'ANDANDO SE HACE EL CAMINO - DataSpace - Princeton University

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30.04.2013 Views

acional, siempre a la misma hora, consciente de que debe salir de ella para regresar a su chabola en los suburbios del extrarradio. En La horda, cada mañana, bien con sus “ligeros carros” o sus “fieles asnos” (8-9), la horda de traperos abandona sus puntos de origen (Bellavistas y Tetuán) e inicia un rutinario itinerario urbano –como parte del habitus determinante de su identidad social—para dirigirse al centro urbano y recoger los residuos que los habitantes de la ciudad no quieren, transportarlos a las afueras, donde los seleccionan y clasifican cuidadosamente, cumpliendo una precisa función social: limpiar la ciudad de sus desperdicios. El trapero, igual que la prostituta, contribuye de esta manera al buen orden de la sociedad. De hecho, el texto está repleto de referencias a las aguas residuales, sedimentaciones y al “hedor de letrina en ebullición” (238) que despiden las afueras de Madrid, convirtiéndose el extrarradio norte en un canal de desagüe donde van a parar las inmundicias de la ciudad. Las calles y viviendas del barrio noroccidental de Madrid constituyen “los residuos de todo un día de existencia civilizada, el sobrante de la gran ciudad que había de mantener a los miserables acampados en torno de ella” (9). La identificación de las afueras con los montones de basura y con los desechos de Madrid se extiende a los sujetos que habitan esta zona urbana, que son criados como parte de “los desperdicios de la villa” (139), como Isidro señala en relación a Feli la cual despide un “perfume extraño de embriagadora suavidad” que contrasta con el olor pestilente de la basura que impregna las calles del barrio entre las que la joven se ha criado. Los habitantes del extrarradio viven de los despojos de la villa, con lo que pasan a confundirse con los mismos. Viven de su comida, “de las escasas migajas de pan olvidadas por otros” (11), de su caridad, de sus ropas, de su basura, con la cual construyen sus viviendas – como la cabaña de Zaratustra, para la que “todos los despojos de la villa habían sido empleados en la edificación” (102). Incluso los animales de los traperos se alimentan 216

“con los garbanzos sobrantes de los cocidos de Madrid” (8) y las palomas de la calle de los Artistas buscan en el suelo “los residuos del pasto de los bueyes” (19). Las celebraciones de la urbe también son aprovechadas por los traperos: en pleno Carnaval, las calles del barrio de las Carolinas se adornan “con los despojos de la ciudad”, constituyendo una réplica empobrecida de las calles del centro urbano: En medio de las callejuelas veíanse montones de papelillos de color mezclados con la basura. Eran los restos del primer día de Carnaval, el confetti y las cintas de papel recogidos por la mañana en los paseos de Madrid; el residuo de la alegría de todo un pueblo que se mezclaba en tal sumidero con los restos de su comida y sus ropas. Algunos chicuelos tremolaban banderas de papel, guirnaldas de flores contrahechas y otros adornos caídos de las carrozas que la tarde anterior corrían por la Castellana. (110) El extrarradio depende de la alegría y la celebración de la urbe para la suya propia, bebiendo de sus restos. La relación centro-periferia se construye en torno a una relación simbiótica en que ambas zonas urbanas se benefician la una de la otra: el extrarradio depende de los despojos de los ricos, no sólo para su subsistencia más básica, para comer, trabajar y disponer de un salario mínimo, sino también para sus ratos de ocio, mimetizando la ciudad anexa las prácticas de sociabilidad, mirándose en el espejo de la villa, reflejándose en sus tradiciones y reconociéndose, imitando sus códigos sociales; y por otro lado la ciudad necesita del extrarradio para limpiarse, depurarse y mantener su higiene. Como señala Zamacois al respecto de la separación espacial en la obra de Blasco Ibáñez, “Madrid les desprecia, pero les necesita; les teme, pero no sabría prescindir de su trabajo; y ellos, que lo comprenden, no se alejan mucho de la ciudad, estrechándola, oprimiéndola en un anillo de miseria” (Mis contemporáneos 63). 217

acional, siempre a la misma hora, consciente de que debe salir de ella para regresar a<br />

su chabola en los suburbios del extrarradio. En La horda, cada mañana, bien con sus<br />

“ligeros carros” o sus “fieles asnos” (8-9), la horda de traperos abandona sus puntos<br />

de origen (Bellavistas y Tetuán) e inicia un rutinario itinerario urbano –como parte del<br />

habitus determinante de su identidad social—para dirigirse al centro urbano y recoger<br />

los residuos que los habitantes de la ciudad no quieren, transportarlos a las afueras,<br />

donde los seleccionan y clasifican cuidadosamente, cumpliendo una precisa función<br />

social: limpiar la ciudad de sus desperdicios. El trapero, igual que la prostituta,<br />

contribuye de esta manera al buen orden de la sociedad. De hecho, el texto está<br />

repleto de referencias a las aguas residuales, sedimentaciones y al “hedor de letrina en<br />

ebullición” (238) que despiden las afueras de Madrid, convirtiéndose el extrarradio<br />

norte en un canal de desagüe donde van a parar las inmundicias de la ciudad. Las<br />

calles y viviendas del barrio noroccidental de Madrid constituyen “los residuos de<br />

todo un día de existencia civilizada, el sobrante de la gran ciudad que había de<br />

mantener a los miserables acampados en torno de ella” (9). La identificación de las<br />

afueras con los montones de basura y con los desechos de Madrid se extiende a los<br />

sujetos que habitan esta zona urbana, que son criados como parte de “los desperdicios<br />

de la villa” (139), como Isidro señala en relación a Feli la cual despide un “perfume<br />

extraño de embriagadora suavidad” que contrasta con el olor pestilente de la basura<br />

que impregna las calles del barrio entre las que la joven se ha criado. Los habitantes<br />

del extrarradio viven de los despojos de la villa, con lo que pasan a confundirse con<br />

los mismos. Viven de su comida, “de las escasas migajas de pan olvidadas por otros”<br />

(11), de su caridad, de sus ropas, de su basura, con la cual construyen sus viviendas –<br />

como la cabaña de Zaratustra, para la que “todos los despojos de la villa habían sido<br />

empleados en la edificación” (102). Incluso los animales de los traperos se alimentan<br />

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