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30.04.2013 Views

sentido figurado es la de Magallanes, y es que no es casualidad que el personaje que más desconfía del anarquismo resida en la calle de la muerte. El carácter fúnebre de la calle y la pasividad aburguesada de Manuel como residente de la misma es una mera alternativa que entra en conflicto con el dinamismo que imprimen las distintas voces de los personajes que discuten y ponen en circulación nuevas ideas. Ante un contexto social cruel y adverso, la novela recoge una serie de conflictos e inquietudes a través de las voces de los diferentes personajes que, independientemente del destino al que se encaminen, imprimirán cierto dinamismo y vitalidad tanto al espacio urbano como al textual frente a la sujeción y conformismo que el determinismo comporta. A pesar de su inferioridad física, Juan muestra una fortaleza moral y una voluntad de acción que concede gran intensidad a su corta vida, como bien se demostrará en el último apartado del análisis de la novela. Jesús, otro sujeto subversivo, afirma al final de Mala hierba que se ha hecho anarquista “desde que ha visto las infamias que se comenten en el mundo; desde que ha visto como mueren desamparados los hombres en las calles y en los hospitales” (300). El mismo Bizco, encerrado en un calabozo por sus acciones criminales y limitada su movilidad física, empieza a cuestionar su situación y así “su inteligencia se despertaba y comenzaba a interrogarse a sí misma…” (Aurora 192). Ante la injusticia de la que son testigos en el escenario urbano, estos personajes desarrollan una fuerte concienciación social que les llevará a cuestionar el sistema y alzarse contra el mismo. El mismo determinismo es responsable de la creación de resistencias fructíferas y con ellas de nuevas subjetividades que buscan nuevos espacios de representación. Y la calle juega un papel fundamental en el despertar de dicha conciencia subversiva, no sólo como escenario primordial donde se deja ver la desigualdad social sino también como ambiente propicio para la expresión de dicha conciencia, como afirma Juan al 176

unir conciencia social con una huelga en la calle (198), idea no sólo expresada sino llevada a la práctica por Sender en Siete domingos rojos. Al mismo tiempo, aunque desde un principio la funebridad de la calle de Magallanes es introducida con fuertes connotaciones de pasividad, inacción y falta de voluntad, hay que tener en cuenta que los cementerios en esa calle ya no funcionan como tales en la época de la novela como se ha visto. El aumento de la población y los planes del ensanche hicieron que estos cementerios fueran quedando dentro de la zona urbana, siendo incorporados a la ciudad a finales del XIX. Su cierre originó en ocasiones unos lúgubres descampados llenos de lápidas y panteones olvidados. A estas razones históricas se debe el “gran silencio” (171) y la ruina en la que se encuentra el cementerio de la Patriarcal tal y como aparece descrito en la novela. También Blasco hablará de “jardín abandonado” (La horda 151) para referirse al cementerio de San Martín. Otra razón de índole más simbólica por la que el cementerio se encuentra arruinado tiene que ver con los robos y el desmantelamiento que Jesús, sujeto anarquista, perpetra en el camposanto, quien roba letras de bronce, lápidas de mármol, ataúdes, todo símbolos de la ostentación burguesa, inútiles ya para los muertos porque éstos “no sirven más que para oler mal” (152) y transformados en alimento para el desheredado. 41 Répide une la razón histórica y la simbólica cuando explica que el camposanto de la Patriarcal sufrió “la total y espantosa ruina que horroriza a las gentes con el doloroso espectáculo de sus escombros revueltos con los ataúdes rotos y los restos humanos. Cerrado el cementerio, quedó a cargo de un miserable… que saqueó el cementerio, arrebatándole desde las vigas de las galerías y el cinc y el plomo protectores contra las humedades de las lluvias, hasta los adornos 41 Podría leerse este acto como la pérdida de poder de la religión y de la iglesia católica en España, así como el descreimiento generado entre la gente en un contexto de desigualdad política y económica. La crítica a la religión se encontrará en La horda por medio del personaje que en sus paseos por los barrios más decadentes de Madrid se lamenta de que la iglesia no haga nada por socorrer a los desvalidos. 177

unir conciencia social con una huelga en la calle (198), idea no sólo expresada sino<br />

llevada a la práctica por Sender en Siete domingos rojos.<br />

Al mismo tiempo, aunque desde un principio la funebridad de la calle de<br />

Magallanes es introducida con fuertes connotaciones de pasividad, inacción y falta de<br />

voluntad, hay que tener en cuenta que los cementerios en esa calle ya no funcionan<br />

como tales en la época de la novela como se ha visto. El aumento de la población y los<br />

planes del ensanche hicieron que estos cementerios fueran quedando dentro de la zona<br />

urbana, siendo incorporados a la ciudad a finales del XIX. Su cierre originó en<br />

ocasiones unos lúgubres descampados llenos de lápidas y panteones olvidados. A<br />

estas razones históricas se debe el “gran silencio” (171) y la ruina en la que se<br />

encuentra el cementerio de la Patriarcal tal y como aparece descrito en la novela.<br />

También Blasco hablará de “jardín abandonado” (La horda 151) para referirse al<br />

cementerio de San Martín. Otra razón de índole más simbólica por la que el<br />

cementerio se encuentra arruinado tiene que ver con los robos y el desmantelamiento<br />

que Jesús, sujeto anarquista, perpetra en el camposanto, quien roba letras de bronce,<br />

lápidas de mármol, ataúdes, todo símbolos de la ostentación burguesa, inútiles ya para<br />

los muertos porque éstos “no sirven más que para oler mal” (152) y transformados en<br />

alimento para el desheredado. 41 Répide une la razón histórica y la simbólica cuando<br />

explica que el camposanto de la Patriarcal sufrió “la total y espantosa ruina que<br />

horroriza a las gentes con el doloroso espectáculo de sus escombros revueltos con los<br />

ataúdes rotos y los restos humanos. Cerrado el cementerio, quedó a cargo de un<br />

miserable… que saqueó el cementerio, arrebatándole desde las vigas de las galerías y<br />

el cinc y el plomo protectores contra las humedades de las lluvias, hasta los adornos<br />

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Podría leerse este acto como la pérdida de poder de la religión y de la iglesia católica en España, así<br />

como el descreimiento generado entre la gente en un contexto de desigualdad política y económica. La<br />

crítica a la religión se encontrará en La horda por medio del personaje que en sus paseos por los barrios<br />

más decadentes de Madrid se lamenta de que la iglesia no haga nada por socorrer a los desvalidos.<br />

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