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Tras su paseo nocturno por el centro de la población donde “los edificios comenzaban a adquirir cierta repelente uniformidad”, el personaje regresa a la casa de huéspedes “con una endeblez lastimosa, todo desaliento” (11), aislándose y no estableciendo relaciones con el resto de los huéspedes. La experiencia económica con Filomena en la calle previamente analizada es fruto de esta forma de relacionarse con el prójimo y terminará de plasmar la obsesión por el dinero del personaje, obsesión que cobrará su punto más álgido cuando el personaje sea nombrado funcionario del Estado. Casi por primera y única vez en la novela, un aura de profunda felicidad embarga al sujeto, que es consciente de que su vida “entra en el camino trillado por muchos hombres” (138) esto es, en el camino de la ciudadanía y de la obligación, de la urbanidad. Será en este momento cuando decida no abrir camino, sino seguir el mismo camino marcado por otros, alternando su situación en la ciudad entre la alienación y la mirada distante. Con el nombramiento como funcionario del Estado y ante “la seguridad de una nómina” (129) se produce una profunda metamorfosis en el personaje, visible particularmente en su trato hacia el prójimo. La misma criada de la casa de huéspedes de cuyo analfabetismo el personaje se apiadó es ahora engañada y utilizada para el propio placer sexual del sujeto masculino (“tres veces ininterrumpidas”, dice el narrador, 131), que la evacuará después de haberla ingerido y masticado, por retomar los términos de Levi-Strauss pertinentes en este caso si bien no como metáfora espacial, sí como forma de mantener el status quo y ejercer el poder simbólico que otorga una segura posición económica. El objeto femenino es evacuado literalmente, ya que tras abusar sexualmente de ella y tratarla con grosería, el personaje urde un plan para que la echen de la casa de huéspedes, convirtiéndose así en un verdadero tirano, frío y calculador. La pregunta que el mismo personaje se formula, “¿Qué puede importarme una criada, 290

una mujer que no sabe leer?” (134) apunta a la adopción de lo que Simmel denomina una “blasé attitude”, esto es, “an incapacity to react to new sensations” causada por el endurecimiento emocional ante los “rapidly changing and closely compressed constrasting stimulations of the nerves” (“Metropolis” 414). El personaje es consciente de este cambio en su personalidad, aceptándolo impasiblemente, casi como algo natural. Pero una vez más, mientras Simmel ve esta actitud como consecuencia directa e inevitable del entorno urbano, Benavides la construirá como un valor profundamente negativo del ser humano, juicio moral bien manifestado con calificativos como “tirano”, “canalla” o “marrano” (133). De hecho, existen numerosos ejemplos en el texto de la naturaleza corrupta y peligrosa del dinero, adoptando el narrador una posición muy crítica al respecto. El rechazo y la repulsión que producen al personaje “los cuartos encima de la mesa”, extendiendo hacia “la moneda de cobre un gesto de odio”, y preguntándose “¿qué quería decir su disco negruzco pulido por las manos de innumerables personas?” (17) remite a una experiencia colectiva del dinero que ennegrece las relaciones afectivas entre las personas. A pesar de estos fuertes juicios de valor hacia el dinero, es interesante constatar que el personaje pronto interiorizará las consecuencias derivadas de las relaciones monetarias: si el dinero y las relaciones humanas que éste fomenta en una sociedad mercantil urbana son responsables de la alienación y de la individualidad, pero también de la libertad personal, tanto física (el individuo gana libertad de movimientos) como intelectual (con su cosmopolitismo, la ciudad ofrece ciertas oportunidades de acción y liberación de los prejuicios y limitaciones que un ambiente rural impone, abriendo así cauces para la potencialidad humana), el personaje pronto se apropiará de dicha libertad para practicarla él mismo, poniéndola a su propio beneficio. Esta ambivalencia respecto al valor metafórico del dinero se traduce en la 291

una mujer que no sabe leer?” (134) apunta a la adopción de lo que Simmel denomina<br />

una “blasé attitude”, esto es, “an incapacity to react to new sensations” causada por el<br />

endurecimiento emocional ante los “rapidly changing and closely compressed<br />

constrasting stimulations of the nerves” (“Metropolis” 414). El personaje es<br />

consciente de este cambio en su personalidad, aceptándolo impasiblemente, casi como<br />

algo natural. Pero una vez más, mientras Simmel ve esta actitud como consecuencia<br />

directa e inevitable del entorno urbano, Benavides la construirá como un valor<br />

profundamente negativo del ser humano, juicio moral bien manifestado con<br />

calificativos como “tirano”, “canalla” o “marrano” (133). De hecho, existen<br />

numerosos ejemplos en el texto de la naturaleza corrupta y peligrosa del dinero,<br />

adoptando el narrador una posición muy crítica al respecto. El rechazo y la repulsión<br />

que producen al personaje “los cuartos encima de la mesa”, extendiendo hacia “la<br />

moneda de cobre un gesto de odio”, y preguntándose “¿qué quería decir su disco<br />

negruzco pulido por las manos de innumerables personas?” (17) remite a una<br />

experiencia colectiva del dinero que ennegrece las relaciones afectivas entre las<br />

personas. A pesar de estos fuertes juicios de valor hacia el dinero, es interesante<br />

constatar que el personaje pronto interiorizará las consecuencias derivadas de las<br />

relaciones monetarias: si el dinero y las relaciones humanas que éste fomenta en una<br />

sociedad mercantil urbana son responsables de la alienación y de la individualidad,<br />

pero también de la libertad personal, tanto física (el individuo gana libertad de<br />

movimientos) como intelectual (con su cosmopolitismo, la ciudad ofrece ciertas<br />

oportunidades de acción y liberación de los prejuicios y limitaciones que un ambiente<br />

rural impone, abriendo así cauces para la potencialidad humana), el personaje pronto<br />

se apropiará de dicha libertad para practicarla él mismo, poniéndola a su propio<br />

beneficio. Esta ambivalencia respecto al valor metafórico del dinero se traduce en la<br />

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