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'ANDANDO SE HACE EL CAMINO - DataSpace - Princeton University

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(Arcades 417). El fervor por la libertad le sirve al personaje para confirmar la<br />

legitimidad de sus deseos, y así la unión de Isidora con la masa contribuye a canalizar<br />

sus deseos de libertad y sexuales, al unirse del brazo de Pez, su futuro amante. Este<br />

goce de enormes resonancias sexuales guiará el verdadero “suicidio” moral del<br />

personaje, que pasa a fundirse con esa misma masa indiferenciada en un acto de<br />

rebeldía –mediante el cual el personaje sigue haciendo valer su agencialidad- primero<br />

para prostituirse del brazo del viudo de Saldeoro, luego de toda la sociedad. 12<br />

El paseo por el centro urbano funciona al mismo tiempo como una forma de<br />

instrucción mediante la cual el personaje suple su falta de educación. Desde su<br />

primera aparición en el despacho del director del manicomio, ya es perceptible este<br />

prurito de educación por parte del personaje: Isidora muestra su admiración hacia un<br />

estante de libros en los que “se cifraba toda la sabiduría de los siglos” (La<br />

desheredada 88). El deseo por aprender va íntimamente ligado a una posición social:<br />

el museo es el espacio de lo que Ripley ha llamado “a literacy of the eye” (Sacred<br />

Grove 13) y así, ante la majestuosidad del edificio y la calidad de los cuadros, se<br />

12 Cabe mencionar la práctica del paseo de Ana Ozores quien también experimenta el goce de estar en<br />

multitudes, un placer tanto sexual y físico como especular. El espontáneo paseo en el que el personaje<br />

se embarca en el noveno capítulo comienza en la quietud de los prados, alejada de la gente, donde<br />

mediante un interesante juego de dobles con su criada Petra se pone de manifiesto el deseo inhibido de<br />

Ana. El paseo culmina en el boulevard de la ciudad donde la Regenta experimenta el deseo carnal y el<br />

placer sexual. El boulevard al anochecer (nótese el paralelismo con el paseo de Isidora: ambas<br />

protagonistas experimentan el placer de fundirse con la masa durante un paseo nocturno, con las<br />

correspondientes connotaciones peligrosas que una mujer paseando por las calles oscuras implica) se<br />

convierte en un paseo “donde era difícil andar sin pararse a cada tres pasos” por la multitud de<br />

“costureras, chalequeras, planchadoras, ribeteadoras, cigarreras, fosforeras, y armeros, zapateros,<br />

sastres, carpinteros y hasta albañiles y canteros” (La Regenta 354). En el estrépito infernal de aquellas<br />

gentes, el sujeto femenino descubre gratamente una “alegría exaltada”, una “excitación nerviosa”<br />

generadora de ciertos sentimientos hasta ese momento desconocidos, los cuales le generan un apetito<br />

carnal que le hace proyectar su deseo hacia los cuerpos masculinos –“mejillas ardiendo”, “espaldas”,<br />

“músculos que se movían por su cuenta…” (355). Como un efecto de los procesos de subjetivación, el<br />

personaje se ve, se forma sexualmente, siente por primera vez. El escenario urbano, fuente de placer<br />

inagotable para el sujeto femenino, despierta un deseo que sólo en el contacto físico con la masa tiene<br />

su satisfacción, en parte por la “prohibición absoluta de placer” (356-57) a la que el personaje está<br />

consagrado en su condición de señora de la aristocracia. Ana se entrega al amor que era “una necesidad<br />

universal” (356), experimentando una profunda transformación que se corresponde con un momento de<br />

júbilo al identificarse con esas masas populares que materializan su deseo reprimido y transformándose<br />

así en un sujeto deseante.<br />

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