Dublín Norte: guía de viaje

60 LO QUE HAY QUE VER
• NORTE DE DUBLÍN
(Mapa I, en página 146)
La Cenicienta de Dublín. Si hubiera alguna
forma de definición gráfica del Dublín
que se desparrama en la orilla norte del río
Liffey ésta podría ser una acertada. Hasta
no hace demasiados años, el norte de la
ciudad fue el barrio de los obreros y de los
inmigrantes, que encontraban en sus callejuelas
mugrientas y edificios cayéndose a
trozos un lugar donde sobrevivir a la lluvia
dublinesa y a la depresión económica. La
delincuencia se convirtió también en una
de sus señas de identidad, mientras por sus
calles deambulaban borrachos y adictos a
la heroína. Ya dos siglos antes, la herencia
negra del norte pesaba como una losa. De
hecho, uno de los primeros intentos de
mejorar esta parte de la ciudad en la que
hoy vive una cuarta parte de la población
se dio en el siglo XVIII, cuando se diseñó
un gran plan de urbanización que incluía
avenidas amplias y plazas elegantes. No
obstante, la crisis económica y las revueltas
para conquistar la independencia de
Irlanda hicieron que esta parte de la ciudad
siguiera durante mucho tiempo en una
especie de limbo surrealista: a pesar de
poseer algunos de los más bellos edificios
georgianos de la ciudad, encarnaba el polo
opuesto a la opulencia que reinaba en la
orilla sur. Con esta herencia no es extraño
que en la película de Alan Parker The
Commitments, retrato de un grupo de soul
en el Dublín de los duros años 80 del siglo
XX, el protagonista resumiera de forma gráfica
la esencia de esta zona: “Los irlandeses
son los negros de Europa, los dublineses
son los negros de Irlanda y los dublineses
del norte son los negros de Dublín”.
Por fortuna, este panorama que durante
tanto tiempo marcó a fuego el carácter del
norte empezó a cambiar a principios de los
90. Los logros económicos y sociales conquistados
por el Tigre Celta desde media-
dos de esa década facilitaron que se reemprendieran
los trabajos de saneamiento
pendientes y que se intentara de nuevo dar
luz y esplendor a un barrio encadenado a
una eterna condena. No obstante, como
suele suceder a veces, los cambios a mejor
de las ciudades también suelen llevar parejos
nuevos conflictos y ciertas pérdidas
emotivas que, sobre todo a la luz del apelar
a tiempos pasados –aunque más pobres
y grises–, siempre se recuerdan mejores.
Dublín no es una excepción. La adaptación
de esta zona al epicureismo de la era de
bonanza económica y a los nuevos usos de
ocio y de consumo de los dublineses es,
según sus detractores más acérrimos, una
concesión sin freno a una ciudad sin alma
donde sólo priman los restaurantes de fast
food, los centros comerciales y propuestas
de ocio para el turista.
De lo que no hay duda es de que, a
pesar de la crisis económica inaugurada
en 2008 y el frenazo al
ímpetu regenerador que
se había instalado en
la zona, en los próximos
años nuevas
y profundas mejoras
acabarán por transformar el
viejo norte. Esa metamorfosis se
percibe sobre todo en barrios como
Smithfield, al oeste de O’Connell Street,
donde la apuesta por la modernización es
desde hace un tiempo una obsesión, así
como en el extremo opuesto, en los
Docklands, donde la renovación de esta
Edificio de Correos, en O’Connell Street.
LO QUE HAY QUE VER 61
nueva zona financiera y de ocio de Dublín
está siendo tan intensa que apenas ya se
reconocen los desconchones del pasado.
Sin embargo, a pesar de los cambios, una
sensación domina al visitante desde el primer
momento que cruza el puente O’Connell
y se adentra en el norte: la de un Dublín
más auténtico, popular y vital que la estirada
orilla sur, un lugar que se resiste a perder
su orgullo y espíritu de barrio.
■ O’Connell Street
y alrededores
Si hay una coordenada que no debe dejarse
de exprimir, disfrutar y volver a recorrer
en el norte de Dublín ésa es O’Connell
Street, la arteria más emblemática de la
ciudad. Buena parte del Dublín actual
transita por O’Connell Street. Las
esculturas en memoria de algunos
de los personajes más sobresalientes
de Irlanda y de Dublín
que jalonan la calle
contemplan impertérritos
el tráfico
infernal que aquí
se concentra en las horas
punta: Daniel O’Connell, el
sindicalista James Larkin o el
político Charles Stewart Parnell son
algunas de esas efigies, memoria en bronce
y piedra del pasado local que convive
con el creciente número de restaurantes
de diseño, tiendas de marca y pubs de
nuevo cuño que se arremolinan en sus