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tabernas británicas de finales del siglo XVIII y principios del XIX, las tabernas ocupaban un lugar prominente en los orígenes clandestinos de la organización obrera (Formación histórica 95-96). 43 En La Aurora, cada domingo por la tarde, el grupo anarquista decide congregarse “para hablar, para discutir, para prestarnos libros, para hacer la propaganda” (Aurora 117). García Álvarez habla de las tabernas como “núcleos de actividad protopolítica”, centrales en la cultura popular por “su conveniencia como lugar para la contestación pública” (“La taberna” 93). No sólo los paseos y las tertulias de los anarquistas construyen el espacio en términos decerteauianos, sino que recíprocamente, éste contribuye a la formación del sujeto. Como señala Imbert, “el sujeto social no adquiere existencia sino a través de su performance pública, condición formativa y transitiva de la adquisición constantemente renovada (fortificada, reconducida) de su ‘competencia’ discursiva” (Los discursos 23). En este sentido, la taberna constituiría un espacio formativo donde se gesta una identidad comunitaria o de clase, que invita a la reflexión en presencia de un público, de una audiencia. En la taberna, el sujeto se ve obligado a pensar, a forjar opiniones, a defender sus ideas y hablar libremente. Es por ello un espacio conflictivo donde dada la interacción social que en él tiene lugar, se generan tensiones, principalmente políticas, como bien manifiestan las tertulias en torno a las ventajas de la acción violenta de la moral anarquista. La taberna constituiría un lugar de producción al que Imbert se refiere, más o menos formalizado, más o menos institucionalizado, donde el sujeto se construye en la performance pública, no sólo a nivel lingüístico –todos los contertulios pronto empiezan “a hablar con cierta terminología pedante, entre sociológica y revolucionaria, traducida del francés” 43 En este sentido es interesante la información proporcionada por Morato sobre la utilidad del espacio tabernero para dar acogida a reuniones políticas informales, que desembocan en la creación de partidos políticos, como sucedió con el caso del PSOE (Pablo Iglesias 51). 184

(Aurora 117)- sino también ideológico – Manuel, “a pesar de su aburguesamiento” (117), acude a las reuniones en la taberna buscando ubicarse política e ideológicamente en una sociedad cambiante llena de opciones políticas y de alternativas nuevas a los conflictos sociales— en un contexto de enunciación que hace existir socialmente a la performance oral (Imbert 23). Es cierto que hay un discurso de la criminalidad en la novela de Baroja asociado al espacio de la taberna en tanto que los anarquistas que se dan cita en ella son descritos como criminales, una idea muy común en la época influida en gran medida por las teorías del criminalista César Lombroso (1835-1909) cuyo estudio sobre los anarquistas fue editado en Madrid en 1894. Las teorías lombrosianas (las cuales ya habían sido ampliamente difundidas en España con la publicación en 1887 de La nueva ciencia penal de Félix de Aramburu) apoyan el determinismo y sostienen las tesis de la predeterminación hacia el delito de determinados tipos antropológicamente definidos, tesis que seguramente influyó en la caracterización del sujeto anarquista que realiza Baroja. Para Lombroso, el anarquista “será el delincuente violento y antisocial cuyo rasgo más característico será el fanatismo” (Anarquistas 7). A menudo los anarquistas de la taberna son descritos como “fanáticos y feroces”, con “instintos agresivos” y por ello “capaces de asesinar, de incendiar, de cualquier disparate” (Aurora 239). Este fanatismo queda subrayado por la animalización grotesca que de estos sujetos hace el narrador la mayoría de los cuales presentan “mandíbula de lobo” así como “músculos maseteros abultados, de animal carnívoro” (239). Además, dice Lombroso, no existe un solo anarquista “que no sea imperfecto o jorobado, ni he visto ninguno cuya cara sea simétrica” (Anarquistas 26). Aparte de un aspecto enfermizo, todos los anarquistas en la novela son descritos con rasgos físicos desproporcionados o anormales, con “rostros irregulares, angulosos, de expresión 185

(Aurora 117)- sino también ideológico – Manuel, “a pesar de su aburguesamiento”<br />

(117), acude a las reuniones en la taberna buscando ubicarse política e<br />

ideológicamente en una sociedad cambiante llena de opciones políticas y de<br />

alternativas nuevas a los conflictos sociales— en un contexto de enunciación que hace<br />

existir socialmente a la performance oral (Imbert 23).<br />

Es cierto que hay un discurso de la criminalidad en la novela de Baroja<br />

asociado al espacio de la taberna en tanto que los anarquistas que se dan cita en ella<br />

son descritos como criminales, una idea muy común en la época influida en gran<br />

medida por las teorías del criminalista César Lombroso (1835-1909) cuyo estudio<br />

sobre los anarquistas fue editado en Madrid en 1894. Las teorías lombrosianas (las<br />

cuales ya habían sido ampliamente difundidas en España con la publicación en 1887<br />

de La nueva ciencia penal de Félix de Aramburu) apoyan el determinismo y sostienen<br />

las tesis de la predeterminación hacia el delito de determinados tipos<br />

antropológicamente definidos, tesis que seguramente influyó en la caracterización del<br />

sujeto anarquista que realiza Baroja. Para Lombroso, el anarquista “será el delincuente<br />

violento y antisocial cuyo rasgo más característico será el fanatismo” (Anarquistas 7).<br />

A menudo los anarquistas de la taberna son descritos como “fanáticos y feroces”, con<br />

“instintos agresivos” y por ello “capaces de asesinar, de incendiar, de cualquier<br />

disparate” (Aurora 239). Este fanatismo queda subrayado por la animalización<br />

grotesca que de estos sujetos hace el narrador la mayoría de los cuales presentan<br />

“mandíbula de lobo” así como “músculos maseteros abultados, de animal carnívoro”<br />

(239). Además, dice Lombroso, no existe un solo anarquista “que no sea imperfecto o<br />

jorobado, ni he visto ninguno cuya cara sea simétrica” (Anarquistas 26). Aparte de un<br />

aspecto enfermizo, todos los anarquistas en la novela son descritos con rasgos físicos<br />

desproporcionados o anormales, con “rostros irregulares, angulosos, de expresión<br />

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