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Los obreros, que habían permanecido en el extrarradio adentrándose en la ciudad sólo para trabajar, ya están en el centro de la ciudad, como afirmaba Agustín de Foxá; con su presencia física se dejan ver y con las palabras proferidas por los altavoces, se dejan oír. El aspecto de Madrid ha cambiado y la ciudad, al igual que los altavoces, al ser tomada por los obreros, se personifica y se proletariza, como profetizó Guillén Salaya en El diálogo de las pistolas en 1931: “La ciudad gemía y crepitaba de ira. Una masa imponente se deslizaba, enlutada, por las calles de la ciudad. La masa había de crear un nuevo mundo… Un grito unánime brotó de la masa imponente y enlutada. El grito decía: ¡Proletarios de todos los países: Uníos!” (151). Es la masa, primero contenida en un espacio cerrado, luego desbordada en la calle. A pesar de tal descontrol, la calle se convierte en espacio del orden al prohibirse los altavoces; sólo cuando la voz de los altavoces trasciende las paredes del vestíbulo y llega a la calle, suena “el cornetín” y los guardias de asalto comienzan el ataque (Siete domingos 32). Si la calle es el espacio donde se busca el orden es porque precisamente en ella se produce la transgresión: la calle, señala el narrador, “se convertía en alcoba nupcial” por la adulteración que en ella acontece; adulteración en su sentido más estricto, como la mezcla de cosas que no deberían mezclarse, pues no sólo el obrero ocupa un espacio que no le pertenece, sino también las muchachas “aguardan y desean la violación” (28), fundiéndose con la masa y entregándose a ella. La República, tal y como aparece narrado este episodio al comienzo de la novela, permite este tipo de actos subversivos, provocadores, abriendo la puerta al caos y al desorden. de cada individuo en una ciudad. Si el mismo paseo puede constituir una actualización de las reglas, también una transgresión de las mismas. Esto es lo que ocurre precisamente en la novela de Sender: se produce una desestabilización y descomposición de la ciudad de Madrid, manifestada a nivel textual principalmente con la aparición y protagonismo de las masas y a nivel urbano con la invasión de las mismas del centro de la ciudad. 424

Junto a su carácter disciplinar y subversivo, la calle es también el espacio formativo de la masa, donde ésta se forma y cobra unidad. Es por ello que el mitin en el Paraninph Royal funciona a modo de antesala de la huelga, ya que en el primero se empieza a configurar la masa como sujeto colectivo, comenzando a adquirir características incivilizadas y salvajes, que terminaran de plasmarse en la huelga callejera. Ahora bien, cabe preguntarse, ¿qué tipo de sujeto se forma en la calle? Es un sujeto que necesariamente pierde su individualidad a favor de la colectividad. Porque sólo en la masa, en la colectividad Sender, como todo novelista social de la época, ve la verdadera fuerza motriz de la acción. Del mismo modo que, en palabras del propio escritor, no podrá llevar a cabo “una labor de creación de espaldas a las masas” (“El novelista” 164), el individuo es consciente de que sólo como miembro de la colectividad será capaz de conseguir algo. De ahí el protagonismo de las masas tanto a nivel textual como urbano. Por ello el narrador pide que, siguiendo diferentes caminos, los compañeros se dirijan “a la plaza de la Moncloa”, cuyas calles adyacentes “van poblándose de individuos aislados que coincidirán luego en torno a los jardines” (Siete domingos 316). Esta unión callejera es necesaria de caras al objetivo que se persigue porque de acuerdo con Le Bon, “the individual forming part of a crowd acquires, solely from numerical considerations, a sentiment of invincible power…the individual is conscious of the power given him by number” (The Crowd 33, 43). En la novela, a los grupos de anarquistas les basta su presencia numerosa en la ronda de Atocha y paso de las Delicias “para que el tráfico se interrumpiera” (Siete domingos 294) y alterar así la normatividad urbana. Y será precisamente esta ilusión de poder la que permita al sujeto individual “yield to instincts which, had he been alone, he would perforce have kept under restraint” (Le Bon 33). El mismo Sender afirma esta preponderancia de los instintos en las masas cuando señala que “si el 425

Los obreros, que habían permanecido en el extrarradio adentrándose en la<br />

ciudad sólo para trabajar, ya están en el centro de la ciudad, como afirmaba Agustín<br />

de Foxá; con su presencia física se dejan ver y con las palabras proferidas por los<br />

altavoces, se dejan oír. El aspecto de Madrid ha cambiado y la ciudad, al igual que los<br />

altavoces, al ser tomada por los obreros, se personifica y se proletariza, como<br />

profetizó Guillén Salaya en El diálogo de las pistolas en 1931: “La ciudad gemía y<br />

crepitaba de ira. Una masa imponente se deslizaba, enlutada, por las calles de la<br />

ciudad. La masa había de crear un nuevo mundo… Un grito unánime brotó de la masa<br />

imponente y enlutada. El grito decía: ¡Proletarios de todos los países: Uníos!” (151).<br />

Es la masa, primero contenida en un espacio cerrado, luego desbordada en la calle. A<br />

pesar de tal descontrol, la calle se convierte en espacio del orden al prohibirse los<br />

altavoces; sólo cuando la voz de los altavoces trasciende las paredes del vestíbulo y<br />

llega a la calle, suena “el cornetín” y los guardias de asalto comienzan el ataque (Siete<br />

domingos 32). Si la calle es el espacio donde se busca el orden es porque precisamente<br />

en ella se produce la transgresión: la calle, señala el narrador, “se convertía en alcoba<br />

nupcial” por la adulteración que en ella acontece; adulteración en su sentido más<br />

estricto, como la mezcla de cosas que no deberían mezclarse, pues no sólo el obrero<br />

ocupa un espacio que no le pertenece, sino también las muchachas “aguardan y desean<br />

la violación” (28), fundiéndose con la masa y entregándose a ella. La República, tal y<br />

como aparece narrado este episodio al comienzo de la novela, permite este tipo de<br />

actos subversivos, provocadores, abriendo la puerta al caos y al desorden.<br />

de cada individuo en una ciudad. Si el mismo paseo puede constituir una actualización de las reglas,<br />

también una transgresión de las mismas. Esto es lo que ocurre precisamente en la novela de Sender: se<br />

produce una desestabilización y descomposición de la ciudad de Madrid, manifestada a nivel textual<br />

principalmente con la aparición y protagonismo de las masas y a nivel urbano con la invasión de las<br />

mismas del centro de la ciudad.<br />

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