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'ANDANDO SE HACE EL CAMINO - DataSpace - Princeton University

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imponerle así su visión del mundo y de las estructuras mentales, 118 así como de<br />

violencia física: la paliza que los policías dan a Fau es descrita con gran detallismo.<br />

Intrínsecamente relacionada con esta violencia, la muerte afecta a todos y cada uno de<br />

los elementos del texto –no sólo a los sujetos, sino también a los animales (la vaca que<br />

Fau asesina; el gallo que es arrollado y desmembrado violentamente por un tren), los<br />

edificios, las arquitecturas, los tranvías y las tradiciones que los anarquistas pretenden<br />

destruir.<br />

La calle no sólo es construida como moridero, escenario de violencia y<br />

asesinato –como también era el caso en Un hombre: recuérdese que Ramón moría en<br />

la calle Gravina, abatido a tiros, en medio de una caótica huelga—sino también como<br />

santuario en el que se venera, idealiza y recuerda a los muertos como si fueran santos,<br />

lo que va a revertir en un gesto altamente político como forma novedosa y efectiva de<br />

hacer política. De la doble funcionalidad de la calle como moridero y santuario se<br />

desprende una imagen de la masa como ejecutora de la muerte por un lado y la de una<br />

entidad heroica y memorable por otro. Esta volatilidad de las masas ya fue introducida<br />

por Le Bon: “a crowd may easily enact the part of an executioner, but not less easily<br />

that of a martyr” (The Crowd 41). Verdugo y víctima; ejecutor y mártir. En efecto, en<br />

la novela somos testigos de cómo los obreros “salen a la calle a matar burgueses”<br />

(Siete domingos 209), sin ningún remordimiento ni conciencia, y al mismo tiempo son<br />

víctimas a manos de los guardias en la misma calle. Sin ir más lejos, los tres obreros<br />

que quedan aplastados contra el pavimento tras la revuelta del mitin, son descritos por<br />

el mismo narrador como individuos “implacables”, “sanguinarios”, a los que “le baila<br />

118<br />

En la edición de 1970 a la novela, el mismo Sender se defendió del nivel de violencia en Siete<br />

domingos rojos argumentando que “Es un reflejo de la época en que vivimos. Es un periodo de crisis y<br />

en esos periodos la violencia es mayor que en los tiempos de corrientes estabilizadas. Los escritores de<br />

hoy nos hemos impuesto una obligación: la definición del mal. Unas veces está en nuestra voluntad,<br />

otras en nuestra razón y siempre se manifiesta por la violencia. Yo no lo defino el mal, pero expongo la<br />

violencia para que lo defina el lector. Así, esa definición es más convincente” (207-08).<br />

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