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30.04.2013 Views

sociedad se encargará de poner en marcha discursividades para el control, la vigilancia y el castigo de estos seres, portadores de un cáncer social, a pesar de ser la misma sociedad la que los engendra por la falta de eficacidad de sus instituciones, como queda manifestado en el caso del Bizco a quien la sociedad, “no se ha cuidado de educarle, le ha abandonado” (191). En última instancia, el entorno material también será un factor determinante que explica los males de la sociedad a través de un prisma naturalista. Se podría hablar en este sentido de un determinismo geográfico o ambiental el cual establece una relación entre hombre y medio en tanto que las gentes que pueblan las calles de la novela comparten rasgos equivalentes: estatismo, quietud, falta de voluntad, estado vegetativo. El propio Juan nota la sordidez del paisaje como espacio geográfico: “y el paisaje árido, unido a la pobreza de las construcciones, a los gritos de la gente, a la pesadez del aire, al calor, daba una impresión de fatiga, de incomodidad, de vida sórdida y triste…” (Aurora 88). La calle de Magallanes es una calle fúnebre, igual que el barrio geográfico en el que se inserta, sitiado por la muerte en el que la voluntad de acción de sus habitantes es casi inexistente. La relación calle-individuo es poderosa, y cabe preguntarse si es la calle la que determina la subjetividad y el destino de los sujetos que en ella viven y por ella transitan, o son las prácticas del sujeto (o la ausencia de las mismas) las que confieren a la calle una morfología y naturaleza propia. Estrechamente ligado al naturalismo, el determinismo como doctrina filosófica está fuertemente influido por las teorías de Darwin sobre la evolución orgánica y la selección natural o sobrevivencia de los más aptos, que aunque de carácter biológico o naturalista, tienen una aplicación social. Si se aplica la idea dominante del darwinismo –las especies están obligadas a una lucha por la existencia, tanto entre individuos de la 170

misma especie como entre especies del mismo género, y en dicha lucha sobreviven los más aptos, los que exhiben variaciones favorables- a ideologías político-sociales, éstas conducen al autoritarismo y al despotismo. En el darwinismo social, sólo existe una alternativa: “La libertad, desigualdad, supervivencia del más apto; no libertad, igualdad, supervivencia del menos apto. El primer término de la alternativa lleva a la sociedad hacia delante y favorece todos sus mejores miembros; el segundo lleva la sociedad hacia atrás y favorece sus peores miembros” (Hofstadter, Social Darwinism 37). En otras palabras, la vida es lucha, la concurrencia es la fuente de todas las mejoras sociales, y sin la fuerza brutal y el homicidio no habría existido la civilización. Afirmar todo esto ha llegado a ser “casi formular un truismo, y este pretendido truismo es lo que se llama el darwinismo social” (Novicow 8). Tanto Aurora roja como La horda están construidas sobre una concepción del mundo como escenario de guerra, una lucha constante motivada por las desigualdades sociales y las jerarquizaciones que dichas desigualdades establecen entre los ricos, los privilegiados, los de arriba y los pobres, los desposeídos, los de abajo. No sólo existe lucha entre ricos y pobres, sino también dentro del estamento de las clases bajas existe una continua jerarquización, como se verá de forma más nítida en La horda. En Aurora el principal representante de esta ideología socio-política es Roberto Hasting, personaje activo y dinámico quien sostiene que para sobrevivir la única opción es luchar, puesto que “viviendo en sociedad, o es uno acreedor o es uno deudor” (Aurora 143). Portavoz del discurso darwinista, Roberto establece la separación entre el fuerte y el débil, el de arriba y el de abajo, no sólo a nivel social, sino también espacial, sencillamente porque es lo “natural”: hay que “echar todos los estorbos”, y llevar a los débiles “a los asilos para que no molesten, y si no se puede, que se mueran” (287). Aquí se perfila la afiliación prefascista de Baroja como algunos 171

misma especie como entre especies del mismo género, y en dicha lucha sobreviven los<br />

más aptos, los que exhiben variaciones favorables- a ideologías político-sociales, éstas<br />

conducen al autoritarismo y al despotismo. En el darwinismo social, sólo existe una<br />

alternativa: “La libertad, desigualdad, supervivencia del más apto; no libertad,<br />

igualdad, supervivencia del menos apto. El primer término de la alternativa lleva a la<br />

sociedad hacia delante y favorece todos sus mejores miembros; el segundo lleva la<br />

sociedad hacia atrás y favorece sus peores miembros” (Hofstadter, Social Darwinism<br />

37). En otras palabras, la vida es lucha, la concurrencia es la fuente de todas las<br />

mejoras sociales, y sin la fuerza brutal y el homicidio no habría existido la<br />

civilización. Afirmar todo esto ha llegado a ser “casi formular un truismo, y este<br />

pretendido truismo es lo que se llama el darwinismo social” (Novicow 8). Tanto<br />

Aurora roja como La horda están construidas sobre una concepción del mundo como<br />

escenario de guerra, una lucha constante motivada por las desigualdades sociales y las<br />

jerarquizaciones que dichas desigualdades establecen entre los ricos, los privilegiados,<br />

los de arriba y los pobres, los desposeídos, los de abajo. No sólo existe lucha entre<br />

ricos y pobres, sino también dentro del estamento de las clases bajas existe una<br />

continua jerarquización, como se verá de forma más nítida en La horda.<br />

En Aurora el principal representante de esta ideología socio-política es<br />

Roberto Hasting, personaje activo y dinámico quien sostiene que para sobrevivir la<br />

única opción es luchar, puesto que “viviendo en sociedad, o es uno acreedor o es uno<br />

deudor” (Aurora 143). Portavoz del discurso darwinista, Roberto establece la<br />

separación entre el fuerte y el débil, el de arriba y el de abajo, no sólo a nivel social,<br />

sino también espacial, sencillamente porque es lo “natural”: hay que “echar todos los<br />

estorbos”, y llevar a los débiles “a los asilos para que no molesten, y si no se puede,<br />

que se mueran” (287). Aquí se perfila la afiliación prefascista de Baroja como algunos<br />

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