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30.04.2013 Views

la calle como espacio de la muerte donde las masas llevan a cabo sus acciones violentas, pero al mismo tiempo –y aquí reside la novedad— como santuario donde esos mismos muertos son idealizados y elevados a la categoría de mártires y donde lo privado –la muerte individual—se hace público, esto es, pasa a ser un fenómeno de masas. La conversión de resonancias religiosas de moridero a santuario encierra un poderoso gesto político el cual revela una forma novedosa y efectiva de hacer política, lo que vendría a resumir el papel de la calle en la novela de la Segunda República como nuevo espacio ecuménico de representación, enunciación y protesta. 4.2.1. Extrarradio madrileño: lo oculto se hace visible “Everything is unheimlich that ought to have remained secret and hidden but has come to light” (Freud, “The Uncanny” 225). Aquello que debe permanecer secreto y oculto, pero que se manifiesta. Así define Freud lo siniestro. Unas páginas más adelante concreta: “The uncanny (unheimlich) is something which is secretly familiar (heimlich), which has undergone repression and then returned from it” (245). Aplicando estas ideas freudianas a los textos bajo estudio, son dos las ideas fundamentales que interesan: lo siniestro es aquello que debiendo permanecer oculto se ha manifestado y asimismo aquello que es familiar, íntimo y conocido pero que torna extraño al reaparecer y salir de la represión. En capítulos anteriores, veíamos cómo la ciudad expulsaba de su seno a las capas más bajas de la población. Las empujaba hacia el exterior, a los suburbios, donde se concentraban traperos, obreros, mendigos, prostitutas, bien porque estos sujetos representaban una amenaza al status quo, bien por la necesidad de concentrarlos en un espacio restringido para así controlarlos más eficazmente. En cualquier caso, representaban un espectáculo desagradable a la vista desde una perspectiva burguesa obsesionada por mantener a 402

cualquier precio el orden social y el poder a nivel espacial. En la novela de la República, esos mismos sujetos marginales, ocultos en la periferia, deciden salir del hábitat al que han sido relegados y no sólo se dejan ver, sino que se echan a la calle, la ocupan, la toman, tornando en entes activos e invadiendo de esta forma el centro de la urbe para convertirse en una presencia incómoda y amenazadora para el espectador anti-revolucionario, defensor del orden burgués, que no puede sino atemorizarse ante la situación descontrolada de la que es testigo a través de su paseo urbano. Significativos son los lamentos del suegro de Ramón Arias quien se aterrorizaba ante la alteración de la normatividad urbana que producen los altercados callejeros y ante los que “las buenas gentes tenían que encerrarse en sus casas llenas de susto” (Un hombre 67). Asimismo lo manifestará años más tarde José Félix, protagonista de la novela de corte fascista de Agustín de Foxá: “Hervía de gente la Puerta del Sol. Todo el ambiente de la ciudad había cambiado. Se veían otras caras, otras personas. Los obreros ya se atrevían a llegar al centro de la ciudad y se estacionaban en la acera del “Bar Flor”. El 14 de abril les había enseñado un camino que ya no olvidarían nunca” (Madrid de corte 74). Algo parecido ocurre en Días de llamas de Juan Iturralde, novela escrita en 1978 que recrea los años de guerra civil y cuyo narrador se sorprende al salir a la calle y ver “grupos extraños”, gente de los suburbios por el centro de la ciudad, vestidos con monos azules y camisetas sudadas, en los mismos espacios por los que antes sólo había señores bien vestidos, “como el orden mandaba” (36). Lo familiar se torna extraño porque se manifiesta, se deja ver, siembra el caos y por ello “what is known of old and long familiar can become uncanny and frightening” (Freud, “Uncanny” 220). Ésta es una de las ideas principales que informan la novela de Sender. Recordemos cómo en Aurora roja y en La horda, los entierros de Juan y el obrero José constituían momentos de alta crispación social 403

cualquier precio el orden social y el poder a nivel espacial. En la novela de la<br />

República, esos mismos sujetos marginales, ocultos en la periferia, deciden salir del<br />

hábitat al que han sido relegados y no sólo se dejan ver, sino que se echan a la calle, la<br />

ocupan, la toman, tornando en entes activos e invadiendo de esta forma el centro de la<br />

urbe para convertirse en una presencia incómoda y amenazadora para el espectador<br />

anti-revolucionario, defensor del orden burgués, que no puede sino atemorizarse ante<br />

la situación descontrolada de la que es testigo a través de su paseo urbano.<br />

Significativos son los lamentos del suegro de Ramón Arias quien se aterrorizaba ante<br />

la alteración de la normatividad urbana que producen los altercados callejeros y ante<br />

los que “las buenas gentes tenían que encerrarse en sus casas llenas de susto” (Un<br />

hombre 67). Asimismo lo manifestará años más tarde José Félix, protagonista de la<br />

novela de corte fascista de Agustín de Foxá: “Hervía de gente la Puerta del Sol. Todo<br />

el ambiente de la ciudad había cambiado. Se veían otras caras, otras personas. Los<br />

obreros ya se atrevían a llegar al centro de la ciudad y se estacionaban en la acera del<br />

“Bar Flor”. El 14 de abril les había enseñado un camino que ya no olvidarían nunca”<br />

(Madrid de corte 74). Algo parecido ocurre en Días de llamas de Juan Iturralde,<br />

novela escrita en 1978 que recrea los años de guerra civil y cuyo narrador se<br />

sorprende al salir a la calle y ver “grupos extraños”, gente de los suburbios por el<br />

centro de la ciudad, vestidos con monos azules y camisetas sudadas, en los mismos<br />

espacios por los que antes sólo había señores bien vestidos, “como el orden mandaba”<br />

(36). Lo familiar se torna extraño porque se manifiesta, se deja ver, siembra el caos y<br />

por ello “what is known of old and long familiar can become uncanny and<br />

frightening” (Freud, “Uncanny” 220). Ésta es una de las ideas principales que<br />

informan la novela de Sender. Recordemos cómo en Aurora roja y en La horda, los<br />

entierros de Juan y el obrero José constituían momentos de alta crispación social<br />

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