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30.04.2013 Views

del caminante. La calle, como argumenta el historiador del urbanismo Joseph Rykwert, es “human movement institutionalized” (“The Street” 15) en tanto que se configura a través de la acción humana que en ella tiene lugar. Asimismo lo afirma Simmel, quien señala que “the building of roads is a specifically human undertaking” (“Bridge” 63). Un individuo puede trazar un recorrido o un trayecto, pero a menos que éste sea seguido por otros sujetos, nunca se convertirá en calle, precisamente porque ésta es una institución social. Esta idea de movimiento e implicación humana queda perfectamente contextualizada mediante el cambio de mentalidad y actitud hacia la forma de pensar la ciudad que tuvo lugar con el cambio de siglo. En The Culture of Time and Space: 1880-1918 (1983) Stephen Kern señala que en tan sólo una generación se pasó de un orden tradicional a finales del XIX en que el individuo se movía en torno a categorías fijas y rígidas (dentro/afuera, centro/periferia, ciudad/campo, público/privado, civilización/barbarie) a un mundo dominado por el perspectivismo y la subjetividad como nociones que dictaban las actuaciones del individuo en su vida cotidiana, marcando este paso uno de los rasgos distintivos de la modernidad. En esta línea Manuel Delgado afirma que a lo largo del siglo XIX existía una división radical de la vida cotidiana en dos planos segregados, en cierto modo incompatibles: lo público y lo privado, o lo exterior y lo interior (Animal público 12). El estudio de Schorske sobre la idea de la ciudad en la historia occidental proporciona un contexto para esta reflexión histórica (The Idea 109). Schorske distingue tres acercamientos a la ciudad en los últimos tres siglos: en el siglo XVIII la Ilustración veía la urbe con una actitud positiva, como cuna de la civilización, la educación y la cultura: en el canon español baste citar los Diarios de Jovellanos (1790-1801) o el sainete La civilización (1763) de Ramón de la Cruz. El siglo XIX rechazó tal entusiasmo y la ciudad empezó a ser considerada como 8

escenario del vicio –recordemos La gaviota (1849) de Fernán Caballero— un posicionamiento que se intensifica en el último tercio del siglo por la influencia naturalista a través de la cual la ciudad es percibida como espacio artificial y como fuerza inductora que fomenta el desarraigo y la pérdida de sensibilidad, como bien manifiestan muchas de las novelas de Galdós. Ya hacia finales del siglo XIX se entra en la fase de subjetivismo mencionada por Kern en la cual se cuestionan las categorías fijas e inamovibles, con la que la ciudad deja de ser un referente estable y, como escenario de la modernidad, se presta a ser experimentada y descubierta por el ojo del que la transita. De este modo, y como se verá claramente en el tercer capítulo que se ocupa de dos novelas de los años veinte, la ciudad de principios del siglo XX deja de ser una referencia literaria fija para convertirse en referente subjetivo que sólo puede ser construido en base a la mirada y la experiencia del personaje, en base al movimiento del sujeto que por ella transita. Será por ello que la calle Gravina, por citar un solo ejemplo, no será una mera referencia topográfica en Un hombre de treinta años de Manuel Benavides, sino que por las reuniones y mítines anarquistas que se organizan en locales de la misma calle será construida desde la posición burguesa del protagonista como una calle altamente transgresora con trascendentes implicaciones políticas en el devenir de la acción narrativa. De modo parecido, la aparición de esta calle en el texto no es casual y determina en gran medida la trama, pues como Moretti afirma, “what happens depends a lot on where it happens” (Atlas 70), o como Boring señala en su estudio de la función de la calle en Fortunata y Jacinta, “in many instantes the novel simply would not have been the same if characters had not gone to certain places at certain times” (“Streets” 20). En este sentido, me hago eco de la reflexión de Williams al respecto de la ciudad para afirmar que las calles urbanas no son mero receptáculo de las tensiones que se derivan de los 9

del caminante. La calle, como argumenta el historiador del urbanismo Joseph<br />

Rykwert, es “human movement institutionalized” (“The Street” 15) en tanto que se<br />

configura a través de la acción humana que en ella tiene lugar. Asimismo lo afirma<br />

Simmel, quien señala que “the building of roads is a specifically human undertaking”<br />

(“Bridge” 63). Un individuo puede trazar un recorrido o un trayecto, pero a menos que<br />

éste sea seguido por otros sujetos, nunca se convertirá en calle, precisamente porque<br />

ésta es una institución social. Esta idea de movimiento e implicación humana queda<br />

perfectamente contextualizada mediante el cambio de mentalidad y actitud hacia la<br />

forma de pensar la ciudad que tuvo lugar con el cambio de siglo.<br />

En The Culture of Time and Space: 1880-1918 (1983) Stephen Kern señala<br />

que en tan sólo una generación se pasó de un orden tradicional a finales del XIX en<br />

que el individuo se movía en torno a categorías fijas y rígidas (dentro/afuera,<br />

centro/periferia, ciudad/campo, público/privado, civilización/barbarie) a un mundo<br />

dominado por el perspectivismo y la subjetividad como nociones que dictaban las<br />

actuaciones del individuo en su vida cotidiana, marcando este paso uno de los rasgos<br />

distintivos de la modernidad. En esta línea Manuel Delgado afirma que a lo largo del<br />

siglo XIX existía una división radical de la vida cotidiana en dos planos segregados,<br />

en cierto modo incompatibles: lo público y lo privado, o lo exterior y lo interior<br />

(Animal público 12). El estudio de Schorske sobre la idea de la ciudad en la historia<br />

occidental proporciona un contexto para esta reflexión histórica (The Idea 109).<br />

Schorske distingue tres acercamientos a la ciudad en los últimos tres siglos: en el siglo<br />

XVIII la Ilustración veía la urbe con una actitud positiva, como cuna de la<br />

civilización, la educación y la cultura: en el canon español baste citar los Diarios de<br />

Jovellanos (1790-1801) o el sainete La civilización (1763) de Ramón de la Cruz. El<br />

siglo XIX rechazó tal entusiasmo y la ciudad empezó a ser considerada como<br />

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