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que necesita a ese otro, lo que nuevamente instaura la alteridad en el seno de la propia identidad. La mirada atenta y detenida en el espejo tiene lugar inmediatamente antes de lanzarse a la calle para dirigirse al palacio de Aransis, y está precedida por largos pensamientos y reflexiones sobre su aspecto físico, que al mismo tiempo revela el pensamiento moral y las ansias de ascender socialmente: “Era preciso que en su apariencia comedida, modesta, honrada y grave revelara la dignidad con que pasaba de su estado miserable a otro esplendoroso” (La desheredada 261). Se produce así una “deflection of the specular I into the social I” (Lacan, “Mirror Stage” 5) en tanto que el reconocimiento no puede acontecer sin la mediación del otro: la configuración de la subjetividad del personaje a través de la contemplación idealizada de su imagen en el espejo debe ser complementado por el posterior reconocimiento de la marquesa. Tal y como Foucault y Bourdieu han aludido, el reconocimiento es esencial en el ejercicio de ciertas modalidades modernas de poder dado que ubica a los sujetos en el marco de redes específicas de relaciones de poder. Isidora es consciente de las implicaciones sociales que el reconocimiento de la marquesa traería consigo. El hecho de que el capítulo donde se desarrolla esta escena lleve por título “Anagnórisis”, entendida ésta como el momento en una trama teatral cuando una persona reconoce a otra, es altamente significativo, y pone de relieve la esperanza de Isidora en que en su visita a la marquesa ésta la reconozca como nieta. Para ser admirada la mujer necesita de un sujeto en quien despertar admiración pues como conviene Hernández-Pecoraro, “her self-worth is dependent on her success in attaining and holding on to male subjects” (“Cervantes’s Galatea” 17). Desde un principio, Isidora siente la necesidad de transformarse para los demás. Aunque la primera reacción ante la metamorfosis física es la auto-congratulación, la idealización de su belleza y afirmación de su cuerpo, inmediatamente este interés muda al interés 88

que dicha imagen causará en el otro. Cuando Miquis la recoge para acompañarla en su paseo por Madrid, Isidora cambia sus botas para que el médico no la vea “con el horrible calzado roto que traje del Tomelloso” (La desheredada 115). Su principal preocupación radica en que el joven aprecie su metamorfosis física, condicionada por su visita a Madrid, de la que se siente orgullosa: “Ahora me va a decir que parezco otra, que me he transformado desde que estoy aquí” (116). Consciente o inconscientemente, la valoración, mirada y reconocimiento del otro está constantemente presente en la mente del personaje para quien dicho reconocimiento es crucial en su proceso formativo, tanto femenino como social. Tal y como referíamos anteriormente, la separación entre el narcisismo primario al que constantemente se retrae el sujeto y los procesos de identificación social determinados por la presencia del otro no está claramente delimitada. El personaje se mueve entre estas dos fases, especialmente en momentos de crisis, como demuestra el tercer episodio narrativo a través de la mirada femenina en el espejo. Éste tiene lugar cuando se le ha denegado toda posibilidad de reconocimiento social, y en el taller de moda de Eponina, una Isidora enferma y cada vez más deteriorado su aspecto físico se sigue recreando en su imagen: “Contemplóse en el gran espejo, embelesada de su hermosura… Isidora encontraba mundos de poesía en aquella reproducción de sí misma.” (401). Se vuelve a dar aquí un caso de narcisismo primario, autosuficiente, de puro embeleso ante la imagen, es decir, una manifestación pre-social en la que el otro parece estar ausente. No es casualidad que este retrotraimiento a un narcisismo primario acontezca después de su rechazo social, el cual significa el arrebatamiento de un nombre, de un estatus social, de ciertos valores burgueses y con ello de una identidad social. Es por ello que el personaje siente la necesidad de verse, de mirarse –sin capacidad crítica alguna— de volver a encontrar 89

que dicha imagen causará en el otro. Cuando Miquis la recoge para acompañarla en su<br />

paseo por Madrid, Isidora cambia sus botas para que el médico no la vea “con el<br />

horrible calzado roto que traje del Tomelloso” (La desheredada 115). Su principal<br />

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otra, que me he transformado desde que estoy aquí” (116). Consciente o<br />

inconscientemente, la valoración, mirada y reconocimiento del otro está<br />

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Tal y como referíamos anteriormente, la separación entre el narcisismo<br />

primario al que constantemente se retrae el sujeto y los procesos de identificación<br />

social determinados por la presencia del otro no está claramente delimitada. El<br />

personaje se mueve entre estas dos fases, especialmente en momentos de crisis, como<br />

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Éste tiene lugar cuando se le ha denegado toda posibilidad de reconocimiento<br />

social, y en el taller de moda de Eponina, una Isidora enferma y cada vez más<br />

deteriorado su aspecto físico se sigue recreando en su imagen: “Contemplóse en el<br />

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primario, autosuficiente, de puro embeleso ante la imagen, es decir, una manifestación<br />

pre-social en la que el otro parece estar ausente. No es casualidad que este<br />

retrotraimiento a un narcisismo primario acontezca después de su rechazo social, el<br />

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burgueses y con ello de una identidad social. Es por ello que el personaje siente la<br />

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