Romancero viejo Anónimo
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Oídolo ha don Pedro, por su desventura negra; cabalgara en su caballo, que le dicen Boca-negra. Al salir de la ciudad Encontró con Sayavedra: -No vayades allá, hijo, si mi maldición os venga, que si hoy fuere la suya, mañana será la vuestra. -¡Abenámar, Abenámar, moro de la morería, el día que tú naciste grandes señales había! Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida: moro que en tal signo nace: no debe decir mentira. Allí respondiera el moro, bien oiréis lo que decía: -Yo te la diré, señor, aunque me cueste la vida, porque soy hijo de un moro y una cristiana cautiva; siendo yo niño y muchacho mi madre me lo decía: que mentira no dijese, que era grande villanía; por tanto pregunta, rey, que la verdad te diría. -Yo te agradezco, Abenámar, aquesa tu cortesía. ¿Qué castillos son aquéllos? ¡Altos son y relucían! -El Alhambra era, señor, y la otra la mezquita, los otros los Alixares, labrados a maravilla. El moro que los labraba cien doblas ganaba al día, y el día que no los labra, otras tantas se perdía. El otro es Generalife, huerta que par no tenía. Romance de Abenámar
El otro Torres Bermejas, castillo de gran valía. Allí habló el rey don Juan, bien oiréis lo que decía: -Si tú quisieses, Granada, contigo me casaría; darete en arras y dote a Córdoba y a Sevilla. -Casada soy, rey don Juan, casada soy, que no viuda; el moro que a mí me tiene muy grande bien me quería. Álora, la bien cercada, tú que estás a par del río, cercote el adelantado una mañana en domingo, con peones y hombres de armas hecho la había un portillo. Viérades moros y moras que iban huyendo al castillo; las moras llevaban ropa, los moros, harina y trigo. Por encima del adarve su pendón llevan tendido. Allá detras de una almena quedádose ha un morillo con una ballesta armada y en ella puesta un cuadrillo. Y en altas voces decía que la gente lo ha oído: -¡Treguas, tregua, adelantado, que tuyo se da el castillo! Alzó la visera arriba, para ver quié lo había dicho, apuntáralo a la frente, salídole ha el colodrillo. Tómale Pablo de rienda, de la mano Jacobico, que eran dos esclavos suyos que había criado de chicos. Llévanle a los maestros, por ver si le dan guarido. A las primeras palabras por testamento les dijo Romance de Álora la bien cercada
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Oídolo ha don Pedro,<br />
por su desventura negra;<br />
cabalgara en su caballo,<br />
que le dicen Boca-negra.<br />
Al salir de la ciudad<br />
Encontró con Sayavedra:<br />
-No vayades allá, hijo,<br />
si mi maldición os venga,<br />
que si hoy fuere la suya,<br />
mañana será la vuestra.<br />
-¡Abenámar, Abenámar,<br />
moro de la morería,<br />
el día que tú naciste<br />
grandes señales había!<br />
Estaba la mar en calma,<br />
la luna estaba crecida:<br />
moro que en tal signo nace:<br />
no debe decir mentira.<br />
Allí respondiera el moro,<br />
bien oiréis lo que decía:<br />
-Yo te la diré, señor,<br />
aunque me cueste la vida,<br />
porque soy hijo de un moro<br />
y una cristiana cautiva;<br />
siendo yo niño y muchacho<br />
mi madre me lo decía:<br />
que mentira no dijese,<br />
que era grande villanía;<br />
por tanto pregunta, rey,<br />
que la verdad te diría.<br />
-Yo te agradezco, Abenámar,<br />
aquesa tu cortesía.<br />
¿Qué castillos son aquéllos?<br />
¡Altos son y relucían!<br />
-El Alhambra era, señor,<br />
y la otra la mezquita,<br />
los otros los Alixares,<br />
labrados a maravilla.<br />
El moro que los labraba<br />
cien doblas ganaba al día,<br />
y el día que no los labra,<br />
otras tantas se perdía.<br />
El otro es Generalife,<br />
huerta que par no tenía.<br />
Romance de Abenámar