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30.04.2013 Views

las plantas de abajo y los sirvientes habitando en las buhardillas. No obstante, las construcciones en altura no solucionaron el problema del abigarramiento y la mezcla de clases. La Real Orden de 1846 constituyó la primera idea para el crecimiento de Madrid en torno a la propuesta de Mesonero Romanos de “rompimientos” para ampliar las calles y “ensanches” para ampliar el territorio. Pero esta propuesta terminó, sólo dos años más tarde, por defender la reorganización espacial y el aprovechamiento del interior de la cerca en lugar de ampliar el perímetro. En Juliá (Madrid 358-59) puede encontrarse una enumeración de los objetivos del urbanismo madrileño de esta época isabelina en base a la propuesta de Mesonero Romanos. La abigarrada confusión de clases sociales en el mismo espacio urbano hizo que en 1860 hubiera un segundo intento de transformar el interior y ensanchar la ciudad, intento materializado en el Plan de Castro el cual planteaba un crecimiento ordenado alrededor de los tres órdenes sociales –la aristocracia, la clase media y los jornaleros. Plan fracasado también por el alto coste del suelo, con lo que sólo cuatro años más tarde, en un nuevo decreto, Antonio Cánovas del Castillo liquidó las normas establecidas en el proyecto de Castro. La organización vertical que llegó con la desamortización eclesiástica del suelo urbano quedó por fin complementada por una extensión horizontal, posibilitada tras el derribo en 1868 de la cerca construida en 1625 durante el reinado de Felipe III, lo cual posibilitaría la extensión del territorio hacia las afueras. El ensanche preveía una cuadrícula que definía un entorno aristocrático de la Castellana; uno burgués del barrio de Pozas; artesanal de Chamberí; proletario al sur de la calle de Alcalá, y agrario entre Embajadores y los Carabancheles. Sin embargo, el crecimiento desmesurado de la población, el elevado coste de las viviendas para los trabajadores y el apego que nobleza y burguesía tenían 24

al centro histórico terminó abortando los planes del ensanche y el resultado fue de nuevo el abigarramiento de la burguesía y clase media en las zonas más cerca del centro y la expulsión a las afueras, más allá de Chamberí, de trabajadores, mendigos y pobres para que en ningún momento fueran confundidos con las clases medias. El segundo capítulo brinda la posibilidad de realizar un análisis de este “horizontal social zoning” como Baker lo ha llamado (“Introducción” 76) a través de los textos de Baroja y Blasco Ibáñez. Por tanto, no será hasta finales del siglo XIX que los verdaderos avances a nivel urbanístico determinen el paso de una sociedad tradicional a una sociedad moderna, una sociedad que en las primeras décadas del siglo XX terminaría de consolidarse, mediante la adopción de nuevas formas de vida más modernas. Asimismo lo documenta Mainer, quien señala que los primeros años del siglo XX “es el periodo de los ensanches y de la aparición de los grandes almacenes, el cinematógrafo y hasta el servicio telefónico automático” (La edad 179), lo que encontró su eco en la preocupación casi obsesiva por el estado de la modernidad en la literatura madrileña. El “bulldozing habit of mind” que según Mumford define al urbanismo del siglo XIX (City in History 442), traducido por Juliá como “pasión por la piqueta” (Madrid 1931-34 41) llega a Madrid –más tarde que a otras ciudades europeas—y se manifiesta en la apertura de nuevas calles, derribos de edificios, ampliación de vías. El hecho es que el XIX será el siglo que plasme los proyectos reformistas que se originaron en la Ilustración los cuales pugnarán con formas arraigadas y tradicionales que harán que Madrid, a pesar de su transformación en gran ciudad, siga dando un aire de “un lugar de la Mancha”, como no puede dejar de apreciar Víctor Murias, personaje de La Venus mecánica (47). La convivencia entre un Madrid residual y un Madrid nuevo dispara en las calles de la ciudad una dialéctica 25

las plantas de abajo y los sirvientes habitando en las buhardillas. No obstante, las<br />

construcciones en altura no solucionaron el problema del abigarramiento y la mezcla<br />

de clases.<br />

La Real Orden de 1846 constituyó la primera idea para el crecimiento de<br />

Madrid en torno a la propuesta de Mesonero Romanos de “rompimientos” para<br />

ampliar las calles y “ensanches” para ampliar el territorio. Pero esta propuesta<br />

terminó, sólo dos años más tarde, por defender la reorganización espacial y el<br />

aprovechamiento del interior de la cerca en lugar de ampliar el perímetro. En Juliá<br />

(Madrid 358-59) puede encontrarse una enumeración de los objetivos del urbanismo<br />

madrileño de esta época isabelina en base a la propuesta de Mesonero Romanos. La<br />

abigarrada confusión de clases sociales en el mismo espacio urbano hizo que en 1860<br />

hubiera un segundo intento de transformar el interior y ensanchar la ciudad, intento<br />

materializado en el Plan de Castro el cual planteaba un crecimiento ordenado<br />

alrededor de los tres órdenes sociales –la aristocracia, la clase media y los jornaleros.<br />

Plan fracasado también por el alto coste del suelo, con lo que sólo cuatro años más<br />

tarde, en un nuevo decreto, Antonio Cánovas del Castillo liquidó las normas<br />

establecidas en el proyecto de Castro. La organización vertical que llegó con la<br />

desamortización eclesiástica del suelo urbano quedó por fin complementada por una<br />

extensión horizontal, posibilitada tras el derribo en 1868 de la cerca construida en<br />

1625 durante el reinado de Felipe III, lo cual posibilitaría la extensión del territorio<br />

hacia las afueras. El ensanche preveía una cuadrícula que definía un entorno<br />

aristocrático de la Castellana; uno burgués del barrio de Pozas; artesanal de Chamberí;<br />

proletario al sur de la calle de Alcalá, y agrario entre Embajadores y los<br />

Carabancheles. Sin embargo, el crecimiento desmesurado de la población, el elevado<br />

coste de las viviendas para los trabajadores y el apego que nobleza y burguesía tenían<br />

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