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estricta división espacial entre la “gente fina, decente, rica” (135) y el pueblo, en una sucesión de escenas ya comentadas anteriormente. Tampoco es de extrañar que tras esta toma de conciencia que se corresponde con la detenida mirada en el escaparate, su siguiente parada sea el Retiro donde Isidora se mira en el otro –la dama elegante— como un espejo donde se ve reflejada y donde proyectar sus aspiraciones sociales, porque “even the eyes of passersby are veiled mirrors” (Benjamin, Arcades 877). Sería éste, según Lacan, el momento en que comienza la “dialéctica social”, la cual “links the I to socially elaborated situations” (Lacan, “Mirror Stage” 5). Esta dialéctica parte del hecho de que, en tanto que en el proceso formativo del yo el personaje se ha identificado con una imagen externa –distorsionada, ficticia, errónea, como quedará demostrado en la tercera mirada de Isidora ante un espejo— es fácil entender que se identifique con las imágenes de otros sujetos con los que se cruza en la calle y en los que se ve reflejada. Este proceso, que en términos lacanianos se conoce como “transitivism” tiene “far-reaching effects, not only on relationships with others but on knowledge of external things as well” (Muller 31-32), y demuestra el poderoso efecto que el otro tiene en el proceso de subjetivación. En este momento se produce la alienación del sujeto, es decir, la “misidentification of the subject himself with his own reflection, and the misidentification of this reflected image with the image of the other in the process of transitivism” (33) y es en este preciso momento, según Lacan, cuando la fase del espejo toca a su fin. El proceso de reconocimiento social está condicionado por el deseo que guía al personaje en su peripecia urbana. Sin embargo, hay que tener en cuenta que este paso del yo especular (e infantil) al yo social (como proceso de reconocimiento social) no está tan delineado como Lacan establece. De hecho, en el caso de Isidora existe un continuo vaivén entre el narcisismo primario, en el que hay un profundo placer de contemplarse, y la 86

identificación social a través del reconocimiento del otro. El personaje se mueve entre esos dos momentos –como señal del perpetuo proceso de construcción en el que se halla sumido- y es especialmente pertinente en momentos de crisis y rechazo social. La imposibilidad del individuo de construirse como sujeto sin pasar por un proceso de identificación con los otros queda bien explicada mediante el segundo episodio narrativo en la vida de Isidora en el que el espejo juega un papel fundamental. Este episodio se corresponde con la primera visita a la que Isidora cree su abuela, la marquesa de Aransis, tan sólo unos días después de su llegada a Madrid. En lo que puede leerse como un paso más hacia la construcción de su nueva y anhelada identidad, el personaje “miróse mucho al espejo, embelesándose en su propia hermosura, de la cual muy pronto se había de congratular la marquesa como de cosa propia” (La desheredada 261). Baranger, en su particular lectura de “On Narcissism” de Freud, señala que el término “narcisismo” hace referencia a un conjunto de actitudes, estados y sentimientos que van más allá de una simple auto-admiración para rozar una actitud de “megalomanía”, entendida como sobrevaloración o magnificación de la actitud narcisista en cuanto que el sujeto desarrolla un orgullo extremo de sus características físicas: “Narcissism thus refers here to the subject’s pride in his or her beauty, to the overvaluation of the power of their own thought, to a characteristic of the psychology of women: the wish to be admired and loved” (“Narcissism” 111). La megalomanía de Isidora sustituye la miseria y la pobreza del sujeto por una apariencia idealizada. La hermosura que embelesa al personaje forma parte de su actitud narcisista, pero al mismo tiempo, esta actitud está mediada por el otro, por la satisfacción que la imagen causará en la marquesa. Como apunta Loureiro, “the primary alterity of the subject converts it into an incompletion that needs, indeed must, respond to the other” (Ethics 28). En efecto el sujeto es una entidad incompleta 87

estricta división espacial entre la “gente fina, decente, rica” (135) y el pueblo, en una<br />

sucesión de escenas ya comentadas anteriormente. Tampoco es de extrañar que tras<br />

esta toma de conciencia que se corresponde con la detenida mirada en el escaparate,<br />

su siguiente parada sea el Retiro donde Isidora se mira en el otro –la dama elegante—<br />

como un espejo donde se ve reflejada y donde proyectar sus aspiraciones sociales,<br />

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Sería éste, según Lacan, el momento en que comienza la “dialéctica social”, la<br />

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como quedará demostrado en la tercera mirada de Isidora ante un espejo— es fácil<br />

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others but on knowledge of external things as well” (Muller 31-32), y demuestra el<br />

poderoso efecto que el otro tiene en el proceso de subjetivación. En este momento se<br />

produce la alienación del sujeto, es decir, la “misidentification of the subject himself<br />

with his own reflection, and the misidentification of this reflected image with the<br />

image of the other in the process of transitivism” (33) y es en este preciso momento,<br />

según Lacan, cuando la fase del espejo toca a su fin. El proceso de reconocimiento<br />

social está condicionado por el deseo que guía al personaje en su peripecia urbana. Sin<br />

embargo, hay que tener en cuenta que este paso del yo especular (e infantil) al yo<br />

social (como proceso de reconocimiento social) no está tan delineado como Lacan<br />

establece. De hecho, en el caso de Isidora existe un continuo vaivén entre el<br />

narcisismo primario, en el que hay un profundo placer de contemplarse, y la<br />

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