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Libro fiestas 2008 - Ayuntamiento de Biar

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Aquellas Palomas<br />

Podían ser el símbolo <strong>de</strong> la paz,<br />

o quizá una reminiscencia <strong>de</strong><br />

la costumbre <strong>de</strong> tener animales<br />

cerca,o uno <strong>de</strong> los ultimos lazos<br />

que unían al hombre con las cosas <strong>de</strong><br />

los campos y <strong>de</strong> las soleda<strong>de</strong>s. Quizá<br />

se habían puesto por una confluencia<br />

con las palabras <strong>de</strong> Vicente<br />

Aleixandre, el poeta <strong>de</strong>l verso alargado,<br />

como el vuelo, que hablaba <strong>de</strong><br />

los aires, los montes, las aguas y la<br />

lejanía como si su propia vida y la<br />

época que le tocó estar en el mundo<br />

hubieran conocido nuestro pueblo.<br />

Pero el hecho es que la vision <strong>de</strong> dos<br />

centenares –más o menos– <strong>de</strong> palomas<br />

domesticas estuvieron volando<br />

sobre <strong>Biar</strong> durante casi veinte años.<br />

Personas habrá que sepan <strong>de</strong> cierto<br />

cuando empezaron a criar sobre<br />

las rocas <strong>de</strong>l castillo y más a<strong>de</strong>lante<br />

sobre sus propios muros y en lo alto<br />

<strong>de</strong> la gran torre. Fue el inolvidable<br />

alcal<strong>de</strong> José Vicent –Pepe para los<br />

biarenses- el que i<strong>de</strong>ó la figura <strong>de</strong>l<br />

asentamiento <strong>de</strong> las palomas sobre<br />

el castillo. Y fue –durante todos esos<br />

años– un espectáculo incomparable<br />

que conjugaba la teoría <strong>de</strong> las evoluciones<br />

<strong>de</strong>l vuelo <strong>de</strong> las aves, con el<br />

tornasol <strong>de</strong> los colores <strong>de</strong> sus plumas<br />

al compás <strong>de</strong> su postura frente al<br />

sol. Fue, a<strong>de</strong>más, gratuito, y que yo<br />

sepa, comúnmente aceptado.<br />

Que alguna <strong>de</strong> esas aves cayera<br />

en alguna cazuela no sería <strong>de</strong> extrañar.<br />

Hay –había entonces– necesida<strong>de</strong>s<br />

muy acusadas que todos hemos<br />

olvidado. Pero por lo general, allí<br />

estaban dando vueltas como legión<br />

completa alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la torre <strong>de</strong>l<br />

castillo, girando y volviendo a girar<br />

con los vientos a levante o las colas<br />

a poniente, con los picos al norte o<br />

los ojos mirando a mediodía.<br />

Des<strong>de</strong> la Fontsanta, durante mi<br />

niñez y juventud, las veíamos venir<br />

en una gran bandada <strong>de</strong> docenas<br />

<strong>de</strong> ejemplares, siguiendo la vía no<br />

<strong>de</strong>scrita <strong>de</strong> la Rambla <strong>de</strong> los Molinos<br />

y en busca <strong>de</strong> los roquedos <strong>de</strong>l<br />

comienzo <strong>de</strong> Buenos Aires, don<strong>de</strong> la<br />

dureza pétrea no habia permitido la<br />

repoblación forestal. Se posaban en<br />

grupo, todas a la vez. Descansaban,<br />

o quizá oteaban el camino que les<br />

quedaba. Después <strong>de</strong> un breve rato,<br />

un enorme ruido <strong>de</strong> batir <strong>de</strong> alas<br />

indicaba que se ponían en marcha.<br />

Seguían por la rambla, sobrevolaban<br />

el molino <strong>de</strong>l Comaro y se posaban<br />

a lo largo <strong>de</strong> la acequia que entonces,<br />

venturosamente, flanqueaba la<br />

rambla. Bebían, sin duda. Y picaban<br />

–cuando podían– las parras <strong>de</strong><br />

uva moscatel que tan <strong>de</strong>scuidadas<br />

bajaban hasta el camino <strong>de</strong>l fondo<br />

(algún tímido vestigio <strong>de</strong> aquella<br />

dulzura vegetal aún perdura en<br />

el mismo sitio si se sabe buscar).<br />

Después volvían con el mismo batir<br />

<strong>de</strong> alas y la misma disposición <strong>de</strong><br />

vuelo hasta el roquedo. Casi me<br />

atrevería a asegurar que se paraban<br />

esperando a la bandada siguiente<br />

para tomar el relevo, porque lo cierto<br />

es que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> muchos años<br />

<strong>de</strong> observación comprendimos que<br />

no venían todas a la vez, sino en dos<br />

bandadas. Y cuando la roca quedaba<br />

libre al regreso <strong>de</strong> las últimas,<br />

el poniente que circunda el castillo<br />

se teñía <strong>de</strong> colores. Un espectáculo<br />

maravilloso. Una eclosión <strong>de</strong> unos<br />

ritmos <strong>de</strong> vuelo circulando alre<strong>de</strong>dor<br />

<strong>de</strong>l pueblo, con ascensos súbitos<br />

y picados vertiginosos, con revueltas<br />

acompasadas y con alejamientos<br />

calculados –nunca tan lejos que se<br />

perdieran <strong>de</strong> vista– que hacían que<br />

esperáramos su vuelta hasta que se<br />

posaban sobre los muros y la torre<br />

<strong>de</strong>l castillo.<br />

Por <strong>de</strong>sgracia, tuvieron que ce<strong>de</strong>r<br />

ante la eclosión <strong>de</strong>l número. Llegaron<br />

a ser tantas que saturaron los<br />

asenta<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>l castillo. Sus <strong>de</strong>yec-<br />

ciones –como las <strong>de</strong> todas las aves,<br />

enormemente ácidas– empezaron<br />

a <strong>de</strong>smenuzar los morteros y los<br />

aglomerados que los alarifes moros<br />

habían elevado sobre la roca que<br />

corona el pueblo. Incluso la dura<br />

piedra caliza empezó a notar el<br />

arañazo <strong>de</strong> sus pequeñas garras y<br />

la <strong>de</strong>scomposición por la aci<strong>de</strong>z <strong>de</strong><br />

sus <strong>de</strong>posiciones. Se impuso el buen<br />

sentido porque las palomas siempre<br />

estarían –allí o en otro sitio– pero el<br />

monumento que corona <strong>Biar</strong> excedía<br />

en importancia y presencia a cualquier<br />

tipo <strong>de</strong> ser viviente no humano.<br />

Fue bajo el gobierno <strong>de</strong> otro<br />

alcal<strong>de</strong>, Hernán<strong>de</strong>z Soler (Granero),<br />

cuando se <strong>de</strong>cidió su erradicación.<br />

No voy a <strong>de</strong>scribirla porque no<br />

la conocí. Pero entiendo que cualquier<br />

persona con cierta sensibilidad<br />

sentiría su <strong>de</strong>saparición, aun<br />

comprendiendo su necesidad. Y hoy,<br />

cuando no se sabe cierto si el hombre<br />

ha ido <strong>de</strong>lante o <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l animal, y<br />

aun valorando muy positivamente el<br />

friso <strong>de</strong> pinos que circundó la peña<br />

<strong>de</strong>l castillo, plantados por aquel<br />

entonces, no puedo sino echar <strong>de</strong><br />

menos aquel retazo <strong>de</strong> belleza que<br />

adornaba los atar<strong>de</strong>ceres –las impresionantes<br />

y a veces sobrecogedoras<br />

puestas <strong>de</strong> sol <strong>de</strong> las que gozamos en<br />

nuestra villa– en don<strong>de</strong> los últimos<br />

rayos <strong>de</strong>l poniente hacian resaltar<br />

como sobreimpresionados sobre el<br />

cielo, los colores <strong>de</strong> las palomas.<br />

Carlos <strong>de</strong> Aguilera Salvetti<br />

B I A R 2 0 0 8 131<br />

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