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La “Imprecación del maniquí” que llega en el capítulo 17 supone un importante punto de inflexión, tanto en la novela como en la vida del personaje. Presagiando su papel como virgen roja, Obdulia, en quien “lloran los corazones huérfanos, las muchachas hambrientas, los desgraciados de toda la tierra” (63), en nombre de todos los desposeídos, utilizados y explotados por un sistema social que los aliena, se alza contra su condición de venus mecánica y le planta cara a esa sociedad burguesa que deshumaniza a sus víctimas: Yo, venus mecánica, maniquí humano, transformista de hotel, tengo también mi traje favorito, mi elegancia de muchacha que sabe vestir para la calle, para el teatro y para el “te dansant”. Finjo que voy a las carreras, que he de cenar fuera de casa o que salgo de compras por la mañana. Soy una actriz de actitudes, una pobre actriz de trapo… Tengo un alma emboscada en mi figura… Vosotras, burguesas, no tenéis esa juventud insolente. Ah, cómo os odio, rebaño de pavas, buches rollizos de donde cuelga la medalla católica de la domesticidad. (117-18) La rebelión contra su condición de maniquí humano no es sino un levantamiento contra el orden burgués. Si atendemos a la definición de “imprecación” como las palabras con que se expresa el vivo deseo de que alguien sufra mal o daño, la imprecación de Obdulia emana de su rechazo a exponer su cuerpo como engranaje al servicio de los demás –en la calle, en la pasarela, en el cabaret—pero también encierra una condena de la sociedad, a la que se quiere redirigir el daño que ésta inflige a sus trabajadores. Con esta construcción, Díaz Fernández reivindica una figura femenina con cierto margen de libertad que principalmente deriva del autoconocimiento, de la propia concienciación del personaje y de su decisión de emanciparse de la estandarización de su condición de objeto alienado de la que procede su apelativo de 338

“venus mecánica”. El personaje quiere transformarse en mujer “de calle”, esto es, en un sujeto con capacidad de tomar sus propias decisiones y con una especificidad propia que la caracterice como individuo. Con esta concienciación, la cual constituirá el primer paso hacia el activismo social y político, la mujer en palabras de Fuentes, “transgrede con sus acciones y cuerpo el orden social y moral establecido: la domesticidad de la vida burguesa” (La marcha 101). La doble transgresión (social y moral) por medio de las acciones y del cuerpo se traduce en una rebelión que llega por dos vías. Por un lado, el sujeto femenino utiliza su propio valor de cambio como mercancía para vender su cuerpo a un hombre al que desprecia, pero del que se aprovecha en términos económicos. El personaje se aferra a las mismas leyes que la sociedad capitalista utiliza para alienar a sus individuos y las pone de su lado, tornando la sumisión en amenaza y restableciendo así la igualdad entre clases y géneros: ¡Ah, tú no sabes a quién albergas! Tú no sabes, hombre del cheque y de la factura, lo que ella representa ahí, en ese foco activo de tu vida, pegada a tus días como la planta al muro. Concisa y aérea como un poco de viento inmóvil, es, sin embargo, tu amante la que restablece el equilibrio humano. Para los hombres de antes la Igualdad era una matrona con el pecho cruzado por una banda roja. Actualmente, la Igualdad es esa mujer llena de pereza en el cuarto de un millonario, rodeada de esencias y de joyas. Porque ella simboliza el lujo, ácido corruptor de la riqueza, venganza de todos los desheredados de la tierra. Por ahí habréis de morir, becerros de oro, agiotistas del esfuerzo jornalero. (Venus 139-40) La mujer se vale de los mismos valores burgueses que condena para transgredir el orden moral y social y conseguir su emancipación por vía de su cuerpo: si, como se 339

La “Imprecación del maniquí” que llega en el capítulo 17 supone un<br />

importante punto de inflexión, tanto en la novela como en la vida del personaje.<br />

Presagiando su papel como virgen roja, Obdulia, en quien “lloran los corazones<br />

huérfanos, las muchachas hambrientas, los desgraciados de toda la tierra” (63), en<br />

nombre de todos los desposeídos, utilizados y explotados por un sistema social que los<br />

aliena, se alza contra su condición de venus mecánica y le planta cara a esa sociedad<br />

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Yo, venus mecánica, maniquí humano, transformista de hotel, tengo también<br />

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figura… Vosotras, burguesas, no tenéis esa juventud insolente. Ah, cómo os<br />

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la domesticidad. (117-18)<br />

La rebelión contra su condición de maniquí humano no es sino un levantamiento<br />

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una condena de la sociedad, a la que se quiere redirigir el daño que ésta inflige a sus<br />

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con cierto margen de libertad que principalmente deriva del autoconocimiento, de la<br />

propia concienciación del personaje y de su decisión de emanciparse de la<br />

estandarización de su condición de objeto alienado de la que procede su apelativo de<br />

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