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Según Ramos, en la narrativa de vanguardia es frecuente la equiparación entre mujer y ciudad en tanto que el deseo que despiertan ambas entidades forma parte del nuevo lenguaje de la ciudad vanguardista. De hecho, uno de los pocos placeres que el personaje experimenta en el paseo callejero se deriva del encuentro con ese extraño femenino, objeto deseado, lo que “erotiza la experiencia urbana más allá de la mera sociabilidad inherente a toda aglomeración humana” (“Entre el organillo” 137). 71 Dicha asociación entre mujer y ciudad aparece manifestada en diferentes niveles en Lamentación. La fascinación que produce la ciudad al individuo procedente del ámbito rural coincide con la seducción que provoca en el mismo la figura de la mujer: Melisa, Filomena, Nina, Andreida, personajes todos ellos que se corresponden con distintos modelos –prostituta, criada, madre—modelos a ser “consumidos”, utilizados por el hombre en la sociedad urbana moderna, modelos que ya Benjamin, en opinión de Leslie, identificó como “emissaries of a whole system of exploitation, reification, alienation”, pues “like the flaneur, and yet more socialized, more representative, these women stand in for every person in commodity-producing society” (“Ruin and Rubble” 99). El personaje hará uso de cada uno de estos modelos según la posición social y económica (y por tanto dependiendo del grado de poder simbólico del que disponga) que va adquiriendo en su peripecia urbana. No deja de sorprender que en muchas de estas mujeres el personaje perciba la figura maternal. El recuerdo de la madre se asocia al ambiente rural –sus comidas, sus abrazos, sus dulces palabras— y todo ello está muy presente en la mente del individuo desde su llegada a Madrid, 71 Sin duda esta idea trae ecos de ese encuentro entre el paseante y el otro sobre el que Baudelaire construyó la experiencia moderna y en el cual encontró la fuente de su inspiración literaria. Los muchos encuentros del protagonista de Benavides con diferentes mujeres en las calles de Madrid recuerdan al poema “A une passante” (“A una transeúnte”, en la traducción), en el cual el francés identificó la calle urbana como el territorio artístico por excelencia de la modernidad, y como el escenario propicio que favorece el encuentro con el otro femenino, objeto deseado, que aparece y desaparece, erotizando la experiencia urbana y bombardeando al artista con imágenes fragmentadas que, como la cámara fotográfica o el cine, metaforiza la experiencia de la ciudad moderna. 294

como él mismo afirma en varias ocasiones: “De cuando en cuando rasgaba mi pensamiento el recuerdo de mi madre” (Lamentación 70). Esto sólo puede entenderse desde la lucha interna del personaje que se debate entre su origen rural y su nueva identidad urbana. Al abrazar a su venerada Iulia (o Andreida, como el personaje la bautiza), el personaje exclama: “¡Andreida…! ¿Sabrías quererme tú como una madrecita?” (164). El deseo erótico y el amor maternal se confunde en muchos casos, desafiando la percepción del protagonista, ante lo que el mismo se pregunta: “¿Cuál sería mi actitud ante ella si no me sugiriese la emoción erótica que palpita en su carne?” (166). Las palabras del personaje dejan transmitir una profunda nostalgia por el pasado, por la tradición, por los vínculos familiares, destruidos radicalmente en el escenario urbano donde todas las relaciones tornan artificiales y materiales. Si bien, como Ramos señala, la figura de la mujer adopta muchas atribuciones semánticas de la ciudad –misterio, fascinación, incitación a la conquista (“Entre el organillo” 138)— y el enamoramiento y fascinación que la presencia femenina despierta en la calle contribuye a la integración del personaje en la vida citadina, al mismo tiempo esta misma presencia permite al sujeto masculino aferrarse al pasado y no romper lazos con su origen y tradición rural. No sólo la mujer forma parte inherente de las calles madrileñas— salir a la calle es exponerse al encuentro con la mujer—sino que al mismo tiempo el cuerpo femenino constituye en sí mismo un itinerario que el personaje pugna por descubrir, recorrer, conquistar y poseer, un itinerario que supone un reto al pedir ser invadido y apropiado y en el que el sujeto masculino tenderá a perderse en sus “paseos”. Así aparece descrita la primera experiencia sexual con Lofi, la muchacha que conoce en la calle de la Montera cuyas formas corporales provocan “ataques de frenesí amoroso” (Lamentación 32) en el personaje. Tras ser “comprada” con unas cuantas monedas, el 295

como él mismo afirma en varias ocasiones: “De cuando en cuando rasgaba mi<br />

pensamiento el recuerdo de mi madre” (Lamentación 70). Esto sólo puede entenderse<br />

desde la lucha interna del personaje que se debate entre su origen rural y su nueva<br />

identidad urbana. Al abrazar a su venerada Iulia (o Andreida, como el personaje la<br />

bautiza), el personaje exclama: “¡Andreida…! ¿Sabrías quererme tú como una<br />

madrecita?” (164). El deseo erótico y el amor maternal se confunde en muchos casos,<br />

desafiando la percepción del protagonista, ante lo que el mismo se pregunta: “¿Cuál<br />

sería mi actitud ante ella si no me sugiriese la emoción erótica que palpita en su<br />

carne?” (166). Las palabras del personaje dejan transmitir una profunda nostalgia por<br />

el pasado, por la tradición, por los vínculos familiares, destruidos radicalmente en el<br />

escenario urbano donde todas las relaciones tornan artificiales y materiales. Si bien,<br />

como Ramos señala, la figura de la mujer adopta muchas atribuciones semánticas de<br />

la ciudad –misterio, fascinación, incitación a la conquista (“Entre el organillo” 138)—<br />

y el enamoramiento y fascinación que la presencia femenina despierta en la calle<br />

contribuye a la integración del personaje en la vida citadina, al mismo tiempo esta<br />

misma presencia permite al sujeto masculino aferrarse al pasado y no romper lazos<br />

con su origen y tradición rural.<br />

No sólo la mujer forma parte inherente de las calles madrileñas— salir a la<br />

calle es exponerse al encuentro con la mujer—sino que al mismo tiempo el cuerpo<br />

femenino constituye en sí mismo un itinerario que el personaje pugna por descubrir,<br />

recorrer, conquistar y poseer, un itinerario que supone un reto al pedir ser invadido y<br />

apropiado y en el que el sujeto masculino tenderá a perderse en sus “paseos”. Así<br />

aparece descrita la primera experiencia sexual con Lofi, la muchacha que conoce en la<br />

calle de la Montera cuyas formas corporales provocan “ataques de frenesí amoroso”<br />

(Lamentación 32) en el personaje. Tras ser “comprada” con unas cuantas monedas, el<br />

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