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Toponimia e cartografía - Consello da Cultura Galega

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Vicenç M. Rosselló i Verger<br />

los presentes no habían nacido… Claro está que la doctrina del “nombre propio”<br />

venía de mucho antes, de los gramáticos de Port-Royal (1660). Dejándonos de<br />

elucubraciones filosóficas, mientras los nombres comunes, apelativos o genéricos<br />

son carne de diccionario, los propios constituyen materia de enciclopedia. Para<br />

nosotros, además, los topónimos son objetos culturales que transmiten la magia<br />

de la tierra con una solera centenaria o milenaria de auténticos fósiles. La toponomástica<br />

acaba por ser una ciencia más bien patriótica porque se nutre de un<br />

patrimonio inalienable, inseparable de la tierra. Un patrimonio, por suerte, no<br />

sujeto a la especulación que tan a menudo malversa nuestro paisaje.<br />

La onomástica y por tanto la toponomástica se integra en la historia de la lengua<br />

o en la dialectología/lexicografía, según el “profesor de turno”. Desde la segun<strong>da</strong><br />

mitad del siglo xix, arrancaba en España de manos de R. Menéndez Pi<strong>da</strong>l<br />

el cultivo reglado de la disciplina. Admitido que la toponomástica se ocupa de<br />

los nombres de lugar, habitados o no, los topónimos se reparten en categorías diversas.<br />

Un grupo de ellos —muy geográfico— se basa en la mo<strong>da</strong>li<strong>da</strong>d del lugar<br />

denominado, es decir, la consideración onomasiológica se sitúa en primer plano<br />

(Kremer, 1995). Por ello podemos hablar de oronimia, hidronimia, odonimia,<br />

fitonimia, talasonimia, etc.<br />

A efectos de clasificación, además, podemos recurrir a criterios estratigráficos:<br />

prelatinos, latinos, románicos, arábigos, germánicos, etc. Vuestro “Noroeste” es<br />

un buen semillero de topónimos y antropónimos germánicos (y célticos). No he<br />

venido a enseñároslo; sería una incorrecta intromisión. El capítulo de los antropotopónimos<br />

puede implicarse con los antedichos estratos, siendo uno de los<br />

recursos más frecuentes para la nominación. Quien os habla, por su condición<br />

profesional, no puede olvi<strong>da</strong>r la geografía lingüística que, si por una parte, trabaja<br />

con las designaciones de un objeto (trazando líneas isoglosas y áreas de presencia),<br />

por otra, también lo hace con topónimos o radicales toponímicos, muchos<br />

de ellos apelativos en origen.<br />

Moreu (1982) razonaba de manera muy lúci<strong>da</strong> la transición de pretopónimo<br />

a topónimo. Trataré de buscarle un paralelo gallego, Outeiro <strong>da</strong> Ermi<strong>da</strong>. Outeiros,<br />

hay muchos, centenares de colinas redondea<strong>da</strong>s; el vocablo es un genérico<br />

mientras permanece en el horizonte local y poco concreto, un pretopónimo. A<br />

Ermi<strong>da</strong>, en cambio, es sólo una y bien individualiza<strong>da</strong>, dedica<strong>da</strong> a un santo o<br />

una santa precisos. Y está sobre el outeiro. Cuando el cerro se singulariza o toma<br />

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