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… copa la calle. Desde la calle Ancha de San Bernardo hasta cerca de la Plaza de España, todo el trayecto hormigueaba de cabezas y gritos. De cuando en cuando, el influjo de unas palabras dichas al buen tuntún, hendía la masa y la desplazaba hacia las aceras: con lo que se formaba una callejuela sin sentido, divisoria inexplicable entre las dos porciones iguales de una muchedumbre congregada allí por los mismos afanes. Súbito, cegábase la callejuela y otra vez la multitud se hacía masa apretada, sin lagunas ni resquicios. (10-11) En un trayecto que comienza en la calle Ancha de San Bernardo (hoy simplemente “calle de San Bernardo”), localizada al sur de la glorieta de Quevedo y bajando hasta la Plaza de Santo Domingo en la Gran Vía, la multitud se mueve hacia la Plaza de España en un desplazamiento centrípeto de los márgenes hacia el centro, y se convierte en masa, después en muchedumbre para por último retomar su forma de masa. A la luz de la teoría de Hardt, al escuchar “unas palabras dichas al buen tuntún”, la multitud que copa la calle se convierte en una masa indiferenciada –sólo se distinguen “cabezas”—que además se contagia de las características de la calle por la que transita (una vez más estableciéndose una poderosa relación entre sujeto y entorno urbano). Así la multitud torna en una masa “sin sentido”, “inexplicable”, en un “hormigueo de cabezas y gritos” entre los que no se puede individualizar o distinguir singularidad alguna y que ciega, igual que la callejuela en la que se congrega, lleva inherente en ella la cualidad de desorden, como señalaba McDougall. Pero de repente, esta masa inexplicable se transforma en una muchedumbre congregada allí “por los mismos afanes”, a saber, la quema de conventos, la destrucción de una tradición histórica y la conquista de la calle. No será este primer episodio el único ejemplo que Benavides ofrezca de la muchedumbre como masa unida bajo un proyecto común. La multitud dominguera es referida como “muchedumbre” cuando se asocia a la UGT, 394

que en su paseo a la sierra comparte el mismo objetivo: convertir a la ciudad entera en domingo, aparcar la lucha ideológica por un día y disfrutar “de las cosas gratas que hacen agradable la existencia” antes de retomar el enfrentamiento con el enemigo y “proseguir la obra revolucionaria” (77). Más adelante, hacia el final de la novela, la masa vuelve a convertirse en muchedumbre cuando los militares y monárquicos se sublevan contra la República el 10 de agosto de 1933, lo que hace que la masa reaccione: “El toque de rebato de la República extendíase por la ciudad. Un espesor de muchedumbre invadía la calle de Piamonte y avanzaba hacia la fortaleza de la Casa del Pueblo” (253). El mismo enemigo –el fascismo—y el proyecto común de luchar contra él hace que anarquistas, socialistas y comunistas se lancen a la calle y se unan bajo una misma etiqueta en una huelga general para salvar la República. La República, igual que la guerra civil tres años más tarde, constituye un perfecto ejemplo de la movilización de las masas por un proyecto común. Además, a la luz de las palabras de Hardt, la muchedumbre necesita de un líder: la aparición de la figura de Largo Caballero al final de la novela cumple esta función, personaje cuyas palabras dirigidas a las Juventudes Socialistas “les infunde la más bella esperanza” (301) y se revelan cruciales para encauzar al colectivo obrero hacia la huelga general. El narrador también se sirve de esta aparición para dejar claro que la huelga general no es exclusiva ahora únicamente de la CNT, sino que también es secundada por los socialistas. Apunta Ricci que la forma en que Benavides describe el trayecto de la muchedumbre “es una alegoría de la desorganización e incomunicación reinante en los grupos políticos y sindicatos de izquierdas y anarquistas en Madrid” (Espacio urbano 218). Sin descartar esta interpretación, parece necesario afirmar que la marcha hacia el centro urbano responde en mayor medida a la materialización de la misión 395

… copa la calle. Desde la calle Ancha de San Bernardo hasta cerca de la Plaza<br />

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convierte en masa, después en muchedumbre para por último retomar su forma de<br />

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la multitud que copa la calle se convierte en una masa indiferenciada –sólo se<br />

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singularidad alguna y que ciega, igual que la callejuela en la que se congrega, lleva<br />

inherente en ella la cualidad de desorden, como señalaba McDougall. Pero de repente,<br />

esta masa inexplicable se transforma en una muchedumbre congregada allí “por los<br />

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histórica y la conquista de la calle. No será este primer episodio el único ejemplo que<br />

Benavides ofrezca de la muchedumbre como masa unida bajo un proyecto común. La<br />

multitud dominguera es referida como “muchedumbre” cuando se asocia a la UGT,<br />

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