'ANDANDO SE HACE EL CAMINO - DataSpace - Princeton University

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30.04.2013 Views

Cabe recordar que tras su paseo por los márgenes urbanos Juan Alcázar desarrolló una fuerte conciencia anarquista, pasando a solidarizarse con el pobre, acercando su arte a los márgenes como forma de paliar y disolver la desigualdad social; Isidro tomará un camino contrario, posicionándose del lado del poderoso y tratando de alejarse lo máximo posible de los márgenes, como se ha visto. No es casual que en el capítulo que sigue a la escena de la cacería en El Pardo Isidro se dirija hacia los barrios de Bellavistas y las Carolinas, con un “exterior de hombre de ciudad” (La horda 101) y exprese su repugnancia hacia los montones de basura y escombros que se apilan en las calles y hacia la “horda traperil que acampa en el cerro” (113). Los sucesivos paseos del sujeto por las afueras de la población, alrededor de la huerta del Obispo, sirven para terminar de reafirmar su conciencia burguesa. Si en un principio el personaje disfruta de los paseos por las áridas cercanías de Madrid embellecidas con la llegada de la primavera, pronto mostrará repulsión hacia esos mismos territorios, admitiendo estar harto “de vagar por los desmontes como gitanos” y expresando inmediatamente la necesidad de ser dueño de algo, de “aburguesarse” (159). Es curioso que Isidro se refiera a los gitanos como un último ejemplo a seguir del que urge alejarse, cuando terminará siendo acogido por esta comunidad en el barrio de las Cambroneras. Desde su pretendida posición burguesa “gitano” es sinónimo de marginalidad, bajeza social, deshumanización y por eso procederá a interrumpir los paseos por los mismos ambientes que asocia a estos sujetos, para no ser confundido con ellos. Dice el narrador que Isidro “tuvo la audaz resolución de los débiles” (162), entendiendo por ésta una huída y un abandono, en este caso, hacia el centro urbano. Isidro es débil de carácter; de ahí su conformidad social que le lleva a aceptar el orden social establecido y a congraciarse con los que tienen una posición de poder dentro de la sociedad. Aquí reside la principal diferencia 252

entre Juan e Isidro: el despertar de la conciencia de clase no conduce en este caso a la acción, mostrando el personaje la psicología de un sujeto que falla socialmente debido a su fútil intento de ocupar un lugar aceptable que no le pertenece en la sociedad. El personaje no hace nada por cambiar la injusta desigualdad social que la peripecia nocturna en el campo le ha desvelado, inacción que queda expresada por la constante alusión al miedo que el personaje siente durante la cacería: miedo a subir la tapia, miedo al “camino tortuoso”, miedo de los guardas (86). La subyugación es preferible a la rebelión: en numerosas ocasiones a lo largo de la novela el personaje “ablandábase conmovido ante la más leve muestra de consideración de un poderoso” (98), lo que es perfectamente coherente con la conclusión de su experiencia vital, marchando “a gatas” y abriendo con su lengua “un camino en el barro” para convertirse en “un siervo” del poder y del dinero (337). La subyugación no atañe únicamente a Isidro: Blasco Ibáñez pinta un cuadro en el que todos los sujetos – significativamente unidos por lazos familiares—están subordinados a un poder superior, sin hacer nada por evitarlo: la madre de Isidro quien vive acatando órdenes de sus dos maridos; el hermanastro, Pepín, quien recordemos “había nacido para obedecer” (44); Feli, cuya agencialidad es anulada por la influencia de Isidro y cuya idolatría hacia éste se traduce en una conservación del orden social, ante el cual se resigna; don José, personaje habituado a la obediencia, con un fuerte hábito de sumisión. Los modos de objetivación de estos individuos –es decir, las prácticas subjetivas de constitución— están siempre al servicio del otro, mediadas por una relación de poder y a través de una relación de sumisión social. Es por ello que el único posible destino de estos sujetos débiles es la anulación, bien por vía de una institucionalización que los clasifica y separa en un espacio excluyente (hospital, cárcel) o de la eliminación. Este tipo de destino los torna invisibles como propuesta de 253

entre Juan e Isidro: el despertar de la conciencia de clase no conduce en este caso a la<br />

acción, mostrando el personaje la psicología de un sujeto que falla socialmente debido<br />

a su fútil intento de ocupar un lugar aceptable que no le pertenece en la sociedad. El<br />

personaje no hace nada por cambiar la injusta desigualdad social que la peripecia<br />

nocturna en el campo le ha desvelado, inacción que queda expresada por la constante<br />

alusión al miedo que el personaje siente durante la cacería: miedo a subir la tapia,<br />

miedo al “camino tortuoso”, miedo de los guardas (86). La subyugación es preferible<br />

a la rebelión: en numerosas ocasiones a lo largo de la novela el personaje<br />

“ablandábase conmovido ante la más leve muestra de consideración de un poderoso”<br />

(98), lo que es perfectamente coherente con la conclusión de su experiencia vital,<br />

marchando “a gatas” y abriendo con su lengua “un camino en el barro” para<br />

convertirse en “un siervo” del poder y del dinero (337). La subyugación no atañe<br />

únicamente a Isidro: Blasco Ibáñez pinta un cuadro en el que todos los sujetos –<br />

significativamente unidos por lazos familiares—están subordinados a un poder<br />

superior, sin hacer nada por evitarlo: la madre de Isidro quien vive acatando órdenes<br />

de sus dos maridos; el hermanastro, Pepín, quien recordemos “había nacido para<br />

obedecer” (44); Feli, cuya agencialidad es anulada por la influencia de Isidro y cuya<br />

idolatría hacia éste se traduce en una conservación del orden social, ante el cual se<br />

resigna; don José, personaje habituado a la obediencia, con un fuerte hábito de<br />

sumisión. Los modos de objetivación de estos individuos –es decir, las prácticas<br />

subjetivas de constitución— están siempre al servicio del otro, mediadas por una<br />

relación de poder y a través de una relación de sumisión social. Es por ello que el<br />

único posible destino de estos sujetos débiles es la anulación, bien por vía de una<br />

institucionalización que los clasifica y separa en un espacio excluyente (hospital,<br />

cárcel) o de la eliminación. Este tipo de destino los torna invisibles como propuesta de<br />

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