Algunos Diestros que Lidiaron Miuras - Fiestabrava

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MIURA - 2002 A la feria. Allí estuve yo un par de veces hace muchos años, y te podría contar lo que me pasó una vez con Paquito Barrionuevo, el de Córdoba, que tú conoces. Me preguntó seguidamente: ¿Se puede saber lo que se te ha perdido a ti en la Feria de Albacete...? Hombre -le contesté-, como perdérseme, nada. Pero voy a ver si puedo hacerle un par de crónicas de Pedrés. Me dijo: ¡Gran muchacho ese Pedrés! Escribe de él en este orden lo que quieras; pero no se te vaya a ocurrir decir que Albacete es la cuna del toreo. Tenía muchas ganas de escribir un rato largo de Enrique García Oviedo, como si hablara con él. Nunca hasta ahora había tenido oportunidad. Ya está declarado que he reescrito este libro para la propia recreación. Y así ha sido, plenamente, estas modestas florecillas que he puesto sobre la memoria del gran amigo...» ¡Muy bien, don Enrique!» (Aquí termina el párrafo 15). Juan llegó hasta la misma cara del toro sin una duda, metiéndole la muleta entre los cuernos lo llevó una vez y otra maravillosamente prendido, en pases impresos todos de la chispa de genialidad que iluminó siempre las grandes faenas de Belmonte... -¡Qué barbaridad...! -¡Jozú, qué tío...! -murmuraba Autonio Ruiz a cada pase de Juan... -¡Lo que faltaba...! -soltó reciamente, cuando Belmonte se lió toda la mole del toro en ese molinete que nadie, más que el propio Juan, logró luego imitar. Antonio tiró un puro deshecho ya a bocados y sacó otro del pequeño arsenal que llevaba en uno de los bolsillos superiores de su magnífico chaleco de fantasía. A menos de medio metro de distancia, Juan se perfiló para matar al toro. El cuerno derecho, casi le rozaba la chaquetilla. Aquel cuerno que momentos antes había tomado por la mazorca rompiendo y destrozando una tradición y una leyenda... García Oviedo que me contó esta anécdota, oyó más atónito que por la faena de Belmonte, por el admirable gallismo de 130 Antonio Ruiz, que éste verdaderamente emocionado empezó a rezar con verdadero recogimiento cuando Juan liada la muleta se disponía a ir hacia el toro... -¡Dios te salve Reina y Madre...! -¿Qué hace usted, Antonio...? -le pregunto García Oviedo. -¡A ver si pincha...! ¡Madre de Misericordia, vida y dulzura...! Juan se fue tras la espada, hasta apoyar la mano en el morrillo del animal. Antonio interrumpió el rezo. ¡-Qué barbaridad! -exclamó, añadiendo con balbuceo como último recurso-. ¿No está un poco atravesada...? -¿Qué atravesada, Antonio? ¡Está en todo lo alto! Aún no había terminado Oviedo de decir esto cuando el toro rodaba como una pelota ante los pies de Belmonte, que con la mano alzada había pronunciado contra él «una inapelable sentencia de muerte», según la frase estupenda de Andrés Martínez de León. La pluma más brillante y arrebatada no sería capaz de describir fielmente lo que pasó en la plaza, ni la magnitud del entusiasmo que desbordó todos los límites cuando la memorable gesta de Juan fue coronada tan gloriosamente. Aquello era la consagración definitiva del belmontismo, como teoría y práctica de torear. Aquello era la reválida absoluta de que el toreo es, de verdad, una «fuerza del espíritu». Para vencer a un torazo de Miura imponente Juan no había necesitado ni agilidad ni fuerza física. Fue aquella tarde cuando el propio Belmonte, emocionado, inició la vuelta al ruedo al revés. Muy pocos se dieron cuenta, posesos del estupor que había causado la faena, de esta anomalía, hasta que el torero, acabado el triunfal paseo, entró en el burladero con la cara lívida por la contracción del dolor. Todavía reservaba Juan otra sorpresa. La de torear a su segundo toro de la misma impresionante manera. Pero él mismo me dijo, años más tarde, recordando la hazaña de abril del 1914:

-El segundo toro era francamente bueno. El primero, no. Fue esta, sin duda ninguna, la jornada más brillante de toda la crónica del belmon-tismo. Antonio Ruiz comentaba a la salida de la plaza: -¡Cualquiera va esta noche a «La Perla»...! La Perla era un antiguo café sevillano, ya desaparecido, donde solían reunirse cada noche del año aficionados de todas las tendencias. Se discutían con calor, pero de buena fe. Gallistas y belmontistas en beligerante promiscuidad defendían sus banderas titulares, un pugilato de intención y de gracia. La Perla desapareció como tantas instituciones de este tipo. La última tertulia eminentemente taurina que yo recuerdo en Sevilla, aparte la del Aero Club, citada en la nota anterior, fue la de La Casa de la Montaña, muy parecida a la de La Perla. En La Casa de la Montaña llevaron la voz cantante durante años enteros Domingo Ruiz, Juanito Balbontín y Manuel Baena. Balbontín era un gallista de este calibre. Cierta mañana de una corrida madrileña, en la que alter-naban Gaona, José y Juan, le preguntaron en el café Lion d’or, de Madrid: ¿Quién toreaba?, y contestó de mesa a mesa, con una voz bien clara y potente: Joselito y otros dos. Se hizo famoso. C) La Entrevista a Belmonte. Juan Belmonte, en su época profesional y después en su retiro, solía hablar de toros y de toreros muy pocas veces. Él mismo dice que fue siempre un torero «un poco fuera del toreo.» Sin embargo, por una vez, con amabilidad y atención -cosa que le agradecerá siempre don Enrique Vila- accedió a platicar mucho rato sobre los toros de Miura. De dicha conversación traemos a los lectores las contestaciones que el famoso matador sevillano les dio a las preguntas del periodista: -¿Cuáles son, a su juicio, las notas esen-ciales del toro de Miura? -No es problema fácil definirlas de manera concreta. Si he de serle franco, no MIURA - 2002 me había parado jamás a pensar en ese tema. Después que usted me dio cuenta del propósito que tenía, con ocasión del primer centenario de Miura, he meditado para formar un juicio exacto. En mi opinión, el toro de Miura que se lidiaba en mi época se distinguía de todos los demás por estas dos cualidades esenciales: el poder y el sentido. El primero fácilmente explicable, conocida, como es de todo el mundo, la escrupulosidad con que la casa Miura trató siempre el ganado. Además no tiene nada de extraño. Tanto don Antonio I como don Eduardo I trataron de hacer el toro a gusto de aquellos tiempos, y debemos de reconocer que los consiguieron plenamente. El toro de Miura de entonces podía ser más o menos bravo; más o menos bonito, pero siempre sosteniendo una pelea fuerte. Por lo que al sentido se refiere, tengo la seguridad absoluta de que ningún toro ha medido jamás con más excatitud su capacidad ofensiva y defensiva ante el torero. Era, además, el que más pronto reaccionaba fieramente contra la tiranía del lidiador. (Habiendo estudiado largamente ese sentido de los toros, encontré referencia de astados que su conducta resabiada impresionaron incluso al públicos en los tendidos. Uno de esos toros fue rejoneado en Madrid el año 1658, por don Tomás Melgarejo, en las fiestas reales celebradas con motivo del nacimiento y bautizo del príncipe Felipe Próspero. Ese toro, desde que salió a la plaza, no le interesó para nada el caballo, pues al llegar a él levantaba la cabeza y corneaba al rejoneador, infiriéndole a don Tomás una cornada que le atravesó la pierna de parte a parte, tratando de cornear igualmente a otros rejoneadores, como lo hizo con Pernia. La gente sintió en los tendidos que el toro aplicaba su ferocidad, «tirándole a la persona sin hacer caso del caballo» (Relación de don Rodrigo Méndez Silva). -Según eso ¿el toro de Miura era difícil en todos los momentos de la lidia...? -Por lo menos nunca era inofensivo. 131

MIURA - 2002<br />

A la feria. Allí estuve yo un par de veces hace<br />

muchos años, y te podría contar lo <strong>que</strong> me<br />

pasó una vez con Paquito Barrionuevo, el de<br />

Córdoba, <strong>que</strong> tú conoces. Me preguntó<br />

seguidamente: ¿Se puede saber lo <strong>que</strong> se te<br />

ha perdido a ti en la Feria de Albacete...?<br />

Hombre -le contesté-, como perdérseme,<br />

nada. Pero voy a ver si puedo hacerle un par<br />

de crónicas de Pedrés. Me dijo: ¡Gran<br />

muchacho ese Pedrés! Escribe de él en este<br />

orden lo <strong>que</strong> quieras; pero no se te vaya a<br />

ocurrir decir <strong>que</strong> Albacete es la cuna del toreo.<br />

Tenía muchas ganas de escribir un<br />

rato largo de Enri<strong>que</strong> García Oviedo, como si<br />

hablara con él. Nunca hasta ahora había<br />

tenido oportunidad. Ya está declarado <strong>que</strong> he<br />

reescrito este libro para la propia recreación.<br />

Y así ha sido, plenamente, estas modestas<br />

florecillas <strong>que</strong> he puesto sobre la memoria<br />

del gran amigo...» ¡Muy bien, don Enri<strong>que</strong>!»<br />

(Aquí termina el párrafo 15).<br />

Juan llegó hasta la misma cara del toro<br />

sin una duda, metiéndole la muleta entre los<br />

cuernos lo llevó una vez y otra maravillosamente<br />

prendido, en pases impresos todos<br />

de la chispa de genialidad <strong>que</strong> iluminó siempre<br />

las grandes faenas de Belmonte...<br />

-¡Qué barbaridad...!<br />

-¡Jozú, qué tío...! -murmuraba Autonio<br />

Ruiz a cada pase de Juan...<br />

-¡Lo <strong>que</strong> faltaba...! -soltó reciamente,<br />

cuando Belmonte se lió toda la mole del toro<br />

en ese molinete <strong>que</strong> nadie, más <strong>que</strong> el propio<br />

Juan, logró luego imitar.<br />

Antonio tiró un puro deshecho ya a bocados<br />

y sacó otro del pe<strong>que</strong>ño arsenal <strong>que</strong><br />

llevaba en uno de los bolsillos superiores de<br />

su magnífico chaleco de fantasía. A menos<br />

de medio metro de distancia, Juan se perfiló<br />

para matar al toro. El cuerno derecho, casi le<br />

rozaba la cha<strong>que</strong>tilla. A<strong>que</strong>l cuerno <strong>que</strong> momentos<br />

antes había tomado por la mazorca<br />

rompiendo y destrozando una tradición y una<br />

leyenda...<br />

García Oviedo <strong>que</strong> me contó esta<br />

anécdota, oyó más atónito <strong>que</strong> por la faena<br />

de Belmonte, por el admirable gallismo de<br />

130<br />

Antonio Ruiz, <strong>que</strong> éste verdaderamente<br />

emocionado empezó a rezar con verdadero<br />

recogimiento cuando Juan liada la muleta se<br />

disponía a ir hacia el toro...<br />

-¡Dios te salve Reina y Madre...!<br />

-¿Qué hace usted, Antonio...? -le pregunto<br />

García Oviedo.<br />

-¡A ver si pincha...! ¡Madre de Misericordia,<br />

vida y dulzura...!<br />

Juan se fue tras la espada, hasta<br />

apoyar la mano en el morrillo del animal.<br />

Antonio interrumpió el rezo.<br />

¡-Qué barbaridad! -exclamó,<br />

añadiendo con balbuceo como último<br />

recurso-. ¿No está un poco atravesada...?<br />

-¿Qué atravesada, Antonio? ¡Está en<br />

todo lo alto! Aún no había terminado Oviedo<br />

de decir esto cuando el toro rodaba como una<br />

pelota ante los pies de Belmonte, <strong>que</strong> con la<br />

mano alzada había pronunciado contra él<br />

«una inapelable sentencia de muerte», según<br />

la frase estupenda de Andrés Martínez de<br />

León.<br />

La pluma más brillante y arrebatada<br />

no sería capaz de describir fielmente lo <strong>que</strong><br />

pasó en la plaza, ni la magnitud del entusiasmo<br />

<strong>que</strong> desbordó todos los límites cuando la<br />

memorable gesta de Juan fue coronada tan<br />

gloriosamente. A<strong>que</strong>llo era la consagración<br />

definitiva del belmontismo, como teoría y<br />

práctica de torear. A<strong>que</strong>llo era la reválida<br />

absoluta de <strong>que</strong> el toreo es, de verdad, una<br />

«fuerza del espíritu». Para vencer a un torazo<br />

de Miura imponente Juan no había necesitado<br />

ni agilidad ni fuerza física.<br />

Fue a<strong>que</strong>lla tarde cuando el propio<br />

Belmonte, emocionado, inició la vuelta al ruedo<br />

al revés. Muy pocos se dieron cuenta,<br />

posesos del estupor <strong>que</strong> había causado la<br />

faena, de esta anomalía, hasta <strong>que</strong> el torero,<br />

acabado el triunfal paseo, entró en el burladero<br />

con la cara lívida por la contracción del dolor.<br />

Todavía reservaba Juan otra sorpresa. La de<br />

torear a su segundo toro de la misma<br />

impresionante manera. Pero él mismo me dijo,<br />

años más tarde, recordando la hazaña de abril<br />

del 1914:

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