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viejo trapero, cuando afirma que “vamos en retirada, y acabaremos por acampar más allá de Fuencarral…” (La horda 28). El espacio, condicionado por la transformación de la estructura social, debía ser organizado para dar cabida a nuevas realidades sociales, principalmente a la oleada de inmigrantes que desde finales del siglo XIX llegaba a la capital española en busca de trabajo en las reformas del interior y en la edificación de solares aún vacíos del ensanche. Las grandes cantidades de jornaleros se asentaban en míseras chabolas y casuchas levantadas en los terrenos del extrarradio, en trazados irregulares, con ausencia total de orden y sin los indispensables servicios de pavimentación, desagües ni alumbrado (Juliá, Madrid 440). Desde las últimas décadas del siglo XIX las condiciones de vida en las áreas más allá del ensanche, tanto en el sur (Injurias, Embajadores y Peñuelas) como en el norte (Cuatro Caminos, Guindalera y Prosperidad) eran ínfimas, con epidemias de cólera en 1885 y 1890 y de tuberculosis en los primeros años del siglo XX. El problema, tal y como aparece documentado por Hauser, médico austríaco, residía principalmente en la insalubridad de las viviendas (la mayoría de planta baja, con un solo retrete, sin agua ni ventilación, con falta de luz solar e insuficiente iluminación de las habitaciones), 53 la suciedad y contaminación de las calles, la falta de escuelas, de un sistema de educación y la precariedad de la dieta, con una subsistencia basada en comestibles sucios o rancios. En 1903 Baroja hablaba de “aduar africano” para describir estos barrios bajos, idea apoyada por otros escritores como César Chicote, 53 Basándose en los estudios de César Chicote, director del Laboratorio Químico Municipal que en 1898 participó en el IX Congreso de higiene y demografía destinado a tratar los problemas sanitarios y discutir las condiciones higiénicas de las viviendas de las clases pobres, Del Moral dedica un capítulo de su libro La sociedad madrileña a la clasificación de los distintos tipos de vivienda popular que poblaban los barrios bajos madrileños, empezando por la choza, manifestación más primitiva, y pasando por las cuevas, viviendas trogloditas de la Montaña del Príncipe Pío; las casuchas que forman las barriadas miserables mencionadas constantemente por Baroja en La lucha por la vida y que dan cobijo a habitantes de ínfima clase social; y las casas de vecindad o corralas, viviendas de la Prosperidad, la Guindalera y Cuatro Caminos, compuestas en su mayoría por la clase jornalera, vendedores ambulantes, barrenderos y traperos. Ver páginas 86-95 de su libro. 210

uen conocedor de la geografía madrileña, quien afirmó en 1906 que Madrid estaba rodeada por “un anillo de muladares” que tenían “aspecto de lugar marroquí”(Reorganización 17-18). Del Moral señala que la prueba más contundente del carácter preindustrial de Madrid era la precariedad de su infraestructura urbana y de sus servicios públicos, inexistentes en el extrarradio, el cual carecía de limpieza, higiene y toda clase de condiciones para ser habitado, poniendo en peligro la salud y la vida de sus habitantes (Sociedad madrileña 85). El debate y las preocupaciones alrededor de estas cuestiones sociales no encontraron solución alguna en los primeros años del siglo XX. Cuatro Caminos, el barrio obrero madrileño donde se inicia la acción de La horda y cuyas calles son “míseros avisperos de la pobreza” (La horda 9) es el ejemplo vivo de ese otro Madrid periférico que crece sin parar por el asentamiento del proletariado en condiciones de insalubridad. Muy al principio de la narración, el personaje de Zaratustra, el trapero “más antiguo del gremio” (28), ofrece un importante testimonio que no sólo documenta los cambios morfológicos y urbanísticos que ha sufrido el extrarradio madrileño, alzándose de esta manera la figura del trapero como historiador y urbanista, sino que también indica las connotaciones de lo que significa habitar en las afueras de Madrid: Yo he visto mucho: he visto al señor de Bravo Murillo traer las aguas a Madrid y saltar el Lozoya por primera vez en la antigua taza de la Puerta del Sol; he visto cómo la villa ha ido poco a poco ensanchándonos y dándonos con el pie a los pobres para que nos fuéramos más lejos. Ese fielato lo he visto en lo que es hoy glorieta de Bilbao. Donde yo tuve mi primera barraca hay ahora un gran café. Todo eran desmontes, cuevas para gente mala… y ahora anda uno por allí y todo son calles y más calles y luz eléctrica y adoquines y asfaltos, donde estos ojos vieron correr conejos… Los antiguos cementerios 211

viejo trapero, cuando afirma que “vamos en retirada, y acabaremos por acampar más<br />

allá de Fuencarral…” (La horda 28). El espacio, condicionado por la transformación<br />

de la estructura social, debía ser organizado para dar cabida a nuevas realidades<br />

sociales, principalmente a la oleada de inmigrantes que desde finales del siglo XIX<br />

llegaba a la capital española en busca de trabajo en las reformas del interior y en la<br />

edificación de solares aún vacíos del ensanche. Las grandes cantidades de jornaleros<br />

se asentaban en míseras chabolas y casuchas levantadas en los terrenos del<br />

extrarradio, en trazados irregulares, con ausencia total de orden y sin los<br />

indispensables servicios de pavimentación, desagües ni alumbrado (Juliá, Madrid<br />

440). Desde las últimas décadas del siglo XIX las condiciones de vida en las áreas<br />

más allá del ensanche, tanto en el sur (Injurias, Embajadores y Peñuelas) como en el<br />

norte (Cuatro Caminos, Guindalera y Prosperidad) eran ínfimas, con epidemias de<br />

cólera en 1885 y 1890 y de tuberculosis en los primeros años del siglo XX. El<br />

problema, tal y como aparece documentado por Hauser, médico austríaco, residía<br />

principalmente en la insalubridad de las viviendas (la mayoría de planta baja, con un<br />

solo retrete, sin agua ni ventilación, con falta de luz solar e insuficiente iluminación<br />

de las habitaciones), 53 la suciedad y contaminación de las calles, la falta de escuelas,<br />

de un sistema de educación y la precariedad de la dieta, con una subsistencia basada<br />

en comestibles sucios o rancios. En 1903 Baroja hablaba de “aduar africano” para<br />

describir estos barrios bajos, idea apoyada por otros escritores como César Chicote,<br />

53<br />

Basándose en los estudios de César Chicote, director del Laboratorio Químico Municipal que en<br />

1898 participó en el IX Congreso de higiene y demografía destinado a tratar los problemas sanitarios y<br />

discutir las condiciones higiénicas de las viviendas de las clases pobres, Del Moral dedica un capítulo<br />

de su libro La sociedad madrileña a la clasificación de los distintos tipos de vivienda popular que<br />

poblaban los barrios bajos madrileños, empezando por la choza, manifestación más primitiva, y<br />

pasando por las cuevas, viviendas trogloditas de la Montaña del Príncipe Pío; las casuchas que forman<br />

las barriadas miserables mencionadas constantemente por Baroja en La lucha por la vida y que dan<br />

cobijo a habitantes de ínfima clase social; y las casas de vecindad o corralas, viviendas de la<br />

Prosperidad, la Guindalera y Cuatro Caminos, compuestas en su mayoría por la clase jornalera,<br />

vendedores ambulantes, barrenderos y traperos. Ver páginas 86-95 de su libro.<br />

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