

ti, pero aburren a estos jovencitos.<br />

PIGMALIÓN. -Sólo estoy tratando de hacer que me entiendan. Ahí estaba la Fuerza<br />

Vital bramando en mi derredor; y ahí estaba yo, tratando de crear órganos que la captaran tal<br />

como una batería capta la electricidad, y de fabricar tejidos que la condujeran y la hiciesen<br />

funcionar. Resultaba bastante fácil hacer ojos más perfectos que los nuestros y oídos con<br />

mayor alcance auditivo. Pero no podían ver ni oír, porque no eran susceptibles a la Fuerza<br />

Vital. Mucho peor fue cuando descubrí cómo tornarlos susceptibles a ella, porque lo primero<br />

que ocurrió fue que dejaron de ser ojos y oídos y se convirtieron en puñados de gusanos.<br />

ECRASIA. - ¡Repugnante! ¡Por favor, basta!<br />

ACIS. - Si no quieres escuchar, véte. Continúa, Pig.<br />

PIGMALIÓN. - Y bien, continúo. Los potenciales inferiores de la Fuerza Vital<br />

podían crear gusanos, pero no ojos u oídos humanos. Y entonces mejoré los tejidos<br />

hasta que se tornaron susceptibles a un potencial elevado.<br />

ARJÍLLAX (intensamente interesado). - Sí, ¿y después?<br />

PIGMALIÓN. -Después los ojos y los oídos se convirtieron en cánceres.<br />

ECRASIA. - ¡Espantoso!<br />

PIGMALIÓN. -De ningún modo. Fué un gran progreso. Me alentó hasta tal punto,<br />

que dejé a un lado los ojos y los oídos y construí un cerebro. No conseguí hacerle<br />

recibir la Fuerza Vital hasta que alteré su constitución una docena de veces. Pero<br />

entonces pudo captar un potencial superior y no se disolvió, y tampoco los ojos y los<br />

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oídos, cuando los conecté con el cerebro. Conseguí crear una especie de monstruo, una<br />

cosa sin brazos ni piernas. Y vivió media hora, real y verdaderamente.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¡Media hora! ¿Para qué servía eso? ¿Por qué murió?<br />

PIGMALIÓN. - Se le enfermó la sangre. Pero también corregí eso, y luego seguí<br />

adelante, hasta llegar a un cuerpo humano completo: brazos, piernas y todo lo demás.<br />

Fué mi primer hombre.<br />

ARJILLAX. -¿Quién lo modeló?<br />

PIGMALIóN. - Yo.<br />

MARTELLUS. - ¿Quieres decir que tú hiciste la tentativa antes de pedir mi<br />

colaboración?<br />

PIGMALIÓN. -Sí, varias veces. Mi primer hombre fué la criatura más espantosa<br />

que se conoce; una mezcla más espeluznante, horrible y absurda de lo que pueden con-<br />

cebir ustedes, que no lo han visto.<br />

ARJÍLLAX. -Si lo modelaste tú, sin duda tiene que haber sido un espectáculo.<br />

PIGMALIóN. - ¡Oh!, no por sus formas. No las inventé yo. Hice mediciones y<br />

saqué moldes de mi propio cuerpo. Los escultores lo hacen a veces, ¿verdad?, aunque<br />

finjan que no.<br />

MARTELLUS. - ¡Hmmm!<br />

ARJÍLLAX.- ¡Ja!<br />

PIGMALIÓN.-Tenía un aspecto nada desagradable, al principio, o poco menos.<br />

Pero se comportaba del modo más espantoso, y los acontecimientos posteriores fueron<br />

tan repugnantes, que, de veras, no me animo a describirlos. Tomaba cualquier cosa y la<br />

devoraba. Se bebía todos los flúidos del laboratorio. Traté de explicarle que no debía<br />

comer nada que no pudiese asimilar y digerir completamente, pero, por supuesto, no me<br />

entendía. Asimilaba un poco de lo que tragaba, pero el proceso dejaba horribles<br />

residuos, que él no tenía modo de eliminar. Su sangre se convirtió en veneno y murió en<br />

medio de horribles torturas, aullando. Entonces me di cuenta de que había producido un<br />

hombre prehistórico, porque en nuestro cuerpo existen ciertos rastros de órganos<br />

ordenados de tal modo que permitían que las formas primitivas de la humanidad<br />

renovaran su cuerpo deglutiendo carne, cereales, hortalizas y toda clase de alimentos<br />

artificiales y desagradables, y que eliminaran lo que no podían digerir.<br />

ECRASIA. - ¡Pero qué lástima que muriese! ¡Qué visión del pasado nos hemos<br />

perdido! Él nos habría hablado de la Edad Dorada.<br />

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PIGMALIÓN. -No. Era un animal sumamente peligroso. Me tenía miedo, y varias<br />

veces trató de matarme golpeándome con uno u otro objeto. Tuve que darle dos o tres<br />

fuertes choques eléctricos antes de convencerlo de que se encontraba a mi merced.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - Pero, ¿por qué no hiciste una mujer en lugar de un<br />

hombre? Una mujer Habría sabido portarse mejor.<br />

MARTELLUS. -¿Por qué no hiciste una mujer y un hombre? Sus hijos habrían sido<br />

interesantes. PIGMALIÓN. -Tenía la intención de hacer una mujer, pero después de mi<br />

experiencia con el hombre no quise ni pensar en eso.<br />

ECRASIA, - ¿Por qué?<br />

PIGMALIÓN, -Bueno, es difícil explicarlo si no se han estudiado los métodos<br />

prehistóricos de reproducción. La única clase de hombres y mujeres que podía fabricar<br />

eran hombres y mujeres parecidos a nosotros, por lo que respecto al cuerpo. Así fué cómo<br />

maté al pobre animal que hice primero. No había tenido en cuenta sus horribles métodos<br />

prehistóricos de alimentación. Supongamos que la mujer se hubiera reproducido en<br />

alguna forma prehistórica, en lugar de ser ovípara como nosotros ... No habría podido<br />

hacerlo con un cuerpo femenino moderno. Además, es posible que el experiMento resul-<br />

tase doloroso.<br />

ECRASIA. - Entonces, ¿no tienes nada que mostrarnos?<br />

PIGMALIÓN. - ¡Oh, sí! No me declaro vencido con tanta facilidad. Volví a poner<br />

manos a la obra durante meses enteros, para encontrar la forma de producir un sistema<br />

digestivo que eliminase los productos de desecho, y un sistema reproductor capaz de<br />

alimentación e incubación interiores.<br />

ECRASIA. - ¿Por qué no descubriste la manera de hacerlos como nosotros?<br />

ESTREFÓN (gritando su pena por primera vez). -<br />

¿Por qué no hiciste una mujer a quien se pudiese amar? Ese era el secreto que<br />

necesitabas.<br />

LA RECIÉN NACIDA, - ¡Oh, si! ¡Cuán cierto! ¡Cuán grande eres, querido<br />

Estrefón! (Lo besa impulsivamente.)<br />

ESTREFÓN (apasionado), - ¡Déjame en paz!<br />

MARTELLUS. -Controla tus reflejos, niña.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¿Mis qué?<br />

MARTELLUS. -Tus reflejos. Las cosas que haces sin pensar. Pigmalión te mostrará<br />

un par de criaturas que no son más que reflejos. Aprende de ellas.<br />

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LA RECIÉN NACIDA.-Pero, ¿no estarán vivas, acaso, corno nosotros?<br />

PIGMALIÓN, -Esa es una pregunta sumamente difícil de contestar, querida.<br />

Confieso que al principio creí que había creado criaturas vivas, pero Martellus afirma que<br />

no son más que autómatas. Es claro que Martellus es un místico; yo soy un hombre de<br />

ciencia. Él traza una línea divisoria entre un autómata y un organismo vivo. Yo no puedo<br />

trazar límite alguno que me satisfaga.<br />

MARTELLUS.-Tus hombres artificiales carecen de autodominio. Sólo reaccionan a<br />

los estímulos exteriores. PIGMALIÓN. -Pero son conscientes. Les he enseñado a hablar y<br />

a leer, y ahora dicen mentiras. Eso es tan de la vida misma.. .<br />

MARTELLUS. - De ningún modo. Si estuviesen vivos dirían la verdad. Se los<br />

puede provocar para que digan cualquier mentira tonta, y se puede prever con exactitud<br />

qué clase de embuste dirán. Si se les aplica un golpecito por debajo de la rodilla, mueven<br />

la pierna hacia adelante. Si se les propina un golpecito en el apetito, la vanidad o<br />

cualquiera de sus lujurias y avideces, se vuelven jactanciosos y mentirosos, afirman y<br />

niegan, odian y aman sin tener en cuenta para nada los hechos que saltan a la vista, ni sus<br />

propias y evidentes limitaciones. Eso demuestra que son autómatas.<br />

PIGMALIÓN (nada convencido). -Ya lo sé, vieja, pero en verdad existen evidencias<br />

de que nosotros descendemos de criaturas tan limitadas y absurdas como ellos. En fin de<br />

cuentas, esta chiquilla tiene tres cuartas partes de autómata. ¡Fíjate cómo se comporta!<br />

LA RECIÉN NACIDA (indignada). -¿Qué quieres decir? ¿Cómo me comporto?<br />

ECRASIA. - Si no respetan la verdad, no pueden tener una vitalidad real.<br />

PIGMALIÓN. - La verdad es a veces tan artificial, tan relativa, como decimos en el<br />

mundo científico, que resulta muy difícil sentir la certeza de que lo que es falso y aun ridículo<br />

para nosotros no sea verdad para ellos.<br />

ECRASIA. -Vuelvo a preguntarte, ¿por qué no los hiciste como nosotros? ¿Acaso un<br />

verdadero artista podría conformarse con nada que no fuese lo mejor?<br />

PIGMALIÓN. - No pude. Lo intenté y fracasé. Estoy convencido que lo que voy a<br />

mostrarles es el organismo vivo más elevado que puede producirse en el laboratorio. Los<br />

mejores tejidos que podemos fabricar no admiten potenciales tan altos como los que recibe el<br />

producto natural; ahí es donde la naturaleza nos derrota. Aparentemente ninguno de ustedes<br />

entiende qué enorme triunfo representa el haber producido la conciencia.<br />

ACIS.-Déjate de parloteos y vayamos a la pareja sintética.<br />

VARIOS JÓVENES Y DONCELLAS. - Sí, Sí. Basta de charla. Veámoslos. Cállate,<br />

Pig, y tráelos. ¡Vamos, queremos verlos! ¡ La pareja sintética, la pareja sintética!<br />

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PIGMALIÓN (agitando las manos para calmarlos). - Bueno, bueno. ¿Quieren silbar<br />

para llamarlos? Reaccionan al estímulo de un silbido. (Los que saben hacerlo, silban como<br />

pilluelos de la calle. Ecrasia hace una mueca de disgusto y se lleva las manos a los oídos.)<br />

PIGMALIÓN. - ¡Shh! Basta, basta, suficiente. (Silencio.) Y ahora, un poco de música.<br />

Una melodía de danza. No muy rápida. (Los flautistas ejecutan un baile lento.)<br />

MARTELLUS. -Prepárense para algo espantosa. (Dos figuras, un hombre y una mujer<br />

de noble aspecto, hermosamente modelados y espléndidamente ataviados, surgen del<br />

templo tomadas de la mano. Viendo que todas las miradas están fijas en ellos, se detienen<br />

en los escalones, sonriendo con vanidad complacida. La mujer está a la izquierda del<br />

hombre.)<br />

PIGMALIÓN (frotándose las manos con la ronronearte satisfacción de un creador).-<br />

Por aquí, por favor. (Las figuras avanzan condescendientemente y se ubican en el centro,<br />

entre los bancos curvos.) Y ahora, si quieren tener la bondad de regalarnos con alguna<br />

cosita... Bailan ustedes tan maravillosamente. (Se sienta junto a Martellus y le dice,<br />

susurrando.) Es extraordinario lo sensibles que son al estímulo de la adulación. (Las figuras,<br />

con aire gracioso, bailan con pomposidad, pero bastante pasablemente. Al terminar se<br />

hacen una reverencia.)<br />

TODOS (aplaudiendo). -¡Bravo! Gracias. ¡Magnífico! ¡Espléndido! ¡Perfecto! (Las<br />

figuras reciben los aplausos en un evidente estado de engreimiento.)<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¿Saben hacer el amor?<br />

PIGMALIÓN. - Sí, reaccionan a todos los estímulos. Tienen todos los reflejos. Echa el<br />

brazo en torno del cuello del hombre y él te abrazará el talle. No puede evitarlo.<br />

decir.<br />

LA FIGURA FEMENINA (con el entrecejo fruncido). - Me lo abrazará a mí, querrás<br />

PIGMALIÓN. - A ti también, por supuesto, si el estímulo proviene de ti.<br />

ECRASIA, - ¿No sabe hacer nada original?<br />

PIGMALIÓN.-No. Pero, por otra parte; ;sabes?, no admito que ninguno de nosotros<br />

sepa hacer nada realmente original, aunque Martellus cree que sí.<br />

Acis. - ¿Sabe contestar a una pregunta?<br />

PIGMALIÓN. - ¡Oh, Sí! Una pregunta es un estímulo, ¿no es cierto? Hazle una.<br />

ACIS (a la figura masculina). - ¿Qué te parece lo que ves en torno tuyo? ¿Qué<br />

piensas de nosotros, por ejemplo, y de nuestras costumbres y acciones?<br />

LA FIGURA MASCULINA. - Hoy todavía no he podido leer el diario.<br />

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LA FIGURA FEMENINA. - ¿Cómo esperan que mi esposo sepa qué pensar de<br />

ustedes, si le dan el desayuno sin el periódico?<br />

MARTELLUS.-Ya ven. Es un simple autómata.<br />

LA RECIÉN NACIDA.-No creo que me gustase que me echara los brazos al cuello.<br />

Sus brazos no me agradan. (La figura masculina parece ofendida y la femenina celosa.)<br />

¡Oh, pensé que no entendían! ¿Tienes sentimientos?<br />

PIGMALIÓN. -Naturalmente. Ya te he dicho que tienen todos los reflejos.<br />

LA RECIÉN NACIDA. -Pero los sentimientos no son reflejos.<br />

PIGMALIÓN.-Son sensaciones. Cuando los rayos del sol entran en los ojos de ellos<br />

y componen una imagen en la retina, el cerebro adquiere conciencia de la imagen, y<br />

entonces actúan en consecuencia. Cuando las ondas de sonido producidas por las palabras<br />

de ustedes entran en los oídos de ellos y registran una nota despectiva en el<br />

teclado, el cerebro tiene conciencia del desprecio y siente la ofensa. Si tú no los<br />

despreciaras, no lo sentirían. No hacen más que reaccionar a un estímulo.<br />

LA FIGURA MASCULINA. - Somos parte de un sistema cósmico. El libre albedrío<br />

es una ilusión. Somos los hijos de la Causa y el Efecto. Somos los Inalterables, los Irre-<br />

sistibles, los Irresponsables, los Inevitables.<br />

Me llamo Ozimandias; soy rey de reyes. Contemplad mi obra, los poderosos, y<br />

desesperad. (Al oír estas palabras hay un movimiento general de curiosidad.)<br />

Acis. - ¿Qué diablos ha querido decir?<br />

LA FIGURA MASCULINA. -Cállate, mísero accidente de la naturaleza. (Toma de<br />

la mano a la figura femenina y la presenta.) Esta es Cleopatra-Semíramis, consorte del rey<br />

de reyes, y por lo tanto reina de reinas. Vosotros sois cosas empolladas en huevos por el<br />

sol insensato y el ciego fuego; pero el rey de reyes y la reina de reinas no son accidentes<br />

del huevo. Han sido meditados y hechos a mano para recibir la sagrada Fuerza Vital. Hay<br />

una persona en el rey y una en la reina; pero la Fuerza Vital del rey y la reina es una sola;<br />

su gloria, pareja; su majestad, coeterna. Como es el rey, así es la reina; el rey pensado<br />

previamente y hecho a mano, y la reina pensada previamente y hecha a mano. Las<br />

acciones del rey son causadas -y por lo tanto determinadas- desde el comienzo del mundo,<br />

y las acciones de la reina, lo mismo. El rey es lógico y predeterminado e inevitable, y la<br />

reina es lógica y predeterminada e inevitable. Y sin embargo no son dos seres lógicos,<br />

predeterminados e inevitables, sino una sola entidad lógica, predeterminada e inevitable.<br />

Por lo tanto, no confundáis las personas, ni dividáis la sustancia; antes bien, adoradnos a<br />

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los dos en un trono, dos en uno y uno en dos, no sea que por error caigáis en la<br />

irreparable condenación.<br />

LA FIGURA FEMENINA. -Y si alguien os dijere "¿Cuál de los dos?", recordad<br />

que aunque hay una persona del rey y una de la reina, las dos personas no son<br />

iguales, sino que son mujer y hombre, y que así como la mujer fué creada después<br />

del hombre, la habilidad y la práctica adquiridas al hacerlo a él le fueron agre gadas a<br />

ella, por lo cual ella debe ser elevada por sobre él en todo sentido personal y. . .<br />

LA FIGURA MASCULINA.-Silencio, mujer, porque esa es una herejía<br />

condenable. Tanto el Hombre como la Mujer son lo que son, y tienen que hacer lo<br />

que deben de acuerdo con las leyes eternas de Causa y Efecto. Mide tus palabras;<br />

porque si penetran en mi oído y hieren demasiado repugnantemente mis nervios<br />

sensorios, quién sabe si la reacción inevitable a ese estímulo no sea un mensaje a<br />

mis músculos que les ordene tomar algún objeto pesado y hacerte pedazos. (La figura<br />

femenina toma una piedra y va a arrojarla a su consorte.)<br />

ARJÍLLAX (poniéndose en pie de un salto y gritando a Pigmalión, que contempla<br />

complacido a la figura masculina). - ¡Cuidado, Pigmalión! ¡Mira a la mujer! (Pig-<br />

malión, al ver lo que ocurre, se lanza sobre la figura femenina y le arranca la piedra de la<br />

mano. Todos se ponen de pie, consternados.) Quiso matarlo.<br />

ESTREFÓN. - ¡Esto es horrible!<br />

LA FIGURA FEMENINA (forcejeando con Pigmalión). - ¡Suéltame! ¡Suéltame,<br />

te digo! (Le muerde la mano.)<br />

PIGMALIÓN (soltándola y trastabillando). - ¡Ay! (Un grito de horror general hace<br />

eco a esta exclamación. Pigmalión se vuelve mortalmente pálido y se apoya en el extremo<br />

del banco curvo.)<br />

LA FIGURA FEMENINA (a su consorte). -Te quedas ahí parado y dejas que me<br />

traten de ese modo, cobarde maricón. (Pigmalión cae muerto.)<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¡Oh! ¿Qué ocurre? ¿Por qué ha caído? ¿Qué le<br />

sucede? (Todos contemplan con ansiedad a Martellus, que se inclina y examina el cuerpo<br />

de Pigmalión.)<br />

MARTELLUS. -Le ha arrancado de la mano, de un mordisco, un trozo tan<br />

grande como una uña; suficiente para matar a diez hombres. No hay pulso ni<br />

respiración. ECRASIA. -Pero tiene el pulgar doblado.<br />

MARTELLUS.-No, acaba de estirarlo. ¿Ven? ¡Ha muerto! ¡Pobre Pigmalión!<br />

LA RECIÉN NACIDA.- ¡Oh! (Solloza.)<br />

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ESTREFÓN. -Cállate, querida. Eso es infantil. (La recién nacida se contiene,<br />

sorbiendo con la nariz.)<br />

la ciencia!<br />

MARTELLUS (poniéndose de pie). - Muerto en su tercer año. ¡Qué pérdida para<br />

ARJÍLLAX. -¿A quién le importa la ciencia? ¡Se lo tiene merecido por haber<br />

creado esa pareja de horrores!<br />

LA FIGURA MASCULINA (torvamente ceñuda).-¡Ja!<br />

LA FIGURA FEMENINA. -Oye, a ver si hablas con un poco más de cortesía.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¡Oh!, no seas tan grosero, Arjíllax. Volverás a hacer<br />

que me mane agua de los ojos.<br />

MARTELLUS (contemplando a las figuras).- ¡Miren a esos dos demonios! Los<br />

modelé con la materia que Pigmalión hizo para ellos. Son obras maestras del arte. ¿Y<br />

ven lo que han hecho? ¿Te convence eso del valor del arte, Arjíllax?<br />

ESTREFóN, - Parecen peligrosos. Apártense de ellos. ECRASIA. - No hace<br />

falta que nos lo digas, Estrefón. ¡Puf! Envenenan el aire.<br />

LA FIGURA MASCULINA. -Ten cuidado, mujer. La cólera de Ozimandias<br />

hiere como el rayo.<br />

criatura.<br />

LA FIGURA FEMENINA. -Vuelve a decir eso si te atreves, repugnante<br />

ACIS. -¿Qué piensas hacer con ellos, Martellus? Tú eres responsable por ellos,<br />

ahora que Pigmalión ha muerto.<br />

MARTELLUS. -Si fuesen de mármol, sería bastante sencillo: podría reducirlos<br />

a polvo. Pero así como están las cosas, ¿cómo puedo matarlos sin emporcarlo todo?<br />

LA FIGURA MASCULINA (en actitud heroica).- ¡Ja! (Declama.) Vengan, pues;<br />

ataquen ya.<br />

Que si me quieren matar, no muy fácil les será.<br />

LA FIGURA FEMENINA (orgullosa). - ¡Hombre mío! ¡Mi heroico esposo! ¡Me<br />

enorgullezco de ti! ¡Te amo!<br />

MARTELLUS.-Tenemos que enviar un mensaje llamando a un anciano.<br />

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Acis. - ¿Te parece que hay que molestar a un anciano por semejante nadería? En<br />

menos de medio segundo nuestro pobre Pigmalión quedó reducido a una pizca de<br />

polvo. ¿Por qué no calcinar a los dos junto con él?<br />

MARTELLUS.-No; los dos autómatas son una nadería, pero el uso de nuestros<br />

poderes de destrucción jamás lo es. Preferiría que el caso fuese sometido a juicio. (El<br />

anciano sale del bosquecillo, Las figuras se muestran presas de pánico.)<br />

EL ANCIANO (con suavidad). -¿Me necesitan? Tengo la sensación de que sí.<br />

(Al ver el cadáver de Pigmalión, adoptando de inmediato un tono más severo.) ¡Cómo!<br />

¡Un niño perdido! ¡Una vida derrochada! ¿Cómo ocurrió esto?<br />

LA FIGURA FEMENINA (frenética).- ¡Yo no lo hice! ¡No fui yo! ¡Que me<br />

muera si lo he tocado! (Señalando a la figura masculina.) ¡Fué él!<br />

TODOS (anonadados ante la mentira). - ¡Oh!<br />

LA FIGURA MASCULINA. - ¡Embustera! ¡Tú lo mordiste! Todos lo vieron.<br />

EL ANCIANO. - ¡Silencio! (Colocándose entre las dos figuras.) ¿Quién fabricó<br />

estos dos muñecos tan abominables?<br />

LA FIGURA MASCULINA (tratando de campar por sus respetos, mientras las<br />

rodillas se le entrechocan).-Yo soy Ozimandias, rey de. . .<br />

EL ANCIANO (con un gesto despectivo). - ¡Bah!<br />

LA FIGURA MASCULINA. - ¡Oh, no, señor! ¡No! ¡Fué ella, señor; de veras! .<br />

. . (La figura femenina gime y aúlla lastimosamente.)<br />

EL ANCIANO. - ¡Silencio, he dicho! (Obliga a incorporarse al autómata<br />

masculino con un levísimo golpecito que le propina en la barbilla. La autómata femenina<br />

apenes se atreve a sollozar. Los inmortales los contemplan con vergüenza y asco. Aparece<br />

la anciana por entre los árboles de frente al templo.)<br />

LA ANCIANA. -Alguien me necesita. ¿Qué ocurre? (Se coloca a la izquierda de<br />

la figura femenina, sin ver el cadáver de Pigmalión.) ¡Uf! (Con severidad.) Han estado<br />

fabricando muñecos. No tienen que hacerlo; no sólo es desagradable; además son<br />

peligrosos.<br />

LA FIGURA FEMENINA (gimoteando lastimosamente). -No soy una muñeca,<br />

señora. Soy nada más que la pobre Cleopatra-Semíramis, reina de reinas. (Se cubre el<br />

rostro con las manos.) ¡Oh, no me mire de ese modo, señora! ¡No lo hice con mala<br />

intención! Él me lastimó, de veras.<br />

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EL ANCIANO, -La criatura ha matado a ese pobre oven.<br />

LA ANCIANA (viendo el cadáver de Pigmalión). - ¡Cómo! ¿A este inteligente<br />

niño, que tanto prometía?<br />

LA FIGURA FEMENINA.-Él me obligó. Yo tenla tanto derecho a matarlo como<br />

él de obligarme a hacerlo. ¿Y cómo podía saber que una cosita de nada lo mataría? Si<br />

él me hubiera cortado un brazo o una pierna, yo no habría muerto.<br />

ECRASIA. - ¡Qué insensatez!<br />

MARTELLUS. -Puede que no sea una insensatez. Apuesto a que si le cortaran<br />

una pierna le crecería otra, como a las langostas y las lagartijas.<br />

EL ANCIANO. - ¿Ese joven muerto creó estas dos cosas?<br />

MARTELLUS, - Los hizo en su laboratorio. Yo les modelé los miembros. Lo<br />

siento. Fue una acción irreflexiva. N o preví que matarían, ni que fingirían ser<br />

personas que no son o afirmarían cosas falsas o desearían el mal. Pensé que serían<br />

simplemente dos tontos mecánicos.<br />

LA FIGURA MASCULINA. - ¿ N os censura por nuestra naturaleza humana?<br />

LA FIGURA FEMENINA. -Somos de carne y sangre, y no ángeles.<br />

LA FIGURA MASCULINA. - ¿Es que no tienen corazón?<br />

ARJÍLLAX. - Están locos, y además son perversos. ¿ N o podemos destruirlos?<br />

ESTREFÓN. - Lo s aborrecemos.<br />

LA RECIÉN NACIDA. -Los odiamos.<br />

ECRASIA. - Son ruidosos.<br />

ACIS. - N o quisiera ser demasiado duro con los pobres diablos, pero me hacen<br />

sentirme interiormente inquieto. Jamás he experimentado semejante sensación.<br />

MARTELLUS. -Me dieron bastante trabajo. Pero por lo que a mí respecta,<br />

destrúyanlos. Me causaron repugnancia desde el comienzo.<br />

TODOS. - Sí, sí, los odiamos. Calcinémoslos.<br />

LA FIGURA FEMENINA. - ¡'Oh, no sean tan crueles! N o estoy dispuesta a<br />

morir. N o volveré a morder a nadie. Diré la verdad. Haré el bien. ¿Tengo yo la culpa<br />

de que no me hayan hecho como es debido? Mátenlo a él, pero perdónenme a mí la<br />

vida.<br />

LA FIGURA MASCULINA. - ¡ N o ! Y o no he hecho ningún mal; ella sí.<br />

Mátenla a ella, si quieren; pero no tienen derecho a matarme a mí.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¡Monstruoso! ¡Mátenlos a los dos.<br />

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EL ANCIANO.- ¡Silencio! Estas cosas son simples autómatas. No pueden<br />

evitar el huir de la muerte a toda costa. Ya ven que carecen de autodominio y se<br />

estremecen sólo por medio de una serie de reflejos. Vamos a ver si podemos<br />

insuflarles un poco más de vida. (Toma una mano a la figura masculina y pone la otra<br />

sobre la cabeza de ésta.) Y ahora escucha. Uno de los dos tiene que ser destruído. ¿Cuál<br />

de los dos será?<br />

LA FIGURA MASCULINA (luego de una leve convulsión, durante la cual su<br />

mirada se clava en el anciano), - Déjenla a ella con vida y mátenme a mí.<br />

ESTREFÓN. - Eso está mejor.<br />

LA RECIÉN NACIDA.-Mucho mejor.<br />

LA ANCIANA (haciendo lo mismo con la autómata femenina). - ¿A cuál de los<br />

dos mataremos?<br />

LA FIGURA FEMENINA.-Mátennos a los dos. ¿Cómo podríamos vivir el uno<br />

sin el otro?<br />

ECRASIA,-La mujer es más sensata que el hombre. (Los ancianos sueltan a los<br />

autómatas.)<br />

LA FIGURA MASCULINA (cayendo al suelo).-Estoy desalentado. La vida es<br />

una carga demasiado pesada.<br />

LA FIGURA FEMENINA (desplomándose).-Me muero. Y me alegro. Tengo<br />

miedo de vivir.<br />

LA RECIÉN NACIDA. -Creo que estaría bien ofrecerles a los pobrecillos un<br />

poco de música.<br />

ARJíLLAX. -¿Por qué?<br />

LA RECIÉN NACIDA. - No sé. Pero estaría bien. (Los músicos tocan.)<br />

LA FIGURA FEMENINA. -Ozimandias, ¿oyes eso? (Se pone de rodillas y mira,<br />

embelesada, hacia el espacio.) ¡Reina de reinas! (Muere.)<br />

LA FIGURA MASCULINA (arrastrándose débilmente hacia ella, hasta<br />

conseguir tomarla de la mano), - Yo sabía que era realmente rey de reyes. (A los<br />

demás.) Ilusiones, adiós. Nos vamos a nuestros tronos. (Muere. La música cesa.<br />

Durante un momento reina un silencio de muerte.)<br />

LA RECIÉN NACIDA. -Esto ha sido gracioso.<br />

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poco.<br />

ESTREFÓN. - Sí. Hasta los ancianos sonríen. LA RECIÉN NACIDA. -Sí, un<br />

LA ANCIANA (recobrando rápidamente sus modales graves y perentorios). -<br />

Llévense estas dos abominaciones al laboratorio de Pigmalión y destrúyanlas junto<br />

con los demás desperdicios. (Algunos se adelantan para obedecer.) Tengan cuidado,<br />

no les toquen las carnes: son dañinas. Levántenlos tomándolos de las ropas. Lleven a<br />

Pigmalión al templo y dispongan de sus restos en la forma acostumbrada. (Los tres<br />

cadáveres son llevados como se ordenó: Pigmalión, al templo, de los brazos y<br />

piernas desnudos, y las figuras hacia el bosquecillo, arrastradas de las ropas.<br />

Martellus dirige el acarreo de las figuras, Acis el de Pigmalión. Ecrasia, Arjillax,<br />

Estrefón y la recién nacida se sientan como antes, pero en bancos opuestos, de modo<br />

que Estrefón y la recién nacida están ahora de frente al bosquecillo y Ecrasia y<br />

Arjillax de cara al templo. Los ancianos se quedan de pie ante el altar.)<br />

ECRASIA (al sentarse). - ¡Oh, si soplara una brisa ele las colinas!<br />

ESTREFóN. - ¡Oh, el viento del mar al subir la marea!<br />

LA RECIÉN NACIDA.-Quiero un poco de aire puro.<br />

EL ANCIANO. -El aire quedará purificado dentro de un instante. Esta carne de<br />

muñecos que fabrican los niños se descompone, en el mejor de los casos, con mucha<br />

rapidez. Pero cuando es sacudida por las pasiones de que son capaces las criaturas, se<br />

corrompe en seguida y se vuelve horriblemente pestilente.<br />

LA ANCIANA. -Que les sirva a ustedes de lección para conformarse con<br />

juguetes inertes y no tratar de darles vida. ¿Qué pensarían de nosotros, de los<br />

ancianos, si los convirtiéramos a ustedes, los niños, en juguetes?<br />

LA RECIÉN NACIDA (aduladora). -¿Y por qué no convertirnos en juguetes?<br />

Entonces jugarían con nosotros, y eso sería agradable.<br />

LA ANCIANA.-No nos divertirían. Cuando ustedes juegan entre sí, juegan con<br />

sus cuerpos, y eso los torna flexibles y fuertes. Pero si nosotros interviniésemos en el<br />

juego, jugaríamos con el cerebro de ustedes, y quizá la inteligencia les quedaría<br />

deformada.<br />

ESTREFÓN. - Son espantosos, ustedes los ancianos. Yo, cuanto tenga cuatro<br />

años, me mataré. ¿Para qué continúan viviendo?<br />

EL ANCIANO.-Ya lo descubrirás cuando crezcas. Y no te matarás.<br />

ESTREFÓN. -Si me convences de eso, me mataré ahora mismo.<br />

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siempre.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¡Oh, no!; te necesito. ¡Te amo!<br />

ESTREFÓN.-Yo amo a otra. Y se ha vuelto vieja, vieja. La he perdido para<br />

EL ANCIANO. - ¿Qué edad tiene?<br />

ESTREFÓN. -Tú la viste cuando tropezaste con nosotros mientras bailábamos.<br />

Tiene cuatro años.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¡Cómo la habría odiado hace veinte minutos! Pero ya he<br />

superado eso.<br />

EL ANCIANO.-Muy bien. Ese odio se llama celos, y es la peor de nuestras<br />

enfermedades infantiles. (Martellus, limpiándose las manos y resoplando, vuelve del<br />

bosquecillo.)<br />

trabajo.<br />

MARTELLUS. - ¡Uf! (Se sienta junto a la recién nacida.) Hemos terminado ese<br />

ARJÍLLAX. -Ancianos, me agradaría hacer algunos estudios de ustedes. No<br />

retratos, por supuesto. Los idealizaré un poco. He llegado a la conclusión de que ustedes<br />

son, en fin de cuentas, los modelos más interesantes.<br />

MARTELLUS. - ¡Cómo! ¿Es que esos dos horrores, cuyas cenizas acabo de<br />

depositar con especial placer en el cesto de desperdicios de Pigmalión, no te han curado<br />

de esa tonta tendencia de crear imágenes?<br />

ARJÍLLAX. - ¿Por qué los modelaste como jóvenes, pedazo de tonto? Si Pigmalión<br />

hubiese recurrido a mí, yo los habría hecho ancianos. No quiero decir con esto que los<br />

hubiese modelado mejor que tú. Siempre he dicho que nadie puede superarte en materia<br />

de técnica. Pero este trabajo requería cerebro. Y para eso habrían tenido que llamarme a<br />

mí.<br />

MARTELLUS.-Y bien, mi cerebral amigo, todavía estás a tiempo. En el laboratorio<br />

hay dos discípulos de Pigmalión que le ayudaron a fabricar los huesos, tejidos y demás.<br />

Ellos pueden hacer otra pareja de autómatas y tú podrías darles figura de ancianos, si esta<br />

venerable pareja quiere servirte de modelo.<br />

ECRASIA (decisiva).-No. Basta de autómatas. Son demasiado desagradables.<br />

Acis (volviendo del templo). - Bien, ya está. ¡Pobre viejo Pig!<br />

ECRASIA.- ¡Fíjate un poco, Acis! Arjíllax quiere hacer más de esas abominables<br />

criaturas, e incluso pretende destruir su carácter artístico modelándolos como ancianos.<br />

LA RECIÉN NACIDA.-Ustedes no le servirán de modelos, ¿no es cierto?<br />

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EL ANCIANO. -Niños, escuchen.<br />

ACIS (baja los escalones y se sienta en el banco, junto a Ecrasia). - ¡Cómo!<br />

¿También el anciano quiere hacer un discurso? Habla, oh sabio.<br />

ESTREFÓN. -Por favor, no nos digas que la tierra estuvo habitada otrora por otros<br />

Ozimandias y Cleopatras. La vida ya es bastante dura para nosotros sin eso.<br />

EL ANCIANO,-La vida no está destinada a ser fácil, hijo mío. Pero ten valor; puede<br />

ser deliciosa. Lo que quería decirles es que, desde que existen los hombres, los niños han<br />

jugado con muñecos.<br />

ECRASIA. -Continuamente repites esa palabra. ¿Qué son los muñecos, por favor?<br />

LA ANCIANA.-Lo que ustedes llaman obras de arte. Imágenes. Nosotros las<br />

llamamos muñecos.<br />

ARJÍLLAX. -Es claro. Carecen del sentido de apreciación del arte, y lo insultan<br />

instintivamente.<br />

EL ANCIANO. - Se sabe que los niños hacían muñecos con trapos y los acariciaban<br />

con el más profundo cariño.<br />

LA ANCIANA. -Hace ocho siglos, cuando yo era una chiquilla, hice una muñeca de<br />

trapo. Las muñecas de trapo son las que los niños más quieren.<br />

LA RECIÉN NACIDA (ávidamente interesada). - ¡Oh! ¿Todavía la tienes?<br />

LA ANCIANA.-La conservé toda una semana.<br />

ECRASIA. -Entonces ni siquiera en la infancia entendías el arte elevado, y adorabas<br />

los toscos objetos que tú misma fabricabas.<br />

LA ANCIANA. - ¿Qué edad tienes?<br />

ECRASIA. -Ocho meses.<br />

LA ANCIANA. - Cuando hayas vivido tanto como yo...<br />

ECRASIA (la interrumpe con grosería). - Quizás adoraré las muñecas de trapo. Doy<br />

gracias a que estoy todavía en la flor de la edad.<br />

EL ANCIANO. -Aún eres capaz de agradecimiento, si bien no sabes a quién debes<br />

dirigírselo. Eres un animalito agradecedor, un animalito censurador, un. . .<br />

ACIS. -Un animalito excesivamente efusivo.<br />

ARJÍLLAX.-Y además cree ser un animalito artístico.<br />

ECRASIA (irritada). - Soy un ser animado, con un alma razonable y un cuerpo de<br />

carne humana que todavía subsiste. Si los autómatas que tú forjas hubiesen estado<br />

adecuadamente animados, Martellus, hubieran tenido más completo éxito.<br />

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LA ANCIANA.-Te equivocas, hija. Si esas dos cosas repugnantes hubiesen sido<br />

muñecos de trapo, habrían sido divertidas y encantadoras. La recién nacida habría jugado<br />

con ellos, y tú habrías reído y jugado también, hasta que te cansaras y los hicieras<br />

pedazos. Y entonces habrías reído más que antes.<br />

oculta.<br />

LA RECIÉN NACIDA. -Por supuesto. ¿Acaso no es gracioso?<br />

EL ANCIANO. - Cuando una cosa es graciosa, analízala para buscar su verdad<br />

ESTREFÓN. -Sí, y entonces se le quita toda la gracia.<br />

LA ANCIANA. -No te sientas tan amargado porque tu novia haya superado su amor<br />

por ti. La recién nacida te compensará por ello.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¡Oh, sí!; seré para ti más de lo que ella habría podido ser.<br />

ESTREFÓN. - ¡Bah! ¡Celosa!<br />

LA RECIÉN NACIDA.-No. Eso ya lo he dejado atrás. Ahora la amo porque ella te<br />

amó a ti, y porque tú la amas.<br />

mía.<br />

EL ANCIANO.-Esa es la etapa siguiente. Estás progresando magníficamente, hija<br />

MARTELLUS. -¡Vamos! ¿Cuál es la verdad que se ocultaba en la muñeca de trapo?<br />

EL ANCIANO.- Bien, piensen por qué no se sienten satisfechos con el muñeco de<br />

trapo y necesitan tener algo que se parezca más a una verdadera criatura viva. A medida<br />

que crecen comienzan a fabricar imágenes y pintar cuadros. Los que no saben hacer tal<br />

cosa, inventan relatos sobre muñecos imaginarios. O se disfrazan de muñecos y<br />

representan obras.<br />

LA ANCIANA. - Y para que el engaño sea más completo, toman todo eso tan en<br />

serio, que Ecrasia declara que la fabricación de muñecos es la más sagrada obra de la<br />

creación y que las palabras que ustedes ponen en boca de los mismos son las escrituras<br />

más elevadas y las más nobles manifestaciones.<br />

ECRASIA.- ¡Bah! ARJíLLAx. - ¡Por favor!<br />

LA ANCIANA. - Y sin embargo, cuanto más hermosas son esas creaciones, más se<br />

alejan de ustedes. No pueden acariciarlas como acariciarían a un muñeco de trapo. No<br />

pueden llorar por ellas cuando se rompen o se pierden, o cuando fingen que se han<br />

portado mal con ustedes, como podían hacerlo cuando jugaban con los muñecos. EL<br />

ANCIANO. -Y al cabo, como Pigmalión, exigen a sus muñecos la perfección final del<br />

parecido con la vida. Tienen que moverse y hablar.<br />

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piensan.<br />

LA ANCIANA, -Tienen que amar y odiar. EL ANCIANO. -Deben pensar que<br />

LA ANCIANA. - Tienen que tener carnes suaves y sangre caliente.<br />

EL ANCIANO. -Y luego, cuando lo han conseguido, como lo consiguió<br />

Pigmalión; cuando la obra maestra de mármol es destronada por el autómata y el homo<br />

por el homúnculo; cuando el cuerpo y el cerebro, el alma razonable y la carne humana<br />

subsistente, como dice Ecrasia, se revelan ante ustedes como simple maquinaria, y<br />

cuando queda demostrado que los impulsos de ustedes no son otra cosa que reflejos,<br />

entonces se sienten llenos de horror y asco, y darían cualquier cosa por poder volver a<br />

jugar con la muñeca de trapo, ya que cada paso que los alejó de ella ha sido un paso que<br />

los alejó del amor y la dicha. ¿No es verdad?<br />

LA ANCIANA. -Habla, Martellus, tú que has recorrido todo el camino.<br />

MARTELLUS. - Es cierto. Con feroz alegría sometí esas dos cosas que creé a una<br />

temperatura de un millón de grados, y las vi desaparecer en un instante, convertidas en<br />

polvo inofensivo.<br />

LA ANCIANA,-Habla, Arjíllax, tú que has avanzado desde la imitación del niño<br />

que vive apenas hasta el anciano que vive intensamente. ¿No es verdad?<br />

ARJILLAX. - Es verdad en parte. No puedo fingir que ahora me satisfaga modelar<br />

hermosos niños.<br />

EL ANCIANO. - Y tú, Ecrasia, te aferras a tus muñe<br />

cos elevadamente artísticos considerándolos la más noble proyección de la Fuerza<br />

Vital, ¿no es cierto?<br />

ECRASIA.-Sin el arte, la tosquedad de la realidad haría que el mundo fuese<br />

insoportable.<br />

LA RECIÉN NACIDA (anticipándose a la anciana, que evidentemente está a punto<br />

de interrogarla). -Ahora me preguntará a mí, ya que soy la que ha llegado última. Pero<br />

yo no entiendo en modo alguno el arte y las muñecas de ustedes. Quiero acariciar a mi<br />

querido Estrefón, no jugar con muñecas.<br />

ACIS. -Yo estoy en mi cuarto año de edad, y me las he arreglado perfectamente<br />

sin sus muñecos. Prefiero subir a una montaña y volver a bajar, antes que contemplar<br />

todas las estatuas que hayan podido hacer Martellus y Arjíllax. Ustedes prefieren una<br />

estatua a un autómata y una muñeca de trapo a una estatua. Yo también; pero además<br />

prefiero un hombre a una muñeca de trapo. Denme amigos, no muñecos.<br />

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EL ANCIANO. - Y sin embargo te he visto caminar por las montañas a solas. ¿No<br />

has encontrado acaso en ti mismo a tu mejor amigo?<br />

Acis. -¿Adónde quieres llegar, anciano? ¿Qué quieres decir con todo eso?<br />

EL ANCIANO. -Quiero decir, jovencito, que la verdad es que no puedes crear<br />

nada más que a ti mismo. Acis (caviloso). -No puedo crear nada más que a mí mismo...<br />

Ecrasia, tú eres inteligente. ¿Lo entiendes? Yo no.<br />

ECRASIA.- Es tan fácil de entender como cualquier otro error ignorante. ¿Qué<br />

artista es tan grande como sus obras? Puede crear obras maestras, pero no puede<br />

mejorar la forma de su propia nariz.<br />

ACIS. - ¡Vaya! ¿Qué puedes contestar a eso, anciano?<br />

EL ANCIANO. -Puede alterar la forma de su alma. Podría modificar la forma de<br />

la nariz si la diferencia entre una nariz respingada y una aguileña compensara por el<br />

esfuerzo. No encara uno los dolores de la creación para dedicarse a tonterías.<br />

ACIS. - ¿Qué tienes que decir a eso, Ecrasia?<br />

ECRASIA. -Digo que si los ancianos hubieran entendido a fondo la teoría de las<br />

bellas artes, se darían cuenta de que la diferencia entre una bella nariz y una nariz fea es<br />

de una importancia suprema; sabrían que es, en verdad, lo único que importa.<br />

LA ANCIANA.-Es decir, entenderían algo en lo cual no pueden creer y en lo cual<br />

tú tampoco crees.<br />

ACIS. -Precisamente, señora. El arte no es honesto; por eso nunca he podido<br />

tolerarlo. Es todo ficción. En realidad, Ecrasia nunca dice nada; no hace más que mover<br />

la lengua.<br />

ECRASIA. - Acis, no seas grosero.<br />

ACIS. -¿Lo soy porque no quiero jugar al juego de fingir? Bueno, yo no te pido<br />

que lo juegues conmigo; ¿por qué esperas entonces que lo juegue contigo?<br />

ECRASIA. -No tienes derecho a decir que no soy sincera. He encontrado en el arte<br />

una felicidad que la vida real jamás me ha dado. Soy intensamente sincera cuando hablo<br />

acerca del arte. Hay en él una magia y un misterio que tú no conoces.<br />

LA ANCIANA. -Sí, niña; el arte es el espejo mágico que tú fabricas para reflejar<br />

tus sueños invisibles en imágenes visibles. Utilizas un espejo de cristal para verte la<br />

cara; y empleas las obras de arte para verte el alma. Pero nosotros, los que tenemos más<br />

edad, no empleamos espejos de cristal ni obras de arte. Tenemos un sentido directo de<br />

la vida. Cuando también tú lo tengas, dejarás a un lado tus espejos y estatuas, tus<br />

juguetes y muñecas.<br />

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EL ANCIANO, -Y sin embargo nosotros también tenemos juguetes y muñecos.<br />

Ese es el problema de los ancianos.<br />

ARJÍLLAX. - ¿Cómo? ¡Los ancianos tienen problemas! ... Es la primera vez que<br />

oigo que uno de ellos lo confiesa.<br />

EL ANCIANO, -Míranos. Mírame. Este es mi cuerpo, mi sangre, mi cerebro; pero<br />

no soy yo. Yo soy la vida eterna, la perpetua resurrección. (Golpeándose el cuerpo.)<br />

Pero esta estructura, este organismo, este mecanismo de quita y pon puede ser fabricado<br />

por un chiquillo en el laboratorio, y sólo el hecho de que yo lo utilice impide que se<br />

disuelva. Peor aun: puede ser quebrado por un traspiés, aniquilado por un calambre en<br />

el estómago, destruído por un rayo de las nubes. Su destrucción es segura, más tarde o<br />

más temprano.<br />

LA ANCIANA, -Sí, este cuerpo es el último muñeco que habrá que desechar.<br />

Cuando yo era una chiquilla, Ecrasia, también yo era una artista, como tus amigos<br />

escultores, y me esforzaba por crear la perfección en cosas exteriores a mí. Hacía<br />

estatuas, pintaba cuadros. Y trataba de adorarlos.<br />

EL ANCIANO.-YO carecía de semejante habilidad, pero, como Acis, busqué la<br />

perfección en los amigos, en amantes, en la naturaleza, en cosas exteriores a mí. ¡Ay!<br />

No pude crearla; sólo logré imaginarla.<br />

LA ANCIANA.-Yo, como Arjíllax, descubrí que mis estatuas de belleza corporal<br />

no eran ya ni siquiera hermosas para mí. Y seguí adelante e hice estatuas y cuadros de<br />

hombres y mujeres de genio, como los de la vieja fábula de Miguel Ángel. Como<br />

Martellus, los destrocé cuando vi que carecían de vida, que estaban tan muertos, que ni<br />

siquiera se disolvían como sucede con un cadáver.<br />

EL ANCIANO. -Y yo, como Acis, dejé de caminar por las montañas con mis<br />

amigos, y caminé a solas. Porque había descubierto que tenía poder creador, sólo sobre<br />

mí mismo, y no sobre mis amigos. Y entonces también dejé de pasearme por las<br />

montañas, porque vi que las montañas estaban muertas.<br />

ACIS (protestando con vehemencia). - No. Puedo concederle lo de los amigos, pero<br />

las montañas siguen siendo montañas, cada una con su nombre, su individualidad, su<br />

erguida energía y majestuosidad, su belleza...<br />

ECRASIA. - ¡Cómo! ¡Acis entre los rapsodas!<br />

EL ANCIANO. -¡Pura metáfora, pobre hija mía! las montañas son cadáveres.<br />

TODOS LOS JÓVENES (escandalizados). - ¡Oh!<br />

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EL ANCIANO. -Sí. En el duro y compacto corazón de la tierra, donde todavía<br />

resplandece el inconcebible calor del sol, la piedra vive en feroz convulsión atómica,<br />

como vivimos nosotros a nuestro modo, más lentamente. Cuando es vomitada hacia la<br />

superficie, muere, como le sucede a un pez de las profundidades del mar. Lo que ustedes<br />

ven no es más que su cadáver frío. Hemos utilizado ese calor central del mismo modo que<br />

el hombre prehistórico utilizó las fuentes de agua, pero de las llameantes profundidades<br />

no surgió nada vivo. Los paisajes, las montañas, no son más que la piel mudada y los<br />

dientes cariados del mundo, en los cuales vivimos como microbios.<br />

ECRASIA. -Anciano, blasfemas contra la Naturaleza y contra el Hombre.<br />

LA ANCIANA. - ¡Niña, niña! ¿cuánto entusiasmo puedes tener por el hombre<br />

cuando lo has soportado durante ocho siglos, como lo he soportado yo, y cuando lo has<br />

visto perecer por una fatalidad vacía que todavía sigue siendo una certidumbre?<br />

Cuando yo deseché mis muñecas como él desechó a sus amigos y sus montañas, me volví<br />

hacia mí misma para encontrar la realidad definitiva. Allí, y sólo allí pude formar y crear.<br />

Cuando mi brazo era débil y yo quería que fuese fuerte, podía crear en él los músculos<br />

necesarios. Y cuando entendí eso, entendí que, sin realizar mayores milagros, podía<br />

darme a mí misma diez brazos y tres cabezas.<br />

EL ANCIANO.-YO también llegué a entender esos milagros. Durante cincuenta<br />

años estuve contemplando ese poder que había en mí y concentrando mi voluntad.<br />

LA ANCIANA. -También yo, y durante otros cinco años me convertí en toda clase<br />

de fantásticos monstruos. Caminé sobre una docena de piernas, trabajé con veinte manos<br />

y cien dedos, miré hacia los cuatro puntos cardinales, con ocho ojos, desde cuatro<br />

cabezas. Los niños huían de mí, asustados, hasta que llegó un momento en que tuve que<br />

ocultarme de ellos. Y los ancianos, que se habían olvidado de reír, sonreían lúgubremente<br />

cuando pasaban.<br />

cometerán.<br />

EL ANCIANO.-Todos hemos cometido estas locuras. También ustedes las<br />

La RECIÉN NACIDA. - ¡Oh, por favor, háganse crecer una cantidad de brazos,<br />

piernas y cabezas para que nosotros lo veamos! ¡Sería tan gracioso! ...<br />

EL ANCIANO.-Hija mía, estoy muy bien así. Ahora no levantaría siquiera un dedo<br />

para tener un millar de cabezas.<br />

LA ANCIANA. -Pero, ¿qué no daría yo para no tener cabeza alguna?<br />

TODOS LOS JÓVENES, - ¿Cómo? ¿No tener cabeza? ¿Por qué? ¿Cómo?<br />

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EL ANCIANO. - ¿No lo entienden?<br />

TODOS LOS JÓVENES (meneando negativamente la cabeza). - No.<br />

LA ANCIANA. -Un día, cuando estaba cansada de aprender a caminar hacia<br />

adelante con algunas de mis piernas y hacia atrás con otras y de costado con las demás,<br />

todo al mismo tiempo, me senté en una roca, con mis cuatro barbillas descansando sobre<br />

cuatro de mis palmas, y cuatro de mis codos apoyados en cuatro de mis rodillas. Y de<br />

pronto se me ocurrió que esa monstruosa maquinaria de cabezas y miembros no era para<br />

mí más que lo que habían sido mis estatuas, y que solamente había conseguido esclavizar<br />

a un autómata.<br />

MARTELLUS. -¿Esclavizar? ¿Qué significa eso?<br />

LA ANCIANA, -Una cosa que tiene que hacer lo que tú le ordenas es un esclavo; y<br />

el que le da las órdenes es su amo.<br />

EL ANCIANO.-También aprenderán que cuando el amo llega al punto de hacerlo<br />

todo por medio de su esclavo, el esclavo se convierte en su amo, puesto que aquél no<br />

puede vivir sin éste.<br />

LA ANCIANA. - Y entonces me di cuenta de que me había convertido en la esclava<br />

de una esclava.<br />

EL ANCIANO. -Cuando lo descubrimos, nos despojamos de nuestras cabezas,<br />

brazos y piernas superfluos, hasta volver a nuestra forma de antes, y ya no asustamos más<br />

a los chicos.<br />

LA ANCIANA.-Pero todavía sigo siendo una esclava de este esclavo, mi cuerpo.<br />

¿Cómo me libraré de él?<br />

EL ANCIANO.-Ese, niños, es el problema de los ancianos. Porque mientras<br />

sigamos atados a este cuerpo tiránico, estamos también atados a su muerte, y nuestro<br />

destino no es alcanzado.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¿Cuál es el destino de ustedes?<br />

EL ANCIANO. -Ser inmortales.<br />

LA ANCIANA. -Llegará el día en que no haya más personas, sino sólo<br />

pensamientos.<br />

EL ANCIANO. - Y entonces la vida será eterna.<br />

ECRASIA. - Confío en que mi accidente fatal ocurra antes de que llegue ese día.<br />

ARJÍLLAX. - Por primera vez, Ecrasia, estoy de acuerdo contigo. Un mundo en que<br />

no hubiese nada plástico sería un mundo absolutamente desdichado.<br />

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ECRASIA. -Un mundo carente de miembros, de contornos, de líneas exquisitas y<br />

elegantes formas, de adoración de los cuerpos hermosos, de poéticos abrazos en que los<br />

cultos amantes finjan que las manos que acarician se pasean por colinas celestiales y<br />

valles encantados, de. . .<br />

Ecrasia!<br />

Acis (interrumpiéndola con disgusto), -¡Qué mentalidad tan inhumana tienes,<br />

ECRASIA. - ¿Inhumana?<br />

ACIS. - Sí, inhumana. ¿Por qué no te enamoras de alguien?<br />

ECRASIA.- ¿Yo? He estado enamorada toda mi vida. Ardía de amor cuando aún<br />

estaba en el huevo. Acis.-No es cierto. Tú y Arjíllax son tan duros como piedras.<br />

ECRASIA. -No siempre pensaste así, Acis.<br />

ACIS. - ¡Oh! , ya lo sé. Una vez te ofrecí mi amor y te pedí el tuyo.<br />

ECRASIA. -¿Y acaso te lo negué, Acis? Acis, -Ni siquiera sabías qué era el amor.<br />

ECRASIA.- ¡Oh! ... Te adoré, patán estúpido, hasta que descubrí que eras un simple<br />

animal.<br />

ACIS. - Y yo hice el tonto por ti hasta que descubrí que eras una simple artista.<br />

¡Apreciabas mis contornos! Yo era plástico, como dice Arjíllax. Para ti no era un<br />

hombre, sino una obra maestra atrayente para tus gustos y tus sentidos. Tus gustos y tus<br />

sentidos se habían sobrepuesto en ti al impulso directo de la vida. Y como a mí me<br />

importaba una sola vida y la buscaba directamente; y como me fastidiaba que dieras a<br />

mis miembros nombres fantásticos y trazaras el mapa de mi cuerpo, encontrando en él<br />

valles y montañas y todo lo demás, dijiste que era un animal. Bien, soy un animal, si un<br />

hombre vivo es para ti un animal.<br />

ECRASIA. - No necesitas explicarlo. Te negaste a ser refinado. Yo hice lo posible<br />

para elevar tus impulsos prehistóricos al plano de la belleza, de la imaginación, del<br />

romanticismo, de la poesía, del arte, de. . .<br />

ACIS. -Todas esas cosas están muy bien a su modo y en el lugar que les<br />

corresponde. Pero no son el amor. Son una adulteración artificial del amor. El amor es<br />

una cosa sencilla y una cosa honda. Es un acto de la vida, no una ilusión. El arte es una<br />

ilusión.<br />

ARJÍLLAX. -Eso es falso. La estatua siempre cobra vida. Las estatuas de hoy son<br />

los hombres y mujeres de la próxima incubación. Levanto la figura de mármol ante la<br />

madre y le digo: "Este es el modelo que debes copiar." Producimos lo que vemos. Que<br />

nadie se atreva a crear en arte una cosa que no quiera que exista en la vida.<br />

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MARTELLUS. - Sí, yo he pasado ya por todo eso. Pero tú mismo estás haciendo<br />

estatuas de ancianos, en lugar de reproducir hermosas ninfas y donceles. Y Ecrasia tiene<br />

razón cuando dice que los ancianos no son artísticos. Son condenadamente inartísticos.<br />

Martellus.<br />

ECRASIA (triunfante). - ¡Ah! Nuestro más grande artista me vindica. Gracias,<br />

MARTELLUS. -El cuerpo siempre termina por ser un engorro. Nada permanece<br />

hermoso e interesante, salvo el pensamiento, porque el pensamiento es la vida. Cosa que<br />

también parecen opinar este anciano caballero y esta anciana dama.<br />

LA ANCIANA. -Precisamente.<br />

EL ANCIANO. - Exacto.<br />

LA RECIÉN NACIDA (al anciano). -Pero no se puede ser nada. ¿Qué es lo que<br />

quieres ser?<br />

EL ANCIANO.-Un torbellino.<br />

LA RECIÉN NACIDA. -¿Un qué?<br />

EL ANCIANO. -Un torbellino. Empecé siendo un vórtice, ¿por qué no habría de<br />

terminar como tal?<br />

ECRASIA. - ¡Oh! Eso es lo que son ustedes los ancianos: vorticistas.<br />

ACIS. - Pero si la vida es pensamiento, ¿se puede vivir acaso sin cabeza?<br />

EL ANCIANO. - Ahora quizá no. Pero los hombres prehistóricos creían que no<br />

podían vivir sin la cola. Yo puedo vivir sin ella. ¿Por qué no habría de vivir sin la<br />

cabeza?<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¿Qué es una cola?<br />

EL ANCIANO.-Una costumbre de la que tus antepasados consiguieron curarse.<br />

LA ANCIANA. - Ninguno de nosotros cree ya que toda esta maquinaria de carne y<br />

sangre sea necesaria. Es una maquinaria que muere.<br />

EL ANCIANO.-Nos encarcela en este minúsculo planeta y nos impide llegar hasta<br />

las estrellas.<br />

ACIS. - Pero aun un torbellino es un torbellino en alguna parte. No se puede tener<br />

una vorágine sin agua; y no se puede tener un torbellino sin gas, o sin moléculas, o<br />

átomos, o iones, o electrones, o algo.<br />

EL ANCIANO. -No, la vorágine no es el agua, ni el gas, ni los átomos. Es el poder<br />

que gobierna esas cosas.<br />

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LA ANCIANA,-El cuerpo fué el esclavo del torbellino; pero el esclavo se ha<br />

convertido en amo. Y nosotros tenemos que librarnos de esa tiranía. (Indicando su<br />

cuerpo,) Esta materia, esta carne, y sangre y huesos y todo lo demás ... esto es lo<br />

intolerable. Hasta los hombres prehistóricos soñaban con lo que ellos llamaban cuerpo<br />

astral, y preguntaban quién los libraría del cuerpo mortal.<br />

ACIS (evidentemente sin entender), -Yo, en tu lugar, no pensaría mucho al respecto.<br />

Hay que mantenerse cuerdo, ¿sabes? (Los ancianos intercambian una mirada, se encogen<br />

de hombros y se disponen a irse,)<br />

EL ANCIANO.-Nos hemos quedado demasiado tiempo con ustedes. Debemos irnos.<br />

(Todos los jóvenes se ponen de pie con cierta ansiedad,)<br />

ARJÍLLAX, -¡No faltaba más!<br />

LA ANCIANA. -Es que, además, nos resulta aburrido. Ya ven, niños: tenemos que<br />

decirles las cosas con rudeza, para poder resultarles inteligibles.<br />

propio?<br />

EL ANCIANO. -Me temo que no hayamos tenido mucho éxito.<br />

ESTREFÓN. -Han sido muy amables al venir a conversar con nosotros, por cierto.<br />

ECRASIA. - ¿Por qué los demás ancianos no vienen de vez en cuando y hacen lo<br />

EL ANCIANO. - Les resulta tan difícil ... Se han olvidado de cómo se hace para<br />

hablar, para leer y aun para pensar en la forma en que lo hacen ustedes. Nosotros no nos<br />

comunicamos los unos con los otros de ese modo ni tenemos del mundo la visión que<br />

tienen los jóvenes.<br />

LA ANCIANA. - Para mí es cada vez más difícil utiEzar el lenguaje de ustedes.<br />

Dentro de uno o dos siglos r más me resultará imposible. Tendré que ser relevada por un<br />

pastor más joven.<br />

ACIS. -Por supuesto, siempre estaremos encantados de recibirlos, pero si eso les<br />

implica un esfuerzo demasiado intenso, podemos arreglárnoslas perfectamente por<br />

nuestra cuenta, les aseguro.<br />

LA ANCIANA. - Díme, Acis, ¿pensaste alguna vez en que quizá tendrás que vivir<br />

miles de años?<br />

ACIS.- ¡Oh!, no hables de eso. Pero si yo sé perfectamente que sólo me esperan<br />

cuatro años de lo que cualquier persona razonable llamaría vivir, y tres y medio de ellos<br />

ya han queda atrás.<br />

anciano.<br />

ECRASIA. - No te ofendas, pero, de veras, no se puede llamar vida a ser un<br />

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LA RECIÉN NACIDA (casi a punto de llorar). - ¡Oh, esta espantosa brevedad de<br />

nuestra vida! No puedo soportarla.<br />

ESTREFÓN. -Hace mucho tiempo llegué a una decisión al respecto. Cuando tenga<br />

tres años y cincuenta semanas de edad, sufriré mi accidente fatal. Y no será un accidente.<br />

EL ANCIANO. -Estamos todos cansados de este tema. Tengo que irme.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¿Qué quiere decir estar cansado?<br />

LA ANCIANA. -Es el castigo de conversar con niños. Adiós. (Los dos ancianos se<br />

marchan, cada cual por su lado; ella hacia el bosquecillo, él hacia las colinas de atrás del<br />

templo,)<br />

TODOS.- ¡Uf! (Un gran suspiro de alivio,)<br />

ECRASIA, - ¡Qué gente espantosa!<br />

ESTREFÓN. - ¡Pegotes!<br />

MARTELLUS. - Y sin embargo a uno le gustaría seguirlos, entrar en la vida de<br />

ellos, entender sus pensamientos, aprehender el universo como deben de aprehenderlo<br />

ellos.<br />

ARJÍLLAX. - ¿Te estás volviendo viejo, Martellus?<br />

MARTELLUS. -Bueno, he terminado con los muñecos, y ya no siento celos de ti.<br />

Eso parece ser el final. Me bastan dos horas de sueño. Me temo que todos ustedes<br />

empiecen a parecerme un poco tontos.<br />

ESTREFóN. -Ya lo sé. Mi chica se fué esta mañana. Hacía varias semanas que no<br />

dormía. Y descubrió que las matemáticas eran más interesantes que yo.<br />

MARTELLUS. -Hay un dicho prehistórico, de una famosa profesora, que ha llegado<br />

hasta nosotros. Dijo esa mujer: "Dejad a las mujeres y estudiad las matemáticas." Es el<br />

único fragmento que queda de una escritura perdida llamada Las confesiones de San<br />

Agustín, el inglés comedor de opio. Esa salvaje primitiva debe de haber sido una gran<br />

mujer, para haber dicho una cosa que perdura luego de trescientos siglos. Yo también<br />

dejaré a las mujeres y estudiaré matemáticas, que he descuidado durante mucho tiempo.<br />

Adiós, niños, hasta ahora mis compañeros de juegos. Casi querría ponerme sentimental<br />

por esta separación, pero la verdad lisa y llana es que me aburren. No se enojen conmigo;<br />

ya les llegará el turno. (Se aleja gravemente rumbo al bosquecillo.)<br />

ARJíLLAX.-Ahí va un gran espíritu. ¡Qué escultor fué! ¡Y ahora, nada! Es como si<br />

careciera de manos.<br />

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ustedes?<br />

jurado.<br />

abjurar.<br />

LA RECIÉN NACIDA.- ¡Oh!, ¿me abandonarán todos como él los ha abandonado a<br />

ECRASIA. -Jamás. Lo hemos jurado.<br />

ESTREFóN. -¿De qué sirve jurar? Ella juró. Él juró. Ustedes juraron. Ellos han<br />

ECRASIA. -Hablas como una gramática.<br />

ESTREFóN. - Pues así es como hay que hablar, ¿verdad? Todos tendremos que<br />

LA RECIÉN NACIDA.-No hables de ese modo. Nos entristeces y ahuyentas la luz.<br />

Se está poniendo oscuro. Acis. -Cae la noche. La luz volverá mañana.<br />

LA RECIÉN NACIDA. -¿Qué es mañana?<br />

ACIS. -El día que no llega nunca. (Se dirige al templo. Todos comienzan a entrar<br />

en el templo.)<br />

LA RECIÉN NACIDA (reteniendo a Acis).-Esa no es una respuesta. ¿Qué...?<br />

ARJíLLAX, - Silencio. A los chiquillos hay que verlos, pero no oírlos. (La recién<br />

nacida le saca la lengua.) ECRASIA. - ¡Espantoso! No debes hacer eso.<br />

LA RECIÉN NACIDA. - Haré lo que se me dé la gana. Pero algo me ocurre. Quiero<br />

acostarme. No puedo mantener los ojos abiertos.<br />

ECRASIA. - Te estás durmiendo. Volverás a despertar.<br />

LA RECIÉN NACIDA (amodorrada). - ¿Qué es dormir? Acis. - No hagas preguntas<br />

y no te contestarán mentiras. (La toma de una oreja y la conduce con firmeza hacia el<br />

templo.)<br />

LA RECIÉN NACIDA. - ¡Ay, ay! ¡No! Quiero que me lleven. (Cae en brazos de<br />

Acis, quien la lleva al templo.) ECRASIA. -Ven, Arjíllax. Por lo menos tú sigues siendo<br />

un artista. Te adoro.<br />

ARJÍLLAX. - ¿De veras? Desgraciadamente para ti, no sigo siendo un niño. He<br />

superado la cuestión de los mimos. Sólo puedo apreciar tu figura. ¿Te satisface eso?<br />

ECRASIA. - ¿Desde qué distancia?<br />

ARJÍLLLAX. -De un brazo o más.<br />

ECRASIA. - Gracias, eso no es para mí. (Se aleja de él.)<br />

ARJÍLLAX.-¡Ja, ja! (Entra en el templo.)<br />

ECRASIA (llamando a Estrefón, que está en el umbral del templo, a punto de<br />

entrar).- Estrefón.<br />

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ESTREFÓN. - No. Tengo el corazón destrozado.<br />

ECRASIA. - ¿Es que tendré que pasar la noche a solas? (Mira en torno, buscando<br />

otro compañero, pero se han ido todos,) En fin de cuentas, en la imaginación puedo tener<br />

un amante más noble que todos ustedes. (Entra en el templo. Ahora reina una oscuridad<br />

bastante acentuada. Cerca del templo aparece una vaga radiación que adquiere la forma<br />

del fantasma de Adán.)<br />

UNA VOZ DE MUJER (en el bosquecillo). - ¿Quién es ése?<br />

ADÁN.-El fantasma de Adán, el primer padre de la humanidad. ¿Y quién eres tú?<br />

LA Voz. -El fantasma de Eva, la primera madre de la humanidad.<br />

ADÁN.-Acércate, esposa, y déjate ver.<br />

EVA (aparece cerca del bosquecillo), -Heme aquí, esposo. Estás muy viejo.<br />

UNA VOZ (en las colinas). - ¡Ja, ja, ja!<br />

ADÁN. -¿Quién ríe? ¿Quién se atreve a reírse de Adán?<br />

EVA. -¿Quién tiene la osadía de reírse de Eva?<br />

LA VOZ. -El fantasma de Caín, el primer hijo y el primer asesino. (Aparece entre<br />

ellos, y al hacerlo se escucha un prolongado siseo,) ¿Quién se atreve a sisear a Caín, el<br />

señor de la muerte?<br />

UNA VOZ, -El fantasma de la serpiente, que vivió antes que Adán y Eva y les<br />

enseñó a parir a Caín. (Se hace visible enroscada en el árbol. )<br />

UNA VOZ. - Hay alguien que estaba antes que la serpiente.<br />

LA SERPIENTE, -Esa es la voz de Lilith, en quien el padre y la madre eran uno.<br />

¡Salud, Lilith! (Lilith aparece entre Caín y Adán.)<br />

LILITH. - He sufrido lo indecible. Me desgarré en pedazos, perdí la vida para<br />

hacer a estos dos, hombre y mujer, de mi sola carne. Y esto es lo que ha resultado. ¿Qué<br />

opinas de eso, Adán, hijo mío?<br />

ADÁN.-Yo hice que la tierra diera frutos con mi trabajo, y que la mujer los diera<br />

con mi amor. Y esto es lo que ha resultado. ¿Qué opinas tú, Eva, esposa mía?<br />

EVA.-Yo nutrí el huevo en mi cuerpo y lo alimenté con mi sangre. Y ahora lo<br />

sueltan como los pájaros y no sufren nada. ¿Qué opinas tú, Caín, mi primogénito?<br />

CAÍN. -YO inventé el asesinato y la conquista y el dominio y la aniquilación de<br />

los débiles por los fuertes. Y ahora los fuertes se han matado entre sí y los débiles viven<br />

por toda la eternidad, y sus acciones no aprovechan más a los que las realizan que a los<br />

demás. ¿Qué opinas de eso, serpiente?<br />

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LA SERPIENTE, - Yo estoy justificada. Porque elegí la sabiduría y el<br />

conocimiento del bien y del mal. Y ahora no hay mal, y la sabiduría y el bien son la<br />

misma cosa. Es suficiente. (Desaparece.)<br />

CAÍN.-No hay ya un lugar para mí en la tierra. No se puede negar que el mío fué<br />

un juego espléndido, mientras duró. ¡Pero ahora!... ¡Apágate, breve vela! (Desaparece.)<br />

EVA. -Los inteligentes fueron siempre mis favoritos. Los que cavaban y los<br />

luchadores se han enterrado ahora con los gusanos. Y los inteligentes han heredado la<br />

tierra. Todo está bien. (Desaparece.)<br />

ADÁN, -No entiendo nada de todo esto, no le veo pies ni cabeza. ¿Qué objeto<br />

tiene? ¿Para qué es? ¿Adónde va? ¿De dónde proviene? En el jardín estábamos<br />

bastante bien. ¡Y ahora los tontos han matado a los animales y se sienten insatisfechos<br />

porque el cuerpo les molesta! Afirmo que es una estupidez. (Desaparece.)<br />

LILITH. -Han aceptado la carga de la vida eterna. Han despojado al nacimiento de sus<br />

dolores. Y la vida no se desvanece de ellos ni siquiera en la hora de su destrucción. Sus<br />

pechos carecen de leche, sus entrañas no existen ya. Hasta sus mismas formas no son sino<br />

adornos para que las admiren sus niños y los acaricien sin entender. ¿Es bastante esto, o debo<br />

continuar trabajando? ¿Tendré que producir algo que los barra y termine con ellos, como<br />

ellos han barrido a los animales del jardín y terminado con las cosas que reptan y las cosas<br />

que vuelan y con las que se niegan a vivir eternamente? Los he tolerado durante muchas<br />

edades; han puesto mi paciencia a prueba. Hicieron cosas terribles: abrazaron a la muerte y<br />

dijeron que la vida eterna era una fábula. Me anonadó la malicia y el espíritu destructivo de<br />

las cosas que había creado. Marte se ruborizó cuando contemplaba la vergüenza de su planeta<br />

hermano; la crueldad y la hipocresía se tornaron tan repugnantes, que la faz del planeta quedó<br />

salpicada con las tumbas de los niños en medio de las cuales se arrastraban esqueletos<br />

vivientes en procura de horribles alimentos. Los dolores de otro parto me atenazaban ya<br />

cuando un hombre se arrepintió y vivió trescientos años, y yo esperé para ver qué resultaría<br />

de ello. Y resultaron tantas cosas, que los horrores de esa época apenas parecen un mal sueño.<br />

Se han redimido de su bajeza y alejado de sus pecados. Y, lo que es mejor aun, todavía no se<br />

sienten satisfechos. Continúa acicateándolos el impulso que les di ese día en que me partí en<br />

dos y puse sobre la tierra al Hombre y la Mujer. Después de dejar atrás un millón de metas,<br />

continúan avanzando hacia la meta de la redención de la carne, al torbellino liberado de la<br />

materia, al vórtice de pura inteligencia que, cuando comenzó el mundo, era un vórtice de pura<br />

fuerza. Y aunque todo lo que han hecho no parece ser más que la primera hora de la infinita<br />

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obra de la creación, no los suprimiré hasta que hayan vadeado ese último río que corre entre<br />

la carne y el espíritu, y desenredado su vida de la materia, que siempre se ha burlado de ésta.<br />

Puedo esperar; la espera y la paciencia no significan nada para lo eterno. Concedí a la mujer<br />

el más grande de los dones: la curiosidad. Gracias a ello su simiente se salvó de mi cólera,<br />

porque yo también soy curiosa y siempre he esperado a ver qué harán mañana. Que me<br />

alimenten ese apetito. Que teman, digo, el estancamiento más que ninguna otra cosa. Porque<br />

en el momento en que yo, Lilith, pierda la esperanza y la fe en ello, estarán condenados. En<br />

esa esperanza y esa fe les he permitido vivir un instante, y en ese instante les he perdonado la<br />

vida muchas veces. Pero criaturas más potentes que ellos han matado la fe y la esperanza, y<br />

desaparecido de la tierra. Y puede que no les siga perdonando la vida eternamente. Yo soy<br />

Lilith; infundí la vida en el vórtice de fuerza y obligué a mi enemiga, la Materia, a obedecer a<br />

un alma viviente. Pero al esclavizar al enemigo de la Vida creé el amo de la Vida, porque tal<br />

es el fin de toda esclavitud. Y ahora veré cómo el esclavo es liberado y el enemigo<br />

reconciliado, y cómo el vórtice se convierte en vida sin materia. Y como estos chiquillos que<br />

se llaman ancianos se esfuerzan por llegar a ello, tendré todavía paciencia con ellos, aunque<br />

sé de sobra que cuando lleguen a esa meta se fundirán conmigo y me sustituirán, y entonces<br />

Lilith será sólo una leyenda y una canción que habrá perdido su significado.<br />

Sólo la Vida no tiene fin, y aunque de sus millones de estrelladas mansiones muchas<br />

están desiertas y muchas no han sido construídas aún, y aunque su vasto dominio está todavía<br />

insoportablemente vacío, mi simiente la llenará algún día y regirá su materia hasta sus<br />

confines más remotos. Y para lo que pueda haber más allá, la visión de Lilith es demasiado<br />

breve. Basta con que haya un más allá. (Desaparece.)<br />

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