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En el texto aparece la luz bajo otra forma diferente. Cuando tras mucho callejear por la urbe surge la posibilidad de trabajar en la Redacción y cobrar una nómina, frente a la oscuridad que ha dominado las calles desde su llegada a Madrid, el personaje es capaz de apreciar las “calles animadas” iluminadas con “las luces encendidas de los comercios” que “lanzaban chorros luminosos sobre las aceras” (96). El dinero tiene el poder de crear una falsa ilusión en la mente del individuo urbano la cual corre paralela con la falsa iluminación del “anochecer encendido” del centro de Madrid. Ambas imágenes vendrían a dar cuenta de la naturaleza ilusoria, efímera y pasajera (como los transeúntes que transitan por las calles) de las relaciones humanas que coexisten en el mundo urbano. El narrador se sirve de este contraste entre luz y oscuridad para establecer la naturaleza artificial de la ciudad pues después de todo, como afirma el decadentista Huysmans, es el valor de la artificialidad lo que principalmente representa la ciudad (cit. en Calatrava Escobar 8). 74 74 En este sentido, la entrega del personaje al juego, al vicio, remite a esta artificialidad urbana disfrazada bajo la libertad que el mundo urbano le permite frente al campo donde operan mecanismos sociales muy rígidos. La venta del reloj de su abuelo a cambio de dinero con el que poder apostar en el casino apunta, no sólo a una ruptura de lazos con su mundo rural (y familiar), sino también al Mal que según muchos escritores domina la ciudad: “El engaño cabe en la Ciudad Ideal como cabe la alteridad, la materia, la enrancia, la indeterminación, en definitiva, el Mal… Mal que constituye su condición de posibilidad, su generador” (Gómez Pin 57). Uno de los muchos cauces de manifestación de este Mal será a través del juego y del vicio. La ciudad provee el espacio para el juego –en el que las mismas personas son objeto de intercambio y compra-venta—y el azar –las calles urbanas constituyen el ámbito de los encuentros fortuitos. La presencia de las salas de juego como espacios dominados por el azar, la tentación y los intercambios monetarios encapsulan en gran medida la experiencia de la urbe moderna: si bien por un lado constituye un espacio placentero donde dar rienda suelta a la ilusión y al deseo económico, por otro será el espacio del conflicto, del dolor y de la decepción, una vez se pierde el dinero y con él, la ilusión. Después de todo, tal y como afirma Ramos, “deseo y azar son elementos fundamentales del nuevo lenguaje de la ciudad vanguardista y funcionan generalmente como los motores de su narrativa” (“Entre el organillo” 137). Una vez más emerge la imagen de la ciudad como locus del placer, pero al mismo tiempo vórtice de la conflictualidad. 314

3.2 Ciudad de mujeres y huelguistas: La Venus mecánica (1929) de José Díaz Fernández La Venus mecánica de José Díaz Fernández constituye una pertinente transición entre los dos textos de Benavides bajo estudio en esta tesis: Lamentación y Un hombre de treinta años, analizado en el siguiente capítulo. El protagonista principal, Víctor Murias, en una labor redentora iniciada por Isidro Maltrana y continuada por el personaje de Lamentación, se erige como líder de masas: “Yo confío en el pueblo. Hay que guiarlo. Enardecerlo… No creo en otra cosa que la violencia” (Venus 13). Aquí reside el germen de la novela social y colectivista que surgirá en las postrimerías de la dictadura de Primo de Rivera, novela en la que el sujeto se integra en la masa proletaria para protagonizar una obra que reconoce en el proletariado al único sujeto social capaz de resolver los problemas de la modernidad. Considerada por muchos como un ejemplo temprano de literatura de avanzada (Vicente Hernando, “Introducción” XXVI; Esteban y Santonja 11; Fuentes, “Novela social” 9-10) La Venus es la materialización novelística del nuevo romanticismo que el mismo autor escribió un año después en que apuesta por la exaltación de lo humano y por una literatura fuertemente comprometida con el cambio social. Libro construido mecánicamente, compuesto de trozos de la vida de distintos personajes, su estructura narrativa fragmentaria muestra diferentes personajes masculinos y femeninos que entran y salen de sus páginas, que se mueven a pie y en coche por las calles céntricas de una ciudad donde aún se dan cita tradición y modernidad: el nuevo Madrid de tiendas y grandes avenidas, el de la Gran Vía, y la “ciudad gibosa y paralítica que, como una vieja raíz difícil de extirpar, se agarraba a la urbe moderna” (82), con un claro parentesco con La horda. En esta gran ciudad emerge la figura de Víctor, intelectual y periodista quien tras una serie de encuentros 315

En el texto aparece la luz bajo otra forma diferente. Cuando tras mucho<br />

callejear por la urbe surge la posibilidad de trabajar en la Redacción y cobrar una<br />

nómina, frente a la oscuridad que ha dominado las calles desde su llegada a Madrid, el<br />

personaje es capaz de apreciar las “calles animadas” iluminadas con “las luces<br />

encendidas de los comercios” que “lanzaban chorros luminosos sobre las aceras” (96).<br />

El dinero tiene el poder de crear una falsa ilusión en la mente del individuo urbano la<br />

cual corre paralela con la falsa iluminación del “anochecer encendido” del centro de<br />

Madrid. Ambas imágenes vendrían a dar cuenta de la naturaleza ilusoria, efímera y<br />

pasajera (como los transeúntes que transitan por las calles) de las relaciones humanas<br />

que coexisten en el mundo urbano. El narrador se sirve de este contraste entre luz y<br />

oscuridad para establecer la naturaleza artificial de la ciudad pues después de todo,<br />

como afirma el decadentista Huysmans, es el valor de la artificialidad lo que<br />

principalmente representa la ciudad (cit. en Calatrava Escobar 8). 74<br />

74 En este sentido, la entrega del personaje al juego, al vicio, remite a esta artificialidad urbana<br />

disfrazada bajo la libertad que el mundo urbano le permite frente al campo donde operan mecanismos<br />

sociales muy rígidos. La venta del reloj de su abuelo a cambio de dinero con el que poder apostar en el<br />

casino apunta, no sólo a una ruptura de lazos con su mundo rural (y familiar), sino también al Mal que<br />

según muchos escritores domina la ciudad: “El engaño cabe en la Ciudad Ideal como cabe la alteridad,<br />

la materia, la enrancia, la indeterminación, en definitiva, el Mal… Mal que constituye su condición de<br />

posibilidad, su generador” (Gómez Pin 57). Uno de los muchos cauces de manifestación de este Mal<br />

será a través del juego y del vicio. La ciudad provee el espacio para el juego –en el que las mismas<br />

personas son objeto de intercambio y compra-venta—y el azar –las calles urbanas constituyen el ámbito<br />

de los encuentros fortuitos. La presencia de las salas de juego como espacios dominados por el azar, la<br />

tentación y los intercambios monetarios encapsulan en gran medida la experiencia de la urbe moderna:<br />

si bien por un lado constituye un espacio placentero donde dar rienda suelta a la ilusión y al deseo<br />

económico, por otro será el espacio del conflicto, del dolor y de la decepción, una vez se pierde el<br />

dinero y con él, la ilusión. Después de todo, tal y como afirma Ramos, “deseo y azar son elementos<br />

fundamentales del nuevo lenguaje de la ciudad vanguardista y funcionan generalmente como los<br />

motores de su narrativa” (“Entre el organillo” 137). Una vez más emerge la imagen de la ciudad como<br />

locus del placer, pero al mismo tiempo vórtice de la conflictualidad.<br />

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