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30.04.2013 Views

proceso de industrialización y del intercambio monetario, condición sin la cual no se produciría la concienciación social y por tanto la toma de acción) que entre sus ventajas cuenta con que “has rescued a considerable part of the population from the idiocy of rural life” (Marx, Manifesto 477). Es por ello que pronto, ante su idiotez, sucumbirá a la “intellectualistic culture” de la metrópolis, siendo el mismo personaje consciente de ello sin poder hacer nada por evitarlo. El cambio es reconocible por un desapego emocional: Yo era un hombre sencillo y puro. Sentía un gran amor hacia el prójimo. A pesar de tan buenos propósitos, contrariando mi contextura espiritual, en poco tiempo desbaratara el relicario de mis sentimientos, aventándolos y dejándome caer en el sombrío abismo del pecado. (Lamentación 74) El proceso de conversión en individuo urbano en términos de la pérdida de emotividad es significativo. En un principio y haciendo honor a su origen rural, el personaje se solidariza con el prójimo, compartiendo su escasa comida en el tren con una señora y su hija. En sus paseos urbanos y ante el triste y desolador espectáculo callejero, el sujeto empatiza con el ser marginal y desposeído, convencido de que “basta un poco de amor, de sana efusividad para transformar a los hombres” (125). Firme en sus creencias, cederá la acera a todos los transeúntes; 68 en la calle del Barquillo intercederá por un niño al que su madre está maltratando; en la calle de la Montera ayuda a un ciego al que “la gente, absorta en sus pasiones, pasaba a su lado sin hacerle caso” (125) a cruzar la acera. Mas adelante, conmovido, se ofrece a enseñar a leer a la 68 Según la diferenciación que proporciona Corbin entre paseante y transeúnte, podríamos concluir con que esta cesión de las aceras caracteriza al personaje de Lamentación como un paseante que sin nada que hacer, pasea y observa, cediendo la calle al transeúnte, figura plenamente adaptada a la frenética vida urbana: “Convertido en un ser insólito, el desocupado abandona poco a poco la calle en manos del transeúnte. El peatón apresurado, cuidadoso de su seguridad, con el espíritu absorto en sus preocupaciones, ya no puede prestar atención al espectáculo de la calle” (“Entre bastidores” 475). No puede prestar atención porque, sencillamente, no le interesa, porque todo a su alrededor ha perdido valor y se ha endurecido frente a los estímulos externos sin que pueda o quiera hacer nada para alterar la situación. Es ésta otra forma de definir la “blasé attitude” de Simmel. 282

pobre criada que lo atiende en la casa de huéspedes. Podría decirse que en este primer estadio de su experiencia urbana, la subjetividad del individuo triunfa sobre la realidad objetiva de lo urbano. Existe en la novela un intento –el cual quedará confirmado en Un hombre de treinta años— por disolver toda jerarquía y categorización social, por romper con una larga tradición que identifica a los individuos según su origen y clase social y por sustituir las relaciones económicas que dominan todos los aspectos de la metrópolis por relaciones puramente humanas –el uso frecuente de la expresión “almas gemelas” (124-25) por parte del personaje así lo manifiesta. La palabra “alma” es un término recurrente en la novela. Ya en la primera página de su ensayo, Simmel adelanta que su principal interés reside en identificar “the inner meaning of specifically modern life and its products, into the soul of the cultural body” (“Metropolis” 409), para ello estudiando los ajustes en la personalidad del individuo al contacto con las fuerzas externas que se generan en la vida moderna. El uso de la palabra “soul” como aquello que conforma el cuerpo cultural de cualquier experiencia urbana, inherente a la vida moderna entra en oposición con el significado que Benavides imprime a “alma” como aquello que define al ser humano el cual, despojado de toda carga sexual, social, económica, política, comparte con sus semejantes. Es decir, todo aquello que se opone a la personalidad urbana que según Simmel el individuo se ve obligado a desarrollar para sobrevivir en el hábitat urbano y que lo define como animal social al margen de toda afectividad. Con la expresión “almas gemelas” y la identificación con el desposeído que aquélla conlleva se intenta desvincular al ser humano de cualquier etiqueta social, política, económica y situarlo en el plano de lo ético, de las personas, de las almas gemelas, lo que a su vez posibilita el encuentro (y la solidarización) con el otro. El narrador, mediante el poder de la ficción colectiva, parece estar tratando de interrumpir una realidad circundante en la 283

pobre criada que lo atiende en la casa de huéspedes. Podría decirse que en este primer<br />

estadio de su experiencia urbana, la subjetividad del individuo triunfa sobre la realidad<br />

objetiva de lo urbano. Existe en la novela un intento –el cual quedará confirmado en<br />

Un hombre de treinta años— por disolver toda jerarquía y categorización social, por<br />

romper con una larga tradición que identifica a los individuos según su origen y clase<br />

social y por sustituir las relaciones económicas que dominan todos los aspectos de la<br />

metrópolis por relaciones puramente humanas –el uso frecuente de la expresión<br />

“almas gemelas” (124-25) por parte del personaje así lo manifiesta. La palabra “alma”<br />

es un término recurrente en la novela. Ya en la primera página de su ensayo, Simmel<br />

adelanta que su principal interés reside en identificar “the inner meaning of<br />

specifically modern life and its products, into the soul of the cultural body”<br />

(“Metropolis” 409), para ello estudiando los ajustes en la personalidad del individuo al<br />

contacto con las fuerzas externas que se generan en la vida moderna. El uso de la<br />

palabra “soul” como aquello que conforma el cuerpo cultural de cualquier experiencia<br />

urbana, inherente a la vida moderna entra en oposición con el significado que<br />

Benavides imprime a “alma” como aquello que define al ser humano el cual,<br />

despojado de toda carga sexual, social, económica, política, comparte con sus<br />

semejantes. Es decir, todo aquello que se opone a la personalidad urbana que según<br />

Simmel el individuo se ve obligado a desarrollar para sobrevivir en el hábitat urbano y<br />

que lo define como animal social al margen de toda afectividad. Con la expresión<br />

“almas gemelas” y la identificación con el desposeído que aquélla conlleva se intenta<br />

desvincular al ser humano de cualquier etiqueta social, política, económica y situarlo<br />

en el plano de lo ético, de las personas, de las almas gemelas, lo que a su vez posibilita<br />

el encuentro (y la solidarización) con el otro. El narrador, mediante el poder de la<br />

ficción colectiva, parece estar tratando de interrumpir una realidad circundante en la<br />

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