Mayo de 2009 - El Pitic

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La Fábrica de los Angeles...
selmo Larrondo, en representación de la
empresa textil, comprometiéndose ésta
a entregar al gobierno mil quinientos
fusiles, en el término de seis meses, a
cambio de que se le permitiera hacer la
importación de mil quintales de algodón
despepitado, por ser insuficiente la producción
de esa materia prima en Sonora.
Además de que se comprometía las Fábrica
de los Ángeles a intervenir con sus
hombres para presentar alguna resistencia
al invasor. Bien se acordaban todos
de aquellos seis meses que permaneció
sin trabajo en la revolución de Sonora.
Y aquel año en que la empresa estuvo
manteniendo a las familias desocupadas,
mientras pasaban los trabajos de remozamiento
en l9l6. Por eso, para muchos
no había mas que un solo pensamiento
y una sola verdad: La Fábrica de los Angeles,
que se inició cuando esta patria
era todavía colonia española y los sables
insurgentes no terminaban de abatir al
último gachupín, cuando aún faltaba un
lustro para que la Villa del Pitic fuera
bautizada con el mas eufónico patronímico
del joven general José María González
Hermosillo; la fábrica, que guiaba
la desmañada mano de los tatarabuelos
por entre urdidoras, batanes e hilaturas,
la que cumple ya ciento veintiún años
operando, no parará jamás de existir, ya
que es un ente inmortal arraigado firmemente
en el suelo de Sonora, protegido y aviado espiritualmente por
Nuestra Señora de los Angeles. Así que el parón de anoche, no será sino
otro borrón y cuenta nueva, pues de otra forma ¿ qué haríamos los cuatro
mil que somos?
Pero una vez terminados los trabajos del traslado de la maquinaria
hacia otros lugares, Corvera ordenó fueran tiradas paredes y demás instalaciones
del añoso inmueble, para que en lo sucesivo no le cupiera a
nadie la menor duda de que la fuente de trabajo más importante del Valle
del río San Miguel y el primer establecimiento fabril desde Yucatán hasta
la Alta California, había finiquitado, esta vez para siempre.
La tristeza era mayúscula en los jóvenes que veían cancelarse posibilidades
futuras de vida y que además ya no gozarían de otro carnaval.
Ni testificarían el rebullir de los paseantes en la plaza. La parroquia con
la santa patrona Nuestra Señora de los Angeles, quedó desierta como
la población y en los días actuales, solo de vez en cuando se oficia allí
alguna misa. Una cantina, que ofrece una cerveza refrescada con agua,
es el recuerdo de ocho que trabajaron día y noche en los tiempos en que
las telas que producía La Compañía Industrial del Pacífico, encontraban
mercado en Nayarit, Sinaloa, Sonora y Baja California, lo mismo que en
Tucson y Fénix ( Phoenix) en Arizona.
Carlos Tostado, ex operario de la fábrica y después técnico de Textiles
de Sonora, recuerda la facilidad que había para encontrar acomodo en la
compañía de telas. Las mujeres, lo mismo que los niños de cierta edad,
eran contratados para instalarlos delante de telares y husos. La supervisión
de algunos procesos fabriles no requería fuerza para ser realizados,
las pequeñas manos podían desenvolverse bien para limpiar y engrasar
entre los engranajes de las máquinas. Los salarios que se les pagaban
eran muy reducidos y las jornadas más largas. La mano de obra infantil
estaba clasificada en niños pequeños, medianos y grandes. No existía,
pues, prohibición alguna de que trabajaran los niños, antes bien, se les
¿Los constantes embarazos de sus operarias, pudiera anotarse como
una causa del cierre? Todavía referirse a ello es un misterio.
Hermosillo, Son., Mayo del 2009
ataba con una soga y se les bajaba por oscuras, quemantes y tiznadas
chimeneas para que las limpiaran. Ingresaban
como aprendices a los talleres y se
les trataba a cachetadas para que fueran
progresando en habilidades y conocimientos
hasta llegar a la incapacidad de
la vejez. Así, la comunidad tenía asegurada
su vida y los nuevos habitantes
siempre encontraban lugar en la empresa.
El pueblo no se vio, en todos aquellos
años, diezmado por la emigración o el
desempleo. Sin embargo, las condiciones
de vida para los empleados eran un
suplicio ya que se tenía que laborar de
doce a catorce horas diarias, los sábados
jornada completa y los domingos medio
día. Los talleres tenían que funcionar
al cien por cien, doce meses al año, seis
días a la semana y 11 y media horas diarias.
Las especialidades estaban ocupadas
por canilleros, torcedores, tejedores,
engomadores, atadores, mudadores, boteros,
estiradores, veloceros, trocileros,
cabos, carretilleros, devanadores, empacadores,
fogoneros, medidores, envasadores,
dobladores, urdidores, bataneros,
blanqueadores, zurcidores, rodeleros,
tintoreros, estampadores y maestros de
hilados y preparación. Desde 1842 en
que se industrializó el cultivo del algodón
en el Estado, en los campos estaban
los cultivadores de esa fibra, los yunteros,
los granjeros, los carreteros y en el
casco de la población, quienes atendían
las trojes, los chiqueros, las bodegas, los graneros, los pajares, los macheros,
los carpinteros y lavaderos, además de maquinistas y caldereros que
operaban las bombas de vapor, generalmente acompañados del juez del
acueducto. Todos ellos formando una comunidad babélica que lo mismo
se daba a entender en las lenguas del inglés, español, chino, africano y
latín como en los dialectos derivados de matriz cahíta.
La factoría había sido ubicada lejos de los centros poblacionales para
realizar un tipo de liberalismo a sus anchas sin intervenciones estatales,
ni regulación de condiciones o de horas de labor. A despecho de ello,
las crisis de subsistencia se terminaron al existir una fuente segura de
trabajo, a pesar de que la compañía procuraba en los primeros decenios,
evitar la paga en efectivo, liquidando al trabajador con vales o cupones
que eran descontables en especie y ropa. En el aspecto tecnológico, Sonora
fue más rica en los ochocientos que doscientos años después, ya que
su auge estuvo basado en la economía inglesa de la mecanización más
que en la de Estados Unidos, donde en ese tiempo tales adelantos no se
imponían. Se pudo comprobar en esa parte de Sonora, que la renta y la
riqueza crecieron más rápidamente que la población, haciéndolas vivir el
paso más glorioso de ese siglo.
La Fábrica de los Angeles, comenzó a operar en l842, en un edificio de
dos pisos, de una hectárea de superficie. Pero es natural pensar que para
llevar a su apertura, hubieron de pasar lo menos 22 años, los que se utilizaron
en conseguir la maquinaria, su translado e instalación, así mismo,
el lugar para el ingenio y sus campos, las condiciones más idóneas para el
fin provocador que se buscaba, la construcción de casas para los obreros,
la instrucción para cada uno de ellos sobre el papel que desempeñarían
frente a cada reto del conjunto fabril. Tenían que opositar, realizar una
serie de pruebas para optar a un cargo. Se realizaba un procedimiento
selectivo de los aspirantes para someter su competencia al juicio
de quien ya sabía. El fruto de tanto esfuerzo devendría en un
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