Libro fiestas 2008 - Ayuntamiento de Biar
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Cristóbal Torres Albero<br />
“La Memoria <strong>de</strong>l Corazón”<br />
Me gustaría tener el verso<br />
<strong>de</strong>l poeta andaluz a la<br />
hora <strong>de</strong> rememorar mis<br />
años <strong>de</strong> infancia y juventud en<br />
<strong>Biar</strong>, y empezar este texto con la<br />
profundidad y la belleza <strong>de</strong> aquello<br />
que dice “mi infancia son recuerdos<br />
<strong>de</strong> un patio <strong>de</strong> Sevilla, y un huerto<br />
claro don<strong>de</strong> madura el limonero”.<br />
Pero ni yo podré llegar a emular<br />
la calidad <strong>de</strong>l Retrato <strong>de</strong> Antonio<br />
Machado, ni viví en Sevilla, ni<br />
hay limoneros en mis recuerdos.<br />
A cambio, puedo <strong>de</strong>cir que nací en<br />
<strong>Biar</strong> y que mis primeras evocaciones<br />
si son las <strong>de</strong> un patio, las <strong>de</strong> las<br />
antiguas escuelas <strong>de</strong>l Asilo, don<strong>de</strong><br />
unas monjitas nos enseñaban,<br />
entre canciones y padrenuestros,<br />
los primeros números y letras <strong>de</strong> lo<br />
que ahora llamaríamos educación<br />
infantil, pero que entonces, con<br />
contun<strong>de</strong>ncia valenciana, atinaban<br />
a <strong>de</strong>signar como les cagons.<br />
De aquel entonces todavía pervive<br />
en mi memoria la luz <strong>de</strong> las clases<br />
que entraba <strong>de</strong>l patio anexo, que<br />
contrastaba con la pavorosa oscuridad<br />
que enmarcaba los pasillos<br />
<strong>de</strong>l recinto, a cuyas zonas más<br />
recónditas nos asomábamos en<br />
grupo y bajo el empuje <strong>de</strong> los más<br />
valientes al menor <strong>de</strong>spiste <strong>de</strong><br />
nuestras cuidadoras. Eran nuestras<br />
primeras travesuras infantiles<br />
y consistían en enturbiar la<br />
paz <strong>de</strong> quién allí residía. Todavía<br />
huelo la limpieza <strong>de</strong> unos uniformes<br />
<strong>de</strong> rayas azules con los que nos<br />
vestían y que nos <strong>de</strong>smerecían el<br />
maternal calor que irradiaban los<br />
hábitos <strong>de</strong> aquellas improvisadas<br />
y animosas primeras maestras.<br />
Pero el patio que mejor recuerdo<br />
<strong>de</strong> mi niñez es el <strong>de</strong> la plaza <strong>de</strong>l<br />
Convento, junto al que se encontraban<br />
las escuelas <strong>de</strong> los que entonces<br />
teníamos por los mayores. En<br />
realidad, allí solo se cursaba una<br />
educación primaria acor<strong>de</strong> con un<br />
sistema educativo tan injusto como<br />
prehistórico, que algunos esforza-<br />
174 M O R O S I C R I S T I A N S<br />
dos maestros nacionales conseguían<br />
dignificar. Ese patio ha sido uno <strong>de</strong><br />
los espacios vitales <strong>de</strong> mi vida. Allí<br />
jugábamos por la mañana a churro<br />
(“¿churro, mediamanga o manotero?”),<br />
mientras esperábamos el<br />
inicio <strong>de</strong> las clases; allí pasábamos<br />
los recreos entre saltos y carreras; y<br />
allí volvíamos con la merienda (con<br />
nuestro gozoso pan y chocolate) tras<br />
el final <strong>de</strong> las clases para consumir<br />
nuestras infinitas energías en los<br />
diversos juegos <strong>de</strong> equipo. En el<br />
convento no había limoneros pero si<br />
algún que otro recio árbol que valía<br />
para todo. Nos servían <strong>de</strong> postes,<br />
con un imaginario larguero, en<br />
nuestros cotidianos y competidos<br />
partidos <strong>de</strong> fútbol que solo terminaban<br />
al caer la noche. Eran las<br />
escaleras por las que tratábamos<br />
<strong>de</strong> alcanzar los prodigiosos nidos,<br />
las torres <strong>de</strong> vigía que alertaban<br />
<strong>de</strong> la siempre alarmante llegada <strong>de</strong><br />
los padres y, en <strong>de</strong>finitiva, los faros<br />
que daban sombra y alimentaban<br />
nuestros sueños por convertirnos<br />
con premura en adultos.<br />
A mediados <strong>de</strong> los sesenta <strong>de</strong>l<br />
siglo pasado la plaza <strong>de</strong>l Convent<br />
estaba todavía ro<strong>de</strong>ada por huertos<br />
y bancales, casi como a principios<br />
<strong>de</strong>l siglo XIX. Para llegar a la<br />
escuela seguíamos la Sen<strong>de</strong>ta <strong>de</strong>l<br />
Gat, siempre atentos a sortear los<br />
charcos y a encontrar alguna oportunidad<br />
para perseguir a unos felinos,<br />
por entonces ya más ausentes<br />
<strong>de</strong> lo que nuestro imaginario infantil<br />
hubiera <strong>de</strong>seado. A la sen<strong>de</strong>ta<br />
llegaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el Carrer Major,<br />
don<strong>de</strong> vivía con mis padres (Miguel<br />
y Pepa) y mi hermano (Juan José).<br />
Mis paseos <strong>de</strong> domingo, junto a<br />
mis amigos Mateo Molina y José<br />
Dimas Perpiñá, se acotaban a lo<br />
largo <strong>de</strong>l mismo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la Plaça al<br />
Raval. Justo en el inicio y el final<br />
<strong>de</strong> esta calle sendas tiendas (la <strong>de</strong><br />
la tía Mala y el tío Marinero), <strong>de</strong><br />
lo que hoy llamaríamos <strong>de</strong> “todo un<br />
poco”, atrapaban nuestros <strong>de</strong>seos<br />
con sus chucherías y cromos, y nos<br />
permitían resolver el dilema <strong>de</strong> en<br />
qué gastar las nunca suficientes<br />
pesetas <strong>de</strong> la paga dominical. El<br />
Carrer Major estaba entonces en<br />
todo su esplendor comercial. Prácticamente<br />
en la mitad <strong>de</strong> sus casas<br />
había un pequeño negocio familiar.<br />
A pesar <strong>de</strong> esta pujanza comercial,<br />
a casi todos los vecinos les anteponíamos<br />
el familiar apelativo<br />
<strong>de</strong>l “tío” o “tía”. Una expresión <strong>de</strong><br />
vínculos consanguíneos que <strong>de</strong>nota<br />
lo que en realidad no eran sino sólidas<br />
relaciones sociales presididas<br />
por un sentimiento <strong>de</strong> comunidad,<br />
afecto y ligazón, más allá <strong>de</strong> consi<strong>de</strong>randos<br />
utilitarios o estratégicos.<br />
Nuestros pasos infantiles se<br />
prolongaban hasta el Plátano,<br />
especialmente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que inauguraron<br />
un parque infantil que al<br />
principio nos pareció extraordinario,<br />
propio <strong>de</strong> los privilegios <strong>de</strong> las<br />
lejanas ciuda<strong>de</strong>s. Todavía recuerdo<br />
la ilusión con la que, todos a<br />
una, nos lanzamos al tobogán y los<br />
columpios el día en el que la autoridad<br />
competente (un gobernador<br />
civil por entonces con proyección<br />
nacional) lo inauguró. El paseo <strong>de</strong>l<br />
Plátano era, y es, un balcón sobre la<br />
montaña cercana, y con los primeros<br />
años <strong>de</strong> la pubertad se convirtió<br />
en una especie <strong>de</strong> campamento<br />
base <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el que nos conjurábamos<br />
para explorar los montes y barrancos<br />
cercanos. Eran tar<strong>de</strong>s infinitas<br />
<strong>de</strong> tiempo y <strong>de</strong> luz en las que, tras<br />
la escuela, nos encaminábamos<br />
a lo que quedaba <strong>de</strong> alguno <strong>de</strong> los<br />
tres molinos, o a cualquier otro <strong>de</strong><br />
los muchos parajes cercanos, todos<br />
atractivos para aquellos aprendices<br />
<strong>de</strong> aventureros. Como dije, no guardo<br />
recuerdo <strong>de</strong> limonero alguno pero<br />
<strong>de</strong> si unos cuantos huertos con cerezos<br />
a los que, a hurtadillas, íbamos<br />
a <strong>de</strong>spachar las más maduras. Era<br />
un rito iniciático que permitía a los<br />
mayores ungirnos como miembros<br />
<strong>de</strong> pleno <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> la pandilla <strong>de</strong>