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complacer, cuya única felicidad reside en “el capricho de un instante de optimismo”. Como afirma el protagonista de Lamentación, “conozco el nombre de la vecina, ¿qué más puedo desear…?” (138). Se simplifica y desvaloriza así la función y presencia de las muchedumbres quienes, lejos de tener cualquier ambición, se limitan a pasear por el centro urbano, por la Puerta del Sol, y tener a su disposición una nómina y una mujer. Ahora bien, la actitud de Ortega es altamente cuestionable, pues si bien desde su perspectiva aristocratizante establece una distinción entre el individuo destacado e individualizable y las masas, cuerpos todos iguales con los mismos objetivos, hay que señalar que cada uno de estos cuerpos tiene un sentido de la individualidad, una conciencia política y un prurito de derechos que es lo que precisamente le hace querer unirse al colectivo y transformarse en sujeto político que demandará una visibilidad pública en esas aceras de las calles en las que se estrecha y amontona. La entrada en política, según Le Bon, es lo que dota a este colectivo de su naturaleza amenazante, pues la política confiere poder, un poder reforzado por el número porque para la masa, “power is given by numbers” (43). Este sujeto político difícil de dominar será visto con desconfianza y recelo por poner en peligro el dominio de una burguesía liberal a la que pertenece Ortega. La incapacidad de dominar a este hombre-masa está también relacionada con la libertad de la que se apropia el hombre que camina por la calle, libertad que le permite ser cualquier cosa, siempre “en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa” (87). Este miedo que el hombre-masa despierta en Ortega es explicable desde la concepción de urbanita de Manuel Delgado, de ese sujeto practicante de lo urbano, desconocido, que deambula por las calles, haciéndose y deshaciéndose, capaz de convertirse en cualquier cosa en cualquier momento, de ser 304

un individuo independiente pero con una disposición permanentemente activada a convertirse en otra cosa, por ejemplo, un constituyente de la masa. El sentido de la individualidad y toma de conciencia que precede a la inserción en la masa queda manifestado en un episodio altamente político en el que el personaje, movido por su sentido de derechos y su concienciación social, decidirá unirse y liderar al colectivo de cuerpos que convertido en sujeto político pedirá, exigirá, tornando esos lugares del escenario urbano por los que según Ortega pasean a la deriva en espacios con significancia política mediante la invasión reivindicativa y justiciera. La calle juega un papel fundamental en esta toma de conciencia y en el paso de lo que el narrador denomina “negación”, esto es, la falta de voluntad de acción, a la “afirmación” o toma de conciencia para actuar. Tras haber sido confundido con un “recadero” y expulsado por las escaleras de servicio del edificio de la Redacción, el personaje sale a dar un paseo en dirección a la Glorieta de Atocha, localizada al sur de la capital, en los confines del centro urbano. En este paseo y dada su proximidad con los márgenes urbanos, el personaje experimenta “la vida sórdida de los cafés, de las tascas y las tabernas en ebullición… Las risas, los cantos y las injurias de los borrachos vertiéndose en la calle” (100). Desde su posición de hombre que se cree perteneciente a la “minoría selecta”, funcionario del Estado cuyo trabajo literario ha sido aceptado en la Redacción, el individuo mira con reparo y repulsión a las gentes y edificios que pueblan esta zona de la ciudad en la que la modernidad, bajo la forma de un tranvía que zumba a lo lejos, parece no haber llegado aún: “Mi pensamiento revuela forjando ilusiones, y mi ensueño sabe rehuir el contacto de las lacras que se salpican en la calle. Yo estaba solo, y en mi soledad mi alma se adecentaba gustando la ilusión como un don eucarístico” (101). En el transcurso de estas reflexiones filosóficas el personaje recorre el trayecto de la calle de Atocha en el que se ubica el 305

un individuo independiente pero con una disposición permanentemente activada a<br />

convertirse en otra cosa, por ejemplo, un constituyente de la masa.<br />

El sentido de la individualidad y toma de conciencia que precede a la inserción<br />

en la masa queda manifestado en un episodio altamente político en el que el personaje,<br />

movido por su sentido de derechos y su concienciación social, decidirá unirse y liderar<br />

al colectivo de cuerpos que convertido en sujeto político pedirá, exigirá, tornando esos<br />

lugares del escenario urbano por los que según Ortega pasean a la deriva en espacios<br />

con significancia política mediante la invasión reivindicativa y justiciera. La calle<br />

juega un papel fundamental en esta toma de conciencia y en el paso de lo que el<br />

narrador denomina “negación”, esto es, la falta de voluntad de acción, a la<br />

“afirmación” o toma de conciencia para actuar. Tras haber sido confundido con un<br />

“recadero” y expulsado por las escaleras de servicio del edificio de la Redacción, el<br />

personaje sale a dar un paseo en dirección a la Glorieta de Atocha, localizada al sur de<br />

la capital, en los confines del centro urbano. En este paseo y dada su proximidad con<br />

los márgenes urbanos, el personaje experimenta “la vida sórdida de los cafés, de las<br />

tascas y las tabernas en ebullición… Las risas, los cantos y las injurias de los<br />

borrachos vertiéndose en la calle” (100). Desde su posición de hombre que se cree<br />

perteneciente a la “minoría selecta”, funcionario del Estado cuyo trabajo literario ha<br />

sido aceptado en la Redacción, el individuo mira con reparo y repulsión a las gentes y<br />

edificios que pueblan esta zona de la ciudad en la que la modernidad, bajo la forma de<br />

un tranvía que zumba a lo lejos, parece no haber llegado aún: “Mi pensamiento<br />

revuela forjando ilusiones, y mi ensueño sabe rehuir el contacto de las lacras que se<br />

salpican en la calle. Yo estaba solo, y en mi soledad mi alma se adecentaba gustando<br />

la ilusión como un don eucarístico” (101). En el transcurso de estas reflexiones<br />

filosóficas el personaje recorre el trayecto de la calle de Atocha en el que se ubica el<br />

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