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30.04.2013 Views

cruzada, porque un sujeto se desplaza por ella, del mismo modo que la ciudad es construida en base al movimiento del paseante, pues como alude De Certeau, “pedestrian movements form one of these real systems whose existence in fact makes up the city” (Practice 97). Es por ello que es el concepto decerteauiano de espacio como lugar practicado el que mejor encapsula lo que tiene lugar en la calle, un concepto el cual está profundamente imbricado en el análisis de los textos bajo estudio. Será particularmente relevante en el caso de Tristana cuando la calle, canal elegido por el narrador para evidenciar el desvío geográfico, sexual y moral del personaje femenino, convertido en espacio a través de la acción subversiva del sujeto, deje de ser espacio y torne a un mero lugar cuando el personaje pierda la pierna que posibilita su caminar. La afirmación decerteauiana se invierte y el espacio se desestructura por ser lugar no practicado, no vivido. Estableciendo una relación entre espacio y texto, cabe afirmar que el texto literario está asociado a un momento histórico particular y por tanto funciona en un locus cultural específico, una idea que cabrá tener en cuenta en la lectura de los textos seleccionados. Igual que el texto posee un efecto en el momento determinado en que es producido y leído, la calle tiene un sentido en el momento de ser transitada, pero en el momento en que el texto deja de ser pronunciado y la calle de ser transitada, ambos desaparecen, se desestructuran para poder seguir estructurándose con futuras lecturas y futuros caminares. Ni el texto ni el espacio son construcciones culturales fijas sino que constituyen acciones con un efecto en el momento en que son producidas y consumidas (o en el caso de la calle, transitadas). La invasión de la Gran Vía por parte de masas anarcosindicalistas en la novela Siete domingos rojos sólo puede interpretarse desde “la obsesión” de los escritores de la época “por la realidad conflictiva que vivía la sociedad española de aquellas fechas” (Castañar, “La España” 16

69), una realidad dominada por oleadas de huelgas incontroladas, estallidos revolucionarios en las calles y “mítines monstruos”, como diría Carr, que comenzaban en un espacio cerrado—en un teatro o en un café—para desbordarse en el espacio abierto de la calle. El efecto pretendido por el narrador de Siete domingos esto es, la voluntad de dar entrada a una realidad alternativa por medio de la acción obrera bajo la forma de la toma de la calle, es perfectamente coherente en el Madrid de la Segunda República, una ciudad en la que el espacio de la calle se revelaba fundamental para fomentar una conciencia colectiva y con ésta un espíritu de lucha, como se apreciará en el cuarto capítulo. Los textos elegidos están todos ellos construidos en torno a una serie de espacios intersticiales de los cuales la calle urbana destaca por ser el lugar- movimiento por excelencia donde acontece alrededor del noventa por ciento de la acción narrativa. Esto definiría estos textos como novelas itinerantes en las que los protagonistas se van perfilando a través de las peripecias que les sobreviven en su recorrido por el espacio urbano y textual. Los protagonistas de los textos son los mismos que los del espacio público. No son habitantes, sino usuarios de lo urbano: flâneurs que se embelesan ante el espectáculo de la calle, viandantes que se atemorizan ante el frenético trasiego, paseantes a la deriva, transeúntes que no están allí sino de paso y que apresuradamente aparecen tan pronto como desaparecen, pero también masas efervescentes, multitudes exaltadas, muchedumbres ordenadas, en definitiva, caminantes que hacen de la calle su hábitat natural y que se perfilan al contacto con la misma. Aquí reside la naturaleza formativa de la calle que importa analizar y que incomprensiblemente ha sido pasada por alto por la crítica que ha explorado algunos de los textos elegidos desde otras perspectivas. 17

69), una realidad dominada por oleadas de huelgas incontroladas, estallidos<br />

revolucionarios en las calles y “mítines monstruos”, como diría Carr, que comenzaban<br />

en un espacio cerrado—en un teatro o en un café—para desbordarse en el espacio<br />

abierto de la calle. El efecto pretendido por el narrador de Siete domingos esto es, la<br />

voluntad de dar entrada a una realidad alternativa por medio de la acción obrera bajo<br />

la forma de la toma de la calle, es perfectamente coherente en el Madrid de la Segunda<br />

República, una ciudad en la que el espacio de la calle se revelaba fundamental para<br />

fomentar una conciencia colectiva y con ésta un espíritu de lucha, como se apreciará<br />

en el cuarto capítulo.<br />

Los textos elegidos están todos ellos construidos en torno a una serie de<br />

espacios intersticiales de los cuales la calle urbana destaca por ser el lugar-<br />

movimiento por excelencia donde acontece alrededor del noventa por ciento de la<br />

acción narrativa. Esto definiría estos textos como novelas itinerantes en las que los<br />

protagonistas se van perfilando a través de las peripecias que les sobreviven en su<br />

recorrido por el espacio urbano y textual. Los protagonistas de los textos son los<br />

mismos que los del espacio público. No son habitantes, sino usuarios de lo urbano:<br />

flâneurs que se embelesan ante el espectáculo de la calle, viandantes que se<br />

atemorizan ante el frenético trasiego, paseantes a la deriva, transeúntes que no están<br />

allí sino de paso y que apresuradamente aparecen tan pronto como desaparecen, pero<br />

también masas efervescentes, multitudes exaltadas, muchedumbres ordenadas, en<br />

definitiva, caminantes que hacen de la calle su hábitat natural y que se perfilan al<br />

contacto con la misma. Aquí reside la naturaleza formativa de la calle que importa<br />

analizar y que incomprensiblemente ha sido pasada por alto por la crítica que ha<br />

explorado algunos de los textos elegidos desde otras perspectivas.<br />

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