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30.04.2013 Views

que cambia el cariz de la urbe al ser ésta invadida por grupos sociales que se dejan ver por el cauce de las calles: Toda la ciudad se hacía domingo y todo el domingo era de la UGT. Ahora el domingo empezaba a tener dignidad… Primero, por los bulevares, hacia Rosales. Desde allí a la carretera, y por ésta hasta los márgenes del Manzanares (…) Y allá se fueron todos camino de la carretera del Pardo, de la que se desviarían luego para atravesar el campo en busca de un recodo del río. (73-74, 76) Este itinerario urbano pacífico, agradable y animoso que expulsa a la “multitud dominguera” hacia las afueras tendrá su contrapartida en la novela de Sender, cuando la misma multitud, también dominguera, recorra el camino contrario, marcado por una fuerza centrípeta que la impulse a caminar hacia el interior de la ciudad, un trayecto en este caso dominado por el caos y la violencia. Pese al protagonismo urbano de estos años, siempre asociado al caos, Benavides construye el campo como espacio calmo y sosegado donde la multitud es capaz de disfrutar y contagiarse “de la ufanía del fin de semana” (73), lo que contrastará con las escenas de violencia protagonizadas por la misma multitud en la urbe. Señala Mainer que “la imagen moral del país se continuaba asociando a la España de campo abierto, a despecho del incremento de la población urbana e incluso del protagonismo ciudadano de los febriles días de la República” (Años de vísperas 80). En la sierra, y ya desde el principio, la multitud como sujeto colectivo despertará una reacción agradable y hasta placentera en el personaje: “Arias dejóse llevar de un deseo dormido en su alma: se unió a la muchedumbre” (73). Sería ésta la masa que todo lo absorbe, una masa abierta que “aspira a incorporar a todo el que se ponga a su alcance” definida así por Canetti, una masa que “en cuanto empieza a existir, desea incrementar su número” (Obra completa 384

71) y que circula por las calles urbanas como un ejército (aún sin armas) reclutando soldados, en una sola dirección. Efectivamente algo así sucede, pues este encuentro entre Arias y la multitud dominguera es utilizado por la última como objetivo captar un adepto más. Durante su experiencia en el campo, Luis, un militante socialista, intenta convencer a Ramón de que el socialismo es la mejor opción frente a la táctica revolucionaria de la CNT, exhortando al personaje a formar parte del movimiento ugetista. Cuando Ramón le expresa sus dudas sobre con qué grupo obrero colaborar, el militante le responde “hombre, ni pensarlo. Con nosotros… Le invito a usted a que repase la historia de nuestro partido y a que conozca a sus hombres. Haga usted luego lo mismo con la CNT… Todo en ellos es igual. En su táctica y en su conducta sólo hay improvisación… Es gente peligrosa” (Un hombre 79). Cabría aquí dedicar unas palabras a la labor de control y de acción de los sindicatos ugetistas que en un principio captan la atención del personaje. La UGT, el gran sindicato de los trabajadores de Madrid, se caracterizaba por un sindicalismo de gestión, esto es, por una práctica de conciliación y negociación según la cual los dirigentes del sindicato trataban de gestionar la defensa de los intereses proletarios. Tal y como Juliá narra, la UGT “orgullosa de sus orígenes sin mancilla, de su historia de calladas renuncias y sacrificios, de lentas e irreversibles conquistas, de sus apóstoles y sus ritos” (Madrid 1931-1934 150) ejercía un control sobre la clase obrera, esa masa disciplinada que recibía educación y orientación ideológica desde la Casa del Pueblo, levantada en Madrid en 1899. Su contingente más numeroso en los primeros años de la República pertenecía a la construcción (y dentro de ella a los albañiles). La labor de organización y control de la UGT en Madrid duró hasta otoño de1933, cuando se vio afectada por la crisis del empleo, el 385

que cambia el cariz de la urbe al ser ésta invadida por grupos sociales que se dejan ver<br />

por el cauce de las calles:<br />

Toda la ciudad se hacía domingo y todo el domingo era de la UGT. Ahora el<br />

domingo empezaba a tener dignidad… Primero, por los bulevares, hacia<br />

Rosales. Desde allí a la carretera, y por ésta hasta los márgenes del<br />

Manzanares (…) Y allá se fueron todos camino de la carretera del Pardo, de la<br />

que se desviarían luego para atravesar el campo en busca de un recodo del río.<br />

(73-74, 76)<br />

Este itinerario urbano pacífico, agradable y animoso que expulsa a la “multitud<br />

dominguera” hacia las afueras tendrá su contrapartida en la novela de Sender, cuando<br />

la misma multitud, también dominguera, recorra el camino contrario, marcado por una<br />

fuerza centrípeta que la impulse a caminar hacia el interior de la ciudad, un trayecto en<br />

este caso dominado por el caos y la violencia. Pese al protagonismo urbano de estos<br />

años, siempre asociado al caos, Benavides construye el campo como espacio calmo y<br />

sosegado donde la multitud es capaz de disfrutar y contagiarse “de la ufanía del fin de<br />

semana” (73), lo que contrastará con las escenas de violencia protagonizadas por la<br />

misma multitud en la urbe. Señala Mainer que “la imagen moral del país se<br />

continuaba asociando a la España de campo abierto, a despecho del incremento de la<br />

población urbana e incluso del protagonismo ciudadano de los febriles días de la<br />

República” (Años de vísperas 80). En la sierra, y ya desde el principio, la multitud<br />

como sujeto colectivo despertará una reacción agradable y hasta placentera en el<br />

personaje: “Arias dejóse llevar de un deseo dormido en su alma: se unió a la<br />

muchedumbre” (73). Sería ésta la masa que todo lo absorbe, una masa abierta que<br />

“aspira a incorporar a todo el que se ponga a su alcance” definida así por Canetti, una<br />

masa que “en cuanto empieza a existir, desea incrementar su número” (Obra completa<br />

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