Toponimia e cartografía - Consello da Cultura Galega
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Stefan Ruhstaller En segundo lugar, los nombres surgen generalmente del habla popular y rural (ya que son los campesinos y otras gentes que frecuentan el campo a diario, como pastores y cazadores, los que crean los nombres): es éste un lenguaje muy escasamente documentado en lo antiguo —y menos, cuanto más nos remontamos en el tiempo—, pues los documentos antiguos, cuando no son literarios, están redactados en un lenguaje muy formal, debido a su carácter mayoritariamente jurídico, literario o eclesiástico, que impide la entrada de todo léxico sociolingüísticamente inapropiado a tal marco. En cambio, los nombres propios, independientemente del carácter a menudo muy popular del léxico en que se basan etimológicamente, entran de modo masivo precisamente en los textos jurídicos (como deslindes, amojonamientos, repartimientos, etc.). Los nombres, por lo demás, están estrechamente vinculados a los lugares que denominan, mientras que un apelativo puede ver modificada más fácilmente su área de difusión, puede “moverse” más fácilmente, por causas como el desplazamiento de los hablantes o la influencia lingüística, especialmente normativa, de una región sobre otra. Podemos afirmar que donde aparece un elemento léxico en forma de nombre es donde ha tenido que existir este elemento dialectalmente desde hace tiempo y haber tenido arraigo en el habla popular y tradicional. Es decir: la documentación de un nombre propio es, a la vez, la documentación de un vocablo utilizado —aunque muchas veces sólo en el pasado— en la lengua hablada en la zona. En consecuencia, el acervo onomástico constituye una documentación adicional al acervo léxico constituido por los apelativos. Incluso cabe afirmar que se trata de un tipo de documentación insustituible, pues aporta ciertas informaciones a menudo muy específicas, informaciones difíciles de recabar de otro modo, y por ello de considerable valor para los estudios lexicológicos. Gracias a estas características, el nombre propio se convierte en objeto de estudio de gran interés para la dialectología y la geografía lingüística (sobre todo en su vertiente histórica) 1 . Podemos decir que la toponimia constituye en una especie de “brazo alargado hacia el pasado de la dialectología”, según la definió plásticamente S. Sonderegger (1985, 2041), uno de los máximos expertos en toponimia germánica y en historia de la lengua alemana. 1 Para las diferentes formas de aprovechamiento de los nombres de lugar en la lexicología histórica (para precisar aspectos cronológicos de la evolución del léxico, atestiguar formas que no pueden documentarse con función apelativa, para esclarecer aspectos semánticos, entre otros) puede verse Ruhstaller 1995: 3-31. 132
2 TOPONIMIA Y GEOGRAFÍA LINGÜÍSTICA MEDIEVAL La idea de aprovechar los nombres de lugar para iluminar todo tipo de aspectos oscuros de la historia de las palabras no es nueva entre los lingüistas. En 1951, el romanista alemán Gerhard Rohlfs publicó un trabajo titulado “Aspectos de toponimia española” en el que analizaba de forma ejemplar toda una serie de topónimos para extraer conclusiones de interés para reconstruir la historia del léxico en general, y para el aspecto de su difusión geográfica en particular; las voces que estudió en cuanto a este aspecto particular son bodón, cajigo / quejigo, carvajo / carvallo, floresta, lama, páramo, uce y turón. También los máximos expertos en etimología hispánica, Joan Corominas y José Antonio Pascual, han sido plenamente conscientes del valor de la toponimia para el estudio histórico del léxico hispánico, como muestra el hecho de que recurran sistemáticamente a los materiales toponímicos en su Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico. Estos datos naturalmente no se aducen siempre únicamente por suministrar el dato decisivo para la determinación del étimo, sino que muchas veces se señalan a título ilustrativo, para completar el aparato documental en el que se sustenta la hipótesis acerca del origen de una voz. A tal procedimiento subyace, claro es, un concepto de etimología que no se limita a la simple asignación a cada vocablo de una forma y un significado primitivos, sino que se propone documentar e interpretar toda la historia lingüística de las palabras, desde su origen hasta la actualidad. Corominas justificó el porqué de la inclusión de una considerable cantidad de datos de toda índole acerca del léxico que estudiaba —y no sólo de los imprescindibles para establecer la etimología de las voces—, argumentando que “etimológicas o no, todas estas cuestiones forman parte de la historia del vocabulario castellano, y en la lingüística moderna esta disciplina se ha superpuesto definitivamente al concepto ya anticuado de la indagación meramente etimológica” (DCECH, p.XIV). No es preciso buscar mucho en el monumental diccionario etimológico para descubrir ejemplos concretos de artículos en los que se acude al testimonio de los nombres de lugar. Un caso especialmente ilustrativo es el del artículo nava, en el que los datos que brinda la onomástica de lugares son aprovechados para aclarar a la vez varios aspectos problemáticos de la etimología. Dado que el vocablo se atestigua sólo muy escasamente en función apelativa, Corominas y Pascual se 133
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Stefan Ruhstaller<br />
En segundo lugar, los nombres surgen generalmente del habla popular y rural (ya<br />
que son los campesinos y otras gentes que frecuentan el campo a diario, como pastores<br />
y cazadores, los que crean los nombres): es éste un lenguaje muy escasamente documentado<br />
en lo antiguo —y menos, cuanto más nos remontamos en el tiempo—, pues<br />
los documentos antiguos, cuando no son literarios, están re<strong>da</strong>ctados en un lenguaje<br />
muy formal, debido a su carácter mayoritariamente jurídico, literario o eclesiástico,<br />
que impide la entra<strong>da</strong> de todo léxico sociolingüísticamente inapropiado a tal marco.<br />
En cambio, los nombres propios, independientemente del carácter a menudo muy<br />
popular del léxico en que se basan etimológicamente, entran de modo masivo precisamente<br />
en los textos jurídicos (como deslindes, amojonamientos, repartimientos, etc.).<br />
Los nombres, por lo demás, están estrechamente vinculados a los lugares que<br />
denominan, mientras que un apelativo puede ver modifica<strong>da</strong> más fácilmente su<br />
área de difusión, puede “moverse” más fácilmente, por causas como el desplazamiento<br />
de los hablantes o la influencia lingüística, especialmente normativa, de<br />
una región sobre otra. Podemos afirmar que donde aparece un elemento léxico<br />
en forma de nombre es donde ha tenido que existir este elemento dialectalmente<br />
desde hace tiempo y haber tenido arraigo en el habla popular y tradicional. Es<br />
decir: la documentación de un nombre propio es, a la vez, la documentación de<br />
un vocablo utilizado —aunque muchas veces sólo en el pasado— en la lengua<br />
habla<strong>da</strong> en la zona. En consecuencia, el acervo onomástico constituye una documentación<br />
adicional al acervo léxico constituido por los apelativos. Incluso cabe<br />
afirmar que se trata de un tipo de documentación insustituible, pues aporta ciertas<br />
informaciones a menudo muy específicas, informaciones difíciles de recabar de<br />
otro modo, y por ello de considerable valor para los estudios lexicológicos.<br />
Gracias a estas características, el nombre propio se convierte en objeto de<br />
estudio de gran interés para la dialectología y la geografía lingüística (sobre todo<br />
en su vertiente histórica) 1 . Podemos decir que la toponimia constituye en una<br />
especie de “brazo alargado hacia el pasado de la dialectología”, según la definió<br />
plásticamente S. Sonderegger (1985, 2041), uno de los máximos expertos en<br />
toponimia germánica y en historia de la lengua alemana.<br />
1 Para las diferentes formas de aprovechamiento de los nombres de lugar en la lexicología histórica (para<br />
precisar aspectos cronológicos de la evolución del léxico, atestiguar formas que no pueden documentarse<br />
con función apelativa, para esclarecer aspectos semánticos, entre otros) puede verse Ruhstaller 1995: 3-31.<br />
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