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'ANDANDO SE HACE EL CAMINO - DataSpace - Princeton University

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natural que el más débil perezca para que el más fuerte sobreviva, aunque el débil<br />

pueda desarrollar recursos de otra índole para sobrevivir, lo que redundará en una<br />

(re)estructuración de su subjetividad.<br />

En el orden natural postulado por Blasco parece fácil inferir “el Vía Crucis”,<br />

como Robin lo ha denominado (“La horda” 472) a la que se enfrentará Isidro, quien<br />

pagará un alto precio por su ambición social. Sus deseos de aburguesamiento pronto<br />

cederán paso a la lucha por la supervivencia al faltarle el más básico sustento<br />

material, la comida, una dura realidad que lo convertirá en un busca, como ha<br />

señalado Ricci (Espacio urbano 102), no ya intelectual sino material, lo que lo<br />

hermana con los habitantes del extrarradio: “Maltrana salía diariamente en busca del<br />

pan. Iba a Madrid a solicitar una colocación inútilmente, a dar sablazos, a mendigar<br />

por todas las personas conocidas” (295). Las negras circunstancias de su existencia le<br />

obligan a desarrollar una nueva visión del mundo, una nueva conciencia social y por<br />

primera vez siente pertenecer a los de abajo –aquí está la construcción de nuevas<br />

subjetividades a la que aludía anteriormente como resultado de los recursos<br />

potenciales de los débiles para sobrevivir. Por ello, su perspectiva de la ciudad, hasta<br />

ahora “un mundo lleno de tentaciones” (142) cambia y la gran urbe torna desde su<br />

perspectiva en “un villorio asfixiante, como si sobre él ardiese un horno” (229). Este<br />

cambio de perspectiva coincide con el paso de una posición de superioridad visual a<br />

ver el mundo desde abajo: Isidro ya no será “el lobo que descendía de la cumbre en<br />

busca de alimento”, sino “el pobre roedor, tímido y anonadado, que trepaba<br />

lentamente desde el fondo de su madriguera a las alturas de la gran población,<br />

esperando una migaja del banquete de los fuertes” (295). Esta visión coincide con la<br />

llegada del verano a la capital, estación en la que el calor, el ruido y los “malos<br />

olores” de las calles “dormidos durante el invierno, despertaban y revivían” (229),<br />

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