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'ANDANDO SE HACE EL CAMINO - DataSpace - Princeton University

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por la misma figura: el ocioso que, independientemente de su clase social y su<br />

fortaleza pecuniaria, bien porque no tiene en qué emplear su tiempo (Juan Pablo<br />

Rubín en Fortunata y Jacinta; Ramón Villaamil en Miau), bien después de su<br />

ocupación laboral (los mineros de La Regenta), hace de la visita continuada a estos<br />

espacios una regularidad de su vida cotidiana. 108<br />

Según García Álvarez, “una de las razones para que la taberna ocupase un<br />

lugar central en la cultura popular era su conveniencia como lugar para la contestación<br />

pública. Sumergidos en las transformaciones que estaba sufriendo la sociedad de la<br />

época, estos locales serán la imagen del tiempo libre popular” (“La taberna y el lagar”<br />

93). El siglo XX será heredero de dicha imagen del espacio tabernario como espacio<br />

marginal (social y geográficamente) que fomenta el comportamiento incivilizado y<br />

subversivo, como se vio en la taberna La Aurora donde los sujetos que la frecuentaban<br />

eran hombres “fanáticos y feroces”, con “mandíbula de lobo”, con “músculos<br />

maseteros abultados”, y presentados con “instintos agresivos” y por ello “capaces de<br />

asesinar, de incendiar, de cualquier disparate” (Baroja, Aurora roja 239). Sin<br />

embargo, aunque en la literatura de la República la taberna sigue estando asociada al<br />

ocio y a la animación –“la ciudad se volcaba en las tabernas y los bares. Dentro de una<br />

hora saldría el público de los cines y teatros y se produciría el reflujo de la población<br />

108 Aunque Juan José de José Dicenta y La Regenta de Clarín constituyen los ejemplos más<br />

paradigmáticos y esclarecedores de finales del XIX, no son los únicos que describen la taberna como<br />

espacio funcional de las clases populares. El papel de la taberna como núcleo social y lugar<br />

insustituible para el ocio fue percibido, por ejemplo, por Concepción Arenal con gran lucidez, que vio<br />

en ella un espacio a donde acudían los sectores populares buscando “sociedad y distracción,<br />

conversación animada, juego o en definitiva, pasar el tiempo agradablemente” (citado en Uría, “La<br />

taberna” 582). En la trilogía La lucha por la vida de Baroja se encuentran sórdidas descripciones,<br />

pobladas de testimonios donde el lumperío truhanesco, los bajos fondos capitalinos pululan por<br />

sórdidas tabernas del extrarradio. Más incompletas, cabe señalar las descripciones en La pata de la<br />

raposa (1912) y la novela corta Pilares (1916) de Pérez de Ayala; algunas novelas de Palacios Valdés<br />

como La aldea perdida (1903), José (1885), La alegría del capitán Ribot (1899) y Santa Rogelia<br />

(1926); o los detalles en Los vencedores (1908) de Manuel Ciges Aparicio. Hay otros testimonios<br />

procedentes del periodismo costumbrista como el caso de “Los Chigres” (1889) de José López Dóriga<br />

que también prometen ser relevantes para un estudio de la taberna.<br />

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